ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS DE
LA MISA
PRENOTANDOS
PROEMIO
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS GENERALES PARA LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
DE LA PALABRA DE DIOS
1. Algunas premisas
a) Importancia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica
1. El Concilio Vaticano II, el magisterio de los Sumos Pontífices,
y varios documentos promulgados después del mismo Concilio por diversas
congregaciones de la Santa Sede han dicho muchas cosas interesantes sobre
la importancia de la Palabra de Dios y sobre la restauración del uso
de la Sagrada Escritura en toda celebración litúrgica. Además,
en los Prenotandos de la Ordenación de las Lecturas de la Misa publicada
en 1969, se propusieron con oportunidad y se ilustraron brevemente algunos
de los principios de especial importancia.
Pero ahora, con ocasión de esta nueva edición de la Ordenación
de las Lecturas de la Misa, ya que de diferentes partes se pedía que
se redactaran con más precisión dichos principios, se han elaborado
estos Prenotandos en una forma más amplia y adecuada; en ellos, después
de una afirmación genérica sobre la conexión entre la
palabra de Dios y la acción litúrgica, se tratará primero
de la palabra de Dios en la celebración de la Misa y después
se presentará la estructura detallada de la Ordenación de las
Lecturas.
b) Términos utilizados para referirse a la PALABRA DE DIOS
2. Aunque en esta materia parece justamente necesaria una delineación
de los términos para mayor claridad del sentido, sin embargo, en estos
Prenotandos utilizaremos las mismas palabras que se usan en los documentos
conciliares o postconciliares y llamaremos indistintamente Sagrada Escritura
o palabra de Dios a los libros inspirados por el Espíritu Santo, pero
evitando toda confusión de nombres y cosas.
C) Valor litúrgico de la palabra de Dios.
3. En las distintas celebraciones y en las diversas asambleas de fieles que
participan en ellas, se expresan de modo admirable los múltiples tesoros
de la única palabra de Dios, ya sea en el transcurso del año
litúrgico, en el que se recuerda el misterio de Cristo en su desarrollo,
ya en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la Iglesia,
y en la respuesta de cada fiel a la acción interna del Espíritu
Santo. De este modo, la misma celebración litúrgica, que se
sostiene y se apoya principalmente en la palabra de Dios, se convierte en
un acontecimiento nuevo y enriquece a la palabra con una nueva interpretación
y eficacia. Por eso, la Iglesia sigue fielmente en la Liturgia el mismo sistema
que usó Cristo en la lectura e interpretación del as Sagradas
Escrituras, puesto que él exhorta a profundizar el conjunto de las
Escrituras partiendo del “hoy” de su acontecimiento personal.
2. Celebración litúrgica de la Palabra de Dios
a) Característica propia de la palabra de Dios en la celebración
litúrgica
4. En la celebración litúrgica de la palabra de Dios no es
expresada siempre del mismo modo, ni penetra siempre en los corazones de
los fieles con la misma eficacia; pero Cristo está siempre presente
en su palabra y, realizando el misterio de la salvación, santifica
a los hombres y tributa al Padre el culto perfecto.
Más aún, la economía de la salvación,
que la palabra de Dios no cesa de recordar y prolongar, alcanza su más
pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración
litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz presentación
de esta palabra de Dios.
Así la palabra de Dios, propuesta continuamente en la
Liturgia, es siempre viva y eficaz, por el poder del Espíritu Santo,
y manifiesta el amor activo del Padre, que nunca deja de tener eficacia para
con los hombres.
B) La palabra de Dios en la economía de la salvación
5. La Iglesia anuncia el mismo y único misterio de Cristo cuando proclama
en la celebración litúrgica el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en
el Nuevo se hace presente el Antiguo. El centro y la plenitud de toda la
Escritura y de toda celebración litúrgica es Cristo. Por eso,
deberán beber de su fuente todos los que buscan la salvación
y la vida.
Cuanto más profundamente se comprende la celebración
de litúrgica, Más profundamente también se estima la
importancia de la Palabra de Dios; y lo que se dice de una se puede afirmar
también de la otra, puesto que ambas recuerdan el misterio de Cristo
y lo perpetúa cada una a su manera.
C) La palabra de Dios en la participación litúrgica de los
fieles
6. En cada acción litúrgica, la Iglesia responde fielmente
el mismo "Amén" que Cristo, mediador entre Dios y los hombres, pronunció
de una vez para siempre al derramar su sangre, a fin de sellar, con la fuerza
de Dios, la nueva alianza en el Espíritu Santo.
Pues cuando Dios comunica su palabra, siempre espera una respuesta,
que consiste en escuchar y adorar "en el espíritu y en la verdad"
(Jn 4,23). El Espíritu Santo, en efecto, es quien hace que esa respuesta
sea eficaz, para que se manifieste en la vida lo que se escucha en la acción
litúrgica, según aquellas palabras: "No se conformen con escuchar
la palabra, sino pónganla por obra" (Santiago 1,22).
Las actitudes corporales, los gestos y palabras con que se expresa
la acción litúrgica y se manifiesta la participación
de los fieles, no reciben su significado únicamente de la experiencia
humana, de donde se toman, sino de la palabra de Dios y de la economía
de la salvación, a la que se refieren. Por eso, los fieles tanto más
participan de la acción litúrgica, cuanto más se esfuerzan,
al escuchar de la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que
procuren que aquello que celebran en la Liturgia sea una realidad en su vida
y costumbres, y a la inversa, que lo que hagan en su vida se refleje en la
Liturgia.
3. La Palabra de Dios en la vida del pueblo de la “Alianza”
A) La palabra de Dios en la vida de la Iglesia
7. La Iglesia crece y se construye al escuchar la palabra de Dios, y los
prodigios que en muchas formas Dios realizó en la historia de la salvación
se hacen presentes de nuevo en los signos de la celebración litúrgica
de un modo misterioso, pero real; Dios, a su vez, se vale de la comunidad
de fieles que celebra la Liturgia, para que su palabra se propague y sea
conocida y su nombre sea alabado por todas las naciones.
Por tanto, siempre que la Iglesia, congregada por el Espíritu
Santo en la celebración litúrgica, anuncia y proclama la palabra
de Dios, se reconoce a sí misma como el nuevo pueblo, en el que la
alianza antiguamente pactada, llega ahora a su plenitud y perfección.
Todos los cristianos, que por el bautismo y la confirmación en el
Espíritu se han convertido en mensajeros de la palabra de Dios, después
de recibir la gracia de escuchar la palabra, la deben anunciar en la Iglesia
y en el mundo, por lo menos con el testimonio de su vida.
Esta palabra de Dios, que es proclamada en la celebración
de los divinos misterios, no sólo atañe a las condiciones actuales,
sino que mira también al pasado y penetra el futuro, y nos hace ver
cuán deseables son aquellas cosas que esperamos, para que, en medio
de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmemente
puestos donde está el gozo verdadero.
B) La palabra de Dios en la explicación de que ella hace la Iglesia
8. Por voluntad de Cristo, el nuevo pueblo de Dios está formado por
una admirable variedad de miembros; por esta razón, son también
varios los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe
a la palabra de Dios. Los fieles la escuchan y la meditan, pero solamente
la explican aquellos a quienes, por la sagrada ordenación corresponde
la función del magisterio, o aquellos a quienes se les ha encomendado
este ministerio.
Así, en su doctrina, vida y culto la Iglesia perpetúa
y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella
cree, en tal forma que, a lo largo de los siglos, va caminando continuamente
hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella misma se realice
completamente la palabra de Dios.
C) Relación necesaria entre la palabra de Dios proclamada y la acción
del Espíritu Santo.
9. Para que la palabra de Dios realmente produzca en los corazones aquello
que se escucha en los oídos, se requiere la acción del Espíritu
Santo, por cuya inspiración y ayuda, la palabra de Dios se convierte
en el fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda
de toda la vida.
Así pues, la actuación del Espíritu Santo
no sólo precede, acompaña y sigue a toda la acción litúrgica,
sino que también sugiere al corazón de cada uno todo aquello
que, en la proclamación de la palabra de Dios, ha sido dicho para
toda la comunidad de los fieles; y al mismo tiempo que consolida la unidad
de todos, fomenta también la diversidad de carismas y multiplicidad
de actuaciones.
D) Íntima relación de la Palabra de Dios con el misterio de
la Eucaristía
10. La palabra de Dios y el misterio eucarístico han
sido honrados por la Iglesia con una misma veneración, aunque con
diferente culto. La Iglesia siempre quiso y determinó que así
fuera, porque, impulsada por el ejemplo de su fundador, nunca ha dejado de
celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer "todos
los pasajes de la Escritura que se refieren a él" (Lc 24, 27) y realizando
la obra de la salvación por medio del memorial del Señor y
de los sacramentos. En efecto, "la predicación de la palabra se requiere
para el ministerio de los sacramentos de la fe, la cual nace de la palabra
y de ella se alimenta."
Espiritualmente alimentada en estas dos mesas, la Iglesia, en
una, se instruye más, y en la otra, se santifica más plenamente;
pues en la palabra de Dios se anuncia la alianza divina, y en la Eucaristía
se renueva esa misma alianza nueva y eterna. En una, la historia de la salvación
se recuerda con palabras; en la otra; la misma historia se expresa por medio
de los signos sacramentales de la Liturgia
Por tanto, conviene recordar siempre que la palabra divina que
lee y anuncia la Iglesia en la Liturgia conduce, como a su propio fin, al
sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la Eucaristía.
Así pues, la celebración de la Misa, en la que se escucha la
palabra se ofrece y se recibe la Eucaristía, constituye un solo acto
de culto divino, con el cual se ofrece a Dios el sacrificio de alabanza y
se realiza plenamente la redención del hombre.
