LA DEVOCION LEGIONARIA
Las
características de la devoción legionaria quedan
reflejadas en sus oraciones. En primer lugar, la Legión
está cimentada sobre una gran confianza en Dios y en el amor que
Él nos tiene a nosotros, sus hijos. Desea servirse de nuestros
esfuerzos para gloria suya, y, a fin de que fructifiquenconstantemente, los quiere purificar.
Nosotros, por el contrario, solemos oscilar entre la apatía y la
ansiedad febril, y somos así porque consideramos a Dios como
alguien alejado de nuestro quehacer. Compenetrémonos, pues, con
esta verdad; que, si algún buen propósito tenemos,
Él lo ha imbuido en nosotros, y si este propósito, con el
tiempo, da frutos, es tan sólo porque Él no deja por un
momento de vigorizar nuestros brazos. Más, muchísimo
más que nosotros se interesa Dios por la feliz ejecución
de la obra que tenemos entre manos; más, infinitamente
más que nosotros desea Él esa conversión que
buscamos. ¿Queremos ser santos? Él lo anhela
incomparablemente más que nosotros.
Esta compenetración de nuestra voluntad
con la de Dios, nuestro buen Padre, ha de ser el firmísimo apoyo
de todo legionario, en la doble empresa de su santificación
personal y de su servicio en favor de los demás. Sólo la
falta de confianza puede malograr el feliz resultado de la obra. Si
tenemos fe bastante, Dios se servirá de nosotros en la conquista
del mundo para gloria suya.
Todo
el que nace de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha
derrotado al mundo: nuestra fe (1
Jn. 5, 4). "Creer quiere decir "abandonarse" en la verdad misma
de la Palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente
"¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus
caminos!" (Rom. 11,
33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha
encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos
"inescrutables caminos" y de los "insondables designios" de Dios, se
conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con
corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio
divino" (RMat, 14).
1. Dios y María
Después de Dios, la Legión tiene
su más firme apoyo en la devoción a María, aquel portento inefable
del Altísimo, como
dice Pío IX. Mas, ¿qué puesto ocupa María
en relación a Dios? Como a todos los demás hijos de
hombre, Dios la sacó de la nada; y, aunque ya en ese momento
inicial la ensalzó hasta una altura de gracia inmensa e
inconcebible, respecto de su Hacedor es como la nada. Ella, más
que nadie, es criatura suya, porque en Ella, más que en otra
alguna, ha obrado su Mano todopoderosa. Cuanto más hace por
Ella, tanto más es hechura suya.
Y muy grandes cosas hizo Dios en María:
desde toda la eternidad la asoció en su mente divina con el
Redentor; la hizo entrar en los misteriosos designios de su gracia,
escogiéndola para Madre de su Hijo y de todos los que estuviesen
unidos a Él. Todo lo cual quiso Dios, en primer lugar, porque
María había de corresponder a la elección
más fielmente que todas las demás criaturas juntas; y en
segundo lugar, porque de este modo -misterio inaccesible a nuestra
limitada razón- acrecentaba la gloria que habíamos de
darle también todos nosotros. Por lo tanto, es imposible que
ninguna oración o servicio de amor con que obsequiemos a
María como a Madre nuestra y Auxiliadora de nuestra
salvación pueda redundar en menoscabo de Aquél que quiso
crearla así. Cuanto le ofrezcamos a Ella, llega a Dios
íntegro y seguro. Es más: nuestra ofrenda, al pasar por
manos de María, no sólo no sufre mengua, sino que aumenta
su valor. María no es una simple mensajera, ha sido constituida
por Dios como elemento vital en la economía de su gracia; de
suerte que su intervención le procura a Él una gloria
mayor, y, a nosotros, más copiosas gracias.
Y así como se complació el
Eterno Padre en damos a María como abogada nuestra y en recibir
de sus manos nuestros homenajes, de igual manera se dignó
hacerla Medianera de sus gracias; es decir, el Camino por donde encauza
el caudal de favores que tan a manos llenas derrama su bondad
todopoderosa, particularísimamente Aquel que es la causa y
fuente de todos ellos: la Segunda Persona Divina hecha hombre, nuestra
verdadera Vida y única Salvación.
"Si
deseo depender de la Madre es para hacerme siervo del Hijo; si aspiro a
ser todo de Ella, es para rendir a Dios mi homenaje de sujeción
con mayor fidelidad" (San Ildefonso).
