INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL
ROMANO
ÍNDICE
PROEMIO
Testimonio de fe inalterada(2 - 5)
Manifestación de una tradición ininterrumpida (6 - 9)
Acomodación al nuevo estado de cosas (10 - 15)
CAP. I: IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
(16 - 26)
CAP. II: ACERCA DE LA ESTRUCTURA DE LA MISA, SUS ELEMENTOS Y SUS PARTES
I - La estructura general de la Misa (27 - 28)
II - Diversos elementos de la Misa (29 - 45)
- La lectura de la Palabra de Dios y su explicación
- Las oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
- Otras fórmulas que ocurren en la celebración
- Las maneras de pronunciar los diversos textos
- Importancia del canto
- Gestos y posturas corporales
- El silencio
III - Cada una de las partes de la Misa (46 - 90)
A) Ritos iniciales(46 - 54)
- Entrada
- Saludo al altar y al pueblo congregado
- Acto penitencial
- Señor, ten piedad
- Gloria a Dios en el cielo
- Colecta
B) Liturgia de la Palabra (55 - 71)
- Silencio
- Lecturas bíblicas
- Salmo responsorial
- Aclamación antes de la lectura del Evangelio
- Homilía
- Profesión de fe
- Oración universal
C) Liturgia eucarística (72 - 89)
- Preparación de los dones
- Oración sobre las ofrendas
- Plegaria Eucarística
- Rito de la comunión
- Oración del Señor
- Rito de la paz
- Fracción del Pan
- Comunión
D) Rito de conclusión (90)
CAP. III: OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
I - Oficios del orden sagrado (92 - 94)
II - Ministerios del pueblo de Dios (95 - 97)
III - Ministerios peculiares (98 - 107)
- Ministerio
del acólito y del lector instituidos
- Los
demás ministerios
IV – Distribución de los ministerios y preparación
de la celebración (108-111)
CAP. IV: DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR LA MISA
I - Misa con el pueblo (115 - 198)
Lo que debe prepararse (117
- 119)
A) Misa sin diácono(120-170)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la palabra
- Liturgia Eucarística
- Rito de conclusión
B) Misa con diácono (171 - 186)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la palabra
- Liturgia Eucarística
- Rito de conclusión
C) Ministerios del acólito (187 - 193)
- Ritos iniciales
- Liturgia Eucarística
D) Ministerios del lector (194 - 198)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la palabra
II - La Misa concelebrada (199 - 251)
- Ritos iniciales
- Liturgia de
la Palabra
- Liturgia Eucarística
- Modo de proclamar
la Plegaria Eucarística
Plegaria Eucarística I o Canon Romano
Plegaria Eucarística II
Plegaria Eucarística III
Plegaria Eucarística IV
- Rito
de la comunión
- Rito
de conclusión
III - Misa en la que sólo participa un ministro (252 - 272)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la palabra
- Liturgia Eucarística
- Rito de conclusión
IV - Algunas normas más generales para todas las formas de Misa (273
- 287)
- Veneración del altar y del
Evangeliario
- Genuflexión e inclinación
- Incensación
- Las purificaciones
- Comunión bajo las dos especies
CAP. V: DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS IGLESIAS PARA LA CELEBRACIÓN
DE LA EUCARISTÍA
I - Principios generales (288 - 294)
II - Arreglo del presbiterio para la asamblea (synaxis) sagrada (295 – 310)
- El altar y su ornato
- El ambón
- Sede para el sacerdote celebrante y otras sillas
III - Disposición de la iglesia (311 – 318)
- Lugar de los fieles
- Lugar de los cantores y de los instrumentos
musicales
- Lugar de la reserva de la santísima
Eucaristía
- Las imágenes sagradas
CAP. VI: COSAS QUE SE NECESITAN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
I - El pan y el vino para la celebración de la Eucaristía (319
- 324)
II - Los utensilios sagrados en general (325 - 326)
III - Los vasos sagrados (327 - 334)
IV - Vestiduras sagradas (335 - 347)
V - Otros objetos destinados al uso de la iglesia (348 - 351)
CAP. VII: ELECCIÓN DE LA MISA Y DE SUS PARTES
I - Elección de la Misa (353-355)
II - Partes elegibles de la Misa (356-367)
- Las lecturas
- Las oraciones
- Plegaria Eucarística
- El canto
CAP. VIII: MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES Y MISAS DE DIFUNTOS
I - Misas y oraciones por diversas necesidades (368 - 378)
II - Misas de difuntos (379-385)
CAP. IX: ADAPTACIONES QUE CORRESPONDEN A LOS OBISPOS Y A LAS CONFERENCIAS
DE LOS OBISPOS (386-399)
Notas
PROEMIO
1. Cristo el Señor, cuando iba a celebrar con sus discípulos
la Cena pascual en la que instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de
su Sangre, ordenó preparar una sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12).
La Iglesia siempre se ha considerado comprometida por esta orden, al
establecer normas relativas a la disposición de las personas, de los
lugares, de los ritos y de los textos para la celebración de la Eucaristía.
También las normas actuales que han sido promulgadas por la autoridad
del Concilio Ecuménico Vaticano II, y el nuevo Misal que en adelante
empleará la Iglesia de rito Romano para la celebración de la
Misa, son una una nueva manifestación de esta solicitud de la Iglesia,
de su fe y de su amor inalterable por el sublime misterio eucarístico,
y atestiguan su tradición continua e ininterrumpida, aunque se hayan
introducido algunas innovaciones.
Testimonio de fe inalterada
2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por el Concilio
Tridentino[1], en armonía con la tradición universal de la
Iglesia, ha sido expresada nuevamente por el Concilio Vaticano II, al pronunciar
estas significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro Salvador,
en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico
de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos,
hasta su retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa,
la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección».[2]
Lo que así fue enseñado por el Concilio está sobriamente
expresado por fórmulas de la Misa. Así lo pone ya de relieve
la expresión del Sacramentario llamado Leoniano: «cuantas veces
se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra redención».[3]
Esto se encuentra acertada y cuidadosamente expresado en las Plegarias Eucarísticas;
pues en éstas el sacerdote, al hacer la anámnesis, se dirige
a Dios en nombre también de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece
el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la Iglesia y la víctima
por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad[4];
y ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable
al Padre y salvación para todo el mundo.[5]
De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex orandi)
de la Iglesia responde a la norma perenne de la fe (lex credendi), por la
cual, somos amonestados, a saber, que el sacrificio, excepto por la forma
distinta como se ofrece, es uno e igual en cuanto sacrificio de la cruz y
en cuanto a su renovación sacramental en la Misa. Y es el mismo sacrificio
que Cristo, el Señor, instituyó en la última cena y
que mandó celebrar a los apóstoles en conmemoración
suya, por lo cual la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción
de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
3. También el admirable misterio de la presencia real del Señor
bajo las especies eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano
II[6] y por otros documentos del Magisterio de la Iglesia[7], en el mismo
sentido y con la misma autoridad con los cuales el Concilio de Trento lo
había declarado materia de fe,[8] es manifestado en la celebración
de la Misa, no sólo por las palabras de la consagración, por
las cuales, Cristo, por la transubstanciación, se hace presente, sino
también por la disposición de ánimo y la manifestación
de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia Eucarística.
Por esta misma razón se exhorta al pueblo cristiano a que el Jueves
Santo en la Cena del Señor y en la Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y de la Santísima Sangre de Cristo, honre con peculiar culto
de adoración este admirable Sacramento.
4. En verdad, la naturaleza del sacerdocio ministerial propia del obispo
y del presbítero, quienes en la persona de Cristo ofrecen el sacrificio
y presiden la asamblea del pueblo santo, resplandece en la forma del mismo
rito, por la preeminencia del lugar reservado y por el ministerio mismo del
sacerdote. Más aún, el contenido de este ministerio está
expresado y es explicado clara y ampliamente por la acción de gracias
de la Misa Crismal del Jueves santo, día en que se conmemora la institución
del sacerdocio. En ese prefacio se explica la transmisión de la potestad
sacerdotal llevada a cabo por la imposición de las manos; y se menciona
la misma potestad, refiriéndola a los ministerios ordenados, como
continuación de la potestad de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo
Testamento.
5. Pero, en la naturaleza del sacerdocio ministerial se manifiesta otra realidad
de gran importancia, a saber, el sacerdocio real de los fieles, cuyo sacrificio
espiritual es consumado por el ministerio del Obispo y de los presbíteros
en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador.[9] En
efecto, la celebración de la Eucaristía es acción de
la Iglesia universal; y en ella cada uno hará todo y sólo lo
que le pertenece conforme al grado que tiene en el pueblo de Dios. De aquí
la necesidad de prestar particular atención a determinados aspectos
de la celebración, a los cuales, algunas veces, en el decurso de los
siglos se prestó menos cuidado. Porque este pueblo es el pueblo de
Dios, adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor,
alimentado con su Palabra; pueblo llamado a elevar a Dios las peticiones
de toda la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio
de la salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo, por último,
que por la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se consolida
en la unidad. Este pueblo, aunque es santo por su origen, sin embargo, crece
continuamente en santidad por su participación consciente, activa
y fructuosa en el misterio eucarístico.[10]
Manifestación de una tradición ininterrumpida
6. Al dar a conocer las normas que deben seguirse en la revisión del
Ordinario de la Misa, el Concilio Vaticano II mandó, entre otras cosas,
que algunos ritos “fueran restablecidos de acuerdo con la primitiva norma
de los Santos Padres”,[11] usando, a saber, las mismas palabras que san Pío
V escribió en la Constitución Apostólica “Quo primum”,
con la cual fue promulgado, en 1570, el Misal Tridentino. Ciertamente, por
esta misma conformidad de las palabras, se puede señalar por qué
razón ambos Misales romanos, aunque entre ellos medie una distancia
de cuatro siglos, recogen una misma e idéntica tradición. Pero
si se examinan los elementos internos de esta tradición, se entiende
cuán acertada y felizmente el primero es completado por el segundo.
7. En los momentos difíciles, en los que ciertamente se ponía
en crisis la fe católica acerca de la naturaleza sacrificial de la
Misa, acerca del sacerdocio ministerial y de la presencia real y permanente
de Cristo bajo las especies eucarísticas, San Pío V se vio
obligado ante todo a salvaguardar la tradición más reciente,
atacada sin verdadera razón y, por este motivo, sólo se introdujeron
cambios mínimos en el rito sagrado. Ciertamente, el Misal del año
1570 se diferencia apenas muy poco del primero de todos, Misal que apareció
impreso en 1474, el cual, a su vez, reproduce fielmente el Misal de la época
de Inocencio III. Se dio el caso, además, que los Códices de
la Biblioteca Vaticana sirvieron para corregir algunas expresiones, pero
esta investigación de “antiguos y probados autores” se redujo a los
comentarios litúrgicos de la Edad Media.
8. Hoy, en cambio, aquella “norma de los Santos Padres”, que seguían
los correctores del Misal de San Pío V, fue enriquecida con innumerables
escritos de eruditos. Al Sacramentario Gregoriano, editado por primera vez
en 1571, siguieron los antiguos sacramentarios romanos y ambrosianos, repetidas
veces editados con sentido crítico, así como los antiguos libros
litúrgicos de España y de las Galias, que han aportado muchísimas
oraciones de gran belleza espiritual, ignoradas anteriormente.
Hoy, tras el hallazgo de tantos documentos litúrgicos, se conocen
mejor las tradiciones de los primeros siglos, anteriores a la constitución
de los Ritos de Oriente y de Occidente.
Además, con el progreso de los estudios de los Santos Padres, la teología
del misterio eucarístico ha recibido nueva luz por la doctrina de
los más eminentes Padres de la antigüedad cristiana como San
Ireneo, San Ambrosio, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo.
9. Por eso, la “norma de los Santos Padres” pide, no sólo que se conserven
aquellas cosas que nuestros inmediatos predecesores nos transmitieron, sino
que también se abarque y se estudie profundamente todo el pasado de
la Iglesia y todas las formas de expresión con las que la fe única
se ha manifestado en contextos humanos y culturales tan diferentes entre
sí, como pueden ser los correspondientes a las regiones semitas, griegas
y latinas. Esta perspectiva más amplia, nos permite ver cómo
el Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una maravillosa fidelidad
en la conservación inmutable del depósito de la fe, aunque
haya tanta variedad de ritos y oraciones.
Acomodación al nuevo estado de cosas
10. El nuevo Misal, entonces, mientras testifica la ley de la oración
de la Iglesia romana y protege el depósito de la fe transmitido por
los últimos Concilios, supone a su vez, un paso importantísimo
en la tradición litúrgica.
Pues cuando los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las aseveraciones
dogmáticas del Concilio Tridentino, hablaron en una época muy
distinta, y por esta razón pudieron aportar sugerencias y orientaciones
pastorales totalmente imprevisibles hace cuatro siglos.
11. El Concilio Tridentino ya había reconocido el gran valor catequético
contenido en la celebración de la Misa, pero no le fue posible deducir
todas las consecuencias prácticas. De hecho, muchos solicitaban que
se permitiera el uso de la lengua vernácula en la celebración
del sacrificio eucarístico. Pero el Concilio, teniendo en cuenta las
circunstancias que se daban en aquellos momentos, juzgó que era su
deber inculcar nuevamente la doctrina tradicional de la Iglesia, según
la cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de
Cristo mismo, del cual, por tanto, no se ve afectada su eficacia propia por
el modo como de él participan los fieles. En consecuencia, se expresó
con estas palabras, a la vez firmes y moderadas: “Aunque la Misa contiene
gran materia de instrucción para el pueblo fiel, sin embargo, no pareció
conveniente a los Padres que, como norma general, se celebrara en lengua
vernácula”.[12] Y declaró que debía ser condenado quien
juzgara que “debe reprobarse el rito de la Iglesia romana por el que se pronuncia
en voz baja la parte del Canon y las palabras de la consagración,
o que la Misa deba ser celebrada sólo en lengua vulgar”[13]. Sin embargo,
si por una parte prohibió el uso de la lengua vernácula en
la Misa, por otra parte, mandaba que los pastores de almas lo suplieran con
una conveniente catequesis: “para que las ovejas de Cristo no padezcan hambre...
el santo Sínodo manda a los pastores y a cuantos tienen cura de almas
que frecuentemente en la celebración de la Misa, por sí mismos,
o por medio de otros, expliquen algo de lo que se lee en la Misa, y que,
por lo demás, expliquen algún misterio de este santísimo
sacrificio, principalmente en los domingos y en los días festivos”.[14]
12. Por eso, el Concilio Vaticano II, congregado para adaptar la Iglesia
a las necesidades de su oficio apostólico en estos tiempos, miró
profundamente, como lo hizo el Concilio de Trento, el carácter didascálico
y pastoral de la sagrada Liturgia.[15] Y aunque ningún católico
niega la legitimidad y eficacia del sagrado rito celebrado en latín,
también pudo conceder que: “En no pocas ocasiones el empleo de la
lengua y vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo”, y autorizó
su uso.[16] El ardiente interés con que fue acogido en todas partes
este decreto hizo que, bajo la dirección de los Obispos y de la misma
Sede Apostólica, se permitiera el uso de la lengua vernácula
en todas las celebraciones con participación del pueblo, con lo cual
se entiende más plenamente el misterio que se celebra.
13. Sin embargo, aunque el uso de la lengua vernácula en la Sagrada
Liturgia es un instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente
la catequesis del Misterio, contenida en la celebración, el Concilio
Vaticano II advirtió también que debían ponerse en práctica
algunas prescripciones del Tridentino no en todas partes acatadas, como la
homilía los domingos y los días festivos,[17] y la posibilidad
de intercalar moniciones dentro de los mismos ritos sagrados.[18]
Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II al recomendar
especialmente que “la participación más perfecta es aquella
por la cual los fieles, después de la Comunión del sacerdote,
reciben el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma Misa”[19] exhorta
a llevar a la práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a
saber, que para participar más plenamente en la Eucaristía,
“no se contenten los fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino
que reciban sacramentalmente la comunión eucarística.”[20]
14. Movido por el mismo espíritu e interés pastoral, el Concilio
Vaticano II pudo examinar, con una nueva consideración, lo establecido
por el Tridentino acerca de la Comunión que se recibe bajo las dos
especies. Puesto que hoy nadie pone en duda los principios doctrinales del
valor pleno de la Comunión en la que se recibe la Eucaristía
bajo la única especie del pan, permitió algunas veces la Comunión
bajo las dos especies, cuando, de hecho, por la forma más clara del
signo sacramental se ofrezca a los fieles una oportunidad especial para captar
más profundamente el misterio en el que participan.[21]
15. De esta manera, la Iglesia, mientras permanece fiel a su misión
de maestra de la verdad, custodiando “lo antiguo”, es decir, el depósito
de la tradición, cumple también con su deber de examinar y
emplear prudentemente “lo nuevo” (cfr. Mt 13,52).
Así, de manera más abierta, una parte del nuevo Misal, ordena
las oraciones de la Iglesia a las necesidades de nuestro tiempo; tales son,
principalmente, las Misas rituales y por diversas necesidades, en las que
oportunamente se combinan lo tradicional y lo nuevo. Y así, mientras
que algunas expresiones provenientes de la más antigua tradición
de la Iglesia han permanecido intactas, como lo descubre el mismo Misal Romano,
editado tantas veces, otras muchas han sido acomodadas a las actuales necesidades
y circunstancias; otras, por el contrario, como las oraciones por la Iglesia,
por los laicos, por la santificación del trabajo humano, por la comunidad
de las naciones y por algunas necesidades propias de nuestro tiempo, han
sido elaboradas íntegramente, tomando los pensamientos y muchas veces
hasta las mismas expresiones de los recientes documentos conciliares.
Al usar textos de tan antiquísima tradición, valorando la nueva
situación del mundo actual, pareció que no se hacía
agravio a tan venerable tesoro si se cambiaban ciertas expresiones, con el
fin de adaptarlas convenientemente al lenguaje teológico de nuestro
tiempo y para que respondieran de verdad a la condición presente de
la disciplina de la Iglesia. De aquí que algunas expresiones relativas
al juicio y al uso de los bienes terrenos, fueron modificadas, y también
algunas otras que se refieren a formas externas de penitencia, propias de
la Iglesia de otras épocas.
Es así, entonces, como las normas litúrgicas del Concilio de
Trento han sido razonablemente completadas y perfeccionadas en varias partes
por las normas del Vaticano II, que llevó a término los esfuerzos
por acercar más a los fieles a la Liturgia, esfuerzos realizados durante
cuatro siglos, y especialmente en los últimos tiempos, debido principalmente
al interés que por la Liturgia suscitaron San Pío X y sus sucesores.
CAPÍTULO I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
16. La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del
pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida
cristiana para la Iglesia, tanto universal, como local, y para cada uno de
los fieles.[22] Pues en ella se tiene la cumbre, tanto de la acción
por la cual Dios, en Cristo, santifica al mundo, como la del culto que los
hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de
Dios, en el Espíritu Santo.[23] Además, en ella se renuevan
en el transcurso del año los misterios de la redención, para
que en cierto modo se nos hagan presentes.[24] Las demás acciones
sagradas y todas las obras de la vida cristiana están vinculadas con
ella, de ella fluyen y a ella se ordenan.[25]
17. Por esto, es de suma importancia que la celebración de la Misa,
o Cena del Señor, se ordene de tal modo que los ministros y los fieles,
que participan en ella según su condición, obtengan de ella
con más plenitud los frutos,[26] para conseguir los cuales Cristo
nuestro Señor instituyó el sacrificio eucarístico de
su Cuerpo y de su Sangre como memorial de su pasión y resurrección
y lo confió a la Iglesia, su amada Esposa.[27]
18. Esto se podrá conseguir apropiadamente si, atendiendo a la naturaleza
y a las circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración
se dispone de modo que lleve a la consciente, activa y plena participación
de los fieles, es decir, de cuerpo y alma, ferviente en la fe, la esperanza
y la caridad, que es la que la Iglesia desea ardientemente, la que exige
la misma naturaleza de la celebración, y a la que el pueblo cristiano
tiene el derecho y que constituye su deber, en virtud del Bautismo.[28]
19. Aunque en algunas ocasiones no se puede tener la presencia y la participación
activa de los fieles, las cuales manifiestan más claramente la naturaleza
eclesial de la acción sagrada,[29] la celebración eucarística
siempre está dotada de su eficacia y dignidad, ya que es un acto de
Cristo y de la Iglesia, en el cual el sacerdote lleva a cabo su principal
ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.
A él, pues, se le recomienda que, en cuanto pueda, celebre cotidianamente
el sacrificio eucarístico.[30]
20. Puesto que la celebración de la Eucaristía, como toda la
Liturgia, se realiza por medio de signos sensibles, por los cuales se alimenta,
se robustece y se expresa la fe,[31] procúrese al máximo seleccionar
y ordenar aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, teniendo
en cuenta las circunstancias de personas y lugares, favorezcan mejor la participación
activa y plena, y respondan más idóneamente al aprovechamiento
espiritual de los fieles.
21. Así, pues, esta Instrucción se propone dar, tanto los lineamientos
generales con los cuales se ordene idóneamente la celebración
de la Eucaristía, como exponer las normas para la disposición
de cada forma de celebración.[32]
22. Es de suma importancia la celebración de la Eucaristía
en la Iglesia particular.
Efectivamente, el Obispo diocesano es el primer dispensador de los misterios
de Dios en la Iglesia particular a él encomendada, es el moderador,
el promotor y el custodio de la vida litúrgica.[33] En las celebraciones
que se realizan, presididas por él, pero principalmente en la celebración
eucarística celebrada por él mismo y con la participación
del presbiterio, de los diáconos y del pueblo, se manifiesta el misterio
de la Iglesia. Por esto mismo, la celebración de las Misas solemnes
debe ser ejemplo para toda la diócesis.
Y así, él debe empeñarse en que los presbíteros,
los diáconos y los fieles laicos comprendan siempre más profundamente
el genuino sentido de los ritos y de los textos litúrgicos y, de esta
manera, alcancen una activa y fructuosa celebración de la Eucaristía.
Para el mismo fin vigile celosamente que sea cada vez mayor la dignidad de
dichas celebraciones, para lo cual servirá muchísimo que promueva
la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
23. Además, para que la celebración responda más plenamente
a las prescripciones y al espíritu de la Sagrada Liturgia y para que
crezca su eficacia pastoral, en esta Instrucción General y en el Ordinario
de la Misa, se proponen algunas acomodaciones y adaptaciones.
24. Estas adaptaciones, que consisten solamente en la elección de
algunos ritos o textos, es decir, de cantos, lecturas, oraciones, moniciones
y gestos, para que respondan mejor a las necesidades, a la preparación
y a la índole de los participantes, se encomiendan a cada sacerdote
celebrante. Sin embargo, recuerde el sacerdote que él es servidor
de la Sagrada Liturgia y que a él no le está permitido agregar,
quitar o cambiar algo por su propia iniciativa[34] en la celebración
de la Misa.
25. Además, en el Misal, en su sitio, se indican algunas adaptaciones
que, según la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, corresponden
o al Obispo diocesano o a la Conferencia de los Obispos[35] (cfr. más
adelante núms. 387; 388-393).
26. Sin embargo, por cuanto se refiera a cambios y a adaptaciones más
profundas que tengan que ver con tradiciones y con la índole de pueblos
y regiones que, según el espíritu del artículo 40 de
la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, deban introducirse por
utilidad o por necesidad, obsérvese lo que se expone en la Instrucción
“La Liturgia Romana y la inculturación”[36] y más adelante
(núms. 395-399).
CAPÍTULO II
ACERCA DE LA ESTRUCTURA DE LA MISA,
SUS ELEMENTOS Y SUS PARTES
I. LA ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y
reunido, bajo la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo
(in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio
eucarístico.[37] De manera que para esta reunión local de la
santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa
el sacrificio de la cruz,[38] Cristo está realmente presente en la
misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su
palabra y, más aún, de manera sustancial y permanente en las
especies eucarísticas.[39]
28. La Misa consta, en cierto modo, de dos partes, a saber, la Liturgia de
la Palabra y la Liturgia Eucarística, las cuales están tan
estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto.[40]
En efecto, en la Misa se prepara la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como
del Cuerpo de Cristo, de la cual los fieles son instruidos y alimentados.[41]
Consta además de algunos ritos que inician y concluyen la celebración.
II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
La lectura de la Palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla
a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia
un elemento de máxima importancia, deben ser escuchadas por todos
con veneración. Aunque la palabra divina en las lecturas de la sagrada
Escritura se dirija a todos los hombres de todos los tiempos y sea inteligible
para ellos, sin embargo, su más plena inteligencia y eficacia se favorece
con una explicación viva, es decir, con la homilía, que viene
así a ser parte de la acción litúrgica. [42]
Oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
30. Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la
Plegaria Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración.
Vienen en seguida las oraciones, es decir, la colecta, la oración
sobre las ofrendas y la oración después de la Comunión.
El sacerdote que preside la asamblea en representación de Cristo,
dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de todos
los circunstantes.[43] Con razón, pues, se denominan «oraciones
presidenciales».
