CONGREGACION PARA LA EDUCACION CATOLICA
(para los Seminarios e Institutos de Estudio)
LA ESCUELA CATOLICA
EN LOS UMBRALES DEL TERCER MILENIO
Introducción
1. En los umbrales del tercer milenio la educación y la escuela católicas
se encuentran ante desafíos nuevos lanzados por los contextos socio-cultural,
y político. Se trata en especial de la crisis de valores, que sobre
todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente
propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo,
de relativismo moral y de nihilismo. El profundo pluralismo que impregna
la concienca social, da lugar a diversos comportamientos, en algunos casos
tan antitéticos como para minar cualquier identidad comunitaria. Los
rápidos cambios estructurales, las profundas innovaciones técnicas
y la globalización de la economía repercuten en la vida del
hombre de cualquier parte de la tierra. Contrariamente, pues, a las perspectivas
de desarrollo para todos, se asiste a la acentuación de la diferencia
entre pueblos ricos y pueblos pobres, y a masivas oleadas migratorias de
los países subdesarrollados hacia los desarrollados. Los fenómenos
de la multiculturalidad, y de una sociedad que cada vez es más plurirracial,
pluriétnica y plurirreligiosa, traen consigo enriquecimiento, pero
también nuevos problemas. A esto se añade, en los países
de antigua evangelización, una creciente marginación de la
fe cristiana como referencia y luz para la comprensión verdadera y
convencida de la existencia.
2. En el campo específico de la educación, las funciones se
han ampliado, llegando a ser más complejas y especializadas. Las ciencias
de la educación, anteriormente centradas en el estudio del niño
y en la preparación del maestro, han sido impulsadas a abrirse a las
diversas etapas de la vida, a los diferentes ambientes y situaciones allende
la escuela. Nuevas necesidades han dado fuerza a la exigencia de nuevos contenidos,
de nuevas competencias y de nuevas figuras educativas, además de las
tradicionales. Así educar, hacer escuela en el contexto actual resulta
especialmente difícil.
3. Frente a este panorama, la escuela católica está llamada
a una renovación valiente. La herencia valiosa de una experiencia
secular manifiesta, en efecto, la propia vitalidad sobre todo por la capacidad
para adecuarse sabiamente. Es, por tanto, necesario que también hoy
la escuela católica sepa definirse a sí misma de manera eficaz,
convincente y actual. No se trata de simple adaptación, sino de impulso
misionero: es el deber fundamental de la evangelización, del ir allí
donde el hombre está para que acoja el don de la salvación.
4. Por esto, la Congregación para la Educación Católica,
en estos años de preparación inmediata al gran jubileo del
2000, en la grata concurrencia de cumplirse los treinta años de la
creación de la Oficina para las escuelas(1) y de los veinte años
de la publicación del documento La Escuela Católica, el 19
de marzo de 1977, con el fin de « concentrar la atención sobre
la naturaleza y características de una escuela que quiere definirse
y presentarse como católica »,(2) se dirige, por la presente
carta circular, a cuantos están comprometidos en la educación
escolar, a fin de hacerles llegar una palabra de aliento y de esperanza.
En particular esta carta se propone compartir tanto la satisfacción
por los resultados positivos logrados por la escuela católica, como
sus preocupaciones por las dificultades que encuentra. Además, respaldados
por la enseñanza del Concilio Vaticano II, por las numerosas intervenciones
del Santo Padre, por las Asambleas ordinarias y especiales del Sínodo
de los Obispos, por las Conferencia Episcopales y por la solicitud de los
Ordinarios diocesanos, así como por los Organismos internacionales
católicos con fines educativos y escolares, nos parece oportuno llamar
la atención sobre algunas características fundamentales de
la escuela católica que consideramos importantes para la eficacia
de su labor educativa en la Iglesia y en la sociedad: la escuela católica
como lugar de educación integral de la persona humana a través
de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo;(3) su identidad
eclesial y cultural; su misión de caridad educativa; su servicio social;
su estilo educativo que debe caracterizar a toda su comunidad educativa.
