CAPITULO V
LA OBRA DEL APÓSTOL PABLO
Eran necesario un terremoto para que el judeo-cristianismo
reconociese que era necesario anunciar al mundo pagano la salvación
obrada por Jesucristo: tan fuerte era aún la conciencia de la elección
de los israelitas. La primera aceptación de un pagano en la comunidad
de los creyentes, el bautismo del eunuco etíope, administrado por
Felipe (Hch. 8, 26-39) no parece haber causado una toma de posición
por parte de la comunidad primitiva. Sin embargo, fue fortísimo el
eco producido por el bautismo del centurión Cornelio y su familia,
en Cesarea (Hch. 10, 1-11). Pedro, que había decidido dar el paso,
tuvo que dar cuentas ante la comunidad, y sólo el reclamo a la orden
recibida de Dios hizo que los judeo-cristianos aceptaran lo que había
sucedido. Sin embargo, esto no hizo que se siguiera inmediatamente una mayor
actividad misionera entre los gentiles.
El impulso decisivo en esta dirección vino de un grupo
de judeo-cristianos helenistas originarios de Chipre y de la Cirenaica, que
abandonaron Jerusalén tras la muerte de Esteban, dirigiéndose
a Antioquía, donde convirtieron a un gran número (Hch. 11,
19 ss.). Esta importante nueva comunidad puso alerta a la Iglesia de Jerusalén,
que mandó a Bernabé a comprobar la situación. Bernabé,
procedente de la diáspora judía de Chipre, estaba libre de
prejuicios para poder evaluar: aprobó la acogida de los griegos en
la iglesia, y se formó una idea que tendría consecuencias históricas
para el mundo: que en este lugar debería predicar Saulo-Pablo de Tarso,
que tras su conversión a Cristo se había retirado a su patria.
La comunidad antioquena se consolidó; sus miembros recibieron, por
primera vez, el nombre de "cristianos" (Hch. 11, 22-26).
1.- El camino religioso del apóstol Pablo.
Pablo era originario de la diáspora judía, natural
de Tarso de Cilicia, ciudadano romano. Para su apostolado será importantísimo
el hecho de que durante su juventud hubiera conocido el mundo helenístico
y el griego de la koiné. Su familia era judía observante, con
un rigorismo propio de los fariseos, a los que pertenecía. Pablo vino
a Jerusalén, para formarse como doctor de la Ley en la escuela de
Gamaliel. Participó ardientemente en la persecución de los
seguidores de Cristo en Jerusalén, participando en la lapidación
de Esteban.
El convertirse de perseguidor en ardiente seguidor de Cristo se debió,
según los Hch., a una aparición de Jesús en el camino
de Damasco. Tras el bautismo y una breve estancia en la Arabia nabatea, Pablo
comenzó a anunciar en las sinagogas de Damasco y más tarde
en Jerusalén el mensaje de su vida: "Jesús es el Mesías
y el Hijo de Dios" (Hch. 9, 20.22.26-29). En ambos sitios encontró
gran oposición, que hizo temer por su vida; se retiró a Tarso,
donde reflexionó sobre la predicación que se sentía
llamado a realizar. Tras algunos años de silencio, volvió a
Antioquía, comprendiendo que su acción debía dirigirse
a los paganos, los cuales, como los judíos, podían encontrar
su salvación sólo en Jesucristo.
2.- La misión paulina.
Pablo vio ante sí, como campo de misión, el Imperio
Romano, con hombres unificados por una misma cultura y una misma lengua (Koiné).
Aún guiado por el Espíritu Santo, hay que admitir un plan de
misión pensado y seguido por él. Sus viajes misioneros vienen
preparados en una misión-base: Antioquía, para el período
anterior al Concilio de los Apóstoles, donde fue sostenido por aquella
comunidad, llevando como compañeros y colaboradores a Bernabé
y Juan Marcos.