31. También corresponde al sacerdote que ejerce el ministerio de presidente
de la asamblea congregada, hacer algunas moniciones previstas en el mismo
rito. Donde las rúbricas lo determinan, está permitido al celebrante
adaptarlas hasta cierto grado para que respondan a la capacidad de los participantes;
procure, sin embargo, el sacerdote conservar siempre el sentido de las moniciones
que se proponen en el Misal y expresarlo en pocas palabras. Al sacerdote
que preside le compete también moderar la Palabra de Dios y dar la
bendición final. A él, además, le está permitido
introducir a los fieles, con brevísimas palabras, a la Misa del día,
después del saludo inicial y antes del rito penitencial; a la Liturgia
de la Palabra, antes de las lecturas; a la Plegaria Eucarística, antes
del Prefacio, pero nunca dentro de la misma Plegaria; e igualmente, dar por
concluida toda la acción sagrada, antes de la despedida.
32. La naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien
con voz clara y alta, y que todos las escuchen con atención.[44] Por
consiguiente, mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni oraciones
y callen el órgano y otros instrumentos musicales.
33. Y en efecto, como presidente, el sacerdote pronuncia las oraciones en
nombre de la Iglesia y de la comunidad congregada, mientras que algunas veces
lo hace solamente en su nombre, para poder cumplir su ministerio con mayor
atención y piedad. De tal manera que las oraciones que se proponen
antes de la lectura del Evangelio, en la preparación de los dones,
así como antes y después de la Comunión, se dicen en
secreto
Otras fórmulas que ocurren en la celebración
34. Ya que por su naturaleza la celebración de la Misa tiene carácter
“comunitario”[45], los diálogos entre el celebrante y los fieles congregados,
así como las aclamaciones, tienen una gran importancia[46], puesto
que no son sólo señales exteriores de una celebración
común, sino que fomentan y realizan la comunión entreel sacerdote
y el pueblo.
35. Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote
y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que
deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que
se exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad.[47]
36. Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación
activa de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada,
son principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración
universal y la Oración del Señor.
37. De las otras fórmulas:
a) Algunas poseen por sí mismas el valor de rito o de acto, como el
himno del Gloria, el salmo responsorial, el Aleluia, el verso antes del Evangelio,
el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después
de la Comunión.
b) Otras, en cambio, como los cantos de entrada, al ofertorio, de la fracción
(Cordero de Dios) y de la Comunión, simplemente acompañan algún
rito.
Modos de pronunciar los diversos textos
38. En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el
sacerdote o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe
responder a la índole del respectivo texto, según éste
sea una lectura, oración, monición, aclamación o canto;
como también a la forma de la celebración y de la solemnidad
de la asamblea. Además, téngase en cuenta la índole
de las diversas lenguas y la naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”,
deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta,
observándose los principios arriba expuestos.
Importancia del canto
39. El Apóstol exhorta a los fieles congregados para esperar la venida
de su Señor a que canten todos juntos salmos, himnos y cánticos
espirituales (cfr. Col 3,16). Pues el canto es una señal de júbilo
del corazón (cfr. Hch 2, 46). De ahí que San Agustín
dice con razón: “Cantar es propio del que ama”,[48] y también
el antiguo proverbio: “Quien canta bien, ora dos veces”.
40. En la celebración de la Misa debe darse gran importancia al canto,
atendiendo a la índole del pueblo y a las posibilidades de cada asamblea
litúrgica. Aunque no siempre sea necesario, como por ejemplo en las
Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan
a ser cantados, hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los
ministros y del pueblo en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos
y fiestas de precepto.
En la selección de las partes que de hecho se van a cantar, se dará
la preferencia a las más importantes, y en especial, a las que debe
cantar el sacerdote o el diácono o el lector, con respuesta del pueblo,
o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo.[49]
41. Se ha de dar el primer lugar, en igualdad de circunstancias, al canto
gregoriano, ya que es propio de la Liturgia romana. Los demás géneros
de música sacra, y en particular la polifonía, con tal que
sean conformes con el espíritu de la acción litúrgica
y fomenten la participación de todos los fieles.[50]
Como cada día es más frecuente el encuentro de fieles de diversas
naciones, conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en latín,
con melodías sencillas, al menos algunas partes del Ordinario de la
Misa, especialmente el símbolo de la fe y la Oración del Señor.[51]
Gestos y posturas
42. Los gestos y las posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono
y de los ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración
resplandezca con dignidad y noble sencillez, que se comprenda el verdadero
y pleno significado de cada una se sus partes y que favorezca la participación
de todos.[52] Por lo tanto se prestará mayor atención a todo
lo determinado por esta Ordenación general y recibido de la praxis
del Rito romano, que lleve al bien común espiritual del pueblo de
Dios, antes que cualquier inclinación personal o arbitraria.
La uniformidad de las posturas observada por todos los participantes, es
signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados
para la sagrada Liturgia: pues expresa y fomenta la comunión de espíritu
y sentimientos de los participantes.
43. Los fieles permanecen de pie desde el comienzo del canto de entrada,
o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta la colecta inclusive; durante
el canto del Aleluia antes del Evangelio; durante la proclamación
del Evangelio; durante la profesión de fe y la oración universal;
también desde la invitación Oren hermanos, antes de la oración
sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que
se indican más abajo.
Estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del Evangelio
y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se preparan
las ofrendas para el ofertorio; y, según las circunstancias, durante
el momento de silencio sagrado después de la Comunión.
Pero han de arrodillarse, a no ser que lo impida un motivo de salud, por
la falta de espacio o el gran número de asistentes u otras causas
razonables, durante la consagración. Los que no se arrodillan para
la consagración harán una inclinación profunda cuando
el sacerdote se arrodilla después de la consagración.
Compete sin embargo a las Conferencias Episcopales adaptar, según
la norma del derecho, los gestos y las posturas mencionadas en el Ordo Missae,
a la índole y a las tradiciones razonables de los pueblos.[53] Pero
cuídese que las adaptaciones respondan al sentido e índole
de cada una de las partes de la celebración. Donde se acostumbra que
el pueblo permanezca de rodillas desde que termina el Santo hasta el fin
de la Plegaria Eucarística y también antes de la Comunión
cuando el sacerdote dice Éste es el Cordero de Dios manténgase
loablemente.
Para lograr esta uniformidad en gestos y posturas durante una misma celebración,
obedezcan los fieles a las moniciones que hacen los diáconos, o el
ministro laico, o el sacerdote, conforme lo establecido en el Misal.
44. Entre los gestos se incluyen también las acciones y las procesiones,
como cuando el sacerdote con el diácono, y los ministros, se acercan
al altar; cuando el diácono antes de la proclamación del Evangelio
lleva al ambón el Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los
fieles llevan las ofrendas y se acercan a la Comunión. Conviene que
estas acciones y procesiones se realicen decorosamente, acompañadas
con los cantos correspondientes, según las normas establecidas para
cada caso.
El silencio
45. También como parte de la celebración debe guardarse a su
tiempo un silencio sagrado.[54] Su naturaleza depende del momento en que
se guarda en cada celebración. Así, en el acto penitencial
y después de la invitación a orar, todos se recogen interiormente;
después de la lectura o la homilía, meditan brevemente lo escuchado;
después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón.
Ya antes de la celebración guárdese un respetuoso silencio
en la Iglesia, en la sacristía y lugares adyacentes, para que todos
puedan prepararse a la celebración devota y religiosamente.
III. DIVERSAS PARTES DE LA MISA
A) RITOS INICIALES
46. Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir, la entrada,
el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, elGloria y la
colecta, tienen el carácter de exordio, de introducción y de
preparación.
Su finalidad es hacer que los fieles reunidos construyan una comunión
y se dispongan a escuchar debidamente la Palabra de Dios y a celebrar dignamente
la Eucaristía.
En las celebraciones que, a tenor de los libros litúrgicos, se unen
con la Misa, se omiten los ritos iniciales o se realizan de modo particular.
Entrada
47. Una vez reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono
y los ministros, comienza al canto de entrada. La finalidad de este canto
es abrir la celebración, fomentar la unión de los que se han
congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico
o de la fiesta, y acompañar la procesión del sacerdote y los
ministros.
48. Lo cantan alternando el coro y el pueblo o de modo similar un cantor
y el pueblo, o bien todo el pueblo, o solamente el coro. Se puede emplear
una antífona con su salmo como se encuentra en el Gradual romano o
en el Gradual simple, u otro canto que convenga a la acción sagrada,
y al carácter del día o del tiempo,[55] cuyo texto haya sido
aprobado por la Conferencia Episcopal.
Si no hubiera canto de entrada, recitarán la antífona indicada
en el Misal los fieles o algunos de ellos o un lector o, en último
caso, el mismo sacerdote, quien podrá adaptarla a manera de monición
inicial (cf. n. 31).
Saludo al altar y al pueblo congregado
49. El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio,
saludan al altar con una inclinación profunda.
En señal de veneración, el sacerdote y el diácono besan
después el altar; y el sacerdote, según las circunstancias,
inciensa la cruz y el altar.
50. Concluido el canto de entrada, el sacerdote, de pie en la sede, se signa
juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; luego mediante
el saludo manifiesta a la comunidad congregada la presencia del Señor.
Este saludo y la respuesta del pueblo hacen patente el misterio de la Iglesia
congregada.
Después del saludo, el sacerdote, o el diácono o un ministro
laico, con brevísimas palabras, puede introducir a los fieles en la
Misa del día.
Acto penitencial
51. Luego el sacerdote invita al acto penitencial que, después de
una breve pausa de silencio, la hace toda la comunidad por mediante una formula
de confesión general, y que el sacerdote concluye con la absolución,
la cual, sin embargo, carece de eficacia del sacramento de la Penitencia.
El domingo, especialmente en el tiempo pascual, puede hacerse alguna vez
la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo.
[56]
Señor, ten piedad
52. Después del acto penitencial comienza siempre el Señor,
ten piedad, a menos que éste haya formado parte del mismo acto penitencial.
Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor e imploran
su misericordia, de ordinario será cantado por todos, es decir, tomarán
parte de él el pueblo y los cantores o un cantor.
Cada aclamación normalmente se repetirá dos veces, sin excluir
un número mayor, por razón de la índole peculiar de
cada lengua o de las exigencias del arte musical o de las circunstancias.
Cuando el Señor, ten piedad se canta como parte del acto penitencial,
se propone un “tropo” para cada aclamación.
Gloria a Dios en el cielo
53. El Gloria es un himno antiquísimo y venerable por el que la Iglesia
congregada en el Espíritu Santo glorifica a Dios Padre y al Cordero,
y le suplica. El texto de este himno no puede ser cambiado por otro. Lo comienza
el sacerdote o, según las circunstancias, un cantor o los cantores,
pero es cantado por todos juntos, o alternando el pueblo con los cantores,
o solo por los cantores. Si no se canta, lo recitarán todos juntos,
o alternando en dos coros.
Se canta o se recita los domingos, excepto en tiempos de Adviento y de Cuaresma,
en las solemnidades y en las fiestas, y en algunas celebraciones peculiares
más solemnes.
Colecta
54. Después el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, junto con
el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de
estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus intenciones y
deseos. Entonces el sacerdote profiere la oración, que suele llamarse
“colecta” y por la cual se expresa la naturaleza de la celebración.
Conforme una antigua tradición de la Iglesia, normalmente la oración
colecta se dirige a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo[57]
y termina con la conclusión trinitaria, es decir la más larga,
de este modo:
Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos.
Si se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo: Él, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos.
Si se dirige al Hijo: Que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu
Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
El pueblo uniéndose a la súplica, hace suya la oración
con la aclamación Amén.
En la Misa siempre se dice una sola oración colecta.
B) LITURGIA DE LA PALABRA
55. Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura con los cantos que se intercalan,
constituyen la parte principal de la liturgia de la Palabra; y la homilía,
la profesión de fe y la oración universal u oración
de los fieles la desarrollan y concluyen. Pues en las lecturas que la homilía
explica, Dios habla a su pueblo,[58] manifiesta el misterio de la redención
y salvación, y brinda el alimento espiritual; y Cristo por su Palabra,
se hace presente en medio de su pueblo.[59] El pueblo hace suya esta palabra
divina por el silencio y los cantos; y se adhiere a ella por la profesión
de fe; y alimentado por ella, ruega en la oración universal por las
necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el mundo.
Silencio
56. La Liturgia de la Palabra será celebrada de tal modo que favorezca
la meditación; por eso se evitará completamente toda clase
de prisas que impida el recogimiento. Conviene que en ella también
se den momentos breves de silencio, adaptados a la asamblea congregada, en
los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios sea
acogida en el corazón y mediante la oración se prepare la respuesta.
Estos momentos de silencio pueden guardarse oportunamente, por ejemplo, antes
de que comience la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera
y de la segunda lectura, y al terminar la homilía.[60]
Lecturas bíblicas
57. Por las lecturas se prepara la mesa de la Palabra de Dios a los fieles
y se les abren los tesoros de la Biblia. [61] Por lo cual se debe conservar
la disposición de las lecturas bíblicas que esclarecen la unidad
de ambos Testamentos y de la historia de la salvación; y no está
permitido que las lecturas y el salmo responsorial que contienen la Palabra
de Dios, sean cambiados por otros textos no bíblicos. [62]
58. En la celebración de la Misa con pueblo, las lecturas se proclamarán
siempre desde el ambón.
59. La proclamación de las lecturas, según la tradición,
no es una función presidencial sino ministerial. Por lo tanto un lector
hará las lecturas, pero el Evangelio será anunciado por el
diácono o, en su ausencia, por otro sacerdote. Sin embargo, si no
hubiera diácono u otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá
el Evangelio; y si tampoco hubiera un lector idóneo, el sacerdote
celebrante también proferirá las otras lecturas.
Después de cada lectura, el que la lee dice la aclamación,
y el pueblo congregado, con su respuesta, venera la Palabra de Dios recibida
con fe y espíritu agradecido.
60. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra.
La Liturgia misma enseña que debe tributársele suma veneración,
cuando la distingue entre las otras lecturas con especial honor, sea por
parte del ministro delegado para anunciarlo y por la bendición o la
oración con que se prepara; sea por parte de los fieles, que con sus
aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y
escuchan de pie la lectura misma; sea por los mismos signos de veneración
que se tributan al Evangeliario.
Salmo responsorial
61. Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que
es parte integral de la Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene
gran importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación
de la Palabra de Dios.
El salmo responsorial debe corresponder a cada una de las lecturas y se toma
habitualmente del leccionario.
Conviene que el salmo responsorial sea cantado, al menos la respuesta que
pertenece al pueblo. Así pues, el salmista o el cantor del salmo,
desde el ambón o en otro sitio apropiado, proclama las estrofas del
salmo, mientras que toda la asamblea permanece sentada, escucha y, más
aún, de ordinario participa por medio de la respuesta, a menos que
el salmo se proclame de modo directo, es decir, sin respuesta. Pero, para
que el pueblo pueda unirse con mayor facilidad a la respuesta salmódica,
se escogieron unos textos de respuesta y unos de los salmos, según
los distintos tiempos del año o las diversas categorías de
Santos, que pueden emplearse en vez del texto correspondiente a la lectura,
siempre que el salmo sea cantado. Si el salmo no puede cantarse, se proclama
de la manera más apta para facilitar la meditación de la Palabra
de Dios.
En vez del salmo asignado en el leccionario, puede también cantarse
el responsorio gradual tomado del Gradual Romano, o el salmo responsorial
o aleluyático tomado del Gradual Simple, tal como se presentan en
esos libros.
Aclamación antes de la lectura del Evangelio
62. Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio,
se canta el Aleluia u otro canto establecido por las rúbricas, según
lo pida el tiempo litúrgico. Esta aclamación por sí
misma constituye un rito o un acto por el que la asamblea de los fieles acoge
y saluda al Señor que le hablará en el Evangelio y confiesa
su fe con el canto. Es cantado por todos de pie, iniciándolo los cantores
o el cantor, y si fuere necesario, se repite, pero el versículo es
cantado por los cantores o por un cantor.
a) El Aleluia se canta en todos los tiempos, excepto en Cuaresma. Los versículos
se toman del leccionario o del Gradual.
b) En tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluia, se canta el versículo
antes del Evangelio, presentado en el leccionario. También se puede
cantar otro salmo o el tracto, como se encuentra en el Gradual.
63. Cuando hay solo una lectura antes del Evangelio:
a) En los tiempos en que se dice Aleluia, se puede tomar o el salmo aleluyático
o el salmo y Aleluia con su versículo.
b) En el tiempo en que no se dice Aleluia, se puede tomar o el salmo y el
versículo antes del Evangelio, o solamente el salmo.
c) El Aleluia o el versículo antes del Evangelio, si no se canta,
puede omitirse.
64. La Secuencia, que excepto los días de Pascua y de Pentecostés,
es ad libitum, se canta antes del Aleluia.
Homilía
65. La homilía es parte de la Liturgia y se la recomienda encarecidamente,[63]
pues es el alimento necesario para la vida cristiana. Conviene que sea una
explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada
Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día,
teniendo en cuenta el misterio que se celebra y las necesidades particulares
de los oyentes.[64]
66. De ordinario hará la homilía el mismo sacerdote celebrante,
o éste se la encomendará a un sacerdote concelebrante, o alguna
vez, según las circunstancias, a un diácono, pero nunca a un
laico.[65] En casos particulares, y por justa causa, también puede
hacer la homilía un Obispo o presbítero que esté
presente en la celebración pero que no puede concelebrar.
Los domingos y fiestas del precepto debe haber homilía en todas las
Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no se la puede omitir,
sino por un motivo grave; los demás días se recomienda, especialmente
en las ferias de Adviento, Cuaresma y tiempo pascual, así como también
en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude en mayor nímero
a la Iglesia.[66]
Es oportuno guardar un breve momento de silencio después de la homilía.
Profesión de fe
67. El Símbolo o Profesión de Fe, tiende a que todo el pueblo
congregado responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la
Sagrada Escritura y expuesta en la homilía, y a que, al proclamar
la norma de su fe, con la fórmula aprobada para el uso litúrgico,
recuerde y confiese los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su
celebración en la Eucaristía.
68. El Símbolo lo debe decir o cantar el sacerdote junto con el pueblo
los domingos y solemnidades; también puede decirse en celebraciones
más solemnes.
Si se canta, lo comienza el sacerdote, o según las circunstancias,
un cantor o los cantores, pero será cantado por todos juntos, o por
el pueblo alternando con los cantores.
Si no se canta, lo recitarán todos juntos o alternando en dos coros.
Oración universal
69. En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo
responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando
el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la
salvación de todos. Conviene que esta oración se haga normalmente
en todas las Misas con asistencia del pueblo, para que se eleven súplicas
por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad
y por todos los hombres y la salvación del mundo entero.[67]
70. Las serie de intenciones de ordinario será:
a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier dificultad.
d) Por la comunidad local.
Sin embargo, en alguna celebración particular, como la Confirmación,
el Matrimonio o las Exequias, el orden de las intenciones puede tener en
cuenta más expresamente la ocasión particular.
71. Compete al sacerdote celebrante dirigir esta oración desde la
sede. Él la introduce con una breve monición, en la que invita
a los fieles a orar, y la termina con la oración conclusiva. Las intenciones
que se proponen deben ser sobrias, compuestas con sabia libertad y pocas
palabras y deben expresar la súplica de toda la comunidad.
Serán proferidas desde el ambón u otro lugar adecuado, por
el diácono, o un cantor, o un lector, o un fiel laico.[68]
El pueblo, de pie, expresa su súplica con una invocación común
después de cada intención, o bien con la oración en
silencio.
C) Liturgia Eucarística
72. En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el
banquete pascual, por el que el sacrificio de la cruz se hace continuamente
presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo el Señor,
realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos
que hicieran en memoria de Él.[69]
Cristo tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, coman, beban; esto es
mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Hagan esto en conmemoración
mía". Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de
la Liturgia Eucarística con estas partes, que responden a las palabras
y a las acciones de Cristo. En efecto:
1) En la preparación de los dones se llevan al altar pan, vino y agua,
o sea los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra
de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la
Sangre de Cristo.
3) Por la fracción del pan y por la Comunión los fieles, aunque
muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz
la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron
de las manos del mismo Cristo.
Preparación de los dones
73. Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los
dones que se convertirán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro
de toda la Liturgia Eucarística,[70] y en él se colocan el
corporal, el purificador, el misal y el cáliz, cuando éste
no se prepara en la credencia.
Luego se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados
por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el
sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos
quienes las llevan al altar. Aunque los fieles ya no contribuyan con el pan
y el vino destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente,
no obstante el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.
También se puede recibir dinero u otros dones para los pobres o para
la iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la nave de la
iglesia, y que se colocarán en un lugar conveniente, fuera de la mesa
eucarística.
74. Acompaña a la procesión en la que se llevan las ofrendas,
el canto de la presentación de los dones (cf. n.37 b), que se prolonga
por lo menos hasta que las ofrendas han sido colocadas sobre el altar. Las
normas sobre el modo de cantarlo son las mismas que para el canto de entrada
(cf. n. 48). El canto siempre puede acompañar los ritos del ofertorio,
incluso cuando no hay procesión de dones.
75. El sacerdote coloca el pan y el vino sobre el altar diciendo las fórmulas
establecidas; puede incensar los dones colocados sobre el altar, luego la
cruz y el altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su
oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después
el sacerdote, por causa de su sagrado ministerio, y el pueblo, en razón
de su dignidad bautismal, pueden ser incensados por el diácono, o
por otro ministro.
76. Luego el sacerdote se lava las manos al costado del altar, expresando
con este rito el deseo de purificación interior.
Oración sobre las ofrendas
77. Una vez depositadas las ofrendas en el altar y concluidos los ritos correspondientes,
con la invitación a orar junto con el sacerdote y la oración
sobre las ofrendas, se concluye la preparación de los dones y se prepara
la Plegaria Eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre las ofrendas, que se concluye
con la terminación breve: Por Jesucristo, nuestro Señor; y
si al final se hace mención del Hijo: Que vive y reina por los siglos
de los siglos.
El pueblo uniéndose a la súplica, hace suya la oración
con la aclamación Amén.
Plegaria Eucarística
78. Ahora comienza el centro y cumbre de toda la celebración: la Plegaria
Eucarística, es decir, la plegaria de acción de gracias y de
santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones
al Señor en la oración y acción de gracias y lo asocia
a la oración que, en nombre de toda la comunidad, él dirige
a Dios Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo. El sentido de esta
oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en
la alabanza de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La
Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con respeto y en
silencio.
79. Los principales elementos de la Plegaria Eucarística pueden distinguirse
de esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio),
en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios
Padre y le da gracias por la obra de la salvación o por algún
aspecto particular de la misma, según los diversos día, fiesta
o tiempo.
b) Aclamación: con ella toda la comunidad, uniéndose a los
coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que forma parte
de la Plegaria Eucarística, es proferida por todo el pueblo junto
con el sacerdote.
c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de invocaciones peculiares,
implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos
por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y
en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va
a recibir en la Comunión sea para salvación de quienes van
a participar en ella.
d) Narración de la institución y consagración: por las
palabras y por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el
mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció
su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a los Apóstoles
como comida y bebida, y les dejó el mandato de perpetuar el mismo
misterio.
e) Anámnesis: con ella la Iglesia, cumpliendo el mandato que recibió
de Cristo el Señor por medio de los Apóstoles, realiza el memorial
del mismo Cristo recordando especialmente su bienaventurada pasión,
su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.
f) Oblación: por ella, en este memorial la Iglesia, y principalmente
la que está aquí y ahora congregada, ofrece al Padre en el
Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia procura que
los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que
también aprendan a ofrecerse a sí mismos, [71] se perfeccionen
día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y
entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos.[72]
g) Intercesiones: por las que se expresa que la Eucaristía se celebra
en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, y que la
ofrenda se hace por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos,
que han sido llamados a participar de la redención y de la salvación
adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
h) Doxología final: en ella se expresa la glorificación de
Dios, y se confirma y concluye con la aclamación: Amén del
pueblo.
Rito de la comunión
80. Como quiera que la celebración eucarística es un banquete
pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo
y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente
preparados. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios,
con los que se va disponiendo a los fieles para el momento de la Comunión.
Oración del Señor
81. En la Oración del Señor se pide el pan de cada día,
lo cual para los cristianos implica especialmente el pan eucarístico,
y se implora la purificación de los pecados, de modo que, en verdad,
las cosas santas sean dadas a los santos. El sacerdote invita a orar, y todos
los fieles, junto con el sacerdote, dicen la oración; solo el sacerdote
añade el embolismoy todo el pueblo lo concluye con la doxología.
El embolismo, que desarrolla la última petición de la Oración
del Señor, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación
del poder del mal.
La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología
conclusiva del pueblo, se profieren con canto o en voz alta.
Rito de la paz
82. Sigue el rito de la paz, por el que la Iglesia implora para sí
misma y para toda la familia humana la paz y la unidad, y los fieles se expresan
la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de comulgar con el
Sacramento.
En cuanto al gesto mismo de entregar la paz, el modo será establecido
por las Conferencias Episcopales, de acuerdo a la indole y costumbres de
los pueblos. Sin embargo es conveniente que cada uno dé la paz con
sobriedad solamente a los que están más cercanos.
