LOS MISIONEROS EN SONORA
Después de 60 años
de intentos por conquistar las tierras del noroeste, casi nada se había
logrado. Los grupos indígenas estaban en pie de guerra o andaban errantes;
muy pocos se habían asentado en pueblos. Acababan de llegar a la Nueva
España los Jesuitas (sacerdotes perteneciente a la Orden religiosa
llamada Compañía de Jesús). Ellos irían a aquellas
tierras ignotas, es decir, desconocidas, a convertir a los indígenas
que las poblaban.
En 1590 salió la primera misión rumbo a Durango,
compuesta por los jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez;
luego los enviaron a Sinaloa. Ahí se encontraron con el capitán
Diego Martínez de Hurdaide, que había venido desde Zacatecas.
Era hijo de españoles y fue el protector de los misioneros que se
internaron en tierras sonorenses.
La labor misionera comenzó con la reducción de
los indígenas (en gran parte nómadas o seminómadas)
de las rancherías dispersas, a la vida sedentaria de los pueblos.
El pueblo de misión fue una comunidad agraria, en la cual se introdujeron
los cultivos europeos y la ganadería, a la vez que preservaron los
cultivos tradicionales de la región. Se implantaron en las misiones
las instituciones sociales y políticas que caracterizaron a los pueblos
de España. Se nombraron entre los indígenas a gobernadores,
alguaciles, topiles y otros funcionarios. Se regularizó el matrimonio
según los preceptos eclesiásticos, se predicó la doctrina
y moralidad católica y se extendió el idioma castellano, aunque
se preservaron algunas lenguas indígenas dentro de las misiones.
A partir de Sinaloa y hacia el norte, siguiendo las cuencas
de los ríos, poco a poco se establecieron misiones. Desde 1587, Gonzalo
de Tapia y Martín Pérez empezaron a evangelizar las orillas
de los ríos Sinaloa, Ocoroni y Mocorito. Doce años más
tarde Diego Martínez de Hurdaide fundó los presidios (fuertes)
de Santiago y San Felipe. Hasta allí llegaron algunos indígenas
mayos para pedir misioneros. La tribu estaba dispuesta, pues, a recibir a
los jesuitas; entre otras razones porque ello significaba contar también
con la protección militar que les daba Martínez de Hurdaide.
Necesitaban esa seguridad para protegerse de los yaquis, sus tradicionales
enemigos. Los mayos se asimilaron a las misiones. Fueron bautizados cerca
de tres mil en los pueblos que se habían establecido: Santa Cruz,
Etchojoa, Cohuirimpo, Navojoa, Tesia y Camoa.
Los yaquis debieron esperar siete años más para
que los jesuitas atendieran a la solicitud de los misioneros. Sin embargo
todo estaba en paz después de que llegaron los misioneros en 1617
y continuó durante otros 125 años, en el trascurso de los cuales
una gran cantidad de nuevas ideas influyeron en la vida yaqui.
Esta colaboración pacífica se inició sin
la presencia de soldados. Un notable jesuita español, Andrés
Péres de Ribas, acompañado de un joven misionero italiano,
fue quien puso los primeros cimientos. En sólo 5 o 6 años toda
la tribu que comprendía de 30 a 35 mil miembros, aceptó a los
misioneros, construyeron iglesias y comenzaron a concentrarse dentro de 8
comunidades: Cócorit, Bácum, Belem, Huírivis, Pótam,
Rahum, Torin y Vícam) a las que se redujeron las 80 dentro de las
cuales se dispersaban anteriormente.
En estas comunidades y durante siglo y cuarto casi nunca vivieron
más de media docena de jesuitas al mismo tiempo. En esa forma los
yaquis, aunque aceptaron muchas ideas de los misioneros, participaron profundamente
en la transformación de la vida religiosa, económica y política
que se llevó a cabo. El pueblo se concentraba alrededor de una sola
iglesia, se convertía en una bien organizada comunidad. La producción
económica fue aumentada con grandes rebaños; se construyeron
graneros y se llenaron con trigo, maíz y frijol, que a la vez fueron
utilizados en proseguir el programa de misiones en la Baja California y en
el norte de Sonora.
La iniciativa de los misioneros, combinada con el papel tan
activo de los yaquis en muchos de los puestos del nuevo poblado y en la participación
de la organización, tuvieron como resultado una vigorosa vitalización
de la cultura yaqui; en contraste con la aplastante dominación que
llevaron a cabo los españoles sobre los aztecas y sobre otros grupos
que habitaban al sur de los yaquis.
Al Padre Martín Burgencio le tocó establecer las
misiones de San Carlos de Buenavista, San Pedro de Cumuripa, San Ignacio
de Suaqui y San Francisco de Borja de Tecoripa. Al pueblo de Navojoa pertenecieron
las misiones de Monas, Onavas y Nuri, fundadas durante 1622. Por diferentes
rmbos de Sonora se distribuyeron las misiones, siguiendo el curso de los
ríos Sahuaripa, Arivechi, Bacanora y Mátape.
Por su parte, el jesuita Daniel Ángelo Marras fomentó
la ganadería. A partir de la década de 1680, la misión
de Mátape mandó más de cinco mil animales al centro
de México; también proporcionó provisiones a los buscadores
de oro por los ríos Nebome y San Juan Bautista y organizó la
"recua de los pobres" que llevaba alimentos y ayuda a los pueblos más
alejados y necesitados de Sonora.
Em 1628 el Padre Bartolomé Castaños fundó
la misión de Nuestra Señora del Rosario de Nacameri, que ahora
es Rayón. Ocho años después, la de San Miguel de Ures
y en 1639 la de Nuestra Señora de la Asunción de Opodepe; además
de las de Aconchi, Baviácora, Banámichi, Sinoquipe y Yécora.
Todos estos establecimientos, menos los pueblos del Río Sonora, formaron
la llamada provincia de Ostimuri.
En 1650 se establecieron escuelas de primeras letras en Oposura
y Mátape. En estos centros se formaban los catequistas indígenas.
Se enseñaba español, lectura y escritura, nociones de aritmética,
doctrina católica y cantos religiosos.
El trabajo que los misioneros realizaron entre los grupos nómadas
y sedentarios de Sonora, pronto contó con la oposición de los
colonos españoles. La organización de las misiones protegía
a los indígenas de la forma en que los explotaban los conquistadores.