SAN HUGO DE FOSSES
1164 d.C.
10 de febrero
La orden de los Premonstratenses
venera la memoria de quien fue, en el verdadero sentido de la palabra, su
segundo padre, y en vida del fundador, san Norberto, desempeñó
el cargo de abad. Hugo nació en Fosses, a unos once kilómetros
de Namour. Habiendo quedado huérfano desde muy temprana edad, se educó
en una comunidad benedictina cercana y después pasó al servicio
de un devoto y celoso prelado: Burchard, obispo de Cambrai. Fue por entonces
cuando Hugo se encontró inesperadamente con su antiguo amigo Norberto,
quien había sido tan rico y noble como él, pero que ahora se
le presentaba descalzo, vestido con harapos, como un mendigo y predicando
la palabra del Evangelio de Cristo con tanto fervor, que las multitudes le
seguían entusiasmadas.
Hugo quedó cautivado en seguida y suplicó a su
amigo Norberto que le admitiera en su compañía. Era el año
1119. Ya ordenado sacerdote a los 26 años de edad, partió con
Norberto para llevar la palabra de Dios a los territorios de Hainault y Brabante.
Es probable que por entonces san Norberto no hubiese pensado en fundar una
nueva orden religiosa, pero al recibir el llamado de Bartolomé, obispo
de Laon, para que tomara a su cargo la reforma de cierta comunidad de canónigos
regulares, aceptó la tarea y, como fracasara en ella, decidió
crear un monasterio en la región de Prémontré. Sus esfuerzos
se vieron coronados por el éxito; los aspirantes llegaron en gran
número, las fundaciones se multiplicaron. Hugo fue el encargado de
delinear y escribir los estatutos, porque en las prolongadas y frecuentes
ausencias de Norberto, a quien continuamente se llamaba a desempeñar
toda clase de tareas apostólicas, todo el trabajo recaía en
su compañero. Por cierto, que aquél fue un período de
prueba para Hugo, puesto que aparte de su abrumadora tarea, tuvo que librar
una batalla con los poderes de las tinieblas que, según se cuenta,
aprovecharon la ausencia del fundador para apoderarse de los espíritus
de los monjes, induciéndoles a abandonar el monasterio, donde tanto
bien hacían. El beato Hugo tuvo que luchar denodadamente para detenerlos.
En 1126, san Norberto fue consagrado arzobispo de Magdeburgo
y, dos años más tarde, Hugo fue elegido por unanimidad como
abad de la casa matriz y superior general de la orden. Durante los treinta
y cinco años que duró su administración, hubo más
de cien fundaciones de los «canónigos blancos», pero ya
para entonces, el beato era un anciano agotado por las austeridades y el
trabajo incesante. El 10 de febrero de 1164 entregó el alma a Dios.
Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Prémontré, frente
al altar de San Andrés, y se dice que en 1279, cuando se exhumó
el cadáver para trasladarlo a un lugar más digno, las naves
del templo se llenaron con un perfume celestial. Durante la primera guerra
mundial, la iglesia de Prémontré fue bombardeada e incendiaba
pero, al fin de la conflagración, los restos del beato fueron recuperados
intactos.
Del escaso y fragmentario material que poseemos, es imposible
obtener una idea precisa sobre el carácter del beato Hugo, pero tenemos
entendido que era un hombre impetuoso y tenaz. En una extensa carta que le
escribió san Bernardo, le reprocha enérgicamente la amargura
y la injusticia de ciertas quejas que Hugo había hecho en un escrito.
Desgraciadamente, no podremos conocer la respuesta que el beato dio al vehemente
pero caritativo llamado de san Bernardo.