El método misionero paulino partía de las sinagogas
de la ciudad que se tratase, donde se encontraban los judíos de la
diáspora, los prosélitos y los temerosos de Dios. La patrulla
misionera fue primero a Chipre, misionando en Salamina; después pasó
al Asia Menor (Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe de Licaonia
y Perge de Panfilia). Pablo suscitaba irremediablemente la discusión,
encontrando acogida o rechazo; la mayoría de los judíos de
la diáspora rechazó el nuevo mensaje, mientras que la mayoría
de las conversiones venía de parte de los prosélitos y de los
temerosos de Dios. En la mayoría de las ciudades donde misionaron,
surgieron comunidades cristianas, para las que se nombraron jefes. Este era
el plan de Pablo: una vez fundadas comunidades en ciudades de cierta importancia,
deberían ser ellas las que continuaran en el lugar la tarea de evangelización.
Pablo, conforme a su profunda intuición teológica
sobre la liberación del vínculo de la Ley, traída por
Cristo como Hijo de Dios, no había impuesto a las comunidades del
Asia Menor, provenientes del paganismo, ni la circuncisión ni la observancia
de otras prescripciones rituales judías. Esto trajo el rechazo de
una corriente judeocristiana: los judaizantes, que pretendían que
la circuncisión fuera una condición esencial para la salvación.
La gran envergadura que alcanzó el problema, motivó el "Concilio
de los Apóstoles", aunque siempre tendrá que luchar por esta
convicción, y los judaizantes tratarán de marginarlo y de arrebatarle
el consenso de las comunidades por él fundadas.
La segunda fase del trabajo de Pablo se desarrolla en las provincias
de Macedonia, Acaya y Asia Proconsular, en el corazón mismo del helenismo.
En vez de Bernabé, ahora le acompañará Silas, y más
tarde Timoteo. En Filipos encontraron muy pronto adhesiones, formando un
primer núcleo de la que será una comunidad floreciente. Predica
en las sinagogas de Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto; en esta última
ciudad, Pablo se detiene un año y medio, convirtiéndose en
centro misionero. Serían los años 51-52 o 52-53. De allí
pasó a Éfeso, y de Éfeso a Palestina.
En el verano del año 54 Pablo se traslada a Éfeso,
donde morará durante dos años; será su nuevo centro
de misión. La comunidad efesia se separó rápidamente
de la sinagoga. Pablo tuvo graves problemas con los vendedores de imágenes
de Diana. En Éfeso escribió las cartas a los Gálatas
y 1 Corintios. En el otoño del 57 Pablo marchó a Macedonia
y Grecia, después a Tróade y Corintio (donde escribió
la carta a los Romanos, anunciando su intención de visitarlos, después
de ir a España). Marcha por tierra a Macedonia, pasa por Tróade,
Mileto, y llega a Jerusalén. Allí le espera un giro crucial
para su misión: en el Templo es reconocido por algunos judíos
de la diáspora, que intentan asesinarlo; la guardia romana lo salva,
y es trasladado a Cesarea, y de allí a Roma, ya que se había
apelado al Cesar: allí, continúa su labor misionera.
Los Hechos callan sobre la suerte posterior de Pablo. Muchas
razones hacen pensar que su proceso acabó con la absolución,
y que pudo realizar su proyecto de viaje a España (como sugiere la
1 Clem., 5,7), e incluso que volviera al oriente helenístico. Una
segunda prisión romana le llevó al martirio, bajo Nerón.
3.- La organización de las comunidades paulinas.
Las fuentes de que se dispone hacen imposible al historiador
abrazar toda la realidad de la organización de las comunidades paulinas.
No hay ningún escrito de estas comunidades que hable de este tema.
Los Hechos no tratan el tema. Las cartas de san Pablo ofrecen sólo
algunos datos esporádicos.
La organización es sui generis, no comparable a los
estatutos de una corporación pagana; el orden se basa sobre el fundamento
sobrenatural sobre el que la Iglesia sabe que ha sido fundada, o sea, su
Señor, que es quien dirige su Iglesia a través de su Espíritu.
Es el Espíritu quien hace crecer la joven Iglesia, dirige a Pablo
en su camino misionero, da éxito a su actividad, crea el orden de
la vida comunitaria, se sirve, como de instrumentos, de algunos miembros
de la comunidad que asumen deberes especiales que sirven a este orden y organización.
En este orden, su fundador, Pablo, ocupa un puesto único,
que tiene su última motivación en su inmediata llamada a ser
apóstol de las Gentes. El es consciente de tener autoridad y plenos
poderes para ello, tomando decisiones que vinculan a su comunidad; Pablo
es para sus comunidades la máxima autoridad como maestro, como juez
y legislador: es el vértice de un orden jerárquico.
