SAN JUAN DE ÁVILA, Doctor de la
Iglesia
1569 d.C.
10 de mayo
En Montilla, de la región
de Andalucía, en España, san Juan de Ávila, presbítero,
el cual recorrió toda la región de la Bética predicando
a Cristo y, después de haber sido acusado injustamente de herejía,
fue recluido en la cárcel, en la que escribió una parte importante
de su doctrina espiritual. Patrón del clero español.
La condición de cristiano nuevo en su tiempo era dar
a entender a la gente que su ascendencia procedía de nuevas cepas implantadas
en el cristianismo y que sus antecesores sólo habían sido o
judíos o más probablemente discípulos del Profeta. Esto
ponía graves trabas a quienes padecían inculpablemente la novedad.
En el ambiente eclesiástico no había puestos que escalar y
en la vida de los cristianos era un baldón permanente a soportar;
a la más mínima denuncia, aunque fuera adobada con el condimento
de la envidia, ya podía el cristiano nuevo echarse a temblar. Juan
de Ávila era uno de esos cristianos nuevos.
Nació en Almodóvar del Campo. Hizo estudios de
Teología y Derecho en Salamanca y Alcalá. Obtuvo grados y, más
importante que todo ello, quiso ponerlos a disposición del Señor
que le había puesto fuego en el alma. Ya sacerdote en 1525, mira como
posibilidad la difusión del Evangelio en las Indias y mantiene contacto
con los dominicos -principalmente con Garcés- que quizá pudieran
abrirle puertas.
Pero el sur de España fue su parcela de siembra, el
arzobispo don Alonso Manrique supo retenerlo en Sevilla. En Écija
comienza su predicación y a leer públicamente las epístolas
de san Pablo, reúne niños en la misma casa donde se hospeda
para enseñarles el catecismo, a los mayores les comenta la Pasión
y junta a un grupo de sacerdotes celosos, predicadores y austeros. Lo mismo
hizo en Alcalá de Guadaira. Su actividad poco común, la reciedumbre
de su predicación y la claridad en la doctrina conjugada con la ascética
personal más dura le valieron la envidia tan terriblemente frecuente
en el estamento clerical de todos los tiempos; por eso no pudo publicar con
su firma el conjunto de libros espirituales, entre ellos uno sobre el modo
de rezar el rosario; los publicó como anónimos, como hizo con
la traducción del Kempis que por largo tiempo se atribuyó al
también dominico Luis de Granada. No aconsejaba otra cosa el proceso
de casi dos años al que lo sometió el Tribunal de la Inquisición
y que se resolvió sin nota condenatoria.
Su actividad se traslada a Córdoba y luego a Granada
donde, ya como maestro, tiene sitio y parte apostólica activa en la
universidad recién creada por el arzobispo don Gaspar de Ávalos
rodeándose de sacerdotes apostólicos, bien formados y santos.
La mayor parte de ellos -sin exclusividad- son también cristianos nuevos
que tienen bien cerradas las puertas de los mejores puestos por prejuicios
seculares. (Con harta frecuencia, los cargos donde trabaja el clérigo
no se dan al buen pastor, sino al amigo del dueño). Pero a pesar de
ello, forman un numeroso grupo, es ya todo un movimiento sacerdotal de predicadores
y confesores cuyo director es el Maestro Ávila que les inculca frecuencia
en la confesión, amor a la Eucaristía, oración, contemplación
de la Pasión de Cristo y familiaridad con las Sagradas Escrituras;
en la vida práctica, viven con un desprendimiento completo de los bienes
y ni tan siquiera cobran dineros por las predicaciones y ministerio. El amplio
campo de apostolado ulterior de cada uno de ellos sólo es la consecuencia
normal del espíritu que se desborda.
Desde el principio, en el 1538, supo ser en Baeza alma y maestro
de la universidad fundada por don Rodrigo y don Pedro López; aquello
más que un centro de estudios superiores parece uno de los seminarios
que todavía no había inventado el Concilio grande de la Iglesia
que en aquel tiempo se celebraba en Trento y al que envió memoriales
a ruegos de los obispos allí reunidos para reformar la Iglesia que
Juan de Ávila ya reformaba desde hacía tiempo. Además
hay que contar su estancia en Montilla y Priego, el trato con los importantes
duques de Feria, el rastro que deja en tierras extremeñas, las cartas
y escritos espirituales, el tratado de vida cristiana Audi filia compuesto
a modo de cartas escritas a doña Sancha Carrillo, la compañía
frecuente con fray Luis de Granada que le admiraba y la fundación de
numerosos -hasta quince- colegios.
Tan popular es su figura, tan evangélico su mensaje, tan claro su
ejemplo, tan sincera su entrega y tan cargado de frutos su celo que el jesuitismo
incipiente se plantea seriamente incorporarlo a sus filas para el bien de
la Iglesia y del Reino. Será el mismísimo jesuita Villanueva,
encargado por Ignacio del negocio de estudiar la conveniencia y de invitarlo
a incorporarse a ellos, quien llegó a comentar con veraz y certera
intuición después de haberle tratado por algún tiempo:
«En tanta conformidad, no parece que haya otro acuerdo: o que él
se una a nosotros o que nosotros nos unamos con él». Llegaron
las enfermedades con su compañía de achaques, limitación
y dolores que ya no desaparecerán hasta la muerte. Entonces se plantea
Juan dejar a la Compañía la herencia de hombres y colegios,
pero la persecución del cardenal Silíceo, obliga a tomar precauciones
a la Compañía ante los conversos y cristianos nuevos.
Murió Juan de Ávila el 10 de mayo de 1569 con
humildad y piedad ejemplar, repitiendo los nombres de Jesús y María.
Fue beatificado en 1894; Pío XII, el 2 de julio de 1946, lo proclama
patrón del clero español y lo canoniza Pablo VI en 1970, el
31 de mayo. La Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa
Sede, con motivo del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila,
que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal.