LOS JESUITAS EN MÉXICO



   La primera evangelización de la Nueva España, iniciada por franciscanos dominicos y agustinos tiene durante los primeros cincuenta años una rapidísima expansión. Por eso la llegada a México de los jesuitas en 1572 se produce en el momento más oportuno. La Compañía de Jesús, apenas nacida en la Iglesia, presta en la Nueva España una ayuda de gran valor en colegios y centros educativos.

  Hacia 1645, la Compañía tenía en México 401 jesuitas, de los cuales unos atendían dieciocho colegios, cada uno de ellos con más de seis sujetos, y otros atendían parroquias o misiones (+Lopetegui-Zubillaga, Historia 729).

  Por lo que a las misiones se refiere, ya a partir de 1591 los jesuitas iniciaron en la periferia de México, al oeste y al norte sobre todo, en condiciones durísimas con frecuencia, unas misiones que llegaron a ser famosas en la historia del Nuevo Mundo.

  En esas zonas ocupadas por tribus primitivas, que ni habían estado sujetas al imperio azteca, ni tampoco apenas a la Corona española, los jesuitas realizaron una heroica acción misionera, casi siempre regada con la sangre del martirio. Sinaloa, Chínipas, Tepehuenes, Tarahumara, Pimería y California, aunque la Compañía tuvo bastantes más que éstas.

  Uno de los sistemas utilizados por la Compañía en México  fue la creación de poblados .El misionero reunía a los indios en poblados -ésta era una labor primera y principal, a veces muy difícil-, nombraba gobernador al indio más idóneo, el cual elegía capitán y teniente, alguacil y topiles o ministros.

  En seguida cesaban las guerras, la poligamia, las grandes borracheras y la antropofagia. Se construían poblados en torno a la iglesia y la plaza. Comenzaba una labor agrícola y ganadera bien organizada. Y sobre todo se impartía la doctrina a los indios en su lengua, diariamente a los niños, y también cada día a los nuevos casados, hasta que tenían hijos.

  Más grande incluso que la de Paraguay fue la provincia misionera de México, que incluía California, con 572 jesuitas y 122.000 indios. Pronto se abriría un noviciado éste tenía como propósito la formación de los jóvenes que ingresaban a la orden, siendo ésta de carácter tanto académico como religioso.

  En el México virreinal, el noviciado jesuita se encontraba en Tepotzotlán. Tras su llegada en el año de 1580 a este poblado, los jesuitas comenzaron a aprender náhuatl, mazahua y otomí, para así lograr la evangelización en las misiones, fundando también un colegio dedicado al estudio de lenguas.

  Para el siglo XVIII, Tepotzotlán era uno de los centros educativos más importantes de la Nueva España y también uno de los colegios de la Compañía con mayor número de tierras, haciendas y ranchos. Esto facilitó que se embarcaran en el esfuerzo de facilitar una educación completamente gratuita, al tiempo que consolidaban un mayor apoyo económico a las misiones

  En 1589 entraron los primeros españoles en territorio rarámuri por la región de Chínipas. Los invasores llegaron buscando riquezas y los indígenas se mostraron cordiales ante la amenaza de sus armas. Los rarámuri no querían extraños en su territorio porque se les quería imponer un modo de vida y trabajo diferente, al servicio de los españoles, que se reunieran en poblados y dejaran sus creencias. Lucharon defendiendo su fe y su cultura.

   Hubo 5 rebeliones mayores con 15 años de guerra de 1616 a 1698, y las misiones jesuitas fundadas independientemente en la Alta y la Baja Tarahumara en 1611 y 1626 sólo pudieron trabajar durante 32 y 29 años, respectivamente, en todo el siglo XVII. Murieron 14 misioneros en las rebeliones. Finalmente los rarámuri optaron por la resistencia pacífica y el refugio en las montañas para salvar lo importante.

  Los españoles renunciaron a reunirlos en poblados y a quitarles sus rituales. Cambiaron sus tácticas por un control político poniendo ‘capitanes’ y ‘gobernadores’ indígenas para organizar en grupos a los dispersos.

  Los misioneros respetaron su religión y a su vez pusieron ‘fiscales’ entre los indígenas para convocar a las fiestas cristianas; construyeron templos para reunir al pueblo; apoyaron el nuevo sistema de autoridades; introdujeron la ganadería y nuevos cultivos.

  Los misioneros fueron progresando en su trato con los rarámuri al participar en sus ceremonias. Los rarámuri se rehusaban a formar pueblos y temían hacerse cristianos pensando que se les impondría, como ley de Dios, el trabajo de los españoles. A pesar de todo, conservaron su independencia en lo que más les importaba, su libertad en dispersión, formas de trabajo y ritos ancestrales, aunque tolerando despojos y adoptando lo que les fue útil.

  La vida del rarámuri había cambiado ya a principios de siglo. Adoptaron elementos culturales importantes como el nuevo sistema de autoridades en lo político, el pastoreo y nuevos cultivos en sus formas de producción, el bautismo, el templo y las fiestas cristianas en su religión. Las misiones maduraron y se crearon lazos de afecto con los misioneros.

   Los rarámuri adoptaron así, en cierta libertad, a los misioneros y su fe por el sustrato de coincidencias y conveniencias que debió existir. Seleccionaron a su manera lo que les enriquecía su visión de Dios y del mundo, dejando a un lado lo que no les pareció significativo.

  Hubo una adopción selectiva ya que hasta hoy los misioneros siguen siendo aliados aceptados y queridos, y los ‘chabochis’ (no-indígenas) siguen siendo adversarios y temidos, aunque en convivencia pacífica.

  Cuando se había logrado un avance en la misión y los rarámuri se reconocían como bautizados (rarámuri-pagótuame), vino la expulsión de los jesuitas de los dominios de España en 1767. Se contaba entonces con 22 misiones, además de una buena cantidad de colegios y centros sociales.


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(Samuel Miranda)