La fracción del pan
83. El sacerdote parte el pan eucarístico con ayuda, si es necesario,
del diácono o del concelebrante. El gesto de la fracción realizado
por Cristo en la Última Cena, que en los tiempos apostólicos
dio el nombre a toda la acción eucarística, significa que los
fieles siendo muchos, por la Comunión de un solo pan de vida, que
es Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo, forman un
solo cuerpo (1Co 10, 17). La fracción comienza después del
rito de la paz y debe sercumplida con la debida reverencia, sin embargo no
se ha de prolongar innecesariamente ni se le dará una importancia
exagerada. Este rito está reservado al sacerdote y al diácono.
El sacerdote parte el pan y deja caer una parte de la hostia en el cáliz,
para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la
obra de la redención, esto es del Cuerpo de Cristo Jesús viviente
y glorioso. El coro o el cantor cantan la súplica Cordero de Dios,
como de costumbre, con la respuesta del pueblo, o al menos lo dicen en voz
alta. La invocación acompaña la fracción del pan, por
lo cual puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta que haya terminado
el rito. La última vez se concluye con las palabras danos la paz.
Comunión
84. El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir
fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo
orando en silencio.
Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la
patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente
con los fieles, pronuncia el acto de humildad, usando las palabras evangélicas
indicadas.
85. Es muy de desear que los fieles, tal como el mismo sacerdote está
obligado a hacer, participen del Cuerpo del Señor con hostias consagradas
en esa misma Misa, y en los casos previstos, participen del cáliz
(cfr. n. 283)de manera que, incluso por los signos, aparezca mejor que la
Comunión es participación en el Sacrificio que se está
celebrando.[73]
86. Mientras el sacerdote toma el Sacramento, comienza el canto de Comunión,
el cual debe expresar, por la unión de las voces, la unión
espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y hacer
más evidente el carácter “comunitario” de la procesión
para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se distribuye
el Sacramento a los fieles.[74] Sin embargo, si se va a cantar un himno después
de la Comunión, conclúyase oportunamente el canto de Comunión.
Procúrese que también los cantores puedan comulgar convenientemente.
87. Para el canto de Comunión puede emplearse la antífona del
Gradual Romano, con o sin salmo, o la antífona con el salmo del Gradual
simple u otro canto adecuado, aprobado por la Conferencia Episcopal. Lo cantan
los cantores solos o bien los cantores o el cantor con el pueblo.
Si no hay canto, la antífona propuesta en el Misal puede ser recitada
por los fieles, o por algunos de ellos, o por un lector, o en último
caso por el sacerdote después de comulgar y antes de distribuir la
comunión a los fieles.
88. Terminada la distribución de la Comunión, según
las circunstancias, el sacerdote y los fieles oran en secreto por algunos
momentos. Si se prefiere, toda la asamblea puede también cantar un
salmo, o algún otro canto de alabanza o un himno.
89. Para completar la súplica del pueblo de Dios y para concluir todo
el rito de la Comunión, el sacerdote profiere la oración después
de la Comunión, en la que se imploran los frutos del misterio celebrado.
En la Misa se dice una sola oración después de la Comunión,
que termina con conclusión breve, es decir:
— Si se dirige al Padre: Por Jesucristo, nuestro Señor.
— Si se dirige al Padre, pero al final se hace mención del Hijo: Que
vive y reina por siglos de los siglos.
— Si se dirige al Hijo: Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo hace suya la oración con la aclamación: Amén.
D) Rito de conclusión
90. Al rito de conclusión pertenecen:
a) dar breves avisos, si fuere necesario.
b) el saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días
y ocasiones se enriquece y se expresa con la oración "sobre el pueblo"
o con otra fórmula más solemne.
c) la despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote,
para que cada uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.
d) el beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y luego
la inclinación profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono
y de los demás ministros.
CAPITULO III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
91. La celebración eucarística es acción de Cristo y
de la Iglesia, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la autoridad
del Obispo. Por esto, pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta
e influye en él; pero atañe a cada uno de los miembros de este
Cuerpo, según la diversidad de órdenes, ministerios y participación
actual.[75] De este modo el pueblo cristiano “raza elegída, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido”, manifiesta su orden interno
coherente y jerárquico. [76] Por lo tanto todos los ministros ordenados
y los fieles laicos, al desempeñar su función u oficio, harán
todo y sólo aquello que les corresponde.[77]
I. OFICIOS DEL ORDEN SAGRADO
92. Toda celebración legítima de la Eucaristía es dirigida
por el Obispo, ya sea por si mismo, ya por los presbíteros, sus colaboradores.
[78]
Cuando el Obispo está presente en la Misa en la que está congregado
el pueblo, conviene en gran manera que sea él quien celebre la Eucaristía
y los presbíteros, como concelebrantes, se le asocien en la acción
sagrada. Esto no se realiza para aumentar la solemnidad exterior del rito,
sino para significar de una manera más clara el misterio de la Iglesia,
“sacramento de unidad”.[79]
Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía, sino que encomienda a
otro el hacerlo, conviene que él mismo, con cruz pectoral y revestido
con la estola y la capa pluvial sobre el alba, presida la liturgia de la
Palabra e imparta la bendición al final de la Misa.[80]
93. También el presbítero, que en la Iglesia en virtud del
Orden sagrado tiene la facultad de ofrecer el sacrificio “in persona Christi”,
[81] preside por eso, aquí y ahora, al pueblo fiel congregado, dirige
su oración, le proclama el mensaje de la salvación, asocia
a sí al pueblo ofreciendo el sacrificio a Dios Padre por Cristo en
el Espíritu Santo, da a sus hermanos el Pan de la vida eterna y participa
del mismo con ellos. Por consiguiente, cuando celebra la Eucaristía,
debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y mostrar a los fieles,
en el modo de comportarse y de proclamar las divinas palabras, la presencia
viva de Cristo.
94. Después del presbítero, el diácono, en virtud de
la sagrada ordenación recibida, ocupa el primer lugar entre los que
sirven en la celebración eucarística. En efecto, ya desde la
antigua edad apostólica, la Iglesia tuvo en gran veneración
el sagrado Orden del diaconado. [82] En la Misa, al Diácono tiene
partes propias: proclama el Evangelio y, a veces, predica la Palabra de Dios;
anuncia las intenciones en la oración universal; ayudar al sacerdote
en la preparación del altar y asistiéndolo en la celebración
del sacrificio, distribuye a los fieles la Eucaristía, especialmente
bajo la especie de vino, y a veces indica los gestos y las posturas del pueblo.
II. MINISTERIOS DEL PUEBLO DE DIOS
95. En la celebración de la Misa los fieles forman la nación
santa, el pueblo adquirido por Dios y el sacerdocio real, para dar gracias
a Dios y ofrecer no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente
con él, la víctima inmaculada, y aprender a ofrecerse a sí
mismos.[83] Procuren, por tanto, manifestar eso por medio de un profundo
sentido religioso y por la caridad hacia los hermanos que participan en la
misma celebración.
Eviten, pues, toda apariencia de singularidad o división, teniendo
presente que tienen un único Padre en el cielo, y por tanto, son todos
hermanos entre sí.
96. Formen un solo cuerpo, escuchando la Palabra de Dios, tomando parte en
las oraciones y en el canto, y principalmente en la común ofrenda
del sacrificio y en la común participación en la mesa del Señor.
Esta unidad se manifiesta perfectamente cuando los fieles observan comunitariamente
los mismos gestos y posturas.
97. No rehúsen los fieles servir con alegría al pueblo de Dios,
cada vez que se les pida que desempeñen en la celebración algún
determinado ministerio o función.
III. MINISTERIOS PECULIARES
Ministerio del acólito y del lector instituidos
98. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar
al sacerdote y al diácono. Al él le corresponde especialmente
preparar el altar y los vasos sagrados y, si fuere necesario, distribuir
a los fieles la Eucaristía, de la que es ministro extraordinario.[84]
En el ministerio del altar, el acólito tiene sus funciones propias
(cfr. núms. 187 - 193), que debe ejercer.
99. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura,
excepto el Evangelio. Puede también decir las intenciones de la oración
universal, y, en ausencia de un salmista, proclamar el salmo responsorial.
En la celebración eucarística el lector tiene un ministerio
propio (cfr. núms. 194 -198) que solo él debe ejercer.
Otras funciones
100. En ausencia de un acólito instituido, pueden servir en el altar
y asistir al sacerdote y al diácono ministros laicos que pueden llevar
la cruz, las velas, el incensario, el pan, el vino, el agua, y también
distribuir la sagrada Comunión como ministros extraordinarios.[85]
101. En ausencia de un lector instituido, se puede encomendar la proclamación
de las lecturas de la Sagrada Escritura a algunos laicos que realmente sean
aptos y estén diligentemente preparados para desempeñar este
ministerio, de manera que los fieles al escuchar las lecturas divinas conciban
en su corazón un amor suave y vivo por la Sagrada Escritura.[86]
102. Corresponde al salmista proferir el salmo u otro cántico bíblico
interleccional. Para cumplir correctamente su función, es necesario
que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes para emitir bien
y pronunciar con claridad.
103. Entre los fieles ejercen su función litúrgica los cantores
o el coro, a quienes pertenece asegurarla justa interpretación de
las partes que le corresponden según los distintos géneros
de cantos, y promover la participación activa de los fieles en el
canto.[87] Lo que se dice de los cantores vale, también para los demás
músicos, especialmente para el organista.
104. Es conveniente que haya un cantor o un maestro de coro para que dirija
y sostenga el canto del pueblo. Más aún, cuando falten los
cantores, corresponde a un cantor dirigir diversos cantos, con la participación
del pueblo en las partes que le corresponden.[88]
105. Ejercen también una función litúrgica:
a) El sacristán, que prepara diligentemente los libros litúrgicos,
los ornamentos y las demás cosas necesarias en la celebración
de la Misa.
b) El guía que, según las circunstancias, propone a los fieles
breves explicaciones y admoniciones para introducirlos en la celebración
y disponerlos a entenderla mejor. Es necesario que las admoniciones del guía
estén preparadas mesuradamente y sean claras en su sobriedad. Al cumplir
su función el guía permanece de pie en un lugar adecuado frente
a los fieles, pero no en el ambón.
c) Los que hacen las colectas en la iglesia.
d) Los que, en algunas regiones, reciben a los fieles a la puerta de la iglesia,
y los ubican en los lugares que les corresponden y ordenan sus procesiones.
106. Conviene que al menos en las iglesias catedrales y mayores, haya un
ministro competente, o maestro de ceremonias, que disponga debidamente las
acciones sagradas y cuide que los ministros sagrados y los fieles laicos
las realicen con decoro, orden y piedad.
107. Las funciones litúrgicas que no son propias del sacerdote ni
del diácono, de las que se habla más arriba (nn. 100-106),
pueden ser encomendadas, mediante una bendición litúrgica o
por una delegación temporal, a laicos idóneos elegidos por
el párroco o el rector de la iglesia. [89] En cuanto ala función
de ayudar al sacerdote en el altar, obsérvense las normas dadas por
el Obispo para su diócesis.
IV. DISTRIBUCIÓN DE LAS
FUNCIONES Y PREPARATIVOS PARA
LA CELEBRACIÓN
108. Un mismo y único sacerdote debe ejercer siempre la función
presidencial en todas sus partes, excepto las que son propias de la Misa
en la que está presente el Obispo (cfr. antes n. 92).
109. Si hay varios que pueden desempeñar el mismo ministerio, nada
impide que lo realicen distribuyéndose entre sí las diversas
partes del mismo ministerio u oficio. Por ejemplo un diácono puede
encargarse de las partes cantadas y otro del ministerio del altar; si hay
varias lecturas, conviene distribuirlas entre diversos lectores; y así
en lo demás. Pero de ningún modo conviene que un único
elemento de la celebración se divida entre dos, por ejemplo: que la
misma lectura sea leída por dos, uno después del otro, a no
ser que se trate de la Pasión del Señor.
110. Si en la Misa con asistencia del pueblo hay un solo ministro, éste
ejerce las diversas funciones.
111. La preparación efectiva de cada celebración litúrgica
se ha de hacer con ánimo diligente y de acuerdo con el Misal y los
demás libros litúrgicos, entre todos los que participan, ya
se trate del rito, ya de la pastoral y la música, bajo la dirección
del rector de la iglesia, y oído también el parecer de los
fieles en lo que a ellos atañe directamente. Pero el sacerdote que
preside la celebración conserva siempre el derecho de disponerlo que
a él le compete. [90]
CAPÍTULO IV
DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR
LA MISA
112. En una Iglesia local con razón se asigna el primer lugar, por
su significado, a la Misa que preside el Obispo rodeado de su presbiterio,
diáconos y ministros laicos,[91] y en la que el pueblo santo de Dios
participa plena y activamente, pues allí se realiza la principal manifestación
de la Iglesia.
En la Misa que celebra el Obispo, o en la que está presente aunque
no celebre la Eucaristía, obsérvense las normas del Ceremonial
de los Obispos. [92]
113. También se dará gran importancia la Misa que se celebra
con una determinada comunidad, sobre todo la parroquial, puesto que representa
a la Iglesia universal, en un tiempo y lugar establecidos, principalmente
en la celebración comunitaria de los domingos.[93]
114. Entre las Misas celebradas por determinadas comunidades, ocupa un lugar
especial la Misa conventual, que es parte del Oficio cotidiano, o la Misa
que se llama “de comunidad”. Y aunque estas Misas no presenten ninguna forma
peculiar de celebración, conviene en gran manera que sean cantadas,
y sobre todo con la participación plena de todos los miembros de la
comunidad, religiosos o canónigos. Por eso, en esas Misas cada uno
ha de ejercer su propio oficio, según el Orden o ministerio recibido.
Conviene, pues, que todos los sacerdotes que no están obligados a
celebrar en forma individual por alguna utilidad pastoral de los fieles,
a ser posible, concelebren en estas Misas. Además, todos los sacerdotes
pertenecientes a esa comunidad, que tengan la obligación de celebrar
en forma individual por el bien pastoral de los fieles, pueden concelebrar
el mismo día en la Misa conventual o “de comunidad”.[94] Conviene,
pues, que los presbíteros que están presentes en la celebración
eucarística, a no ser por un justo motivo, ejerzan como de ordinario
la función propia de su orden y participen por eso como concelebrantes,
revestidos con las vestiduras sagradas. Si no es así, pueden llevar
el hábito coral propio o la sobrepelliz sobre la vestidura talar.
I. MISA CON PARTICIPACIÓN DEL
PUEBLO
115. Por Misa con participación del pueblo se entiende la que se celebra
con participación de los fieles. Conviene que, dentro de lo posible,
la celebración se realice, sobre todo los domingos y fiestas de precepto
con canto y con un número adecuado de ministros; [95] sin embargo,
también puede celebrarse sin canto y con un solo ministro.
116. En cualquier celebración de la Misa, si hay un diácono,
desempeñe su función. Es de desear que, de ordinario, asistan
al sacerdote celebrante un acólito, un lector y un cantor. El rito
que se describe más abajo prevé también la posibilidad
de un mayor número de ministros.
Preparación
117. El altar se cubrirá al menos con un mantel de color blanco. Sobre
el altar o junto a él, se colocarán en toda celebración
por lo menos dos candeleros, con sus velas encendidas o también cuatro
o seis, sobre todo en las Misas de domingo y de fiestas de precepto, y si
celebra el Obispo diocesano, siete. También sobre el altar o cerca
del mismo habrá una cruz, con la efigie de Cristo crucificado. Los
candeleros y la cruz con la efigie de Cristo crucificado pueden llevarse
en la procesión de entrada. En el altar se puede poner el Evangeliario,
diverso del libro de las demás lecturas, a no ser que se lo lleve
en la procesión de entrada.
118. Prepárense también:
a) Junto a la sede del sacerdote: el misal y, según las circunstancias,
el folleto de cantos.
b) En el ambón: el leccionario.
c) En la credencia: el cáliz, el corporal, el purificador y, si se
usa, la palia; la patena y los copones, si son necesarios; el pan para la
Comunión del sacerdote que preside, del diácono, de los ministros
y del pueblo; las vinajeras con el vino y el agua, a menos que los fieles
las presenten en la procesión del ofertorio; el acetre con el agua
que será bendecida, si va a haber aspersión; la bandeja para
la Comunión de los fieles; y todo lo necesario para la ablución
de las manos.
Es de alabar cubrir el cáliz con un velo, que puede ser del color
del día o de color blanco.
119. En la sacristía, según las diversas formas de celebración,
prepárense las vestiduras sagradas (cfr. núms. 337 - 341) del
sacerdote, del diácono y de los otros ministros:
a) Para el sacerdote: el alba, la estola y la casulla.
b) Para el diácono: el alba, la estola y la dalmática, que
por necesidad o por grado inferior de solemnidad puede omitirse.
c) Para los otros ministros: albas u otras vestiduras legítimamente
aprobadas.[96]
Todos los que se revistan con alba, usarán cíngulo y amito,
a no ser que la hechura del alba no lo exija.
Cuando el rito de entrada se realiza con procesión, prepárese
también el Evangeliario; en los domingos y fiestas, el incensario
y la naveta con el incienso, si se emplea el incienso; la cruz que se llevará
en la procesión, los candeleros con las velas encendidas.
A) MISA SIN DIÁCONO
Ritos iniciales
120. Una vez congregado el pueblo, el sacerdote y los ministros revestidos
con los ornamentos sagrados, avanzan hacia el altar en este orden:
a) El turiferario con el turíbulo humeante, si se usa el incienso;
b) Los ministros que llevan los cirios encendidos y, en medio de ellos, el
acólito u otro ministro con la cruz;
c) Los acólitos y los demás ministros;
d) El lector, que puede llevar el Evangeliario, un poco elevado, mas no el
Leccionario;
e) El sacerdote que va a celebrar la Misa.
Si se usa incienso, el sacerdote antes de iniciar la procesión, pone
incienso en el turíbulo, y lo bendice con el signo de la cruz, sin
decir nada.
121. Durante la procesión hacia el altar se ejecuta el canto de entrada
(cfr. núms. 47-48).
122. Al llegar al altar, el sacerdote y los ministros hacen una inclinación
profunda.
La cruz con la efigie de Cristo crucificado, si se lleva en la procesión,
puede ser colocada junto al altar como cruz de altar; pero como ésta
debe ser una sola, si ya hay una cruz de altar fija, sea llevada a otro lugar
digno. Los candeleros se colocan sobre el altar o junto al mismo; el Evangeliario
es recomendable que se ponga sobre el altar.
123. El sacerdote se acerca al altar y lo venera con un beso. Luego, según
las circunstancias, inciensa la cruz y el altar, caminando en torno a él.
124. Concluido esto, el sacerdote se dirige a la sede. Una vez terminado
el canto de entrada, estando todos de pie, el sacerdote y los fieles hacen
la señal de la cruz. El sacerdote dice: En el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo. El pueblo responde: Amén.
Luego, vuelto hacia el pueblo y extendiendo las manos, el sacerdote lo saluda
con una de las fórmulas propuestas. Puede también él
u otro ministro, con brevísimas palabras, introducir a los fieles
en la Misa del día.
125. Sigue el acto penitencial. Luego se canta o se dice el Señor,
ten piedad, según las rúbricas (cfr. n. 52).
126. Cuando está prescrito, se canta o se dice el Gloria (cfr. n.
53).
127. Después el sacerdote invita al pueblo a orar, con las manos juntas,
diciendo: Oremos. Y todos, con el sacerdote, oran en silencio por breves
momentos. Entonces el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración
colecta. Concluida ésta, el pueblo responde: Amén.
Liturgia de la palabra
128. Concluida la oración colecta, todos se sientan. El sacerdote
puede con brevísimas palabras introducir a los fieles en la Liturgia
de la Palabra. El lector se dirige al ambón y, del leccionario colocado
allí ya antes de la Misa, proclama la primera lectura, que todos escuchan.
Al final el lector profiere la aclamación: Palabra de Dios, y todos
responden: Te alabamos, Señor.
Entonces, según las circunstancias, se puede guardar un breve momento
de silencio, para que todos mediten brevemente lo escuchado.
129. Luego el salmista, o el mismo lector, profiere los versículos
del salmo, y el pueblo, como de costumbre, dice la respuesta.
130. Cuando hay una segunda lectura antes del Evangelio, el lector la proclama
desde el ambón; todos la escuchan, y al final responden a la aclamación,
como se indica más arriba (n. 128). Después, según las
circunstancias, se puede guardar un breve espacio de silencio.
131. Luego todos se levantan y se canta el Aleluia u otro canto, según
lo requiera el tiempo litúrgico (cfr. núms. 62-64).
132. Mientras se canta el Aleluia u otro canto, el sacerdote, si hay incensación,
pone y bendice el incienso. Después, con las manos juntas, y profundamente
inclinado ante el altar, dice en secreto: Purifica mi corazón.
133. Entonces, toma el Evangeliario, si está en el altar, y precedido
por los ministros laicos que pueden llevar el incensario y los cirios, se
dirige al ambón llevando el Evangeliario un poco elevado. Todos los
asistentes se vuelven hacia el ambón, manifestando singular reverencia
hacia el Evangelio de Cristo.
134. En el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas,
dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con
tu espíritu; y luego: Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo
según san N., signando con el dedo pulgar el libro y a sí mismo
en la frente, la boca y el pecho, lo cual hacen también todos los
demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si hay
incensación, el sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277).
A continuación proclama el Evangelio, y al final profiere la aclamación
Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús.
El sacerdote besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio.
135. Si no hay lector, el sacerdote proclama todas las lecturas y el salmo,
de pie desde el ambón. Allí mismo, si hay incensación,
pone y bendice el incienso, y profundamente inclinado, dice Purifica mi corazón.
136. El sacerdote, de pie, desde la sede o desde el ambón o, según
las circunstancias, en otro lugar apropiado, hace la homilía; terminada
la cual se puede guardar un momento de silencio.
137. El Símbolo es cantado o recitado por el sacerdote junto con el
pueblo (cfr. n 68) estando todos de pie. A las palabras y por la obra del
Espíritu Santo, etc.,o que fue concebido, etc. todos se inclinan profundamente;
más en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad se arrodillan.
138. Dicho el Símbolo, el sacerdote de pie desde la sede, con las
manos juntas, invita a los fieles, con una breve monición a la oración
universal. Luego el cantor o el lector u otra persona, desde el ambón
o en otro lugar adecuado, dice las intenciones vuelto hacia el pueblo, y
el pueblo responde con la súplica que le corresponde. Por último
el sacerdote con las manos extendidas, dice la oración conclusiva.
Liturgia Eucarística
139. Terminada la oración universal, todos se sientan y comienza el
canto del ofertorio (cfr. n.74).
El acólito u otro ministro laico coloca sobre el altar el corporal,
el purificador, el cáliz, la palia y el misal.
140. Conviene que la participación de los fieles se manifieste en
la presentación del pan y el vino para la celebración de la
Eucaristía, o de otros dones con los que se ayude a las necesidades
de la iglesia y de los pobres.
El sacerdote recibe las ofrendas de los fieles, ayudado por el acólito
o por otro ministro. El pan y el vino para la Eucaristía son llevados
al celebrante, quien los pone sobre el altar, más los otros dones
son colocados en un sitio adecuado (cfr. n. 73).
141. El sacerdote, en el altar, recibe la patena con el pan, y con ambas
manos la eleva un poco sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas,
Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
142. A continuación, situado en un lado del altar y ayudado por un
ministro que le alcanza las vinajeras, el sacerdote vierte vino y un poco
de agua en el cáliz, diciendo en secreto: Por el misterio de esta
agua. Vuelve al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo
eleva un poco, y dice en voz baja: Bendito seas, Señor; después
coloca el cáliz sobre el corporal y, si es conveniente, lo cubre con
la palia.
Si no hay canto al ofertorio o no se toca el órgano, el sacerdote
puede, en la presentación del pan y del vino, proferir las fórmulas
de bendición en voz alta, a las que el pueblo responde: Bendito seas
por siempre, Señor.
143. Una vez colocado el cáliz sobre el altar, el sacerdote profundamente
inclinado, dice en secreto: Acepta, Señor, nuestro corazón
contrito.
144. Luego, si hay incensación, el sacerdote pone incienso en el turíbulo,
lo bendice sin decir nada e inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. El
ministro situado al lado del altar inciensa al sacerdote y luego al pueblo.
145. Después de la oración Acepta, Señor, nuestro corazón
contrito o después de la incensación, el sacerdote, de pie
en un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo,
mientras el ministro vierte el agua.
146. Después vuelto al medio del altar, el sacerdote de cara hacia
el pueblo, extendiendo y juntando las manos, invita al pueblo a orar, diciendo:
Oren, hermanos. El pueblo se levanta y responde: El Señor reciba.
Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre
las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.
147. Entonces el sacerdote comienza la Plegaria eucarística. Según
las rúbricas (cfr. n. 365) elige una de las que se encuentran en el
Misal Romano o una de las que han sido aprobadas por la Sede Apostólica.
Por su naturaleza la Plegaria eucarística exige que sólo el
sacerdote, en virtud de su ordenación, la pronuncie. El pueblo se
asocia al sacerdote con fe y en silencio, excepto en las intervenciones establecidas
en el transcurso de la Plegaria eucarística, que son: las respuestas
en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después
de la consagración y la aclamación Amén después
de la doxología final, como también otras aclamaciones aprobadas
por la Conferencia Episcopal, con el reconocimiento de la Santa Sede.