Exitos y dificultades
5. Es con satisfacción que recorremos el camino positivo que la escuela
católica ha trazado en estos últimos decenios. Ante todo, se
debe considerar la ayuda que ella presta a la misión evangelizadora
de la Iglesia en todo el mundo, incluso en aquellas zonas en las que no es
posible otra acción pastoral. Además, la escuela católica,
a pesar de las dificultades, ha querido seguir siendo corresponsable del
desarrollo social y cultural de las diferentes comunidades y pueblos, de
los que forma parte, compartiendo los éxitos y las esperanzas, los
sufrimientos, las dificultades y el esfuerzo para un auténtico progreso
humano y comunitario. En tal contexto, es preciso resaltar la valiosa ayuda
que ella, poniéndose al servicio de los pueblos menos favorecidos,
presta a su progreso espiritual y material. Nos sentimos obligados a reconocer
el impulso dado por la escuela católica a la renovación pedagógica
y didáctica, y el gran esfuerzo prodigado por tantos fieles, sobre
todo por cuantos, consagrados y laicos, viven su función docente como
vocación y auténtico apostolado.(4) En fin, no podemos olvidar
la contribución de la escuela católica a la pastoral de conjunto,
y a la familiar en particular, subrayando al respecto, la prudente labor
de inserción en las dinámicas educativas entre padres e hijos
y, muy especialmente, el apoyo sencillo y profundo, lleno de sensibilidad
y delicadeza, ofrecido a las familias « débiles » o «
rotas », cada vez más numerosas, sobre todo, en los países
desarrollados.
6. La escuela es, indudablemente, encrucijada sensible de las problemáticas
que agitan este inquieto tramo final del milenio. La escuela católica,
de este modo, se ve obligada a relacionarse con adolescentes y jóvenes
que viven las dificultades de los tiempos actuales. Se encuentra con alumnos
que rehuyen el esfuerzo, incapaces de sacrificio e inconstantes y carentes,
comenzando a menudo por aquellos familiares, de modelos válidos a
los que referirse. Hay casos, cada vez más frecuentes, en los que
no sólo son indiferentes o no practicantes, sino faltos de la más
mínima formación religiosa o moral. A esto se añade
en muchos alumnos y en las familias, un sentimiento de apatía por
la formación ética y religiosa, por lo que al fin aquello que
interesa y se exige a la escuela católica es sólo un diploma
o a lo más una instrucción de alto nivel y capacitación
profesional. El clima descrito produce un cierto cansancio pedagógico,
que se suma a la creciente dificultad, en el contexto actual, para hacer
compatible ser profesor con ser educador.
7. Entre las dificultades hay que contar también las situaciones de
orden político, social y cultural que impiden o dificultan la asistencia
a la escuela católica. El drama de la extrema pobreza y del hambre
extendido por el mundo, los conflictos y guerras civiles, el degrado urbano,
la difusión de la criminalidad en las grandes áreas metropolitanas
de tanta ciudades, no permiten la total realización de proyectos formativos
y educativos. En algunas partes del mundo son los propios gobiernos los que
obstaculizan, cuando no impiden de hecho, la acción de la escuela
católica, a pesar del progreso de ideas y prácticas democráticas,
y de una mayor sensibilización por los derechos humanos. Otras dificultades
provienen de problemas económicos. Tal situación repercute
especialmente sobre la escuela católica en aquellos países
que no tienen prevista ninguna ayuda gubernativa para las escuelas no estatales.
Esto hace que la carga económica de las familias que no eligen la
escuela estatal, sea casi insostenible, y compromete seriamente la misma
supervivencia de las escuelas. Además, las dificultades económicas,
a más de incidir sobre la contratación y sobre la continuidad
de la presencia de los educadores, pueden hacer que los que no tienen medios
económicos suficientes, no puedan frecuentar la escuela católica,
provocando, de este modo, una selección de alumnos, que hace perder
a la escuela católica una de sus características fundamentales,
la de ser una escuela para todos.
