LOS FRANCISCANOS EN TERRITORIO MEXICANO



   En 1524, 12 franciscanos  a los que el padre General los llamó   los Doce apóstoles partieron de San Lúcar de Barrameda, el 25 de enero, alcanzaron Puerto Rico en veintisiete días de navegación, se detuvieron seis semanas en Santo Domingo, y llegaron a San Juan de Ulúa, junto a Veracruz, puerta de México, el 13 de mayo de 1524. Los Doce apóstoles, conducidos por fray Martín de Valencia, fueron éstos: Francisco de Soto, Martín de Jesús (o de la Coruña), Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente (Motolinía), García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, y los frailes legos Andrés de Córdoba y Juan de Palos.

   Cuenta Bernal Díaz del Castillo (cp.171) que, en cuanto supo Cortés que los franciscanos estaban en el puerto de Veracruz, mandó que por donde viniesen barrieran los caminos, y los fueran recibiendo con campanas, cruces, velas encendidas y mucho acatamiento, de rodillas y besándoles las manos y los hábitos.

   Los frailes, sin querer recibir mucho regalo, se pusieron en marcha hacia México a pie y descalzos, a su estilo propio. Descansaron en Tlaxcala, donde se maravillaron de ver en el mercado tanta gente, y, desconociendo la lengua, por señas indicaban el. cielo, dándoles a entender que ellos venían a mostrar el camino que a él conduce.

   Los indios, que habían sido prevenidos para recibir a tan preclaros personajes, y que estaban acostumbrados a la militar arrogancia de los españoles, no salían de su asombro al ver a aquel grupo de miserables, tan afables y humildes. Y al comentarlo, repetían la palabra motolinía, hasta que el padre Toribio de Benavente preguntó por su significado. Le dijeron que quiere decir pobre. Y desde entonces fray Toribio tomó para siempre el nombre de Motolinía (Mendieta III,12).

     Esta entrada de los Doce en México, el 17 de junio de 1524, fue una fecha tan memorable para los indios que, según cuenta Motolinía, a ella se refieren diciendo «el año que vino nuestro Señor; el año que vino la fe» (Historia III,1, 287).

      Este grupo original se fue enriqueciendo, a partir de 1529, con otros religiosos notables por su profunda vida espiritual y letras. Graduados de la universidad de Salamanca fueron fray Alonso de Herrera, fray Antonio de Huete ambos doctores en leyes. Fray Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún procedían de la misma universidad.

      De otras universidades fueron fray Juan de Gaona, maestro de teología por la universidad de París, fray Jacobo Daciano, dinamarqués, miembro de la familia real e insigne teólogo, fray Arnaldo de Basacio, letrado y maestro de música, fray Jacobo de Testera, predicador de la corte de Carlos V, fray Marcos de Niza, letrado, fray Juan Focher, doctor en leyes por la universidad de París, y fray Maturino Gilberto.

       Esta lista se podría alargar con otros frailes que tomaron el hábito en México y se distinguieron por sus letras, como fray Alonso de Molina, el primer lingüista de México, y fray Juan de Torquemada, cronista que recogió importante información sobre el México antiguo.

      La Provincia del Santo Evangelio quedó formalmente fundada en 1535, cuando el capítulo general de Niza le concedió el título y derechos correspondientes. Los primeros conventos de la Provincia se establecieron en cuatro centros urbanos indígenas de suma importancia: México-Tenochtitlan, sede del vencido “imperio mexica”, Tezcoco, notable centro cultural y antiguo centro político, Tlaxcala, capital del grupo indígena rival de los mexicas, y Huejotzingo, al parecer una de las ciudades estratégicas de mayor relevancia fuera de México.

       Desde estos centros se extendió la acción evangelizadora en la zona central de México. Partiendo de México-Tenochtitlan, los frailes, dos años después de su llegada (1526), habían alcanzado en sus correrías apostólicas por el sur, los pueblos de Cuernavaca (antigua Cuaunahuac) y un poco más tarde la región de Taxco e Iguala. Por el norte muy pronto llegaron a los pueblos cercanos de Cuautitlan y Tepoztlan. Desde Tezcoco los frailes extendieron su acción primero a Tulancingo y Tepeapulco para continuar posteriormente hasta la región del Pánuco. Desde Tlaxcala y Huejotzingo cubrieron gran parte de los actuales Estados de Puebla, Veracruz y Tlaxcala. Al terminar el siglo XVI la Provincia del Santo Evangelio tenía 64 conventos en otros tantos pueblos del altiplano mexicano.

        Los franciscanos establecieron sus conventos en los antiguos centros urbanos indígenas que habían gozada de hegemonía en la época prehispánica: llamados altepeme (plural de altepetl). Las poblaciones aledañas (pueblos sujetos, los llaman los frailes) eran visitadas desde los conventos de acuerdo con un programa previamente establecido. Los domingos todas las comunidades indígenas se reunían en los conventos para la instrucción religiosa y celebración de la misa. En las fiestas locales los frailes iban a celebrarlas en las pequeñas poblaciones En esta forma se pudo mantener el tejido social indiano ahora revestido de cristianismo.