Es muy conveniente que el sacerdote cante las partes de la Plegaria eucarística
enriquecidas con melodía.
148. Al comenzar la Plegaria eucarística, el sacerdote, con las manos
extendidas, canta o dice: El Señor esté con ustedes; a lo que
el pueblo responde: Y con tu espíritu. Cuando dice a continuación:
Levantemos el corazón, eleva las manos. El pueblo responde: Lo tenemos
levantado hacia el Señor. Luego el sacerdote con las manos extendidas,
añade: Demos gracias al Señor, nuestro Dios, y el pueblo responde:
Es justo y necesario. Después el sacerdote, con las manos extendidas
continúa el Prefacio; y una vez terminado éste, con las manos
juntas, a una con todos los asistentes, canta o dice en voz alta: Santo (cfr.
n. 79b).
149. El sacerdote prosigue la Plegaria Eucarística según las
rúbricas propias de cada una de ellas.
Si el celebrante es un Obispo, en las Plegarias, después de las palabras:
con tu servidor el Papa N., añade: conmigo, indigno servidor tuyo,
o después de las palabras: el Papa N., añade: conmigo, indigno
servidor tuyo. Si un Obispo celebra fuera de su diócesis, después
de las palabras: con tu servidor el Papa N., añade: con mi hermano
N. Obispo de esta Iglesia de N., conmigo, indigno servidor tuyo, o después
de las palabras: el Papa N., añade: a mi hermano N., Obispo de esta
Iglesia de N., a mí, indigno servidor tuyo.
El Obispo diocesano o quien, por derecho, es equiparado a él, debe
ser mencionado en esta forma: con tu servidor el Papa N. y con nuestro Obispo
(o bien: Vicario, Prelado, Prefecto, Abad) N.
En la Plegaria eucarística se puede nombrar a los Obispos Coadjutores
y Auxiliares, pero no a los otros Obispos que pudieran estar presentes. Si
son muchos los que se han de mencionar, se usa la forma general: con nuestro
Obispo N. y sus Obispos auxiliares.
En cada Plegaria eucarística hay que adaptar dichas menciones a las
reglas gramaticales.
150. Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree necesario,
advierte a los fieles mediante un toque de campanilla. Asimismo toca la campanilla
en cada una de las elevaciones, de acuerdo con las costumbres del lugar.
Si se usa incienso, el ministro inciensa la hostia y el cáliz, cuando
son presentados al pueblo después de la consagración.
151. Después de la consagración, luego que el sacerdote dice:
Este es el misterio de la fe, el pueblo aclama, usando una de las fórmulas
prescritas.
Al final de la Plegaria eucarística, el sacerdote, tomando la patena
con la hostia y el cáliz y elevándolos, dice, él
solo, la doxología: Por Cristo. Al final el pueblo aclama: Amén.
Luego el sacerdote deja la patena y el cáliz sobre el corporal.
152. Terminada Plegaria eucarística, el sacerdote, con las manos juntas,
dice la monición antes de la Oración del Señor, que
luego pronuncia juntamente con el pueblo, con las manos extendidas.
153. Concluida la Oración del Señor, el sacerdote, con las
manos extendidas dice, el embolismo Líbranos..., y terminado éste,
el pueblo aclama: Tuyo es el Reino.
154. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta
la oración: Señor Jesucristo, que dijiste; y terminada ésta,
extendiendo y juntando las manos, vuelto hacia el pueblo, anuncia la paz
diciendo: La paz del Señor esté siempre con ustedes. El pueblo
responde: Y con tu espíritu. Luego, según las circunstancias,
el sacerdote añade: Dense fraternalmente la paz.
El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero permaneciendo siempre
dentro del presbiterio, para no alterar la celebración. Hará
lo mismo si por una causa razonable quiere dar la paz a otros pocos fieles.
Todos, según lo establecido por la Conferencia Episcopal, se manifiestan
mutuamente la paz, la comunión y la caridad. Mientras se da la paz,
se puede decir: La paz del Señor esté siempre contigo, a lo
que se responde: Amén.
155. Luego el sacerdote toma la hostia, la parte sobre la patena, y deja
caer una partícula en el cáliz, diciendo en secreto: El Cuerpo
y la Sangre. Mientras tanto, el coro y el pueblo cantan o recitan el Cordero
de Dios (cfr. n.83).
156. Entonces el sacerdote dice en secreto y con las manos juntas la oración
para la Comunión Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, o Señor
Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y Sangre.
157. Concluida la oración, el sacerdote hace genuflexión, toma
la hostia consagrada en la misma Misa y, teniéndola un poco elevada
sobre la patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el pueblo, dice: Éste
es el Cordero de Dios, y junto con el pueblo, añade: Señor,
no soy digno.
158. Después, de pie vuelto hacia el altar, el sacerdote dice en secreto:
El cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y come reverentemente
el Cuerpo de Cristo. Después, toma el cáliz, dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y bebe reverentemente
la Sangre de Cristo.
159. Mientras el sacerdote sume el Sacramento, se inicia el canto de Comunión
(cfr. n. 86).
160. Después el sacerdote toma la patena o el copón, y se aproxima
a los que van a comulgar, quienes de ordinario se acercan procesionalmente.
No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado
ni el cáliz sagrado ni mucho menos que se lo pasen entre sí
de mano en mano. Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo
establezca la Conferencia Episcopal.(a) Cuando comulgan de pie, se recomienda
hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia, establecida
por las mismas normas.
161. Cuando la Comunión es bajo la sola especie de pan, el sacerdote
muestra a cada uno la hostia un poco elevada diciendo: El Cuerpo de Cristo.
El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento en la boca o,
donde está permitido, en la mano, según su deseo. El comulgante
en cuanto recibe la sagrada hostia, la consume íntegramente.(b) Para
la comunión bajo las dos especies obsérvese el rito descrito
en su lugar (cf. nn. 284-287).
162. Para distribuir la Comunión pueden ayudar al sacerdote otros
presbíteros que pudieran estar presentes. Si no los hay y los comulgantes
fueran muy numerosos, el sacerdote puede llamar en su ayuda a ministros extraordinarios,
es decir a un acólito debidamente instituido o también a otros
fieles que hayan sido debidamente delegados para esto[97]. En caso de necesidad,
el sacerdote puede delegar a fieles idóneos, ad actum [98].
Estos ministros no se han de acercar al altar antes de que el sacerdote haya
comulgado, y siempre recibirán de mano del sacerdote los vasos que
contienen las especies eucarísticas que se van a distribuir a los
fieles.
163. Terminada la distribución de la Comunión, el sacerdote
de inmediato consume íntegramente en el altar el vino consagrado que
quizá hubiera quedado; las hostias consagradas que sobraron, o las
consume en el altar o las lleva al lugar destinado para la reserva de la
Eucaristía. El Sacerdote, vuelto al altar, recoge las partículas,
si las hay; luego, en el altar o en la credencia, purifica la patena o el
copón sobre el cáliz; después purifica el cáliz
diciendo en secreto: Haz, Señor, que recibamos, y seca el cáliz
con el purificador. Si los vasos son purificados en el altar, un ministro
los lleva a la credencia. Sin embargo, se permite dejar los vasos, sobre
todo si son muchos, en el altar o en la credencia sobre el corporal, debidamente
cubiertos, y purificarlos enseguida después de la Misa, una vez despedido
el pueblo.
164. A continuación el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede
guardar un silencio sagrado, durante algún tiempo, o también
cantar un salmo, o un canto de alabanza o un himno (cf. n. 88).
165. Luego, de pie junto a la sede o ante el altar, el sacerdote, vuelto
hacia el pueblo, con las manos juntas, dice: Oremos y, con las manos extendidas,
recita la oración después de la Comunión, a la que puede
preceder un breve silencio, si no lo hubo inmediatamente después de
la Comunión. Al fin de la oración, el pueblo responde: Amén.
Ritos de conclusión
166. Terminada la oración después de la Comunión, si
fuera necesario, se dan brevemente los avisos.
167. Luego, el sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:
El Señor esté con ustedes, y el pueblo responde: Y con tu espíritu.
Y el sacerdote, juntando de nuevo las manos y poniendo de inmediato la mano
izquierda sobre el pecho y elevando la derecha, agrega: La bendición
de Di os todopoderoso y, haciendo la señal de la cruz sobre el pueblo,
prosigue: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Todos responden: Amén.
En algunos días y ocasiones, esta bendición, según las
rúbricas, es pronunciada y enriquecida por la oración sobre
el pueblo u otra fórmula más solemne. El Obispo bendice con
la fórmula adecuada, haciendo tres veces la señal de la cruz
sobre el pueblo.[99]
168. A continuación de la bendición el sacerdote, con las manos
juntas, añade: Pueden ir en paz, y todos responden: Demos gracias
a Dios.
169. Entonces el sacerdote besa el altar como de costumbre y, hecha la inclinación
profunda con los ministros laicos, se retira con ellos.
170. Si a la Misa sigue otra acción litúrgica, se omiten los
ritos de conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la
despedida.
B) MISA CON DIÁCONO
171. Cuando hay un diácono en la celebración eucarística,
revestido de las vestiduras sagradas, desempeña su ministerio. Él,
en efecto:
a) asiste al sacerdote y está a su lado;
b) en el altar lo ayuda con el cáliz o el libro;
c) proclama el Evangelio y puede, a pedido del sacerdote celebrante, hacer
la homilía (cf. n. 66);
d) guía al pueblo fiel con oportunas moniciones y enuncia las intenciones
de la oración de los fieles;
e) ayuda al sacerdote celebrante en la distribución de la Comunión,
y purifica y dispone los vasos sagrados;
f) si no hay ningún otro ministro, cumple los oficios de los demás,
según sea necesario.
Ritos iniciales
172. Llevando el Evangeliario un poco elevado, el diácono precede
al sacerdote cuando se dirige hacia el altar; si no, irá a su lado.
173. Cuando llega al altar, sí lleva el Evangeliario, omitida la inclinación,
se acerca al altar. Una vez colocado solemnemente el Evangeliario sobre el
altar, besa el altar al mismo tiempo que el sacerdote. Pero si no lleva el
Evangeliario, hace la inclinación profunda al altar del modo acostumbrado
junto con el sacerdote, y besa el altar al mismo tiempo que el sacerdote.
Luego, si se usa incienso, asiste al sacerdote en la imposición del
mismo y en la incensación de la cruz y del altar.
174. Una vez incensado el altar, se dirige a la sede con el sacerdote, y
allí permanece a su lado y lo ayuda cuando es necesario.
Liturgia de la Palabra_
175. Mientras se dice el Aleluia u otro canto, si se usa incienso, asiste
al sacerdote mientras éste lo pone en el incensario; luego, inclinado
profundamente ante él pide la bendición, diciendo en voz baja:
Padre, dame tu bendición. El sacerdote lo bendice diciendo: El Señor
esté en tu corazón. El diácono se hace la señal
de la cruz y responde: Amén. Luego, hecha la inclinación al
altar, toma el Evangeliario, que oportunamente se ha colocado en el altar,
y se dirige al ambón llevando el libro un poco elevado, precedido
por el turiferario con el incensario humeante y los ministros con los cirios
encendidos. Allí con las manos juntas, saluda al pueblo diciendo:
El Señor esté con ustedes, luego a las palabras Evangelio de
Nuestro Señor Jesucristo según san N., con el dedo pulgar hace
la señal de la cruz en el libro y después se signa a sí
mismo en la frente, en la boca y en el pecho, inciensa el libro y proclama
el Evangelio. Terminado éste, aclama: Palabra del Señor, y
todos responden: Gloria a ti, Señor Jesús. Luego besa el libro,
diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio, y vuelve al lado del sacerdote.
Cuando el diácono asiste a un Obispo, le lleva el libro para que lo
bese, o él lo besa diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio.
En las celebraciones más solemnes el Obispo, según las circunstancias,
imparte la bendición al pueblo con el Evangeliario. El Evangeliario
puede ser llevado a la credencia o colocado en un lugar apto y digno.
176. Si no hubiera un lector idóneo, el diácono proclamará
también las otras lecturas.
177. En la oración de los fieles, después de la introducción
del sacerdote, el diácono dice las intenciones generalmente desde
el ambón.
Liturgia eucarística
178. Terminada la oración de los fieles, mientras el sacerdote permanece
en la sede, el diácono prepara el altar, ayudado por el acólito;
a él le corresponde el cuidado de los vasos sagrados. Asiste también
al sacerdote cuando recibe los dones del pueblo. Luego entrega al sacerdote
la patena con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y un poco de agua
en el cáliz, diciendo en secreto: El agua unida al vino, y luego lo
presenta al sacerdote. Esta preparación del cáliz puede hacerse
en la credencia. Si se usa incienso, asiste al sacerdote en la incensación
de las ofrendas, de la cruz y del altar, y después, él o un
acólito, inciensa al sacerdote y al pueblo.
179. Durante la Plegaria eucarística, el diácono permanece
junto al sacerdote, pero un poco detrás de él, para asistirlo,
cuando sea necesario, con el cáliz y el misal.
De ordinario el diácono permanece de rodillas desde la epíclesis
hasta la elevación del cáliz. Si hay varios diáconos,
uno de ellos puede poner incienso en el incensario para la consagración
e incensar durante la elevación de la hostia y del cáliz.
180. Para la doxología final de la Plegaria eucarística, de
pie al lado del sacerdote, tiene el cáliz elevado, mientras el sacerdote
eleva la patena con la hostia, hasta que el pueblo haya respondido: Amén.
181. Después que el sacerdote ha dicho la oración por la paz
y: La paz del Señor esté siempre con ustedes, y el pueblo respondió:
Y con tu espíritu, el diácono, según las circunstancias,
invita a la paz diciendo, con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo:
Dense fraternalmente la paz. Él la recibe del sacerdote y puede ofrecerla
a los ministros más cercanos.
182. Terminada la comunión del sacerdote, el diácono recibe
del mismo sacerdote la Comunión bajo las dos especies, y después
lo ayuda a distribuir la Comunión al pueblo. Si la Comunión
se da bajo las dos especies, él ofrece el cáliz a los comulgantes,
y concluida la distribución, inmediatamente consume reverentemente
en el altar toda la Sangre de Cristo que hubiere sobrado, ayudado, si fuera
el caso, por los demás diáconos y presbíteros.
183. Terminada la distribución de la Comunión, el diácono
vuelve al altar junto con el sacerdote; recoge las partículas, si
las hay; luego lleva el cáliz y los otros vasos sagrados a la credencia,
y allí los purifica y ordena como de costumbre, mientras el sacerdote
vuelve a la sede. Sin embargo, se permite dejar los vasos debidamente cubiertos,
en la credencia sobre el corporal, y purificarlos enseguida después
de la Misa, una vez despedido el pueblo.
Ritos de conclusión
184. Dicha la oración después de la Comunión, el diácono
da al pueblo brevemente los avisos que hubiera que dar, a menos que el sacerdote
prefiera darlos él mismo.
185. Si se emplea la oración sobre el pueblo o la fórmula de
la bendición solemne, el diácono dice: Inclínense para
recibir la bendición. Dada la bendición por el sacerdote, el
diácono despide al pueblo diciendo, con las manos juntas, vuelto hacia
el pueblo: Pueden ir en paz.
186. Luego, junto con el sacerdote besa el altar y, hecha la inclinación
profunda, se retira del mismo modo en que había entrado.
C) FUNCIONES DEL ACÓLITO
187. Las funciones que puede ejercer el acólito son de diverso género;
pueden concurrir varias al mismo tiempo. Por lo tanto, es conveniente que,
oportunamente, sean distribuidas entre varios; pero si está presente
sólo un acólito, haga él lo que es de mayor importancia,
distribuyéndose lo demás entre otros ministros.
Ritos iniciales
188. En la procesión hacia el altar, puede llevar la cruz entre dos
ministros con cirios encendidos. Cuando llega al altar, deja la cruz junto
al altar, como cruz de altar o bien la coloca en un lugar digno. Luego ocupa
su lugar en el presbiterio.
189. Durante toda la celebración, corresponde al acólito acercarse
al sacerdote o al diácono, cuantas veces sea oportuno, para presentarles
el libro y ayudarlos en lo que sea necesario. Conviene, por tanto, que en
la medida de lo posible, ocupe un lugar desde el que pueda ejercer fácilmente
su ministerio, en la sede o en el altar.
Liturgia eucarística
190. En ausencia del diácono, concluida la oración universal,
mientras el sacerdote permanece en la sede, el acólito pone sobre
el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.
Después, si es necesario, ayuda al sacerdote a recibir los dones del
pueblo y, según las circunstancias, lleva el pan y el vino al altar
y lo entrega al sacerdote. Si se usa incienso, presenta el turíbulo
al sacerdote y lo asiste en la incensación de las ofrendas, de la
cruz y del altar. Luego inciensa al sacerdote y al pueblo.
191. El acólito debidamente instituido, como ministro extraordinario,
puede ayudar al sacerdote, si es necesario, en la distribución de
la Comunión al pueblo.[100] Si se da la Comunión bajo las dos
especies, en ausencia del diácono, ofrece el cáliz a los comulgantes
o, si la Comunión es por intinción, sostiene el cáliz.
192. Del mismo modo el acólito debidamente instituido, una vez concluida
la distribución de la Comunión, ayuda al sacerdote o al diácono
en la purificación y arreglo de los vasos sagrados. En ausencia del
diácono, el acólito debidamente instituido lleva a la credencia
los vasos sagrados y allí los purifica, seca y ordena como de costumbre.
193. Terminada la celebración de la Misa, el acólito y los
otros ministros, junto con el diácono y el sacerdote vuelven a la
sacristía procesionalmente del mismo modo y en el mismo orden en que
habían entrado.
D) FUNCIONES DEL LECTOR Ritos iniciales
194. En la procesión hacia el altar, en ausencia del diácono,
el lector, revestido con una vestidura aprobada, puede llevar un poco elevado
el Evangeliario: en este caso, antecede al sacerdote; de lo contrario va
con los otros ministros.
195. Cuando llega al altar, hace junto con los demás la inclinación
profunda. Si lleva el Evangeliario, se acerca al altar y deja sobre él
el Evangeliario. Luego se ubica en su lugar en el presbiterio junto con los
otros ministros.
Liturgia de la Palabra
196. Lee en el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando
no hay salmista, puede proclamar el salmo responsorial después de
la primera lectura.
197. En ausencia del diácono, el lector puede proclamar desde el ambón
las intenciones de la oración universal después que el sacerdote
ha hecho la introducción a la misma.
198. Si no hay canto de entrada o de Comunión, y los fieles no recitan
las antífonas propuestas en el Misal, puede decirlas en el momento
conveniente (cf. nn. 48, 87).
II. MISAS CONCELEBRADAS
199. La concelebración, en la cual se expresa adecuadamente la unidad
del sacerdocio y del sacrificio, como también de todo el pueblo de
Dios, por el mismo rito está prescrita: en la ordenación del
Obispo y de los presbíteros, en la bendición de un Abad y en
la Misa crismal.
Se recomienda, a no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje
otra cosa:
a) en el jueves Santo, para la Misa vespertina en la Cena del Señor;
b) en la Misa que se celebra en Concilios, Reuniones de Obispos y Sínodos;
c) en la Misa conventual y en la Misa principal en iglesias y oratorios;
d) en las Misas que se celebran en cualquier clase de reuniones de sacerdotes,
tanto seculares como religiosos.[101]
Sin embargo, a cada sacerdote le es lícito celebrar la Eucaristía
de modo individual, pero no en el momento en que en la misma iglesia u oratorio
hay una concelebración. Sin embargo, el jueves Santo en la Cena del
Señor y en la Misa de la Vigilia pascual no se permite ofrecer el
sacrificio de modo individual.
200. Los presbíteros peregrinos serán recibidos con agrado
a la concelebración eucarística, con tal que se conozca su
condición sacerdotal.
201. Donde hay un gran número de sacerdotes, la concelebración
puede hacerse incluso varias veces en el mismo día, cuando la necesidad
o la utilidad pastoral lo aconseje; sin embargo, debe hacerse en tiempos
sucesivos o en lugares sagrados diversos.[102]
202. Corresponde al Obispo, según las normas del derecho, ordenar
la disciplina de la concelebración en todas las iglesias y oratorios
de su diócesis.
203. Téngase en gran estima la Misa concelebrada en la que los sacerdotes
de una diócesis concelebran con su propio Obispo, principalmente en
la Misa estacional en los días solemnes del año litúrgico,
en la Misa de ordenación de un nuevo Obispo de la diócesis
o de su Coadjutor o Auxiliar, en la Misa crismal, en la Misa vespertina en
la Cena del Señor, en las celebraciones del Santo Fundador de la Iglesia
local o Patrono de la diócesis, en los aniversarios del Obispo y finalmente
con ocasión del Sínodo o de la visita pastoral. Por la misma
razón, se recomienda la concelebración cuantas veces los sacerdotes
se reúnen con el propio Obispo, con ocasión de los ejercicios
espirituales o de alguna reunión. En estos casos, se manifiesta con
mayor claridad el signo de la unidad del sacerdocio y de la Iglesia, propio
de toda concelebración.[103]
204. Por un motivo especial, sea por el carácter de la fiesta o del
rito, se concede la facultad de celebrar o concelebrar varias veces en el
mismo día en los casos siguientes:
a) quien el jueves Santo celebró o concelebró en la Misa crismal,
puede también celebrar o concelebrar en la Misa vespertina en la Cena
del Señor;
b) quien celebró o concelebró en la Misa de la Vigilia pascual,
puede celebrar o concelebrar en la Misa del día de Pascua;
c) el día de Navidad todos los sacerdotes pueden celebrar o concelebrar
tres Misas, con tal que se celebren a su tiempo;
d) el día de la Conmemoración de todos los fieles difuntos
todos los sacerdotes pueden celebrar o concelebrar tres Misas, con tal que
las celebraciones se hagan en diversos tiempos y que se observe todo lo establecido
acerca de la aplicación de la segunda y de la tercera Misa.[104]
e) quien concelebra con el Obispo o su delegado en un Sínodo o en
visita pastoral o con ocasión de una reunión de sacerdotes,
puede celebrar otra Misa para utilidad de los fieles. Lo mismo vale, servatis
servandis, para las reuniones de religiosos.
205. La Misa concelebrada se ordena, en cualquiera de sus formas, según
las normas que ordinariamente se deben observar (cf. nn.112-198), observándose
o cambiándose además lo que se indica más abajo.
206. Nunca se admita a nadie a una concelebración una vez que ya ha
empezado la Misa.
207. En el presbiterio se prepararán:
a) los asientos y folletos para los sacerdotes concelebrantes;
b) en la credencia: un cáliz suficientemente grande, o varios cálices.
208. Si no hay diácono, las funciones propias de éste serán
desempeñadas por algunos de los concelebrantes. Si tampoco hay otros
ministros, las partes que les son propias pueden ser encomendadas a fieles
idóneos; de lo contrario las realizarán algunos concelebrantes.
209. Los concelebrantes se revisten en la sacristía, o en otro lugar
adecuado, con los mismos ornamentos que usan cuando celebran la Misa individualmente.
Pero por justa causa, por ejemplo, un gran número de concelebrantes
y falta de ornamentos, los concelebrantes, exceptuado siempre el celebrante
principal, pueden suprimir la casulla y usar la estola sobre el alba.
Ritos iniciales
210. Una vez debidamente dispuesto todo, se hace la procesión hacia
el altar por la iglesia, como de ordinario. Los sacerdotes concelebrantes
preceden al celebrante principal.
211. Al llegar al altar los concelebrantes y el celebrante principal, hecha
la inclinación profunda, besan el altar y se dirigen al lugar que
les ha sido asignado. El celebrante principal, según las circunstancias,
inciensa la cruz y el altar, y luego se dirige a la sede.
Liturgia de la Palabra
212. Durante la liturgia de la Palabra los concelebrantes ocupan su lugar
y se sientan y se levantan al mismo tiempo que el celebrante principal.
Cuando comienza el Aleluia todos se ponen de pie, excepto el Obispo que impone
el incienso sin decir nada y luego bendice al diácono o al presbítero
concelebrante que, en ausencia del diácono, proclama el Evangelio.
Sin embargo, en la concelebración que preside un presbítero,
el concelebrante que, en ausencia del diácono, proclamará el
Evangelio no pide ni recibe la bendición del celebrante principal.
213. De ordinario hará la homilía el celebrante principal,
o uno de los concelebrantes.
Liturgia eucaríst ca
214. La preparación de los dones (cf. nn. 139-146) la hace el celebrante
principal, mientras los demás concelebrantes permanecen en sus lugares.
215. Después que el celebrante principal ha dicho la oración
sobre las ofrendas, los concelebrantes se acercan al altar y se colocan alrededor
del mismo, de tal modo que no impidan el desarrollo normal de los ritos y
la acción sagrada pueda ser bien vista por los fieles, y que tampoco
sean obstáculo para el diácono cuando, por razón de
su ministerio, debe acercarse al altar. El diácono debe ejercer su
ministerio junto al altar, sirviendo cuando sea necesario con el cáliz
y el misal. No obstante, cuando le es posible, permanece un poco retirado,
detrás de los concelebrantes, que están de pie cerca del celebrante
principal.
