HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA
EPOCA ANTIGUA (SIGLOS I-V)
TERCERA PARTE:
LA REVOLUCION CONSTANTINIANA
CAPÍTULO XXVII
LA EDAD DE TRANSICIÓN:
LOS DESCENDIENTES DE CONSTANTINO
I. El cuadro histórico
Elena Constancio Cloro Teodora
Minervina Constantino I Fausta Constancio Basilina
Crispo
Gallo Juliano
Constantino II Constante Constancio II
Vamos a estudiar un período histórico
entre dos colosos: Constantino y Teodosio. Cada uno de ellos es exponente
de una política religiosa distinta. Eusebio de Cesarea, cronista de
Constantino, presenta al emperador como “representante” de Dios, con una
enorme majestad, tanto sobre los asuntos temporales como sobre la Iglesia.
Sin embargo, san Ambrosio presenta de una manera muy distinta a Teodosio:
es el emperador del servicio, no el patrón, sino el siervo del Imperio,
el cual debe ser religiosísimo en su vida y en la inspiración
de su gobierno.
Nos ocupamos ahora de la época de transición,
la cual comienza a partir de la muerte de Constantino (+337) y termina con
el fin de la dinastía constantiniana, es decir, con la muerte de Juliano
(+363). Por tanto, casi treinta años. Dos grandes figuras ocupan el
papado en estos años: Julio I y Liberio. En este tiempo crecerá
enormemente el prestigio de la cátedra de Pedro43.
Constantino había unificado el Imperio.
Sin embargo, a su muerte, y por voluntad suya, divide el Imperio entre sus
tres hijos —tenidos con Fausta—. El más importante fue Constancio
II, que se encargó de Oriente. Occidente se dividió, a su vez,
entre Constantino II y Constante. Constantino II muere tres años después
en su tentativa de invadir el territorio de su hermano en el norte de Italia,
por lo que quedarán, a partir del 340, un emperador en cada parte
del Imperio. Pasan diez años y muere Constante por una conjura de
palacio, la cual lleva a Magnencio, un oficial del ejército, al trono.
Esto provoca que Constancio marche en el 353 contra el usurpador y lo venza
en la Galia. Hasta el 360 quedará como único emperador de todo
el Imperio.
Constancio II era cristiano, aunque arriano.
Después del 353 cambiará mucho su política religiosa.
Hasta esa fecha había tratado con el papa Julio II; a partir de entonces
tratará con Liberio. Casado con Eusebia, no tenía hijos. Los
únicos parientes cercanos eran unos primos, Gallo y Juliano. Según
Ammiano Marcellino —el historiador pagano que nos habla de la vida de Constancio
y de Juliano—, Constancio era un hombre de gran autocontrol, pero, a la vez,
preso de una densa atmósfera de sospecha, así como de crisis
política y militar. Encomienda sus primos, menores aún, a la
custodia de su abuela paterna, Teodora, en un pueblo de Bitinia, confiando
su educación cristiana a Eusebio de Nicomedia, a la sazón arriano.
Cuando Juliano tiene doce años, el emperador trata de alejarlo a las
montañas de Capadocia, a un pequeño pueblo, siempre bajo control.
Juliano, en el 348, después de un corto período constantinopolitano,
trató de instalarse en Nicomedia, donde fue influido por un rector
pagano, Libanio, uno de los paganos más importantes de entonces. Allí
se enamora del paganismo, especialmente de la filosofía de un neoplatónico,
Máximo de Éfeso. Juliano tenía una inclinación
natural a la interioridad: su rebelión está impregnada de misticismo.
Entretanto, Constancio confía Occidente a Gallo, con
un título menor al suyo; lo envía como césar. Pero su
desconfianza le lleva a matar a su primo al cabo de un año (353-354).
Juliano dirá que él se salvó por fortuna, es más,
por gozar de una predilección especial por parte de la emperatriz
Eusebia —mujer, por otra parte, muy inteligente—. Le mandaron a Atenas —verdadera
cuna del neoplatonismo pagano— a estudiar, lugar donde se reforzó
su paganismo.
