JUAN PABLO I
1978 d.C.
Albino Luciani
nació el 17 de octubre de 1912, en Forno di Canale (hoy Canale d'Agordo),
por entonces un pueblecito de poco más de mil habitantes al norte de
Italia, en la diócesis de Belluno.
Albino pertenecía a una familia humilde y de escasos
recursos. Su padre, un hombre de carácter amable, era obrero. Habiendo
enviudado en su primer matrimonio, se casó en segundas nupcias con
una mujer muy piadosa y de firmes principios católicos. Aquel buen
hombre, hasta entonces socialista, se comprometió a educar a sus futuros
hijos en la fe católica.
En búsqueda de trabajo, la familia Luciani emigró
a Suiza. Años más tarde, el padre, de vuelta en Italia, halló
trabajo en Murano (una isla frente a Venecia), en una fábrica de vidrio
artístico.
Albino era el mayor de cuatro hermanos. Después de
estudiar en el seminario local de Belluno, fue ordenado sacerdote del Señor
el 7 de julio de 1935. Posteriormente se dirigió a Roma para continuar
sus estudios teológicos en la universidad Gregoriana.
En 1937 regresó a su pueblo natal, donde fue nombrado
coadjutor de la parroquia. Pronto sería nombrado vicerrector del Seminario
Gregoriano de Belluno y allí, por espacio de diez años, se dedicó
a enseñar diversas materias: teología dogmática, moral,
derecho y arte sacro. Su perfil como maestro lo describiría uno de
sus alumnos de este modo: "el padre Albino era sumamente apreciado por su
capacidad de síntesis, de ir a lo esencial... Como superior, unía
una cierta firmeza con mucha benevolencia, con lo cual convertía en
una persona activa a todo aquel que le faltaba entusiasmo".
En 1947 fue nombrado Pro-vicario de la diócesis de
Belluno, y dos años más tarde le fue encomendada la organización
del Congreso Eucarístico de Belluno. De la experiencia de todos esos
años, y como director de la oficina de Catequesis, publicó por
entonces un libro titulado: Catequesis en migajas. En efecto, el campo de
su especial interés era la catequesis. Había nacido para ser
maestro.
El año 1954 es nombrado vicario general de Belluno,
y cuatro años más tarde el Papa Juan XXIII, en Roma, lo consagraba
Obispo para la diócesis de Vittorio Veneto, cerca de Venecia.
Durante un tiempo perteneció a la Comisión para
la Doctrina de la Fe, del Episcopado Italiano. Entonces ya se manifiesta una
clara búsqueda de la coherencia de la fe, siempre unida a la caridad
para con quien yerra.
En 1969 el Papa Pablo VI lo nombra patriarca de Venecia, y
en 1973 es creado cardenal por el mismo Papa. A pesar de estos importantes
nombramientos, Albino Luciani nunca perdió su característica
humildad y sencillez: "¿Qué es eso de Príncipe de la
Iglesia? Yo sigo siendo un seminarista", añadiendo luego con mucha
naturalidad: "Hay obispos de muchos tipos. Algunos asemejan a las águilas
que vuelan por las alturas con documentos magisteriales. Otros son jilgueros
que cantan las glorias del Señor de modo maravilloso. Otros, en cambio,
son simples gorriones, que lo único que saben hacer es piar desde
lo alto del árbol de la Iglesia. Yo soy de estos últimos".
Durante tres años (1973-76), será vicepresidente
de la Conferencia Episcopal Italiana. Su amor y solidaridad para con los más
necesitados lo expresaba constantemente. Cuando en 1976 ofreció el
producto de la venta de dos cruces pectorales —regalo del Papa Juan XXIII—, y un anillo —regalo del Papa
Pablo VI— para ayudar a los subnormales, dijo a los presentes: "Es poca cosa
por la ayuda que con esto puedo aportar, pero es mucho si nos ayuda a entender
que el verdadero tesoro de la Iglesia son los pobres, los desheredados, los
pequeños a los que hay que ayudar". Se situaba así en una trayectoria
que impulsada en el mismo Señor Jesús ha avanzado constantemente
a lo largo de la vida de la Iglesia.
