BEATO MANUEL GOMEZ CONTIOSO
1936 d.C.
24 de septiembre
Vocación salesiana
Manuel nació en Moguer, provincia de Huelva, el 13 de
marzo de 1877, en el seno de una familia numerosa y de padres labradores
a pequeña escala. Cuentan que desde muy pequeño, siendo monaguillo
de la parroquia, Manuel disfrutaba jugando a curas con los compañeros.
Aunque todos estos indicios apuntaban al sacerdocio, la idea sólo
cuajó a los 17 años al sentir la llamada de Dios. Prefirió
la Congregación Salesiana al Seminario Diocesano. El 25 de julio de
1894 ingresó como vocación tardía en la Sociedad de
San Francisco de Sales (Salesianos), fundada por san Juan Bosco, en el colegio
salesiano de Utrera (Sevilla). Dos años después pasó
al noviciado de Sant Vicenç dels Horts (Barcelona), que coronaba con
la profesión perpetua el 14 de noviembre de 1897. Aquí estudió
el primer año de filosofía y el segundo en Sarriá. Vuelto
el 1899 a Andalucía, simultaneó primero en San Benito de Calatrava
(Sevilla) y luego en Utrera las prácticas de enseñanza con
los estudios de teología, que culmina en Sevilla el 23 de marzo de
1903 con la ordenación sacerdotal.
Sacerdocio
Estrenó su sacerdocio en Utrera como consejero escolar
y, -a excepción de los cinco años (1917-1922) de confesor en
Córdoba y el siguiente sexenio de director en Écija-, don Manuel
desarrollará todo su ministerio salesiano durante veinte años
(1904-1917 y 1929-1936) en Málaga, como confesor, prefecto-administrador
y, por dos veces, director (1911-1917 y 1935-1936). Siempre se distinguió
por su bondad, llaneza, celo y unción sacerdotal.
Rasgos de su rica personalidad
Un testigo valora la vocación tardía de don Manuel
como una de las primeras conquistas que hizo don Pedro Ricaldone… Ejemplar
en todas las virtudes religiosas, era amado de todos por su bondad paternal.
Su ejemplo atrajo otras vocaciones de la provincia de Huelva. Se distinguió
siempre por su sencillez, por su bondad, por su celo a favor de las almas
que se le confiaban. Cuando predicaba, sabía poner en sus palabras
todo el fuego de amor de Dios encerrado en su corazón.
Don Manuel era la bondad personificada. No hubiera sido capaz
de hacer mal a nadie. Tal vez algunos se aprovecharon de este corazón
tan amplio y generoso. Por otra parte no hay que olvidar que por muchos esfuerzos
que hiciera la pedagogía salesiana, la Escuela de San Bartolomé
seguía siendo un asilo; había alumnos que entraban a los siete
u ocho años y permanecían aquí hasta los veinte, hasta
el servicio militar… Ello suponía casi siempre problemas delicados
de convivencia… Por otra parte, no todo el personal era lo idóneo
que hubiera sido de desear y así los cambios de jefe de Estudios y
del encargado de Pastoral se contaban por años.
Durante el directorado de don Manuel los Cooperadores y la Archicofradía
de María Auxiliadora realizaron una extraordinaria labor apostólica
y asistencial bajo la batuta de la Comunidad Salesiana. Referente a la labor
con los Antiguos Alumnos está demostrado que en tiempos de don Manuel
comenzó a funcionar la Asociación, por lo que puede ser considerado
su fundador, si bien fuera su sucesor, don Gregorio Ferro, quien el 23 de
noviembre de 1917 presentara en el Gobierno Civil los Estatutos para su aprobación.
Como compendio sirve la radiografía que de él
hace uno de la comunidad: Era el clásico salesiano. A pesar de su
edad estaba a la altura de todo. Recuerdo que en el fervorín de una
fiesta de 1931 exclamó: “Nosotros defenderemos a Cristo y derramaremos
hasta la última gota de sangre y estaremos a la máxima altura
que haya que estar”… ¡Y cumplió la promesa!
Encarcelamiento y martirio
El 12 de agosto de 1935 era elegido don Manuel, por segunda
vez, director de la casa de Málaga, donde lo halló la persecución
religiosa desencadenada con motivo del inicio de la guerra civil española.
