La Madre Luisa Margarita, como toda visitandina,
recibió, por decirlo así, una “vocación especial
dentro de su vocación particular”: ofrecer la vida y orar por el
Santo Padre y sus Colaboradores, por la Iglesia y sus Pastores, por los
Sacerdotes. Es una llamada a vivir la “maternidad espiritual”.
La Venerable Madre Luisa Margarita Claret de la
Touche tiene hoy mucho que enseñarnos. Pero ¿quién
era? Margarita nació el 15 de marzo de 1868 en Francia, en una
familia de la burguesía en la que la religión era vivida
sobre todo como un deber. Recibió una educación conforme
a la posición social que ocupaba y en su familia pudo
desarrollar sus talentos artísticos: destacaba en la
recitación y obtenía buenos resultados en la pintura.
Alma delicada, le encantaba la literatura y la belleza en todas sus
formas.
A pesar del ambiente social en el que vivía, comprendió que el Señor la llamaba para sí y, aconsejada por un santo Sacerdote, entró en el Monasterio de la Visitacion de Romans. No tuvo una vida fácil. Su temperamento vivo, su gran cultura, la fuerza de su carácter -a lo que hay que añadir los malos entendidos y las incomprensiones- hicieron ardua la adaptación a la vida del Monasterio. Pero Margarita fue fiel, totalmente fiel, superando todos los obstáculos. Y Dios, por su parte, no se dejó vencer en generosidad: le reveló los abismos de su Amor Infinito, su deseo de que este amor alcanzase a todos los corazones y que los hombres respondiesen a tal don con igual amor.
Jesús se manifiesta a Madre Luisa Margarita, la prepara, le habla, la inspira. El día del Sagrado Corazón de Jesús de 1902 (era el 6 de Junio), mientras oraba delante del Santísimo Sacramento, pidiéndole la gracia de formar bien a las novicias que tenía a su cargo, la voz del Maestro le revela su verdadera misión con estas palabras: “Te daré almas de hombres, almas de Sacerdotes.” Después de un primer momento de sorpresa, fue entendiendo que estaba llamada a ayudar a los Sacerdotes ofreciéndose a sí misma por ellos. Cuántas veces, a lo largo de los años, escribirá en su diario frases como éstas: “Sufro mucho, pero soy feliz porque sufro por los Sacerdotes.”
En 1906, a causa de las leyes anticlericales de Francia, la Comunidad de Romans se refugió en Italia, en la provincia de Turín. En 1908 se encontró con Monseñor Mateo Filippello, Obispo de la diócesis de Ivrea a la que pertenecía la Comunidad. Este Obispo le ayudó mucho y la sostuvo en su difícil obra. Después de varias vicisitudes, en 1914 fundó en Vische (Turín) un nuevo Monasterio de la Visitación (en 1918, tres años después de su muerte, se convirtió en una fundación nueva Betania del Sagrado Corazón). Madre Luisa Margarita murió muy joven, el 14 de mayo de 1915.
A distancia de un siglo el mensaje que
nos legó es totalmente actual. El Santo Padre Benedicto XVI, al
convocar el Año Sacerdotal quiso “hacer comprender aún más la
importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia
y en la sociedad contemporánea”. La Madre, instruida por
Jesús, veía claramente esta misma necesidad y, de manera
especial, sus escritos pretenden que el Ministro de Dios sea el primero
en tomar conciencia de su identidad y de su misión.
De esta raíz nace también el ofrecimiento que Madre Luisa Margarita hace de su vida por el clero. Así, el mismo Jesús le hace comprender que quiere que “nuestra querida Visitación sea la auxiliar orante del Sacerdocio”. Esta petición, aunque esté dirigida a una familia religiosa concreta, evidencia en realidad una llamada que, de algún modo, se dirige a todas las contemplativas, aunque cada una lo viva con su característica propia. Por su parte, escribe páginas bellísimas que dejan transparentar todo su amor por el Sacerdocio. No citamos más que algunas líneas: “Quisiera poder proteger, defender, custodiar a estas almas sacerdotales que Jesús me ha enseñado a amar tanto; quisiera poder arroparlas en el Amor infinito, esconderlas en el Corazón del Divino Maestro, para que se vean libres de los peligros que las amenazan. Como no puedo hacer nada por ellas, voy a Jesús: le digo que le amo, que quiero amarle con todo el corazón, con todas mis fuerzas; con toda mi ternura, con mis súplicas amorosas intento arrancarle las gracias necesarias a mis Sacerdotes. En este íntimo dolor materno que me destroza el corazón, el Amor Infinito, viviente en mi alma, derrama una paz, una dulzura, un reposo celestial”. ¿Se habría podido describir de un modo más profundo el anhelo de la maternidad espiritual?
Bajo la guía de un jesuita, Alfredo Charrier, la Venerable Madre Luisa Margarita aprende a reconocer lo que el Señor va sembrando en su vida; pone todo su empeño en dejar espacio a la gracia y a la acción de Dios que la purifica, la eleva, la ilumina según sus designios misericordiosos. Su espiritualidad se caracteriza esencialmente por dos elementos: la conciencia del Amor de Dios –lo que la conduce a una confianza total, a un abandono filial y confiado entre los brazos del Padre- y la unión mística con Cristo Sacerdote y, en consecuencia, con todos los sacerdotes.
A un siglo de distancia de su muerte, la figura de esta monja pequeña de estatura y de salud débil, pero fuerte en su unión con Dios fuera de lo común, nos invita a esta particular dimensión de la vocación contemplativa: el dulce deber de estar junto a nuestros Sacerdotes, sobre todo con la oración y el ofrecimiento de nuestra vida, pero también con ese espíritu de acogida maternal que tantas veces ellos mismos vienen a buscar a la reja de nuestros locutorios. El camino recorrido por Madre Luisa Margarita es sencillo y accesible a todos. Tras las huellas de San Francisco de Sales, la Venerable comprende que el mundo, frío por el egoísmo y la lejanía de Dios, necesita una sola cosa: la caridad que brota del Corazón del Salvador. Por eso, exhorta sobre todo a sus Hermanas (fue primero maestra de novicias y después superiora) a vivir una caridad fina y delicada, haciendo florecer los sentimientos de Cristo y llegando a ser, de este modo, un reflejo de su Corazón Misericordioso.
Muchas páginas de Madre Luisa Margarita Claret de la Touche refieren lo que Jesús le va enseñando respecto a la esencia y a la misión del Sacerdote. En lo que toca a la identidad misma del sacerdote, que hoy pone en discusión muchas de sus certezas, las palabras de esta religiosa que vivió hace un siglo, aportan una gran luz y son fuente de gran consuelo. Sí, el Sacerdote sigue siendo un hombre débil y frágil, pero Cristo Sacerdote lo hace casi una “encarnación” de Sí mismo para continuar su obra. El Señor necesita Sacerdotes santos para que las almas conozcan cada vez más su Corazón, se dejen iluminar por su Verdad y caldear con su Amor.
En el designio divino manifestado a Madre Luisa Margarita, las comunidades monásticas deben ser el corazón palpitante de amor que, en la inmolación oculta y silenciosa, sostengan los pasos de los Sacerdotes para que sean mensajeros del único anuncio auténticamente gozoso: Dios es amor. Tanto ha amado al mundo que ha dado a su Hijo para que los hombres tengan alegría y su alegría llegue a plenitud.