El mismo año publica su famoso libro Illustrissimi,
cartas ficticias dirigidas a personajes de la historia o fantasía,
y que para él serán un medio de expresar sus más profundas
convicciones y puntos de vista. Así, por ejemplo, se referirá
a los teólogos que por aquel entonces se consideraban "avanzados":
«Teólogo —decía— no es el que habla de Dios, sino también
el que habla a Dios. ¿Y cuántos de ellos hablan con Dios y nos
ayudan a hablar con Él?».
Y en otro pasaje: "Se dice: ‘Todos estamos tarados frente
a la verdad. Antes existía en la Iglesia el Magisterio normativo;
ahora todos nos encontramos en un proceso de búsqueda. Es la hora
del pluralismo en la fe’. Sólo que la fe no es pluralista: se puede
admitir un sano pluralismo en teología, en la liturgia, en otras cosas,
pero nunca en la fe. En cuanto nos consta que Dios ha revelado una verdad,
la única respuesta posible es sí. Para todos y en todos los
tiempos: sí con convicción y valentía, sin dudas ni
vacilaciones… En cuanto al Magisterio normativo… existía ayer y existe
hoy".
Su sentido sencillo y jovial no debe hacer pensar jamás
que se trata de una persona acrítica, todo lo contrario. Su sentido
de análisis del mundo hodierno es siempre muy agudo, como lo es su
respuesta pastoral. Los pasajes dignos de citar son en verdad una multitud.
Pero finalicemos este acápite con una cita sobre el problema de la
fe: "Sí, respiras objeciones antirreligiosas como se respira el aire,
en el colegio, en la fábrica, en el cine, etc. Si tu fe es un montón
de buen trigo, vendrá todo un ejercito de ratones a tomarlo por asalto.
Si es un traje, cien manos tratarán de desgárratelo. Si es una
casa, la piqueta querrá derribarla piedra a piedra. Tendrás
que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende".
El cónclave de Agosto de 1978 fue el más grande
hasta entonces—en cuanto al número de Cardenales asistentes—, y quizá
también uno de los más cortos. Al finalizar la primera jornada,
el mundo entero sería sorprendido por la nueva elección, pues
entre las infaltables cábalas y especulaciones, pocos habían
fijado su atención en el patriarca de Venecia, tan poco conocido fuera
de Italia.
El nuevo Papa elige entonces los nombres de sus predecesores
inmediatos: Juan y Pablo. ¿Una señal de continuidad con respecto
al camino emprendido por sus más cercanos predecesores? Ciertamente
el nuevo Papa se mostraba como un "hombre del Concilio", porque era un hombre
de la Iglesia, fiel a ella y fiel a Cristo, su Señor. "Su programa"
sería el programa del Espíritu Santo, y él seguiría
las líneas fundamentales de sus predecesores, como él mismo
lo planteó. Sin embargo, la elección del nombre —más
allá de las conjeturas que podamos hacer — se debió a otro razonamiento,
o quizá digamos, a un gesto de profunda gratitud y de unidad cordial
con sus predecesores:
"Ayer por la mañana fui a la Sixtina —decía
el recién electo Pontífice— a votar tranquilamente. Nunca había
imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí,
los dos compañeros que tenía al lado me susurraron palabras
de ánimo. Uno me dijo: "Ánimo; si el Señor da un peso,
dará también las fuerzas para llevarlo." Y el otro compañero:
"No tenga miedo; en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo
Papa". Al llegar el momento he aceptado.
"Después vino la cuestión del nombre, porque
preguntaban qué nombre quiere tomar, y yo había pensado poco
en ello. Hice este razonamiento: "El Papa Juan quiso consagrarme personalmente
aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente,
en Venecia, le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia
que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan
los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo no sólo me
ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza
de San Marcos, me hizo ponerme completamente colorado ante veintemil personas,
porque se quitó la estola y me la puso sobre las espaldas. Jamás
me he puesto tan colorado. Por otra parte, en quince años de Pontificado,
este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo,
cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre
por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan
Pablo.
