Quema de conventos e iglesias, asesinatos de sacerdotes y persecución a los cristianos son, a pesar de lo que algunos digan, pequeñas muestras de lo que se vivió durante la Segunda República y de lo que constituyó una de las etapas más trágicas de la historia de nuestro país.
Mientras en la calle se vivía una tensión extrema, en 1930, en una casa humilde de Madrid, nacía María del Carmen González Valerio y Sáenz de Heredia, la segunda de cinco hermanos. Hoy, esta niña de nueve años es Venerable por decisión de Juan Pablo II y se encuentra en proceso de beatificación a causa de sus virtudes heroicas.
No todo fueron alegrías en la vida de esta pequeña porque desde temprana edad tuvo problemas de salud, lo que provocó que, gravemente enferma, fuera bautizada de urgencia con el nombre de María del Carmen del Sagrado Corazón.
Gracias
a monseñor Tedeschini, Nuncio en España en aquella
época y amigo de la familia, Mari Carmen recibió la
confirmación a los dos años, como ocurría con
algunos niños muy pequeños. Desde su infancia, Mari
Carmen se mostró muy generosa. En cierta ocasión, un
mendigo llamó a la puerta de su casa. La niña le
abrió la puerta, le dio todo el dinero que tenía y le
dijo: “Ahora llame otra vez para que mamá le dé algo”.
La pequeña sabía que su madre daba la ropa usada a los pobres, por lo que en diversas ocasiones le dijo que sus vestimentas, casi sin estrenar, estaban usadas.
Dos de sus aficiones preferidas eran pasar mucho tiempo mirando imágenes piadosas que iba guardando en una caja y darles un curso de espiritualidad a sus muñecas para enseñarles a rezar y hacer la señal de la Cruz.
Ya
desde los cuatro o cinco años era la encargada de dirigir el
rosario en familia y de recitar de memoria las letanías de la
Virgen en latín, algo de lo que sus padres se sentían muy
orgullosos.
La persecución religiosa, que había comenzado algunos años antes, se hizo entonces más fuerte, lo que llevó a que se cometieran numerosos asesinatos. “No creemos que haya habido jamás, en la historia del cristianismo, un estallido semejante de odio contra Jesús y contra la religión, manifestado en todos los aspectos del pensamiento, de la voluntad y de la pasión, y ello en sólo algunas semanas... Los mártires se cuentan por miles” afirmaron los obispos españoles de la época.
La
familia González-Valerio no se libró de estos sucesos
porque a finales del mes de agosto el padre fue arrestado y conducido a
prisión, donde le haría una emocionante confesión
a su mujer: "Los niños son demasiado pequeños, no
comprenden, pero cuando sean grandes diles que su padre ha luchado y
dado su vida por Dios y por España, para que se los pueda educar
en una España católica donde el crucifijo presida todas
las escuelas". Días más tarde sería asesinado.
Tras la muerte de su marido, la madre de Mari Carmen se traslada a
vivir a la embajada de Bélgica por correr peligro a causa de su
parentesco con José Antonio Primo de Rivera.
Sus hijos quedaron al cuidado de su tía Sofía, que
relataría más tarde la actitud de la niña ante
aquellos difíciles momentos: "Durante su estancia en mi casa, la
niña recitaba todos los días el rosario de las llagas del
Señor para la conversión de los asesinos de su padre".
Para la pequeña, éstos se encarnaban en el presidente de la República, Manuel Azaña. Por eso más tarde Mari Carmen preguntaría a su madre: "¿Azaña ira al cielo?", a lo que su madre contestó que si rezaba por él sí se salvaría.
Sin embargo, a primeros de abril, diagnosticaron a la pequeña una escarlatina que se fue agravando con el paso de los días, por lo que regresó rápidamente a casa. Incluso durante su dura convalecencia, dio claras muestras de santidad y no perdió los nervios, algo que quedó patente cuando en una ocasión, al correr las cortinas de su habitación una de las religiosas que la cuidaban por si la luz le molestaba, la niña respondió: "Gracias, Madre, que el Buen Dios se lo devuelva".
Al rato entró otra religiosa y descorrió de nuevo las cortinas para que entrase más luz. Mari Carmen se lo agradeció de igual manera: "Gracias, Madre, así está bien". La niña no pidió en ningún momento que Dios le salvara, sino "que se haga Su voluntad". Todos los intentos para sanarla fueron inútiles.
Una de sus enfermeras afirmó tiempo después: "Cuando le colocábamos el suero en las venas de las manos, porque las otras estaban dañadas, nos pedía que rezáramos. Entonces rezábamos un Credo y un Padrenuestro, todas juntas con ella. Rezaba muy lentamente, y cuando la inyectábamos rezaba mucho más rápido". Los sufrimientos que padeció fueron realmente insoportables, pero la pequeña los sobrellevó abandonándose a Jesucristo, porque solamente su nombre parecía suavizarle el dolor.
Mari
Carmen afirmó que la Virgen María iría a buscarla
el día de su santo, el 16 de julio. Cuando se enteró de
que su tía Sofía se casaría ese día,
anunció que moriría al día siguiente.
Y no se equivocó: en la mañana del 17 de julio de 1939, Mari Carmen se sentó en su cama, cosa que no podía hacer desde hacía ya largo tiempo, y dijo: "Hoy me voy a morir, ¡me voy al cielo!". Doña Carmen, su madre, congregó entonces a toda la familia alrededor de la pequeña.
Ésta pidió perdón por no haber sabido amar a su enfermera, y por haber omitido alguna vez sus oraciones. Después, le pidió a su madre que cantase "Qué bueno eres, Jesús".
De pronto, la niña se volvió hacia ella y le dijo: "Pronto voy a ver a papá, ¿quieres que le diga algo de tu parte?". Horas más tarde, Mari Carmen aconsejó por sorpresa a todos: "Ámense unos a otros" y se recogió totalmente "de forma sobrenatural", cuenta su abuela.
Cuando murió, Mari Carmen estaba destrozada y deformada físicamente por la enfermedad,pero uno de sus tíos se percató de un hecho extraordinario: "¡Miren qué bella se vuelve!", advirtió. Además, un dulce perfume diferente del de las flores de su alrededor, emanó de ella. La rigidez había desaparecido y se había transfigurado en una bella imagen.