María Josefina Teresa Marcucci nació muy cerca de Luca,
patria de Santa Gema, el 24 de abril de 1888. Educada en una familia
cristiana y dócil a la llamada de Dios ingresa en el Monasterio
de las Religiosas Pasionistas de Luca el 10 de Junio de 1906;
allí tiene como directores espirituales a Mons. Volpi y al P.
Germán, que lo habían sido de Santa Gema Galgani. En 1913
junto con otras religiosas viaja a Méjico para fundar
allí un nuevo monasterio de Religiosas contemplativas. No fue
posible aquella fundación, y desde Méjico viaja a
España en 1916. En 1919 se funda el Monasterio de las Religiosas
Pasionistas de Deusto.
En
aquel Monasterio, en 1922 conoce al siervo de Dios P. Juan
González Arintero, op. que será su director espiritual,
como lo hiciera la Venerable Mª Amparo del Sagrado Corazón
de Jesús y el que abra para ella un nuevo camino de apostolado:
escritora en la revista.
La
Vida Sobrenatural, con el seudónimo de “J. Pastor”. De nuevo en
el año 1935 volverá a la Comunidad de Luca con el
servicio de Superiora. En 1941 retorna a España y funda el
Monasterio de las Religiosas Pasionistas en Madrid. El 10 de Febrero de
1960 fallece en este monasterio. Iniciado en 1989 la fase diocesana de
su Proceso de Beatificación y Canonización, fue concluido
el 5 de Noviembre de 1991. SS Francisco reconoció sus virtudes
heroicas el 3 de abril del 2014, declarándole Venerable.
Madre
Magdalena es sobre todo una religiosa pasionista de Clausura. De este
don vocacional brota su ser y su incansable actividad. Su vida
contemplativa, sus viajes y sus escritos fluyen del don inmenso que
recibe y de su correspondencia generosa. Escribe en su diario: “que yo
sea un incansable apóstol de tu amor, un carbón encendido
que pega fuego en todas partes. Esta es la gracia que te pido, hacerte
amar, en vida, en muerte y después de muerta”. El silencio y la
ofrenda de la propia vida por la Iglesia y la humanidad, la
disposición a participar en la amorosa pasión de
Jesucristo define la vida contemplativa y especialmente la pasionista. El
encuentro providencial con el P. Juan González Arintero en 1922
abre un nuevo horizonte de apostolado en su vida. Él le ofrece
escribir en la naciente revista.
Lo
hará con el seudónimo “J. Pastor”. Sus artículos
expresan la intensa vida espiritual, desvelando su propio camino e
invitando a tantos a la santidad que ella define, con verdad y
sencillez, como amor.
Así
se expresa en algunas de sus colaboraciones: – “¡La muerte de un
Dios!; he aquí el misterio más grande del amor. ¡Un
Dios muerto por el hombre!, misterio de los misterios que
formará el gozo eterno de los bienaventurados en la Gloria.
Si entendiéramos esto, sin necesidad de otras consideraciones,
pues ninguna tiene tanta fuerza como ésta, deberíamos
ponernos al trabajo de nuestra santificación como impelidos por
la fuerza de tanto amor. No se puede hacer más que dar la vida
por los que se ama: “Nadie tiene mayor amor que éste de dar uno
la vida por sus amigos” (Jn 15,13) (cf. Todo lo puede el amor, de la
obra la Santidad es amor, pág. 33).
–
“Quiere asociarnos a Él en grande obra de la redención...
quiere que nuestra tristeza se convierta en gozo; que nuestras llagas
resplandezcan un día como las suyas gloriosas...
Acerquémonos a Él, porque está especialmente cerca
de aquel que se acuerda de su Pasión y de su muerte...
¡Hemos quedado heridos!
Nuestro
corazón, nuestra mente irá a ti con frecuencia. Tus
palabras ‘Acuérdate
de mí’ las tengo grabadas en la mente y en el corazón.
Correré a socorrerte con mi amor y con el tuyo esperando me
llames al martirio de amor y de sangre y poder decir: ‘Amor por amor,
vida por vida’ ”.
–
“La santidad es amor. El más tierno, el más delicado, y
al mismo tiempo es más cierto y seguro, porque el amor tiende
siempre a la semejanza.
El alma
que ha penetrado el inefable misterio de amor que encierra la santidad,
ya no tiene que hacer grandes esfuerzos para conseguirla.
El amor
mismo la conduce... El secreto de la santidad es el amor...
¡Señor, enseñamos el Amor! Pero si todavía
no somos capaces de penetrar en las profundidades de la divina caridad,
en el abismo sin fondo que encierra la Pasión y muerte de
Jesús, esperemos con ardor esa hora, pues allí tendremos
que llegar si queremos alcanzar la perfección. El Calvario es y
siempre ha sido la cima de toda santidad, y en lo más alto del
amor es donde únicamente se podrá decir cómo
Jesús ‘todo está cumplido’ de nuestro amor por
Él... No temamos. Amemos, procuremos avivar de continuo este
fuego divino en nuestros corazones. El amor nos dará fuerza y
valor... El amor me llevará donde yo solo con mis fuerzas no
puedo. Con Teresa de Lisieux diré: Sea el amor el ascensor que
suba a las almas pequeñas al Calvario” (la santidad es amor).
La
celebración del cincuenta aniversario de su muerte ha sido una
ocasión para convertir en noticia su vida y la de las hermanas
pasionistas de clausura que en el silencio de su vida orante y oculta
son sabia y sentido para el mundo, testigos agradecidos del amor
deslumbrante de Dios.