CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN
CATÓLICA
EDUCAR HOY Y MAÑANA
Una pasión que se renueva
Instrumentum laboris
2014
PRESENTACIÓN
Los miembros de la Asamblea Plenaria de la Congregación
para la Educación Católica, convocados en el 2011, acogiendo
la invitación del Papa Benedicto XVI, confiaron al Dicasterio la preparación
de los aniversarios del 50º de la Declaración Gravissimum educationis
y del 25º de la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae,
los cuales se celebrarán en el 2015, con motivo de relanzar el empeño
de la Iglesia en el campo de la educación.
Dos son las etapas principales que han marcado el camino de
preparación: un seminario de estudio con expertos provenientes de
todo el mundo, desarrollado en junio de 2012 y la Asamblea Plenaria de los
Miembros de la Congregación, reunidos en febrero de 2014.
Las reflexiones maduradas en estos encuentros tienen eco en
el presente Instrumentum laboris “Educar hoy y mañana. Una pasión
que se renueva”. En dicho Instrumento se subrayan los puntos de referencia
esenciales de los dos documentos, las características fundamentales
de las escuelas y de las universidades católicas, y se trazan los
desafíos a los cuales las instituciones educativas católicas
están llamadas a responder con un proyecto propio y específico.
En los años del postconcilio, el Magisterio de los Pontífices
ha señalado con insistencia la importancia de la educación
en general y la contribución que ella está invitada a ofrecer
en medio de la comunidad cristiana. Sobre este argumento, también
la Congregación para la Educación Católica ha intervenido
con numerosos documentos. Las conmemoraciones del 2015 se convierten, entonces,
en una oportuna y preciosa ocasión para recoger las indicaciones del
Magisterio y trazar las orientaciones para los futuros decenios.
El Instrumentum laboris ha sido preparado para tal fin. Traducido en varias
lenguas, ha sido enviado, en primer lugar, a las Conferencias Episcopales,
a las Uniones de los Superiores Generales y a las Uniones Internacionales
de las Superioras Generales de las Congregaciones Religiosas, a las asociaciones
nacionales e internacionales de docentes, padre, estudiantes y ex alumnos,
además de aquellas que gestionan, y a las comunidades cristianas para
reflexionar sobre la importancia de la educación católica en
el contexto de la nueva evangelización. Puede ser utilizado para efectuar
una verificación pastoral en este ámbito del empeño
de la Iglesia, como también para promover iniciativas de actualización
y de formación de aquellos que están comprometidos con las
escuelas y con las universidades católicas.
L’Instrumentum laboris se puede encontrar online en las direcciones siguientes:
http://www.educatio.va/content/cec/it/documentazione-e-materiali/documenti-della-congregazione.html
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/index_it.htm
El Instrumentum laboris se concluye con un cuestionario del cual invitamos
a todos a responder para aportar a la Congregación para la Educación
Católica indicaciones, sugerencias y propuestas que serán tenidas
en consideración con miras a los eventos que se están programando,
y en particular al Congreso mundial que se tendrá en Roma del 18 al
21 de noviembre de 2015. A tal fin es necesario que las respuestas al cuestionario
sean enviadas al Dicasterio antes del 31 de julio de 2014 (educat2015@gmail.com).
Card. Zenon Grocholewski, Prefecto
Ciudad del Vaticano, 7 de abril de 2014
INTRODUCCIÓN
La cultura actual está atravesando distintas problemáticas
que provocan una difundida “emergencia educativa”. Con esta expresión
nos referimos a las dificultades de establecer relaciones educativas que,
para ser auténticas, tienen que transmitir a las jóvenes generaciones
valores y principios vitales, no sólo para ayudar a cada persona a
crecer y a madurar, sino también para concurrir en la construcción
del bien común.
La educación católica, con sus numerosas instituciones escolares
y universitarias diseminadas en todo el mundo, ofrece una contribución
relevante a las comunidades eclesiales comprometidas en la nueva evangelización,
y ayuda a forjar en las personas y en la cultura los valores antropológicos
y éticos que son necesarios para edificar una sociedad solidaria y
fraterna[1].
I. PUNTOS DE REFERENCIA ESENCIALES
En el 2015 se celebran dos aniversarios: el quincuagésimo de la Declaración
Gravissimum educationis[2], documento sobre la educación emanado por
el Concilio Vaticano II el 28 de octubre de 1965 y el vigésimo quinto
de la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae[3], sobre
la identidad y la misión de la universidad católica, promulgada
por Juan Pablo II el 15 de agosto de 1990; ambos documentos, a pesar de tener
una naturaleza diferente, constituyen un punto de referencia esencial para
la Congregación para la Educación Católica,.
Este Instrumentum laboris quiere, entonces, ser un documento-guía
predispuesto para acompañar las iniciativas de estudio y los acontecimientos
eclesiales y culturales de las Iglesias particulares y de las asociaciones.
Al mismo tiempo, para estimular la elaboración de nuevos proyectos
y de procesos educativos futuros.
1. La Declaración Gravissimum educationis
La Declaración Gravissimum educationis tenía el objetivo de
llamar la atención a todos los bautizados sobre la importancia de
la cuestión educativa. Tal documento, que ofreció algunas orientaciones
de base en orden a los problemas educativos, debe ser contextualizado en
el complejo de la enseñanza conciliar, y debe ser leído junto
a los demás textos aprobados por el Concilio. La Gravissimum educationis,
como declara en su introducción, no debe ser vista como la respuesta
definitiva a todos los problemas de la educación, sino como un documento
que fue entregado a una Comisión especial post-conciliar - convirtiéndose
luego en la Oficina para las Escuelas de la Congregación para la Educación
Católica - para desarrollar ulteriormente los principios de la educación
cristiana, así como también, a las Conferencias Episcopales
para aplicarlos a las distintas situaciones locales. Entre los numerosos
elementos de enlace que la Declaración presenta con los documentos
conciliares (referidos a la liturgia, el ministerio de los obispos, el ecumenismo,
el rol de los laicos, las comunicaciones sociales…), quizás los más
significativos conciernen con las dos Constituciones mayores, Lumen gentium
(promulgada el 21 de noviembre de 1964) y Gaudium et spes (promulgada el
7 de diciembre de 1965). La Gravissimum educationis hace algunas referencias
a la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium,
como también la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo contemporáneo Gaudium et spes, en el capítulo II de la
Parte II, (dedicado a La promoción del progreso y la cultura), remite
a la Gravissimum educationis. Por ello, un examen coordinado de los tres
documentos se revela particularmente valioso puesto que ilumina las dos dimensiones
que la educación, asumida en una perspectiva de fe, necesariamente
debe tener presentes: la dimensión secular y la dimensión teológico-espiritual.
a) Contexto histórico-social y rol de los cristianos
Desde el tiempo del Concilio, el contexto histórico-social ha cambiado
mucho, ya sea a nivel de las visiones del mundo que en las concepciones ético-políticas.
Los años '60 fueron un tiempo de una confiada espera, gracias justamente
a la convocación del Concilio, además del delinearse una mayor
distensión en las relaciones entre los Estados. Con respecto a esa
época, el escenario ha cambiado profundamente. Se ha evidenciado un
notable impulso hacia la secularización. El proceso de globalización,
cada vez más acentuado, en vez de favorecer la promoción del
desarrollo de las personas y una mayor integración entre los pueblos,
al contrario parece que limita la libertad de los individuos y agudiza los
contrastes entre los distintos modos de concebir la vida personal y colectiva
(con posiciones oscilantes entre el más rígido fundamentalismo
y el más escéptico relativismo). No menos significativos han
sido algunos fenómenos de naturaleza eminentemente económico-política
como el ataque al Welfare State y a los derechos sociales, el triunfo del
liberalismo con sus nefastas repercusiones a nivel educativo y escolar. No
obstante, a pesar de los cambios ocurridos, con respecto a los años
'60, no sólo no han invalidado el magisterio expresado por el Concilio
sobre las temáticas educativas, sino que han puesto en resalto el
alcance profético. Ya sea la Gravissimum educationis, que la Gaudium
et spes (nn. 59-60), contienen orientaciones de grande visión del
futuro y fecundidad histórica, que pueden servir también para
afrontar muchos de los desafíos actuales:
— La afirmación de la disponibilidad de la Iglesia para cumplir una
obra de servicio en apoyo a la promoción de las personas y la construcción
de una sociedad cada vez más humana.
— El reconocimiento de la instrucción como ‘bien común’.
— La reivindicación del derecho universal a la educación y
a la instrucción para todos, que encuentra, además, amplio
apoyo en las declaraciones de organismos internacionales como la Unesco (EFA:
Education for All).
