Nació en Borgoña, Francia, vivió en Roma y
murió en Nápoles. Parece haber sobrevolado la tierra
respirando aires de cielo. Vivió en el silencio en una serena
fortaleza, inmolándose al Señor en una larga y continua
enfermedad, con su muerte se inició una lluvia de gracias y
favores. Fue llamado ángel por la pureza, mártir por sus
sufrimientos, serafín de amor a Dios y a los hermanos.
Nació el 30 de julio de 1700, en Nozerly, muy
pequeño quedó huérfano de padre y madre.
Recibió la primera comunión y la confirmación en
la iglesia franciscana del lugar. A los 12 años, por
interés de su hermano mayor, camarero de Clemente XI, fue a Roma
y frecuentó el Colegio romano de los Jesuitas. Su director
espiritual lo definió como «un ángel, en todo
semejante a San Luis Gonzaga». Fascinado con el retiro de San
Buenaventura junto al Palatino, que San Pío X definió
como «semillero de santos y de doctos», a pesar de la
oposición de sus familiares ingresó a la comunidad,
aunque conocía los rigores de aquel convento. Hizo el noviciado
en el santuario de Santa María de las Gracias en Ponticelli
Sabino (Rieti), emulando a los santos que allí habían
vivido: San Carlos de Sezze, San Leonardo de Puerto Maurizio, el Beato
Buenaventura de Barcelona, etc. Con una fatal caída mientras
regaba el jardín, comenzó su doloroso calvario.
Hizo sus estudios filosóficos en el Retiro de San
Cosimato en Vicovaro (Roma), los teológicos en el Palatino de
Roma, siempre con mala salud. Feliz de unirse a los dolores de la
pasión de Jesús, enfrentó gozosamente indecibles
sufrimientos, repitiendo a menudo: «El Señor me hace
padecer, porque me quiere!». «De la cruz al Paraíso
no hay sino un paso!». Admirando su resignación, los
superiores quisieron que fuera sacerdote. En el año Santo de
1725 en San Juan de Letrán, el papa Beato Clemente XIII lo
ordenó sacerdote. Mientras le imponía las manos,
edificado por su rostro angelical, exclamó: «Hijo
mío, hazte santo pronto!». Para curarlo de un mal
obstinado y misterioso, fue enviado por un tiempo a los conventos del
Lacio: Montorio Romano, Fara Sabina, Vallecorsa y finalmente a
Nápoles, en la enfermería interprovincial de Santa Cruz.
A pesar de los muchos cuidados de los cohermanos y de insignes
médicos, después de 10 meses murió santamente el
22 de marzo de 1726, a la edad de 26 años. Aún hoy sigue
siendo un modelo para los jóvenes y para los huérfanos,
un ejemplo para los enfermos, una perla sacerdotal. Su
glorificación es pedida por Francia, Alemania y la Orden
Franciscana de los Hermanos Menores.
Cinco pontífices tuvieron que ver con él:
Clemente XI lo llamó a Roma, Benedicto XIII lo ordenó
sacerdote, profetizándole su santidad, Pío IX
ordenó que sus restos fueran trasladados de Nápoles a
Roma y enterrados en la iglesia de San Buenaventura junto al Palatino,
Benedicto XV con el título de venerable aprobó sus
virtudes en grado heroico, Juan Pablo II espera llevarlo a la
glorificación.