BEATO JUAN DOMINICI
1420 d.C.
10 de junio
Paula y Domingo se llamaban
sus buenos padres; eran cristianos excelentes, piadosos, pobres y muy conocidos
por su honradez. Juan pidió ser admitido en el convento en Santa María
Nova y lo rechazaron; las malas lenguas chismosas, confundiendo las cosas
por pensar que el dinero es el talismán que abre todas las puertas,
ya dijeron que preveían el fracaso porque la familia no tenía
más bienes económicos que los del trabajo diario. Siempre hubo
gente así; pero en este caso estaban del todo equivocados. La razón
última del rechazo a aquella solicitud fue que los frailes aquellos
consideraron al sujeto lo menos propio para un convento de dominicos; Juan
no había acudido cuando niño a las escuelas por arrimar el hombro
en la casa de los padres: era ignorante y, además, tartamudo. Lo intentó
una segunda vez y la insistencia hizo que los frailes pasaran por alto las
dificultades y probaran sacar algo del joven de aspecto rudo y torpeza en
el decir.
Tanto empeño y tanta vocación hicieron de Juan
todo un fraile en el convento. Su noviciado fue un encuentro de la gracia
de Dios y su cooperación; el silencio, la oración y su esfuerzo
le hicieron aprovechar bien el tiempo durante el noviciado que le aseguró
en su piedad sólida, le adiestró en la obediencia y le consiguió
un adelantamiento poco común en las ciencias. Goza de un talante natural
simpático, agradable y servicial. Se dio a conocer, sobre todo, por
la austeridad de su vida y el espíritu de penitencia. Además
es artista; dedica tiempo a pintar en los libros, miniaturizando con dibujos
exquisitos, escenas de la vida de Jesús.
Corona su esfuerzo con la ordenación sacerdotal. Ya
puede dar marcha a su celo por el sacrificio y por el ministerio de la predicación;
pero, desgraciadamente, dada su dificultad en la expresión, los sermones
le salen torpes y ridículos. Se siente curado de la torpeza en la dicción
en Siena, cuando lleno de tristeza, pide a la santa Catalina por amor a Dios,
la curación. Obtenida, es un ciclón con las palabras que le
salen ágiles y expeditas. Siena, Florencia, Venecia y muchas ciudades
y villas de Italia le escuchan con fruición no exenta de rencores
y amenazas porque lo que predica es la renovación de la vida cristiana
y eso no siempre gustó.
Le obsesiona la idea de renovar los conventos. Su Orden está
relajada como tantas otras. Son tiempos malos. La peste de 1384 ha asolado
los monasterios; en el suyo de Santa María murieron en cuatro meses
setenta de sus frailes; el resto no se encontraba con fuerzas para vivir en
el rigor primero de la Orden. Lo eligen prior de los conventos de Santo Domingo
de Venecia, Città di Castello, el de Fabriano y otros que ansían
la reforma; es también vicario general de todos los conventos observantes
del estado de Venecia. Pero a pesar de su buen hacer, Juan se percata de
que el futuro estaba en la juventud y a ella se dedicó fundando un
noviciado en Cortona; ahora sí se podrían poner las piedras
claves donde pudieran los jóvenes apoyar el espíritu que no
quiere saber de improvisaciones. También las religiosas, sus hermanas,
se benefician de la reforma en los conventos femeninos del Corpus Domini
y San Pedro Mártir, de Florencia, donde su madre terminó sus
días.
Casi podría decirse que ya fue bastante importante,
por su firmeza y proyección, la obra de este predicador y reformador
dominico que antes fue tartamudo y se hacía notar por su poca finura.
Pero el santo se alegra y sufre con las alegrías y sufrimientos de
la Iglesia. Y eso le llevó a la entrega más incondicional para
el bien general. No supo ni quiso permanecer al margen de los gravísimos
problemas que tenía en su tiempo el universo mundo católico,
interviniendo muy directamente en su solución trabajando con todas
sus fuerzas.
Papas y antipapas, concilios y elecciones inválidas.
Pisa y Constanza. Tres tiaras a un tiempo. Confusión y desorden con
desorientación, apostasías y relajos. Era una pena. Tantos años,
tantos apegos, tantos sufrimientos, tanta desunión, tan gran mal.
Él se puso a rezar y a hacer y a hablar con unos y con otros, y a
hacer gestiones y a conseguir compromisos y ...obispo y cardenal ya, inicia
gestiones al más alto nivel. Tres renuncias de papas y antipapas obtuvo
para poder elegir al nuevo Sumo Pontífice, que devolviera a la Iglesia
la unidad y la paz y que fue Martín V. Resultó un trabajo intensísimo
y bien hecho para utilidad de la Iglesia exento de las actitudes propias
de los «trepas» que intentan por encima de todo escalar puestos
mirando su bien personal o ampliar las esferas de influencia y poder, casi
siempre hermanadas con afán de lucro. De hecho, al leer la renuncia
pública del verdadero papa Gregorio XII, él mismo se despojó
ante los presentes de sus insignias cardenalicias, en señal de renuncia
al cardenalato, yéndose a ocupar un sitio entre los obispos, con lo
que se ponía de manifiesto la ausencia de toda intención de
medrar. Si en otro tiempo aceptó la ordenación episcopal y
el cardenalato contra su voluntad fue para estar capacitado a entrar en el
círculo de la cúpula jerárquica y trabajar por la unidad.
No se limitó a contemplar o a quejarse de los males; quiso «complicarse»
la vida con todo un compromiso personal. Es lo propio de los santos. Aún
tuvo tiempo para ser legado apostólico en las tierras de Hungría
y Bohemia.