BEATA LIDUINA MENEGUZZI
1941 d.C.
1 de diciembre
Elisa Angela Meneguzzi (la
futura Hermana Liduina) nace el 12 de septiembre del 1901 en Giarre, barrio
de Abano Terme, provincia de Padua.
Pertenece a una familia de modestos campesinos, pero rica en
honestidad y fe, valores que la niña asimila desde muy temprana edad;
demuestra un vivo espíritu de oraciòn: participa cada día
en la Misa aunque tenga que caminar casi dos kilómetros, frecuenta
la catequesis, más tarde será catequista. Reza, durante las
noches con su familia y es feliz de poder hablar de Dios a sus hermanos.
A los catorce años, para ayudar económicamente
a su familia, empieza a trabajar fuera de casa y lo hace como empleada doméstica
de familias acomodadas y en los hoteles de Abano, ciudad reconocida por sus
tratamientos termales.
Su carácter es dulce, siempre disponible y se hace amar
y apreciar en cualquier lugar. Deseosa de consagrar su vida a Dios, el 5
de marzo de 1926, ingresa en la Congregación de las Hermanas de San
Francisco de Sales en la Casa Generalicia de Padua. Allí realiza su
entrega a Dios y difunde en torno a sí los tesoros de su gran corazón.
Realiza con amor su trabajo como encargada del cuidado de la
ropa, enfermera y sacristana entre las jóvenes del Colegio de la Santa
Cruz; éstas ven en ella la amiga buena capaz de ayudarlas en sus problemas
con sus sabios consejos. Deja, en todas ellas, huellas de imborrable ternura,
de valiente serenidad y de probada paciencia.
Realiza por fin su gran sueño que desde siempre guarda
en su corazón: irse en 1937 a tierras de misión y llevar la
fe y el amor de Cristo a muchos hermanos que no lo conocen. Las Superioras
la envían como misionera a Etiopía, a la ciudad cosmopolita
de Dire Dawa, en donde viven gentes de diversas costumbres y religiones.
La humilde hermana dedica con fervor toda su actividad misionera en este
mundo. No tiene gran cultura teológica pero sí una fuerte riqueza
interior, alimentada por un profundo trato con Dios. Trabaja como enfermera
en el Hospital Civil Parmi, que una vez estallada la guerra se habilita como
hospital militar, donde llegan los soldados heridos. Sor Liduina es verdaderamente
para ellos un «ángel de caridad». Cuida los males fisicos
con ternura e incansable dedicación viendo la imagen de Dios en cada
hermano que sufre.
Su nombre se encuentra muy pronto en boca de todos: la buscan,
la invocan como una bendición. La gente del lugar la llaman «Hermana
Gudda» (grande). Arrecian los bombardeos en la ciudad y todos en el
hospital piden ayuda con un solo grito: «¡Socorro, hermana Liduina!».
Y ella, sin preocuparse del peligro, lleva los heridos al refugio y corre,
inmediatamente, a socorrer a otros. Se inclina ante los moribundos para sugerirles
el acto de contrición y con su inseparable botellita de agua bautiza
a los niños moribundos.
Su entrega no conoce límites; ayuda con un verdadero
espíritu ecwnénico a todos: italianos, blancos y negros, católicos,
coptos, musulmanes y paganos.
Le gusta hablar, especialmente, de la bondad de Dios Padre y
del cielo preparado para todos sus hijos. Todo esto hace que la gente del
lugar, casi todos musulmanes, queden fascinados y manifiesten una gran simpatía
por la religión católica.
Por lo cual se le atribuye el apelativo de «llama ecuménica»
porque ya antes del Concilio Vaticano li realiza uno de los aspectos más
recomendados del ecumenismo. Los santos se anticipan a su tiempo: son como
faros luminosos que señalan la dirección justa en la obscuridad
más densa.
Mientras tanto una enfermedad incurable mina su salud; acepta
con paz y serenamente su situación; sufre y se consume cumpliendo
con valor su preciosa obra de amor entre los enfermos.
Se somete por fin a una delicada operación quirúrgica que parece
superar, pero las cosas se complican y una parálisis intestinal, el
2 de Diciembre de 1941, corta su vida.
La hermana Liduina muere santamente a los 40 años de
edad entregada completamente a la voluntad de Dios y ofreciendo su existencia
por la paz del mundo.
Un médico que estaba presente allí, afirmaba:
«Nunca he visto morir a alguien con tanta paz y serenidad». Los
soldados, que la quieren como una de su propia familia la hacen enterrar
en el cementerio reservado para ellos. Los restos mortales de la hermana
Liduina, después de 20 años son trasladados, en junio de 1961,
a Padua, a una capilla de la Casa Generalicia donde devotos y amigos perigrinan
a su tumba para invocar su intercesión ante Dios.
«El mensaje que la Beata Liduina Meneguzzi aporta hoy
a la Iglesia y al mundo es la esperanza de rescatar al hombre de su egoismo
y de aberrantes formas de violencia. Un amor que es una invitación
a la solidaridad y a la práctica del bien, siguiendo el ejemplo de
Jesús que vino no para ser servido sino para servir y dar su vida
en rescate por todos los hombres».