"Entendámonos, yo no tengo la sapientia cordis del
Papa Juan, ni tampoco la preparación y la cultura del Papa Pablo,
pero estoy en su puesto, debo tratar de servir a la Iglesia. Espero que me
ayudaréis con vuestras plegarias".
En otra ocasión decía el electo Pontífice:
"Yo he sido y soy, y ante todo, un párroco. ¿Recuerda la parábola
del Buen Pastor? Pues bien, ese ha sido siempre mi programa"...
El Papa Juan Pablo I se proyectaba como un hombre de diálogo,
de escucha, y se mostraba en todo momento cercano, dialogante, tan conciliador
como coherente, muy humilde y sonriente. Su tarea —así lo entendía
él— era la del pastoreo de la Iglesia en fidelidad a lo que el Espíritu
había ido suscitando ante los "signos de los tiempos". Para el la responsabilidad
de gobierno era servicio: "Nosotros los obispos gobernamos sólo si
servimos: nuestro gobierno es adecuado si se concreta en servicio o se ejerce
con miras al servicio, con espíritu y estilo de servicio". Y servir
es eseñar, exhortar, es guiar, ejercer la sacra potestad.
Hablando de las catequesis de los miércoles de Pablo
VI, decía: "Trataré de imitarlo, con la esperanza de poder yo
también de alguna manera ayudar a la gente a hacerse más buena.
Pero para ser buenos es necesario estar en regla con Dios, con el prójimo
y con nosotros mismos". En sus catequésis se trató de la bondad
y la humildad, y luego de cada una de las tres virtudes teologales: la fe,
la esperanza y la caridad.
Sin embargo, Juan Pablo I, elegido por el Espíritu
Santo para ser "párroco del mundo" en la sucesión de la cátedra
de San Pedro, por los misteriosos designios de Dios sería llamado pronto
a la Casa del Padre, el 28 de septiembre de 1978, habiendo transcurrido escasamente
un mes de su pontificado.
Hablando del excepcional pontificado del Papa Juan Pablo I,
Luis Fernando Figari escribía en junio de 1979, mostrando algo de lo
que por aquel entonces se experimentaba en la comunidd eclesial: "La Iglesia
Católica da otra respuesta al mundo. Y es que con la también
providencial elección de Albino Luciani como Juan Pablo I, la Iglesia
de Cristo había respondido a las inquietudes del mundo de este segundo
milenio. Sí, el Papa Luciani fue una hermosa y sorprendente respuesta
para un mundo anhelante de amor, de alegría, de esperanza, de confianza.
Desde su aparición en los balcones del Vaticano, el Papa Juan Pablo
I cautivó a todos cuantos contemplaban la escena. ‘El Papa de la sonrisa’,
‘el Papa de los niños’, como se le ha llamado, fue una respuesta generadora
de entusiasmo. El Espíritu Santo que vela por la Iglesia suscitó
a través de la elección del Patriarca de Venecia una corriente
mundial de entusiasmo religioso, de fervor, de sencillez. El corto reinado
del Papa Luciani fue como una muestra pública de que hoy, en medio
de la secularización, en medio de los conflictos, de las traiciones
de tantos, es posibles ser cristiano; simple y sencillamente cristiano.
"Esto fue Juan Pablo I: modelo de cristiano. Su atrayente
figura; su palabra calma y segura; su doctrina firme, sólida, tradicional,
devolvieron a muchísimos el entusiasmo que se había perdido
en medio de la rebeldías y contestaciones que por doquier se venían
levantando contra el anciano Pablo
VI, quien fiel a sus intenciones y al llamado de Dios seguía predicando
la sana doctrina sin que muchos le escucharan, y ante el entusiasmo de pocos.
Al dejar la dolida y sufrida figura de Paulo VI a la esperanzadora y cálida
imagen de Juan Pablo I, el mundo católico, el mundo de aquellos que
buscan realmente ser fieles al Señor Jesús y al Evangelio íntegro,
se alegró. Alegría nacida no por un rechazo a Pablo VI, a quien
también se amó, y mucho, sino por la esperanza de luz, de
orden, de paz que un nuevo hombre en la Cátedra de Pedro podía
traer. Juan Pablo I murió el 28 de septiembre de 1978.