— El apoyo implícito a todos los hombres y a todas las instituciones
internacionales que, combatiendo por tal derecho, se oponen al imperante
liberalismo.
— La tesis según la cual la cultura y la educación no pueden
estar sometidas al poder económico y a sus lógicas.
— La llamada al deber que tiene la comunidad y cada uno de sostener la participación
de la mujer en la vida cultural.
— La delineación de un contexto cultural de “nuevo humanismo” (GS,
n. 55), con el cual el Magisterio está en constante diálogo[4].
b) Visión teológico-espiritual
La ayuda que el magisterio conciliar ofrece a la dimensión de la educación
cristiana no es menos importante, como formación espiritual y teológica
del bautizado y su conciencia. El n. 2 de la Gravissimum educationis y los
nn. 11 y 17 (además de los nn. 35 y 36) de la Lumen gentium contienen
algunas relevantes perspectivas, de las cuales vale la pena notar:
— La presentación de la educación cristiana como obra de evangelización/misión
(Lumen gentium, n. 17).
— El énfasis según el cual el perfil educativo fundamental
para los bautizados puede ser sólo de orden sacramental: debe ser
centrado en el bautismo y en la Eucaristía (Lumen gentium, n. 11).
— La exigencia que, incluso respetando su especificidad, la educación
cristiana proceda junto a la educación humana, para evitar que la
vida de fe sea vivida o sólo percibida separadamente con respecto
a las otras actividades de la vida humana.
— La invitación a asumir la educación cristiana en el contexto
de fe de una Iglesia pobre para los pobres (Lumen gentium, n. 8), según
aquello que, además, resulta ser hoy uno de los puntos fuertes del
mensaje eclesial.
2. La Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae
La Gravissimum educationis había dedicado una particular atención
a las escuelas y a las universidades católicas, ofreciendo también
algunas orientaciones significativas sobre estos puntos. El documento subrayaba
que, en particular las universidades, debían estar al servicio de
la sociedad y no sólo de la Iglesia, y no distinguirse “por su número,
sino por el prestigio de la ciencia” (Gravissimum educationis, n. 10), ya
que mejor vale pocas universidades católicas excelentes que muchas
mediocres. En la visión de los padres conciliares la finalidad esencial
de una instrucción superior católica era poner a los estudiantes
en la condición de asumir con plenitud las responsabilidades culturales,
sociales y religiosas que les habrían sido solicitadas. En esta óptica,
consideraban necesario que las universidades católicas se esforzaran
en promover una auténtica investigación científica.
En el 1990, Juan Pablo II promulgaba la Constitución apostólica
Ex corde Ecclesiae, dirigida a llamar la atención sobre la importancia
de una universidad católica, como instrumento privilegiado para acceder
a la verdad sobre la naturaleza, el hombre y Dios y para favorecer un diálogo
sincero entre la Iglesia y todos los hombres de cualquiera cultura. En línea
con la Declaración conciliar, la Constitución confirmaba que
la universidad católica, en cuanto universidad, está llamada
a cumplir de modo digno las funciones de investigación, enseñanza
y servicio cultural propias de una institución académica y,
en cuanto católica, debe a) poseer una inspiración cristiana
no sólo por parte de cada persona, sino también de la comunidad
universitaria considerada como tal; b) promover una incesante reflexión,
a la luz de la fe católica, sobre los procesos y las conquistas del
estudio y del conocimiento, aportando, por otro lado, la propia original
contribución; c) permanecer fiel al mensaje cristiano, tal como fue
presentado por la Iglesia; d) ponerse al servicio del pueblo de Dios y de
toda la sociedad humana en el esfuerzo por ellos perseguido para acceder
a la verdad.
Juan Pablo II invitó, además, a los miembros de la universidad
católica a tomar conciencia de las implicaciones éticas y morales
de sus investigaciones; a favorecer el diálogo entre las distintas
disciplinas para evitar una concepción cerrada y particularista; y
a propiciar la elaboración de una visión sintética de
las cosas, sin poner en discusión la integridad y las metodologías
de la misma disciplina. Una especial relevancia fue dada al diálogo
entre los distintos saberes y la teología, en el sentido que ésta
puede ayudar a las otras disciplinas a profundizar cada una las razones y
el significado del propio obrar, así como los otros saberes, estimulando
la investigación teológica para confrontarse con los problemas
de la vida y realizando una mejor comprensión del mundo. El Papa consideraba
necesario que cada universidad católica tuviera una facultad de teología
o, al menos, una cátedra de teología (cfr. Ex corde Ecclesiae,
n.19).
Si pensamos a la situación de fragmentación en la que hoy se
encuentra el saber académico, es evidente que la idea de Juan Pablo
II de un centro de estudios superiores que, fiel a su originaria vocación,
incentive la confrontación entre los distintos sectores disciplinales,
se revelaría de urgente actualidad y podría ofrecer preciosas
indicaciones a quien trabaja en el sector de la instrucción superior.
II. ¿CUÁL ESCUELA Y UNIVERSIDAD CATÓLICA?
A la luz del Magisterio de la Iglesia y frente a las necesidades y a los
desafíos de la sociedad de hoy, ¿cómo tienen que ser
la escuela y la universidad católica?
Escuela y universidad son lugares de educación a la vida, al desarrollo
cultural, a la formación profesional, al compromiso por el bien común;
representan una ocasión y una oportunidad para comprender el presente
y para imaginar el futuro de la sociedad y de la humanidad. Raíz de
la propuesta formativa es el patrimonio espiritual cristiano, en constante
diálogo con el patrimonio cultural y las conquistas de la ciencia.
Escuelas y universidades católicas son comunidades educativas donde
la experiencia de aprendizaje se nutre de la integración de investigación,
pensamiento y vida.
1. Construir un contexto educativo
La escuela y la universidad católica educan, ante todo, a través
del contexto de vida, el clima que los estudiantes y los enseñantes
crean en el ambiente que desarrollan las actividades de instrucción
y aprendizaje. Tal clima está entretejido por los valores no sólo
afirmados, sino experimentados en la calidad de las relaciones interpersonales
que unen a los enseñantes y los alumnos, y a los alumnos entre ellos,
por el cuidado que los profesores ponen con respecto a las necesidades de
los estudiantes y a las exigencias de la comunidad local, por el límpido
testimonio de vida ofrecido por los enseñantes y todo el personal
de las instituciones educativas.
Más allá de la pluralidad de los contextos culturales y de
la variedad de las posibilidades educativas y los condicionamientos en los
que se obra, hay algunos elementos de calidad que una escuela y una universidad
católica tienen que saber expresar:
· el respeto de la dignidad de cada persona y su unicidad (por lo
tanto, el rechazo de una educación e instrucción de masa que
hacen manipulable la persona humana o la reducen a número);
· la riqueza de oportunidades ofrecidas a los jóvenes para
crecer y desarrollar las propias capacidades y dotes;
· una equilibrada atención por los aspectos cognitivos, afectivos,
sociales, profesionales, éticos, espirituales;
· el estímulo para que cada alumno pueda desarrollar sus talentos,
en un clima de cooperación y solidaridad;
· la promoción de la investigación como compromiso riguroso
frente a la verdad, con la conciencia de los límites del conocimiento
humano, pero también con una gran apertura mental y de corazón;
· el respeto de las ideas, la apertura a la confrontación,
la capacidad de discutir y colaborar en un espíritu de libertad y
atención por la persona.
2. Introducir a la investigación
La escuela y la universidad son lugares que introducen a los saberes y a
la dimensión de la investigación científica. Una de
las principales responsabilidades de los enseñantes es acercar las
jóvenes generaciones al conocimiento y a la comprensión de
las conquistas del conocimiento y sus aplicaciones. Pero el compromiso por
conocer e investigar no va separado del sentido ético y de lo transcendente.
No hay verdadera ciencia que pueda descuidar sus consecuencias éticas
y no hay verdadera ciencia que aleje de la transcendencia. Ciencia y eticidad,
ciencia y transcendencia no se excluyen recíprocamente, pero se conjugan
para una mayor y mejor comprensión del hombre y de la realidad del
mundo.
3. Hacer de la enseñanza un instrumento de educación
El “modo” de cómo se aprende pareciera ser hoy más relevante
que el “qué” se aprende, como también el modo de enseñar
parece más importante que los contenidos de la enseñanza. Una
enseñanza que sólo promueva el aprender repetitivo, que no
favorezca la participación activa de los estudiantes, que no encienda
su curiosidad, no es suficientemente desafiante para generar la motivación.
