Madre María Caterina del niño Jesús (Luisa María Elizabeth Lavizzari) nace a Vervio (SO) el 6 de octubre del 1867. Es una niña serena y vivaz que crece en una familia profundamente cristiana. Vive con intensidad y alegría su fe, dedicándose al apostolado en parroquia y a las obras de caridad. Animada por un profundo amor por el Señor y atraída por la presencia de Jesús en la Eucaristía, entra en el 1889 entre las Benedictinas de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento del Monasterio de Sereño (MI), donde el 21 de noviembre del 1891 emite la profesión monástica. En el 1900 se transfiere a Ronco de Ghiffa, sobre el Lago Mayor, en la diócesis de Novara.
Dotada de un temperamento jovial y abierto, de grande espíritu de discernimiento, de vivo sentido de la maternidad y de un sano y buen humor, consolida y forma la Comunidad monástica, entre las fatigas y las dificultades de los inicios. A partir del 1910 reda vida a numerosos monasterios benedictinos agregándolos a aquel de Ghiffa, impulsada por un infatigable espíritu misionero y por el deseo de crear nuevos centros de adoración, donde la Regla de san Benito sea vivida en prospectiva eucarística, según el carisma de Madre Mectilde de Bar (1614-1698). Afrenta por esto innumerables viajes, empujándola hasta la lejana Sicilia.
La intensidad de su vida espiritual está señalada por un ardiente amor a la Eucaristía y a su rica y cálida humanidad traspasan los confines de la clausura y golpean profundamente a aquellos que buscan a la puerta del monasterio y que saben que encontraran siempre en ella una consoladora, una sabia consejera y una directriz espiritual, una Madre tierna y fuerte, una mano y un corazón siempre prontos a socorrer las necesidades espirituales y materiales de los demás.
A su muerte, llegada el 25 de diciembre del 1931, son casi 80 las monjas que componen la Comunidad y que la lloran. A todas ellas ella les dona la certeza de una cercanía que superara los confines de la muerte, con las palabras: “Seré siempre su madre”.
A Cuantos la han conocido o se acercan en nuestros tiempos a su mensaje y a su testimonio a través de los numerosos escritos (cartas, “capítulos, ósea exhortaciones a la Comunidad monástica), reconocen en ella un ejemplo trasparente de una vida enteramente donada a Dios y a los hermanos, “Consumida” por la caridad, y un mensaje a un elocuente y actual para cada estado de vida: la invitación a sus hijas, a los sacerdotes, a los laicos a hacer de la Eucaristía el centro propulsor de la existencia y a perseguir la santidad, definida por el papa Juan Pablo II la “medida alta de la vida cristiana”. Una “medida alta” por construir pacientemente en las “pequeñas cosas” de la vida cotidiana, permaneciendo fieles a los propios deberes cumplidos por amor:
“La santidad no es un mantel que se puede endosar, sino una tela que se teje hilo pero hilo, día a día”, sin soñar condiciones ideales para realizarlas, sino permaneciendo fieles al momento presente, reconociendo en el, así como se nos presenta, el camino concreto para seguir al Señor.
Camino constante, trabajo obligativo pero cumplido en la alegría y sobre todo en la certeza que el amor de Dios nos envuelve y nos acompaña. “Vivir la misión de la Eucaristía en la vida de todos los días, en la simplicidad del trabajo cotidiano, en la fraternidad de las comunicaciones, en la sinceridad de nuestro comportamiento verso Dios, los otros y nosotros mismos”.
Es esta la actualidad desarmante de su vida y de su mensaje; esta es la consigna que madre Caterina nos ha dejado: caminar verso la santidad: “¡Convertirnos en Hostias puras, santas, vivientes!”.La fama de santidad de la cual gozaba ya en vida, y que crece después de su muerte, es el origen del proceso de beatificación que inicia con la deposición de la salma, en el octubre del 1956. Postuladora de la Causa es la doctora Francesca Consolini.
El decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
El Santo Padre, con data del 2 de junio del 2007, ha autorizado a la Congregación de las Causas de los Santos a promulgar el decreto de heroicidad de las virtudes. Se trata de una etapa importante en el inter de la Causa. Después de un atento y minucioso examen de parte de los Consultores Teólogos sobre la vida de madre Caterina, sus escritos, sobre los testimonios recogidos, y su sucesiva ratifica de parte de la Sección ordinaria de los Obispos y Cardenales precedida del Prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos, ha estado reconocido que Madre Caterina ha vivido las virtudes en un modo heroico. ¿Pero qué cosa significa exactamente esta expresión, que parece colocar a cada futuro santo en una dimensión inaccesible? A propósito, resultan completamente particularmente iluminadas las palabras del Prefecto emérito de la Congregación de la Causa de los Santos, el Cardenal José Saraiva Martins:
“Heroicidad y normalidad son- y deberían ser para todos- termines que no se excluyen recíprocamente.
No dudaría de hecho a definir la heroicidad de las virtudes como la perseverancia en el cumplimiento de los propios deberes cotidianos. La santidad conquistada en el ámbito de la más estrecha normalidad, sin ser ni considerarse superiores a los demás, dejando que Dios actúe en nosotros… los santos no se han santificado con este u otro acto heroico aislado, bien si por la fidelidad con la cual han buscado cumplir cada día la voluntad de Dios en los pequeños deberes cotidianos” (José Saraiva Martins, Como se hace un santo, ed. Piemme, Casa Monferrato 2005, p. 26).
A Madre Caterina le viene ahora reservado el nombre de “Venerable”.
La cripta del Monasterio, donde reposan sus espolias mortales, trasladadas del cementerio de Ghiffa ya en el 1935, es visitada por numerosas personas que se confían a su intercesión. Muchos son los agradecimientos y testimonios que nos llegan por las gracias recibidas por la intercesión de la Venerable Madre Caterina.
La próxima etapa del inter verso la canonización es la beatificación, por la cual es necesario un milagro.