2. María,
Medianera de todas las gracias
La confianza de la Legión en
María no tiene límites, pues sabe que, por
disposición divina, tampoco tiene límites el poder de
María. Dios dio a María cuanto pudo darle, cuanto Ella
era capaz de recibir, y se lo dio sin medida; el mismo Dios nos la ha
dado como medio especialísimo de conseguir su gracia; porque ha
dispuesto que, cuando obramos unidos a Ella, tengamos más acceso
a Él, y, en consecuencia, mayores garantías de alcanzar
sus dones. Realmente, así, nos sumergimos en la misma pleamar de
la divina gracia, ya que María es la Esposa del Espíritu
Santo y el canal por el que fluyen hasta nosotros cuantas gracias manan
de la Pasión de Jesucristo. No hay nada de cuanto recibimos que
no lo debamos a una intervención positiva de María; la
cual, no contenta con transmitir nuestras súplicas, las hace
eficaces para alcanzar cuanto piden. Penetrada de una fe viva en este
oficio mediador de María, la Legión inculca la
práctica de esta especial devoción a todos sus miembros.
"Mirad
con qué amor tan ardiente quiere Dios que honremos a
María: de tal modo ha derramado en Ella la plenitud de todo
bien, que toda nuestra esperanza, toda gracia, toda salvación,
todo -repito, y no lo dudemos-, todo nos viene por Ella" (San Bernardo, Sermo de Aquaeductu).
3. María Inmaculada
La Legión vuelve sus ojos, en segundo
término, a la Inmaculada Concepción de María. Ya
en la primera junta de la Legión se reunieron los socios
alrededor de un altarcito de la Inmaculada, para orar y deliberar; y,
hoy día, ese mismo altar constituye el centro de todas las
juntas legionarias, en todo el mundo. Y se puede afirmar que el primer
soplo de vida de la Legión fue una jaculatoria en loor de este
privilegio de María; privilegio que preparó a esta
excelsa Señora para recibir todas las demás prerrogativas
y grandezas que se le concedieron después.
La primera voz profética de la
Escritura, al prometernos a María, hizo ya mención de
esta Concepción Inmaculada, que forma parte de María, que
es María; ahí, juntamente con este privilegio, se
presagia toda la serie de maravillas que habían de arrancar de
él, a saber: la Divina Maternidad, el aplastar la cabeza de la
serpiente infernal por medio de la Redención, y la Maternidad
espiritual de María respecto de los hombres: Pongo hostilidad entre
ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo: Él pisará tu
cabeza cuando tú hieras su talón (Gén. 3, 15).
A estas palabras, dichas por Dios a
Satanás, acude la Legión a fin de beber en ellas como en
la fuente de su confianza y fortaleza en su lucha contra el pecado.
Aspira de todo corazón a ser el linaje de María, su
Descendencia en el pleno sentido de la palabra, porque en eso radica la
promesa de la victoria. Cuanto más se acentúa esa
maternidad de María, más se intensifica la
oposición a las fuerzas del mal y la victoria es más
completa.
"Las
Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, así como la
venerable tradición, muestran el papel de la Madre del Salvador
en el proyecto de salvación, y hasta con indiscutible evidencia.
Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la
salvación, por la que la venida de Cristo a la tierra fue
detenidamente preparada. Los primeros documentos, tal como se leen en
la Iglesia y se comprenden a la luz de una posterior y plena
revelación, nos traen la figura de una mujer, Madre del
Redentor, presentándola con una luz cada vez más clara. A
la vista de esta luz, Ella está ya proféticamente
prevista en la promesa de una victoria sobre la serpiente, que les fue
dada a nuestros primeros padres caídos en el pecado (cf.
Gén. 3, 15)" (LG, 55).
4. María, nuestra Madre
Si nos honramos con el título de hijos,
forzosamente tendremos que apreciar la maternidad de la que nos viene
este título. De ahí que el tercer aspecto de la
devoción legionaria a María es honrarla
devotísimamente como a verdadera Madre nuestra que es.
Fue hecha Madre de Cristo cuando, al saludo
del ángel, respondió dando su humilde consentimiento: Aquí está
la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has
dicho (Lc. 1, 38).
Nos fue dada como Madre nuestra entre las angustias del Calvario, al
decirle Jesús desde la cruz: Mujer,
ése es tu hijo; y
al decirle a Juan: Ésa
es tu madre (Jn.
19, 26-27). Estas palabras se dirigieron a todos los escogidos,
representados allí por Juan; y María, cooperando
plenamente a la Redención con su consentimiento y sus dolores,
fue hecha entonces Madre nuestra, en el sentido más profundo de
la palabra Madre.
