JUAN XXII
1316-1334 d.C.
Fue el más importante
de los Papas de Aviñón. Se llamaba Jacobo Duése y era
hijo de un zapatero de Cahors. Confidente de su predecesor y obispo
de Aviñón, fue elegido después de una vacante pontificia
de dos años, durante el cual los tres partidos formados por
los Cardenales se enfrentaron abiertamente. Los italianos, los franceses
y los gascones tenían cada uno su candidato.
Su primer pensamiento una vez elegido, fue el
de organizar una nueva cruzada, pero los tiempos de la unidad y del entusiasmo
de los cristianos habían pasado. Europa se encontraba demasiado dividida
y los reyes tenían ideales más bien terrenales que espirituales.
El Imperio seguia dividido entre los dos candidatos elegidos; Felipe el Hermoso,
duque de Austria y Luis, duque de Baviera. En 1322, Luis de Baviera ganaba
la partida, pero el Papa se negó a coronarle debido a la política
del emperador en Italia. Dos años más tarde le excomulgaba.
El emperador bajó a Italia e instaló
en Roma un antipapa, Nicolás V, que coronó a Luis de Baviera
en 1328. Sólo tres meses después, el pueblo romano se levantaba
y obligaba al emperador a abandonar la Ciudad Eterna. El antipapa se sometió
a Juan XXII en 1330. La situación en Roma era alarmante. El pueblo
empezaba a murmurar y los tiempos de Cola di Rienzo estaban cerca.
Cuando las luchas y las intrigas se lo permitían,
Juan XXII dedicaba su tiempo a los estudios. Fue él mismo poeta y
escritor. Con la Bula Docta Sanctorum intervino en asuntos relacionados con
la música sagrada. Debido a su iniciativa y ayuda, fueron creadas
cátedras de hebreo, árabe y hasta de caldeo en las Universidades
de París, Salamanca, Bolonia y Oxford. Ramón Llull fue el que
le aconsejó todas estas felices medidas y marcó con su vigorosa
presencia el movimiento cultural y religioso de su tiempo.
Con el fin de organizar la cruzada, de construir
el palacio de los Papas en Aviñón, y para ayudar a las obras
de caridad, de ciencia y apostolado, Juan XXII tuvo que organizar el fisco
papal. Las annates, percepciones por parte de la Santa Sede de los beneficios
de las empresas, fue una de las medidas que más dinero y menos prestigio
produjeron a la Santa Sede. En Alemania y en Italia eran muchos los que atacaban
esta tendencia materialista de la Iglesia, preparando así el movimiento
de Lutero.
Desde lo alto de la cátedra de Aviñón,
desde donde solía predicar con frecuencia, Juan XXII lanzó
una opinión que fue mal recibida por los teólogos y contribuyó
poco a la popularidad del Papa. Afirmaba el Pontífice que las almas
de los elegidos no gozarán de la vista inmediata de Dios sino después
del juicio final. Sus enemigos en materia dogmática, Occam y los franciscanos
"espirituales" o fraticelli, contestaron acusándole de herejía.
En su lecho de muerte, Juan XXII se retractó de esta doctrina, a la
que, dijo, defendió no como jefe de la Iglesia, sino como particular,
aficionado a la teología.
Fue un Papa modesto y vivió en la pobreza.
Organizó perfectamente su estado y sus finanzas, pero esto le atrajo
la antipatía de los fieles, que veían en Aviñón
una ciudad que sólo existía para pedir o exigir duros impuestos.
La autoridad de la Iglesia disminuía en la medida en que aumentaba
su riqueza material.
Giotto pintó su retrato en el altar de
la Basílica de Lucca, en la Toscana.