SAN LUCIO, MONTANO Y COMPAÑEROS
259 d.C.
23 de mayo
En Cartago, en la actual Túnez,
santos, Lucio, Montano, Julián, Victórico, Víctor y
Donaciano, mártires, que, por la religión y la fe que habían
aprendido de las enseñanzas de san Cipriano, afrontaron el martirio
bajo el emperador Valeriano.
Martirio de san Montano
Durante los dos años que había durado ya la persecución
de Valeriano, muchos cristianos habían alcanzado la corona del martirio,
como san Cipriano, en septiembre del año 258. El procónsul
Galerio Máximo, que le había condenado, murió poco después,
pero el procurador Solón llevó adelante la persecución.
En Cartago, el pueblo se levantó contra él, pero la insurreción
fue sofocada en sangre. En vez de tratar de descubrir a los verdaderos culpables,
Solón se vengó en los cristianos, haciendo prisioneros a ocho
discípulos de san Cipriano, casi todos clérigos. Sus Actas
son auténticas y redactadas por testimonios oculares. Esta es la historia
de su martirio:
Donaciano: era catecúmeno y que fue bautizado en prisión,
murió rápidamente en la cárcel. Flaviano: era diácono.
No creían que fuera diácono, y a pesar de que ansiaba con toda
su alma dar su vida por la fe, por dos veces fue interrogado y enviado de
nuevo a la cárcel, mientras sus compañeros morían en
el martirio. Por fin, y gracias a su fe en Dios, pudo alcanzar la palma del
martirio. Julián: tuvo alguna discusión fuerte con Montano,
a causa de una mujer que había sido excomulgada y que Julián
había defendido. Entre ellos quedó la frialdad, pero Montano
tuvo una visión, que le decía que debía reconciliarse
pues el amor era lo único que les podía mantenerlos unidos
ante el inminente martirio. Lucio: era de complexión débil.
Demostró una gran serenidad ante su proceso. Prímulo: hacía
pocos meses que había recibido el bautismo, y fue el primero que fue
martirizado. Reno: como muchos de sus compañeros también tuvo
una visión en la cárcel, que les animaban a seguir adelante
en su confesión de la fe. Víctor. No aparece en las Actas pero
sí en los santorales, debe ser un añadido. Victórico:
recibió una visión en la que le decían que tendrían
la gloria del martirio. En cuanto a Montano las Actas dicen de él:
"tan robusto de cuerpo como de espíritu, ya antes del martirio se
había hecho famoso por su libertad en decir constante y firmemente
lo que la verdad pidiera, sin miramiento alguno a personas". Parece ser que
exhorto a las vírgenes, a conservar su estado, a los herejes, para
que vivieran en unidad y, a todos para que el amor fuera su único
estado.
Tras de haber sufrido hambre y sed durante muchos meses de prisión,
los mártires comparecieron ante el presidente e hicieron una gloriosa
confenión. El decreto de Valeriano sólo condenaba a muerte
a los obispos, sacerdotes y diáconos. Los compañeros de Flaviano,
con más buena voluntad que acierto, dijeron que éste no era
diácono y que por tanto no estaba incluido en el decreto del emperador.
Así pues, aunque Flaviano afirmó que era diácono, el
juez sólo condenó a muerte a sus compañeros. Los mártires
se dirigieron gozosamente al sitio de la ejecución y cada uno de ellos
hizo una exhortación al pueblo. Lucio, que era un hombre tranquilo
y reservado, se había debilitado mucho en la prisión; temiendo
que esto le impidiese verter su sangre por Cristo y que muriese entre la
muchedumbre que bordeaba el camino, los mártires le pusieron a la
cabeza del grupo y le acompañaron en el trayecto. Cuando el verdugo
se preparaba ya a descargar el golpe, Montano rogó a Dios que concediese
a Flaviano la gracia del martirio, tres días después, a pesar
de que el pueblo había obtenido ya la liberación de Flaviano.
En señal de que su oración había sido escuchada, Montano
desgarró el pañuelo que le cubría los ojos y envió
la mitad a Flaviano; igualmente pidió a los cristianos que prepararan
la tumba de Flaviano para no separarse de él, ni aun después
de la muerte. Por su parte, Flaviano oraba ardientemente para que la corona
del martirio no se le retardase mucho.
La sentencia a muerte no llegó tarde a Flaviano y ésta
llenó de gozo al mártir, que fue al sitio de la ejecución
acompañado por una gran muchedumbre, entre la que se hallaban numerosos
sacerdotes. En el sitio de la ejecución, Flaviano oró por la
paz de la Iglesia y la unión de los cristianos. Según parece,
profetizó a Luciano que sería obispo de Cartago. La profecía
se cumplió al poco tiempo. Cuando terminó de hablar, se vendó
los ojos con la mitad del pañuelo que Montano le había mandado
y, postrado de rodillas en oración, recibió el golpe del verdugo.