INQUISIDORES
Todo aquel que conozca la
verdadera historia sabe que la Inquisición no intervenía para
excitar al populacho sino, al contrario, para defender de sus furias irracionales
a los presuntos untadores o a las presuntas brujas. En caso de agitaciones,
el inquisidor se presentaba en el lugar seguido por miembros de su tribunal
y, con frecuencia, por una cuadrilla de sus guardias armados. Lo primero
que hacían estos últimos era restablecer el orden y mandar
a sus casas a la gente sedienta de sangre.
Acto seguido, y tomándose todo el tiempo necesario, practicando
todas las averiguaciones, aplicando un derecho procesal de cuyo rigor y de
cuya equidad deberíamos tomar ejemplo, se iniciaba el proceso. En
la gran mayoría de los casos y tal como prueban todas las investigaciones
históricas, dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la
absolución o con la advertencia o imposición de una penitencia
religiosa. Quienes se arriesgaban a acabar mal eran aquellos que, después
de las sentencias, volvían a gritar: <<¡Abajo la bruja!>>
o <<¡Abajo el untador!>>. Y hablando de untadores, el recuerdo
de la lectura de Los novios debería bastar para que supiésemos
que la caza fue iniciada y sostenida por las autoridades laicas, mientras
que la Iglesia desempeñó un papel por lo menos moderado, cuando
no escéptico.