Aprender a través de la investigación y la solución
de problemas educa capacidades cognitivas y mentales diferentes, más
significativas de aquellas de una simple recepción de informaciones;
también estimula a una modalidad de trabajo colaborativo. No va, en
cambio, subestimado el valor de los contenidos del aprendizaje. Si no es
indiferente el cómo un alumno aprende, no lo es tampoco el qué.
Es importante que los enseñantes sepan seleccionar y proponer a la
consideración de los alumnos los elementos esenciales del patrimonio
cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes cuestiones que
la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el riesgo
de una enseñanza orientada a ofrecer sólo lo que hoy se considera
útil, porque lo requiere una contingente demanda económica
o social, pero que se olvida de lo que es para la persona humana indispensable.
La enseñanza y el aprendizaje representan los dos términos
de una relación que no es sólo entre un objeto de estudio y
una mente que aprende, sino entre personas. Tal relación no puede
basarse en relaciones sólo técnicas y profesionales, más
bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto, cordialidad.
El aprendizaje que se realiza en un contexto donde los sujetos perciben un
sentido de pertenencia es muy diferente de un aprendizaje realizado en un
entorno de individualismo, de antagonismo o de frialdad recíproca.
4. La centralidad de la persona que aprende
La escuela, particularmente la universidad, están comprometidas para
ofrecer a los estudiantes una formación que los habilite a entrar
en el mundo del trabajo y en la vida social con competencias adecuadas. Sin
embargo, por cuanto sea indispensable, no es suficiente. Una buena escuela
y una buena universidad se miden también por su capacidad de promover
a través de la instrucción un aprendizaje cuidadoso a desarrollar
competencias de carácter más general y de nivel más
elevado. El aprendizaje no es sólo asimilación de contenidos,
sino oportunidad de auto-educación, de compromiso por el propio perfeccionamiento
y por el bien común, de desarrollo de la creatividad, de deseo de
aprendizaje continuo, de apertura hacia los demás. Pero también
puede ser una ocasión para abrir el corazón y la mente al misterio
y a la maravilla del mundo y de la naturaleza, a la conciencia y a la autoconciencia,
a la responsabilidad por la creación, a la inmensidad del Creador.
En particular, la escuela no sería un ambiente de aprendizaje completo,
si cuanto el alumno aprende no se convirtiera también en ocasión
de servicio a la propia comunidad. Aprender, todavía hoy, está
considerado por muchos estudiantes una obligación o una imposición.
Es probable que esto dependa también de la incapacidad de la escuela
en comunicar a los alumnos, además de los conocimientos, la pasión
que es el motor de la investigación. Cuando los estudiantes tienen
la oportunidad de experimentar que cuanto aprenden es importante para su
vida y para la comunidad a la cual pertenecen, su motivación cambia.
Es oportuno que los enseñantes propongan a los estudiantes ocasiones
para experimentar la repercusión social de cuanto están estudiando,
favoreciendo en tal modo el descubrimiento del vínculo entre escuela
y vida, y el desarrollo del sentido de responsabilidad y ciudadanía
activa.
5. La diversidad de la persona que aprende
Los enseñantes están llamados a afrontar un gran desafío
educativo, el reconocimiento, respeto, valorización de la diversidad.
Las diversidades psicológicas, sociales, culturales, religiosas no
deben ser escondidas o negadas, más bien deben ser consideradas como
oportunidad y don. Del mismo modo, las diversidades vinculadas a la presencia
de situaciones de particular fragilidad bajo el perfil cognitivo o de la
autonomía física, deben ser siempre reconocidas y acogidas,
para que no se transformen en desigualdades problemáticas. No es fácil
para la escuela y la universidad ser “inclusivas”, abiertas a las diversidades,
ser capaces realmente de poder ayudar a quién está en dificultad.
Es necesario que los enseñantes sean disponibles y profesionalmente
competentes a conducir clases donde la diversidad es reconocida, aceptada,
apreciada como un recurso educativo para el mejoramiento de todos. Quien
tiene más dificultades, es más pobre, frágil, necesitado,
no tiene que ser percibido como un disturbo o un obstáculo, sino como
el más importante de todos, al centro de la atención y de la
ternura de la escuela.
6. El pluralismo de las instituciones educativas
Las escuelas y las universidades católicas llevan adelante su tarea,
que es misión y servicio, en contextos culturales y políticos
muy diferentes, en algunos casos viendo reconocida y apreciada su obra, en
otros casos teniendo que enfrentar graves dificultades económicas
y hostilidad, que algunas veces pueden desembocar en formas de violencia.
Las modalidades de la presencia en los distintos Estados y regiones del mundo
varía en cada situación, pero las razones de la acción
educativa no cambian. Una comunidad escolar que se basa en los valores de
la fe católica traduce en su organización y en su currículo
la visión personalista propia de la tradición humanístico-cristiana,
no en contraposición, sino en diálogo con las otras culturas
y religiones.
Es realmente importante que las instituciones educativas católicas
sepan dialogar con las otras instituciones escolares presentes en los países
donde obran, en una dimensión de escucha y confrontación constructiva,
para el bien común.
Hoy tales instituciones difundidas en el mundo son frecuentadas por una mayoría
de alumnos que pertenecen a distintas religiones, a distintas nacionalidades
y culturas. La característica confesional de ellos no tiene que ser
una barrera, al contrario, tiene que ser condición de diálogo
intercultural, ayudando a cada alumno a crecer en humanidad, responsabilidad
cívica, además del aprendizaje.
7. La formación de los enseñantes
La importancia de las tareas educativas de la escuela y la universidad explica
cuánto sea crucial el tema de la preparación de los enseñantes,
de los dirigentes y de todo el personal que tiene responsabilidad en el campo
de la instrucción. La competencia profesional representa la condición
para que se pueda manifestar mejor la dimensión educativa de la acogida.
A los docentes y a los dirigentes se les pide mucho. Se desea que tengan
la capacidad de crear, de inventar y de gestionar ambientes de aprendizaje
ricos en oportunidades; se quiere que ellos sean capaz de respetar las diversidades
de las ‘inteligencias’ de los estudiantes y de conducirlos a un aprendizaje
significativo y profundo; se solicita que sepan acompañar a los alumnos
hacia objetivos elevados y desafiantes, demostrar elevadas expectativas hacia
ellos, participar y relacionar a los estudiantes entre de ellos y con el
mundo… Quién enseña tiene que saber perseguir al mismo tiempo
muchos objetivos diferentes, saber afrontar situaciones problemáticas
que solicitan una elevada profesionalidad y preparación. Para poder
responder a tales expectativas es necesario que dichas tareas no se dejen
a la responsabilidad individual, sino que se ofrezca un adecuado apoyo a
nivel institucional y que a la guía no haya burócratas sino
líderes competentes.
III. LOS DESAFÍOS EDUCATIVOS HOY Y MAÑANA
El corazón de la educación católica es siempre la persona
de Jesucristo. Todo lo que sucede en la escuela católica y en la universidad
católica debería conducir al encuentro del Cristo vivo. Si
examinamos los grandes desafíos educativos que se presentan en el
horizonte, tenemos que recordar que Dios se hizo hombre en la historia de
los hombres, en nuestra historia.
La escuela y la universidad católica como sujeto de la Iglesia de
hoy, son una realidad de presencia, de acogida, de propuesta de fe y acompañamiento
espiritual de los jóvenes que lo desean; se abren a todas y a todos,
y defienden ya sea la dignidad humana que la difusión del conocimiento
sobre bases sociales y no de mérito.
Tales instituciones son, ante todo, lugares donde la transmisión de
los conocimientos es central. Sin embargo, el mismo conocimiento ha sufrido
evoluciones importantes para nuestra pedagogía. En efecto, asistimos
a una gran diferenciación, privatización y hasta a una expropiación
del conocimiento.
La escuela y la universidad son, igualmente, ambientes de vida, donde se
dona una educación integral, incluida aquella religiosa. El desafío
consistirá en hacer ver a los jóvenes la belleza de la fe en
Jesucristo y la libertad del creyente, en un universo multireligioso. En
cada ambiente, acogedor o menos, el educador católico será
un testigo creíble.
Los que trabajan con tal fe, con la pasión y la competencia, no pueden
ser olvidados; ellos merecen toda nuestra consideración y nuestro
incentivo. Tampoco tenemos que olvidar que, en su mayoría, esta misión
educativa e implicación profesional están sostenidas principalmente
por las mujeres.
En primer lugar, tenemos que reformular la antropología que se encuentra
en la base de nuestra visión de educación del siglo XXI. Se
trata de una antropología filosófica que tiene que ser una
antropología de la verdad. Una antropología social, es decir,
donde se concibe el hombre en sus relaciones y en su modo de existir. Una
antropología de la memoria y de la promesa. Una antropología
que hace referencia al cosmos y que se preocupa por el desarrollo sostenible.