Modo de proclamar
la Plegaria eucarística
216. El prefacio lo canta o lo dice solamente el celebrante principal. En
cambio el Santo lo cantan o recitan todos los concelebrantes, con el pueblo
y los cantores.
217. Terminado el Santo, los concelebrantes prosiguen la Plegaria eucarística
en el modo descrito más abajo. Los gestos los hace únicamente
el celebrante principal, si no se advierte otra cosa.
218. Las partes que dicen juntos todos los concelebrantes, y especialmente
las palabras de la consagración, que todos están obligados
a pronunciar, deben ser recitadas de tal modo que los concelebrantes las
pronuncien en voz baja y que la voz del celebrante principal se pueda oír
claramente. De este modo las palabras son mejor percibidas por el pueblo.
Es muy loable que sean cantadas las partes que deben decir juntos todos los
concelebrantes, y que en el Misal tienen melodía.
Plegaria eucarística I o Canon Romano
219. En la Plegaria eucarística 1 o Canon Romano Padre misericordioso
lo dice solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
220. Acuérdate, Señor, y Reunidos en comunión pueden
ser encomendadas a uno u otro de los concelebrantes, que dice él solo
estas oraciones con las manos extendidas y en voz alta.
221. Acepta, Señor, en tu bondad, lo dice solamente el celebrante
principal, con las manos extendidas.
222. Desde Bendice y santifica, oh Padre, hasta Te pedimos humildemente,
Dios todopoderoso, el celebrante principal hace los gestos y todos los concelebrantes
lo dicen simultáneamente, de este modo:
a) Bendice y santifica, oh Padre, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
b) Él mismo, la víspera de su Pasión y Del mismo modo,
con las manos juntas;
c) las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; en la elevación miran
la hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente;
d) Por eso, Padre, nosotros, tus servidores y Mira con ojos de bondad, con
las manos extendidas;
e) Te pedimos humildemente, inclinados y con las manos juntas hasta las palabras
al participar aquí de este altar, y luego se enderezan, signándose
a las palabras seamos colmados de gracia y bendición.
223. La intercesión por los difuntos, Acuérdate también,
Señor, y la oración Y a nosotros, pecadores, puede encomendarse
a uno u otro de los concelebrantes, que las pronuncia él solo con
las manos extendidas y en voz alta.
224. A las palabras Y a nosotros, pecadores, todos los concelebrantes se
golpean el pecho.
225. Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando lo dice solamente
el celebrante principal.
Plegaria eucarística II
226. En la Plegaria eucarística II, Santo eres en verdad, lo dice
solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
227. Desde Por eso te pedimos que santifiques, hasta Te pedimos humildemente,
lo dicen a una todos los concelebrantes de este modo:
a) Por eso te pedimos que santifiques, con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
b) Él mismo, cuando iba a ser entregado a su Pasión y Del mismo
modo, con las manos juntas;
c) las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; en la elevación miran
la hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente;
d) Así, Padre, al celebrar ahora y Te pedimos humildemente, con las
manos extendidas.
228. Las intercesiones por los vivos: Acuérdate, Señor, y por
los difuntos: Acuérdate también de nuestros hermanos, pueden
ser encomendadas a uno u otro de los concelebrantes, quien las pronuncia
él solo con las manos extendidas y en voz alta.
Plegaria eucarística III
229. En la Plegaria eucarística III, Santo eres en verdad, lo dice
solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
230. Desde Por eso, Padre, te suplicamos, hasta, Dirige tu mirada, lo dicen
a una todos los concelebrantes de este modo:
a) Por eso, Padre, te suplicamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
b) Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado y Del mismo
modo, con las manos juntas;
c) las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; en la elevación miran
la hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente;
d) Así, Padre, al celebrar y Dirige tu mirada, con las manos extendidas.
231. Las intercesiones: Que él nos transforme y Te pedimos, Padre,
que esta Víctima, pueden ser encomendadas a uno u otro de los concelebrantes,
quien las pronuncia él solo con las manos extendidas y en voz alta.
Plegaria eucarística IV
232. En la Plegaria eucarística IV las palabras Te alabamos, Padre
santo, hasta llevando a su plenitud su obra en el mundo, las profiere solamente
el celebrante principal con las manos extendidas.
233. Desde Por eso, Padre, te rogamos, hasta Dirige tu mirada, lo dicen a
una todos los concelebrantes de este modo:
a) Por eso, Padre, te rogamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas;
b) Porque él mismo, llegada la hora y Del mismo modo, con las manos
juntas;
c) las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; en la elevación miran
la hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente;
d) Por eso, Padre, al celebrar, y Dirige tu mirada, con las manos extendidas.
234. Las intercesiones: Y ahora, Señor, acuérdate, y Padre
de bondad, pueden ser encomendadas a uno u otro de los concelebrantes, quien
la pronuncia él solo con las manos extendidas y en voz alta.
235. En cuanto a los otras Plegarias eucarísticas aprobadas por la
Sede Apostólica, obsérvense las normas establecidas para cada
una de ellas.
236. La doxología final de la Plegaria eucarística es pronunciada
solamente por el sacerdote celebrante principal y, si se cree oportuno, junto
con los otros concelebrantes, pero no por los fieles.
Rito de la Comunión
237. Luego el celebrante principal, con las manos juntas, dice la monición
que precede al Padrenuestro, y enseguida, con las manos extendidas, junto
con los demás concelebrantes, que también extienden las manos,
y con el pueblo dice la Oración del Señor.
238. Líbranos de todos los males, Señor, lo dice solo el celebrante
principal, con las manos extendidas. Todos los concelebrantes, junto con
el pueblo, pronuncian la aclamación final: Tuyo es el reino.
239. Después de la monición del diácono o, en su ausencia,
de uno de los concelebrantes Dense fraternalmente la paz, todos se dan la
paz. Los que están más cerca del celebrante principal la reciben
de él antes que el diácono.
240. Mientras se dice el Cordero de Dios, los diáconos o algunos de
los concelebrantes, pueden ayudar al celebrante principal a partir las hostias,
sea para la Comunión de los concelebrantes, sea para la del pueblo.
241. Después de la inmixtión, únicamente el celebrante
principal dice con las manos juntas y en secreto la oración Señor
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, o Señor Jesucristo, la Comunión
de tu Cuerpo y de tu Sangre.
242. Terminada la oración antes de la Comunión, el celebrante
principal hace genuflexión y se retira un poco. Los concelebrantes,
uno tras otro, se van acercando al medio del altar, hacen genuflexión
y toman con reverencia del altar el Cuerpo de Cristo, y teniéndolo
con la mano derecha y poniendo debajo su mano izquierda, vuelven a sus lugares.
No obstante, los concelebrantes pueden permanecer en sus lugares y tomar
el Cuerpo de Cristo de la patena que el celebrante principal, o bien uno
o varios de los concelebrantes, presenta a cada uno de ellos, o también,
pasándose uno a otro la patena hasta el último.
243. Luego, el celebrante principal toma la hostia consagrada en esa misma
Misa, y teniéndola un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz,
vuelto hacia el pueblo dice: Éste es el Cordero de Dios, y prosigue
con los concelebrantes y el pueblo diciendo: Señor, no soy digno.
244. Después el celebrante principal, vuelto hacia el altar, dice
en secreto: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y consume
con reverencia el Cuerpo de Cristo. De modo análogo hacen los concelebrantes,
comulgando por si mismos. Después de ellos, el diácono
recibe del celebrante principal el Cuerpo y la Sangre del Señor.
245. La Sangre del Señor se puede tomar bebiendo del cáliz
directamente o por intinción, o con una cañita o una cucharita.
246. Si la Comunión se recibe bebiendo directamente del cáliz,
se podrá hacer de uno de estos modos:
a) El celebrante principal de pie en medio del altar toma el cáliz
y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y bebe
un poco de Sangre y entrega el cáliz al diácono o a un concelebrante.
Luego distribuye la Comunión a los fieles (cf. nn. 160-162).
Los concelebrantes, uno tras otro, o de dos en dos, si hay dos cálices,
se acercan al altar, hacen genuflexión, beben la Sangre, limpian el
borde del cáliz y vuelven a sus asientos.
b) El celebrante principal bebe la Sangre del Señor, según
costumbre, en medio del altar. Los concelebrantes pueden tomar la Sangre
del Señor permaneciendo en sus lugares y bebiendo del cáliz
que les ofrece el diácono o un concelebrante, o también pasándose
el cáliz uno a otro. El cáliz siempre ha de ser limpiado o
por el que bebe o por el que presenta el cáliz. Después de
comulgar, cada uno vuelve a su asiento.
247. El diácono, en el altar, consume con reverencia toda la Sangre
de Cristo que haya sobrado, ayudado, si fuera el caso, por algunos concelebrantes;
luego traslada el cáliz a la credencia, y allí él o
un acólito debidamente instituido, lo purifica, lo seca y lo dispone
como de costumbre (cf. n. 183).
248. La Comunión de los concelebrantes también puede ordenarse
de modo que cada uno comulgue en el altar el Cuerpo, y enseguida la Sangre
del Señor. En este caso, el celebrante principal toma la Comunión
bajo las dos especies como de costumbre (cf. n. 158), observando, no obstante,
para comulgar del cáliz la misma forma que se haya escogido para los
demás concelebrantes.
Terminada la Comunión del celebrante principal, el cáliz se
deja en un lado del altar, sobre otro corporal. Los concelebrantes se acercan
uno tras otro al centro del altar, hacen genuflexión y comulgan el
Cuerpo del Señor; luego pasan al lado del altar y toman la Sangre
del Señor según el rito elegido para la Comunión del
cáliz, como se dijo arriba.
La Comunión del diácono y la purificación del cáliz
se harán como está indicado más arriba.
249. Si la Comunión de los concelebrantes se hace por intinción,
el celebrante principal toma el Cuerpo y la Sangre del Señor de la
manera acostumbrada, cuidando que en el cáliz quede suficiente cantidad
de Sangre del Señor, para la Comunión de los concelebrantes.
Luego el diácono o uno de los concelebrantes prepara el cáliz
convenientemente en el centro del altar o a un lado sobre otro corporal,
junto con la patena que contiene las partículas de hostias. Los concelebrantes,
uno tras otro, se acercan al altar, hacen genuflexión, toman una partícula,
la mojan parcialmente en el cáliz y poniendo la patena debajo de la
boca, sumen la partícula mojada, y luego vuelven a sus lugares como
al comienzo de la Misa.
También el diácono recibe la Comunión por intinción,
respondiendo Amén al concelebrante que le dice: El Cuerpo y la Sangre
de Cristo. El diácono, en el altar, consume toda la Sangre de Cristo
que haya sobrado, ayudado, si fuera el caso, por algunos concelebrantes;
traslada el cáliz a la credencia, y allí él o un acólito
instituido, lo purifica, lo seca y lo dispone como de costumbre.
Rito de conclusión
250. Todo lo demás, hasta el fin de la Misa, lo hace como de costumbre
el celebrante principal, permaneciendo los concelebrantes en sus lugares
(cf. nn. 166-168).
251. Antes de retirarse del altar, los concelebrantes hacen ante él
una inclinación profunda. El celebrante principal con el diácono
besan el altar como de costumbre.
III. MISA A LA QUE PARTICIPA SÓLO
UN MINISTRO
252. En la Misa celebrada por el sacerdote al que asiste y responde sólo
un ministro, obsérvese el rito de la Misa con participación
del pueblo (cf. mi. 120-169); el ministro, según convenga, dice las
partes del pueblo.
253. Sin embargo, si el ministro es un diácono, él ejercerá
las funciones que le son propias (cf. nn. 171-186) y también cumplirá
las otras partes del pueblo.
254. La celebración sin ministro o por lo menos algún fiel
no se haga sin causa justa y razonable. En este caso se omiten los saludos,
las moniciones y la bendición al fin de la Misa.
255. Antes de la Misa se preparan los vasos sagrados necesarios en la credencia
o sobre el altar del lado derecho.
Ritos iniciales
256. El sacerdote se acerca al altar, hecha la inclinación profunda
al altar con el ministro, venera el altar con un beso, y se dirige a la sede.
Si lo desea, el sacerdote puede permanecer en el altar, en cuyo caso allí
se prepara el Misal. Entonces el ministro o el sacerdote dice la antífona
de entrada.
257. Luego el sacerdote con el ministro, estando de pie, hacen la señal
de la cruz mientras el sacerdote dice: En el nombre del Padre. Luego, dirigiéndose
al ministro lo saluda con una de las fórmulas propuestas.
258. Luego se realiza el acto penitencial y, según las rúbricas
se dice el Señor, ten piedad y el Gloria.
259. Luego, con las manos juntas, dice Oremos y después de una pausa
conveniente, dice, con las manos extendidas, la oración colecta. Al
final el ministro aclama: Amén.
Liturgia de la Palabra
260. Las lecturas, en lo posible, proclámense desde el ambón.
261. Dicha la oración colecta, el ministro lee la primera lectura
y el salmo, y cuando se ha de decir, también la segunda lectura con
el versículo del Aleluia o el otro canto.
262. Luego el sacerdote, inclinado profundamente, dice: Purifica mi corazón,
y enseguida lee el Evangelio. Al final dice: Palabra del Señor, a
lo que el ministro responde: Gloria a ti, Señor Jesús. El sacerdote
besa el libro, y dice en secreto: Las palabras del Evangelio.
263. El sacerdote a continuación, según las rúbricas,
recita el Símbolo juntamente con el ministro.
264. Sigue la oración universal, que también puede decirse
en esta Misa. El sacerdote pronuncia la introducción y la conclusión;
el ministro presenta las intenciones.
Liturgia eucarística
265. En la liturgia eucarística se hace todo como en la Misa con participación
del pueblo, excepto lo que sigue.
266. Terminada la aclamación final del embolismo que sigue a la Oración
del Señor, el sacerdote dice la oración Señor Jesucristo,
que dijiste, y luego añade: La paz del Señor está siempre
con ustedes, a lo que el ministro responde: Y con tu espíritu. Según
las ocasiones, el sacerdote da la paz al ministro.
267. Luego, mientras dice junto con el ministro Cordero de Dios, el sacerdote
parte la hostia sobre la patena. Concluido el Cordero de Dios, hace la inmixtión,
diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre.
268. Después de la inmixtión el sacerdote dice en secreto la
oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo o Señor
Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo; luego hace genuflexión,
toma la hostia y, si el ministro comulga, vuelto hacia él y teniendo
la hostia un poco elevada sobre la patena, o sobre el cáliz dice:
Éste es el Cordero de Dios, y prosigue junto con él: Señor,
no soy digno. Después, vuelto hacia el altar, consume el Cuerpo de
Cristo. Si el ministro no recibe la Comunión, hecha la genuflexión,
el sacerdote toma la hostia y vuelto hacia el altar dice una sola vez en
secreto: Señor, no soy digno y El Cuerpo de Cristo me guarde, y consume
el Cuerpo de Cristo. Después toma el cáliz y en secreto dice:
La Sangre de Cristo me guarde y bebe la Sangre.
269. Antes de dar la Comunión al ministro, el sacerdote o el mismo
ministro dice la antífona de Comunión.
270. El sacerdote purifica el cáliz en la credencia o en el altar.
Si el cáliz se purifica en el altar, puede ser llevado a la credencia
por el ministro, o puede quedar sobre el mismo lado del altar.
271. Terminada la purificación del cáliz, es conveniente que
el sacerdote guarde una pausa de silencio; luego dice la oración después
de la Comunión.
Ritos de conclusión
272. Los ritos de conclusión se hacen como en la Misa con participación
del pueblo, pero se omite Pueden ir en paz. El sacerdote, como de costumbre,
besa el altar y, hecha la inclinación profunda juntamente con el ministro,
se retira.
IV. ALGUNAS NORMAS GENERALES PARA TODAS LAS FORMAS DE MISA
Veneración del altar y del Evangeliario
273. Según la costumbre tradicional, la veneración del altar
y del Evangeliario se expresa con el beso. Pero donde este signo no coincide
plenamente con las tradiciones culturales de alguna región, compete
a la Conferencia Episcopal determinar otro signo que lo reemplace, con el
consentimiento de la Sede Apostólica c.
Genuflexión e inclinación
274. La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta
el suelo, es signo de adoración; por eso se reserva para el Santísimo
Sacramento y para la santa Cruz desde la solemne adoración en la Acción
litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor,
hasta el comienzo de la Vigilia pascual.
En la Misa el sacerdote celebrante hace tres genuflexiones: después
de la elevación de la hostia, después de la elevación
del cáliz y antes de la Comunión. Las peculiaridades que se
han de observar en la Misa concelebrada se señalan en su lugar (cf.
nn. 210-251)
Si el sagrario con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio,
el sacerdote, el diácono y los otros ministros hacen genuflexión
cuando llegan al altar y cuando se retiran de él, pero no durante
la celebración de la Misa.
Por el contrario, harán genuflexión todos los que pasan delante
del Santísimo Sacramento, a no ser que vayan procesionalmente. Los
ministros que llevan la cruz procesional y los cirios, en lugar de la genuflexión
hacen una inclinación de cabeza.
275. La inclinación es signo de la reverencia y el honor que se tributa
a las personas o sus signos. Hay dos clases de inclinaciones, es decir de
cabeza y de cuerpo.
a) La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran juntamente las
tres Divinas Personas, y al nombre de Jesús, de la Santísima
Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa.
b) La inclinación del cuerpo, o inclinación profunda se hace:
al altar; en las oraciones Purifica mi corazón yAcepta, Señor,
nuestro corazón contrito; en el Símbolo, a las palabras y por
obra del Espíritu Santo o que fue concebido; en el Canon romano a
las palabras Te pedimos humildemente. La misma inclinación hace el
diácono cuando pide la bendición antes de la proclamación
del Evangelio. El sacerdote además se inclina un poco en la Consagración,
cuando profiere las palabras del Señor.
Incensación
276. La incensación expresa reverencia y oración, como lo indica
la Sagrada Escritura (cf. Sal. 140, 2; Ap. 8,3). El incienso puede usarse
ad libitum en cualquier forma de Misa:
a) durante la procesión de entrada;
b) al comienzo de la Misa, para incensar la cruz y el altar;
c) en la procesión y proclamación del Evangelio;
d) una vez puestos sobre el altar el pan y el vino, para incensar las ofrendas,
la cruz y el altar, y también al sacerdote y al pueblo; e) en la elevación
de la hostia y del cáliz después de la consagración.
277. El sacerdote, cuando pone incienso en el turíbulo, lo bendice
con el signo de la cruz sin decir nada.
Antes y después de la incensación se hace una inclinación
profunda a la persona u objeto que se inciensa, excepto al altar y a las
ofrendas para el sacrificio de la Misa. Con tres movimientos de turíbulo
se inciensan: el Santísimo Sacramento, las reliquias de la santa Cruz
y las imágenes del Señor expuestas a la pública veneración,
las ofrendas para el sacrificio de la Misa, la cruz del altar, el Evangeliario,
el cirio pascual, el sacerdote y el pueblo. Con dos movimientos de turíbulo
se inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestos a la
pública veneración, y únicamente al comienzo de la celebración,
después de la incensación del altar. El altar se inciensa con
un único golpe de este modo:
a) si el altar está separado de la pared, el sacerdote lo inciensa
caminando en torno a él;
b) si el altar no está separado de la pared, el sacerdote, caminando,
inciensa primero la parte derecha y luego la parte izquierda.
La Cruz, si está sobre el altar o junto a él, se inciensa antes
que el altar; si no, cuando el sacerdote pasa ante ella. El sacerdote inciensa
las ofrendas con tres movimientos de turíbulo, antes de la incensación
de la cruz y del altar, o bien trazando con el turíbulo el signo de
la cruz sobre las ofrendas.
Las purificaciones
278. Siempre que un fragmento de hostia quede adherido a los dedos, sobre
todo después de la fracción o de la Comunión de los
fieles, el sacerdote limpiará sus dedos sobre la patena o, si fuera
necesario, los lavará. Del mismo modo recogerá los fragmentos
que hubiera fuera de la patena.
279. Los vasos sagrados son purificados por el sacerdote, el diácono
o el acólito instituido, después de la Comunión o después
de la Misa, dentro de lo posible, en la credencia. La purificación
del cáliz se hace con agua o con agua y vino, que sumirá el
mismo que purifica. La patena se limpia con el purificador, como de ordinario.
Préstese atención a que la Sangre de Cristo que tal vez hubiera
sobrado después de la distribución de la Comunión, sea
sumida de inmediato e íntegramente en el altar.
280. Si se cae una hostia o una partícula, se la recogerá con
reverencia; si se derrama algo de Sangre, se lavará con agua el lugar
donde hubiere caído y luego se tirará esta agua en el sacrarium
ubicado en la sacristía.
Comunión bajo las dos especies
281. La sagrada Comunión tiene una expresión más plena
por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. En efecto,
en esa forma se manifiesta más perfectamente el signo del banquete
eucarístico y se expresa con mayor claridad la voluntad divina con
que se ratifica en la Sangre del Señor la Alianza nueva y eterna,
como también la relación entre el banquete eucarístico
y el banquete escatológico en el reino del Padre.[105]
282. Procuren los sagrados pastores recordar a los fieles que participan
en el rito o asisten a él, del modo más adecuado posible, la
doctrina católica según el Concilio de Trento sobre la forma
de recibir la sagrada Comunión. En primer lugar, recuerden a los cristianos
que la fe católica enseña que también bajo una sola
de las especies se recibe a Cristo todo y entero y el verdadero Sacramento,
y que, por consiguiente en lo que atañe a su fruto, no se verán
privados de ninguna gracia necesaria para la salvación los que reciben
una sola especie.[106]
Enseñen, además, que la Iglesia tiene poder para establecer
o cambiar en la administración de los Sacramentos, dejando intacta
su sustancia, aquello que, según la variedad de las circunstancias,
tiempos y lugares, juzgue que conviene más a los que los reciben o
a la veneración de los mismos Sacramentos. [107]Al mismo tiempo aconséjese
a los fieles que procuren participar en el sagrado rito, de esta forma brilla
más plenamente el signo del banquete eucarístico.
283. Se permite la Comunión bajo las dos especies, además de
los casos propuestos en los libros rituales:
a) a los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar en la acción
sagrada;
b) al diácono y a quienes desempeñan alguna función
en la Misa;
c) a los miembros de las comunidades en la Misa conventual y en la "de comunidad",
alumnos de seminarios, a todos los que están haciendo ejercicios espirituales
o que participan de una reunión espiritual o pastoral. El Obispo diocesano
puede establecer para su diócesis normas para la Comunión bajo
las dos especies, que también deben ser observadas en las iglesias
de las comunidades religiosas y en las celebraciones con grupos pequeños.
El Obispo tiene la facultad de permitir la Comunión bajo las dos especies
cuantas veces parezca oportuno al sacerdote a quien se le ha confiado la
comunidad, con tal que los fieles estén bien instruidos y que no haya
peligro de profanación del sacramento o que el rito se torne dificultoso
por el gran número de participantes, o por otra causa. En cuanto al
modo de distribuir a los fieles la sagrada Comunión bajo las dos especies,
y a la extensión de la facultad, las Conferencias Episcopales pueden
elaborar normas, con el reconocimiento de la Sede Apostólica.
284. Cuando la Comunión se distribuye bajo las dos especies:
a) el diácono, como de costumbre, sirve en el manejo del cáliz,
o en su ausencia, un presbítero; o también un acólito
debidamente instituido u otro ministro extraordinario de la sagrada Comunión;
o un fiel, a quien, en caso de necesidad, se le confía este oficio
ad actum;
b) lo que tal vez sobrara de la Sangre de Cristo lo bebe el sacerdote, o
el diácono, o el acólito instituido, que ayudó con el
cáliz y purifica, seca y ordena los vasos sagrados del modo acostumbrado.
A los fieles, que tal vez quieran comulgar sólo bajo la especie del
pan, se les dará la Comunión de esa forma.
285. Para la distribución de la Comunión bajo las dos especies
se ha de preparar:
a) si la Comunión se hace bebiendo directamente del cáliz,
prevéase un cáliz suficientemente grande, o varios cálices,
cuidando siempre que no vaya a sobrar demasiada cantidad de Sangre de Cristo
que debe ser sumida al fin de la celebración;
b) si se hace por intinción, las hostias no deben ser ni demasiado
delgadas ni demasiado pequeñas, sino de un espesor un poco mayor que
el de costumbre, de modo que una vez mojada parcialmente en la Sangre, pueda
ser distribuida convenientemente.
286. Si la Comunión de la Sangre se hace bebiendo del cáliz,
el que va a comulgar, después que recibe el Cuerpo de Cristo, se acerca
al ministro del cáliz y permanece de pie ante él. El ministro
dice: La Sangre de Cristo, y el comulgante responde: Amén, y el ministro
le alcanza el cáliz, al que el mismo comulgante con sus manos lleva
a la boca. El comulgante bebe un poco del cáliz, lo devuelve al ministro
y se retira; el ministro limpia el borde del cáliz con el purificador.