En este orden jerárquico aparecen hombres dedicados
a la asistencia de los pobres o a dirigir el culto; a sus disposiciones deben
someterse los otros miembros de la comunidad (1Cor. 6,15 s.) Los que tienen
estos cargos son llamados "ancianos, presbíteros", "episcopoi" (=que
deben regir la Iglesia de Dios como pastores con su rebaño, Hch. 20,
17.28). En Filipenses se nombra también a los diáconos.
Junto a los miembros de la jerarquía, se encuentran en las com. paulinas
los carismáticos, cuya función es substancialmente diversa:
sus dones, especialmente la profecía y la glosolalia, son dados directamente
por el Espíritu a cada persona. Los carismáticos intervienen
en las reuniones cultuales con sus discursos proféticos y sus acciones
de gracias llenas de fervor, infunden entusiasmo a los seguidores de la nueva
fe. Esto trae algunos problemas: algunos llegan a sobrevalorar su propia
fe, y Pablo tiene que intervenir (1 Cor.14).
Las comunidades paulinas no se consideran independientes las
unas de las otras; un cierto nexo se había construido ya con la persona
de su fundador. Este les había inculcado el fuerte ligamen que les
unía con la comunidad de Jerusalén. Pablo era consciente de
que todos los bautizados de todas las iglesias constituyen el "único
Israel de Dios" (Gal. 6, 16), que son miembros de un único cuerpo
(1Cor. 12,27), la iglesia formada por judíos y gentiles (Ef. 2, 13.17).
4.- La vida religiosa en las comunidades paulinas.
La vida religiosa en las comunidades paulinas tiene su
centro en la fe en el Señor glorificado, que confiere tanto a su culto
como a su vida religiosa cotidiana la impronta decisiva. Esto correspondía
a la predicación de Pablo, en cuyo centró está y debe
estar Cristo. La predicación relativa a Cristo debe ser aceptada con
real fe, de lo que depende la salvación. Esta fe en el Kyrios, incluye
el convencimiento de que en él habita corporalmente la plenitud de
la divinidad.
A la comunión de los creyentes en el Señor se
es acogido mediante el bautismo, que hace eficaz la muerte expiatoria que
Jesús tomó sobre sí por nuestros pecados (1Cor. 15,3).
Con el bautismo se renace a una nueva vida: esta convicción hace que
el bautismo tenga un puesto esencial en el culto del cristianismo paulino.
Los fieles se reunían en "el primer día de la
semana" (Hch. 20,7): se abandona el sábado, se reúnen en sus
casas privadas, se produce una separación cultual con el judaísmo.
Se cantan himnos de alabanza y salmos, con los que se expresa la alabanza
al Padre en el nombre del Señor Jesucristo (Ef. 5, 18).
Núcleo central del culto es la celebración eucarística,
la cena del Señor. Particulares sobre su celebración no se
encuentran en san Pablo: se une a una comida que debe reforzar la íntima
cohesión de los fieles, pero en que infelizmente, en algunas ocasiones,
se ostentaba la diferencia social entre los miembros de la comunidad. La
fractio panis se presenta como la real participación del cuerpo y
la sangre del Señor, sacrificio incomparablemente mayor que los del
Antiguo Testamento; es prenda de la comunión definitiva con él,
que se realizará en la segunda venida, que es ardientemente deseada
como muestra la exclamación de la comunidad en el banquete eucarístico:
Maranà-tha.
La asamblea comunitaria era también la sede en que se
predicaba la salvación: los contenidos de esta predicación
era una instrucción sobre lo que los apóstoles habían
enseñado sobre el Crucificado y Resucitado, el deber de los fieles
de alabar al Padre, y perseverar en la espera de la vuelta del Señor,
ayudándose mutuamente con la caridad fraterna.
El contacto con el mundo pagano, exigía que las comunidades
nacientes ejercitaran una ascesis y autodisciplina mayores aún que
las del judaísmo de la diáspora. Que hubiera faltas dentro
de las comunidades, lo revela el hecho de las continuas amonestaciones de
Pablo en sus cartas. A la muerte del apóstol, en el mundo helenístico
había una red de células cristianas cuya vitalidad aseguró
la ulterior propagación de la fe cristiana.