PRIMERA PARTE
LA PALABRA DE DIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
Capítulo II
La celebración de la Liturgia
de la Palabra en la Misa
1. Los elementos y ritos de la Liturgia de la Palabra
11. "Las lecturas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan,
constituyen la parte principal de la liturgia de la palabra; la homilía,
la profesión de fe y la oración universal u oración
de los fieles, la desarrollan y concluyen".
a) Las lecturas bíblicas
12. No está permitido en la celebración de la Misa las lecturas
bíblicas, junto con los canticos tomados de la Sagrada Escritura,
sean suprimidas ni recortadas ni, cosa todavía más grave, sustituidas
por otras lecturas no bíblicas. Pues por medio de la misma palabra
de Dios, transmitida por escrito, "Dios sigue hablando a su pueblo" y mediante
el uso constante de la Sagrada Escritura, el pueblo de Dios se hace más
dócil al Espíritu Santo por medio de la luz de la fe y así
puede dar al mundo con su vida y sus costumbres, el testimonio de Cristo.
13. La lectura del Evangelio constituye la cima de la liturgia de la palabra,
a la que se prepara la asamblea con las otras lecturas, en el orden que se
señalan, o sea, desde el “Antiguo Testamento” hasta llegar al “Nuevo”.
14. Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la palabra
de Dios a la asamblea por medio de las lecturas es la misma manera de leer
de los elctores, que deben hacerlo en voz alta y clara, y con conocimiento
de lo que leen. Las lecturas, tomadas de ediciones aprobadas, según
la índole de los diferentes idiomas, pueden cantarse, pero en tal
forma, que el canto no oscurezca las palabras, sino que las aclare. Si se
dicen en latín, obsérvese lo indicado en el Ordo cantus Missae.
15. En la liturgia de la Palabra, antes de las lecturas, y especialmente
antes de la primera, se pueden hacer unas moniciones breves y oportunas.
Hay que tener muy en cuenta el género literario de estas moniciones.
Conviene que sean sencillas, fieles al texto, breves, bien preparadas y adaptadas
en todo al texto, al que sirven de introducción.
16. En la celebración de la Misa con el pueblo proclámense
las lecturas desde el ambón.
17. Entre los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta
la veneración especial debida a la lectura del Evangelio. Cuando se
dispone de un Evangeliario, que en los ritos de entrada haya sido llevado
procesionalmente por un diácono o por in lector, es muy conveniente
que ese mismo libro sea a tomado del altar por el diácono, o si no
lo hay, por un sacerdote y sea llevado al ambón, acompañado
de los ministros que llevan velas e incienso o con otros signos de veneración,
conforme a lo que se acostumbre. Los fieles están de pie y veneran
el libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor. El diácono
que va a anunciar el Evangelio, inclinado ante el presidente de la asamblea,
pide y recibe la bendición. En caso de que no haya diácono,
el sacerdote, se inclina ante el altar, y dice en secreto la oración:
Purifica, Señor, mi corazón…
En el ambón, el que proclama el Evangelio saluda a los
fieles, que están de pie, lee el título de la lectura, se signa
en la frente, en la boca y en el pecho; a continuación, si se utiliza
incienso, inciensa el libro y finalmente lee el Evangelio. Al terminar, besa
el libro, diciendo en secreto las palabras prescritas.
El saludo, y el anuncio Lectura del santo Evangelio y, al terminar
Palabra del Señor, es bueno que se canten para que el pueblo, a su
vez, pueda aclamar del mismo modo, aun cuando el Evangelio solamente se haya
leído. De esta manera se expresa la importancia de la lectura evangélica
y se promueve la fe de los oyentes.
18. Al final de las lecturas, la Conclusión Palabra del Dios la puede
cantar un cantor distinto al lector que proclamó la lectura, y todos
dicen la aclamación. En esta forma, la asamblea honra la palabra de
Dios con fe y con espíritu de acción de gracias.
b) El salmo responsorial
19. El salmo responsorial, llamado también gradual, dado que es “una
parte integral de la liturgia de la palabra.", tiene gran importancia litúrgica
y pastoral. Por eso hay que instruir constantemente a los fieles sobre el
modo de escuchar la palabra de Dios que nos habla en los salmos, y sobre
todo convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto, "se realizará
más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero
un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido
con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes
de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna".
También pueden ayudar unas breves moniciones en las que
indique el por qué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y
su relación con las lecturas.
20. El salmo responsorial ordinariamente ha de cantarse. Hay dos formas de
cantar el salmo después de la primera lectura: la forma responsorial
y directa. En la forma responsorial, que se ha de preferir en cuanto sea
posible, el salmista o el cantor del salmo, canta la estrofa del salmo y
toda la asamblea participa cantando la respuesta. En la forma directa, el
salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta y, lo cantan, o
bien el salmista o cantor del salmo él solo, y la asamblea escucha,
o bien el salmista y los fieles juntos.
21. El canto del salmo o de la sola respuesta contribuye mucho a comprender
el sentido espiritual del salmo y a meditarlo profundamente.
En cada cultura debe utilizarse todo aquello que pueda favorecer el canto
de la asamblea, y en especial las facultades previstas en la Ordenación
de las Lecturas de la Misa, referentes a las respuestas para cada tiempo
litúrgico.
22. El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, ha de recitarse en la
forma más adecuada para la meditación de la Palabra de Dios.
El salmo responsorial se canta o recitado por un salmista o por un cantor
desde el ambón.
C) La aclamación antes de la lectura del Evangelio
23. También el “Aleluya” o, según el tiempo litúrgico,
la aclamación antes del Evangelio "tienen por sí mismos el
valor de rito o de acto”, mediante el cual la asamblea de los fieles recibe
y saluda al Señor, que va a hablar, y profesa su fe cantando.
El “Aleluya” y las otras aclamaciones antes del Evangelio deben
ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimente
todo el pueblo, y no sólo el cantor que lo inicia o el coro.
D) La homilía
24. La homilía, que a lo largo del año litúrgico expone
a partir del texto sagrado los misterios de la fe y las normas de la vida
cristiana, como parte de la liturgia de la palabra, a partir de la Constitución
Litúrgica del Concilio Vaticano II, muchas veces y con mucho interés
ha sido recomendad e incluso mandada para ciertas ocasiones. En la celebración
de la Misa, la homilía, que normalmente la hace el mismo que preside,
tiene como finalidad que la palabra de Dios anunciada, junto con la liturgia
eucarística, sea como "una proclamación de las maravillas de
Dios en la historia de la salvación o el misterio de Cristo". En efecto,
el misterio pascual de Cristo, anunciado en las lecturas y en la homilía,
se realiza por medio del sacrificio de la Misa. Cristo está presente
y operante en la predicación de su Iglesia.
Así pues, la homilía, tanto si explica las palabras
de la Sagrada Escritura que se acaban de leer u otro texto litúrgico,
debe llevar a la asamblea de los fieles a una activa participación
en la Eucaristía, a fin de que “vivan siempre de acuerdo con la fe
que profesaron". Con esta explicación viva, la Palabra de Dios que
se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir
una mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente
fruto de la meditación, debidamente preparada, no demasiado larga
ni demasiado corta, y de que se tenga en cuanta a todos los presentes, incluso
a los niños y a los incultos. En la concelebración ordinariamente
tiene la homilía el celebrante principal o uno de los concelebrantes.
25. En los días que está mandado, a saber, los domingos y fiestas
de precepto, debe tenerse la homilía en todas las Misas que se celebran
con asistencia del pueblo, sin excluir las Misas que se celebran en la tarde
del día precedente
También debe haber homilía en las Misas que se celebran para
los niños o para grupos particulares. Se recomienda mucho la predicación
de la homilía en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo
Pascual, en bien de los fieles que participan ordinariamente en la celebración
de la Misa; y también en otras fiestas y ocasiones en las que hay
mayor asistencia de fieles en la Iglesia
26. El sacerdote celebrante da la homilía desde la sede, de pie o
sentado, o desde el ambón.
27. Hay que excluir de la homilía los breves avisos que se hayan de
hacer a la asamblea, pues su lugar es a continuación de la oración
después de la comunión.
E) El silencio
28. La liturgia de la palabra debe celebrarse de tal manera, que favorezca
la meditación; por eso se ha de evitar toda clase de prisa, que impide
el recogimiento. El diálogo entre Dios y los hombres, que se realiza
con la ayuda del Espíritu Santo, requiere breves momentos de silencio,
adecuados a la asamblea presente, para que en ellos la palabra de Dios sea
acogida interiormente y se prepare una respuesta por medio de la oración.
Pueden guardarse estos momentos de silencio, por ejemplo, antes de comenzar
la liturgia de la palabra, después de la primera y la segunda lectura,
y al terminar la homilía.
F) La profesión de fe
29. El símbolo o profesión de fe, dentro de la Misa cuando
las rúbricas lo indican, tiene como finalidad que la asamblea reunida
dé su asentimiento y su respuesta a la Palabra de Dios oída
en las lecturas y la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar
la celebración del misterio de la fe en la Eucaristía, la norma
de su fe según la forma aprobada por la Iglesia.
G) La oración universal u oración de los fieles
30. En la oración universal, la asamblea de los fieles, iluminada
por la Palabra de Dios, a la que en cierto modo responde, pide normalmente
por las necesidades de la Iglesia universal y de la comunidad local, por
la salvación del mundo, por los que se hallan en cualquier necesidad
y por grupos determinados de personas.
Bajo la dirección del celebrante, un diácono o
un ministro o algunos fieles propondrán oportunamente unas breves
peticiones, compuestas con sabia libertad, mediante las cuales el pueblo
“ejerciendo su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres”. En esta forma,
recogiendo el fruto de la liturgia de la palabra, la asamblea podrá
pasar más adecuadamente a la liturgia Eucarística.
31. El sacerdote preside la oración universal desde la sede; y las
intenciones se anuncian desde el ambón.
La asamblea participa de pie en la oración, diciendo o cantando la
invocación común después de cada intención, o
bien orando en silencio.
2. Cosas que ayudan a celebrar debidamente la Liturgia de la Palabra
a) El lugar de la proclamación de la palabra de Dios
32. En el recinto de la iglesia debe existir un lugar elevado, fijo, adecuadamente
dispuesto y con la debida nobleza, que al mismo tiempo responda a la dignidad
de la palabra de Dios y recuerde a los fieles que en la Misa se prepara la
mesa de la palabra de Dios y el cuerpo de Cristo, y que ayude lo mejor posible
a que los fieles oigan bien y atiendan durante la liturgia de la palabra.