Constancio se encuentra con un grave problema
militar: la presión de los persas en Oriente. Es así como conduce
una gran expedición contra Persia. Pero en Occidente los pueblos bárbaros
también comenzaban a hacer presión sobre el limes del Imperio
—en concreto en la Galia, en Tréveris—. ¿Cómo controlar
a la vez Oriente y Occidente? Según Zósimo, la emperatriz trenzó
un discurso muy inteligente: le habló de Juliano, que había
pasado toda su vida entre las letras; si triunfaba en Occidente, a fin y
al cabo la fama iría hacia el emperador; si fracasaba, el emperador
se libraba del peligro de muerte que suponía ir a Occidente; además,
su ingenuidad le impediría tramar nada contra el emperador. Así
es como Constancio envía a Juliano en calidad de césar. Juliano,
consciente de su debilidad y teniendo reciente el recuerdo de la muerte de
su hermano, escribe panegíricos alabando a su primo (años 356
y 358). En el 357 hizo una campaña inteligente y admirable contra
los alamanos, derrotándolos en Estrasburgo; a lo largo del Rhin tenían
continuos éxitos contra los francos. Esto llega a oídos de
Constancio, que ordena enviar a Oriente la parte más consistente de
sus tropas. El ejército se rebela y proclama augusto a Juliano. Es
entonces cuando Juliano escribe una carta a su primo, contándole el
estado de las cosas y cómo se había visto forzado a aceptar
por la rebelión del ejército44. Constancio le escribe una carta
muy dura, que provoca que Juliano marche contra Constancio, pasando por la
Italia del norte y Aquileya, y tomando ciudades a su paso. Escribe varias
cartas al senado y a distintas ciudades, justificando la forma de haber llegado
a emperador por aclamación del ejército45. Constancio también
sale al encuentro de Juliano, pero muere en Cilicia por una enfermedad. Juliano
se encontraba en Naisso cuando se entera de la noticia: era el año
360. En esto ve la providencia del dios Sol, el cual le habría querido
como único emperador.
Desde ese momento Juliano declarará su
fe pagana y comenzará una política religiosa anticristiana.
Quería extender su religión pagana incluso hasta Persia, por
lo que su campaña oriental tendrá también connotaciones
religiosas. Instaló para ello su cuartel general en Antioquía46,
marchando sobre Persia en el 363. Se reveló como un buen general,
y fue conquistando varias ciudades con facilidad, hasta que llegó
al Tigris. Podía cruzar el río y tomar la capital, Tesifonte,
pero se dejó convencer por un persa que le se ofreció para
guiarlo por otro camino; da órdenes para recorrer Persia ocupando
otras ciudades y, después, tomar la capital por sorpresa por otro
lado. En esta expedición pasaron grandes calamidades, todo lo cual
les obliga a retroceder. En la retirada muere misteriosamente Juliano, tras
lo cual, el ejército aclamará a Joviano como emperador. Éste
era cristiano, aunque un personaje un tanto oscuro. Joviano entabla relación
con el emperador persa, cediendo territorios para firmar la paz y volver
a Constantinopla. Pero también muere en el regreso a casa, en el 364.
El ejército aclamará a Valentiniano, justo antes de entrar
en Constantinopla. Con él comienza otro período, el teodosiano.
II. Política religiosa del período de transición
También los hijos de Constantino sostuvieron
el cristianismo. Constancio II, después de la intentona de usurpación
por parte del pagano Magnencio, actuó una serie de medidas antipaganas
al final del 353 y principios del 354. Durante su visita a Roma en el 357
hizo remover el altar de la Victoria del senado. Naturalmente, todo esto
fomentó la animosidad entre los paganos.
La difusión de la fe cristiana, por el
contrario, fue facilitada —sería lentamente y excepción hecha
para el campo—, también entre las clases elevadas. La conversión,
por ejemplo, del famoso rector Mario Vittorino, en torno al 350, será
inmortalizada por Agustín, cuando describe47 el exultante murmullo
de los asistentes: «Vittorino, Vittorino...»
En el primer período de los sucesores
de Constantino, además, se desarrolló la posición jerárquica
privilegiada de Roma: Silvestre era sucedido, después de nueve meses
de pontificado de Marcos, por Julio I (337-352). A él se dirigieron
tanto los discípulos como los adversarios de Atanasio, el cual, después
de retornar a su sede de Alejandría, había sido de nuevo expulsado
por Constancio II en el 339. Por su parte, el papa convocó inmediatamente
un sínodo en Roma en el 340, estableciendo que Atanasio conservase
su cargo episcopal y afirmando que «de Roma debía ser decidido
lo que era justo»; después celebró otro sínodo
en Sérdica en el 342, el cual atribuyó al papa el derecho de
decidir para toda la Iglesia. Atanasio pudo, por diez años (346-356)
dedicarse en Alejandría a una fecunda actividad literaria y pastoral;
es su “decenio de oro”. En el período, en cambio, en que Constancio
está como único reinante, la cuestión de Atanasio causó
al nuevo papa, Liberio (352-366), humillaciones por parte del emperador.
1. Política religiosa de Constancio II
El filocristianismo de Constancio II, de hecho,
no impidió que él se pusiera decididamente de parte del arrianismo.