287. Si la Comunión se hace por intinción, el que va a comulgar,
sosteniendo la patena bajo la boca, se acerca al sacerdote, que tiene el
recipiente con las partículas consagradas y a su lado al ministro
que sostiene el cáliz. El sacerdote toma una hostia, la moja parcialmente
en el cáliz y mostrándola dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo;
el comulgante responde: Amén, recibe el Sacramento en la boca de mano
del sacerdote, y luego se retira.
CAPÍTULO V
DISPOSICIÓN Y ORNAMENTACIÓN
DE LAS IGLESIAS PARA
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
1. PRINCIPIOS GENERALES
288. Para celebrar la Eucaristía, el pueblo de Dios se congrega por
lo general en una iglesia o, si no la hay o no tiene suficiente capacidad,
en otro lugar adecuado, que sea digno de tan gran misterio. Por tanto, las
iglesias y los otros lugares han de ser aptos para la celebración
de la acción sagrada y para procurar la participación activa
de los fieles. Además los edificios sagrados y los objetos destinados
al culto divino han de ser en verdad dignos y bellos, signos y símbolos
de las realidades celestiales.[108]
289. Por esa razón, la Iglesia busca constantemente el noble servicio
de las artes y acepta expresiones de arte de todos los pueblos y regiones.[109]
Más aún: así como procura conservar las obras y el tesoro
del arte sagrado recibidos a través de los siglos[110] y, cuando es
necesario, los adapta a las nuevas necesidades, también trata de promover
las formas nuevas de arte que se armonizan con la índole de la época.[111]
Por eso, al escoger e instituir a los artistas y también al
elegir las obras destinadas a las iglesias, búsquese un auténtico
valor artístico que alimente la fe y la piedad y responda verdaderamente
al significado y al fin al que son destinados.[112]
290. Todas las iglesias han de ser dedicadas o al menos bendecidas. No obstante
las catedrales e iglesias parroquiales serán dedicadas con el rito
solemne.
291. Para construir, restaurar y adaptarlos edificios sagrados, los interesados
en ello consultarán a la Comisión diocesana de sagrada Liturgia
y de Arte sacro. El Obispo diocesano se servirá del consejo y de la
ayuda de esa Comisión siempre que se trate de dar normas en este campo
o de aprobar los planos de nuevos edificios o de dar su juicio sobre cuestiones
de cierta importancia.[113]
292. En la ornamentación de la iglesia búsquese una noble sencillez
más que la suntuosidad. En la elección de los materiales ornamentales,
procúrese la autenticidad y que contribuyan a la formación
de los fieles y confieran dignidad a todo el lugar sagrado.
293. La adecuada disposición de la iglesia y de sus complementos,
que ha de responder convenientemente a las necesidades de nuestro tiempo,
requiere que no sólo se procure lo que directamente pertenece a la
celebración de las acciones sagradas, sino que además se provean
a los fieles las convenientes comodidades que suelen encontrarse en los sitios
donde habitualmente se reúnen grupos de personas.
294. El pueblo de Dios que se congrega para la Misa, lleva en sí una
ordenación coherente y jerárquica que se expresa en la diversidad
de ministerios y de acción, en las distintas partes de la celebración.
Por consiguiente, es necesario que la disposición general del edificio
sagrado en cierto modo sea una imagen de la asamblea congregada, permita
la colocación ordenada de todos y favorezca la correcta ejecución
de cada una de las funciones. A los fieles y los cantores se les destinará
el lugar que mejor facilite su participación activa.[114]
El sacerdote, el diácono y los otros ministros ocuparán su
lugar en el presbiterio. Allí se prepararán los asientos para
los concelebrantes; pero si estos fueran muy numerosos, se dispondrán
en otra parte de la iglesia, pero cerca del altar. Todo esto, si bien debe
expresar la disposición jerárquica y la diversidad de ministerios,
ha de constituir, no obstante, una unidad íntima y coherente, por
la cual se manifieste con claridad la unidad de todo el pueblo santo. La
naturaleza y la belleza del lugar y de todos los objetos deben tome tar la
piedad y mostrar la santidad d misterios que se celebran.
II. ORDENACIÓN DEL PRESBITERIO
PARA LA SINAXIS SAGRADA
295. El presbiterio es el lugar donde se encuentra el altar, se proclama
la Palabra de Dios, y el sacerdote, el diácono y los demás
ministros ejercen su función. Deberá distinguirse convenientemente
de la nave de la iglesia, por hallarse en un plano más elevado o por
su peculiar estructura y ornato. Sea de amplitud tal que la celebración
de la Eucaristía pueda desarrollarse con comodidad y ser vista.[115]
El altar y su ornamentación
296. El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los
signos sacramentales, es además la mesa del Señor, a cuya participación
es convocado el pueblo de Dios en la Misa; y es el centro de la acción
de gracias que culmina en la Eucaristía.
297. La celebración de la Eucaristía, en el lugar sagrado,
debe hacerse siempre sobre el altar; fuera del lugar sagrado, puede hacerse
también sobre una mesa adecuada, usándose siempre el mantel
y el corporal, la cruz y los candeleros.
298. Conviene que en todas las iglesias haya un altar fijo, que es signo
más claro y permanente de Cristo Jesús, la Piedra viva (1 Pe
2,4; Ef 2,20); en los demás lugares, dedicados a las celebraciones
sagradas, puede haber un altar movible.
Se llama altar fijo al que está adherido al suelo y por tanto no se
puede mover; movible, al que se puede trasladar.
299. El altar sea construido separado de la pared, de modo que se pueda caminar
en torno a él con facilidad y la celebración se pueda hacer
de cara al pueblo, lo cual conviene que en cualquier parte sea posible. El
altar ocupe el lugar que en verdad sea el centro hacia el que espontáneamente
converja la atención de toda la asamblea de los fieles.[116] Por lo
general será fijo y estará dedicado.
300. El altar, tanto el fijo como el movible, será dedicado según
el rito descripto en el Pontifical Romano; el altar movible, no obstante,
puede ser solamente bendecido.
301. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y por lo que significa,
la mesa del altar fijo sea de piedra, es decir, de piedra natural. Con todo,
a juicio de la Conferencia Episcopal, también se puede emplear otro
material digno, sólido y trabajado con maestría. El pie o basamento
que sostiene la mesa puede ser de cualquier material, con tal que sea digno
y sólido.(d) El altar movible puede ser construido con cualquier material
noble y sólido, y apto para el uso litúrgico, según
las tradiciones y costumbres de las diversas regiones.
302. La costumbre de poner bajo el altar que se va a dedicar reliquias de
los Santos, aunque no sean mártires, consérvese oportunamente.
Cuídese, sin embargo, de que conste con certeza la autenticidad de
esas reliquias.
303. En la construcción de nuevas iglesias se ha de erigir un solo
altar, que sea signo para la asamblea de que hay un solo Cristo y una sola
Eucaristía de la Iglesia.
Pero en las iglesias ya construidas, cuando el altar antiguo está
situado de tal modo que torna difícil la participación del
pueblo y que no puede ser trasladado sin detrimento de su valor artístico,
constrúyase otro altar fijo, confeccionado con arte y debidamente
dedicado; y solamente en él seharán las celebraciones sagradas.
Para que no distraiga la atención de los fieles del altar nuevo, el
altar antiguo no se adornará de ninguna forma especial.
304. Por reverencia a la celebración del memorial del Señor
y al banquete en que se ofrece el Cuerpo y la Sangre del Señor, ha
de ponerse sobre el altar al menos un mantel de color blanco, cuya forma,
medida y ornato se ajustarán a la estructura del altar.
305. En el ornato del altar guárdese la moderación.
Durante el tiempo de Adviento adórnese el altar con flores con la
moderación que conviene a la índole de este tiempo, y que no
anticipe la alegría plena de la Navidad. Durante el tiempo de Cuaresma
se prohíbe adornar con flores el altar. Se exceptúan, no obstante,
el domingo Laetare (IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas.
El adorno de flores sea siempre sobrio, y se dispondrá cerca del altar,
más bien que sobre la mesa del altar.
306. Sobre la mesa del altar se puede dejar solamente lo que se requiere
para la celebración de la Misa, a saber, el Evangeliario, desde el
comienzo de la celebración de la Misa hasta la proclamación
del Evangelio; desde la presentación de las ofrendas hasta la purificación
de los vasos, el cáliz con la patena, el copón si es necesario,
y además el corporal, el purificador, la palia y el Misal.
Además se dispondrá discretamente lo que tal vez sea necesario
para amplificar la voz del sacerdote.
307. Los candeleros, que se requieren en cada acción litúrgica
como expresión de veneración o de celebración festiva
(cf. n. 117), se colocarán en la forma más conveniente, o sobre
el altar, o cerca de él, teniendo en cuenta la estructura tanto del
altar como del presbiterio, de modo que todo forme una unidad armoniosa y
no impida a los fieles ver fácilmente lo que se hace y en el altar.
308. También sobre el altar o junto a él haya una cruz con
la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser bien vista por la asamblea
congregada. Conviene que esta cruz, al evocar a los fieles la pasión
salvadora del Señor, permanezca cerca del altar también fuera
de las celebraciones litúrgicas.
El ambón
309. La dignidad de la Palabra de Dios, exige que en la iglesia haya un lugar
adecuado desde donde se la anuncie, y hacia el cual converja espontáneamente
la atención de los fieles, durante la liturgia de la Palabra.[117]
Conviene que en general este lugar sea un ambón fijo y no un simple
atril movible. El ambón, según la estructura de cada iglesia,
debe estar dispuesto de tal manera que los ministros ordenados y los lectores
puedan ser cómodamente vistos y oídos por los fieles.
Desde el ambón se proclaman únicamente las lecturas, el salmo
responsorial y el pregón pascual; también desde él pueden
hacerse la homilía y las intenciones de la oración universal.
La dignidad del ambón exige que sólo suba a él un ministro
de la Palabra.
Es conveniente que el ambón nuevo sea bendecido, antes de ser destinado
al uso litúrgico, según el rito descrito en el Ritual Romano.
[118]
Sede para el sacerdote celebrante y otros asientos
310. La sede del sacerdote celebrante debe significar su función de
presidente de la asamblea y de moderador de la oración. Por tanto,
su lugar más conveniente es de cara al pueblo al fondo del presbiterio,
a menos que lo impida la estructura del edificio u otra circunstancia, por
ejemplo, si a causa de la excesiva distancia, resulta difícil la comunicación
entre el sacerdote y la asamblea de los fieles, o si el sagrario está
en el medio detrás del altar. Evítese toda apariencia de trono.
[119] Es conveniente que la sede sea bendecida, antes de ser destinada al
uso litúrgico, según el rito descrito en el Ritual Romano.[120]
También en el presbiterio se han de colocar los asientos para los
sacerdotes concelebrantes y para los presbíteros que, revestidos con
la vestidura coral, asisten a la celebración, aunque no concelebren.
El asiento para el diácono colóquese cerca de la sede del celebrante.
Para los otros ministros ubíquense de tal modo que se distingan claramente
de los asientos del clero y ellos mismos puedan cumplir con facilidad el
oficio que se les ha confiado.[121]
III. ORDENACIÓN DE LA IGLESIA
Lugar de los fieles
311. Los lugares de los fieles han de disponerse con sumo cuidado, a fin
de que puedan participar con la vista y con el espíritu en las celebraciones
sagradas. Conviene que, en general, se dispongan para su uso bancos o sillas.
Sin embargo, ha de reprobarse la costumbre de reservar asientos a personas
privadas. [122] Los bancos o sillas, sobre todo en los edificios recientemente
construidos, han de disponerse de tal modo que los fieles puedan adoptar
con facilidad las posturas indicadas para las diversas partes de la celebración
y puedan acercarse sin dificultad a recibir la sagrada Comunión.
Procúrese que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote, al
diácono y a los lectores, sino que, haciendo uso de los modernos instrumentos
técnicos, puedan oír convenientemente.
Lugar de los cantores
y de los instrumentos musicales
312. El coro, según la disposición de cada iglesia, se colocará
de modo que se vea con claridad lo que es en realidad: parte de la asamblea
de fieles congregada y que en ella desempeñan una función particular;
que les facilite la ejecución de su ministerio litúrgico; que
permita a cada uno de sus miembros la plena participación sacramental
en la Misa.[123]
313. El órgano y los otros instrumentos musicales legítimamente
aprobados se colocarán en un lugar adecuado, es decir, donde puedan
ayudar a cantores y pueblo, y donde, cuando intervienen solos, puedan ser
bien oídos por todos. Es conveniente que el órgano sea bendecido,
antes de ser destinado al uso litúrgico, según el rito descrito
en el Ritual Romano.[124]
Durante el tiempo de Adviento se permite el uso del órgano y de otros
instrumentos musicales con esa moderación que conviene a la índole
del tiempo, y que no anticipe la alegría plena de la Navidad. Durante
el tiempo de Cuaresma se permite el uso del órgano y otros instrumentos
solamente para sostener el canto. Se exceptúan, no obstante, el domingo
Laetare (IV de Cuaresma), las solemnidades y fiestas.
Lugar de la reserva de la santísima
Eucaristía
314. Según la estructura de la iglesia y conforme a las legítimas
costumbres de cada lugar, el Santísimo Sacramento será reservado
en un sagrario en una parte de la iglesia muy noble, insigne, destacada,
convenientemente adornada y apropiada para la oración.[125]
El sagrario, de ordinario, sea único, inamovible, hecho de material
sólido e inviolable, no transparente, y cerrado de tal modo que se
evite al máximo el peligro de profanación.[126] Es conveniente
además que sea bendecido, antes de ser destinado al uso litúrgico,
según el rito descrito en el Ritual Romano.[127]
315. Por razón del signo es más apropiado que en el altar en
el que se celebra la Misa no esté el sagrario en el que se reserva
la Santísima Eucaristía.[128]
Conviene por eso que el sagrario sea colocado, a juicio del Obispo diocesano:
a) o en el presbiterio, fuera del altar de la celebración, en la forma
y en el lugar más convenientes, sin excluir el altar antiguo que no
se usa más para la celebración (cf. n. 303);
b) o también en una capilla apta para la adoración y oración
privada de los fieles, [129]que esté armoniosamente unida a la iglesia
y sea visible a los fieles cristianos.
316. Según la costumbre tradicional, alumbre continuamente junto al
sagrario una lámpara, alimentada con aceite o cera, que indique y
honre la presencia de Cristo.[130]
317. En modo alguno se han de olvidarlas demás cosas prescritas acerca
de la reserva de la Santísima Eucaristía, según la norma
del derecho. [131]
Las imágenes sagradas
318. La Iglesia en la Liturgia terrena pregusta y participa de aquella Liturgia
celestial, que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén hacia la
cual peregrina, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, y
venerando la memoria de los Santos, espera tener parte con ellos y gozar
de su compañía. [132]
Así, conforme a una antiquísima tradición de la Iglesia,
en los templos se han de exponer a l a veneración de los fieles[133],
imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los
Santos, y se han de disponer en el templo de tal modo que orienten a los
fieles hacia los misterios que allí se celebran. Por eso cuídese
que su número no se multiplique indiscretamente y colóquense
en el debido orden, para que no distraigan la atención de los fieles
de la celebración.[134] Ordinariamente, no haya más de una
imagen del mismo Santo. Por lo general, en lo que se refiere a las imágenes
en la ornamentación y disposición de la iglesia, téngase
en cuenta la piedad de toda la comunidad y la belleza y dignidad de las imágenes.
CAPÍTULO VI
COSAS NECESARIAS PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA MISA
I. EL PAN Y EL VINO PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
319. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre pan y vino
con agua, para celebrar el banquete del Señor.
320. El pan para celebrar la Eucaristía debe ser exclusivamente de
trigo, recientemente hecho, y ácimo, según la antigua tradición
de la Iglesia latina.
321. La naturaleza del signo pide que la materia de la celebración
eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, por tanto
que el pan eucarístico, aunque sea ácimo y confeccionado en
la forma tradicional, se haga de tal forma que el sacerdote, en la Misa celebrada
con el pueblo, pueda realmente partirlo en diversas partes y distribuirlas
al menos, a algunos fieles. No obstante, de ningún modo se excluyen
las hostias pequeñas, cuando lo requiere el número de los que
van a recibir la sagrada Comunión y otras razones pastorales. Pero
el gesto de la fracción del pan, que en los tiempos apostólicos
designaba sencillamente la Eucaristía, manifestará con mayor
claridad la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un
solo pan, y de la caridad, por el hecho de que un único pan se distribuye
entre hermanos.
322. El vino para la celebración eucarística debe ser del fruto
de la vid (cf. Lc 22,18), natural y puro, es decir sin mezcla de sustancias
extrañas.
323. Póngase sumo cuidado en que el pan y el vino destinados a la
Eucaristía se conserven en perfecto estado; esto es, cuídese
que el vino no se avinagre ni que el pan se corrompa o endurezca tanto que
resulte difícil partirlo.
324. Si después de la consagración o cuando va a comulgar,
el sacerdote advierte que no había puesto vino, sino agua, después
de dejar ésta en un vaso, pondrá en el cáliz vino con
agua, y lo consagrará diciendo la parte de la narración que
corresponde a la consagración del cáliz, pero sin que tenga
obligación de consagrar otra vez el pan.
II. OBJETOS SAGRADOS EN GENERAL
325. Como para la edificación de las iglesias, también para
todos los objetos sagrados, la Iglesia admite el genio artístico de
cada región y acepta aquellas adaptaciones que armonizan con la índole
y las tradiciones de cada pueblo, con tal que respondan adecuadamente al
uso sagrado para el que se destinan.[135]
También en este campo búsquese con solicitud esa noble simplicidad
que se une perfectamente con el verdadero arte.
326. En la selección de materiales para los objetos sagrados, además
de los ya tradicionales, pueden admitirse aquellos que, según la mentalidad
de nuestro tiempo, se consideran nobles, durables y aptos para el uso sagrado.
Esto quedará a juicio de la Conferencia Episcopal para cada región
(cf. n. 390).
III. LOS VASOS SAGRADOS
327. Entre las cosas necesarias para la celebración de la Misa, han
de estimarse principalmente los vasos sagrados, y entre éstos, el
cáliz y la patena en los que se ofrecen, consagran y consumen el vino
y el pan.
328. Los vasos sagrados se confeccionarán con un metal noble. Si el
metal es oxidable o de oro menos noble, por lo general debe dorarse la parte
interior.
329. A juicio de la Conferencia Episcopal, con la aprobación de la
Sede Apostólica, los vasos sagrados también pueden ser confeccionados
con otros materiales sólidos y, según la estima común
de cada región, nobles, por ejemplo ébano o algunas maderas
bien duras, con tal que sean aptas para el uso sagrado. En este caso prefiéranse
siempre materiales irrompibles e incorruptibles. Esto vale para todos los
vasos destinados a contener las hostias, como la patena, el copón,
la píxide, la custodia u ostensorio y otros semejantes.
330. En cuanto a los cálices y demás vasos destinados a recibir
la Sangre del Señor, tengan la copa hecha de tal material que no absorba
los líquidos. El pie, en cambio, puede hacerse con cualquier otro
material sólido y digno.
331. Para las hostias que serán consagradas puede emplearse convenientemente
una patena más grande, en la que se pone el pan para el sacerdote
y diácono, y para los demás ministros y fieles.
332. En cuanto a la forma de los vasos sagrados, corresponde al artista fabricarlos
del modo que mejor responda a las costumbres de cada región, con tal
que todos sean adecuados para el uso litúrgico a que se destinan,
y que se distingan claramente de los que se destinan al uso diario.
333. Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense
los ritos prescritos en los libros litúrgicos. [136]
334. Consérvese la costumbre de tener en la sacristía un sacrarium
donde se eche el agua usada en la purificación de los vasos sagrados
y los tejidos (cf. n. 280).
IV. LAS VESTIDURAS SAGRADAS
335. En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan
un mismo oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta exteriormente,
al celebrar la Eucaristía, en la diversidad de las vestiduras sagradas
que, por consiguiente, deben constituir un signo de la función propia
de cada ministro. Es necesario, además, que esos ornamentos sagrados
contribuyan al decoro de la acción sagrada. Los ornamentos con los
que se revisten los sacerdotes y diáconos, y también los ministros
laicos, serán oportunamente bendecidos según el Ritual romano
antes de que sean destinados al uso litúrgico. [137]
336. La vestidura sagrada común para todos los ministros ordenados
e instituidos de cualquier grado es el alba, ceñida a la cintura con
el cíngulo a no ser que esté confeccionada de tal modo que
se adhiera al cuerpo aun sin cíngulo. Si el alba no cubre totalmente
el vestido común alrededor del cuello, antes de revestirla empléese
el amito. El alba no puede ser reemplazada por la sobrepelliz, ni siquiera
sobre el vestido talar, cuando se debe usar la casulla o la dalmática,
o cuando, según las normas, se usa sólo la estola sin la casulla
o la dalmática.
337. La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y otras acciones
sagradas directamente relacionadas con ella, es la casulla, si no se indica
otra cosa, revestida sobre el alba y la estola.
338. La vestidura propia del diácono es la dalmática, que se
reviste sobre el alba y la estola; sin embargo, puede omitirse por necesidad
o en un grado menor de solemnidad.
339. Los acólitos, los lectores y los otros ministros laicos pueden
revestir alba u otra vestidura legítimamente aprobada en cada región
por la Conferencia Episcopal (cf. n. 390).(e)
340. El sacerdote lleva la estola alrededor del cuello y pendiendo sobre
el pecho; el diácono la lleva cruzada, desde el hombro izquierdo,
atravesada sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta.
341. La pluvial o capa pluvial la usa el sacerdote en las procesiones y en
otras acciones sagradas, según las rúbricas propias de cada
rito.
342. En cuanto a las formas de los ornamentos, las Conferencias Episcopales
pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones
que respondan mejor a las necesidades y costumbres de cada región.[138](f)
343. Para la confección de las vestiduras sagradas, pueden emplearse,
además de los materiales tradicionales, fibras naturales propias de
cada lugar como también algunas fibras artificiales que respondan
a la dignidad de la acción sagrada y de la persona. Esto queda a juicio
de la Conferencia
Episcopal.[139](g)
344. Procúrese buscar la belleza y nobleza de cada vestidura no en
la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que
se emplea y en su corte. La ornamentación presente figuras, imágenes
o símbolos que indiquen el uso sagrado, excluyéndose lo que
no corresponda al uso sagrado.
345. La diversidad de los colores en las vestiduras sagradas tiene por objeto
expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las características
de los misterios de la fe que se celebran, como el sentido progresivo de
la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.
346. En cuanto al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso
tradicional, o sea:
a) El color blanco se usa en los Oficios y Misas del tiempo pascual y de
Navidad; además en las celebraciones del Señor, que no sean
de su Pasión, de la Santísima Virgen, de los Santos Ángeles,
de los Santos no Mártires, en las solemnidades de Todos los Santos
(1 de nov.), de San Juan Bautista (24 de junio), en la fiesta de San Juan
Evangelista (27 de dic.), en la Cátedra de San Pedro (22 de febrero)
y en la Conversión de San Pablo (25 de enero).
b) El color rojo se usa el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el
domingo de Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del
Señor, en las fiestas natalicias de los Apóstoles y Evangelistas
y en las celebraciones de los Santos Mártires.
c) El color verde se usa en los Oficios y Misas del tiempo "durante el año".
d) El color morado (o violeta) se usa en el tiempo de Adviento y de Cuaresma.
Puede también usarse en los Oficios y Misas de difuntos.
e) El color negro puede usarse, donde se acostumbra, en las Misas de difuntos.
f) El color rosado puede usarse, donde se acostumbra, en los domingos Gaudete
(III de Adviento) y Lactare (IV de Cuaresma). g) En los días de mayor
solemnidad pueden usarse vestiduras sagradas festivas confeccionadas con
materiales más nobles, aún cuando no sean del color del día.
Sin embargo, las Conferencias Episcopales, en lo que se refiere a los colores
litúrgicos, pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica
las adaptaciones que respondan mejor a las necesidades y a la índole
de los pueblos. (h)
347. En las Misas rituales se usa el color propio, o blanco o festivo; en
las Misas por diversas necesidades el color propio del día o del tiempo
o el color morado, si expresan índole penitencial, por ejemplo: nn.
31, 33, 38; en las Misas votivas, el color conveniente a la Misa que se celebra
o también el color propio del día o del tiempo.
V. OTRAS COSAS DESTINADAS AL
USO DE LA IGLESIA
348. Además de los vasos sagrados y de las vestiduras sagradas, para
los que se establecen materiales determinados, las otras cosas que se destinan
o al mismo uso litúrgico[140] o que en cierto modo se admiten en la
iglesia, sean dignas y respondan al fin al que se destinan.
349. Procúrese de un modo peculiar que los libros litúrgicos,
especialmente el Evangeliario y el Leccionario, destinados a la proclamación
de la Palabra de Dios y que por eso gozan de una particular veneración,
sean realmente en la acción litúrgica signos y símbolos
de las realidades celestiales, y por tanto, verdaderamente dignos, bellos
y elegantes.
350. Además cuídense con toda solicitud los objetos relacionados
directamente con el altar y la celebración eucarística, como
por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional.
351. Hágase un serio esfuerzo para que, aun en las cosas de menor
importancia, se tengan en cuenta oportunamente las exigencias del arte, y
que la noble simplicidad vaya siempre acompañada de la elegancia.