Por eso se ha de procurar, según la estructura de cada iglesia, que
hay una íntima proporción y armonía entre el ambón
y el altar.
33. Conviene que el ambón, de acuerdo con su estructura, se adorne
con sobriedad, ya sea de una manera permanente, o por lo menos ocasionalmente
en los días más solemnes.
Dado que el ambón es el lugar desde donde los ministros proclaman
la palabra de Dios, se reserva por su naturaleza a las lecturas, el salmo
responsorial y el pregón pascual. La homilía y la oración
de los fieles pueden pronunciarse desde el ambón, ya que están
íntimamente ligadas con toda la liturgia de la palabra. En cambio,
no es conveniente que se suban al ambón otras personas, como el comentarista,
el cantor o el director del canto.
34. Para que el ambón ayude lo más posible en las celebraciones,
debe ser amplio, porque en algunas ocasiones tienen que estar en él
varios ministros. Además, hay que procurar que los lectores que están
en el ambón tengan suficiente luz para leer el texto, y en cuanto
sea posible, buenos micrófonos para que los fieles los puedan escuchar
fácilmente.
B) Los libros para anunciar la palabra de Dios en las celebraciones
35. Los libros de donde se toman las lecturas de la Palabra de Dios, así
como los ministros, las actitudes, los lugares y demás cosas, hacen
recordar a los fieles la presencia de Dios, que habla a su pueblo. Por tanto,
hay que procurar que los libros mismos, que son signos y símbolos
de las realidades del cielo en la acción litúrgica, sean verdaderamente
dignos, decorosos y bellos.
36. Siendo siempre el anuncio evangélico la cima de la liturgia de
la palabra, las dos tradiciones litúrgicas, la occidental y la oriental,
han mantenido una diferencia entre el Evangelio y las demás lecturas.
En efecto, el libro de los Evangelios era elaborado con gran cuidado, se
adornaba y se veneraba más que cualquier otro leccionario. Así
pues, es muy conveniente que también nuestros días, en las
catedrales y en las parroquias e iglesias más grandes y más
concurridas, se tenga un Evangeliario, hermosamente adornado y diferente
del libro de las demás lecturas. Este es el libro que es entregado
al diácono en su ordenación y en la ordenación episcopal
es colocado y sostenido sobre la cabeza del elegido.
37. Por último, los libros de las lecturas que se utilizan en la celebración,
por la dignidad que exige la palabra de Dios, no deben ser sustituidos por
otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, por las hojitas que se hacen
para que fieles preparen las lecturas o las mediten personalmente.
Capítulo III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA
DE LA PALABRA EN LA MISA
1. Funciones del Presidente en la Liturgia de la Palabra
38. El que preside la liturgia de la palabra, aunque escucha él también
la palabra de Dios proclamada por los demás, continua siempre el primero
al que se le ha confiado la función de anunciar la Palabra de Dios,
compartiendo con los fieles, sobre todo en la homilía, el alimento
que contiene esta palabra. Si bien, él debe cuidar por sí mismo
o por otros, que la palabra de Dios sea proclamada adecuadamente, con todo
a él le corresponde ordinariamente preparar algunas moniciones que
ayuden a los fieles a escuchar con más atención y, sobre todo
decir la homilía, para facilitarles una comprensión más
fecunda de la Palabra de Dios.
39. Es necesario, en primer lugar, que el que debe presidir la celebración
conozca perfectamente la estructura de la Ordenación de las Lecturas
de la Misa, a fin de que pueda hacerla fructificar en los corazones de los
fieles; y además, que con la oración y el estudio comprenda
muy bien la relación entre los diversos textos de la liturgia de la
palabra para que, aprovechando la Ordenación de las Lecturas, se entienda
convenientemente el misterio de Cristo y su obra salvífica.
40. El que preside puede usar ampliamente las diversas opciones propuestas
en el Leccionario en lo que se refiere a las lecturas, respuestas, salmos
responsoriales, aclamaciones antes del Evangelio, pero de común acuerdo
con todos los interesados, sin excluir a los fieles en aquello que les atañe.
41. El presidente ejerce también su función propia y el ministerio
de la palabra de Dios cuando pronuncia la homilía. En efecto, la homilía
conduce a sus hermanos a una comprensión sabrosa de la Sagrada Escritura,
abre las almas de los fieles a la acción de gracias por las maravillas
de Dios, alimenta la fe de los presentes acerca de la palabra, que en la
celebración se convierte en sacramento por la intervención
del Espíritu Santo; finalmente, prepara a los fieles para una comunión
fructuosa y los invita a practicar las exigencias de la vida cristiana.
42. Le toca al presidente introducir ocasionalmente a los fieles, con alguna
monición, a la liturgia de la palabra, antes de la proclamación
de las lecturas. Estas moniciones podrán ser de gran ayuda para quela
asamblea escuche mejor la palabra de Dios, ya que promueven la fe y buena
voluntad. Puede ejercer esta función por medio de otras personas,
por ejemplo, el diácono o un comentarista
43. El presidente, dirigiendo la oración universal y, si es posible,
conectando las lecturas de aquella celebración y la homilía
con la oración, por medio de la monición inicial y de la oración
conclusiva, introduce a los fieles en la liturgia eucarística.
2. Oficio de los fieles en la liturgia de la Palabra
44. La palabra de Cristo reúne, hace crecer y alimenta al pueblo de
Dios, “lo cual se aplica especialmente a la liturgia de la palabra en la
celebración de la Misa, en la que el anuncio de la muerte y resurrección
del Señor, y la respuesta del pueblo que escucha se unen inseparablemente
con la oblación misma por la que Cristo confirmó con su sangre
la nueva Alianza, oblación en la que los fieles comulgan con el deseo
y por la percepción del sacramento”. En efecto, “no sólo cuando
se lee lo que se escribió para enseñanza nuestra (Rom 15, 4),
sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de
los asistentes se alimenta, y sus almas se elevan hacia Dios, a fin de tributarle
un culto espiritual y recibir su gracia con mayor abundancia."
45. En la liturgia de la palabra, por la fe con que escucha, también
hoy la asamblea de los fieles recibe de Dios la palabra de la alianza, y
debe responder a esta palabra con la fe para que se vaya convirtiendo cada
vez más en el pueblo de la nueva Alianza.
El pueblo de Dios tiene el derecho de recibir abundantemente
el tesoro espiritual de la Palabra de Dios, lo cual se consigue con el uso
de la Ordenación de las lecturas de la Misa, con las homilías,
y la acción pastoral.
En la celebración de la Misa, escuchen los fieles la
palabra de Dios con tal veneración interior y exterior que cada día
aumente más en ellos la vida espiritual y los introduzca cada vez
más en el misterio que se celebra
46. Para que puedan celebrar vivamente el memorial del Señor, recuerden
los fieles que la presencia de Cristo es una sola, tanto en la palabra de
Dios, “pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es él
quien habla", como "especialmente bajo las especies eucarísticas".
47. La Palabra de Dios, para que sea acogida y traducida en la vida de los
fieles, exige una fe viva, la cual crece continuamente al escuchar la palabra
de Dios proclamada.
En efecto las Sagradas Escrituras son, sobre todo en la proclamación
litúrgica, una fuente de vida y de fuerza según lo que dice
San Pablo, quien afirma que el Evangelio es una fuerza de salvación
para todo aquel que cree, por lo cual el amor a las Escrituras contribuye
al vigor y renovación de todo el pueblo de Dios. Por tanto, es muy
conveniente que todos los fieles estén siempre dispuestos a escuchar
con gozo la palabra de Dios. La palabra de Dios, cuando es anunciada por
la Iglesia1 y llevada a la práctica, ilumina a los fieles por la actuación
del Espíritu Santo y los impulsa vivir en totalidad el misterio del
Señor. En efecto, la palabra de Dios, recibida con fe, mueve al hombre
desde lo profundo de su corazón a la conversión y a una vida
esplendorosa de fe, personal y comunitaria, puesto que la palabra de Dios
es el alimento de la vida cristiana y la fuente de toda la oración
de la Iglesia.
48. La íntima relación entre la liturgia de la palabra y la
liturgia eucarística en la Misa conducirá a los fieles a estar
presentes ya desde el principio y a participar atentamente; y en cuanto sea
posible, a conseguir que la asamblea esté preparada para escuchar
la palabra de Dios con un profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras,
adquirido de antemano. Además, suscitará en ellos el deseo
de alcanzar una comprensión litúrgica de los textos que se
leen y la voluntad de responder por medio del canto.
En esta forma, por medio de la palabra de Dios escuchada y meditada,
los fieles pueden dar una respuesta llena de fe, esperanza y amor, de oración
y de entrega de sí mismos, no sólo durante la celebración
de la Misa, sino también en toda su vida cristiana.
3. Ministerios en la Liturgia de la Palabra
49. la tradición litúrgica asigna la función de leer
las lecturas bíblicas en la celebración de la Misa a los ministros:
lectores y diáconos. Pero si no hay diácono u otro sacerdote
que las lea, el sacerdote celebrante ha de leer el Evangelio, y en caso de
que no haya lector, todas las demás lecturas.
50. En la liturgia de la palabra en la Misa le toca al diácono anunciar
el Evangelio, predicar algunas veces la homilía, si parece conveniente,
y proponer al pueblo las intenciones de la oración de la oración
universal.
51. "En la celebración eucarística el lector tiene un ministerio
propio, reservado a él, aunque haya otro ministerio de grado superior".
Al ministerio de lector, conferido por el rito litúrgico, hay que
darle la debida importancia. Los que han sido instituidos como lectores,
si los hay, deben ejercer su función propia por lo menos los domingos
y fiestas, durante la Misa principal. Se les puede confiar a ellos, además
el encargo de ayudar en la organización de la liturgia de la palabra
y de cuidar, si es necesario, de la preparación de otros fieles que,
por una designación temporal, han de leer las lecturas en la celebración
de la Misa.
52. La asamblea litúrgica necesita tener lectores, aunque no hayan
sido instituidos para esta función. Por eso, hay que procurar que
haya algunos laicos, los más aptos, que estén preparados para
desempeñar este ministerio. Si se dispone de varios lectores y hay
que leer varias lecturas, conviene distribuirlas entre ellos.
