Juan Francisco Burté nació el 21 de junio de 1740 en Rambervillers, Lorena, hijo de Juan Bautista y Ana María Colot. A los 16 años solicitó ingresar entre los Hermanos Menores Conventuales en el convento de Nancy. Inició el noviciado el 24 de mayo de 1757, y después de un año totalmente consagrado al Señor, hizo la profesión. En el mismo convento continuó sus estudios. Había allí numerosos religiosos preparados en las diversas disciplinas. Cuando en Nancy se instituyó la facultad teológica, buen número de Hermanos Menores Conventuales fueron llamados a enseñar. Juan Francisco, que se había distinguido por el aprovechamiento en los estudios, con apenas cuatro años de sacerdocio fue llamado a enseñar teología, primero en el convento, y luego en la facultad diocesana, después de un brillante examen.
En 1775 fue nombrado guardián de su convento. Después de tres años fue encargado de representar a su Provincia religiosa en la sede de París. Fue escogido como predicador del rey, porque todos lo consideraban religioso docto, piadoso, elocuente y modesto. Por su destacada cultura, le encomendaron el trabajo de Bibliotecario en el gran convento de París, donde fue nombrado guardián de más de 60 religiosos.
En 1789 vino el desastre de la revolución francesa. En 1790 fueron suprimidas las órdenes religiosas, y los edificios eclesiásticos declarados propiedad del Estado y en venta. Pronto se pasó a la lucha abierta, a la oposición, a la dispersión y al asesinato. Juan Francisco y sus religiosos manifestaron su adhesión a la fe, rechazando el juramento de la ley emanada del Estado contra la Iglesia.
El 12 de agosto de 1792 Juan Francisco, junto con sus religiosos, fue arrestado, conducido al convento de los carmelitas, interrogado, investigado. Se mostró en estas terribles situaciones siempre como auténtico sacerdote, franciscano genuino, rico en celo y caridad, sobre todo con los sacerdotes perseguidos. La iglesia de los carmelitas estaba rebosante de prisioneros, pero no se oía un lamento, la misa estaba prohibida y los detenidos se unían en constante oración alrededor del altar mayor. Entre los prisioneros había también tres obispos. Se preparaba una gran carnicería. La guillotina parecía demasiado lenta para cortar quinientas o seiscientas cabezas por día...
Era el domingo 2 de septiembre de 1792. Una veintena de sicarios con picas, sables, hachas, y fusiles se abalanzaron sobre Juan y los 180 sacerdotes prisioneros. Fueron despedazados salvajemente. Las víctimas serenamente oraban o realizaban actos de heroísmo. Y así inmolaron heroicamente su vida en la profesión de la fe. En el momento del martirio tenía 52 años. En 1926, Pío XI lo beatificó entre los 190 “mártires de septiembre”.