Mirando al futuro
8. La mirada dirigida a los éxitos y a las dificultades de la escuela
católica, sin pretender tratar cabalmente su amplitud y profundidad,
nos mueve a reflexionar sobre la ayuda que ella puede prestar a la formación
de las nuevas generaciones en los umbrales del tercer milenio, consciente
de que, como escribe Juan Pablo II, « el futuro del mundo y de la Iglesia
pertenece a las nuevas generaciones que, nacidas en este siglo, alcanzarán
la madurez en el próximo, el primero del nuevo milenio ».(5)
La escuela católica, por tanto, debe estar en condiciones de proporcionar
a los jóvenes los medios aptos para encontrar puesto en una sociedad
fuertemente caracterizada por conocimientos técnicos y científicos,
pero al mismo tiempo, diremos ante todo, debe poder darles una sólida
formación orientada cristianamente. Por esto, estamos convencidos
de que para hacer de la escuela católica un instrumento educativo
en el mundo de hoy, sea preciso reforzar algunas de sus características
fundamentales.
La persona y su educación
9. La escuela católica se configura como escuela para la persona y
de las personas. « La persona de cada uno, en sus necesidades materiales
y espirituales, es el centro del magisterio de Jesús: por esto el
fin de la escuela católica es la promoción de la persona humana
».(6) Tal afirmación, poniendo en evidencia la relación
del hombre con Cristo, recuerda que en su persona se encuentra la plenitud
de la verdad sobre el hombre. Por esto, la escuela católica, empeñándose
en promover al hombre integral, lo hace, obedeciendo a la solicitud de la
Iglesia, consciente de que todos los valores humanos encuentran su plena
realización y, también su unidad, en Cristo.(7) Este conocimiento
manifiesta que la persona ocupa el centro en el proyecto educativo de la
escuela católica, refuerza su compromiso educativo y la hace idónea
para formar personalidades fuertes.
10. El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar «
el valor educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente
su razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico
apostolado ».(8) En efecto, si es cierto que en los últimos
años se ha prestado mayor atención y ha crecido la sensibilidad
por parte de la opinión pública, de los organismos internacionales
y de los gobiernos hacia los problemas de la escuela y de la educación,
también hay que señalar una extendida reducción de la
educación a los aspectos meramente técnicos y funcionales.
Las mismas ciencias pedagógicas y educativas aparecen más centradas
en los espectos del reconocimiento fenomenológico y de la práctica
educativa, que no en aquéllos del valor propiamente educativo, centrado
sobre los valores y perspectivas de profundo significado. La fragmentación
de la educación, la ambigüedad de los valores, a los que frecuentemente
se alude obteniendo amplio y fácil consenso, a precio, sin embargo,
de un peligroso ofuscamiento de los contenidos, tienden a encerrar la escuela
en un presunto neutralismo, que debilita el potencial educativo y que repercute
negativamente sobre la formación de los alumnos. Se quiere olvidar
que la educación presupone y comporta siempre una determinada concepción
del hombre y de la vida. La pretendida neutralidad de la escuela, conlleva,
las más de las veces, la práctica desaparición, del
campo de la cultura y de la educación, de la referencia religiosa.
Un correcto planteamiento pedagógico está llamado, por el contrario,
a situarse en el campo más decisivo de los fines, a ocuparse no sólo
del « cómo », sino también del « porqué
», a superar el equívoco de una educación aséptica,
a devolver al proceso educativo aquella unidad que impide la dispersión
por las varias ramas del saber y del aprendizaje, y que mantiene en el centro
a la persona en su compleja identidad, trascendental e histórica.
La escuela católica, con su proyecto educativo inspirado en el Evangelio,
está llamada a recoger este desafío y a darle respuesta con
la convicción de que « el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado »(9).
La escuela católica en el corazón de la Iglesia
11. La complejidad del mundo contemporáneo nos convence de cuán
necesario sea dar peso a la conciencia de la identidad eclesial de la escuela
católica. De la identidad católica, en efecto, nacen los rasgos
peculiares de la escuela católica, que se « estructura »
como sujeto eclesial, lugar de auténtica y específica acción
pastoral. Ella comparte la misión evangelizadora de la Iglesia, y
es lugar privilegiado en el que se realiza la educación cristiana.
En este sentido, « las escuelas católicas son al mismo tiempo
lugares de evangelización, de educación integral, de inculturación
y de aprendizaje de un diálogo vital entre jóvenes de religiones
y de ambientes sociales diferentes ».(10) La eclesialidad de la escuela
católica está, pues, escrita en el corazón mismo de
su identidad de institución escolar. Ella es verdadero y propio sujeto
eclesial en razón de su acción escolar, « en la que se
funden armónicamente fe, cultura y vida ».(11) Es preciso, por
tanto, reafirmar con fuerza que la dimensión eclesial no constituye
una característica yuxtapuesta, sino que es cualidad propia y específica,
carácter distintivo que impregna y anima cada momento de su acción
educativa, parte fundamental de su misma identidad y punto central de su
misión.(12) La promoción de tal dimensión es el objetivo
de cada uno de los elementos que integran la comunidad educativa.
12. En virtud, pues, de su identidad la escuela católica es lugar
de experiencia eclesial, de la que la comunidad cristiana es la matriz. En
este contexto se recuerda que ella realiza la propia vocación de ser
experiencia verdadera de Iglesia sólo si se sitúa dentro de
una pastoral orgánica de la comunidad cristiana. De modo muy particular
la escuela católica permite encontrar a los jóvenes en un ambiente
favorable a la formación cristiana. No obstante, es preciso señalar
que, en ciertos casos, la escuela católica no es sentida como parte
integrante de la realidad pastoral: a veces, se la considera extraña,
o casi, a la comunidad. Es urgente, por tanto, promover una nueva sensibilidad
en las comunidades parroquiales y diocesanas para que se sientan llamadas
en primera persona, a responsabilizarse de la educación y de la escuela.
13. En la historia eclesial se tiene a la escuela católica sobre todo
como manifestación de Institutos religiosos, los cuales, por carisma
religioso o por expresa dedicación, se han entregado a ella generosamente.
En los momentos actuales tampoco escasean las dificultades debidas, unas,
a la preocupante disminución numérica, y otras, a la subrepticia
difusión de graves incompresiones, que pueden inducir al abandono
de la misión educativa. Por esto, viene separado, por una parte, el
empeño escolar de la acción pastoral, mientras que por otra,
la actividad concreta encuentra dificultad en compaginarse con las exigencias
específicas de la vida religiosa. Las intuiciones fecundas de los
santos Fundadores demuestran mejor y más radicalmente que cualquier
otro razonamiento, la falta de fundamento y lo precario de tales afirmaciones.
Nos parece, pues, oportuno recordar que la presencia de los consagrados en
la comunidad educativa es indispensable porque ellos « están
en condiciones de llevar acabo una acción educativa particularmente
eficaz »,(13) y son ejemplo de cómo « darse » sin
reservas y gratuitamente al servicio de los otros en el espíritu de
la consagración religiosa. La presencia contemporánea de religiosas
y religiosos, y también de sacerdotes y de laicos, ofrece a los alumnos
« una imagen viva de la Iglesia y hace más fácil el conocimiento
de sus riquezas ».(14)
Identidad cultural de la escuela católica
14. De la naturaleza de la escuela católica deriva también
uno de los elementos más expresivos de la originalidad de su proyecto
educativo: la síntesis entre cultura y fe. En efecto, el saber, considerado
en la perspectiva de la fe, llega a ser sabiduría y visión
de vida. El esfuerzo para conjugar razón y fe, llegado a ser el alma
de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y coordina, haciendo
emerger en el interior mismo del saber escolar, la visión cristiana
del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia. En el proyecto educativo
de la escuela católica no existe, por tanto, separación entre
momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del
concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta sólo
un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y verdades
que descubrir.(15) Todo esto, exige un ambiente caracterizado por la búsqueda
de la verdad, en el que los educadores, competentes, covencidos y coherentes,
maestros de saber y de vida, sean imágenes, imperfectas desde luego,
pero no desbaídas del único Maestro. En esta perspectiva, en
el proyecto educativo cristiano todas las disciplinas contribuyen, con su
saber específico y propio, a la formación de personalidades
maduras.
