BEATO ISIDORO BOVER
1936 d.C.
2 de octubre
Isidoro ació en Vinaróz
(Castellón), diócesis de Tortosa, en 1890, en el seno de una
familia muy ligada por amistad con el beato Manuel Domingo y Sol; además
era hermano del célebre jesuita Padre José María Bover,
gran biblista.
Ingresó en el colegio de San José de Tortosa,
hasta comenzada la Teología, que terminó como Operario Diocesano
del Sagrado Corazón de Jesús, en el seminario de Tarragona
como prefecto. Nada mas ordenarse (1912) marchó para Méjico,
donde trabajó en el seminario de Cuernavaca como superior; pero le
asignaron varias cátedras que le obligaron a desarrollar un gran trabajo,
resultas de lo cual cayó enfermo y tuvo que marchar a Tacubya, D.F.
de México, para reponerse, hasta que volvió a Cuernavaca. Vivió
todas las peripecias de la revolución mejicana, y permaneció
allí hasta 1914. Dos cursos que dejaron en él un recuerdo imborrable.
Tras una breve estancia en el seminario de Almería; vivió en
Tortosa para siempre, donde fue director espiritual, prefecto, director del
“El correo Josefino”, donde influyó en tantos seminarios de la Hermandad.
Tenía fama de santo.
Cuando se inició la guerra civil, se marchó para
Vinaroz y estuvo escondido en casa de su hermano, pero llegó una columna
de milicianos de Tarragona con el fin de matar sacerdotes. El alcalde dijo
que si se entregaban los sacerdotes voluntariamente no les pasaría
nada sino que sólo estarían presos en Castellón; Isidoro
para no comprometer a su familia se entregó voluntariamente. Prisionero
en la cárcel de Castellón se estuvo preparando para el martirio.
Como había bastantes sacerdote en la cárcel, se organizó
una tanda de ejercicios espirituales, hicieron todos confesión; no
quiso que su familia le visitara para ahorrarles complicaciones. Junto con
40 detenidos fue martirizado, con 46 años, en las tapias del cementerio
de Castellón, gritaron vivas a Cristo Rey. Un guardia civil, que estaba
en la segunda fila de los que iban a ser fusilados resultó ileso y
pudo huir más tarde, y como testigo narró el martirio. Juan
Pablo II los beatificó el 1 de octubre de 1995 en el grupo de 13 escolapios
y 9 sacerdotes operarios diocesanos martirizados en diversos días
y en varios lugares en 1936.