CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado
seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese
hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también
como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre
bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce
diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos
crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados
a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por
el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad
que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.
Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto»
(Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro
propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire
es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando
al filo de una crisis nuclear, el santo Papa Juan XXIII escribió una
encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una guerra, sino
que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem
in terris a todo el «mundo católico », pero agregaba «y
a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al deterioro
ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta.
En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros
de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía
pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo
con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato
Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica,
presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática
» de la actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una
explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el
riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación
»[2].También habló a la FAO sobre la posibilidad de una
«catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión
de la civilización industrial», subrayando la «urgencia
y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad»,
porque «los progresos científicos más extraordinarios,
las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico
más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés
cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser
humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural,
sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5].
Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar
las condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6].
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no
sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia
vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación.
Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos
en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo,
las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El
auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone
el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención
al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua
conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad
de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre
la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar
las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial
y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar
el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede
ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro
de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida,
la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente,
«la degradación de la naturaleza está estrechamente unida
a la cultura que modela la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto
nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas
producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente
social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal,
es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen
nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se
olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se
crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu
y voluntad, pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación,
nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada
«donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el
conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo
para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no
reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo
nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables
científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales
que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero
no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica,
otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones–
han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión
sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo
destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca
Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de
la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad
de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta,
porque, «en la medida en que todos generamos pequeños daños
ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución
–pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de
la creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado
repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer
los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan
la diversidad biológica en la creación divina; que los seres
humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático,
desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas;
que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos
son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre
las raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales,
que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica
sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos
sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio,
de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir,
en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar.
Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita
el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17].
Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el mundo
como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con
el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción
que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle
contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta
en el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello
que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración
en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco
es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una
ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el
santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología,
amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó
una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los
más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría,
su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y
un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía
con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se
advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por
la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y
la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral
requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las
matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de
lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada
vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños
animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las
demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo
lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar
al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su
reacción era mucho más que una valoración intelectual
o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura
era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se
sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san
Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura
al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las
criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de
hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como
un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que
determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente
sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje
de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo,
nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses
inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo
que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo.
La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente
exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad
en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer
la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y
nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de
la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía
al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen
visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación
del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento
siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las
hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su
pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más
que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa
alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye
la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda
de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden
cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su
proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.
Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más
variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar
la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial
quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas
de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del
mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo
es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis
del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el
modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación
que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus
raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento
ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado
numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización.
Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis
ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos,
sino también por la falta de interés de los demás. Las
actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes,
van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación
cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos
una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica,
«se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar
el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22].
Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación,
cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio
social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la
hermosura del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré
un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica,
con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica
actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar
una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a
continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones
que se desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de
procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego
intentaré llegar a las raíces de la actual situación,
de manera que no miremos sólo los síntomas sino también
las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología
que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser
humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz
de esa reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias
de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros
como a la política internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido
de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo, propondré
algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro
de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología
específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones
importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente
con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la
íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta,
la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica
al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología,
la invitación a buscar otros modos de entender la economía y
el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología,
la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de
la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta
de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino
que son constantemente replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación
de la humanidad y del mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si
no se presentan nuevamente a partir de una confrontación con el contexto
actual, en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad.
Por eso, antes de reconocer cómo la fe aporta nuevas motivaciones y
exigencias frente al mundo del cual formamos parte, propongo detenernos brevemente
a considerar lo que le está pasando a nuestra casa común.
18. A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del
planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo,
en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio
es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que
las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la
evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos
de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común
y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable,
pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de
la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y
en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una
etapa de mayor conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto
al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa
preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta.
Hagamos un recorrido, que será ciertamente incompleto, por aquellas
cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no podemos esconder debajo
de la alfombra. El objetivo no es recoger información o saciar nuestra
curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento
personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la
contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte
20. Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a
las personas. La exposición a los contaminantes atmosféricos
produce un amplio espectro de efectos sobre la salud, especialmente de los
más pobres, provocando millones de muertes prematuras. Se enferman,
por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados niveles de humo
que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o para calentarse.
A ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al transporte,
al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que contribuyen
a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas,
fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La tecnología
que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución
de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples
relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema
creando otros.
21. Hay que considerar también la contaminación producida
por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos
ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año,
muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos
de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales,
residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa,
parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería.
En muchos lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes de
otros tiempos, que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales
como los productos químicos utilizados en las ciudades y en el agro
pueden producir un efecto de bioacumulación en los organismos de los
pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el nivel de presencia
de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la
salud de las personas.
22. Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura
del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas
que rápidamente se convierten en basura. Advirtamos, por ejemplo, que
la mayor parte del papel que se produce se desperdicia y no se recicla. Nos
cuesta reconocer que el funcionamiento de los ecosistemas naturales es ejemplar:
las plantas sintetizan nutrientes que alimentan a los herbívoros; estos
a su vez alimentan a los seres carnívoros, que proporcionan importantes
cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan lugar a una nueva
generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al final
del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad
de absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado
adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para
todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo
el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia
del aprovechamiento, reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión
sería un modo de contrarrestar la cultura del descarte, que termina
afectando al planeta entero, pero observamos que los avances en este sentido
son todavía muy escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global,
es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para
la vida humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica
que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático.
En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado
del constante crecimiento del nivel del mar, y además es difícil
no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos,
más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente
determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada
a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida,
de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al
menos, las causas humanas que lo producen o acentúan. Es verdad que
hay otros factores (como el vulcanismo, las variaciones de la órbita
y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero numerosos estudios científicos
señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas
décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero
(anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno
y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al concentrarse
en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados
por la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente
por el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles
fósiles, que hace al corazón del sistema energético mundial.
También ha incidido el aumento en la práctica del cambio de
usos del suelo, principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono.
Crea un círculo vicioso que agrava aún más la situación,
y que afectará la disponibilidad de recursos imprescindibles como el
agua potable, la energía y la producción agrícola de
las zonas más cálidas, y provocará la extinción
de parte de la biodiversidad del planeta. El derretimiento de los hielos polares
y de planicies de altura amenaza con una liberación de alto riesgo
de gas metano, y la descomposición de la materia orgánica congelada
podría acentuar todavía más la emanación de anhídrido
carbónico. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora
las cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación
que produce el anhídrido carbónico aumenta la acidez de los
océanos y compromete la cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia
continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos
inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas,
con graves consecuencias para todos nosotros. El crecimiento del nivel del
mar, por ejemplo, puede crear situaciones de extrema gravedad si se tiene
en cuenta que la cuarta parte de la población mundial vive junto al
mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las megaciudades están
situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un problema global con graves dimensiones
ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas,
y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad.
Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas
sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente
afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios
de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios
ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales.
No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan
adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas,
y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por ejemplo,
los cambios del clima originan migraciones de animales y vegetales que no
siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos productivos
de los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar
con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico
el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación
ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales
y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa
alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias,
que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones
ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida
de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual
se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico
o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas
o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos
impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas
indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos
con los actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha
vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los
próximos años la emisión de anhídrido carbónico
y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente,
por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles
y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel
exiguo de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es
necesario desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación.
Sin embargo, en algunos países se han dado avances que comienzan a
ser significativos, aunque estén lejos de lograr una proporción
importante. También ha habido algunas inversiones en formas de producción
y de transporte que consumen menos energía y requieren menos cantidad
de materia prima, así como en formas de construcción o de saneamiento
de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas
prácticas están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el
agotamiento de los recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de
sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados
y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito
de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites
máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto
el problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia,
porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas
terrestres y acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores
sanitarios, agropecuarios e industriales. La provisión de agua permaneció
relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares
la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto
y largo término. Grandes ciudades que dependen de un importante nivel
de almacenamiento de agua, sufren períodos de disminución del
recurso, que en los momentos críticos no se administra siempre con
una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua social se
da especialmente en África, donde grandes sectores de la población
no acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan
la producción de alimentos. En algunos países hay regiones con
abundante agua y al mismo tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible
para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los
pobres son frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las
causadas por microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea
y el cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión
de agua inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad
infantil. Las aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas
por la contaminación que producen algunas actividades extractivas,
agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay
una reglamentación y controles suficientes. No pensemos solamente en
los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos
que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose
en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible,
en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido
en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad,
el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental
y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo
tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos
humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen
acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado
en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes
económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos
más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en
países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados
que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en
parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia
de la gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua provocará el aumento del costo de los
alimentos y de distintos productos que dependen de su uso. Algunos estudios
han alertado sobre la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro
de pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos ambientales
podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible
que el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta
en una de las principales fuentes de conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra también están siendo depredados
a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad
comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques implica al mismo
tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el
futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación,
sino también para la curación de enfermedades y para múltiples
servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves
para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún
problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales
« recursos » explotables, olvidando que tienen un valor en sí
mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales
que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas
para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen
que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies
ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos
su propio mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero
o de un ave, por su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de
los ecosistemas también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos,
los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas
especies poco numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico
fundamental para estabilizar el equilibrio de un lugar. Es verdad que el
ser humano debe intervenir cuando un geosistema entra en estado crítico,
pero hoy el nivel de intervención humana en una realidad tan compleja
como la naturaleza es tal, que los constantes desastres que el ser humano
ocasiona provocan una nueva intervención suya, de tal modo que la
actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos que esto implica.
Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la
situación. Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen
a causa de los agrotóxicos creados por la tecnología son útiles
a la misma agricultura, y su desaparición deberá ser sustituida
con otra intervención tecnológica, que posiblemente traerá
nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables los esfuerzos de
científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que
este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las
finanzas y del consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se
vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al
mismo tiempo el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo
sigue avanzando sin límite. De este modo, parece que pretendiéramos
sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por
nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento,
se suele atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero
no siempre se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad,
como si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales
fuera algo de poca relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados,
los embalses y otras construcciones van tomando posesión de los hábitats
y a veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya
no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran
en riesgo de extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el
impacto de estas obras, como la creación de corredores biológicos,
pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia
su forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el
consiguiente desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más
allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito
económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente
su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan
por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el
beneficio económico que se pueda obtener. En el caso de la pérdida
o el daño grave de algunas especies, estamos hablando de valores que
exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos mudos de gravísimas
inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar
al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos
de la degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado en la preservación eficaz
de ciertos lugares y zonas –en la tierra y en los océanos– donde se
prohíbe toda intervención humana que pueda modificar su fisonomía
o alterar su constitución original. En el cuidado de la biodiversidad,
los especialistas insisten en la necesidad de poner especial atención
a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares
que requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran
otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad
que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos
y los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad
del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco
se pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales
que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías
nacionales. De hecho, existen «propuestas de internacionalización
de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses económicos de
las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable la tarea de organismos
internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan
a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando
legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla
con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos
naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles,
que generalmente son monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado
análisis. Porque puede afectar gravemente a una biodiversidad que no
es albergada por las nuevas especies que se implantan. También los
humedales, que son transformados en terreno de cultivo, pierden la enorme
biodiversidad que acogían. En algunas zonas costeras, es preocupante
la desaparición de los ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen la mayor parte del agua
del planeta, sino también la mayor parte de la vasta variedad de seres
vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos para nosotros y amenazados
por diversas causas. Por otra parte, la vida en los ríos, lagos, mares
y océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial,
se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos pesqueros,
que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía
siguen desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician
gran parte de las especies recogidas. Están especialmente amenazados
organismos marinos que no tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton
que constituyen un componente muy importante en la cadena alimentaria marina,
y de las cuales dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares tropicales y subtropicales, encontramos
las barreras de coral, que equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque
hospedan aproximadamente un millón de especies, incluyendo peces, cangrejos,
moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas de las barreras de coral del mundo
hoy ya son estériles o están en un continuo estado de declinación:
«¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en
cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[25].
Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega
al mar como resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas,
de los vertidos industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente
los que utilizan cianuro y dinamita. Se agrava por el aumento de la temperatura
de los océanos. Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier
acción sobre la naturaleza puede tener consecuencias que no advertimos
a simple vista, y que ciertas formas de explotación de recursos se
hacen a costa de una degradación que finalmente llega hasta el fondo
de los océanos.
42. Es necesario invertir mucho más en investigación para
entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente
las diversas variables de impacto de cualquier modificación importante
del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una
debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos
unos a otros. Cada territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de
esta familia, por lo cual debería hacer un cuidadoso inventario de
las especies que alberga en orden a desarrollar programas y estrategias de
protección, cuidando con especial preocupación a las especies
en vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura
de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además
tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los
efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo
y de la cultura del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado
de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente
a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino
también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación
visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes
que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan
sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados,
sin espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta
vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales,
privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los
espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza
se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones « ecológicas
» sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que
otros entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una
ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas áreas
« seguras », pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven
los descartables de la sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos
laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión
social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y
de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia
y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico
y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida
de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que el crecimiento de
los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un
verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de
estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación
social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital
que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de
una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad.
Los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo
de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información.
Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo
desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más
profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión,
del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue
con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando,
en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a
reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos
que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet. Esto
permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio,
y así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que
tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas
y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que
compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también
nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la
alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal.
Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora
oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica
insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino
aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos
afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención
a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De
hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial
a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común
de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran
que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los
sufre la gente más pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de
las reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de
la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación
del agua afecta particularmente a los más pobres que no tienen posibilidad
de comprar agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta principalmente
a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse.
El impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la
muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por falta
de recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en
las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas
que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del
planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los
debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente
parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión
que se añade casi por obligación o de manera periférica,
si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la
hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último
lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión,
medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos
de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con
sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de
una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de
la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro,
a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda
a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis
sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy
no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en
las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra
como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo
diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la
natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo,
condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud
reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución
de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos
al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento
demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y
solidario»[28]. Culpar al aumento de la población y no al consumismo
extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas.
Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una
minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción
que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría
ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos
que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen,
y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[29].
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio
en la distribución de la población sobre el territorio, tanto
en el nivel nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría
a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados
a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos,
a la pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países
enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales.
Porque hay una verdadera « deuda ecológica », particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias
en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado
de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos
países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer
los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales,
como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con
dióxido de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar el
uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos
que se han ido acumulando durante dos siglos y han generado una situación
que ahora afecta a todos los países del mundo. El calentamiento originado
por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en
los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África,
donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos
en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados
por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos
sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante
de empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden
hacer en los países que les aportan capital: «Constatamos que
con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que
hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados
o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse,
dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación,
pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación,
empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales
que ya no se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un
instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica.
De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran
las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el
desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y
de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada,
pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus
necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales
y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países
desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante
el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países
más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo
sostenible. Las regiones y los países más pobres tienen menos
posibilidades de adoptar nuevos modelos en orden a reducir el impacto ambiental,
porque no tienen la capacitación para desarrollar los procesos necesarios
y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia
de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas
y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente
en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate
a menudo dominado por intereses más poderosos»[31]. Necesitamos
fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras
ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por
eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une
al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro
rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en
los últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos
del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó
al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud. El problema
es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar
esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando
atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin
perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema
normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección
de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma
tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política
sino también con la libertad y la justicia.
54. Llama la atención la debilidad de la reacción política
internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología
y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio
ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el
interés económico llega a prevalecer sobre el bien común
y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En
esta línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones
sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos
que arrasan irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre
la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no
forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían
esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas
aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente,
cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones sociales por
modificar las cosas será visto como una molestia provocada por ilusos
románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes,
el desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera
contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica
en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos
de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan.
Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente
aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados,
procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la
demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría
ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando
el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda
de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre
la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación
ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente
unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones
inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía
de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier
cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante
los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya
creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás
de nobles reivindicaciones. La guerra siempre produce daños graves
al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos
se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas.
Porque, «a pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíban
la guerra química, bacteriológica y biológica, de hecho
en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas
ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere
de la política una mayor atención para prevenir y resolver las
causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con
las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños
políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué
se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad
de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países hay ejemplos positivos de logros en la mejora
del ambiente, como la purificación de algunos ríos que han estado
contaminados durante muchas décadas, o la recuperación de bosques
autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras de saneamiento
ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o avances
en la producción de energía no contaminante, en la mejora del
transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas globales,
pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente.
Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente
gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una ecología superficial o aparente que
consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele
suceder en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes,
tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no
es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos
visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas
no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo
en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir
con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo
como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos:
intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones
importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas
de pensamiento acerca de la situación y de las posibles soluciones.
En un extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman
que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas
aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios
de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera
de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al
ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta
e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión
debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un
solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes
que podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué
proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el
debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones.
Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro
de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre
hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos
hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas
de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de
la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales
regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas
del mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones
que ya están especialmente en riesgo y, más allá de
cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos
dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada
recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que
la humanidad ha defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este documento, dirigido a todas las
personas de buena voluntad, un capítulo referido a convicciones creyentes?
No ignoro que, en el campo de la política y del pensamiento, algunos
rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la consideran irrelevante, hasta
el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que las religiones
pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno
de la humanidad. Otras veces se supone que constituyen una subcultura que
simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la religión,
que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo
intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y
sus múltiples causas, deberíamos reconocer que las soluciones
no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar
la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales
de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad.
Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar
todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna
forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con
su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está
abierta al diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite
producir diversas síntesis entre la fe y la razón. En lo que
respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar en el desarrollo
de la doctrina social de la Iglesia, que está llamada a enriquecerse
cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo
con todos, para buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar
desde el comienzo cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos,
y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el
cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles.
Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente
del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que
su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con
la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe»[36]. Por eso, es
un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor
los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera teología de la creación,
nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos bíblicos acerca
de la relación del ser humano con el mundo. En la primera narración
de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye
la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano,
se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno»
(Gn 1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor,
hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos
muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente
algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente
y entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan Pablo
II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por
cada ser humano le confiere una dignidad infinita[38]. Quienes se empeñan
en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana
los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué
maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante
caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten
sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes
que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» ( Jr
1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada
uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros
es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen,
en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre
la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren
que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente
conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra.
Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo
externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el
pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado
fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos
a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también
el mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla
y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente
armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un
conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la armonía
que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya
sido interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía
san Buenaventura que, por la reconciliación universal con todas las
criaturas, de algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia
primitiva[40]. Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda
su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia
y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a
la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite
responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano:
se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a « dominar
» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación
salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante
y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia
como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos
hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con
fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar
la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas.
Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica
adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín
del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar,
arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar,
guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable
entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad
de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene
el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para
las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor
» (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay
en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de
propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque
la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en
mi tierra » (Lv 25,23).
68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser
humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados
equilibrios entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó
y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos,
y les dio una ley que nunca pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí
que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano
varias normas, no sólo en relación con los demás seres
humanos, sino también en relación con los demás seres
vivos: « Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano,
no te desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un
nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la madre
echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la madre
con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del
séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino
también « para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12).
De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico
que se desentienda de las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos
llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio
ante Dios y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria»[41],
porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31). Precisamente
por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano
está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por
la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19).
Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están
completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un
valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a
voluntad. Por eso los Obispos de Alemania enseñaron que en las demás
criaturas «se podría hablar de la prioridad del ser sobre el
ser útiles»[42]. El Catecismo cuestiona de manera muy directa
e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda
criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas
criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo
de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre
debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado
de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos
condujeron a Caín a cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto
a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín
y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje
se resume en la dramática conversación de Dios con Caín.
Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?».
Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué
hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde
el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra»
(Gn 4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación
adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia,
destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás,
con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando
la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida
está en peligro. Esto es lo que nos enseña la narración
sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante
incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la
paz: « He decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra,
a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13). En estos
relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida
una convicción actual: que todo está relacionado, y que el
auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con
la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad
a los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra»
(Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra»
(Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se
conservaba íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación.
Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta
un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica
establece claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento
y el respeto de los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador.
Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo día,
Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada
séptimo día debía celebrarse como un día de descanso,
un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte, también
se instauró un año sabático para Israel y su tierra,
cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba un completo
descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable
para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas
siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se
celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación
para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación
trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del
ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba.
Pero al mismo tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra
con sus frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban
el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los
pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros: «Cuando
coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla de tu campo,
ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la viña
ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el
pobre y el forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador:
«Al que asentó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su
amor» (Sal 136,6). Pero también invitan a las demás criaturas
a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes,
alabadlo, cielos de los cielos, aguas que estáis sobre los cielos!
Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó
y fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder
de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los
momentos difíciles contemplando al Dios poderoso que creó el
universo. El poder infinito de Dios no nos lleva a escapar de su ternura
paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor. De
hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino
y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En la Biblia,
el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente
conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú eres quien hiciste
los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada es extraordinario
para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios»
( Jr 32,17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador de la tierra
hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia.
Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía»
(Is 40,28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis
espiritual que provocó una profundización de la fe en Dios,
explicitando su omnipotencia creadora, para exhortar al pueblo a recuperar
la esperanza en medio de su situación desdichada. Siglos después,
en otro momento de prueba y persecución, cuando el Imperio Romano buscaba
imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a encontrar consuelo
y esperanza acrecentando su confianza en el Dios todopoderoso, y cantaban:
«¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el universo
de la nada, puede también intervenir en este mundo y vencer cualquier
forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso
y creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo,
o nos colocaríamos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear
la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor manera
de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de
ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de
un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo
el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias
leyes e intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir « creación
» es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto
del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza
suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero
la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de
la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor
que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos»
(Sal 33,6). Así se nos indica que el mundo procedió de una decisión,
no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más.
Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo
no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración
de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del
orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo
creado: « Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste,
porque, si algo odiaras, no lo habrías creado » (Sb 11,24).
Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar
en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante
es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo
rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador
es también «la bondad sin envidia»[44], y Dante Alighieri
hablaba del « amor que mueve el sol y las estrellas »[45]. Por
eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa
»[46].
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó
la naturaleza. Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya
no le atribuyó un carácter divino. De esa manera se destaca
todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza
no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano, que
es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo
y desarrollar sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad
de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó,
esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin
límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le
confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo
deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación
unos con otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y
participación. Esto lleva a pensar también al conjunto como
abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe
nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece.
La libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia una evolución
positiva, pero también puede agregar nuevos males, nuevas causas de
sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y dramática
historia humana, capaz de convertirse en un despliegue de liberación,
crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de mutua
destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo
intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo
«debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de
sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra
cooperación, también es capaz de sacar algún bien de
los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu Santo
posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar
los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables»[48].
Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear
un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos
males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores
de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador[49]. Él está
presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía
de su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía
de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina, que asegura la permanencia
y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la acción
creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo con
virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre
algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la razón de
cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el
cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro
constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí
misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si bien supone también procesos evolutivos, implica
una novedad no explicable plenamente por la evolución de otros sistemas
abiertos. Cada uno de nosotros tiene en sí una identidad personal,
capaz de entrar en diálogo con los demás y con el mismo Dios.
La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad,
la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades
inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito
físico y biológico. La novedad cualitativa que implica el surgimiento
de un ser personal dentro del universo material supone una acción directa
de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un Tú
a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos al
ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría
de objeto.
82. Pero también sería equivocado pensar que los demás
seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria
dominación humana. Cuando se propone una visión de la naturaleza
únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también
tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida
la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades,
injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los
recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder:
el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad
y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante
modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época:
«Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos,
y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros,
sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios,
que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración
universal[53]. Así agregamos un argumento más para rechazar
todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás
criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros.
Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia
el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente
donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado
de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está
llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso
no debería llevarnos a olvidar que cada criatura tiene una función
y ninguna es superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor
de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua,
las montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia amistad
con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte
en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria
lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los montes,
o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba
en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado
a recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud
de criaturas presentes en el universo»[54]. Bien expresaron los Obispos
de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta manifestación
de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida
más ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla
y de temor. Ella es, además, una continua revelación de lo divino»[55].
Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir
a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en
el amor de Dios y en la esperanza»[56]. Esta contemplación de
lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza
que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar
lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica
y silenciosa»[57]. Podemos decir que, «junto a la Revelación
propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación
divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención
a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí
mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me
autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar
descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra
mejor la inagotable riqueza de Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba
sabiamente que la multiplicidad y la variedad provienen «de la intención
del primer agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para
representar la bondad divina fuera suplido por las otras»[60], porque
su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola criatura»[61].
Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples
relaciones[62]. Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de
cualquier criatura si se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios.
Así lo enseña el Catecismo: «La interdependencia de las
criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla,
el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades
significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen
sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que
existe, el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por
todas sus criaturas y junto con ellas, como se expresa en el precioso himno
de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además
de manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su
Espíritu vivificante que nos llama a una relación con él[65].
El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de
las «virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto,
no olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas
de este mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos
un bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero
lugar, y terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en
su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño:
«Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca
la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los
seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una
especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a
un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios
nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación
del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción
de una especie como si fuera una mutilación»[67].
90. Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser
humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad.
Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría
del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones
terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad
que nos interpela[68]. A veces se advierte una obsesión por negar toda
preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras
especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres
humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados
irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes
inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos
se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos
se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación,
mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan
vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel
de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta.
Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más
humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los
demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón
no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos.
Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales
en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante
la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir
a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la
lucha por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba
a Dios por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas,
mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor». Todo está
conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida
al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante
los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente
abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido
de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la indiferencia
o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan
trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres
humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar
a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás
personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario
a la dignidad humana»[69]. No podemos considerarnos grandes amantes
si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad: «Paz,
justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente
ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente
so pena de caer nuevamente en el reduccionismo»[70]. Todo está
relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas
en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios
tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno
cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y
a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es
esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a
todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad
al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente,
todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que
tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados.
El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino
universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una
«regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio
de todo el ordenamiento ético-social»[71]. La tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la
propiedad privada y subrayó la función social de cualquier
forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis
esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género
humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie
ni privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó
que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo
que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales,
económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones
y de los pueblos»[73]. Con toda claridad explicó que «la
Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada,
pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada
grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación
general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no
es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios
favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente
los hábitos injustos de una parte de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los
hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños
y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos»
(Mt 5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron
los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer
un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para
la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho
debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo
cual significa que, además del título de propiedad, el campesino
debe contar con medios de educación técnica, créditos,
seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad
y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo
en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de
negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se
preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás»
cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume
recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones
lo que necesitan para sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca
un dato fundamental: Dios es Padre (cf. Mt 11,25). En los diálogos
con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación
paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora
ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No
se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está
olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del cielo, que
no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre celestial las
alimenta» (Mt 6,26).
97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza
que hay en el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con
la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y
asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía
a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos
a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y mirad
los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El
reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra
en su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando
crece es mayor que las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena con la creación,
y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No aparecía
como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de la
vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo
del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho»
(Mt 11,19). Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo,
la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos
llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos
a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba
con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para
darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la
mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla
que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el carpintero,
el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el
trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración.
San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo
en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en
cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda
la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente
desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y
para él » (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de
Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina
(Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que
esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad
se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta
la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la
encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto
de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno
y de su relación tan concreta y amable con todo el mundo. También
lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la creación
con su señorío universal: «Dios quiso que en él
residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo
que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre
de su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos,
cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y «Dios sea todo en
todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no
se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado
las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas
flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus
ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos
la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un modo de entender
la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad
hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo?
En esta reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático
dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío
tecnológico nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos
siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo,
la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas,
la medicina moderna, la informática y, más recientemente, la
revolución digital, la robótica, las biotecnologías y
las nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse
frente a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes novedades,
porque «la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto
de la creatividad humana donada por Dios»[81]. La modificación
de la naturaleza con fines útiles es una característica de la
humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa
la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual
de ciertos condicionamientos materiales»[82]. La tecnología ha
remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano.
No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico, especialmente
en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo
no reconocer todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos,
que han aportado alternativas para un desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas
realmente valiosas para mejorar la calidad de vida del ser humano, desde
objetos domésticos útiles hasta grandes medios de transporte,
puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de producir
lo bello y de hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo
material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza
de un avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas
y musicales logradas con la utilización de nuevos instrumentos técnicos.
Así, en la intención de belleza del productor técnico
y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una cierta plenitud
propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología,
la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades
que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes
tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo,
un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero.
Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza
que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está
haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo
XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por
el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la
matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental
cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está
y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida
en una pequeña parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin
más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar,
de energía vital, de plenitud de los valores»[83], como si la
realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder
tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno
no está preparado para utilizar el poder con acierto»[84], porque
el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un
desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época
tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites.
Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos
que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el
poder crece constantemente » cuando no está « sometido
a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos
imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano no
es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a
las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo,
de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a
su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo.
Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le
falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que
realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo todavía:
el modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo
junto con un paradigma homogéneo y unidimensional. En él se
destaca un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso lógico-racional,
abarca y así posee el objeto que se halla afuera. Ese sujeto se despliega
en el establecimiento del método científico con su experimentación,
que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio
y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo informe
totalmente disponible para su manipulación. La intervención
humana en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo
la característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades
que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural
de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es
extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana,
que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante.
Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la
mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa fácilmente
a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto
a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad
infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo» hasta
el límite y más allá del límite. Es el presupuesto
falso de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de
recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que
los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del
mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a
constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un
paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y
el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de este
molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en la degradación
del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo que afecta
a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer
que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean
un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las
posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados
grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales,
en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural
y servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el
paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil
prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es
utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural
elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes
de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador.