« El cuidado de la instrucción es amor » (Sab 6,17)
15. En la dimensión eclesial se fundamenta también la característica
de la escuela católica como escuela para todos, con especial atención
hacia los más débiles. La historia ha visto surgir la mayor
parte de las instituciones educativas escolares católicas como respuesta
a las necesidades de los sectores menos favorecidos desde el punto de vista
social y económico. No es una novedad afirmar que las escuelas católicas
nacieron de una profunda caridad educativa hacia los niños y jóvenes
abandonados a sí mismos y privados de cualquier forma de educación.
En muchas partes del mundo, todavía hoy, es la probreza material la
que impide que muchos niños y jóvenes sean instruidos y que
reciban una adecuada formación humana y cristiana. En otras, son nuevas
pobrezas las que interpelan a la escuela católica, la que, como en
tiempos pasados, puede encontrarse con incomprensiones, recelos y carente
de medios. Las pobres muchachas que en el siglo XV eran instruidas por las
Ursulinas, los muchachos que Calasanz veía correr y alborotar por
las calles romanas, o que La Salle encontraba en los pueblos de Francia,
o que Don Bosco acogía, los podemos encontrar hoy en aquellos que
han perdido el sentido auténtico de la vida y carecen de todo impulso
por un ideal, a los que no se les proponen valores y desconocen totalmente
la belleza de la fe, que tienen a sus espaldas familias rotas e incapaces
de amor, viven a menudo situaciones de penuria material y espiritual, son
esclavos de los nuevos ídolos de una sociedad, que, no raramente,
les presenta un futuro de desocupación y marginación. A estos
nuevos pobres dirige con espíritu de amor su atención la escuela
católica. En tal sentido, ella, nacida del deseo de ofrecer a todos,
en especial a los más pobres y marginados, la posibilidad de instruirse,
de capacitarse profesionalmente y de formarse humana y cristianamente, puede
y debe encontrar, en el contexto de las viejas y nuevas pobrezas, aquella
original síntesis de pasión y de amor educativos, expresión
del amor de Cristo por los pobres, los pequeños, por las multitudes
en busca de la verdad.
La escuela católica al servicio de la sociedad
16. La escuela católica no debe ser considerada separadamente de las
otras instituciones educativas y gestionada como cuerpo aparte, sino que
debe relacionarse con el mundo de la política, de la economía,
de la cultura y con la sociedad en su complejidad. Concierne, por tanto,
a la escuela católica afrontar con decisión la nueva situación
cultural, presentarse como instancia crítica de proyectos educativos
parciales, modelo y estímulo para otras instituciones educativas,
hacerse avanzadilla de la preocupación educativa de la comunidad eclesial.
De este modo se pone de manifiesto claramente el rol público de la
escuela católica, que no nace como iniciativa privada, sino como expresión
de la realidad eclesial, por su naturaleza revestida de carácter público.
Ella desarrolla un servicio de utilidad pública y, aunque siendo clara
y manifiestamente configurada según la perspectiva de la fe católica,
no está reservada a solo los católicos, sino abierta a todos
los que demuestren apreciar y compartir una propuesta educativa cualificada.
