MARIA AL PIE DE LA CRUZ
Juan 19,25-27
"Estaban junto a la cruz de Jesús su madre
y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María
Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien
amaba que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu
hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre.
Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa".
REFLEXION
La
Iglesia desde siempre ha reconocido la dignidad de la mujer y su importante
cometido en la Histroia de la Salvación. Basta recordar el que,
desde los origenes, el pueblo cristiano ha tributado a la Madre de Cristo,
la Mujer por antonomasia, y la criatura más excelsa y más
privilegiada que jamás ha salido de las manos de Dios. El último
Concilio, dirigiendo un mensaje especial a las mujeres, dice entre otras
cosas: "Mujeres que sufrís, que os mantenéis firmes bajo la
cruz a imagen de María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de
la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta
el fin, para dar tetsimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más
a conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia
y el sentido de los comienzos humildes.
Mientras que los Apóstoles, a excepción de San Juan, abandonan
a Jesús en esta hora de oprobio, aquellas piadosas mujeres, que
le habían seguido durante su vida pública (Lucas 8,2-3),
permanecen ahora junto al Maestro que muere en la Cruz.
El gesto del Señor,
por el que encomienda a su Santísima Madre al cuidado del discípulo,
tiene un doble sentido. Por una parte, manifiesta el amor filial de Jesús
a la Vírgen María. San Agustín considera cómo
Jesús nos enseña a cumplir el cuarto mandamiento: "Es una
lección de moral. Hace lo que recomienda hacer, y, como buen Maestro,
alecciona a los suyos con su ejemplo, a fin de que los buenos hijos tengan
cuidado de sus padres; como si aquel madero que sujetaba sus miembros moribundos
fuera también la cátedra del Maestro que enseñaba"
(In Ioann. Evang., 119,2).
Por otra parte,
las palabras del Señor declaran que Santa María es nuestra
Madre: " La Santísima Vírgen avanzó también
en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión
son el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se
mantuvo erguida (Juan 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito
y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo
amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma
había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús,
agonizante en la Cruz, como Madre al discípulo" (Concilio Vaticano
II).
Todos los cristianos,
representados en San Juan, somos hijos de María. Dándonos
Cristo a su Madre por Madre nuestra manifiesta el amor a los suyos hasta
el fin (Juan 13,1). Al aceptar la Vírgen al Apóstol Juan como
hijo suyo muestra su amor de Madre: "A Tí, María, el Hijo
de Dios y a la vez Hijo tuyo, desde lo alto de la Cruz indicó a un
hombre y dijo: "He ahí a tu hijo". Y en aquel hombre te ha confiado
a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento de
la Anunciación, en estas sencillas palabras: "He aquí la
sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra"
(Lucas 1,38), has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos,
te acercas a todos, buscas maternalmente a todos. De esta manera se cumple
lo que el último Concilio ha declarado acerca de tu presencia en
el misterio de Cristo y de la Iglesia. Perseveras de manera admirable en
el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre
dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está
la Iglesia" (Juan Pablo II, Homilía Basílica de Guadalupe).