CAPÍTULO VII
ELECCIÓN DE LA MISA
O DE SUS PARTES
352. La eficacia pastoral de la celebración ciertamente aumentará
si el texto de las lecturas, oraciones y cantos responden, dentro de lo posible,
a las necesidades, a la preparación espiritual y a la índole
de los participantes. Esto se obtendrá convenientemente usando de
la amplia facultad de elección que se describe más abajo. Por
eso el sacerdote, al preparar la Misa, tendrá en cuenta, más
que sus propias preferencias, el bien común espiritual del pueblo
de Dios. Recuerde, además, que esta elección de las partes
debe hacerse de común acuerdo con los que de algún modo participan
en la celebración, sin excluir a los fieles en lo que a ellos se refiere
más directamente.
Puesto que se ofrece una múltiple facultad de elegir las diversas
partes de la Misa, es necesario que antes de la celebración el diácono,
los lectores, el salmista, el cantor, el guía y el coro, sepan con
seguridad qué textos les corresponden a cada uno por su parte, y nada
se deje a la improvisación. En efecto, la armoniosa sucesión
y ejecución de los ritos contribuye mucho a preparar el espíritu
de los fieles para participar de la Eucaristía.
I. ELECCIÓN DE LA MISA
353. En las solemnidades el sacerdote deberá seguir el calendario
de la iglesia en la que celebra.
354. Los domingos, las ferias de Adviento, de Navidad, de Cuaresma y de Pascua,
y en las fiestas y memorias obligatorias:
a) si la Misa se celebra con participación del pueblo, el sacerdote
seguirá el calendario de la iglesia en la que celebra;
b) si la Misa se celebra con la participación de un solo ministro,
el sacerdote puede elegir entre el calendario de la iglesia y el calendario
propio.
355. En las memorias libres:
a) En las ferias de Adviento del 17 al 24 de diciembre, durante la octava
de Navidad y en las ferias de Cuaresma, excepto el Miércoles de Ceniza
y las ferias de Semana Santa, se dice la Misa del día litúrgico
ocurrente; pero se puede tomar la oración colecta de la memoria que
quizá esté indicada para ese día en el calendario general,
con tal que no coincida con el Miércoles de Ceniza o con una feria
de la Semana Santa. En las ferias del tiempo pascual se pueden tomar íntegramente
los formularios de las memorias de los Santos.
b) En las ferias de Adviento antes del 17 de diciembre, en las ferias del
tiempo de Navidad desde el 2 de enero y en las ferias del tiempo pascual,
se puede elegir o la Misa de feria, o la Misa del Santo, o de uno de los
Santos de los que se hace memoria, o la Misa de algún Santo inscrito
ese día en el Martirologio.
c) En las ferias del tiempo durante el año, se puede elegir o la Misa
de feria, o la Misa de la memoria libre que quizá ocurra, o la Misa
de algún Santo inscrito ese día en el Martirologio, o una Misa
por diversas necesidades o una votiva. Si se celebra con el pueblo, el sacerdote
procurará no omitir con frecuencia y sin motivos suficientes las lecturas
asignadas para
cada día en el Leccionario ferial, ya que la Iglesia desea vivamente
que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para
los fieles. [141] Por la misma razón, elegirá con moderación
las Misas de difuntos: cada Misa, en efecto, se ofrece por los vivos y por
los difuntos, y en todas las Plegarias eucarísticas se hace un recuerdo
de los difuntos. Donde los fieles tengan particular devoción por las
memorias libres de la Santísima Virgen o de los Santos, satisfágase
su legítima piedad.
Cuando se da la posibilidad de elegir entre una memoria del calendario general
y otra del calendario diocesano o religioso, prefiérase, en igualdad
de condiciones y de acuerdo con la tradición, la memoria particular.
II. ELECCIÓN DE LAS PARTES DE LA MISA
356. Al elegir los textos de las diversas partes de la Misa tanto del Tiempo
como de los Santos, obsérvense las siguientes normas.
Las lecturas
357. Para los domingos y solemnidades se asignan tres lecturas, es decir
de los Profetas, de los Apóstoles y del Evangelio con las cuales se
educa al pueblo cristiano en la continuidad de la obra de la salvación,
según el admirable designio divino. Estas lecturas se usarán
estrictamente. En el Tiempo Pascual, según la tradición eclesial,
la lectura del Antiguo Testamento es reemplazada por una lectura de los Hechos
de los Apóstoles.
Para las fiestas se asignan dos lecturas. Sin embargo, si una fiesta se eleva
al grado de solemnidad, se añade una tercera lectura que se toma del
Común.
En las memorias de los Santos, si no hay lecturas propias, se leerán
por lo general las asignadas para la feria. En algunos casos se proponen
lecturas apropiadas, que iluminan un aspecto peculiar de la vida espiritual
o de la obra del Santo. El uso de esas lecturas no es obligatorio, a no ser
que realmente lo aconseje un motivo pastoral.
358. En el Leccionario ferial se proponen lecturas para cada uno de los días
de cada semana de todo el año, por consiguiente se tomarán
preferentemente estas lecturas en los días para los que están
asignadas, a no ser que ocurra una solemnidad o fiesta, o una memoria que
tenga lecturas propias del Nuevo Testamento, en las que se menciona al Santo
celebrado.
Sin embargo, si alguna vez la lectura continuada se interrumpe dentro de
la semana por alguna solemnidad o alguna fiesta o por otra celebración
particular, le está permitido al sacerdote, teniendo en cuenta la
ordenación de las lecturas de toda la semana, unir con las otras lecturas
las partes omitidas o determinar qué textos deben preferirse.
En las Misas para grupos peculiares, se le permite al sacerdote elegir los
textos que se adapten mejor a esa celebración particular, con tal
de que esos textos se tomen de un Leccionario aprobado.
359. Además, el Leccionario presenta una selección de textos
de la Sagrada Escritura para las Misas rituales en que va incluido algún
Sacramento o Sacramental, o para las Misas que se celebran por diversas necesidades.
Estos Leccionarios se han elaborado para que los fieles, al oír una
lectura más adaptada de la Palabra de Dios, sean conducidos a un mejor
entendimiento del misterio del que participan y sean formados en un amor
más ferviente por la Palabra de Dios. Por consiguiente, los textos
que se proclaman en la celebración deben ser determinados teniendo
en cuenta no sólo los motivos pastorales sino también la libertad
de elección concedida para estos casos.
360. Algunas veces se presentan los mismos textos en una forma más
larga y en otra más breve. Al elegir entre estas dos formas, téngase
en cuenta el criterio pastoral. Es necesario entonces que se considere la
capacidad de los fieles para escuchar provechosamente un texto más
o menos largo; de su capacidad para escuchar el texto más completo,
que se ha de explicar en la homilía.[142]
361. Cuando se presenta la posibilidad de elegir entre un texto u otro texto
ya determinado, o propuesto a elección, se deberá atender a
la mayor utilidad de los participantes, es decir según se trate de
usar el texto que sea más sencillo y que convenga mejor a la asamblea
congregada, o un texto que se va a repetir o reponer, asignado como propio
para alguna celebración, dejándose el otro a elección,
cuando la utilidad pastoral lo aconseje. [143] Esto puede suceder o cuando
el mismo texto deberá ser leído de nuevo en los próximos
días, -por ejemplo el domingo y al día siguiente-, o cuando
se teme que el texto genere algunas dificultades en la asamblea de los fieles.
Cuídese, sin embargo, en la elección de los textos de la Sagrada
Escritura, que algunas partes no sean excluidas permanentemente.
362. Además de las facultades de elegir algunos textos más
aptos, de que se habla más arriba, la Conferencia Episcopal tiene
la facultad de indicar, en circunstancias particulares, algunas adaptaciones
en lo que se refiere a las lecturas, con la condición de que los textos
se elijan de un Leccionario debidamente aprobado.
Las oraciones
363. En cualquier Misa, si no se indica otra cosa, se dicen las oraciones
propias de esa Misa.
En las memorias de los Santos se dice la oración colecta propia o,
si no hubiera, la del Común correspondiente; en cambio, las oraciones
sobre las ofrendas y la de después de la Comunión, si no son
propias, se pueden tomar del Común o de la feria del tiempo correspondiente.
En las ferias del tiempo durante el año, además de las oraciones
del domingo precedente, se pueden tomar las oraciones de cualquier otro domingo
del tiempo durante el año, o una de las oraciones de las Misas por
diversas necesidades, que se encuentran en el Misal. En todo caso, siempre
está permitido tomar de esas Misas sólo la colecta.
De este modo, se presenta una mayor riqueza de textos con los cuales se alimenta
más abundantemente la oración de los fieles.
No obstante, en los tiempos más importantes del año, esta acomodación
ya está hecha en las oraciones propias de esos tiempos, que se señalan
para cada día en el Misal.
Las plegarias eucarísticas
364. Muchos prefacios con los que se ha enriquecido el Misal Romano miran
a que el tema de la acción de gracias tenga en la Plegaria eucarística
una expresión más plena, y a que los diversos aspectos del
misterio de la salvación se vayan proponiendo con mayor claridad.
365. Las Plegarias eucarísticas que se encuentran en el Ordo Missae
se elegirán convenientemente de acuerdo con estas normas:
a) La Plegaria eucarística primera, o Canon romano, que se puede usar
siempre, se dirá de preferencia en los días que tienen asignados
Reunidos en comunión propio, o en las Misas que tienen su propio Acepta,
Señor, en tu bondad. También en las celebraciones de los Apóstoles
y Santos de quienes se hace mención en dicha Plegaria; asimismo, en
los domingos, a no ser que por motivos pastorales se prefiera la Plegaria
eucarística tercera.
b) La Plegaria eucarística segunda, por sus peculiares características
se empleará de preferencia en los días de semana, o en circunstancias
particulares. Aunque tiene su prefacio propio, también puede usarse
con
otros prefacios, principalmente con los que presentan en forma resumida el
misterio de la salvación, por ejemplo con los prefacios comunes. Cuando
la Misa se celebra por un determinado difunto, se puede emplear la fórmula
peculiar que se encuentra en su respectivo lugar, antes del Acuérdate
también.
c) La Plegaria eucarística tercera puede usarse con cualquier Prefacio.
Su uso se recomienda los domingos y las fiestas. Si esta Plegaria se usa
en las Misas de difuntos, se puede emplear la fórmula peculiar para
un difunto, que se encuentra en su propio lugar, es decir después
de las palabras: Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos
tus hijos dispersos por el mundo.
d) La Plegaria eucarística cuarta tiene un prefacio fijo y presenta
un compendio más pleno de la historia de la salvación. Se puede
emplear cuando la Misa no tiene Prefacio propio y en los domingos "durante
el año". En esta Plegaria, por razón de su propia estructura,
no se puede introducir una fórmula peculiar por un difunto.
Los cantos
366. No es lícito sustituir con otros cantos los que pertenecen al
Ordo Missae, por ejemplo el Cordero de Dios.
367. En la elección de los cantos interleccionales, como también
de los cantos de entrada, del ofertorio y de la Comunión, obsérvense
las normas establecidas en sus respectivos lugares (cf. nn. 40-41, 47-48,
6164, 74, 86-88).
CAPÍTULO VIII
MISAS Y ORACIONES
POR DIVERSAS NECESIDADES
Y MISAS DE DIFUNTOS
I. MISAS Y ORACIONES PARA DIVERSAS CIRCUNSTANCIAS
368. Puesto que la liturgia de los Sacramentos y Sacramentales hace que,
en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida
sean santificados por la gracia divina que emana del misterio
pascual,[144] y puesto que la Eucaristía es el sacramento de los sacramentos,
el Misal proporciona modelos de Misas y oraciones que se pueden emplear en
las diversas ocasiones de la vida cristiana, de acuerdo a las necesidades
de todo el mundo o de la Iglesia universal y local.
369. Teniendo en cuenta la facultad más amplia de elegir lecturas
y oraciones, las Misas por diversas necesidades se han de usar con moderación,
es decir cuando la circunstancia lo exija.
370. En todas las Misas por diversas necesidades, si no se dispone expresamente
otra cosa, se pueden emplear las lecturas feriales con sus cantos interleccionales,
si se ajustan a la celebración.
371. Entre las Misas de este tipo se encuentran las Misas rituales, por diversas
necesidades, y las votivas.
372. Las Misas rituales están relacionadas con la celebración
de algunos Sacramentos o Sacramentales. Se prohiben en los domingos de Adviento,
Cuaresma y Pascua, en las solemnidades, en la Octava de Pascua, en la Conmemoración
de todos los fieles difuntos, en el Miércoles de Ceniza y en las ferias
de la Semana Santa, observando además las normas indicadas en los
rituales o en las mismas Misas.
373. Las Misas por diversas necesidades o por diversas circunstancias se
toman para ciertas ocasiones en las que parezcan apropiadas, o bien en determinados
tiempos. De entre ellas, la autoridad competente puede elegir las Misas para
las súplicas que la Conferencia Episcopal establezca en el decurso
del año.
374. Si se presentara alguna necesidad más grave, o por utilidad pastoral,
se puede celebrar la Misa que más convenga, por mandato o con permiso
del Obispo diocesano, cualquier día, excepto las solemnidades, los
domingos de Adviento, de Cuaresma y de Pascua, la Octava de Pascua, la Conmemoración
de todos los fieles difuntos, el Miércoles de Ceniza y las ferias
de Semana Santa.
375. Las Misas votivas sobre los misterios del Señor o en honor de
la Santísima Virgen María o de los Ángeles o de algún
Santo o de todos los Santos, según la piedad de los fieles, se pueden
celebrar en las ferias durante el año, aun cuando ocurra una memoria
libre. Sin embargo, no se pueden celebrar, como votivas, las Misas que se
refieren a los misterios de la vida del Señor y de la Santísima
Virgen María, exceptuada la Misa de su Inmaculada Concepción,
porque la celebración de esos misterios está relacionada con
el curso del año litúrgico.
376. Los días en que ocurre una memoria obligatoria o una feria de
Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive, del tiempo de Navidad desde
el 2 de enero, y del tiempo pascual después de la octava de Pascua,
por norma general se prohiben las Misas por diversas necesidades o por diversas
circunstancias y las votivas. Pero si alguna verdadera necesidad o utilidad
pastoral lo requiere, en la celebración con el pueblo se puede celebrar,
a juicio del rector de la iglesia o del mismo sacerdote que celebra, la Misa
que responda mejor a esa necesidad o utilidad.
377. En las ferias durante el año en que ocurren memorias libres o
se hace el Oficio de feria, se puede celebrar cualquier Misa o emplear cualquier
oración por diversas necesidades, exceptuadas, sin embargo, las Misas
rituales.
378. Se recomienda de un modo particular la memoria de Santa María
en sábado, porque en la Liturgia de la Iglesia, en primer lugar y
sobre todos los Santos, se venera a la Madre del Redentor.[145]
II. MISAS DE DIFUNTOS
379. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico de la Pascua del
Señor por los difuntos a fin de que, por la intercomunión de
todos los miembros de Cristo, lo que a unos les alcanza auxilio espiritual,
a otros les lleve el consuelo de la esperanza.
380. Entre las Misas de difuntos ocupa el primer lugar la Misa exequial,
que se puede celebrar todos los días excepto las solemnidades de precepto,
el jueves Santo, el Triduo Pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y
Pascua, observándose además todo lo que se ha de observar de
acuerdo a la norma del derecho .[146]
381. La Misa de difuntos, al tener noticia de la muerte, o en el día
del entierro del difunto o en el primer aniversario, se puede celebrar también
en la Octava de Navidad y en los días en que ocurre una memoria obligatoria
o en una feria, con tal que no sea el Miércoles de Ceniza o las ferias
de Semana Santa.
Las demás Misas de difuntos, o sea las Misas "cotidianas" se pueden
celebrar en las ferias durante el año en las que ocurran memorias
libres o se haga el Oficio de feria, con tal que se apliquen realmente por
los difuntos.
382. En las Misas exequiales se hará por lo general, una breve homilía,
excluyendo cualquier género de panegírico.
383. Invítese a los fieles, especialmente a los familiares, a que
también participen recibiendo la sagrada Comunión, en el sacrificio
eucarístico ofrecido por el difunto.
384. Si la Misa exequial está directamente unida al rito de las exequias,
dicha la oración después de la Comunión y omitido el
rito de conclusión, se procede al rito de la última recomendación
o despedida; rito que sólo se celebra si está presente el cadáver.
385. Al ordenar y elegir en las Misas de difuntos, especialmente las Misas
exequiales, las partes que pueden variar (por ej. oraciones, lecturas, oración
universal), ténganse presentes, como es debido, los motivos pastorales
con relación al difunto, a su familia y a los presentes. Tengan especial
cuidado además los pastores de quienes, con ocasión de las
exequias, asisten a las celebraciones litúrgicas y oyen el Evangelio,
y que pueden no ser católicos o católicos que nunca o casi
nunca participan de la Eucaristía, o que incluso parecen haber perdido
la fe: los sacerdotes son ministros del Evangelio de Cristo para todos.
CAPÍTULO IX
ADAPTACIONES QUE COMPETEN A
LOS OBISPOS Y A LAS
CONFERENCIAS EPISCOPALES
386. La renovación del Misal Romano, según la norma de los
decretos del Concilio Ecuménico Vaticano II, realizada en nuestro
tiempo, recomendó encarecidamente que todos los fieles, en la celebración
eucarística, puedan tener esa participación plena, consciente
y activa que exige la naturaleza de la Liturgia misma y a la que los fieles,
en virtud de su condición, tienen derecho y obligación.[147]
Para que esta celebración responda plenamente a las normas y al espíritu
de la sagrada Liturgia, en esta Ordenación y en el Ordo Missae se
presentan algunas adaptaciones que se encomiendan al criterio del Obispo
diocesano o al de las Conferencias Episcopales.
387. El Obispo diocesano que debe ser considerado como el gran sacerdote
de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de
sus fieles,[148] debe fomentar, regular y cuidar diligentemente la vida litúrgica
en su diócesis. En esta Ordenación se le encomienda moderar
la disciplina de la concelebración (cf. nn. 202, 374), establecer
normas para los que ayudan al sacerdote en el altar (cf. n. 107), para la
distribución de la sagrada Comunión bajo las dos especies (cf.
n. 283), para la construcción y ordenación de los templos (cf.
n. 291). Pero en primer lugar a él le corresponde alimentar el espíritu
de la sagrada Liturgia en los presbíteros, diáconos y fieles.
388. Las adaptaciones de las que se habla más abajo, que exigen mayor
coordinación, serán determinadas, según la norma del
derecho, en la Conferencia Episcopal.
389. A las Conferencias Episcopales compete en primer lugar preparar y aprobar
la edición de este Misal Romano en las lenguas vernáculas admitidas,
de manera que, una vez obtenido el reconocimiento de la Sede Apostólica,
sea usado en las regiones a las que pertenece. [149]
El Misal Romano, sea en el texto latino sea en las traducciones vernáculas
legítimamente aprobadas, debe ser editado íntegramente.
390. Corresponde a las Conferencias Episcopales definir las adaptaciones
que se indican en esta Ordenación General y en el Ordo Missae y, una
vez obtenido el reconocimiento de la Sede Apostólica, introducirlas
en el Misal, a saber: - los gestos y las posturas de los fieles (cf. n. 43);
- los gestos de veneración al altar y al Evangeliario (cf. n. 273);
- los textos para los cantos de entrada, preparación de las ofrendas
y comunión (cf. nn. 48, 74, 87);
- las lecturas de la Sagrada Escritura para circunstancias especiales (cf.
n. 362);
- la forma del rito de la paz (cf. n. 82);
- el modo de recibir la sagrada Comunión (cf. nn. 160, 283);
- el material del altar y los objetos sagrados, especialmente de los vasos
sagrados, y el material, forma y color de las vestiduras litúrgicas
(cf. nn. 301, 326, 329, 339, 342-346).
Los Directorios o Instrucciones Pastorales que las Conferencias Episcopales
juzgaran de utilidad, podrán ser incluidos en el Misal Romano, en
el lugar correspondiente, con el previo reconocimiento de la Sede Apostólica.
391. Compete a las mismas Conferencias ocuparse con peculiar cuidado de las
versiones de los textos bíblicos para el uso en la celebración
de la Misa. Pues de la Sagrada Escritura se toman las lecturas que son explicadas
en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones y
cantos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y
de ella reciben su significado las acciones y los signos.[150]
Se ha de emplear un lenguaje que responda a la capacidad de los fieles y
apropiado para la proclamación pública, manteniendo no obstante
esas características propias de los distintos modos de hablar empleados
en los libros bíblicos.
392. También corresponderá a las Conferencias Episcopales preparar
con incesante solicitud las traducciones de los otros textos, de tal manera
que, respetando las características de cada idioma, se presente fiel
y plenamente el sentido del texto original en latín. Para esto, conviene
considerar atentamente los diferentes géneros literarios empleados
en el Misal, tal como las oraciones presidenciales, las antífonas,
aclamaciones, respuestas, letanías, etc. Téngase en cuenta
que la traducción de los textos no mira en primer lugar a la meditación,
sino más bien a la proclamación o al canto durante la celebración.
Se ha de emplear un lenguaje adaptado a los fieles de la región, dotado
no obstante, de una noble y alta calidad literaria, permaneciendo siempre
firme la necesidad de una catequesis sobre el sentido bíblico y cristiano
de muchas palabras y sentencias. Es conveniente que en las regiones de una
misma lengua, en cuanto sea posible, haya una única versión
para los textos litúrgicos, especialmente para los textos bíblicos
y el Ordinario de la Misa.[151]
393. Considerando el lugar eminente que el canto ocupa en la celebración,
como parte necesaria o integral de la liturgia, [152] compete a las Conferencias
Episcopales aprobar las melodías apropiadas, especialmente para los
textos del Ordinario de la Misa, las respuestas y aclamaciones del pueblo,
y para los ritos particulares durante el año litúrgico.
Asimismo les compete juzgar si ciertas formas musicales, melodías
e instrumentos musicales pueden ser admitidos en el culto divino, siempre
que sean realmente aptos o puedan adaptarse al uso sagrado.
394. Es conveniente que cada diócesis tenga su calendario y su propio
de las Misas. La Conferencia Episcopal, por su parte, prepare el calendario
propio del país o, junto con otras Conferencias, un calendario para
un territorio más amplio, que deberá ser aprobado por la Sede
Apostólica. [153] En esta tarea se ha de mantener y defender el domingo,
como día de fiesta primordial, por lo cual no se le han de anteponer
otras celebraciones, a no ser que sean, realmente, de suma importancia.[154]
También procúrese que el año litúrgico revisado
por decreto del Concilio Vaticano II no sea oscurecido con elementos secundarios.
En la confección del calendario del país, indíquense
los días de Rogativas y de las Cuatro Témporas (cf. n. 373),
y la forma y el texto para celebrarlas, [155] y ténganse presente
otras determinaciones peculiares. Conviene que, en la edición del
Misal, se incluyan las celebraciones propias de todo el país o territorio
en su lugar correspondiente entre de las celebraciones del calendario general,
pero las propias de una región o diócesis colóquense
en un Apéndice particular.
395. Finalmente, si la participación de los fieles y su bien espiritual
requieren variaciones o adaptaciones más profundas para que la sagrada
celebración responda a la mentalidad y tradiciones de los diversos
pueblos, especialmente en los pueblos recientemente evangelizados, las Conferencias
Episcopales podrán proponerlas a la Sede Apostólica, a tenor
del art. 40 de la Constitución sobre la sagrada Liturgia, para introducirlas
con su consentimiento. [156] Obsérvense atentamente las normas especiales
de la Instrucción "La Liturgia romana y la inculturación".
[157] Para actuar en esta materia, obsérvese lo siguiente:
Ante todo preséntese a la Sede Apostólica detalladamente un
proyecto previo, de modo que, una vez concedida la debida facultad, se proceda
a la elaboración de cada una de las adaptaciones. Aprobadas debidamente
por la Sede Apostólica estas proposiciones, se hará una experimentación
por el tiempo y en los lugares establecidos. Si se diera el caso, concluido
el período de experimentación, la Conferencia Episcopal determinará
la prosecución de las adaptaciones y propondrá una formulación
madura del tema al juicio de la Sede Apostólica.[158]
396. Sin embargo antes de realizarlas nuevas adaptaciones, especialmente
las más profundas, se ha de procurar con solicitud que se dé
la debida instrucción, sabia y ordenadamente, al clero y a los fieles;
que las facultades ya previstas sean llevadas a efecto y que las normas pastorales,
que responden al espíritu de la celebración, se apliquen plenamente.
397. También obsérvese el principio según el cual cada
Iglesia particular debe estar en comunión con la Iglesia universal,
no sólo en la doctrina de la fe y en los signos sacramentales, sino
también en los usos universalmente recibidos de la ininterrumpida
tradición apostólica, que se han de mantener no sólo
para evitar los errores, sino también para transmitir la fe en su
integridad, pues la 'ley de la oración" (lex orandi) de la Iglesia
corresponde a su 'ley de la fe" (lex credendi).[159]
El Rito romano constituye una parte noble y excelente del tesoro litúrgico
y del patrimonio de la Iglesia católica, cuyas riquezas contribuyen
al bien de la Iglesia universal, de manera que su pérdida la dañaría
gravemente.