53. Si no hay diácono en la Misa, confíese la función
de proponer las intenciones de la oración universal a un cantor, especialmente
cuando estas intenciones son cantadas, o a un lector, o a otra persona.
54. El sacerdote distinto del que preside, el diácono y el lector
instituido, cuando suben al ambón para leer la palabra de Dios en
la Misa, deben llevar las vestiduras sagradas propias de su oficio. En cambio
aquellos que desempeñan el oficio de lector ocasionalmente y aun ordinariamente,
pueden subir al ambón con su vestido normal, pero respetando las costumbres
de las diversas regiones.
55. "Para que los fieles lleguen a adquirir una estima vive de la Sagrada
Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario que
los lectores que desempeñen este ministerio, aunque no hayan sido
oficialmente instituidos en él, sean de veras aptos y estén
cuidadosamente preparados”.
Esta preparación debe ser, en primer lugar, espiritual, pero también
es necesaria la preparación técnica. La preparación
espiritual supone, por lo menos una doble instrucción: bíblica
y litúrgica. La instrucción bíblica debe encaminarse
a que los lectores puedan comprender las lecturas en su contexto propio y
entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado.
La instrucción litúrgica debe facilitar a los una cierta percepción
del sentido y de la estructura de la liturgia de la palabra y la relación
entre la liturgia de la palabra y la liturgia de eucarística. La preparación
técnica debe capacitar a los lectores para que cada día sean
más aptos en el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz o
con la ayuda de los instrumentos modernos para amplificar la voz.
56. Corresponde al salmista o cantor del salmo, cantar en forma responsorial
o directa el salmo u otro cántico bíblico, el gradual y el
“Aleluya”, u otro canto interleccional. El mismo puede iniciar el “Aleluya”
y el versículo, si parece conveniente.
Para ejercer esta función de salmista es muy conveniente que en cada
comunidad eclesial haya laicos dotados del arte y de salmodiar y de una buena
pronunciación y dicción. Lo que se ha dicho anteriormente sobre
la formación de los lectores también se aplica a los salmistas.
57. También el comentador ejerce un verdadero ministerio litúrgico,
cuando, desde un lugar adecuado, propone a la comunidad de los fieles explicaciones
y moniciones oportunas, claras, diáfanas por su sobriedad, cuidadosamente
preparadas, normalmente escritas y aprobadas con anterioridad por el celebrante.
SEGUNDA PARTE
ESTRUTURA DE LA ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS DE LA MISA
Capítulo IV
DISTRIBUCIÓN GENERAL DE LAS LECTURAS DE LA MISA
1. Finalidad Pastoral de la Ordenación de las lecturas de la Misa
58. La Ordenación de las lecturas, tal como se halla en el Leccionario
del Misal Romano, se ha realizado en primer lugar para obtener un fin pastoral,
siguiendo la mente del Concilio Vaticano II. Para lograr ese fin, no sólo
los principios en los que se basa la nueva ordenación, sino también
la selección de los textos mismos, que se ponen a continuación,
han sido revisados y pulidos una y otra vez, con la cooperación de
muchas personas de todo el mundo, versadas en materias exegéticas,
litúrgicas, catequísticas y pastorales. La Ordenación
es el resultado de este trabajo común.
Esperamos que una continúa lectura y explicación
de la Sagrada Escritura, hecha al pueblo cristiano en la celebración
eucarística según esta Ordenación, sea muy eficaz para
alcanzar la finalidad expuesta una y otra vez por el Concilio Vaticano II.
59. En esta forma, ha parecido conveniente elaborar una sola Ordenación
de las Lecturas, rica y abundante, lo más conforme con la voluntad
y las normas del Concilio Vaticano II, pero que al mismo tiempo por su forma
se acomodara a las determinadas costumbres y exigencias de las Iglesias particulares
y de las asambleas celebrantes. Por esta razón, los encargados de
elaborar esta forma se preocuparon de salvaguardar la tradición litúrgica
del rito romano, sin detrimento de una gran estima por el valor de las formas
de selección, distribución y uso de las lecturas bíblicas
en las demás familias litúrgicas y en algunas Iglesias particulares,
valiéndose de lo que ya había sido comprobado por experiencia
y procurando al mismo tiempo evitar algunos defectos existentes en la tradición
precedente.
60. Por tanto, la presente Orden de las Lecturas de la Misa es una distribución
de lecturas bíblicas que suministra a los cristianos el conocimiento
de toda la palabra de Dios, conforme a una adecuada explicación. Todo
el año litúrgico, pero sobre todo en los tiempos de Pascua,
de Cuaresma y de Adviento, la selección y distribución de lecturas
tiende a que, de modo gradual, los cristianos conozcan más profundamente
la fe que profesan y la historia de la salvación. Por esto la Ordenación
de las Lecturas responde a las necesidades y deseos del pueblo cristiano.
61. Aunque la acción litúrgica, de por sí, no es una
forma de catequesis, incluye, no obstante, un carácter didáctico
que se expresa también en el Leccionario del Misal Romano, de manera
que con razón puede ser considerada como un instrumento pedagógico
para el fomento a la catequesis.
En efecto, la Ordenación de las Lecturas de la Misa ofrece adecuadamente,
tomándolos de la Sagrada Escritura, los hechos y palabras principales
de la historia de la salvación, de modo que esta historia de la salvación,
que la liturgia de la palabra va recordando paso a paso en sus diversos momentos
y sucesos, aparece ante los fieles como algo que tiene una continuidad actual,
al hacerse presente de nuevo el misterio pascual de Cristo, celebrado por
la Eucaristía.
62. Otra razón por la cual se comprende también la conveniencia
y utilidad pastoral de una sola Orden de Lecturas del Leccionario de la Misa
en el rito romano es el hecho de que todos los fieles, principalmente aquellos
que por diversos motivos no siempre participan en la misma asamblea, en cualquier
parte y en determinados días y tiempos, escuchen las mismas lecturas
y las mediten aplicándolas a las circunstancias concretas, incluso
en aquellos lugares en que, por carecer de sacerdote, un diácono u
otra persona delegada por el obispo, dirige la celebración de la Palabra
de Dios.
63. Los pastores que quieren dar una respuesta más apropiada, tomada
de la palabra de Dios, a las circunstancias especiales de sus propias comunidades,
sin olvidar que ellos han de ser antes que nada heraldos de la totalidad
del misterio de Cristo y del Evangelio, pueden usar, según convenga
las posibilidades que ofrece la misma Ordenación de las Lecturas de
la Misa, sobre todo con ocasión de la celebración de alguna
Misa ritual, votiva, o en honor de los santos, o por diversas circunstancias.
Teniendo en cuanta las normas generales, se conceden facultades particulares
en cuanto a las lecturas de la palabra de Dios en las celebraciones de la
Misa para grupos particulares.
2. Principios en la elaboración de la Ordenación de las lecturas
de la Misa
64. Para alcanzar la finalidad propia de la Ordenación de las Lecturas
de la Misa, la selección y distribución de los fragmentos se
ha hecho teniendo en cuenta la sucesión de los tiempos litúrgicos
y también los principios hermenéuticos que los estudios exegéticos
de nuestro tiempo han permitido descubrir y definir.
Por esto ha parecido conveniente exponer aquí los principios observados
en la elaboración de la Ordenación de las lecturas de la Misa
a) La elección de textos
65. La sucesión de lecturas del “Propio del tiempo” se ha dispuesto
de la siguiente manera: en los domingos y fiestas se proponen los textos
más importantes, para que, en un conveniente espacio de tiempo, puedan
ser leídas ante la asamblea de los fieles las partes más relevantes
de la palabra de Dios. La otra serie de textos de la Sagrada Escritura, que
en cierto modo completan el anuncio de salvación desarrollado en los
días festivos, se asigna a las ferias. Sin embargo, ninguna de las
dos series de estas partes principales de la Ordenación de las Lecturas,
esto es, la dominical-festiva y la serie ferial, depende una de la otra.
Más aún, la Ordenación de las Lecturas dominical-festiva
se desarrolla en un trienio, mientras que la ferial lo hace en un bienio.
Por esto la Ordenación de las Lecturas dominical-festiva procede con
independencia de la ferial y viceversa.
La sucesión de las lecturas propuestas para las demás
partes de la Ordenación de las Lecturas, como son la serie de lecturas
para las celebraciones de los santos, para las Misas rituales o por diversas
necesidades, o las votivas, o las Misas de difuntos, se rige por normas propias.
B) Distribución de las lecturas en los domingos y fiestas
66. Las características de la Ordenación de las Lecturas para
los domingos y fiestas son las siguientes:
1.Toda Misa presenta tres lecturas: la primera, del Antiguo Testamento; la
segunda, del Apóstol (esto es, de las Epístolas de los apóstoles
o del Apocalipsis, según los diversos tiempos del año); la
tercera delCon esta distribución se pone de relieve la unidad del
Antiguo y del Nuevo Testamento, y de la historia de la salvación,
cuyo centro es Cristo, contemplado en su misterio pascual.
2.El hecho de que los domingos y fiestas se proponga un ciclo de tres años
es causa también de una lectura más variada y abundante de
la Sagrada Escritura, ya que los mismos textos no volverán a leerse
hasta después de tres años.
3.Los principios que regulan la Ordenación de las Lecturas para los
domingos y fiestas son llamados de “composición armónica” o
de "lectura semicontinua". Se emplea uno u otro principio según los
diversos tiempos del año y las notas características de cada
tiempo litúrgico
67. La mejor composición armónica entre las lecturas del Antiguo
y del Nuevo Testamento tiene lugar cuando la misma Escritura la insinúa,
es decir, en aquellos casos en que las enseñanzas y hechos expuestos
en los textos del Nuevo Testamento tienen una relación más
o menos explícita con las enseñanzas y hechos del Antiguo Testamento.
En la presente Ordenación de Lecturas, los textos del Antiguo Testamento
han sido seleccionados principalmente por su congruencia con los textos del
Nuevo Testamento, en especial, con el Evangelio que se lee en la misma Misa.