Esta dimensión de apertura, es especialmente evidente en los países
de mayoría no cristiana y en vía de desarrollo, en los que
desde siempre las escuelas católicas son, sin discriminación
alguna, promotoras de progreso social y de promoción de la persona.(16)
Las instituciones escolares católicas, además, al igual que
las escuelas estatales, desarrollan una función pública, garantizando
con su presencia el pluralismo cultural y educativo, y sobre todo la libertad
y el derecho de la familia a ver realizada la orientación educativa
que desean dar a la formación de los propios hijos.(17)
17. En esta perspectiva, la escuela católica establece un diálogo
sereno y constructivo con los Estados y con la comunidad civil. El diálogo
y la colaboración deben basarse en el mutuo respeto, en el reconocimiento
recíproco del propio rol y en el servicio común al hombre.
Para llevar a cabo esto, la escuela católica se integra de buen grado
en los planes escolares y cumple la legislación de cada país,
siempre que éstos sean respetuosos de los derechos fundamentales de
la persona, comenzando del respeto a la vida y a la libertad religiosa. La
relación correcta entre Estado y escuela, no sólo católica,
se establece a partir no tanto de las relaciones institucionales, cuanto
del derecho de la persona a recibir una educación adecuada, según
una libre opción. Derecho al que se responde según el principio
de la subsidiaridad.(18) En efecto, « el poder público, a quien
corresponde amparar y defender las libertades de los ciudadanos, atendiendo
a la justicia distributiva, debe procurar distribuir los subsidios públicos
de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según
su propia conciencia, las escuelas para sus hijos ».(19) En el marco
no sólo de la proclamación formal, sino del efectivo ejercicio
de este derecho fundamental del hombre se pone, en algunos países,
el problema crucial del reconocimiento jurídico y financiero de la
escuela no estatal. Hacemos nuestro el deseo recientemente expresado una
vez más por Juan Pablo II, de que en todos los países democráticos
« se ponga en práctica una verdadera igualdad para las escuelas
no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo ».(20)
Estilo educativo de la comunidad educadora
18. Terminando ya esta carta, quisiéramos pararnos brevemente en el
estilo y en el rol de la comunidad educativa constituida por el encuentro
y la colaboración de los diversos estamentos: alumnos, padres, docentes,
entidad promotora y personal no docente.(21) A este propósito se llama
justamente la atención sobre la importancia del clima y del estilo
de las relaciones. A lo largo de la etapa evolutiva del alumno son necesarias
relaciones personales con educadores significativos, y las mismas enseñanzas
tienen mayor incidencia en la formación del estudiante si van impartidas
en un contexto de compromiso personal, de reciprocidad auténtica,
de coherencia en las actitudes, estilos y comportamientos diarios. En esta
perspectiva se promueve, en la también necesaria salvaguardia de los
respectivos roles, la figura de la escuela como comunidad, que es uno de
los enriquecimientos de la institución escolar de nuestro tiempo.(22)
Además, es preciso recordar, en sintonía con el Concilio Vaticano
II,(23) que la dimensión comunitaria de la escuela católica
no es una mera categoría sociológica, sino que tiene también
un fundamento teológico. La comunidad educativa, considerada en su
conjunto, está, por lo tanto, llamada a promover un tipo de escuela
que sea lugar de formación integral mediante la relación interpersonal.
19. En la escuela católica « los educadores cristianos, como
personas y como comunidad, son los primeros responsables en crear el peculiar
estilo cristiano ».(24) La docencia es una actividad de extraordinario
peso moral, una de las más altas y creativas del hombre: el docente,
en efecto, no escribe sobre materia inerte, sino sobre el alma misma de los
hombres. Adquiere, por esto, un valor de extrema importancia la relación
personal entre educador y alumno, que no se limite a un simple dar y recibir.
Además, se ha de ser cada vez más consciente de que los docentes
y educadores viven una específica vocación cristiana y una
otro tanto específica participación en la misión de
la Iglesia y « que de ellos depende, sobre todo, el que las escuelas
católicas puedan realizan sus propósitos e iniciativas ».(25)
20. En la comunidad educativa, los padres, primeros y naturales responsables
de la educación de los hijos, tienen un rol de especial importancia.
Por desgracia, hoy se va extendiendo la tendencia a delegar este deber primero.
