El título de emperador
dejaba de tener todo contenido político real y se apoyaba sólo
en lo que quedaba del prestigio y de jurisdicción territorial a la
casa de Austria. La misma Alemania quedaba dividida en 350 estados independientes.
Desde el punto de vista religioso, la paz de Westfalia imponía el
principio de la igualdad de los cultos y el de la religión del estado,
que obligaba a los súbditos a seguir la religión de su respectivo
príncipe. Todo el edificio del derecho público erigido por
los Papas, emperadores y universidades durante la Edad Media, se tambaleaba
bajo el peso del tratado de Westfalia, que imponía nuevos principios
de Derecho internacional, proclamando la prioridad de los estados ante cualquier
otra autoridad internacional. La autoridad papal sufría un rudo golpe.
Inocencio X, en su Bula Zelus domus Dei, de 1648, declaró nulos e
inválidos todos los artículos del tratado que perjudicaban
a la Iglesia, a la Religión católica y al culto divino.
El principio que sostenía el tratado de Westfalia y que
constituye su originalidad es el del "equilibrio europeo", que proclamaba
la necesidad de crear en el continente estados incapaces de destruirse mutuamente,
limitados a territorios y fuerzas que no hubieran podido permitir la soberanía
de uno solo de ellos a expensas de los demás. La idea del Imperio
era ipso facto rechazada y anulada. Evidentemente, tales principios no tenían
en cuenta las aspiraciones de los pueblos, ni la moral. Fue contra tales
principios contra los que se rebelaron los pueblos durante el siglo XIX.
Una nueva versión del tratado de Westfalia amenazaba en este momento
a Europa, donde muchas naciones viven bajo el terror del nuevo "equilibrio",
favorable a los grandes y destructor de los pequeños pueblos.
También en la península ibérica la situación
era tensa. España había ocupado Portugal. En 1640 los portugueses
se rebelaron y volvieron a conseguir su independencia y su Imperio colonial.
Sólo en 1688 iba a estabilizarse la situación entre los dos
países, como consecuencia del tratado de Lisboa. España había
dejado de dominar en Europa y en 1659 fue obligada a firmar la paz con Francia.
En 1647, los napolitanos, instigados por Massaniello, se rebelaron contra
los españoles, pero la situación fue restablecida a favor de
España. El Papa estaba contento, porque tenía la vertiginosa
ascensión de Francia, cuya política se impondría a todo
el continente con el tratdo de Westfalia.
El jansenismo fue condenado en 1653, pero la polémica
alrededor de las "Provinciales" de Pascal no se extinguiría tan pronto.
¿Qué era el jansenismo? Sus defensores partían de la
idea de que la Iglesia tenía que volver a sus orígenes y conservar
su carácter primitivo. La enseñanza de San Agustín formaba
la base ideológica de la doctrina jansenista., cuyo nombre deriva
de Cornelio Jansen, obispo de Ypres, autor de Augustinus (1640), obra que
volvía a actualizar las ideas de Miguel Bayo, condenado en 1567. A
pesar de declararse continuamente fieles a la Iglesia, los jansenistas no
dejaban de practicar en el fondo un cierto calvinismo que tenía sobre
la gracia y la predestinación las mismas ideas que Jansenio y su Augustinus.
El que fue el impulsor del movimiento espiritual jansenista
y fundó en Port-Royal una comunidad de solitarios, centro del movimiento,
fue el abad de Saint-Cyran. La familia Arnault formaba el núcleo central
de la comunidad. Antonio Arnault, llamado el Grande, doctor de la Sorbona,
fue el espíritu rector de dicha comunidad, situada a 25 kilómetros
de París, y a la que dio su adhesión el mismo Pascal con muchas
personalidades ilustres del tiempo. El parentesco del jansenismo con el protestantismo
y, sobre todo, con el calvinismo, no aparecía sólo en la sencillez
primitiva del ritual, en el desprecio de la autoridad religiosa, Papa y obispos
incluidos, sino también en su fondo doctrinal. La voluntad del hombre
ha perdido por el pecado original su libertad y es incapaz de obrar cualquier
bien. Toda acción del hombre o bien procede del placer terrenal, el
cual brota de la concupiscencia, o bien del placer celestial que es operado
por la gracia. Ambos ejercen un influjo determinante sobre la voluntad humana,
la cual, por carencia de libertad, sigue siempre el impulso del placer más
poderoso.
Según predomine el placer terrenal o el placer celestial,
la acción del hombre será pecaminosa o moralmente buena. Si
sale victoriosa la "delectación celestial", recibe el nombre de "gracia
eficaz" o "irresistible"; en el caso contrario es llamada "gracia suficiente".
Si Dios concede la gracia eficaz, el hombre evita el pecado; sin la gracia
no puede hacer sino pecar. Y esta gracia se concede a unos pocos a quienes
Dios desea salvar. Pues Dios no quiere, en modo alguno, salvar a todos los
hombres, ni murió por todos, sino solamente por la minoría
que se proponía salvar. El libre albedrío, pues, no existe,
ya que hasta el don de la fe y la voluntad de creer dependen exclusivamente
de la gracia.
Sometidas las tesis jansenistas al juicio del Papa, se formó
una comisión de cardenales, que condenó las tesis como heréticas.
Los jesuitas, enemigos de los jansenistas, triunfaban.
En Inglaterra, en cambio, triunfaba el anglicanismo con el partido
de los puritanos, dirigidos por Cromwell, que había hecho decapitar
al rey Carlos I. Las persecuciones de los católicos continuaron como
en tiempos de Isabel.
El 7 de enero de 1655 el Papa Inocencio fallecía en el
Vaticano. Su cuerpo permaneció durante tres días sin enterrar,
abandonado en una habitación del Vaticano, porque Olimpia Maidalchini,
la poderosa cuñada, se negó a comprar un ataúd para
el Papa, diciendo que era una pobre viuda. Cuando un canónigo de San
Pedro pagó lo debido a los enterradores, el cadáver del Papa
pudo ser finalmente sepultado en la Iglesia de Santa Inés, en la plaza
Navona, donde Bernini había construido la fuente de los Cuatro Ríos.
Velázquez pintó el retrato del Papa, en 1650.