Somos verdaderos hijos de María,
luego hemos de portarnos como tales: como hijos pequeños,
dependientes de Ella en todo. A Ella debemos acudir para que nos
alimente, nos guíe, nos instruya, cure nuestras dolencias, nos
consuele en nuestros pesares, nos aconseje en nuestras dudas, y nos
conduzca al buen camino cuando nos extraviemos, a fin de que,
entregados totalmente a su cuidado, crezcamos en la semejanza de
nuestro Hermano Mayor, Jesús, y compartamos con Él su
misión de combatir el pecado y vencerlo.
"María
es Madre de la Iglesia, y no sólo porque es la Madre de Cristo y
su más íntima colaboradora en "la nueva economía,
en la que el Hijo de Dios tomó de Ella una naturaleza humana,
pudiendo así, a través del misterio de su carne, liberar
al hombre del pecado"; sino, también, porque brilla ante la comunidad
entera de los elegidos como modelo de virtudes. Ninguna madre humana puede
limitar su misión de madre al Sólo engendramiento de un
nuevo ser. Deberá, además, criar y educar a su prole. En
este sentido, la bienaventurada Virgen María participó en
el sacrificio redentor de su Hijo, y de un modo tan íntimo, que
mereció ser proclamada por El Madre, no sólo de su
discípulo Juan, sino -permítasenos afirmarlo- del
género humano que éste simbolizaba; y continúa
ahora realizando desde el cielo su función maternal, como
cooperadora en el nacimiento y desarrollo de la vida divina en las
almas de cada uno de los redimidos. Ésta es una verdad en
extremo consoladora, que, por libre voluntad del sapientísimo
Dios, forma parte integrante del misterio de la salvación
humana; por tanto debe ser considerada de fe por todos los cristianos"
(SM).
5.
La devoción legionaria, raíz del apostolado legionario
Uno de los deberes más sagrados de la
Legión será manifestar exteriormente esta tan acendrada
devoción a la Madre de Dios, que tiene en su corazón.
Pero, como la Legión no puede actuar sino a través de sus
miembros, ruega encarecidamente a cada uno de éstos que asuma
plenamente este espíritu, haciéndolo objeto de seria
meditación y alma de su apostolado.
Si esta devoción a María ha de
ser verdaderamente un tributo legionario, es preciso que constituya una
parte integral de la Legión, un deber tan esencial a todos los
socios como la junta semanal o el trabajo activo; y, por lo tanto,
todos han de participar en esta devoción con perfecta
unanimidad. De tan capital importancia es este punto, que nunca
acabarán los legionarios de grabárselo debidamente en su
mente.
Esta participación unánime del
espíritu mariano es cosa muy delicada, y, como en esto
actúan todos, todos pueden comprometerla: de modo que cada cual
ha de salir fiador de ella como de un sagrado depósito. Si en
esto hay alguna deficiencia, si los legionarios no son como piedras vivas, que
van entrando en la construcción del edificio espiritual (1 Pe. 2, 5), entonces
falla una parte esencial de la estructura de la Legión. Cada
socio que se enfríe en su amor a María será una
piedra caída del edificio; y, si el espíritu general
decayera del primitivo fervor, la Legión vendría a ser no
un refugio, sino una casa en ruinas: no podría ya cobijar a sus
hijos, y mucho menos sería hogar de nobleza y santidad, ni punto
de partida para empresas heroicas.
En cambio, unidos todos como un solo miembro
en el puntual y fervoroso cumplimiento de este deber del servicio
legionario, no solamente se destacará la Legión entre
todas las organizaciones católicas por su ardentísimo
amor a María; estará, además, dotada de
maravillosa unidad de espíritu, de miras y de acción. Es
tan preciosa a los ojos de Dios esta unidad nacida del amor a la
Virgen, que Dios le ha conferido un poder irresistible. Pues, si
sólo a un alma le vienen tan grandes gracias por este camino
real de la devoción a la Madre de Dios, ¿qué no ha
de recibir toda una organización que persevera en
oración con María (Hch.
1, 14), con Aquella que todo lo ha recibido de Dios? Participando -como
participa- con Ella de un mismo espíritu, y entrando tan de
lleno por Ella en el plan divino sobre la distribución de las
gracias, ¿cómo no ha de estar dicha organización
repleta del Espíritu Santo? (Hch. 2, 4), ¿cómo no
va a ser instrumento de muchos
prodigios y señales? (Hch.
2, 43).
"Orando
en medio de los Apóstoles, y amándolos fervorosamente con
su corazón maternal, la Virgen hace bajar al Cenáculo ese
tesoro que, en adelante, enriquecerá siempre a la Iglesia: la
plenitud del Paráclito, la Dádiva suprema de Cristo" (JS).
