¿ISABEL LA CATÓLICA INICIÓ
EL GRAN GENOCIDIO?
El camino a los altares le
está vedado a Isabel la Católica. <<Las presiones de
los judíos a través de los medios de comunicación y
las protestas de los católicos empeñados en el diálogo
con el judaísmo han tenido éxito. (…) La preocupación
por no provocar las reacciones de los israelíes, irritados por la
beatificación de la judía conversa Edit Stein y por la presencia
de un monasterio en Auschwitz, favoreció el que se hiciera una “pausa
para reflexionar” sobre la conveniencia de continuar con la causa de la Sierva
de Dios, (…)>>; esto según un artículo publicado en Il
Nostro Tempo por Orazio Petrosillo, informador religioso de Il Messaggero.
Se trata de una noticia poco reconfortante, a pesar de no ser
la primera vez que ocurre (Pablo VI bloqueó la beatificación
de los mártires de la Guerra Civil española). A veces, las
razones de la convivencia pacífica contrastan con las de la verdad.
En efecto, durante la época de Isabel, se revocó
a los judíos el derecho a residir en el país (medida adoptada
con anterioridad por los soberanos de Inglaterra, Francia y Portugal). Veamos.
La España musulmana no era en absoluto el paraíso de tolerancia
que se ha querido describir, y tanto cristianos cuanto judíos (quienes
en términos jurídicos, eran considerados extranjeros, y su
permanencia era posible en tanto no pusieran en peligro al Estado) eran víctimas
de periódicas matanzas. Sin embargo, entre Cristo y Mahoma, los judíos
tomaron partido por este último, haciendo de quinta columna en perjuicio
del elemento Católico; esto a pesar que Isabel había puesto
en sus manos casi toda la administración financiera, militar e incluso
eclesiástica. Ello despertó un odio popular que con frecuencia
degeneró en matanzas espontáneas y continuas, las que
el recién formado reino de Castilla y Aragón no estaba en condiciones
de controlar.
Dentro de los 27 volúmenes que componen la causa de Isabel,
fruto de 20 años de trabajo, se afirma que <<el decreto de revocación
del permiso de residencia a los judíos fue estrictamente político,
de orden público y de seguridad del Estado, no se consultó
en absoluto al Papa, ni interesa a la Iglesia el juicio que se quiera emitir
en este sentido. Un eventual error político (en caso se considere
que hubo error) puede ser perfectamente compatible con la santidad. (…) cualquier
queja, deberá ser dirigida a las autoridades políticas (…)>>.
El camino a los altares le está vedado a Isabel también
por quienes terminaron por aceptar sin críticas que los Reyes Católicos
serían los iniciadores del genocidio de los indios en América,
llevado a cabo con la cruz en una mano y la espada en la otra. La historia
verdadera ofrece otra versión que difiere de la leyenda. Jean Dumont
afirmó que: <<La esclavitud de los indios existió, pero
por iniciativa personal de Colón, cuando tuvo los poderes efectivos
de virrey en las tierras descubiertas; por lo tanto, esto fue sólo
en los primeros asentamientos que tuvieron lugar en Antillas antes de 1500.
Isabel la Católica reaccionó contra esta esclavitud de los
indígenas (…) mandó que se devolviera a las Antillas a los
indios y ordenó a su enviado especial, Francisco de Bobadilla, que
los liberara y éste a su vez, destituyó a Colón y lo
devolvió a España en calidad de prisionero por sus abusos.
A partir de entonces la política adoptada fue bien clara: los indios
son hombres libres, sometidos como los demás a la Corona y deben ser
respetados como tales en sus bienes y en sus personas.>>
Quienes consideren este cuadro como demasiado idílico,
les convendría leer el codicilo que Isabel añadió a
su testamento tres días antes de morir, en noviembre de 1504, y que
dice así: <<Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica
las islas y la tierra firme del mar Océano, (…) nuestra principal
intención fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran
nuestra santa fe católica y enviar a aquellas tierras religiosos y
otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir a los habitantes
en la fe y dotarlos de buenas costumbres poniendo en ello el celo debido;
por ello suplico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y recomiendo
y ordeno a mi hija la princesa y a su marido, el príncipe, (…) que
no consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas
y por conquistar sufran daño alguno en sus personas o bienes, sino
que hagan lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y
que si sufrieren algún daño, lo repararen>>.