De ahí que se haga necesario no sólo dar impulso a las iniciativas
que inciten al compromiso, sino que ofrezcan una ayuda concreta y adecuada,
y comprometan a las familias en el proyecto educativo(26) de la escuela católica.
Objetivo constante de la formación escolar es, por tanto, el encuentro
y el diálogo con los padres y las familias, que se ven favorecidos
también a través de la promoción de las asociaciones
de padres, para establecer, con su insubstituible aporte, aquella personalización
educativa que hace eficaz el proceso educativo.
Conclusión
21. El Santo Padre, con una sugestiva expresión, indicó cómo
el hombre sea el camino de Cristo y de la Iglesia.(27) Tal camino no puede
ser extraño a los pasos de los evangelizadores, que al recorrerlo
sienten la urgencia del desafío educativo. El compromiso en la escuela
resulta ser, de este modo, tarea insubstituible; más aún, el
empleo de personas y de medios en la escuela católica llega a ser
opción profética. También en los umbrales del tercer
milenio sentimos fuertemente lo que la Iglesia, en aquel « Pentecostés
» que fue el Concilio Vaticano II, afirmó de la escuela católica,
que « siendo tan útil para cumplir la misión del pueblo
de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad
humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también
en los momentos actuales ».(28)
Prot. N. 29096
Roma, 28 de diciembre de 1997, fiesta de la Sagrada Familia
Pio Card. Laghi
Prefecto
Jose Saraiva Martins
Arzobispo tit. de Tubúrnica
Secretario
(1) La Sagrada Congregación para la Educación Católica,
nuevo nombre de la Sagrada Congregación de los Seminarios y de las
Universidades, por la Constitución Apostólica Regimini ecclesiæ
universæ, publicada el 15 de agosto de 1967, que entró en vigor
el 1 de marzo de 1968 (AAS, LIX [1967] pp. 885-928), era estructurada en
tres oficinas. Con tal reordenamiento fue creada la Oficina para las escuelas
católicas, con el fin de « desarrollar posteriormente »
los principios fundamentales de la educación, sobre todo en las escuelas
(cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, Introducción).
(2) S. Congregación para la Educación Católica, La escuela
católica, n. 2.
(3) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica,
La escuela católica, n. 34.
(4) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.
(5) Juan Pablo II, Carta Apost. Tertio millennio adveniente, n. 58.
(6) Cfr. Juan Pablo II, Discurso al I Convenio Nacional de la Escuela Católica
en Italia, « L'Osservatore Romano », 24XI1991, p. 4.
(7) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica,
La escuela católica, n. 35.
(8) S. Congregación para la Educación Católica, La escuela
católica, n. 3.
(9) Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes, n. 22.
(10) Juan Pablo II, Exh. Apost. Ecclesia in Africa, n. 102.
(11) Congregación para la Educación Católica, Dimensión
religiosa de la educación en la escuela católica, n. 34.
(12) Cfr. Congregación para la Educación Católica, Dimensión
religiosa de la educación en la escuela católica, n. 33.
(13) Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, n. 96.
(14) Juan Pablo II, Exh. Apost. Christifideles laici, n. 62.
(15) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica,
La escuela católica, n. 39.
(16) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana
Gravissimum educationis, n. 9.
(17) Cfr. Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 5.
(18) Cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40; cfr. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Inst. Libertatis conscientia, n. 94.
(19) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimun
educationis, n. 6.
(20) Juan Pablo II, Carta al Prepósito General de los Escolapios,
« L'Osservatore Romano », 28VI1997, p. 5.
(21) S. Congregación para la Educación Católica, El
laico católico testigo de la fe en la escuela, n. 22.
(22) Cfr. Ibid.
(23) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana
Gravissimum educationis, n. 8.
(24) Congregación para la Educación Católica, Dimensión
religiosa de la educación en la escuela católica, n. 26.
(25) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.
(26) Cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40.
(27) Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptor hominis, n. 14.
(28) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.