6. ¡Si María
fuese conocida!
Al sacerdote, que lucha casi desesperadamente
en un mar de indiferencia religiosa, le recomendamos que lea las
siguientes palabras del padre Fáber, entresacadas de su
introducción a La
Verdadera Devoción a María, de San Luis María de
Montfort, fuente perenne de inspiración para la Legión;
porque le darán pie para reflexionar en lo útil que le
puede ser la Legión. Prueba el mencionado padre Fáber que
la triste condición de las almas es efecto de no conocer ni amar
bastante a María: "La devoción que le tenemos es
limitada, mezquina y pobre; no tiene confianza en sí misma. Por
eso no se ama a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se
ensalza a la Iglesia. Almas, que podrían ser santas, se
marchitan y mueren; no se frecuentan los sacramentos como es debido, ni
se evangeliza con entusiasmo y fervor. Jesús está
oscurecido porque María ha quedado en la penumbra. Miles de
almas perecen porque impedimos que se acerque a ellas María. Y
la causa de todas estas funestísimas desgracias, omisiones y
desfallecimientos es esta miserable e indigna caricatura que tenemos la
osadía de llamar "nuestra devoción a la santísima
Virgen". Si hemos de dar fe a las revelaciones de los santos, Dios nos
está urgiendo a que tengamos a su bendita Madre una
devoción más profunda, más amplia, más
robusta; una devoción muy otra de la que hemos tenido hasta el
presente... Pruébelo cada uno por sí mismo, y
quedará atónito al ver las gracias que trae consigo esta
devoción nueva: se obrará en su alma tal
transformación, que no le dejará mucho tiempo en la duda
de su gran eficacia -insospechada antes- como medio de poner a los
hombres en el camino de su salvación y preparar el advenimiento
del Reinado de Cristo".
"A
la Virgen poderosa le es dado aplastar la cabeza de la serpiente
infernal; a las almas unidas a Ella, vencer al pecado. En esto hemos de
poner una fe inquebrantable y una esperanza firme.
Dios está dispuesto a dárnoslo
todo; luego todo depende de nosotros. ¡Y de ti, Madre de Dios!
¡Tú lo recibes todo, y lo atesoras, para hacerlo llegar
hasta nosotros! Sí, todo depende de que se unan los hombres con
Aquella que todo lo recibe de Dios" (Gratry).
7. Manifestar a
María al mundo
Si de tantos prodigios es instrumento la
devoción a María, el principal empeño
tendrá que consistir en aplicar este instrumento, para
manifestar a María al mundo. La Legión está
constituida por seglares, y, por lo tanto, es ilimitada en cuanto al
número de socios, y capaz de abrirse camino en todas partes; por
seglares apóstoles que aman a María con todas sus
fuerzas, y que quieren encender este mismo amor en los demás
corazones, utilizando, para conseguirlo, los múltiples recursos
a su alcance. ¿Quién duda, entonces, de que la
Legión es la organización llamada a realizar tan grande
empresa?
La Legión lleva con indecible orgullo
el bendito nombre de María; como organización tiene sus
más hondos cimientos en una confianza filial, ilimitada, en
María; y da solidez a esos cimientos mediante la
implantación de esta confianza en el corazón de cada uno
de sus miembros; y se sirve luego de éstos como de otros tantos
instrumentos, dotados de perfecta armonía, lealtad y disciplina.
Esta Legión de María no considera presunción, sino
justa medida de confianza, el creer que su organización
constituye -por decirlo así- un mecanismo apostólico que
sólo requiere la dirección de la Autoridad para
conquistar al mundo entero, y ser, en manos de María, un
órgano destinado por Ella a ejercer su función de Madre
de las almas, y perpetuar su eterna misión de aplastar la cabeza
de la Serpiente.
El
que cumple la voluntad de mi Padre del Cielo, es hermano mío y
hermana y madre (Mc.
3, 35). "¡Oh poder de la virtud! ¡A qué alturas no
eleva a los que la practican! En el transcurso de los siglos,
¡cuántas mujeres han envidiado la dicha de la
benditísima Virgen! ¡Cuántas han dicho que, a
cambio de merecer la gracia de tan gloriosa maternidad, hubieran
sacrificado todo, todo! Y, sin embargo, ¿qué les impide a
ellas participar en esa misma maternidad? Aquí el Evangelio
habla de un nuevo parentesco" (San Juan Crisóstomo).
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(Samuel Miranda)