Y aún más, una antropología que hace referencia a Dios.
La mirada de fe y esperanza, que es su fundamento, escruta la realidad para
descubrir en ella el proyecto escondido de Dios. Partiendo así de
una reflexión profunda sobre el hombre moderno y nuestro mundo actual,
nosotros deberíamos reformular nuestra visión sobre la educación.
Los jóvenes que nosotros educamos se preparan al liderazgo de los
años 2050. ¿Cuál será la contribución
de la religión a la educación a la paz, al desarrollo, a la
fraternidad de la comunidad humana universal? ¿Cómo educaremos
a la fe y en la fe? ¿Cómo podemos crear las condiciones preliminares
para acoger el don, para educar a la gratitud, a la capacidad de asombrarse,
a los interrogantes, para desarrollar el deseo de justicia y de coherencia?
¿Cómo educaremos a la oración?
La educación necesita una gran alianza entre los padres y todos los
educadores para proponer una vida plena, buena, rica en sentido, abierta
a Dios, a los demás y al mundo. Esta alianza es aún más
necesaria porque la educación es una relación personal. Ella
es un proceso que revela los trascendentales de la fe, de la familia, de
la Iglesia y de la ética, insistiendo en la dimensión comunitaria.
La educación no es sólo conocimiento, es también experiencia.
Ella enlaza saber y actuar, establece la unidad de los saberes y busca la
coherencia del saber. Ella comprende el campo afectivo y emocional, también
tiene una dimensión ética: saber hacer y saber lo que queremos
hacer, osar transformar la sociedad y el mundo, y servir la comunidad.
La educación está basada en la participación. La inteligencia
compartida y la interdependencia de las inteligencias, el diálogo,
el don de sí mismo, el ejemplo, la cooperación, la reciprocidad
son igualmente elementos importantes.
1. Los desafíos de la escuela católica
La educación se encuentra hoy en un contexto de rápidos cambios.
También la generación a la que ella se dirige cambia velozmente,
por lo tanto, cada educador se afronta continuamente a situaciones que, como
afirmó el Papa Francisco, “ponen desafíos nuevos que a veces
hasta son difíciles de comprender”[5].
En el corazón de los cambios del mundo que estamos llamados a acoger,
amar, descifrar y evangelizar, la educación católica tiene
que contribuir al descubrimiento del sentido de la vida y hacer nacer nuevas
esperanzas para hoy y el futuro.
a) El desafío de la identidad
Es urgente redefinir la identidad de la escuela católica para el siglo
XXI. Para ello puede dar una notable contribución el redescubrimiento
de los documentos de la Congregación para la Educación Católica[6],
junto a la experiencia acumulada a lo largo del tiempo en la enseñanza
católica, ya sea en las escuelas diocesanas que en las de las congregaciones
religiosas. Esta experiencia se apoya en tres pilares: la tradición
del Evangelio, la autoridad y la libertad.
El educador de nuestros tiempos ve renovada su misión, que tiene como
gran objetivo ofrecer a los jóvenes una educación integral
y un acompañamiento en el descubrimiento de su libertad personal,
don de Dios.
La pobreza espiritual y la disminución del nivel cultural comienzan
a pesar, inclusive dentro de las escuelas católicas. En muchos casos
registramos un problema de autoridad. No se trata tanto de una cuestión
de disciplina - los padres aprecian mucho las escuelas católicas por
su disciplina. ¿Pero los responsables de algunas escuelas católicas
tienen todavía una palabra para decir? ¿La autoridad de ellos
se basa en las reglas formales o en la autoridad de su testimonio? Si se
quiere evitar un progresivo empobrecimiento es necesario que las escuelas
católicas sean dirigidas por personas y equipos inspirados en el Evangelio,
formadas en la pedagogía cristiana, unidos al proyecto educativo de
la escuela católica, y no sometidos a la seducción de lo que
está de moda, de lo que viene, por así decir, vendido mejor.
El hecho que los alumnos de numerosas escuelas católicas pertenezcan
a una pluralidad de culturas exige a nuestras instituciones ampliar el anuncio
más allá del círculo de los creyentes, no sólo
con palabras, sino con la fuerza de la coherencia de vida de los educadores.
Enseñantes, dirigentes, personal administrativo, toda la comunidad
profesional y educativa está llamada a ofrecer, con humildad y cercanía,
una propuesta amable de la fe. El modelo es el de Jesús con los discípulos
de Emaús: partir de la experiencia de vida de los jóvenes,
pero también de aquella de los colegas, ponerse en una disposición
de servicio incondicional. En efecto, una de las características distintivas
de la escuela católica del mañana como también del pasado,
tendrá que permanecer la educación al servicio y al don gratuito
de sí mismo.
b) El desafío de la comunidad educativa
Frente al individualismo que consume nuestra sociedad, se hace cada vez más
importante que la escuela católica sea una verdadera comunidad de
vida animada por el Espíritu Santo. El clima familiar, acogedor, de
los docentes creyentes, a veces en minoría, junto al compromiso común
de todos aquellos que tienen una responsabilidad educativa, de cualquier
creencia o convicción ellos sean, puede hacer superar los momentos
de desorientación y desaliento, abriendo una perspectiva de esperanza
evangélica. La red compleja de las relaciones interpersonales constituye
la fuerza de la escuela cuando expresa el amor a la verdad, por ende, los
educadores creyentes deben ser sostenidos para que puedan ser la levadura
y la fuerza serena de la comunidad que se construye.
Para que esto sea posible se debe dar una particular atención a la
formación y a la selección de los jefes de instituto. Ellos
no son sólo los responsables de la institución escolar son
también el referente frente a su Obispo de la preocupación
pastoral. Los dirigentes tienen que ser los líderes que hacen vivir
la educación como una misión compartida, que acompañan
y organizan los docentes, que promueven estímulo y apoyo recíproco.
Otro terreno desafiante para las escuelas católicas es la relación
con las familias. Una gran parte de ellas está en crisis y necesita
acogida, solidaridad, participación, hasta formación.
Docentes, padres y jefes de instituto forman, juntos a los alumnos, una gran
comunidad educativa llamada a cooperar con las instituciones de la Iglesia.
La formación continua tiene que concentrarse en la promoción
de una comunidad justa y solidaria, sensible con respecto a las necesidades
de las personas, capaz de crear mecanismos de solidaridad con los jóvenes
y las familias más pobres.
c) El desafío del diálogo
El mundo, en su pluralidad, espera más que nunca ser orientado hacia
los grandes valores del hombre, de la verdad, del bien y de lo bello. Ésta
es la perspectiva que la escuela católica tiene que asumir con respecto
a los jóvenes, a través del diálogo, proponiéndoles
una visión del Otro y del otro, que sea abierta, pacífica,
fascinante.
En la relación con los jóvenes, a veces, la asimetría
crea distancia entre educador y educando. Hoy se aprecia más la circularidad
que se establece en la comunicación entre el docente y el alumno,
mucho más abierta de un tiempo, mucho más favorable a la escucha
recíproca. Este no significa que los adultos deban renunciar a representar
un punto de referencia de autoridad; pero es necesario saber distinguir entre
una autoridad exclusivamente vinculada a un rol, a una función institucional,
de la autoridad que deriva de la credibilidad de un testimonio.
La comunidad escolar es una comunidad que aprende a mejorarse, gracias al
diálogo permanente que los educadores tienen entre ellos, que los
docentes entretejen con sus alumnos, y que los mismos alumnos experimentan
en sus relaciones.
d) El desafío de la sociedad del aprendizaje
No hay que olvidar que el todo aprendizaje no se realiza sólo en la
escuela. Al contrario, en el contexto actual, fuertemente caracterizado por
la penetración de los nuevos lenguajes tecnológicos y de las
nuevas oportunidades de aprendizaje informal, la escuela perdió su
antigua primacía formativa. Nuestra época fue definida como
la época del conocimiento. Hoy se habla de economía del saber.
Por un lado se les solicita a los jóvenes un nivel de aprendizaje
y una capacidad de aprender desconocidos en el pasado, por otro lado la escuela
se enfrenta con una realidad donde las informaciones son cada vez más
ampliamente disponibles, masivas y no controlables. Se necesita cierta humildad
para considerar lo que la escuela puede hacer, en un tiempo como el nuestro,
donde las redes sociales son cada vez más importantes, las ocasiones
de aprendizaje afuera de la escuela son siempre mayores y más incisivas.
