BEATA JOSEFINA NICOLI
1924 d.C.
29 de diciembre
Josefina Nicoli nació
en Casatisma (Pavía, Italia) el 18 de noviembre de 1863. Era la quinta
de diez hijos de una familia de clase media y de profunda fe.
Cursó la escuela primaria con las religiosas agustinas,
en Voghera; y estudió magisterio en Pavía. Su deseo secreto,
que la impulsó a realizar estos estudios, era el de dedicarse a la
educación de niños pobres en un tiempo en el que era muy alto
el porcentaje de analfabetismo entre la gente de menos recursos. Este deseo
fue madurando, sobre todo, a través de la experiencia del dolor, que
visitó su familia con la muerte de algunos de sus hijos, entre ellos
Juan, de quien Josefina se había convertido en su servicial enfermera
personal. En medio de estas situaciones dolorosas aprendió a considerar
el valor de la vida y la fragilidad de las cosas humanas.
Josefina era querida por todos, su carácter dulce era
un don natural; y un sacerdote de Voghera, don Giacomo Prinetti, su director
espiritual, la guió en el camino de la perfección del espíritu,
mientras maduraba la llamada a consagrar su vida a Dios.
El 24 de septiembre de 1883, a la edad de veinte años,
ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad de
San Vicente de Paúl, en la casa "San Salvario" de Turín, donde
hizo el postulantado y el noviciado. Recibió el hábito propio
de la Compañía en París, en una ceremonia que tuvo lugar
en la Casa madre de las Hijas de la Caridad.
En el año 1885 fue trasladada a Cerdeña. Su primera
misión, que acogió con gran entusiasmo, fue la de enseñar
en el "Conservatorio de la Providencia" de Cágliari. La experiencia
educativa entre niñas pobres la marcó de forma especial. Durante
este tiempo no se limitó a mirar sólo lo que sucedía
entre los muros del conservatorio, sino que intensificó cada vez más
su unión con el Señor crucificado en medio de las vicisitudes
cotidianas.
En el año 1886, la ciudad de Cágliari fue azotada
por la epidemia del cólera, y sor Josefina, juntamente con sus hermanas
del conservatorio, se dedicó, en los momentos que le quedaban libres
después del horario escolar, a socorrer a las familias pobres de la
ciudad, organizando "cocinas económicas" que pusieron a disposición
de las autoridades civiles. Este servicio le permitió salir al encuentro
de los muchachos abandonados por las calles de Cágliari, enseñándoles
el catecismo en los encuentros que programaba los domingos. Más tarde
organizó a los muchachos en una asociación que llamó
"Los Luisitos", estimulándolos a vivir en actitud de ayuda fraterna
y educándolos a una sana sociabilidad que, a muchos de ellos, los
condujo a cambiar de vida.
Después de casi quince años de activa vida apostólica
en Cágliari, en el año 1889 fue trasladada al orfanato de Sássari.
También allí desarrolló un amplio proyecto apostólico,
organizando diversas instituciones orientadas siempre al servicio hacia los
pobres. Se preocupó por la formación de escuelas de catequesis
que cada domingo reunían a cerca de 800 niños, y, sobre todo,
dedicó muchas de sus energías a dar vida a la "Escuela de religión"
para las jóvenes universitarias, con el fin de prepararlas para ser
buenas maestras en la fe, y así contrarrestar la masonería
que se difundía por Sássari y trataba de debilitar la presencia
de los católicos en la ciudad.
En los proyectos de la divina Providencia, le espera un nuevo
destino: Turín (1910-1913). Por sus dotes organizativas la nombraron
ecónoma provincial, y un tiempo después pasó a ser directora
de la casa de formación de las Hijas de la Caridad, misión
a la que se dedicó con gran entrega. Se enfermó gravemente
de tuberculosis y fue trasladada a Cerdeña —con gran dolor para el
consejo provincial—, ya que el clima de las islas era favorable para su salud.
De regreso a Sássari, en el año 1914, reinaba
un ambiente hostil a causa del anticlericalismo. Su permanencia en las islas
mejoró el estado de su salud, pero comenzó su calvario interior.
Una serie de malentendidos y falsos testimonios por parte de la administración
del orfanato obligaron a los superiores a trasladarla nuevamente. Sor Josefina
estaba a completa disposición, aceptando en silencio la humillación
más grande que hubieran podido hacerle: la declararon incapaz
de administrar el orfanato. Ante esta situación se repetía
a sí misma: "Josefina, esto te viene muy bien. Aprende a ser
humilde". La Providencia la condujo en la última etapa de su vida
al Asilo de la Marina, en Cágliari.
En su nuevo destino, se encontró en medio de un barrio
superpoblado, ubicado en las cercanías del puerto, y donde la pobreza
alcanzaba índices muy altos, haciendo que las condiciones de vida
fueran muy precarias. A los niños, por ser pobres, se les negaba el
derecho a la educación, lo que favorecía los malos comportamientos.
En el contacto directo con la pobreza material descubrió
heridas aún más secretas: las de la pobreza moral y espiritual.
Su celo apostólico la impulsó nuevamente a salir al encuentro
de los jóvenes, enseñándoles el catecismo, y orientando
a quienes emigraban de las zonas rurales a la ciudad. Fundó la primera
sección en Italia de la "Pequeña obra de Luisa de Marillac".
Formó también el primer grupo de la Acción Católica
femenina en Cágliari. Pero a quienes dedicó gran parte de sus
iniciativas apostólicas, como una bondadosa y paciente madre, fue
a los llamados "is piccioccus de crobi", "los muchachos de la cesta". Era
un grupo numeroso que vagaba por la ciudad, sobre todo en las cercanías
del mercado de la ciudad, llevando consigo su instrumento de trabajo:
una cesta; y se ganaban su sustento llevando equipajes de la estación
al puerto.
La caridad fue la norma de su vida, y en cada circunstancia
hizo realidad su constante deseo de entregarse al Señor, formulando,
desde edad muy temprana, como un firme propósito: "Deseo ser
toda suya".
En el último año de su vida, no obstante todo
el bien realizado, se repitió la situación de calvario al ser
calumniada ella y su obra en el Asilo de la Marina. Como en otras ocasiones,
sor Josefina aceptó en silencio cuanto acontecía, y el testimonio
de su vida llevó al funcionario que la calumnió a retractarse
y reconocer su error. La caridad humilde que testimonió hizo que el
funcionario difamador se acercara a su lecho de muerte, y ella, sonriendo,
lo perdonó.
Murió en Cágliari, a causa de una bronco-pulmonía,
el 31 de diciembre de 1924; el funeral se celebró el día 1
de enero. Su muerte —dijo una hermana de la comunidad— fue "la corona de
una vida íntegra y la prueba de una virtud practicada de modo heroico".
El milagro por su intercesión presentado para la beatificación
tuvo lugar en Milán: un joven militar fue curado de un tumor óseo.
La caridad ha glorificado a sor Josefina en un camino de humildad
que la llevaba a ocultarse ante los aplausos del mundo y le abría
las puertas a la inhabitación de Cristo. La caridad era la norma de
todos sus pensamientos, de todas sus palabras, de todas sus acciones; y así
penetró el misterio de la caridad hacia los pobres como acto de amor
hacia el Señor, esa fue su gloria.