Ese Rito no sólo conservó a lo largo de los siglos los usos
litúrgicos nacidos en la ciudad de Roma, sino que también de
un modo profundo, orgánico y armonioso fue incorporando en sí
mismo otros usos, que provenían de las costumbres y la índole
de los diversos pueblos y de distintas Iglesias particulares de Occidente
y de Oriente, adquiriendo así un cierto carácter suprarregional.
En nuestro tiempo, la identidad y unidad de este Rito se encuentra expresada
en las ediciones típicas de los libros litúrgicos publicados
bajo la autoridad del Sumo Pontífice y en los correspondientes libros
litúrgicos aprobados por las Conferencias Episcopales para sus respectivos
países, y confirmados por la Sede Apostólica.[160]
398. La norma establecida por el Concilio Vaticano II por la que las innovaciones
en la reforma litúrgica sólo se introducirán si lo exige
una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y después de haber
tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por
así decir, orgánicamente a partir de las ya existentes,[161]
debe aplicarse también en la inculturación del Rito romano.
[162] La inculturación requiere además su debido tiempo para
que la auténtica tradición litúrgica no se contamine
apresurada e incautamente.
Por último, el estudio de la inculturación no debe pretender
en modo alguno la formación de nuevas familias de ritos, sino que
deben responder a las necesidades de una determinada cultura, de modo que
las adaptaciones introducidas en el Misal o en los otros libros litúrgicos
no sean perjudiciales al carácter propio del Rito romano. [163]
399. Así el Misal Romano, en la diversidad de lenguas y en cierta
variedad de costumbres,[164] deberá mantenerse como un instrumento
y un signo preclaro de la integridad y unidad del Rito romano.[165]
(a) En la Argentina se establece, como forma habitual, que los fieles reciban
la Comunión de pie y realicen antes, como gesto de reverencia, una
inclinación de cabeza. (CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov. 2002,
Res. n. 12; Recon. CCDDS, Prot. n. 23/03/L, 28 jun 2003).
(b) En la Argentina se resuelve confirmar el decreto de la CEA promulgado
el 19 de junio de 1996 (Recon. CCDDS, Prot. n. 854/1996, 9 may 1996), según
el cual en la Argentina se puede dar la Comunión a los fieles también
en la mano. (CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov. 2002, Res. n. 13; Recon.
CCDDS, Prot. n. 23/03/L, 28 jun 2003).
(c) En la Argentina se resuelve que se prosiga con la costumbre tradicional
de expresar con un beso la veneración del altar y del Evangeliario.
(CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov. 2002, Res. n. 8; Recon. CCDDS, Prot.
n. 23/03/L, 28 jun 2003)
(d) En la Argentina se resuelve conservar lo establecido en el derecho general
de la Conferencia Episcopal Argentina referido al canon 1236 § 1 del
Código de Derecho Canónico que regula esta norma: "Con respecto
a lo dispuesto en el canon 1236 § 1 la Conferencia Episcopal Argentina
establece que la mesa del altar fijo sea, preferentemente, de un solo bloque
de piedra natural. Cuando a juicio del Obispo ello no sea posible, también
se podrá usar madera natural, digna y sólida, o un bloque de
cemento dignamente elaborado" (599 Asamblea Plenaria, Recon. 16 feb 1991,
promulgado 12 mar 1991). (CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov. 2002, Res.
n. 15; Recon. CCDDS, Prot 23/03/L. 28 jun 2003).
(e) En la Argentina se resuelve que los acólitos, lectores, ministros
extraordinarios de la Comunión y los otros ministros laicos han de
desempeñar su ministerio vestidos dignamente. Corresponde a los Obispos
diocesanos establecer las normas que consideren apropiadas para las vestiduras
de dichos ministerios. (CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov 2002, Res. n.
15; Recon.
CCDDS, Prot 23/03/L. 28 jun 2003).
(f) En la Argentina se autoriza, para la Eucaristía, el uso de un
ornamento consistente en una vestidura sacerdotal de forma muy amplia, con
una estola colocada encima; vestidura que envuelve todo el cuerpo del sacerdote
reemplazando el alba. Dicha vestidura sacerdotal puede ser
utilizada en la concelebración, excluido el que preside la celebración
(el cual debe llevar alba, cíngulo, estola y casulla), en las celebraciones
con grupos particulares, y cuando se celebra fuera de lugar sagrado. En lo
que respecta al color, para este ornamento se exige solamente que la estola
sea del color que conviene a la Misa. (CEA, 84`-' Asamblea Plenaria, nov.
2002, Res. n. 18; Recon. CCDDS, Prot 23/03/L. 28 jun 2003).
(g) En la Argentina se resuelve confirmar la norma general. (CEA, 84°
Asamblea Plenaria, nov. 2002, Res. n. 15; Recon. CCDDS, Prot 23/03/L. 28
jun 2003).
(h) En la Argentina se resuelve mantener los colores litúrgicos tradicionales
indicados en la normativa general. El color propio de las celebraciones en
honor de Santa María Virgen es el blanco, pero se permite el uso del
color azul celeste en las celebraciones de la Inmaculada Concepción
de la santísima Virgen. (CEA, 84`-' Asamblea Plenaria, nov. 2002,
Res. n. 15; Recon. CCDDS, Prot 23/03/L. 28 jun 2003).
Notas
[1] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, día
17 de septiembre de 1562: Denz.-Schönm. 1738-1759.
[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada
Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm.47; cfr. Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núms. 3. 28; Decreto
sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis,
núms. 2, 4, 5.
[3] Misa vespertina en la Cena del Señor, oración sobre las
ofrendas; cfr. Sacramentario Veronense, ed. L.C. Mohlberg, núm. 93.
[4] Cfr. Plegaria Eucarística III.
[5] Cfr. Plegaria Eucarística IV.
[6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada
Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 7, 47; Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms.
5, 18.
[7] Cfr. Pío XII, Carta Encíclica Humani generis, día
12 de agosto de 1950: A.A.S. 42 (1950) págs. 570-571; Pablo VI, Carta
Encíclica Mysterium Fidei, día 3 de septiembre de 1965: A.A.S.
57 (1965) págs. 762-769; Solemne Profesión de fe, 30 de junio
de 1968 núms. 24-26: A.A.S. 60 (1968) págs. 442-443; Sagrada
Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum Mysterium,
día 25 de mayo de 1967, núms. 3 f, 9: A.A.S. 59 (1967) págs.
543. 547.
[8] Cfr. Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XIII, día
11 de octubre de 1551: Denz-Schönm. 1635-1661.
[9] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 2.
[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 11.
[11] Cfr. Ibíd. , núm. 50
[12] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre
el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm.
1749.
[13] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre
el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 9: Denz-Schönm.
1759.
[14] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre
el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm.
1749.
[15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 33.
[16] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 36.
[17] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 52.
[18] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 35,3.
[19] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 55.
[20] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre
el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 6: Denz-Schönm.
1747.
[21] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 55. [22] Cfr. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
Sacrosanctum Concilium, núm. 41; Constitución dogmática
sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm.11; Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms.
2. 5. 6; Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, Christus Dominus,
núm. 30; Decreto sobre el Ecumenismo, Unitatis redintegratio, núm.
15; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núms. 3 e. 6: A.A.S. 59
(1967) págs. 542. 544-545.
[23] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 10.
[24] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 102.
[25] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 10; Decreto sobre
el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis,
núm. 5.
[26] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 14. 19. 26. 28.
30.
[27] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 47.
[28] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 14.
[29] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 41.
[30] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 13.
Código de Derecho Canónico, canon 904.
[31] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 59.
[32] Obsérvese lo que está estatuido acerca de las celebraciones
especiales: cfr. para las Misas en grupos particulares: Sagrada Congregación
para el Culto Divino, Instrucción Actio pastoralis, día 15
de mayo de 1969: A.A.S. 61 (1969) págs.806-811; para las Misas con
niños: Directorio de Misas con niños, día 1 de noviembre
de 1973: A.A.S. 66 (1974) págs. 30-46; sobre la manera de unir las
Horas del Oficio con la Misa: Instrucción general de Liturgia Horarum,
núms. 93-98; sobre la manera de unir algunas bendiciones y la coronación
de una imagen de la bienaventurada Virgen María con la Misa: Ritual
Romano: Bendicional, Praenotanda núm.28; Ritual de coronación
de una imagen de la bienaventurada Virgen María, núms. 10 y
14.
[33] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el oficio
pastoral de los Obispos, Christus Dominus, núm. 15;Cfr. también
Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, núm. 41
[34] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 22.
[35] Cfr. también el Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución
sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 38. 40; Pablo
VI Constitución Apostólica Missale Romanum, págs. XXX.
[36] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Instrucción Varietates legitimae, día 25 de enero de 1994:
A.A.S. 87 (1995) págs. 288-314
[37] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 5;
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm.
33.
[38] Cfr. Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina
sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 1: Denz-Schönm
1740; cfr. Pablo VI, Solemne profesión de fe, día 30 de junio
de 1968, núm. 24: A.A.S. 60 (1968) pág. 442.
[39] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 7; Pablo VI, Carta
Encíclica Mysterium Fidei, día 3 de septiembre de 1965: A.A.S.
57 (1965) pág. 764; Sagrada Congregación de ritos, Instrucción
Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm.9: A.A.S.
59 (1967) pág 547.
[40] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 56. Sagrada Congregación
de ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo
de 1967, n 3: A.A.S. 59 (1967) pág 542.
[41] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 48. 51; Constitución
dogmática sobre la divina Revelación, Dei Verbum, núm.
21; Decreto sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum
ordinis, núm. 4.
[42] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 7; 33; 52.
[43] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 33.
[44] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam
sacram,día 5 de marzo de 1967, núm. 14: A.A.S. 59 (1967) pág.
304.
[45] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 26-27; Sagrada
Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium,
día 25 de mayo de 1967, núm. 3 d: A.A.S 59 (1967) pág.
542.
[46] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 30.
[47] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam
sacram, día 5 de marzo de 1967, núm. 16 a: A.A.S. 59 (1967)
pág. 305.
[48] San Agustín de Hipona, Sermón 336, 1: PL 38, 1472.
[49] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram,
día 5 de marzo de 1967, núms. 7. 16: A.A.S. 59 (1967) págs.
302, 305.
[50] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 116; cfr. también
allí mismo, núm. 30
[51] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 54; Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici, día 26 de septiembre
de 1964, núm. 59: A.A.S. 56 (1964) pág. 891; Instrucción
Musicam sacram, día 5 de marzo de 1967, núm. 47: A.A.S. 59
(1967) pág. 314.
[52] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núms. 30. 34; cfr. también
allí el núm. 21.
[53] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 40; Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción
Varietates legitimae, día 25 de enero de 1994,núm. 41: A.A.S.
87 (1995) pág. 304.
[54] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 30; Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Musicam sacram, día 5 de marzo de 1967,
núm. 17: A.A.S. 59 (1967) pág. 305
[55] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini, 31 de mayo
de 1998, núm. 50: A.A.S. 90 (1998) pág. 745
[56] Cfr. más adelante, págs. XXX
[57] Cfr. Tertuliano, Adversus Marcionem, IV, 9: CCSL 1, pág. 560;
Orígenes, Disputatio cum Heracleida, núm. 4, 24: SCh 67, pág.
62; Statuta Concilii Hipponensis Breviata, 21: CCSL 149, pág. 39
[58] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 33.
[59] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 7.
[60] Cfr. Misal Romano, Ordo lectionum Missae, segunda edición típica,
núm. 28.
[61] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 51.
[62] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Vicesimus quintus annus,
día 4 de diciembre de 1988, núm. 13: A.A.S. 81 (1989) pág.
910.
[63] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 52; cfr. Código
de Derecho Canónico, canon 767, 1.
[64] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter
Oecumenici,día 26 de septiembre de 1964, núm. 54: A.A.S. 56
(1964) pág. 890.
[65] Código de Derecho Canónico, canon 767, 1; Pontificia Comisión
para la auténtica interpretación del Código de Derecho
Canónico, respuesta a la duda acerca del canon 767,1: A.A.S 79 (1987)
pág. 1249; Instrucción interdiscasterial sobre algunas cuestiones
acerca de la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de
los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio, día 15 de agosto de 1997, artículo
3: A.A.S. 89 (1997) pág. 864.
[66] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter
Oecumenici, día 26 de septiembre de 1964, núm. 53: A.A.S. 56
(1964) pág. 890.
[67] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 53.
[68] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter
Oecumenici, día 26 de septiembre de 1964, núm. 56: A.A.S. 56
(1964) pág 890.
[69] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 47; Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo
de 1967, núms. 3 a. b: A.A.S. 59 (1967) págs. 540-541.
[70] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter
Oecumenici, día 26 de septiembre de 1964, núm. 91: A.A.S. 56
(1964) pág. 898; Instrucción Eucharisticum mysterium, día
25 de mayo de 1967, núm. 24: A.A.S. 59 (1967) pág. 554.
[71] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 48; Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo
de 1967, núm. 12: A.A.S. 59 (1967) págs.548-549.
[72] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 48; Decreto sobre
el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis,
núm. 5; Sagrada Congregación de Ritos Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 12: A.A.S. 59 (1967)
págs.548-549.
[73] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núms. 31. 32: A.A.S. 59
(1967) págs.558-559; Sagrada Congregación para la Disciplina
de los Sacramentos, Instrucción Immensae caritatis, día 29
de enero de 1973, núm. 2: A.A.S. 65 (1973) págs. 267-268.
[74] Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino,
Instrucción Inaestimabile donum, día 3 de abril de 1980, núm.
17: A.A.S. 72 (1980) pág. 338.
[75] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 26.
[76] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 14.
[77] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 28.
[78] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia, Lumen gentium, núms. 26. 28; Constitución
sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm.42.
[79] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 26.
[80] Cfr. Ceremonial de los Obispos, núms. 175-186.
[81] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 28. Decreto sobre el ministerio
y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 2.
[82] Cfr. Pablo VI, Carta Apostólica Sacrum diaconatus Ordinem, día
18 de junio de 1967: A.A.S. 59 (1967) págs. 697-704; Pontifical Romano,
De Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum, Segunda Edición
Típica, 1989, núm. 173.
[83] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 48; Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo
de 1967, núm. 12: A.A.S. 59 (1967) págs. 548-549.
[84] Cfr. Código de Derecho Canónico, canon 910, 2; Instrucción
interdicasterial sobre algunas cuestiones relativas a la cooperación
de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae
de mysterio, día 15 de agosto de 1997, artículo 8: A.A.S. 89
(1997) pág. 871.
[85] Cfr. Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos,
Instrucción Immensae caritatis, día 29 de enero de 1973, núm.
1: A.A.S 65 (1973) págs. 265-266. Código de Derecho Canónico,
canon 230, 3.
[86] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 24.
[87] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam
sacram, día 5 de marzo de 1967, núm. 19: A.A.S. 59 (1967) pág.
306.
[88] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam
sacram, día 5 de marzo de 1967, núm. 21: A.A.S. 59 (1967) págs.
306-307.
[89] Cfr. Pont. Cons. de Legum textibus interpretandis, respuesta a la duda
propuesta acerca del canon 230, 2 A.A.S. 86 (1994) pág. 541.
[90] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 22.
[91] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
Sacrosanctum Concilium, núm. 41.
[92] Cfr. Ceremonial de los Obispos, núms. 119-186.
[93] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 42; Constitución
dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 28; Decreto
sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis
núm. 5. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 26: A.A.S. 59 (1967)
pág. 555.
[94] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 47: A.A.S. 59 (1967)
pág. 565
[95] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 26: A.A.S. 59 (1967)
pág. 555; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción
Musicam sacram, día 5 de marzo de 1967, núms. 16. 27: A.A.S.
59 (1967) págs. 305. 308.
[96] Cfr. Instrucción interdicasterial acerca de algunos asuntos de
la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes,
Ecclesiae de mysterio, día 15 de agosto de 1997, artículo
6: A.A.S. 89 (1997) pág. 869.
[97] Cf. S. CONGR. PRO SACRAMENTIS ET CULTU DIVINO, Instr. Inaestimabile
donum, del 3 de abril de 1980, n. 10: A.A.S. 72 (1980) p. 336; Instrucción
interdicasterial sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración
de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae
de mysterio, del 15 de agosto de 1997, art. 8: A.A.S. 89 (1997) p. 871.
[98] Cf. Misal Romano, Apéndice III, Rito para delegar a un ministro
para distribuir la sagrada Comunión ad actum (p.191).
[99] Cf. Ceremoniale Episcoporum, nn. 1118-1121.
[100] Cf. Pablo VI, Carta Ap. Ministeria quaedam, del 15 de agosto de 1972:
A.A.S. 64 (1972) p. 532.
[101] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. Sobre la rada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 57; 1C. can. 902.
[102] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo
de 1967, n. 47: A.A.S. 59 (1967) p. 566.
[103] Cf. ibídem, p. 565.
[104] Cf. BENEDICTO XV, Const. Ap. Incruentum altaris sacrificium, del 10
de agosto de 1915: A.A.S.7 (1915) pp. 401-404
[105] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo
de 1967, n. 32: A.A.S. 59 (1967) p. 558.
[106] Cf. CONC. ECUM. TRID., Sesión XXI, del 16 de julio de 1562,
Decr. Sobre la Comunión eucarística, cap. 1-3: Denz-Schönm.
1725-1729.
[107] Cf. ibídem, cap.2: Denz-Schönm. 1728.
[108] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, nn. 122-124; Decreto sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros,
Presbyterorum ordinis, n.5; S. CONGR. RITOS, Instr. Inter Oecumenici, del
26 de septiembre de 1964, n. 90: A.A.S. 56 (1964) p. 897; Instr. Eucharisticum
mysterium, del 25 de mayo de 1967, n. 24: A.A.S. 59 (1967) p. 554; CIC, can.
932 § 1.
[109] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosancturn
Concilium, n. 123.
[110] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticurn niysterium, del 25 de mayo
de 1967, n.24: A.A.S.59 (1967) p. 554.
[111] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosancturn
Concilium, n. 123, 129; S. CONGR. RITOS, Instr. Inter Oeeumenici, del 26
de septiembre de 1964, n. 13c: A.A.S. 56 (1964) p. 880.
[112] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctuin
Concilian, n. 123.
[113] Cf. ibidem, n. 126; S. CONGR. RITOS, Instr. Inter Oecumenici, del 26
de septiembre de 1964, n. 91: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
[114] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Inter Oecumenici, del 26 de septiembre
de 19 A.A.S. 56 (1964) p. 899.
[115] Cf. ibidem, n. 91: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
[116] Cf. ibidem.
[117] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Inter Oeeumenici, del 26 de septiembre
de 1964, n. 92: A.A.S. 56 (1964) p. 899.
[118] Cf. RITUAL ROMANO, De benedictionibus, editio typica 1984, Ordo benedictionis
occasione data auspicandi novum ambonem, nn. 900918.
[119] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. In ser Oecumeníci, del 26 de septiembre
de 1964, n. 92: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
[120] Cf. RITUAL ROMANO, De benedictionibus, editio typica 1984, Ordo benedictionis
occasione data auspicandi novam cathedram seu sedem praesidentiae, nn. 880-899.
[121] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Instr Oecumenici, del 26 de septiembre
de 1964, n. 92: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
[122] Cf. CONO. ECUM. VAT. II, Const, sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 32.
[123] Cf. S. CONGR. RITOS, lnstr. Musicam sacram, del 5 de marzo de 1967,
n. 23: A.A.S. 59 (1967) p. 307.
[124] Cf. RITUAL ROMANO, De benedictionibus, editio typica 1984, Ordo benedictionis
organí, nn. 1052-1067.
[125] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo
de 1967, n. 54: A.A.S. 59 (1967) p. 568; Instr. Inter Oecumenici, del 26
de septiembre de 1964, n. 95: A.A.S. 56 (1964) p. 898.
[126] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo
de 1967, n. 52: A.A.S. 59 (1967) p. 568; Instr. Inter Oecumenici, del 26
de septiembre de 1964, n. 95: A.A.S. 56 (1964) p. 898; S. CONGR. PARA LOS
SACRAMENTOS, Instr. Nullo umquatn tempore, del 28 de mayo de 1938, n. 4:
A.A.S. 30 (1938) pp. 199-200; RITUAL ROMANO, De sacra Communione et de cultu
rnysterü eucharistici extra Missam, editio typica 1973, nn. 10-11; CIC.
can. 938 § 3.
[127] Cf. RITUAL ROMANO, De benedictionibus, editio typica 1984, Ordo benedictionis
occasionedata auspicandi novum tabernaculum eucharisticum, nn. 919-929.
[128] Cf. S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium, del 25 de mayo
de 1967, n. 55: A.A.S. 59 (1967) p. 569.
[129] Ibidem., n. 53: A.A.S. 59 (1967) p. 568; RITUAL ROMANO, De sacra Communione
et de eultu mysterü eucharistici extra Missam, editio typica 1973, n.
9; C1C, can. 938 § 2; JUAN PABLO II, Epist. Dominicae Cenae, del 24
de febrero de 1980, n. 3: A.A.S. 72 (1980) pp. 117-119.
[130] Cf. CIC, can 940; S. CONGR. RITOS, Instr. Eucharisticum mysterium,
del 25 de mayo de 1967, n. 57: A.A.S. 59 (1967) p. 569; RITUAL ROMANO, De
sacra Communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam, editio typica
1973, n.11.
[131] Cf. especialmente S. CONGR. PARA LOS SACRAMENTOS, Instr. Nullo umquam
tempore, del 28 de mayo de 1938: AA.S. 30 (1938) pp. 198207; CIC, can. 934-944.
[132] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 8.
[133] PONTIFICAL ROMANO, Ordo Dedicationis ecclesiae et altaris, editio typica
1977, cap. IV, n. 10: RITUAL ROMANO, De benedictionibus, Ordo ad benedicendas
imagines quae fidelium venerationi publicae exhibentur, nn. 984-1031.
[134] Cf. CONC. ECUM. VAT. 11, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n.125.
[135] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n.128.
[136] Cf. PONTIFICAL ROMANO, Ordo Dedicationis ecclesiae et altaris, editio
typica 1977, Ordo benedictionis calicis et patenae; RITUAL ROMANO, De Benedictionibus,
editio typica 1984, Ordo benedictionis rerum quae in liturgicis celebrationibus
usurpantur, nn. 1068-1084.
[137] Cf. RITUAL ROMANO, De Benedictionibus, editio typica 1984, Ordo benedictionis
rerum quae in liturgicis celebrationibus usurpantur, n. 1070.
[138] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosonctaum
Concilium, n. 128.
[139] Cf. ibídem.
[140] Para la bendición de cosas destinadas al uso litúrgico
en las iglesias, cf. RITUAL ROMANO, De benedictionibus, editio typica 1984,
parte 111.
[141] Cf. CONC. ECUM. VAT. 11, Const. Sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 51.
[142] MISAL ROMANO, Ordo lectionum Missae, editio typica altera 1981, Praenotanda,
n. 80.
[143] Ibidem, n. 81.
[144] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 61.
[145] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogmática sobre la Iglesia,
Lumen Gentium n. 54; PABLO VI, Ex. Ap. Marialis cultus, del 2 de febrero
de 1974, n. 9: A.A.S. 66 (1974) pp. 122-123.
[146] Cf. especialmente CIC, can. 1176-1185; y RITUAL ROMANO, Ordo Exsequiarum,
editio typica 1969.
[147] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 14.
[148] Cf. ibidem, n. 41.
[149] Cf. CIC, can. 838 § 3.
[150] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 24.
[151] Cf. ibidem, n. 36 § 3.
[152] Cf. ibidem, n. 112.
[153] Cf. Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario,
nn. 48-51; S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, Instr. Calendaria particularia,
del 24 de junio de 1970, nn. 4, 8: A.A.S. 62 (1970) p. 652-653.
[154] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, o.106.
[155] Cf. Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario,
n. 46; S. CONG. PARA EL CULTO DIVINO, Instr. Calendaria particularia, del
24 de junio de 1970, n. 38: A.A.S 62 (1970) p. 660.
[156] CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, nn. 3740.
[157] Cf. CONG. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,
Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994, nn. 54, 62-69: A.A.S.
87 (1995) p. 308-309, 311-313.
[158] Cf. Ibidem, nn. 66-68: A.A.S. 87 (1995) p. 313.
[159] Cf. Ibidem, nn. 26-27: A.A.S. 87 (1995) pp. 298-299.
[160] Cf. JUAN PABLO II Carta Ap. Vicesimus quintus annus, del 4 de diciembre
de 1988, n. 16: A.A.S. 81 (1989) p. 912; CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Varietates legitimae, del 25 de enero
de 1994, nn. 2, 36: A.A.S. 87 (1995) pp. 288, 302.
[161] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 23.
[162] CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr.
Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994, n. 46: A.A.S. 87 (1995) p.
306.
[163] Cf. ibidem, n. 36: A.A.S. 87 (1995) p. 302.
[164] Cf. ibidem, n. 54: A.A.S. 87 (1995) pp. 308-309.
[165] CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, n. 38; PABLO VI, Const. Ap. Missale Romanum, p. 14.