De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada
quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee
la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad
ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo
de la palabra»[87]. Por eso «intenta controlar tanto los elementos
de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad
de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad
alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su
dominio sobre la economía y la política. La economía
asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito,
sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser
humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las
lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden
las lecciones del deterioro ambiental. En algunos círculos se sostiene
que la economía actual y la tecnología resolverán todos
los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguajes no
académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente
se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una cuestión
de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy
a defender, sino de su instalación en el desarrollo fáctico
de la economía. Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con
los hechos, cuando no parece preocuparles una justa dimensión de la
producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado
responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras. Con
sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es
suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo
humano integral y la inclusión social[89]. Mientras tanto, tenemos
un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo
inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»[90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas
y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular
a los recursos básicos. No se termina de advertir cuáles son
las raíces más profundas de los actuales desajustes, que tienen
que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social
del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de la tecnología implica una
gran dificultad para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes
cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas, pero
suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las relaciones que existen
entre las cosas, del horizonte amplio, que se vuelve irrelevante. Esto mismo
impide encontrar caminos adecuados para resolver los problemas más
complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los pobres, que no
se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo tipo de intereses.
Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos, necesariamente
debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento en las demás
áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social.
Pero este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso
tampoco pueden reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia.
La vida pasa a ser un abandonarse a las circunstancias condicionadas por
la técnica, entendida como el principal recurso para interpretar la
existencia. En la realidad concreta que nos interpela, aparecen diversos síntomas
que muestran el error, como la degradación del ambiente, la angustia,
la pérdida del sentido de la vida y de la convivencia. Así
se muestra una vez más que «la realidad es superior a la idea»[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación
del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación.
Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política,
un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen
una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro
modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en
la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico
a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están
entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del
sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana
es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio
de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social,
más integral. La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades
de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver
los problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar
a otros a vivir con más dignidad y menos sufrimiento. También
cuando la intención creadora de lo bello y su contemplación
logran superar el poder objetivante en una suerte de salvación que
acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La auténtica
humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio
de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como
la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa
permanente, a pesar de todo, brotando como una empecinada resistencia de lo
auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no
confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones
actuales del mundo y de las capacidades técnicas. Toma conciencia
de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance
de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales
para un futuro feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades
que ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado profundamente,
y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra
por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil
detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja
el espíritu de una época, las megaestructuras y las casas en
serie expresan el espíritu de la técnica globalizada, donde
la permanente novedad de los productos se une a un pesado aburrimiento. No
nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los fines y por
el sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación
vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar
en una valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología
no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final
de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse
de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas,
pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad
de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar
los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando
la razón técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni
siente la naturaleza como norma válida, ni menos aún como refugio
viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar
y objeto de una tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente
lo que con ello suceda»[92]. De ese modo, se debilita el valor que
tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser humano no redescubre su
verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo
su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios
al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de
que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es
para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura
natural y moral de la que ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad hubo una gran desmesura antropocéntrica que,
con otro ropaje, hoy sigue dañando toda referencia común y todo
intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso ha llegado el momento de
volver a prestar atención a la realidad con los límites que
ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social
más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la antropología
cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre
la relación del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas
veces un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó
la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles.
En cambio, la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como
« señor » del universo consiste en entenderlo como administrador
responsable[94].
117. La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza
y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible
de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito
en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el
valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad
–por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán
los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser
humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador
absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en
vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la
creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión
de la naturaleza»[95].
118. Esta situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que
va de la exaltación tecnocrática que no reconoce a los demás
seres un valor propio, hasta la reacción de negar todo valor peculiar
al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad. No habrá
una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay
ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana
es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los
juegos del azar o de un determinismo físico, «se corre el riesgo
de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad»[96].
Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso a un «biocentrismo»,
porque eso implicaría incorporar un nuevo desajuste que no sólo
no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No
puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se
reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento,
voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La crítica al antropocentrismo desviado tampoco debería
colocar en un segundo plano el valor de las relaciones entre las personas.
Si la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación
externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad,
no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el
ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando
el pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por
encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada
persona humana, y así provoca el reconocimiento del otro. La apertura
a un «tú» capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo
la gran nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación
con el mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del
ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su apertura al «Tú»
divino. Porque no se puede proponer una relación con el ambiente aislada
de la relación con las demás personas y con Dios. Sería
un individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica
y un asfixiante encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa
de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible
un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean,
que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión
humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si
se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también
se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social»[97].
121. Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que
supere falsas dialécticas de los últimos siglos. El mismo cristianismo,
manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de verdad que recibió
de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con
las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna
novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado.
En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí
al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que
es «todavía más peligroso que el doctrinal»[99].
Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando
prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás
se vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que,
junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración
del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo
donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos.
Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan
mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación
ambiental y la degradación social.
123. La cultura del relativismo es la misma patología que empuja
a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola
a trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda.
Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual de los
niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los propios
intereses. Es también la lógica interna de quien dice: «
Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía,
porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños
inevitables ». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos,
fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades
inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres
humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de
diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción?
¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra
de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden
al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y tira»,
que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir
más de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos pensar que
los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes
para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es
la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o
unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán
como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya
al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente
desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens.
Recordemos que, según el relato bíblico de la creación,
Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado
(cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para
trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los
obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34).
En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo
de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica
situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades
que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra
medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del
ser humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta
concepción del trabajo porque, si hablamos sobre la relación
del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad
de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del
trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que
implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración
de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico.
Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación
que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La espiritualidad
cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que
encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también
una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar,
por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos.
126. Recojamos también algo de la larga tradición del monacato.
Al comienzo favorecía en cierto modo la fuga del mundo, intentando
escapar de la decadencia urbana. Por eso, los monjes buscaban el desierto,
convencidos de que era el lugar adecuado para reconocer la presencia de Dios.
Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus monjes vivieran en comunidad
combinando la oración y la lectura con el trabajo manual (ora et labora).
Esta introducción del trabajo manual impregnado de sentido espiritual
fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la
santificación en la compenetración entre el recogimiento y el
trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y
respetuosos del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación
con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda
la vida económico-social»[100]. No obstante, cuando en el ser
humano se daña la capacidad de contemplar y de respetar, se crean las
condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101]. Conviene recordar
siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente
responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo
espiritual»[102]. El trabajo debería ser el ámbito de
este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones
de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo
de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los
demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad
social mundial, más allá de los intereses limitados de las
empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario
que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo
por parte de todos»[103].
128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe
buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más
el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí
misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta
tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización
personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre
una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería
ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero
la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance
tecnológico para reducir costos de producción en razón
de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por
máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano
puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los
puestos de trabajo «tiene también un impacto negativo en el
plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”, es
decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y respeto de
las normas, que son indispensables en toda convivencia civil»[104].
En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes
económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente
costes humanos»[105]. Dejar de invertir en las personas para obtener
un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una
economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial.
Por ejemplo, hay una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y
de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la población
mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua,
y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas,
huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las economías
de escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a
los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos
tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas
de producción más diversificadas terminan siendo inútiles
por la dificultad de conectarse con los mercados regionales y globales o porque
la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las
grandes empresas. Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de
tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y
a la variedad productiva. Para que haya una libertad económica de la
que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario poner límites
a quienes tienen mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica
sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos
puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo,
se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política.
La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda
de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo
si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible
de su servicio al bien común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la creación
que he tratado de proponer, queda claro que la persona humana, con la peculiaridad
de su razón y de su ciencia, no es un factor externo que deba ser totalmente
excluido. No obstante, si bien el ser humano puede intervenir en vegetales
y animales, y hacer uso de ellos cuando es necesario para su vida, el Catecismo
enseña que las experimentaciones con animales sólo son legítimas
«si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar
o salvar vidas humanas»[106]. Recuerda con firmeza que el poder humano
tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer
sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas»[107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la
integridad de la creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san Juan
Pablo II, quien resaltaba los beneficios de los adelantos científicos
y tecnológicos, que «manifiestan cuán noble es la vocación
del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios»,
pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención en un
área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas»[109].
Expresaba que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones
de la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la
genética, y su aplicación tecnológica en la agricultura
y en la industria»[110], aunque también decía que esto
no debe dar lugar a una «indiscriminada manipulación genética»[111]
que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible frenar
la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el despliegue
de su capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen especiales
dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capacidades
han sido donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo,
no pueden dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el contexto y
los límites éticos de esa actividad humana que es una forma
de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería situarse cualquier reflexión acerca
de la intervención humana sobre los vegetales y animales, que hoy implica
mutaciones genéticas generadas por la biotecnología, en orden
a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto
de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la misma
ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto
a los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras
biológicas y de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una
intervención legítima es aquella que actúa en la naturaleza
«para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación,
la querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos
genéticamente modificados (OMG), vegetales o animales, médicos
o agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos entre sí y requerir
distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se atribuyen
a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o excesiva.
En realidad, las mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas
por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la intervención
humana son un fenómeno moderno. La domesticación de animales,
el cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y universalmente
aceptadas pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe recordar que el
inicio de los desarrollos científicos de cereales transgénicos
estuvo en la observación de una bacteria que natural y espontáneamente
producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en
la naturaleza estos procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con
la velocidad que imponen los avances tecnológicos actuales, aun cuando
estos avances tengan detrás un desarrollo científico de varios
siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño
que podrían causar los cereales transgénicos a los seres humanos,
y en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico
que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no
deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de
estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas
en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de pequeños
productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas,
se han visto obligados a retirarse de la producción directa»[113].Los
más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos
empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades.
La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo
entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta
el presente y el futuro de las economías regionales. En varios países
se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción
de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la dependencia
se agrava si se piensa en la producción de granos estériles
que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas
productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante, que lleve a considerar
todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una
discusión científica y social que sea responsable y amplia,
capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las
cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la información,
que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean políticos,
económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar
un juicio equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando
todas las variables atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión
donde todos aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente
afectados (agricultores, consumidores, autoridades, científicos, semilleras,
poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas
o acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes
al bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental
de carácter complejo, por lo cual su tratamiento exige una mirada
integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor
esfuerzo para financiar diversas líneas de investigación libre
e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas
defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos
límites a la investigación científica, a veces no aplican
estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen
todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos.
Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá
del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce
los grandes principios éticos, termina considerando legítima
cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica
separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar
su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los
problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores
de la crisis mundial, propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos
aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones
humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes
y el ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar
y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad,
con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción
y consumo. No está de más insistir en que todo está conectado.
El tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y ni siquiera
los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar
por separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos,
químicos y biológicos– están relacionados entre sí,
también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos
de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética
se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios
y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a
integrarse en una visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente
una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la
habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros
o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte
de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se
contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de
su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad.
Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta
específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental
buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas
naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas,
una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.
Las líneas para la solución requieren una aproximación
integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos
y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a la
hora de determinar el impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se
vuelve indispensable dar a los investigadores un lugar preponderante y facilitar
su interacción, con amplia libertad académica. Esta investigación
constante debería permitir reconocer también cómo las
distintas criaturas se relacionan conformando esas unidades mayores que hoy
llamamos «ecosistemas». No los tenemos en cuenta sólo para
determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco
independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y admirable
en sí mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto
armonioso de organismos en un espacio determinado, funcionando como un sistema.
Aunque no tengamos conciencia de ello, dependemos de ese conjunto para nuestra
propia existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen en el secuestro
de anhídrido carbónico, en la purificación del agua,
en el control de enfermedades y plagas, en la formación del suelo,
en la descomposición de residuos y en muchísimos otros servicios
que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto, muchas personas vuelven
a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir de una realidad que
nos ha sido previamente regalada, que es anterior a nuestras capacidades
y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de «uso sostenible»,
siempre hay que incorporar una consideración sobre la capacidad de
regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos
y a homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos.
Por eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar
a considerar la realidad de manera más amplia. Porque «la protección
del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de
desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»[114]. Pero
al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que
de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico,
hacia una mirada más integral e integradora. Hoy el análisis
de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos
humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona
consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los demás
y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre
los diversos mundos de referencia social, y así se muestra una vez
más que «el todo es superior a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones
de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida
humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce
daños ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología social
es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones
que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad
local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno
de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña
efectos nocivos, como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia.
Varios países se rigen con un nivel institucional precario, a costa
del sufrimiento de las poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con
ese estado de cosas. Tanto en la administración del Estado, como en
las distintas expresiones de la sociedad civil, o en las relaciones de los
habitantes entre sí, se registran con excesiva frecuencia conductas
alejadas de las leyes. Estas pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen
quedar como letra muerta. ¿Puede esperarse entonces que la legislación
y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces?
Sabemos, por ejemplo, que países poseedores de una legislación
clara para la protección de bosques siguen siendo testigos mudos de
la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede
en una región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las
demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos
en las sociedades opulentas provoca una constante y creciente demanda de productos
originados en regiones empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen
vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico,
artístico y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad
común de un lugar y una base para construir una ciudad habitable. No
se trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas,
donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia,
la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original.
Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas
culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más
directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora
de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo
el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es
la cultura no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino
especialmente en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no
puede excluirse a la hora de repensar la relación del ser humano con
el ambiente.
144. La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes
de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas
y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad.
Por eso, pretender resolver todas las dificultades a través de normativas
uniformes o de intervenciones técnicas lleva a desatender la complejidad
de las problemáticas locales, que requieren la intervención
activa de los habitantes. Los nuevos procesos que se van gestando no siempre
pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde afuera, sino que deben
partir de la misma cultura local. Así como la vida y el mundo son dinámicos,
el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones
meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que
no responden a las problemáticas más profundas. Hace falta incorporar
la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así
entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico
dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de
los actores sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la noción
de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo
de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación
del medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia
locales, sino también con capacidades sociales que han permitido un
modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un
sentido de la existencia y de la convivencia. La desaparición de una
cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una
especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico
de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina
como la alteración de los ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable prestar especial atención
a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son
una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales
interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que
afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico,
sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado
con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores.
Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor
los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de presiones
para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos
y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de
la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
147. Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá
que asegurar que se produzca una mejora integral en la calidad de vida humana,
y esto implica analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas.
Los escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de
sentir y de actuar. A la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa,
en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio, usamos el ambiente para
expresar nuestra identidad. Nos esforzamos para adaptarnos al medio y, cuando
un ambiente es desordenado, caótico o cargado de contaminación
visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía
a intentar configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que
son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos
adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio
del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las
fachadas de los edificios están muy deterioradas, hay personas que
cuidan con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten cómodas
por la cordialidad y la amistad de la gente. La vida social positiva y benéfica
de los habitantes derrama luz sobre un ambiente aparentemente desfavorable.
A veces es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los
pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida
por la aglomeración en residencias y espacios con alta densidad poblacional
se contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y cálidas,
si se crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan
en el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión
y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y
se convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la carencia extrema que se vive en algunos
ambientes que no poseen armonía, amplitud y posibilidades de integración
facilita la aparición de comportamientos inhumanos y la manipulación
de las personas por parte de organizaciones criminales. Para los habitantes
de barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato
social que se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación
de desarraigo que favorece las conductas antisociales y la violencia. Sin
embargo, quiero insistir en que el amor puede más. Muchas personas
en estas condiciones son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia
que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen
las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo. Esta experiencia
de salvación comunitaria es lo que suele provocar reacciones creativas
para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación entre el espacio y la conducta humana,
quienes diseñan edificios, barrios, espacios públicos y ciudades
necesitan del aporte de diversas disciplinas que permitan entender los procesos,
el simbolismo y los comportamientos de las personas. No basta la búsqueda
de la belleza en el diseño, porque más valioso todavía
es el servicio a otra belleza: la calidad de vida de las personas, su adaptación
al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan
importante que las perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis
del planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos
urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación
de arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la
ciudad que nos contiene y nos une. Es importante que las diferentes partes
de una ciudad estén bien integradas y que los habitantes puedan tener
una visión de conjunto, en lugar de encerrarse en un barrio privándose
de vivir la ciudad entera como un espacio propio compartido con los demás.
Toda intervención en el paisaje urbano o rural debería considerar
cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que es percibido
por los habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de significados.
Así los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como
parte de un « nosotros » que construimos juntos. Por esta misma
razón, tanto en el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar
algunos lugares donde se eviten intervenciones humanas que los modifiquen
constantemente.
152. La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en
las zonas rurales como en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales
sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. No sólo
los pobres, sino una gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para
acceder a una vivienda propia. La posesión de una vivienda tiene mucho
que ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias.
Es una cuestión central de la ecología humana. Si en un lugar
ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias,
se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar.
Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados peligrosos,
«en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir
más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información
adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»[118]. Al mismo tiempo, la creatividad
debería llevar a integrar los barrios precarios en una ciudad acogedora:
«¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración
un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades
que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de
espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro![119]».
153. La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte,
que suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades
circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con
lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de contaminación
es alto, se consumen cantidades enormes de energía no renovable y se
vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares
de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden
en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas medidas
necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas
por la sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas
ciudades significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración,
a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces
contrasta con la vida caótica que deben llevar las personas en nuestras
ciudades. Pero esto no debería hacer perder de vista el estado de abandono
y olvido que sufren también algunos habitantes de zonas rurales, donde
no llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones
de esclavitud, sin derechos ni expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica también algo muy hondo: la
necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita
en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más
digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del
hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza
que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»[120].
En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa
en una relación directa con el ambiente y con los demás seres
vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria
para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común,
mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma
en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender
a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial
para una verdadera ecología humana. También la valoración
del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse
a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible
aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del
Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana
una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no
sabe confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana es inseparable de la noción de bien
común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética
social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible
a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno
y más fácil de la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto
tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo
integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo de los
diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad.
Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica
de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es
decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin
una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación
siempre genera violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial
el Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común.
158. En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas
inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas
de derechos humanos básicos, el principio del bien común se
convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en
un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más
pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común
de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium[123], exige contemplar ante todo la inmensa
dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes.
Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia
ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien común incorpora también a las
generaciones futuras. Las crisis económicas internacionales han mostrado
con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento
de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen
detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin
una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la situación
en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en otra lógica,
la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada,
ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de eficiencia
y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de una actitud
opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la
tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los
Obispos de Portugal han exhortado a asumir este deber de justicia: «El
ambiente se sitúa en la lógica de la recepción. Es un
préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación
siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan,
a los niños que están creciendo? Esta pregunta no afecta sólo
al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión
de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar,
entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores.
Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones
ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta
se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos
muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para
qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos?
¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir
que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir
que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros
los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que
nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en
crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con
desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos
dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo,
de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las
posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por
ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como
de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones.
La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo
que hagamos ahora mismo, sobre todo si pensamos en la responsabilidad que
nos atribuirán los que deberán soportar las peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver
con un deterioro ético y cultural, que acompaña al deterioro
ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo
permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos problemas sociales
se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de
los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el reconocimiento
del otro. Muchas veces hay un consumo inmediatista y excesivo de los padres
que afecta a los propios hijos, quienes tienen cada vez más dificultades
para adquirir una casa propia y fundar una familia. Además, nuestra
incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está
ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar
en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a los
pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos
años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso,
«además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar
la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar la situación actual de la humanidad, tanto
en las grietas que se observan en el planeta que habitamos, como en las causas
más profundamente humanas de la degradación ambiental. Si bien
esa contemplación de la realidad en sí misma ya nos indica la
necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones, intentemos
ahora delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de
la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se
ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad
como pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa
únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos
de vida, producción y consumo afectan a todos, sino principalmente
procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no
sólo en defensa de los intereses de algunos países. La interdependencia
nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Pero la
misma inteligencia que se utilizó para un enorme desarrollo tecnológico
no logra encontrar formas eficientes de gestión internacional en orden
a resolver las graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los
problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países
aislados, es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar
una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables
y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética,
a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales
y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable.
165. Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles
muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo
y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin
demora. Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables,
que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos
malo o acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional
no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben
soportar los costos de la transición energética. En las últimas
décadas, las cuestiones ambientales han generado un gran debate público
que ha hecho crecer en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de
entrega generosa. La política y la empresa reaccionan con lentitud,
lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales. En este sentido
se puede decir que, mientras la humanidad del período post-industrial
quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la
historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda
ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades.
166. El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido,
enriquecido por el esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil.
No sería posible aquí mencionarlas a todas ni recorrer la historia
de sus aportes. Pero, gracias a tanta entrega, las cuestiones ambientales
han estado cada vez más presentes en la agenda pública y se
han convertido en una invitación constante a pensar a largo plazo.
No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos
años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión
política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos
y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río
de Janeiro. Allí se proclamó que «los seres humanos constituyen
el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible»[126].
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró
la cooperación internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra,
la obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente
de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto.
Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de efecto
invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento global.
También elaboró una agenda con un programa de acción
y un convenio sobre diversidad biológica, declaró principios
en materia forestal. Si bien aquella cumbre fue verdaderamente superadora
y profética para su época, los acuerdos han tenido un bajo nivel
de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de
control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos.
Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles
de ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio
de Basilea sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación,
estándares y controles; también la Convención vinculante
que regula el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora
silvestre, que incluye misiones de verificación del cumplimiento efectivo.
Gracias a la Convención de Viena para la protección de la capa
de ozono y a su implementación mediante el Protocolo de Montreal y
sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado
en una fase de solución.
169. En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado
con la desertificación, los avances han sido mucho menos significativos.
En lo relacionado con el cambio climático, los avances son lamentablemente
muy escasos. La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad,
valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más
poderosos y más contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el desarrollo sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012)
emitió una extensa e ineficaz Declaración final. Las negociaciones
internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de
los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien
común global. Quienes sufrirán las consecuencias que nosotros
intentamos disimular recordarán esta falta de conciencia y de responsabilidad.
Mientras se elaboraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una particular
intensidad. Los creyentes no podemos dejar de pedirle a Dios por el avance
positivo en las discusiones actuales, de manera que las generaciones futuras
no sufran las consecuencias de imprudentes retardos.
170. Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes
buscan la internacionalización de los costos ambientales, con el peligro
de imponer a los países de menores recursos pesados compromisos de
reducción de emisiones comparables a los de los países más
industrializados. La imposición de estas medidas perjudica a los países
más necesitados de desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia
envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta
por lo más débil. Dado que los efectos del cambio climático
se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas
estrictas, algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda
para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afectan
sus economías. Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes
pero diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia,
«los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización,
a costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad
en aportar a la solución de los problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede
dar lugar a una nueva forma de especulación, y no servir para reducir
la emisión global de gases contaminantes. Este sistema parece ser una
solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto
compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio
radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse
en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países
y sectores.
172. Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación
de la miseria y el desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar
el nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población
y controlar mejor la corrupción. También es verdad que deben
desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía,
pero para ello requieren contar con la ayuda de los países que han
crecido mucho a costa de la contaminación actual del planeta. El aprovechamiento
directo de la abundante energía solar requiere que se establezcan mecanismos
y subsidios de modo que los países en desarrollo puedan acceder a
transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos
financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones concretas,
ya que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los
sistemas con el contexto para el cual fueron diseñados»[128].Los
costos serían bajos si se los compara con los riesgos del cambio climático.
De todos modos, es ante todo una decisión ética, fundada en
la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de
las instancias locales para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre
Estados deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también
establecer caminos consensuados para evitar catástrofes locales que
terminarían afectando a todos. Hacen falta marcos regulatorios globales
que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el hecho
de que países poderosos expulsen a otros países residuos e industrias
altamente contaminantes.
174. Mencionemos también el sistema de gobernanza de los océanos.
Pues, si bien hubo diversas convenciones internacionales y regionales, la
fragmentación y la ausencia de severos mecanismos de reglamentación,
control y sanción terminan minando todos los esfuerzos. El creciente
problema de los residuos marinos y la protección de las áreas
marinas más allá de las fronteras nacionales continúa
planteando un desafío especial. En definitiva, necesitamos un acuerdo
sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los llamados
«bienes comunes globales».
175. La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas
para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir
con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global
más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción
de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones
pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de
épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados
nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera,
de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política.
En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas
de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya
desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la
economía mundial, para sanear las economías afectadas por la
crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes,
para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz,
para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios,
urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como
fue ya esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva,
la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover
estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves
que terminan afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y perdedores entre los países,
sino también dentro de los países pobres, donde deben identificarse
diversas responsabilidades. Por eso, las cuestiones relacionadas con el ambiente
y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo
desde las diferencias entre los países, sino que requieren prestar
atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable de las
capacidades humanas, son funciones impostergables de cada Estado planificar,
coordinar, vigilar y sancionar dentro de su propio territorio. La sociedad,
¿cómo ordena y custodia su devenir en un contexto de constantes
innovaciones tecnológicas? Un factor que actúa como moderador
ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para las conductas admitidas
a la luz del bien común. Los límites que debe imponer una sociedad
sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución,
regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas,
control de la corrupción, acciones de control operativo sobre los
efectos emergentes no deseados de los procesos productivos, e intervención
oportuna ante riesgos inciertos o potenciales. Hay una creciente jurisprudencia
orientada a disminuir los efectos contaminantes de los emprendimientos empresariales.
Pero el marco político e institucional no existe sólo para
evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores
prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos,
para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también
por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento
a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen
fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan
afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La
miopía de la construcción de poder detiene la integración
de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los
gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que
siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos
más que por dominar espacios de poder. La grandeza política
se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios
y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político
le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para
la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento
local e incluso la venta de excedentes. Este sencillo ejemplo indica que,
mientras el orden mundial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades,
la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar
una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad
de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor
a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos
y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones
aborígenes. Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido
a la corrupción, se requiere una decisión política presionada
por la población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales
y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas,
procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan
al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible
un control de los daños ambientales. Por otra parte, las legislaciones
de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre poblaciones
vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites
específicos de cada país o región. También es
verdad que el realismo político puede exigir medidas y tecnologías
de transición, siempre que estén acompañadas del diseño
y la aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos
nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas
de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de producción
industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad
de materia prima, quitando del mercado los productos que son poco eficaces
desde el punto de vista energético o que son más contaminantes.
También podemos mencionar una buena gestión del transporte
o formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan
su consumo energético y su nivel de contaminación. Por otra
parte, la acción política local puede orientarse a la modificación
del consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje,
a la protección de especies y a la programación de una agricultura
diversificada con rotación de cultivos. Es posible alentar el mejoramiento
agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras
rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas
de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles.
Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización
comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores
y preserven los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto
lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las
políticas relacionadas con el cambio climático y la protección
del ambiente cada vez que cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho
tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos que no podrán ser
mostrados dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin la presión
de la población y de las instituciones siempre habrá resistencia
a intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que
un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican,
no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía
y de la política actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá
a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras
su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad. Hay que
conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar
las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que
permitan superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar
que los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes
fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que
otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y
proyectos requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo,
mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental
de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan
informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a
la elaboración de un proyecto productivo o de cualquier política,
plan o programa a desarrollarse. Tiene que insertarse desde el principio y
elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e independiente de toda
presión económica o política. Debe conectarse con el
análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en
la salud física y mental de las personas, en la economía local,
en la seguridad. Los resultados económicos podrán así
deducirse de manera más realista, teniendo en cuenta los escenarios
posibles y eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor
para resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario
alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar
diferentes perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión
deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se preguntan
por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar los fines
que trascienden el interés económico inmediato. Hay que dejar
de pensar en «intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar
a políticas pensadas y discutidas por todas las partes interesadas.
La participación requiere que todos sean adecuadamente informados de
los diversos aspectos y de los diferentes riesgos y posibilidades, y no se
reduce a la decisión inicial sobre un proyecto, sino que implica también
acciones de seguimiento o monitorización constante. Hace falta sinceridad
y verdad en las discusiones científicas y políticas, sin reducirse
a considerar qué está permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al
bien común presente y futuro, esta situación exige «que
las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los
beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa
posible»[131]. Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un
incremento de utilización de recursos naturales, de emisiones o vertidos,
de generación de residuos, o una modificación significativa
en el paisaje, en el hábitat de especies protegidas o en un espacio
público. Algunos proyectos, no suficientemente analizados, pueden
afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones
tan diversas entre sí como una contaminación acústica
no prevista, la reducción de la amplitud visual, la pérdida
de valores culturales, los efectos del uso de energía nuclear. La
cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y al interés privado,
puede alentar trámites demasiado rápidos o consentir el ocultamiento
de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de
preguntas deberían plantearse en orden a discernir si aportará
a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por
qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué
manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos?
¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo
lo hará? En este examen hay cuestiones que deben tener prioridad.
Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es
un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos.
Eso es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental de una
región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando
haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica
absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción
de medidas eficaces»[132] que impidan la degradación del medio
ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los
más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y
para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva
a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación
indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así
se invierte el peso de la prueba, ya que en estos casos hay que aportar una
demostración objetiva y contundente de que la actividad propuesta
no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación tecnológica
que permita mejorar la calidad de vida de una población. Pero en todo
caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede ser el único criterio
a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos elementos de
juicio a partir de la evolución de la información, debería
haber una nueva evaluación con participación de todas las partes
interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión
de no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su modificación
o el desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde
es difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia
no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política,
pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares
o las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud
humana
189. La política no debe someterse a la economía y ésta
no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la
tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente
que la política y la economía, en diálogo, se coloquen
decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La
salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la
población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero
sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro
y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una
larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008
era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más
atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de
la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo
una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen
rigiendo al mundo. La producción no es siempre racional, y suele estar
atada a variables económicas que fijan a los productos un valor que
no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a una sobreproducción
de algunas mercancías, con un impacto ambiental innecesario, que al
mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales[133]. La burbuja
financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva,
lo que no se afronta con energía es el problema de la economía
real, la que hace posible que se diversifique y mejore la producción,
que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas
empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección
ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero
de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos
del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente»[134].
Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del
mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con
el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. ¿Es
realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se
detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas
generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar
en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y de
regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser
gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando
se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito
de recursos económicos que podría ser explotado, pero no se
considera seriamente el valor real de las cosas, su significado para las personas
y las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a
los demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo
humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo
de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso
y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales
no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá
ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos estrechez
de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable.
Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener
la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía
con cauces nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo
y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión
tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver problemas
pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y rentables
de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría
mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La diversificación
productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para
crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes
de trabajo. Esta sería una creatividad capaz de hacer florecer nuevamente
la nobleza del ser humano, porque es más digno usar la inteligencia,
con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible
y equitativo, en el marco de una noción más amplia de lo que
es la calidad de vida. En cambio, es más indigno, superficial y menos
creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo
para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará
nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable
que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también
en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e
incluso en volver atrás antes que sea tarde. Sabemos que es insostenible
el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más,
mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana.
Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes
del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras
partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos
caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía
y mejorando las condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar
el modelo de desarrollo global»[136], lo cual implica reflexionar responsablemente
«sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir
sus disfunciones y distorsiones»[137]. No basta conciliar, en un término
medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación
del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son
sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata
de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico
que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no
puede considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real
de la vida de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja
calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos–
en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el
discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo
y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica
de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental
de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse
de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de
la economía: si aumenta la producción, interesa poco que se
produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la
tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo
la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la
biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo
podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los
costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos
ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados
totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras
generaciones»[138].La racionalidad instrumental, que sólo aporta
un análisis estático de la realidad en función de necesidades
actuales, está presente tanto cuando quien asigna los recursos es
el mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política? Recordemos el principio
de subsidiariedad, que otorga libertad para el desarrollo de las capacidades
presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige más responsabilidad
por el bien común a quien tiene más poder. Es verdad que hoy
algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos
Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política,
que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos
aspectos de la crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación
sincera por el ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación
por integrar a los más frágiles, porque «en el vigente
modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que
los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política que piense con visión amplia,
y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas veces la misma
política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción
y por la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no
cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden
aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados
a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad
organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles
de erradicar. Si la política no es capaz de romper una lógica
perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos
sin afrontar los grandes problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio
real exige repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir
consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la
lógica subyacente en la cultura actual. Una sana política debería
ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía tienden a culparse mutuamente
por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente.
Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas
de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan
sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo
por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos
espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente
y cuidar a los más débiles. Aquí también vale
que «la unidad es superior al conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente
la vida, el entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad.
Eso sería sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos
limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado, desaparecen la sensibilidad
estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón para
percibir el sentido y la finalidad de las cosas[141]. Quiero recordar que
«los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado
para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre
nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad,
sólo por haber surgido en el contexto de una creencia religiosa?»[142].
En realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse
de un modo puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de
que aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate
público. Los principios éticos que la razón es capaz
de percibir pueden reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados
con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan
aportar las ciencias será impotente para resolver los graves problemas
del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones
que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso,
habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia
fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que
vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de
sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala
comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a
justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser
humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes
podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría
que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales
de diversas épocas han condicionado esa conciencia del propio acervo
ético y espiritual, pero es precisamente el regreso a sus fuentes
lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes,
y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo
entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres,
a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso
también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una
suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización
tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio
saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente.
También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre
los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas.
La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien
común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia,
ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior
a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad
necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una
pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica
permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas
de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual
y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo
para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine
de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo
subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba
Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida,
tal como le son impuestos por la planificación y por los productos
fabricados en serie y, después de todo, actúa así con
el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[144]. Tal paradigma
hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para
consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran
la minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta
confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión
de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive
con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos
fines.
204. La situación actual del mundo «provoca una sensación
de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo
colectivo»[145]. Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y
se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras
más vacío está el corazón de la persona, más
necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece
posible que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco
existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto
es el que tiende a predominar en una sociedad, las normas sólo serán
respetadas en la medida en que no contradigan las propias necesidades. Por
eso, no pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos
climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en
catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión
por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos
puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción
recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos,
capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse,
volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos
los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de
mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío
y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que
anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de
los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide
esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una
sana presión sobre los que tienen poder político, económico
y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que
dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para
modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar
el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas,
estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la
responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un
acto moral, y no sólo económico»[146]. Por eso, hoy «el
tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de
nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una
etapa de autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía
no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga posible. Por eso
me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como
nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a
buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde
por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución
de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia
y la paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí
hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su
propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad
de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo
que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la
conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible
todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar
la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción
y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces
de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de
vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica
necesita traducirse en nuevos hábitos. Muchos saben que el progreso
actual y la mera sumatoria de objetos o placeres no bastan para darle sentido
y gozo al corazón humano, pero no se sienten capaces de renunciar a
lo que el mercado les ofrece. En los países que deberían producir
los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y
algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han
crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil
el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío
educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al
comienzo estaba muy centrada en la información científica y
en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora
tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad
basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar
los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno
mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres
vivos, el espiritual con Dios. La educación ambiental debería
disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética
ecológica adquiere su sentido más hondo. Por otra parte, hay
educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de una
ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer
en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía
ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar
hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo
para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo.
Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos,
es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado
a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación
personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es
posible la donación de sí en un compromiso ecológico.
Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar
más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción,
se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado
del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con
pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación
sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación
en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que
tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como
evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de
agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se
podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar
transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto
es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser
humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente,
a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese
nuestra propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas
acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más
allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta
tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente.
Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento
de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite
experimentar que vale la pena pasar por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia,
los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación
escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a
lo largo de toda una vida. Pero quiero destacar la importancia central de
la familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de Dios,
puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples
ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las
exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura
de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida»[149].
En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de
la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza,
el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados.
La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven
los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí,
de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso
sin avasallar, a decir « gracias » como expresión de una
sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad
o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño.
Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir
una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo
de concientización de la población. También a la Iglesia.
Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta
educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas
religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable,
para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad
de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en juego,
así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar
los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y
educarnos unos a otros.
215. En este contexto, «no debe descuidarse la relación que
hay entre una adecuada educación estética y la preservación
de un ambiente sano»[150]. Prestar atención a la belleza y amarla
nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende
a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo
se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo
tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que
los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La
educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles
si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano,
la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo,
seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los
medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes
del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte
siglos de experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al
intento de renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas
líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones
de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias
en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de
ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad
para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será
posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística
que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan,
alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»[151].
Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado
las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está
desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de
este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con
todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque
se han extendido los desiertos interiores»[152], la crisis ecológica
es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también
tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo
una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones
por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos
y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica,
que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo
en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de
ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa,
no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia
cristiana.
218. Recordemos el modelo de san Francisco de Asís, para proponer
una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión
íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios
errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón,
cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar la conversión
en términos de reconciliación con la creación: «Para
realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer
de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones
y nuestra incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión,
de un cambio del corazón»[153].
219. Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación
tan compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados
pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de
la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética
y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes
comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias
de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con
las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares
formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de
fuerzas y una unidad de realización»[154]. La conversión
ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero
es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para
movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica
gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido
del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia
y gestos generosos aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano
izquierda no sepa lo que hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto
te recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la amorosa
conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar
con los demás seres del universo una preciosa comunión universal.
Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro,
reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.
Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha
dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar
su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose
a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1).
No entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable,
sino como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad
que brota de su fe.
221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta
Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión,
como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje
que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí
este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada
ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz.
También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo
en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a
ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros,
y dice que « ninguno de ellos está olvidado ante Dios »
(Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño?
Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión,
permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también
en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los
rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente
vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
222. La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender
la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo,
capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante
incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas,
y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que «
menos es más ». La constante acumulación de posibilidades
para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada
momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad, por
pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión
y de realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento
con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad
que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades
que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo
que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la
mera acumulación de placeres.
223. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No
es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad,
quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan
de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen,
y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar
contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de
disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión.
Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar
otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos,
en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el
arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad
requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así
disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva
en el último siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada
el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando
múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya
no basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que
atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de la necesidad de
alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición de la
humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad
de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando
a la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad
y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra
vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia
subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está
mal.
225. Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad
si no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión
de la espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es
mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas
tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común,
porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado
unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la
vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo
podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción
permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan
un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad
para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar
todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se
trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo
para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar
acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador,
que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe
ser fabricada sino descubierta, develada»[155].
226. Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con
serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin
estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento
como don divino que debe ser plenamente vivido. Jesús nos enseñaba
esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del campo y las aves del
cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto, « detuvo en
él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí
que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura,
y así nos mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza
que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios
antes y después de las comidas. Propongo a los creyentes que retomen
este valioso hábito y lo vivan con profundidad. Ese momento de la bendición,
aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida,
fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación,
reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza
la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica
capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó
que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos.
El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por
lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso
es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar
el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por
eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos
una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena
ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación
moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad
nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida
social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios
intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad
e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica
del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra
amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz
y amistad. Una ecología integral también está hecha de
simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia,
del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo
exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus
formas.
231. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también
civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran
construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien
común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta
a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones,
como las relaciones sociales, económicas y políticas»[156].
Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización
del amor»[157]. El amor social es la clave de un auténtico desarrollo:
«Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la
persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político,
económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema
de la acción»[158]. En este marco, junto con la importancia de
los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en
grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental
y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien
reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas
dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad,
que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política,
pero en el seno de la sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones
que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural
y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio,
una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger,
sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor se desarrollan
o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así
una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo
de una identidad común, de una historia que se conserva y se transmite.
De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres,
con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una
casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando
expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias
espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay
mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro
del pobre[159]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior
para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar
a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura:
«La contemplación es tanto más eminente cuanto más
siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también
cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores»[160].
234. San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las
cosas y experiencias del mundo «está en Dios eminentemente en
infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen
es Dios»[161]. No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente
divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión
que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas
las cosas Dios»[162]. Si le admira la grandeza de una montaña,
no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior
que él vive debe depositarse en el Señor: «Las montañas
tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas
y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios
son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad
de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación
y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio.