En los tiempos de Adviento, Cuaresma y Pascua, es decir, en
aquellos tiempos dotados de una importancia y unas características
especiales, la composición entre los textos y las lecturas de cada
Misa se basa en otros principios.
Por el contrario, en los domingos del tiempo ordinario, que
no tienen una característica peculiar, los textos de la lectura apostólica
y del Evangelio se distribuyen según el orden de lectura semi-continua,
mientras que la lectura del Antiguo Testamento se compone armónicamente
con el Evangelio.
68. Lo que era conveniente para los tiempos anteriormente citados no ha parecido
oportuno aplicarlo también a los domingos, de modo que en ellos hubiera
una cierta unidad temática, que hiciera más fácil la
instrucción homilética. El genuino concepto de la acción
litúrgica se contradice, en efecto, con una semejante composición
temática, ya que dicha acción litúrgica es siempre la
celebración del misterio de Cristo y, por tradición propia,
usa la palabra de Dios, movida no sólo por unas inquietudes de orden
racional o externo, sino por la preocupación de anunciar el Evangelio
y de llevar a los creyentes hacia la verdad plena.
C) Distribución de las lecturas para las ferias
69. La distribución de las lecturas para las ferias se ha hecho con
estos criterios:
1.Toda Misa presenta dos lecturas: la primera del Antiguo Testamento o del
Apóstol (esto es de las Cartas de los apóstoles o del Apocalipsis),
y en tiempo Pascual, de los Hechos de los Apóstoles; y la segunda,
del Evangelio.
2.El ciclo anual del tiempo de Cuaresma se ordena según unos principios
peculiares que tienen en cuenta las características de este tiempo,
a saber, su índole bautismal y penitencial.
3.También en las ferias de Adviento y de los tiempos de Navidad y
Pascua, el ciclo es anual y por tanto las lecturas no varían.
4.En las ferias de las treinta y cuatro semanas del Tiempo Ordinario las
lecturas evangélicas se distribuyen en un solo ciclo, que se repite
cada año. En cambio, la primera lectura se distribuye en un doble
ciclo que se lee en años alternos. El año primero se emplea
en los años impares; el segundo, en los años pares.
De este modo, también en la Ordenación de las
Lecturas para las ferias, igual que en los domingos y fiestas, se ponen en
práctica los principios de la composición armónica y
de la lectura semicontinua, por los mismos motivos, principalmente cuando,
se trata de aquellos tiempos que ostentan características peculiares.
D) Las lecturas para las celebraciones de los santos
70. Para las celebraciones de los santos se ofrece una doble serie de lecturas:
1.Una del Propio, para las solemnidades, fiestas, y memorias, principalmente
si para cada una de ellas se hallan textos propios. De lo contrario, se indica
algún texto más adecuado, de los que se encuentran en el Común,
con preferencia a los demás.
2.Otra serie, por cierto más amplia, se halla en los Comunes de los
santos. En esta parte, primero se proponen los textos más propios
para las diversas categorías de santos (mártires, pastores,
vírgenes, etc); luego una cantidad de textos que tratan de la santidad
en general, y que pueden emplearse a discreción siempre que se remita
a los Comunes para la elección de las lecturas.
71. Por lo que se refiere al orden en que están puestos los textos
en esta parte, ayudará a saber que se encuentran todos juntos, según
el orden en que han de leerse. Así, se hallan primero los textos del
Antiguo Testamento, luego los textos del Apóstol, después los
salmos y versículos interleccionales y, finalmente, los textos del
Evangelio. Están colocados de esta manera para que el celebrante los
elija a voluntad, teniendo en cuenta las necesidades pastorales de la asamblea
que participa en la celebración, a no ser que expresamente se indique
lo contrario.
E) Las lecturas para las misas rituales, para diversas necesidades, votivas
y de difuntos
72. En este mismo orden están colocados los textos de las lecturas
para las Misas rituales, para diversas necesidades, votivas, y de difuntos:
se ofrecen varios textos juntos, como e los Comunes de los santos.
F) Principales criterios aplicados en la selección y distribución
de las lecturas
73. Además de estos principios, que regulan la distribución
de las lecturas en cada parte de la Ordenación de las Lecturas, hay
otros de carácter más general, que pueden enunciarse del siguiente
modo:
1) Reservación de algunos libros según los Tiempos Litúrgicos
74. Por la importancia intrínseca de la cosa en sí misma y
por tradición litúrgica, en la presente Ordenación algunos
libros de la sagrada Escritura se reservan para determinados tiempos litúrgicos.
Por ejemplo, se respeta la tradición, tanto occidental (ambrosiana
e hispánica) como oriental, de leer los Hechos de los Apóstoles
en tiempo Pascual, ya que este libro sirve en gran manera para hacer ver
cómo toda la vida de la Iglesia encuentra sus orígenes en el
misterio pascual. Se conserva asimismo la tradición, tanto occidental
como oriental, de leer el Evangelio de Juan, en las últimas semanas
de Cuaresma y en el tiempo pascual.
La lectura de Isaías, principalmente de la primera parte,
se asigna por tradición al tiempo de Adviento. No obstante, algunos
textos de este libro se leen en el tiempo de Navidad. Al tiempo de Navidad
se asigna también la primera carta de san Juan.
2) Extensión de los textos
75. Respecto a la extensión de los textos se guarda un término
medio. Se ha hecho una distribución entre las narraciones, que demandan
una cierta longitud del texto y que generalmente los fieles escuchan con
atención, y aquellos textos que, por la profundidad de su contenido,
no pueden ser muy extensos.
Para algunos textos más largos, se prevé una doble forma, la
larga y la breve, según convenga. Estas abreviaciones se han hecho
con gran cuidado.
3) Los textos más difíciles
76. Por los motivos pastorales, en los domingos y solemnidades se evitan
los textos bíblicos realmente difíciles, ya objetivamente,
porque suscitan arduos problemas de índole literaria, crítica
o exegética, ya también, por lo menos hasta cierto punto, porque
son textos que los fieles difícilmente podrían entender. Con
todo, era inadmisible no proporcionar a los fieles las riquezas espirituales
de algunos textos por la sola razón de que les eran difíciles
de entender, cuando esta dificultad deriva de una insuficiente formación
cristiana, de la que ningún fiel debe carecer, o de una insuficiente
formación bíblica, que ha de tener en abundancia todo pastor
de almas. Algunas veces, una lectura difícil se vuelve fácil
por su armonía con otra lectura de la misma Misa.
4) Omisión de algunos versículos
77. La tradición de muchas liturgias, sin excluir la misma liturgia
romana, acostumbra a omitir a veces algunos versículos de las lecturas
de la Escritura. Hay que admitir ciertamente que estas omisiones no se pueden
hacer a la ligera, no sea que queden mutilados el sentido del texto o el
espíritu y el estilo propio de la Escritura. Con todo, salvando siempre
la integridad del sentido en lo esencial, ha parecido conveniente, por motivos
pastorales, conservar también en esta Ordenación la antedicha
tradición. De lo contrario, algunos textos se largarían excesivamente,
o habría que omitir del todo algunas lecturas de no poca utilidad
para los fieles, porque contienen unos pocos versículos que, desde
el punto de vista pastoral, son menos provechosos o incluyen algunas cuestiones
realmente demasiado difíciles.
3. Principios que hay que aplicar en el uso de la Ordenación de las
Lecturas
A) Facultad de elegir algunos textos
78. En la Ordenación de las Lecturas se concede a veces al celebrante
la facultad de elegir la lectura de uno u otro texto, o de elegir un texto
entre los diversos propuestos a la vez para la misma lectura. Esto raramente
sucede en los domingos, solemnidades o fiestas, para que no quede diluida
la índole propia de algún tiempo litúrgico, o no se
interrumpa indebidamente la lectura semi-continua de algún libro;
por el contrario, esta facultad se da con más facilidad en las celebraciones
de los Santos y en las Misas rituales, para diversas necesidades, votivas
y de difuntos.
Estas facultades, junto con otras, indicadas en la Instrucción General
para el uso del Misal Romano y en el Ordo Missae cantus, tienen una finalidad
pastoral. El sacerdote, por tanto, al organizar la liturgia de la palabra,
“mirará más al bien espiritual común de la asamblea
que a sus personales preferenciales. Tenga además presente que una
elección de este tipo estará bien hacerla de común acuerdo
con los que ofician con él y con los emás que habrán
de tomar parte en la celebración, sin excluir a los mismos fieles
en la parte que a ellos más directamente corresponde”.
1) Las dos lecturas antes del Evangelio
79. En las misas que se proponen tres lecturas hay que ahcer efectivamente
tres lecturas. No obstante, si la Conferencia Episcopal, por motivos pastorales,
permite que en alguna parte se hagan sólo dos lecturas, la elección
entre las dos primeras ha de hacerse de modo que no se desvirtúe el
proyecto de instruir plenamente a los fieles sobre el misterio de salvación.
Por lo cual, si no se indica en algún caso lo contrario, entre las
dos primeras lecturas se ha de preferir aquella que esté más
directamente relacionada con el Evangelio, o aquella que, según el
proyecto antes mencionado, sea de más ayuda para realizar durante
algún tiempo una catequesis orgánica, o aquella que facilite
la lectura semi-continua de algún libro.
2) Forma larga o breve
80. Al elegir entre dos formas en que se presenta un mismo texto, hay que
guiarse también por un criterio pastoral. Se da, en efecto, algunas
veces una forma larga y otra breve del mismo texto. En este caso hay que
atender a que los fieles puedan escuchar con provecho la forma corta o la
más extensa, y también a la posibilidad de que escuchen el
texto más completo, que será explicado después de la
homilía.
3) Un doble texto propuesto
81. Cuando se conoce la facultad de elegir uno y otro texto ya determinado,
o cuando se deja a elección, habrá que atender a la utilidad
de los que participan; habrá, pues, que emplear el texto que más
fácil o más conveniente para la asamblea reunida, o repetir
o reponer el que se asigna como propio para alguna celebración y se
deja a voluntad para otra, siempre que la utilidad pastoral lo aconseje.