Desde el momento que, ya hoy, la escuela no es más el único
ambiente de aprendizaje para los jóvenes, ni tampoco el principal,
y las comunidades virtuales ganan una relevancia muy significativa, se le
presenta a la educación escolar un nuevo desafío: ayudar a
los estudiantes a construirse los instrumentos críticos indispensables
para no dejarse dominar por la fuerza de los nuevos instrumentos de comunicación.
e) El desafío de la educación integral
Educar es mucho más que instruir. El hecho que la Unión Europea,
la OECD y el Banco Mundial pongan el acento en la razón instrumental
y la competitividad, que tengan una concepción puramente funcional
de la educación, como si ella tuviera que legitimarse sólo
si está al servicio de la economía de mercado y del trabajo;
todo esto reduce fuertemente el contenido pedagógico de muchos documentos
internacionales, algo que también encontramos en numerosos textos
de los ministerios de la educación. La escuela no debería ceder
a esta lógica tecnocrática y económica, incluso si se
encuentra bajo la presión de poderes externos y está expuesta
a intentos de instrumentalización por parte del mercado, y esto vale
mucho más para la escuela católica. No se trata de minimizar
las solicitudes de la economía o la gravedad de la desocupación,
sino de respetar la persona de los estudiantes en su integridad, desarrollando
una multiplicidad de competencias que enriquecen la persona humana, la creatividad,
la imaginación, la capacidad de asumirse responsabilidades, la capacidad
de amar el mundo, de cultivar la justicia y la compasión.
La propuesta de la educación integral, en una sociedad que cambia
tan rápidamente, exige una reflexión continua capaz de renovarla
y de hacerla cada vez más rica en calidad. Se trata, en todo caso,
de una toma de posición clara: la educación que la escuela
católica promueve no tiene por objetivo la meritocracia de una elite.
Aunque sea importante la búsqueda de la calidad y la excelencia, nunca
hay que olvidar que los alumnos tienen necesidades específicas, a
menudo viven situaciones difíciles, y merecen una atención
pedagógica que responda a sus exigencias. La escuela católica
tiene que introducirse en el debate de las instancias mundiales sobre la
educación inclusiva y aportar[7], en este ámbito, su experiencia
y su visión educativa.
Hay un número creciente de alumnos heridos en su infancia. El fracaso
escolar aumenta y solicita una educación preventiva, como también
una formación específica para los enseñantes.
Hoy se pide a los sistemas escolares de promover el desarrollo de las competencias,
no sólo de transmitir conocimientos. El paradigma de la competencia,
interpretado según una visión humanística, va más
allá de la adquisición de conocimientos específicos
o habilidades. Concierne todo el desarrollo de los recursos personales del
estudiante y crea un vínculo significativo entre la escuela y la vida.
Es importante que la educación escolar valorice no sólo las
competencias relativas a los ámbitos del saber y del saber hacer,
sino también aquellas del vivir junto a los demás y del crecer
en humanidad. Hay competencias por ejemplo del tipo reflexivo, donde se es
autor responsable de los propios actos, intercultural, deliberativa, de la
ciudadanía, que aumentan de importancia en el mundo globalizado y
nos conciernen directamente, como también las competencias en términos
de conciencia, de pensamiento crítico, de acción creadora y
trasformadora.
f) El desafío de la falta de medios y de recursos
Las escuelas no subvencionadas por el Estado conocen dificultades financieras
en aumento para asegurar el servicio a los más pobres en un momento
marcado por una profunda crisis económica y en el cual la elección
de nuevas tecnologías es inevitable pero cara. Todas las escuelas,
subvencionadas o no, tienen que afrontar una fractura social en aumento,
como consecuencia de la crisis económica. Es cierto que se impone
la adopción de una pedagogía diferenciada, que se dirija a
todos. Pero esta elección necesita recursos financieros, que la hagan
realizable, y recursos humanos, constituidos por enseñantes y dirigentes
bien formados. De todos modos no hay dudas que la apertura misionera hacia
las nuevas pobrezas no sólo hay que salvaguardar, también hay
que estimular ulteriormente.
La “profesión de enseñante” es una vocación que tenemos
que animar. Los enseñantes se ven solicitados por tareas cada vez
más numerosas. En algunos países es difícil encontrar
jefes de instituto. Para algunas materias, es difícil encontrar enseñantes:
muchos jóvenes eligen un trabajo dentro de una empresa esperando ser
mejor remunerado. Se suma a esto que los docentes no gozan más del
apresamiento social y que sus tareas se ven recargadas por los deberes administrativos
cada vez más numerosos. Eso conduce a algunos jefes de instituto a
estimular la disponibilidad y el servicio voluntario. Uno de los desafíos
será motivar y animar a los voluntarios en su don incondicional.
g) Desafíos pastorales
Una parte creciente de los jóvenes se está distanciando de
la Iglesia institucional. La ignorancia o el analfabetismo religioso crecen.
Una educación católica es una misión contracorriente.
¿Cómo educar a la libertad de conciencia, tomando posición
frente a un campo inmenso de convicciones y valores de una sociedad globalizada?
En las escuelas católicas de muchos países faltan las orientaciones
pastorales adecuadas para el clima multireligioso en el cual están
llamadas a evangelizar.
Con respecto a los educadores, nos encontramos frente al hecho que la “desculturación”
limita el conocimiento de ellos sobre las herencias culturales. El fácil
acceso a las informaciones hoy abundantemente disponibles, no acompañado
de una conciencia crítica en su selección, está favoreciendo
una notable superficialidad ya sea entre los estudiantes que entre muchos
docentes, un empobrecimiento no sólo de la razón, sino también
de la propia capacidad de imaginación, de pensamiento creativo.
El número de educadores y enseñantes creyentes disminuye, eso
hace más raro el testimonio. ¿Cómo hacer nacer el vínculo
con la persona de Cristo en esta nueva situación escolar?
En algunas Conferencias Episcopales la enseñanza católica no
ha sido considerada entre las prioridades pastorales. Sólo cuando
la crisis alcanza a las parroquias que dichas Coferencias reconocen que la
escuela católica, a menudo, es el único punto donde los jóvenes
encuentran mensajeros del Buena Nueva. En muchos casos, esta escuela se ha
convertido en una escuela abierta al pluralismo cultural y religioso, y en
algunos países, ahora faltan sacerdotes, religiosos y religiosas.
Se trata de una situación inédita, que solicita la presencia
de laico comprometidos, preparados, disponibles a un empeño muy exigente.
Esta conciencia condujo, en muchos casos, a los laicos católicos a
organizarse entre ellos, pero a menudo, junto a su compromiso, se encuentra
una desconfianza hacia la Iglesia institucional, que se desinteresó
de la escuela católica. Uno de los grandes desafíos será,
por lo tanto, para algunas Conferencias Episcopales, redefinir con urgencia
las relaciones con los laicos, en la perspectiva de un servicio del anuncio
del Evangelio. Es urgente que los Obispos redescubran como, entre las modalidades
de la evangelización, un puesto importante es la formación
religiosa de las nuevas generaciones, y la escuela es un instrumento precioso
de este servicio.
h) El desafío de la formación religiosa de los jóvenes
En algunos países, los cursos de religión católica están
amenazados, corren el riesgo de desaparecer del curso de estudios. Ya que
tales cursos están bajo la competencia de los Obispos, urge recordar
la importancia de no descuidar tal enseñanza, que sin duda alguna
debe ser continuamente renovada.
El curso de religión presupone un profundo conocimiento de las reales
exigencias de los jóvenes, porque será este conocimiento que
representará la base sobre la cual construir el anuncio, si bien debe
ser conocida y respetada la diferencia entre el “saber” y el “creer”.
Ya que en muchos países la población de las escuelas católicas
está caracterizada por la multiplicidad de las culturas y las creencias,
la formación religiosa en las escuelas tiene que partir de la conciencia
del pluralismo existente y saber actualizarse constantemente. El panorama
es muy diferente y las modalidades de presencia no pueden ser las mismas.
En algunas realidades el curso de religión podrá constituir
el espacio del primer anuncio; en otras situaciones, los educadores ofrecerán
experiencias de interioridad, de oración, de preparación a
los sacramentos para los estudiantes, y los invitarán a comprometerse
en los movimientos juveniles o en un servicio social acompañado.