Estos valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza
es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural.
A través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto.
El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza
simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano que bendice es instrumento
del amor de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a
acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se derrama sobre
el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No escapamos
del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios.
Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana oriental:
«La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de
la humanidad transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo,
en los sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes»[164].
Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran
su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado
en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen
de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la
materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto
litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima
de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús,
hecho también él cuerpo para la salvación del mundo»[165].
236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación.
La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión
asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura.
El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso
llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde
arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos
encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada
la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor
y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía,
todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por
sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico!
Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una
iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre
el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra,
abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de
Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico,
«la creación está orientada hacia la divinización,
hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167].
Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación
para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios
de todo lo creado.
237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una
importancia especial. Ese día, así como el sábado judío,
se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser
humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo
es el día de la Resurrección, el «primer día»
de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del
Señor, garantía de la transfiguración final de toda la
realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso
eterno del hombre en Dios»[168]. De este modo, la espiritualidad cristiana
incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir
el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario,
olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante:
su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión
receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata
de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la
acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío,
sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva
a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal
imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para
que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el
emigrante» (Ex 23,12). El descanso es una ampliación de la mirada
que permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así,
el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su
luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza
y de los pobres.
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo
de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo
ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el
seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está
íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando
nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único
principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según
su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración
el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria
lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente
trinitaria. San Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes
del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica
que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer
en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el
ojo del hombre se había enturbiado»[170]. El santo franciscano
nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente
trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada
si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así
nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.
240. Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado
según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden
hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa,
de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero
de constantes relaciones que se entrelazan secretamente[171].Esto no sólo
nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización.
Porque la persona humana más crece, más madura y más
se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí
misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas
las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario
que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado,
y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que
brota del misterio de la Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida
con afecto y dolor materno este mundo herido. Así como lloró
con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece
del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo
arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada,
y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol,
con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza
» (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En
su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado, parte de la creación
alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo guarda
en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba»
cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el
sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar
este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura
de san José. Él cuidó y defendió a María
y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó
de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio
aparece como un hombre justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge
también una gran ternura, que no es propia de los débiles sino
de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente.
Por eso fue declarado custodio de la Iglesia universal. Él también
puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad
y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza
de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio
del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin.
Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia
la nueva Jerusalén, hacia la casa común del cielo. Jesús
nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La vida
eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente
transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a
los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se
nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será
asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las criaturas, caminamos
por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo tiene un principio
y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio,
al que es su Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras luchas
y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la
esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece
las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón
de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto.
Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente
a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos.
Alabado sea.
* * *
246. Después de esta prolongada reflexión, gozosa y dramática
a la vez, propongo dos oraciones, una que podamos compartir todos los que
creemos en un Dios creador omnipotente, y otra para que los cristianos sepamos
asumir los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio
de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés,
del año 2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.
[2] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 21: AAS 63 (1971), 416-417
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16 noviembre 1970): AAS 62 (1970),
833.
[4] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987),
34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991),
840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede
(8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
[11] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009),
687
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011):
AAS 103 (2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone (6 agosto
2008): AAS 100 (2008), 634.
[14] Mensaje para el día de oración por la protección
de la creación (1 septiembre 2012).
[15] Discurso en Santa Bárbara, California (8 noviembre 1997); cf.
John Chryssavgis, On Earth as in Heaven: Ecological Vision and Initiatives
of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New York 2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein, Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso « Global Responsibility and Ecological Sustainability:
Closing Remarks », I Vértice de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF
460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165:
FF 750.
[22]Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África,
Pastoral Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[23] Cf. Saludo al personal de la FAO (20 noviembre 2014): AAS 106 (2014),
985.
[24] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Documento de Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta pastoral
What is Happening to our Beautiful Land? (29 enero 1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente
y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida(2012),
17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales,
Der Klimawandel: Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer
Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[28] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 483.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (7 junio 2013), p. 12.
[30] Obispos de la región de Patagonia-Comahue (Argentina), Mensaje
de Navidad (diciembre 2009), 2.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos,
Global Climate Change: A Plea for Dialogue, Prudence and the Common Good
(15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Documento de Aparecida (29 junio 2007), 471.
[33] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 56: AAS 105 (2013),
1043.
[34] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 12:
AAS 82 (1990), 154.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 15:
AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino
(24 abril 2005): AAS 97 (2005), 711.
[40] Cf. Legenda maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft
der Menschheit. Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz zu Fragen der
Umwelt und der Energieversorgung (1980), II, 2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 10: PG 29, 9.
[45] Divina Comedia. Paraíso, Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre 2005), 3: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2005), p. 20.
[47] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009),
687.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991), 6: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un mundo en camino hacia
su perfección última y que esto implica la presencia de la
imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
310.
[50] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 36.
[51] Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104, art. 1, ad 4.
[52] Id., In octo libros Physicorum Aristotelis expositio, lib. II, lectio
14.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard
de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso en un establecimiento químico-farmacéutico
(24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan Pablo II, Carta al
reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2 (2009), 60;
Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas
en Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española
(31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002), 6: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá. Comisión
para los Ąsuntos Sociales, Carta pastoral You love all that exists... all
things are yours, God, Lover of Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón, Reverence
for Life. A Message for the Twenty-First Century (1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000), 5: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II. Finitude et culpabilité,
Paris 2009, 2016 (ed. esp.: Finitud y culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[60] Summa Theologiae I, q. 47, art. 1.
[61] Ibíd.
[62] Cf. ibíd., art. 2, ad 1; art. 3.
[63]Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico de las criaturas: FF 263.
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja e a questão
ecológica (1992), 53-54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 215: AAS 105 (2013),
1109.
[68] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009),
14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la relación
del hombre con la naturaleza (21 enero1987).
[71] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 19:
AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80
(1988), 557.
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de México, Cuilapán
(29 enero 1979), 6: AAS 71 (1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los agricultores en Recife,
Brasil (7 julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 8: AAS 82 (1990),
152.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino paraguayo
y la tierra (12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental
Issues, Wellington (1 septiembre 2006).
[79] Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 27: AAS 73 (1981),
645.
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas del Verbo»
en el mundo; cf. II Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de la ciencia, de la cultura
y de los altos estudios en la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima
(25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[82] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 69:
AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88 (ed. esp.: 112).
[86] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 462.
[87] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s (ed. esp.: El ocaso de la
Edad Moderna, 83-84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009),
35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 231: AAS 105 (2013),
1114.
[92] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63 (ed. esp.: El ocaso de la
Edad Moderna, 83).
[93] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83
(1991), 841.
[94] Cf. Declaración Love for Creation. An Asian Response to the
Ecological Crisis, Coloquio promovido por la Federación de las Conferencias
Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.
[95] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83
(1991), 840.
[96] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 2: AAS
102 (2010), 41.
[97] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 28: AAS 101 (2009),
663.
[98] Cf. Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50, 668 :
« Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate
».
[99] N. 80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 63.
[101]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS
83 (1991), 840.
[102] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 34: AAS
59 (1967), 274.
[103]Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 32:
AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd., 2418.
[108] Ibíd., 2415.
[109] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6: AAS 82 (1990),
150.
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3 octubre 1981),
3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8 noviembre
1981), p. 7.
[111] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 7: AAS 82 (1990),
151.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea General de la Asociación
Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76 (1984), 394.
[113] Comisión Episcopal de Pastoral social de Argentina, Una tierra
para todos (junio 2005), 19.
[114] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013),
1116.
[116] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51:
AAS 101 (2009), 687.
[117] Algunos autores han mostrado los valores que suelen vivirse, por ejemplo,
en las « villas », chabolas o favelas de América Latina:
cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la
lógica de la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine
(eds.), Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una
nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[118] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 482.
[119] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 210: AAS 105 (2013),
1107.
[120] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011):
AAS 103 (2011), 668.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (17 abril 2015), p. 2.
[122] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 26.
[123] Cf. n. 186-201: AAS 105 (2013), 1098-1105.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade
solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 8:
AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(14 junio 1992), Principio 1.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente
y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida (2012),
86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz,
IV, 1, Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[129] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67:
AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 222: AAS 105 (2013),
1111.
[131] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 469.
[132] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(14 junio 1992), Principio 15.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal
para la Pastoral Social, Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas
y campesinos (14 enero 2008).
[134] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 470.
[135] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9: AAS 102 (2010),
46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 50:
AAS 101 (2009), 686.
[139] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 209: AAS 105 (2013),
1107.
[140] Ibíd., 228: p. 1113.
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS 105 (2013), 577:
«La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material,
porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz
encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso
la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un
camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio.
La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita al
científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable.
La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la
investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse
cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse
ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la
razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de
la ciencia».
[142] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013),
1123.
[143] Ibíd., 231: p. 1114.
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso
de la Edad Moderna, Madrid 1958, 87).
[145] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1:
AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 66:
AAS 101 (2009), 699.
[147] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 11: AAS 102 (2010),
48.
[148] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio 2000).
[149] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 39: AAS
83 (1991), 842.
[150] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 14: AAS 82 (1990),
155.
[151] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 261: AAS 105 (2013),
1124.
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio
petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de Australia, A New Earth
– The Environmental Challenge (2002).
[154] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72 (ed. esp.: El ocaso de la
Edad Moderna, 93).
[155] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 71: AAS 105 (2013),
1050.
[156] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2:
AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1977: AAS 68 (1976),
709.
[158] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, 582.
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia,
también destacaba la necesidad de no separar demasiado las criaturas
del mundo de la experiencia de Dios en el interior. Decía: «No
hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en
la música o en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de
los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo
que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que
corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros,
el sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido
de los afligidos…» (Eva De Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du
soufisme, Paris 1978, 200).
[160] In II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico espiritual, XIV-XV, 5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd., XIV-XV, 6-7.
[164] Juan Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2 mayo 1995), 11: AAS 87
(1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id., Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 8: AAS 95
(2003), 438.
[167] Benedicto XVI, Homilía en la Misa del Corpus Christi (15 junio
2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169]Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000), 4: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[170] Quaest. disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2, concl.
[171] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q.
21, art. 1, ad 3; q. 47, art. 3.
[172] Basilio Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6: PG 29, 8.