Habiendo tomado posesión de su cargo en septiembre, el nuevo curso
se presentaba con los mejores augurios, a pesar de las dificultades de la
situación política. Componían la comunidad del curso
1935-1936 catorce salesianos, -siete sacerdotes, cinco coadjutores-maestros
de taller y dos clérigos en el periodo de las prácticas de
enseñanza-, de los que nueve confesarían a Cristo con el sacrificio
de su vida.
Apenas estalló la guerra civil, 18 de julio de 1936,
don Manuel procuró que los padres de los alumnos internos retirasen
a sus hijos y ante los tristes acontecimientos que se perfilaban en el horizonte,
dispuso, como medida de prudencia, que los salesianos sacerdotes vistieran
de paisano. El 20 de julio a las 11 de la mañana llega una pobre mujer
con un pequeño moribundo para bautizarlo. El señor director
le administra el sacramento… Crece la intranquilidad temiéndonos un
registro, que llega en la madrugada del día siguiente, 21 de julio
de 1936. Quedaban en el colegio sólo unas decenas de alumnos. La turba
se arremolinó amenazadora ante el edificio entre un insistente tiroteo.
Buscaban armas imaginarias. El Padre Director hizo abrir las puertas y los
milicianos invadieron la casa… ¡Espectáculo doloroso! Los miembros
de la comunidad colocados en fila ante el muro del patio, mientras los alumnos
llorando. Poco después los salesianos fueron conducidos al cercano
cuartel de Capuchinos, mientras el colegio permaneció a merced del
vandalismo de los invasores. La venerada imagen de María Auxiliadora
fue profanada y después quemada con las demás. Aquel día,
don Manuel fue encarcelado y maltratado, junto con toda la comunidad salesiana
de Málaga. Durante los dos meses pasados en la cárcel probó
el acervo dolor de ver salir hacia el martirio a cinco de sus hermanos de
su comunidad.
Nos es conocido el via crucis recorrido hasta su calvario: visita
del Gobernador que reconoce su inocencia, pero para preservarlos de la chusma,
manda conducirlos a la Prisión Provincial, siendo encerrados en la
ya famosa Brigada de los curas por el número creciente de sacerdotes
y religiosos que acogió. El 23 algunos salesianos pudieron abandonar
la cárcel, mientras don Manuel -con otros varios- permanecería
en ella más de dos meses, de los que uno lo pasó en la enfermería,
aquejado de una infección intestinal y consolado por el afecto de
sus hermanos salesianos. A finales de agosto, algo restablecido, se unió
a sus salesianos para compartir más plenamente con ellos el dolor
de aquellas horas. ¡Cuánto sufría conforme conocía
la muerte de los que le iban arrebatando a su cariño…!
El día de su feliz tránsito fue el 24 de septiembre.
Ese día, fueron martirizados los cuatro últimos salesianos
-dos sacerdotes y dos coadjutores- que aún permanecían en la
Prisión Provincial de Málaga. Entre ellos, don Manuel Gómez,
quien como director de la casa, al estallar la revolución de julio
del 36 proveyó lo más conveniente para la comunidad educativa
de salesianos y alumnos. Su corazón paternal quedó destrozado
por la infortunada suerte de sus hijos y del colegio. Anciano y enfermo sufrió
prisión durante dos largos meses, disponiendo el Señor que
apurara el cáliz de la amargura hasta el final.
La saca, en la que fueron sacrificados 110 hombres y 8 mujeres,
tuvo lugar desde la una y media a las seis de la tarde; los salesianos, con
los de su Brigada, salieron a eso de las tres de la tarde. Don Manuel estaba
signado con el número 179. Transportado por los esbirros ante las
tapias del cementerio de San Rafael, el sacerdote salesiano, a los 59 años
de edad, consiguió la palma del martirio dando su vida por la fe en
Cristo. Sepultado en la fosa general de dicho cementerio, hoy sus restos
mortales -con los de los demás- reposan en la catedral. El día
28 de octubre de 2007 fue beatificado por Benedicto XVI en Roma, juntamente
con otros 497 mártires españoles de la persecución religiosa
habida durante la guerra civil española del 1936 al 1939.