Ante las instancias internacionales que se ocupan cada vez más de
temas religiosos, será importante que las Conferencias Episcopales
sepan formular sus propuestas de cursos capaces de proporcionar un conocimiento
y aprendizaje crítico de todas las religiones presentes en nuestra
sociedad. Y que sepan distinguir con claridad la especificidad de los cursos
de religión y aquellos de educación a la ciudadanía
responsable. De lo contrario, ¿serán los gobiernos que harán
sus propuestas, sin la contribución de la visión cristiana
y católica en los currículos escolares, en vista de la formación
del ciudadano libre, capaz de ser solidario, compasivo, responsable hacia
la comprensión y los interrogantes humanos?
i) Los desafíos específicos para una sociedad multireligiosa
y multicultural
El multiculturalismo y la multireligiosidad de los estudiantes que frecuentan
las escuelas católicas, interpelan a todos los responsables del servicio
educativo. Cuando la identidad de las escuelas se debilita, emergen numerosos
problemas, relacionados a la incapacidad de interactuar con estos nuevos
fenómenos. La respuesta no puede ser refugiarse en la indiferencia,
tampoco adoptar un tipo de fundamentalismo cristiano, menos todavía
declarar la escuela católica como una escuela de valores ‘genéricos’.
Uno de los desafíos más importantes, será pues, favorecer
en los enseñantes una gran apertura cultural y, al mismo tiempo, una
similar disponibilidad al testimonio, para que sepan trabajar conscientes
y atentos del contexto que caracteriza la escuela y, sin tibiezas ni integrismo,
enseñar lo que saben y testimoniar lo que creen. Para que sepan interpretar
así su profesión, es importante que sean formados al diálogo
entre fe y cultura y al diálogo interreligioso. No podría existir
un verdadero diálogo si los mismos profesores no son formados y acompañados
en la profundización de su fe, de sus convicciones personales.
Una oportunidad que no hay que subestimar, para los alumnos que aprenden
en contextos tan pluralistas, es la de promover la colaboración de
los estudiantes de distintas convicciones religiosas, en iniciativas de servicio
social. ¿No sería deseable, al menos como condición
mínima, que todas las escuelas católicas propusieran a sus
jóvenes estudiantes, la experiencia de un servicio social, acompañado
por sus profesores o eventualmente por sus padres?
j) El desafío de la formación permanente de los enseñantes
En un contexto cultural de este tipo, la formación de los enseñantes
es determinante y solicita rigor y profundización, sin los cuales
la enseñanza sería considerada poco creíble, poco confiable
y por lo tanto innecesaria. Tal formación es urgente, si queremos
poder contar, en un futuro, con enseñantes comprometidos y preocupados
por la identidad evangélica del Proyecto Educativo y de su realización.
En efecto, no es deseable que en las escuelas católicas exista “una
doble población” de enseñantes; se necesita, en cambio, que
trabaje un cuerpo docente homogéneo, disponible a aceptar y a compartir
una definida identidad evangélica y un coherente estilo de vida.
k) Los lugares y los recursos de esta formación
¿Quién puede garantizar este tipo de formación? ¿Se
pueden localizar algunos lugares dedicados a esta tarea? ¿Dónde
podemos encontrar formadores para este tipo de enseñantes?
Presentamos algunas posibles sugerencias:
— la estructura nacional y su oficina nacional.
— la estructura diocesana: los vicarios o los directorios diocesanos para
la enseñanza en colaboración o en asociación con institutos
de formación. Se debería reflexionar sobre la posibilidad de
agrupar en una única estructura diocesana la formación de los
laicos con cargos eclesiales y la formación de los enseñantes
de religión. Si bien esta elección responde a una política
de fortalecimiento de la identidad, pero deja abierto un interrogante no
simple: ¿cómo adaptar una formación de este tipo a las
exigencias presentes en el contexto de aprendizaje escolar? No se debe olvidar
que los enseñantes tienen una específica dimensión profesional,
con características peculiares que la formación debería
tener en cuenta;
— las congregaciones religiosas.
— las universidades o los institutos católicos.
— las parroquias, los decanatos o los monasterios como centros para retiros
y acompañamiento espiritual de los educadores.
— los network, la formación a distancia.
l) Algunos desafíos de orden jurídico
Existe una fuerte tendencia por parte de algunos gobiernos a marginar la
escuela católica a través de una serie de reglas y leyes que
a veces pisotean la libertad pedagógica de las escuelas católicas.
En algunos casos los gobiernos esconden su adversidad con el hecho que cuentan
con recursos insuficientes. En estas situaciones la existencia de las escuelas
católicas no está garantizada.
Otra amenaza, que podría emerger nuevamente, se refiere a las reglas
de la no discriminación. Bajo la cobertura de una discutible ‘laicidad’
se esconde la aversión hacia una educación explícitamente
orientada a los valores religiosos, que debe ser reconducida a la esfera
de la ‘vida privada’.
2. Los desafíos de la educación superior católica
¿Los desafíos relativos a la educación superior católica,
la educación universitaria, son completamente diferentes de aquellos
encontrados en la escuela católica, en los distintos niveles primarios
y secundarios? En la mayor parte coinciden con los desafíos mencionados
anteriormente. También para las universidades, en efecto, se debe
reconocer que las cuestiones fundamentales que debe confrontar hoy el mundo
de la educación están principalmente vinculadas, en un modo
o en otro, a los nuevos contextos culturales, hasta sociológicos,
en las que viven nuestras sociedades y de donde provienen los estudiantes
que son acogidos en los distintos ambientes de la enseñanza católica.
Existen diversidades sistémicas y estructurales que se refieren a
las diferencias entre las instituciones de la educación superior en
términos de dimensiones, fundamentos históricos y legislativos,
así como en términos de distintas modalidades de governance
(gestión de gobierno). Hay, también, diversidades programáticas
y de procedimiento, en los niveles formativos, en la investigación
y en las modalidades que se desarrollan las actividades. Hay, por fin, diversidad
de status y prestigio asociado a cada institución, como también
diversidad en la tipología de estudiantes y personal académico.
Los procesos de diferenciación deben ser vistos como respuesta a los
cambios y a los desafíos que han interesado los sistemas de instrucción
superior en los últimos treinta años. En tal período
se pasó de una universidad de elite a una de “acceso generalizado”,
y aumentó fuertemente el pedido que la universidad responda a la exigencia
social y sea factor de desarrollo económico. Por todos lados, el desafío
que deriva de estas tendencias pone problemas comunes, es decir: ¿cómo
conciliar estos cambios que conciernen el rol de la universidad con los valores
que han caracterizado la tradición universitaria? ¿Cómo
reafirmar la centralidad de la investigación científica y la
formación del capital humano a elevada cualificación, teniendo
presente que para responder a la exigencia social las universidades tienen
que convertirse en lugar no sólo de elaboración sino también
de circulación del conocimiento, instrumentos de crecimiento económico
y no sólo cultural y civil?
La respuesta de los gobiernos a tales cuestiones fue diferenciar los sistemas
a nivel de currículo y títulos académicos o bien, creando
nuevas funciones dentro de las instituciones, como también articulando
los sistemas de instrucción superior en función de las exigencias
cada vez más complejas del mercado del trabajo.
Ante de estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la
reconsideración de los objetivos y de las funciones de las mismas
universidades, quienes junto a las funciones puramente científicas,
de investigación y de didáctica ven al lado también
la función de servicio al territorio, convirtiéndose en un
punto de referencia o un tipo de agencia de análisis que apoya a los
toman las decisiones socio-político-económicas.
Estos cambios hacen necesario redefinir la idea de universidad. También
la educación superior católica no puede eximirse de este esfuerzo
y en tal contexto, está llamada a precisar mejor la propia identidad
y las propias tareas específicas, académicas y científicas.
a) Internacionalización de los estudios universitarios
En los años recientes se fue acentuando cada vez más la dimensión
internacional de la instrucción superior, con acuerdos entre países
o universidades, respaldada por instrumentos y programas creados por los
organismos internacionales a nivel de los distintos continentes o a nivel
mundial. Las experiencias realizadas en este campo están caracterizadas
por diferentes aspectos, como: una más amplia oferta formativa, el
creciente número de estudiantes procedentes de otros países,
la innovación de las metodologías didácticas, de los
procedimientos de gestión de los procesos formativos y de la investigación.
Los cursos de licenciatura conjuntos entre distintas universidades son un
eficaz instrumento de internacionalización ya que permiten el intercambio
de ideas y experiencias, favorece el encuentro de personas (estudiantes,
docentes, investigadores, personal administrativo) procedentes de culturas
y tradiciones diferentes, permiten desarrollar las experiencias aplicadas
de universidades con diferentes misiones, visiones y perfiles. Éste
es un fenómeno nuevo en aumento que pone a las instituciones no pocos
interrogantes con respecto a la acogida, los métodos de enseñanza,
el aprendizaje y la investigación.
b) La utilización de los recursos online en los estudios universitarios
En la sociedad contemporánea se hace una utilización intensa
y omnipresente de las aplicaciones de red en la gestión personal del
conocimiento. En los últimos años el tema de la competencia
digital, en sus diferentes aspectos, fue objeto de atención creciente.