Esto puede suceder cuando se teme que el texto origine algunas dificultades
en alguna asamblea, o cuando el mismo texto debe leerse de nuevo en días
próximos en domingo y la feria que le sigue inmediatamente.
4) Las lecturas feriales
82. En la ordenación de las lecturas feriales, se proponen unos textos
para cada día cada semana, durante todo el año; por lo tanto,
como norma general, se emplearán estas lecturas en los días
que tienen asignados, a no ser que coincida una solemnidad o una fiesta,
o una memoria que tenga lecturas propias.
En la Ordenación de las Lecturas para las ferias, hay que advertir
si, durante aquella semana, por razón de alguna celebración
que en ella coincida, se tendrá que omitir alguna o algunas lecturas
del mismo libro. Si se da este caso, el sacerdote, teniendo a la vista la
distribución de lecturas de toda la semana, ha de prever qué
partes omitirá, por ser de menor importancia, o la manera más
conveniente de unir estas partes a las demás, cuando son útiles
para una visión de conjunto del argumento que tratan.
5) Las celebraciones los Santos
83. Para las celebraciones de los santos se proponen, cuando las hay, lecturas
propias, esto es que tratan de la misma persona del santo o del misterio
que celebra la Misa. Estas lecturas, aunque se trate de una memoria, deben
decirse en lugar de las lecturas correspondientes a la feria. Cuando se da
este caso en una memoria, la Ordenación de las lecturas lo indica
expresamente en su lugar.
A veces se da el caso de lecturas apropiadas, es decir que ponen
de relieve algún aspecto peculiar de la vida espiritual o de la actividad
del santo. En dicho caso, no parece que haya que urgir el uso de estas lecturas,
a no ser que un motivo pastoral lo aconseje realmente. Generalmente se indican
las lecturas que hay en los Comunes, para facilitar la elección. Se
trata sólo de sugerencias: en vez de la lectura apropiada o simplemente
propuesta, puede escogerse cualquier otra de los Comunes indicados.
El sacerdote que celebra con participación del pueblo atenderá
en primer lugar al bien espiritual de los fieles y se guardará de
imponerles sus preferencias. Procurará de modo especial no omitir
con frecuencia y sin motivo suficiente las lecturas asignadas para cada día
en el Leccionario ferial, ya que es deseo de la Iglesia que los fieles dispongan
de la mesa de la Palabra de Dios ricamente servida.
Hay también lecturas comunes, es decir las que figuran
en los Comunes para una determinada categoría de santos (por ejemplo,
mártires, vírgenes, pastores) o para los santos en general.
Como en estos casos se proponen varios textos para una misma lectura, corresponde
al celebrante escoger el que más convenga a los oyentes.
En todas las celebraciones, además de los Comunes a los que se remite
en cada caso, siempre que lo aconseje algún motivo especial, las lecturas
pueden escogerse del Común de santos y santas.
84. En las celebraciones de los Santos hay que tener en cuenta, además,
lo siguiente:
1. En las solemnidades y fiestas siempre hay que emplear las lecturas que
pone el Propio o el Común; en las celebraciones del calendario
general se asignan siempre lecturas propias.
2. En las solemnidades de los calendarios particulares deben proponerse tres
lecturas: la primera es del Antiguo Testamento (en tiempo pascual, de los
Hechos de los Apóstoles o del Apocalipsis), la segunda del Apóstol
y la tercera del Evangelio, a no ser que la Conferencia Episcopal haya determinado
que ha de haber sólo dos lecturas.
3. En las fiestas y memorias, en las que sólo hay dos lecturas, la
primera puede escogerse del Antiguo Testamento o del Apóstol, la segunda
del Evangelio. Sin embargo, en tiempo pascual, según la costumbre
tradicional de la Iglesia, la primera lectura ha de ser del Apóstol,
la segunda, en lo posible, del Evangelio de san Juan.
6) Las demás partes de la Ordenación de las lecturas
85. En la Ordenación de las Lecturas para las Misas rituales, se indican
los mismos textos que han sido ya promulgados en los respectivos Rituales,
exceptuando, como es natural, los textos pertinentes a aquellas celebraciones
que no se pueden juntar con la Misa.
86. La Ordenación de las Lecturas para diversas necesidades, votivas,
de difuntos presenta diversidad de textos que pueden prestar una valiosa
ayuda para adaptar aquellas celebraciones a las características, a
las circunstancias y a los problemas de las diversas asambleas que en ellas
participan.
87. En las Misas rituales, para diversas necesidades, votivas y de difuntos,
cuando se proponen varios textos para la misma lectura, la elección
se hace con los mismos criterios anteriormente descritos para elegir las
lecturas del Común de los Santos.
88. Cuando alguna Misa ritual está prohibido y, según las normas
indicadas en cada rito, se permita tomar una lectura de las propuestas para
las Misas rituales, se debe atender al bien común espiritual de los
que participan.
B) El salmo responsorial y la aclamación antes de la lectura del Evangelio
89. Entre estos cantos tiene una importancia especial el salmo que sigue
a la primera lectura. Como norma, se tomará el salmo asignado a la
lectura, a no ser que se trate de lecturas del Común de los Santos,
de las Misas rituales, para diversas necesidades, votivas, o de difuntos,
ya que en estos la elección corresponde al sacerdote celebrante, que
obrará en esto según pida la utilidad pastoral de los asistentes.
Sin embargo, para que el pueblo pueda más fácilmente
decir la respuesta salmódica, la Ordenación de las Lecturas
señala algunos textos de salmos y de respuestas, seleccionados para
los diversos tiempos del año o para las diversas categorías
de santos, los cuales podrán emplearse en vez del texto que corresponde
a la lectura, siempre que el salmo sea cantado.
90. El otro canto, se hace después de la segunda lectura, antes del
Evangelio, o bien se determina en cada Misa y está relacionado con
el Evangelio, o bien se deja a la libre elección entre la serie común
de cada tiempo litúrgico o del Común.
91. En el tiempo de Cuaresma puede emplearse alguna de las aclamaciones propuestas
más adelante, y se dice antes y después del versículo
que precede al Evangelio.
Capítulo V
DESCRIPCIÓN DE LA ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS
92. Para ayudar a los pastores de almas a que conozcan la
estructura de la Ordenación de las Lecturas, para que la usen de una
manera viva y con provecho de los fieles, parece oportuno dar una breve descripción
de la Ordenación de las Lecturas, por lo menos en lo que se refiere
a las principales celebraciones y a los diversos tiempos del año litúrgico,
en atención a los cuales se han escogido las lecturas según
las normas antes indicadas.
1. Tiempo de Adviento
a) DOMINGOS
93. Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se
refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo),
a Juan Bautista (segundo y tercer domingo), y los acontecimientos que prepararon
de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo).
Las lecturas del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías
y el tiempo Mesiánico, tomadas principalmente del Libro de Isaías.
Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y enseñanzas
relativas a las diversas características de este tiempo.
b) FERIAS
94. Hay dos series de lecturas, una desde el principio hasta el día
16 de diciembre, la otra desde el día 17 al 24.
En la primera parte del Adviento se lee el libro de Isaías, siguiendo
el orden mismo del libro, sin excluir aquellos fragmentos más importantes
que se leen también en los domingos. Los Evangelios de estos días
están relacionados con la primera lectura.
Desde el jueves de la segunda semana comienzan las lecturas del Evangelio
sobre Juan el Bautista; la primera lectura es, o bien una continuación
del libro Isaías o bien un texto relacionado con el Evangelio.
En la última semana antes de la Navidad, se leen los acontecimientos
que prepararon de inmediato el nacimiento del Señor, tomados del Evangelio
de San Mateo (cap. 1) y de san Lucas (cap. 1). En la primera lectura se han
seleccionado algunos textos de diversos libros del Antiguo Testamento, teniendo
en cuenta el Evangelio del día, entre los que se encuentran algunos
vaticinios mesiánicos de gran importancia.
2. Tiempo de Navidad
a) Solemnidades, fiestas y domingos
95. En la vigilia y en las tres misas de Navidad, las lecturas, tanto las
proféticas como las demás se han tomada de la tradición
romana.
En el domingo dentro de la octava de Navidad, fiesta de la Sagrada Familia,
el Evangelio es de la infancia de Jesús, las demás lecturas
hablan de las virtudes de la vida doméstica.
En la octava de Navidad y solemnidad de Santa María, Madre de Dios,
las lecturas tratan de la Virgen, Madre de Dios, y de imposición del
santísimo nombre de Jesús.
En el segundo domingo después de Navidad las lecturas tratan del misterio
de la encarnación.
En la Epifanía del Señor, la lectura del Antiguo Testamento
y el Evangelio conservan la tradición romana; en la lectura apostólica
se lee un texto relativo a la vocación de los paganos a la salvación.
En la fiesta del Bautismo del Señor, los textos se refieren a este
misterio.
b) FERIAS
96. Desde el día 29 de diciembre, se hace una lectura continua de
toda la primera carta de san Juan, que ya se empezó a leer el día
27 de diciembre, fiesta del mismo San Juan, y en el día siguiente,
fiesta de los Santos Inocentes. Los Evangelios se refieren a las manifestaciones
del Señor. En efecto, se leen los acontecimientos de la infancia de
Jesús, tomados del Evangelio de san Lucas (días 29 y 30 de
diciembre), el primer capítulo del Evangelio de san Juan (31 de diciembre
al 5 de enero), y las principales manifestaciones del Señor, tomadas
de los cuatro Evangelios (7 al 12 de enero).
3. Tiempo de Cuaresma
A) Los Domingos
97. Las lecturas del Evangelio están distribuidas de la siguiente
manera:
En los domingos primero y segundo se conservan las narraciones de las tentaciones
y la Transfiguración del Señor, aunque leídas según
los tres sinópticos.
En los tres domingos siguientes se han recuperado, para el año A,
los evangelios de la samaritana, del ciego de nacimiento y la resurrección
de Lázaro; estos evangelios, como son de gran importancia, en relación
con la iniciación cristiana, pueden leerse también en los años
B y C, sobre todo cuando hay catecúmenos.
Sin embargo, en los años B y C hay también otros textos, a
saber: en el año B, unos textos de san Juan sobre la futura glorificación
de Cristo por su cruz y resurrección; en el año C, unos textos
de san Lucas sobre la conversión.
El Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para
la procesión de han escogido los textos que se refieren a la solemne
entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios
sinópticos; en la Misa se lee el relato de la pasión del señor.
Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia
de la salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis
cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que presentan los principales
elementos de esta historia, desde el principio hasta que la promesa de la
nueva alianza.
Las lecturas del Apóstol se han acogido de manera que tengan
relación con las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento y
haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas.
B) Ferias
98. Las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento se han escogido de
manera que tengan una mutua relación, y tratan diversos temas propios
de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este
tiempo. Desde el lunes de la cuarta semana, se ofrece una lectura semi-continua
el Evangelio de san Juan, en la cual tienen cabida aquellos textos de este
Evangelio que mejor responden a las características de la Cuaresma.
Como las lecturas de la samaritana, del ciego de nacimiento y la resurrección
de Lázaro ahora se leen los domingos, pero sólo pero solo Año
A (y los otros años sólo a voluntad), se ha previsto que puedan
leerse también en las ferias; por ello, al comienzo de las semanas
tercera, cuarta y quinta se han añadido unas “Misas opcionales” que
contienen estos textos; estas Misas pueden emplearse en cualquier feria de
la semana correspondiente, en lugar de las lecturas del día.
Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran
el misterio de la pasión. En la Misa Crismal, las lecturas ponen de
relieve la misión mesiánica de Cristo y su continuación
en la Iglesia, por medio de los sacramentos.
4. El Triduo Sacro y el tiempo de Pascua
A) Triduo sacro pascual
99. El jueves Santo, en la misa vespertina, el recuerdo del banquete que
procedió al éxodo ilumina de un modo especial el ejemplo de
Cristo al lavar los pies de sus discípulos y las palabras de Pablo
sobre la institución de la Pascua cristiana de la Eucaristía.
La acción litúrgica del viernes santo llega a
su momento culminante en el relato según san Juan de la pasión
de aquel que, como Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías,
se ha convertido realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí
mismo al Padre.
En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas
del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la historia
de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio de la resurrección
según los tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica
sobre el bautismo cristiano como sacramento de la resurrección de
Cristo.
Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura
del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También
pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para
la noche santa, o, cuando hay Misa vespertina, la narración de Lucas
sobre la aparición a los discípulos que iban a Emaús.
La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se
leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento.
La lectura del Apóstol se refiere al misterio de pascua vivido en
la Iglesia.
B) Domingos
100. Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan
las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen Pastor están
asignadas al cuarto domingo de Pascua. Los domingos quinto, sexto y séptimo
de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del
Señor después de la última cena.
La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles,
en el ciclo de los tres años, de modo paralelo y progresivo; de este
modo, cada año se ofrecen algunas manifestaciones de la vida, testimonio
y progreso de la Iglesia primitiva.
Para la lectura apostólica, el año A se lee la
primera carta de san Pedro, el año B la primera carta de san Juan,
el año C el Apocalipsis; estos textos están muy de acuerdo
con el espíritu de una fe alegre y una firme esperanza, propio de
este tiempo.
C) Ferias
101. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, como
los domingos, de modo semi-continuo. En el Evangelio, dentro de la octava
de Pascua se leen los relatos de las apariciones del Señor. Después,
se hace una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, del cual se
toman ahora los textos de índole más bien pascual, para completar
así la lectura ya empezada en el tiempo de Cuaresma. En esta lectura
pascual ocupan una gran parte el discurso y la oración del Señor
después de la cena.
D) Solemnidades de la Ascensión y de Pentecostés
102. La solemnidad de la Ascensión conserva como primera lectura la
narración del suceso según los Hechos de los Apóstoles,
y este texto es completado por las lecturas apostólicas acerca de
Cristo ensalzado a la derecha del Padre. En la lectura del Evangelio cada
ciclo presenta el texto propio según las variantes de cada evangelista.
En la Misa que se celebra por la tarde en la vigilia de Pentecostés
se ofrecen cuatro textos del Antiguo Testamento, para que se elija a voluntad
uno de ellos, los cuales ilustran el múltiple significado de la solemnidad.
La lectura apostólica explica cómo el Espíritu realiza
su función en la Iglesia. Finalmente, la lectura evangélica
recuerda la promesa del Espíritu hecha por Cristo, cuando aún
no había sido glorificado.
En la Misa en el día, se toma como primera lectura la
acostumbrada narración que nos hacen los Hechos de los Apóstoles
del gran acontecimiento de Pentecostés, mientas que los textos del
Apóstol ponen de manifiesto los efectos de la actuación del
Espíritu en la vida de la Iglesia. La lectura evangélica trae
a la memoria cómo Jesús, en la tarde del día de Pascua,
hace a los discípulos partícipes del Espíritu, mientras
que los demás textos opcionales tratan de la acción del Espíritu
en los discípulos y en la Iglesia.
5. Tiempo Ordinario
a) Distribución y selección de los textos
103. El tiempo ordinario comienza el lunes que sigue al domingo que cae después
del día 06 de enero y dura hasta el martes antes de Cuaresma, inclusive;
vuelve a empezar el lunes después del domingo de Pentecostés
y termina antes de las primeras Vísperas del primer domingo de Adviento.
La Ordenación de las Lecturas contiene lecturas para
los 34 domingos y las semanas que los siguen. A veces, sin embargo, las semanas
del tiempo ordinario son sólo 33. Además, algunos domingos
o bien pertenecen a otro tiempo litúrgico (el domingo en que se celebra
el Bautismo del Señor y el domingo de Pentecostés) o bien quedan
impedidos por una solemnidad que en ellos coincide (por ejemplo: la Santísima
Trinidad, Jesucristo, Rey del universo).
104. Para ordenar rectamente el uso de las lecturas establecidas para el
tiempo ordinario, deben observarse las normas siguientes:
1. El domingo en que se celebra la fiesta del Bautismo del Señor ocupa
el lugar del domingo I del tiempo ordinario; por tanto, las lecturas de la
semana I empiezan el lunes después del domingo que cae después
del día 6 de enero. Si la fiesta del Bautismo del Señor se
celebra el lunes después del domingo en que se ha celebrado la Epifanía,
las lecturas de la semana I empiezan el martes.
2. El domingo que sigue a la fiesta del Bautismo del Señor es el segundo
del tiempo ordinario. Los demás se numeran en orden progresivo, hasta
el domingo que procede al comienzo de la Cuaresma. Las lecturas de la semana
en que cae el miércoles de Ceniza se interrumpen después del
día que precede a este miércoles.
3. Al reanudar las lecturas de tiempo ordinario después del domingo
de Pentecostés, se ha de tener en cuenta lo siguiente:
—Si los domingos del tiempo ordinario son 34, se toma aquella semana que
sigue inmediatamente a la semana cuyas lecturas se han leído en último
lugar antes de la Cuaresma.
—Si los domingos del tiempo ordinario son 33, se omite la primera semana
que habría que tomar después de Pentecostés, para conservar
así al final del año litúrgico los textos escatológicos
asignados a las dos últimas semanas.
b) Lecturas para los domingos
1) Lecturas del Evangelio
105. El domingo II del tiempo ordinario se refiere aún a la manifestación
del Señor, celebrada en la solemnidad de la Epifanía, por la
perícopa tradicional de las bodas de Caná y otras dos, tomadas
asimismo del Evangelio de san Juan.
A partir del domingo III empieza la lectura semi-continua de
los tres evangelios sinópticos; esta lectura se ordena de manera que
presente la doctrina propia de cada Evangelio a medida que se va desarrollando
la vida y predicación del Señor.
Además, gracias a esta distribución se consigue
una cierta armonía entre el sentido de cada Evangelio y la evolución
del año litúrgico. En efecto, después de la Epifanía
se leen los comienzos de la predicación del Señor, que guardan
una estrecha relación con el bautismo y las primeras manifestaciones
de Cristo. Al final del año litúrgico se llega espontáneamente
al tema escatológico, propio de los últimos domingos, ya que
los capítulos del Evangelio que preceden al relato de la pasión
tratan este tema, con más o menos amplitud.
En el año B se intercalan, después del domingo
XVI, cinco lecturas del capítulo 6 del Evangelio de san Juan (el “discurso
sobre el pan de vida”); esta intercalación se hace de modo connatural,
ya que la multiplicación de los panes del Evangelio de San Juan substituye
a la misma narración según san Marcos. En la lectura semi-continua
de san Lucas del año C se antepone al primer texto (esto es, el domingo
III) el prólogo del Evangelio, en el que se explica bellamente la
intención del autor, y al que no se le encontraba un sitio adecuado
en otro lugar.
2) Lecturas del Antiguo Testamento
106. Estas lecturas se han seleccionado en relación con las perícopas
evangélicas, con el fin de evitar una excesiva diversidad entre las
lecturas de cada Misa y sobre todo para poner de manifiesto la unidad de
ambos Testamentos. La relación entre las lecturas de la Misa se hace
ostensible a través de la cuidadosa selección de los títulos
que se hallan al principio de cada lectura.
Al seleccionar las lecturas se ha procurado que, en lo posible,
fueran breves y fáciles. Pero también se ha previsto que en
los domingos se lea el mayor número posible de los textos más
importantes del Antiguo Testamento. Estos textos se han distribuido sin un
orden lógico, atendiendo solamente a su relación con el Evangelio;
sin embargo, el tesoro de la palabra de Dios quedará de tal manera
abierto, que todos los que participan en la Misa dominical conocerán
casi todos los pasajes más importantes del Antiguo Testamento.
3) Lecturas del Apóstol.
107. Para esta segunda lectura se propone una lectura semi-continua de las
cartas de san Pablo y de Santiago (las cartas de san Pedro y de san Juan
se leen en el tiempo pascual y en el tiempo de navidad).
La primera carta a los Corintios, como es muy larga y trata
de temas diversos, se ha distribuido en los tres años del ciclo, al
principio de este tiempo ordinario. También ha parecido oportuno dividir
la carta a los Hebreos en dos partes, la primera de las cuales se lee en
el año B, y la otra el año C.