   La Provincia del Santo Evangelio fue el centro del que salieron las restantes provincias franciscanas de México. En 1535, al adquirir el rango oficial de Provincia, se desprendió de ella el grupo de conventos de la zona occidental, con los que quedó constituida la custodia de Michoacán que en 1565 alcanzó el rango de Provincia. La Provincia del Santo Evangelio siguió avanzando, y hacia la década de 1560 llegó hasta Zacatecas que para principios del XVII (1603) adquirió también su rango de provincia independiente.

   El avance hacia el norte y noreste de México continuó durante el siglo XVI con la fundación de dos custodias misioneras: Tampico y Nuevo México. Las misiones de Tampico fueron iniciadas por el notable escritor y lingüista fray Andrés de Olmos. En 1585 ya con el rango de custodia, tenía doce conventos que cubrían un área aproximada de 25,000 Km2., en una zona semi-pantanosa cercana a las costas del Golfo de México.

    Los frailes utilizaron la rudimentaria tradición urbana de algunos grupos indígenas para establecer los primeros conventos-misiones. Tales serían los casos de los conventos de Tanchiapa y Tamián. En otras partes se fundaron nuevos pueblos, como Tamaolipa levantado por el padre Olmos con indios olives y un grupo de chichimecas.

    Las misiones y custodia de Nuevo México, cuyo territorio fue explorado desde 1539 por fray Marcos de Niza, tuvieron sus orígenes en 1598 con un grupo de diez frailes que acompañó a Juan de Oñate en su empresa colonizadora del Nuevo México.

    Cuando recibió el título de custodia en 1616 contaba con 11 conventos-misiones que atendían unos 10,000 nativos. La primera mitad del siglo XVII fue un período de prosperidad. En 1640 trabajaban en la custodia 50 frailes con más de 25 misiones en las que atendían alrededor de 60,000 indígenas de 50 pueblos indios.

     Tarea nada sencilla fue la de encontrar un método para acercar el cristianismo a unas culturas indígenas tan distantes de la occidental en la que llegó fraguado el mensaje cristiano. Hubo intentos de establecer un diálogo con los depositarios de la sabiduría indígena particularmente del centro de México De estos intentos quedaron esquemas y borradores que en la segunda mitad del siglo XVI los humanistas indígenas educados en los colegios conventuales convirtieron en el documento conocido como “Coloquios y doctrina con que los doce frailes de San Francisco convirtieron a los indios de la Nueva España”.

      Este documento es sin duda uno de los más importantes textos de la historia de las misiones católicas. Otra forma de acercamiento con las antiguas culturas fue “la flor y el canto”, de profundas raíces indígenas y que sirvió de puente de enlace en las grandes celebraciones religiosas cristianas. El teatro y otras representaciones vivas de los misterios cristianos dieron a éstos un sentido dentro del mundo conceptual indígena. Los catecismos pictográficos utilizados en los primeros años de la evangelización forman parte de este acercamiento.

      Ayuda inigualable en la tarea evangelizadora fueron las escuelas conventuales que principiaron desde 1523, con la llegada de los tres franciscanos belgas. Gracias a este sistema los franciscanos contaron muy pronto con valiosos colaboradores, ya que según testimonio de los frailes para 1531 tenían en sus conventos alrededor de 5,000 muchachos.

       Los franciscanos adaptaron en sus escuelas conventuales el sistema indígena del “calmecatl” en el que se transmitían los conocimientos más importantes de la antigua cultura, como los cantares religiosos, la ciencia para interpretar los códices, la historia y tradiciones de sus pueblos.

     En las escuelas conventuales se enseñaba, no sólo la doctrina cristiana, sino también la lectura y escritura, el canto de órgano y canto llano, el rezo de las horas canónicas y la liturgia de las misas. Tal sistema tuvo su coronación con el establecimiento del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco en 1536 en el que se recogía a los jóvenes más adelantados de las escuelas conventuales para introducirlos en los conocimientos humanistas de la época: gramática, artes, principios de filosofía, medicina y otras ciencias.

      El crecimiento de la Provincia del Santo Evangelio, en personal y en geografía, fue continuo hasta el siglo XVIII. De acuerdo con estadísticas de la primera mitad de ese siglo la Provincia contaba con 743 frailes y 71 conventos. A partir de 1750 vino un continuo declive que llevó a reducir a la Provincia para fines del siglo XIX a 11 casas y una docena de frailes. Entre las causas de ese declive se debe mencionar la secularización de las doctrinas del siglo XVIII y los movimientos liberales del siglo XIX. 

Página Principal
(Samuel Miranda)