En varios documentos y comunicaciones, los organismos internacionales han
subrayado la relevancia de esta competencia en el ámbito del Lifelong
Learning (formación permanente) y de la participación a la
llamada “sociedad de la información”. ¿Pero qué quiere
decir ser una persona culta o, simplemente, instruida en el siglo XXI? La
cuestión va más allá del preparar al futuro a los jóvenes
del mañana para trabajos y desafíos que todavía no existen,
sino que concierne el ser ciudadanos conscientes, independientemente del
haber nacido o vivido digitales, y plenamente autónomos en el acceso
y empleo de los recursos, contenidos, relaciones, instrumentos y potencialidad
de la sociedad digital. En esta perspectiva, asumen notable relieve las competencias
necesarias para gestionar y enriquecer el propio conocimiento de manera autónoma
utilizando recursos online y offline. Este conjunto de competencias, designado
con la locución Personal Knowledge Management, asociado a los conceptos
de aprendizaje personal y/o de red de aprendizaje personal, debería
ayudar a cada persona a poder seleccionar y evaluar autónomamente
las propias fuentes de información, a buscar datos online, a saberlos
archivar, reelaborar, transmitir y compartir.
Junto a estas competencias son necesarias otras, como por ejemplo: la connectedness
(sentido de red), que implica no sólo aspectos tecnológicos,
sino también habilidades comunicativas, relacionales y de gestión
de la propia identidad en un contexto de comunicación global; la critical
ability o bien el acercamiento crítico a la red, que se refiere a
la habilidad de saber usar el network como base de recursos, finalizándolas
al contexto del utilizo; la creatividad o bien el desarrollo de aptitudes
creativity para el Lifelong Learning para poder beneficiarse con las experiencias
formativas que entrecruzan momentos de aprendizaje formal con situaciones
de aprendizaje informal.
c) Universidad, empresa y mundo del trabajo
Uno de los problemas fundamentales de hoy es la falta de trabajo. ¿Cuáles
oportunidades puede ofrecer el mundo de la universidad a un futuro empresarial
y al trabajo? Es necesario crear ocasiones que permitan encontrarse el mundo
de las empresas, el de las distintas profesiones y el universitario, ofreciendo
pistas de reflexión y oportunidades para los jóvenes que desean
confrontarse con los distintos sistemas del ‘start up’, para experimentar
las propias ideas y capacidades. Los estudiantes universitarios necesitan
conocer con tiempo las distintas posibilidades en el mundo del trabajo, participando
en proyectos y concursos, y teniendo acceso a becas de especialización.
En tal perspectiva son de capital importancia las actividades de orientación
en las escuelas secundarias superiores y el acompañamiento en el período
de los estudios universitarios.
Frente a los problemas del trabajo, de la desocupación y de la preparación
de los futuros líderes de quienes también la educación
superior tiene que hacerse cargo, es necesario recordar que la universidad,
como dice la Ex corde Ecclesiae, tiene la misión fundamental de ponerse
con confianza al servicio “de la verdad mediante la investigación,
la conservación y la comunicación del saber para el bien de
la sociedad” (n. 30). La universidad católica contribuye a esta misión
con su finalidad de ministerio de esperanza al servicio de los demás,
formando personas dotadas de sentido de justicia y profunda preocupación
por el bien común, educando a tener particular atención por
los pobres, los oprimidos y tratando de enseñar a los estudiantes
a ser ciudadanos globales responsables y activos.
d) La calidad de las instituciones académicas
Uno de los objetivos donde se concentró la atención a nivel
internacional, en los distintos países y en las mismas instituciones,
es garantizar la calidad de los propios sistemas académicos, localizando
precisos criterios e instrumentos de evaluación para valorizar la
responsabilidad y la transparencia de cada institución. Se trata de
un objetivo plenamente acogido y compartido por todos, por el cual en muchos
casos se establecen acuerdos entre realidades especializadas, a nivel nacional
e internacional, para localizar y compartir indicadores de medición
que no se limiten a evaluar datos externos estadístico y procedimientos,
sino que consideren también la finalidad y los contenidos de la educación
superior, encuadrándolos en un horizonte de valores.
Promover la calidad de un centro académico católico significa
evidenciar el valor de las actividades desarrolladas, consolidar sus aspectos
positivos y, donde sea necesario, mejorar aquellos carentes. Esta actividad
de monitoreo y evaluación hoy es indispensable y desarrolla dos funciones
fundamentales: ante todo una función pública, es decir hacer
confiable y transparente el sistema de estudios, favoreciendo su conocimiento
y una sana emulación entre distintas sedes de enseñanza; en
segundo lugar, una función interior, dirigida a ayudar a los actores
del sistema a alcanzar los objetivos institucionales y a reflexionar sobre
el resultado de su actividad para mejorarla y desarrollarla.
e) La governance
Las transformaciones ilustradas también conciernen la universidad
católica como institución y su governance. Ella en cuanto realidad
“imparcial” (es decir, no sometida a lógicas apartes) y no vinculada
a la “soberanía popular” (ya que quien gobierna la universidad no
es un representante del pueblo) puede ser vista bajo distintos aspectos,
como: las condiciones de acceso a los estudiantes, las fuentes y los mecanismos
de financiación, el grado de autonomía, su rol en la sociedad
moderna y la impostación de gobierno en cuanto institución
académica.
¿En qué consiste la autonomía de las universidades?
En muchos países el Estado tiene un peso relevante frente al cual
las instituciones necesitan poder actuar con libertad para alcanzar sus objetivos
académicos, sin ser condicionadas por la intervención financiera
público (que según los distintos países puede ser una
cobertura total o prevalente). Hoy los Estados, justamente porque financian
las instituciones universitarias, están presentes en ellas ejerciendo
un “control a distancia”, definiendo objetivos, instrumentos de evaluación
e implicando de modo más consistente a las mismas universidades en
la responsabilidad y sostenibilidad financiera.
Mientras se subraya la autonomía, las universidades están cada
vez más solicitadas a satisfacer las exigencias del territorio de
referencia, ofreciendo cursos de estudio, según la lógica del
lifelong learning, a favorecer el progreso económico-social, a estar
al servicio de la comunidad para respaldar los decision-maker públicos
y privados. Esta creciente heterogeneidad de funciones que la universidad
está desarrollando bajo la presión social, condujo a muchos
países a prever distintos modelos organizativos de estudios superiores
caracterizados, por un lado, de mayor autonomía y libertad académica
y por el otro, por el incremento de responsabilidad hacia el Estado y hacia
los stakeholder en general.
f) El desafío del cambio y la identidad católica de la universidad
La educación tiene que encaminar al estudiante a encontrar la realidad,
a insertarse con conciencia y responsabilidad en el mundo y, para que ésta
sea posible, la adquisición del saber siempre es necesaria. Sin embargo,
más que la información y el conocimiento, la transformación
de la persona es el verdadero resultado esperado. En este sentido, la motivación
no es sólo una condición preliminar, ella se construye, es
un resultado.
La instrucción superior católica se propone formar hombres
y mujeres capaces de pensamiento crítico, dotados de elevada profesionalidad,
pero también de una humanidad rica y orientada a poner la propia competencia
al servicio del bien común. “Si es necesario, la Universidad Católica
deberá tener la valentía de expresar verdades incómodas,
verdades que no halagan a la opinión pública, pero que son
también necesarias para salvaguardar el bien auténtico de la
sociedad”(Ex corde Ecclesiae, n. 32). Investigación, enseñanza
y distintas formas de servicios conformes a su misión cultural son
las dimensiones fundamentales hacia las cuales dirigir la formación
universitaria, dimensiones que tienen que dialogar entre ellas. La contribución
de la educación católica alimenta el doble crecimiento, en
ciencia y en humanidad. En una universidad católica la inspiración
cristiana impregna la misma vida de la comunidad universitaria, alimenta
el compromiso por la investigación, dándole una dirección
a su sentido y sostiene la tarea de la formación de los jóvenes,
a quienes se les puede ofrecer un horizonte más amplio y significativo
de aquel constituido por las legítimas expectativas profesionales.
Los docentes de las universidades católicas están llamados
a ofrecer una original contribución para superar la fragmentación
de los saberes disciplinales, favoreciendo el diálogo entre estos
distintos puntos de vista especializados, buscando una reconstitución
unitaria del saber, siempre aproximativa y en devenir, pero orientada por
la conciencia del sentido unitario de las cosas. En este diálogo la
teología ofrece una aportación esencial.