Conviene advertir que se han escogido sólo lecturas bastante breves
y no demasiado difíciles para la comprensión de los fieles.
La tabla II que se halla más adelante indica la distribución
de las cartas en los domingos del tiempo ordinario para los tres años
del ciclo.
c) Lecturas para las solemnidades del Señor en el tiempo ordinario
108. Para las solemnidades de la Santísima Trinidad, del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo y del Sagrado Corazón de Jesús se
han elegido unos textos que responden a las principales características
de estas celebraciones.
Las lecturas del domingo XXXIV y último celebran a Jesucristo,
Rey del universo, esbozado en la figura de David, proclamado en medio de
las humillaciones de la pasión y de la cruz, reinante en la Iglesia,
y que ha de volver al final de los tiempos.
d) Lecturas para las ferias
109. 1) Los Evangelios se ordenan de manera que en primer lugar se lee el
de san Marcos (semanas de I-IX), luego del de san Mateo (semanas X-XXI),
finalmente el de san Lucas (semanas XXII-XXXIV). Los capítulos 1-12
de san Marcos se leen íntegramente, exceptuando tan sólo dos
fragmentos del capítulo 6 que se leen en las ferias de otros tiempos.
De san Mateo y de san Lucas se lee todo aquello que no se encuentra en san
Marcos. Aquellos fragmentos que en cada Evangelio tienen una índole
totalmente propia o que son necesarios para entender adecuadamente la continuidad
del Evangelio se leen dos e incluso tres veces. El discurso escatológico
se lee íntegramente en san Lucas, y de este modo coincide esta lectura
con el final del año litúrgico.
110. En la primera lectura se van alternando los dos Testamentos, varias
semanas cada uno, según la extensión de los libros que se leen.
De los libros del Nuevo Testamento se lee una parte bastante notable, procurando
dar una visión substancial de cada una de las cartas.
En cuanto al Antiguo Testamento, no era posible ofrecer más
que aquellos trozas escogidos que, en lo posible, dieran a conocer la índole
propia de cada libro. Los textos históricos han sido seleccionados
de manera que den una visión de conjunto de la historia de la salvación
antes de la encarnación del Señor. Los relatos demasiado extensos
era prácticamente imposible ponerlos: en algunos casos se han seleccionado
algunos versículos, con el fin de abreviar la lectura. Además,
algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos
por medio de algunos textos tomados de los libros Sapienciales, que se añaden,
a modo de proemio o de conclusión, a una determinada serie histórica.
En la ordenación de las lecturas para las ferias del “Propio del tiempo”
tienen cabida casi todos los libros del Antiguo Testamento. Únicamente
se han omitido algunos libros proféticos muy breves (Abdías
y Sofonías) y un libro poético (el Cantar de los Cantares).
Entre aquellas narraciones escritas con una finalidad ejemplar, que requieren
una lectura bastante extensa para que se entiendan, se leen los libros de
Tobías y Ruth; los demás se omiten (Esther, Judith). De estos
libros, no obstante, se hallan algunos textos en los domingos y en las ferias
de otros tiempos.
La tabla que figura más adelante, indica la distribución
en dos años de los libros de ambos Testamentos en las ferias del tiempo
ordinario.
Al final del año litúrgico se leen los libros que están
en consonancia con la índole escatológica de este tiempo, a
saber Daniel y el Apocalipsis
CAPÍTULO VI
ADAPTACIONES,
TRADUCCIONES A LA LENGUA VERNACULA
E INDICACIONES DE LA ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS
1. Adaptaciones y traducciones
111. En la asamblea litúrgica, la Palabra de Dios debe proclamarse
siempre con los textos latinos preparados por la Santa Sede o con las traducciones
en lengua vernácula aprobadas para el uso litúrgico por las
Conferencias Episcopales, según las normas vigentes.
112. El Leccionario de la Misa ha de ser traducido íntegramente, sin
exceptuar los Prenotandos, en todas sus partes. Si la Conferencia Episcopal
considera necesario y oportuno introducir algunas acomodaciones, éstas
deben obtener antes la confirmación de la Santa Sede.
113. Debido a la mole del Leccionario, las ediciones del mismo constarán
necesariamente de varios volúmenes, acerca de los cuales no se prescribe
ningún género de división. Cada volumen deberá
incluir los textos en los que se explica la estructura y finalidad de la
parte correspondiente.
Se recomienda la antigua costumbre de editar por separado el libro de los
Evangelios y el de las demás lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Pero, si se juzga conveniente, puede editarse por separado el Leccionario
dominical —en el que podrá incluirse una selección del santoral—
y el Leccionario ferial. El dominical podrá dividirse acertadamente
según el ciclo de los tres años, de modo que cada año
tenga todo seguido.
Si se encuentra alguna otra distribución que parezca más apta
para el uso pastoral, hay libertad para ponerla en práctica.
114. Junto con las lecturas deben ponerse siempre los textos de los cantos;
pero está permitido hacer libros que contengan sólo los cantos
por separado. Se recomienda que el texto se imprima dividido en estrofas.
115. Siempre que la lectura conste de partes diversas, esta estructura del
texto deberá manifestarse claramente en la disposición tipográfica.
También se recomienda que los textos, incluso los no poéticos,
se impriman en forma de verso, para facilitar la proclamación de las
lecturas.
116. Cuando una misma lectura presenta la forma larga y breve, conviene ponerlas
por separado, paraqué se pueda con facilidad leer una u otra; pero
si esta separación no parece oportuna, debe hallarse la manera más
conveniente para que uno y otro texto puedan proclamarse sin error.
117. En las traducciones a las lenguas vernáculas no debe omitirse
el título que precede al texto. A este título puede añadirse,
si se juzga oportuno, una monición que explique el sentido general
de la perícopa, con alguna señal adecuada o con caracteres
tipográficos distinto, para que se vea claramente que se trata de
un texto opcional.
118. A cada volumen se añadirá oportunamente un índice
bíblico de las perícopas, a la manera del que se halla en esta
Ordenación, para que puedan encontrarse con facilidad en los Leccionarios
de la Misa los textos necesarios o útiles para determinadas ocasiones.
2. Indicaciones para cada lectura en particular
En este volumen se propone para cada lectura la indicación del texto,
el título y el íncipit respecto a los cuales hay que advertir
lo siguiente:
a) Indicación del texto
119. La indicación del texto (esto es del capítulo y de los
versículos) se da siempre según la edición de la nueva
Vulgata, exceptuando los salmos; a veces se añade una segunda indicación
al texto original (hebreo, arameo y griego), siempre que haya discrepancia.
En las traducciones en lengua vernácula, de conformidad con lo que
decrete puede retener la enumeración correspondiente a la versión
de la Biblia aprobado para su uso litúrgico por las mismas autoridades.
Referencias exactas a los capítulos y versículos, sin embargo,
siempre debe aparecer y puede ser dado en el texto o en el margen.
120. Estas referencias proporcionan libros litúrgicos con la base
del "anuncio" del texto que debe ser leído en la celebración,
pero que no se imprime en este volumen. Este "anuncio" del texto observarán
las normas siguientes, pero pueden ser modificados por decreto de las autoridades
competentes sobre la base de lo que es habitual y útil para los diferentes
lugares e idiomas.
121. La fórmula a utilizar es siempre: "Lectura del libro de ..."
"Una lectura de la carta de ..." o "Lectura del santo Evangelio según
san ..." y no: "El comienzo de ... "(a menos que esto parece aconsejable
en casos particulares) ni:" La continuación de .... "
122. Los títulos tradicionalmente aceptados para libros han de permanecer
con las siguientes excepciones.
1. Cuando haya dos libros con el mismo nombre, el título debe ser:
el primer libro, El libro segundo (por ejemplo, de los reyes, de los Macabeos)
o la primera letra, la segunda letra.
2. El título más común en uso actual es para ser aceptado
por los siguientes libros:
-I y 11 en lugar de Samuel I y Reyes 11;
-I y 11 en lugar de Reyes III y IV Reyes;
-1 Y 11 en lugar de Crónicas I y Crónicas 11;
-Los libros de Esdras y Nehemías, en lugar de Esdras I y 11.
3. Los títulos distintivos de los libros sapienciales son: Libro de
Job, el Libro de los Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares,
el Libro de la Sabiduría, y el Libro del Eclesiástico.
4. Para todos los libros que se incluyen entre los profetas de la Neo-Vulgata,
la fórmula debe ser: "Lectura del libro del profeta Isaías
o de Jeremías profeta o del profeta Baruc", y: "Una lectura del libro
del profeta Ezequiel, el profeta Daniel, el profeta Oseas, el profeta Malaquías,
"incluso en el caso de los libros no considerados por algunos como profético
en un hecho real.
5. El título debe ser libro de las Lamentaciones y la Carta a los
Hebreos, sin mención de Jeremías o Pablo.
b) El título
123. Hay un. Título prefijado a cada texto, elegido con cuidado (por
lo general a partir de las palabras del texto) con el fin de señalar
el tema principal de la lectura y, cuando sea necesario, para realizar la
conexión entre las lecturas de la Misa claro misma
c) El "incipit"
124. En este Ordenación de las lecturas del primer elemento de la
incipit es la frase habitual de introducción: "En aquel tiempo", "En
aquellos días", "Hermanos", "Queridos hermanos", "Esto dice el Señor".
Se omite cuando en el mismo texto hay una suficiente indicación de
tiempo o de personas, o cuando por la misma naturaleza del texto, estas palabras
no serías oportunas. En las traducciones en lengua vernácula
estas fórmulas podrán ser cambiadas u omitidas por decisión
de las autoridades competentes.
Después de estas palabras viene el comienzo de la lectura propiamente
dicho, quitando o añadiendo algunas palabras según sea necesario
para entender el texto separado de su contexto. En la Ordenación de
las Lecturas se dan las convenientes indicaciones cuando el texto consta
de versículos discontinuos, si eso obliga a introducir algún
cambio en el texto.
d) Aclamación final
125. Al final de las lecturas, para facilitar la aclamación del pueblo,
conviene poner las palabras que dice el lector: “Palabra de Dios”, u otras
del mismo tenor, según las costumbres de cada lugar.