Le aconsejaba Eusebio de Nicomedia. Con su autoridad llevó la instigación
también entre los obispos de Occidente: lo primero que hizo fue que
éstos condenasen, en los sínodos de Arlés (353) y de
Milán (355), a Atanasio, el cual fue forzado a dejar de nuevo, en
el 356, Alejandría, y refugiarse junto a los monjes del desierto —allí
escribiría la Vida de Antonio, inaugurando la gran tradición
hagiográfica de la Iglesia—. El papa se había abstenido de
aprobar esas decisiones sinodales. Constancio apresó al indómito
Liberio, ya que —anota el historiador Ammiano Marcellino—, «deseaba
ardientemente que el pronunciamiento fuese confirmado por la autoridad superior
del obispo de la Ciudad eterna»; al final exilió a Liberio a
la Tracia, llegando a chantagear su regreso a cambio de la condena de Atanasio
y, comprometiendo para siempre su autoridad moral48; le quiso hacer firmar
la fórmula antinicena; más que firmar una fórmula claramente
arriana, parece que firmó una fórmula de compromiso. Incluso
en el sínodo de Rímini, en el 359, el emperador quiso que fuese
confirmada la retractación de la fórmula nicena. Atanasio,
de todos modos, y con él Hilario de Poitiers —también exiliado
en el 356—, no pudieron irse de la cabeza de Constancio II. A su tenacidad
debemos la maravillosa arquitectura teológica del dogma trinitario49,
así como las premisas “políticas” por las que se tendrá,
ya con Teodosio, el triunfo de la ortodoxia.
Fue también éste el período
de la plena afirmación del monacato. El egipcio Antonio arrastraba
con su ejemplo a muchos hombres a la experiencia eremítica. Mas, ya
antes de que él muriese (356), Pacomio canalizaba en forma más
regular la vida monástica, fundando en Tabennisi, en la Tebaida, un
gran cenobio, y dedicándose hasta su muerte —acaecida antes que la
de Antonio, en el 346— a perfeccionar su organización.
2. Política religiosa de Juliano
Por lo que respecta a Juliano, es notable su
profundo comportamiento anticristiano. Su reinado duró tan sólo
tres años, concluyéndose con él esta edad de transición.
Juliano abjuró del cristianismo50. Su actitud en contra del cristianismo
se concretó en la supresión de las exenciones fiscales para
el clero y en el edicto del 362, con el que se impedía a los cristianos
enseñar gramática y retórica. De todos modos, la persecución
será sin sangre; no será cruenta.
En realidad él nutría la ambición
de formar una especie de Iglesia pagana, organizada sobre el modelo cristiano51.
De hecho, favoreció en todas sus formas el paganismo, y por eso, posiblemente,
quiso que fuese restituido al senado el altar de la Victoria. Cuando un incendio
destruyó el templo de Apolo en Antioquía, Juliano atribuyó
la responsabilidad a los cristianos, e hizo cerrar la iglesia principal de
la ciudad, confiscando las propiedades. Además, intentó reconstruir
el templo de Jerusalén, afrenta gravísima en los alrededores
del Santo Sepulcro, que ya era meta de peregrinaciones, y asunto particularmente
caliente en referencia al tema cristiano de la “destrucción del templo”.
El obispo Cirilo, en un semón, había reclamado la profecía
de Jesús a este propósito, y, cuando después de un incendio
se echó por tierra el proyecto del emperador, exultó en una
carta conmovida y de contenido escatológico.
Sin embargo, con referencia al arrianismo, Juliano
dio la vuelta a la situación anterior. Si tenía antipatía
hacia los cristianos, esta repulsa se centraba especialmente en los arrianos.
Reclamó a Atanasio del exilio y convocó en el 362 el concilio
de Antioquía. Aquí fue confirmada la fórmula nicena
de la única ousia, mas al mismo tiempo fue acogida la confesión
de las tres hipóstasis —personas— sostenida por Basilio. Atanasio,
en el mismo concilio, venció a Basilio cuando se trató de consagrar
obispo de Antioquía, en vez de Melecio —preferido precisamente por
Basilio—, al presbítero Paulino, candidato del patriarca alejandrino.
Juliano, sin embargo, tuvo fastidio por tal éxito de Atanasio y éste
debió dejar la ciudad en el mismo 362.
¿Cuál es el juicio que los contemporáneos
de Juliano tuvieron sobre él? En general podemos decir que todos lo
juzgaron negativamente. Juliano era un intelectual, es más, atraído
por las formas más elevadas del neoplatonismo. Las clases inferiores
—especialmente las rústicas— no habrían podido seguirlo nunca.
Los paganos cultos, por otra parte, sentían repugnancia por el exceso
de sus holocaustos.
Los cristianos, de otro lado, mantuvieron en
los debates con el Apóstata un comportamiento de crítica severa
y de dura protesta: no faltaron, de hecho, las razones de temer que su política
tuviera éxito, y personajes como Juan Crisóstomo, Gregorio
de Nacianzo, Efrén el Sirio..., manifestaron más tarde su satisfacción
por el fracaso de su política.
La desafortunada expedición persa, en
particular, fue punto de mira de la propaganda cristiana. Se sostuvo la total
responsabilidad del emperador y se juzgó como providencial su muerte.
Se buscó también la manera de justificar el obrar del sucesor,
el cristiano Joviano, que habría salvado milagrosamente lo poco salvable.
Del otro lado, los autores paganos —Eutropio, Libanio, Ammiano, Zósimo—
pusieron en evidencia el hecho de que la muerte de Juliano había inaugurado
la etapa de las humillaciones, a partir de aquélla sufrida por Joviano
a causa del deshonroso tratado por él concluido con Sapore. Libanio
levantó hasta la duda de una traición, obrada para dañar
al emperador pagano.