CONCLUSIÓN
Hoy existe una particular atención por verificar los resultados de
los procesos de aprendizaje de los estudiantes. Los estudios internacionales
elaboran clasificaciones, comparan los países. La opinión pública
es sensible a estos mensajes. La transparencia de los resultados, la costumbre
de dar cuentas a la sociedad, el empuje a la mejoría de los estándares
alcanzados son aspectos que denotan la tendencia hacia el aumento de la calidad
de la oferta formativa. Sin embargo es importante no perder de vista un aspecto
fundamental de la educación, dado por el respeto de los tiempos de
las personas y por la conciencia que los verdaderos cambios solicitan tiempos
no breves. La educación vive la metáfora del buen sembrador
que se preocupa por sembrar, no siempre con la posibilidad de ver los resultados
de su obrar. Educar es actuar con esperanza y con confianza. La acción
educativa y la enseñanza tienen que preocuparse por mejorarse continuamente
y verificar la eficacia de los instrumentos, pero con la conciencia de no
poder ver ni constatar todos los resultados deseados.
La formación de una persona se desarrolla en un proceso realizado
durante años, por muchos educadores, comenzando por los padres. La
experiencia escolar se sitúa en continuidad con un proceso de crecimiento
ya encaminado, que puede ser positivo y rico, pero también problemático
o limitante, y que en todo caso debe ser considerado. La educación
católica se coloca en un momento de la historia personal, y es más
eficaz cuanto más sabe conectarse con esta historia, sabe construir
alianzas, compartir responsabilidad, construir comunidades que educan. Al
interior de una dimensión de colaboración educativa, la enseñanza
no es sólo un proceso de transmisión de conocimientos o adiestramiento
sino una guía al descubrimiento de los propios talentos, al desarrollo
de la competencia profesional, a la asunción de importantes responsabilidades
ya sean intelectuales, sociales que políticas en la comunidad. Aún
más, enseñar es acompañar a los jóvenes en la
búsqueda de la verdad, de la belleza, de lo que es justo y bueno.
La eficacia de la acción colectiva del personal docente y no docente
está dada por tener una visión de valores compartidos y ser
una comunidad que aprende, no sólo que enseña.
Los desafíos para la escuela y la universidad católica del
futuro son inmensos. Sin embargo, las palabras del Papa Francisco son de
gran ánimo para renovar la pasión educativa: “No os desalentéis
ante las dificultades que presenta el desafío educativo. Educar no
es una profesión, sino una actitud, un modo de ser; para educar es
necesario salir de uno mismo y estar en medio de los jóvenes, acompañarles
en las etapas de su crecimiento poniéndose a su lado. Donadles esperanza,
optimismo para su camino por el mundo. Enseñad a ver la belleza y
la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la impronta
del Creador. Pero sobre todo sed testigos con vuestra vida de aquello que
transmitís. Un educador […] con sus palabras transmite conocimientos,
valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las
palabras con su testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no
es posible educar. Todos sois educadores, en este campo no se delega. Entonces,
es esencial, y se ha de favorecer y alimentar, la colaboración con
espíritu de unidad y de comunidad entre los diversos componentes educativos.
El colegio puede y debe ser catalizador, lugar de encuentro y de convergencia
de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar, ayudar
a crecer como personas maduras, sencillas, competentes y honestas, que sepan
amar con fidelidad, que sepan vivir la vida como respuesta a la vocación
de Dios y la futura profesión como servicio a la sociedad”[8].
CUESTIONARIO
El siguiente cuestionario sirve como guía para la reflexión
y ofrece sugerencias. Puede ser utilizado con una cierta libertad.
1. IDENTIDAD Y MISION
— ¿En qué modo en vuestra Nación la escuela y las universidades
católicas son coherentes con su naturaleza y su finalidad?
— ¿Cuáles son los aspectos que califican mayormente la oferta
que la escuela y la universidad católica ofrecen a los estudiantes
y a sus familias?
— ¿Se puede decir que la escuela y las universidades católicas
están preocupadas por la evangelización y no sólo por
dar un servicio de cualidad, superior al que ofrece otras instituciones?,
¿en qué modo la pastoral local o nacional integra orgánicamente
el mundo escolar y universitario?
— ¿Qué lugar tiene la enseñanza de la religión
católica en las escuela católicas y en aquellas no católicas?
— ¿Se promueve en las escuelas y en las universidades católicas
el diálogo interreligioso e intercultural?
2. SUJETOS
— ¿Está previsto un camino de acompañamiento en la fe
para los docentes, estudiantes, familias de los estudiantes que frecuentan
la escuela y la universidad católica?
— ¿Está favorecida la participación de los estudiantes
en la vida de la institución educativa?
— ¿Está favorecida la participación de las familias?
— ¿Cuáles son las expectativas de los jóvenes que se
inscriben en las escuelas superiores y en las universidades y en qué
modo la propuesta educativa sabe dialogar con esas expectativas?
— ¿Existe atención en relación con los estudiantes que
tiene una situación económica difícil?
— ¿Existe atención en relación con los estudiantes que
tienen dificultad para aprender o con situaciones especiales de habilidad?
— ¿Son promovidas las iniciativas para los ex alumnos?
— ¿Las congregaciones religiosas con el carisma educativo cómo
han actualizado su presencia en las escuelas y en las universidades?, ¿cuáles
dificultades y cuáles resultados positivos han obtenido?
— ¿Cómo se promueve la misión compartida de las personas
consagradas y de los fieles laicos en las escuelas y en las universidades
católicas?
3. FORMACIÓN
— ¿Cómo se produce el reclutamiento del personal, sobre todo
del personal docente y los directivos?
— ¿Cómo se ha diseñado y garantizado la formación
continua, profesional y cristiana del personal directivo, docente y no docente?
— ¿Existe una atención formativa hacia aquellos que trabajan
en las escuelas y en las universidades no católicas?
— ¿La atención formativa incluye también a los genitores?
— ¿Existe atención para que se produzca la cooperación
entre las escuelas y las universidades católicas?
4. DESAFÍOS Y PROSPECTIVAS
— El instumentum laboris enumera varios desafíos que tiene la educación
católica y hacia los cuales se debe enfrentar, ¿cuáles
son aquellos desafíos más incisivos y exigentes en vuestro
contexto?
— ¿Cómo se colocan las escuelas y las universidades católicas
ante estos desafíos?
— ¿Cuáles son, en síntesis, los aspectos más
positivos de la experiencia de las escuelas y las universidades católicas
en vuestra Nación?
— ¿Cuáles, en cambio, las mayores críticas?
— ¿Cuáles son las líneas estratégicas y operativas
ya prospectadas y cuáles se otean para el futuro?
[1]“Es necesario recordar que somos hermanos y, por eso mismo, educar y educarse
en no considerar al prójimo un enemigo o un adversario al que eliminar”,
Francisco, La Fraternidad, fundamento y camino para la paz, Mensaje para
la Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero de 2014, n.8.
[2]Concilio Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana
Gravissimum educationis, 28 de octubre de 1965.
[3] Juan Pablo II, Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae
sobre la Universidades católicas, 15 de agosto de 1990.
[4] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes del encuentro de rectores
y docentes de las universidades europeas sobre “Un nuevo humanismo para Europa.
El rol de las Universidades” (23 de junio de 2007).
[5] “Despierten el mundo”. Coloquio del Papa Francisco con los Superiores
Generales, en La Civiltà Cattolica, n. 3925, 4 de enero de 2014, p.17.
[6] Documentos: La escuela católica (1977); El laico católico
testigo de la fe en la escuela (1982); Orientaciones educativas sobre el
amor humano. Pautas de educación sexual (1983); Dimensión religiosa
de la educación en la escuela católica (1988); La escuela católica
en los umbrales del tercer milenio (1997); Las personas consagradas y su
misión en la escuela. Reflexiones y orientaciones (2002); Educar juntos
en la escuela católica. Misión compartida de personas consagradas
y fieles laicos (2007); Educar al diálogo intercultural en la escuela
católica. Vivir juntos para una civilización del amor (2013).
Además se han enviado algunas Cartas circulares: A las Familias religiosas
y a las Sociedades de vida apostólica con responsabilidad de escuelas
católicas (N. 483/96/13 del 15 de octubre de 1996); A las Conferencias
Episcopales sobre la educación sexual en las escuelas católicas
(N. 484/96 del 2 de mayo de 1997); A las Conferencias Episcopales sobre la
enseñanza de la religión en la escuela (N. 520/2009 del 5 de
mayo de 2009).
[7] Cf. 48° sesión de la Conferencia internacional sobre la educación
de la UNESCO, Ginebra (27-28 de noviembre de 2008); cf. Francisco, Exhortación
apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 186 ss.
[8] Francisco, Discurso a los estudiantes de las escuelas de los jesuitas
de Italia y Albania (7 de junio de 2013).