BEATO MARIANO DE ROCCACASALE
1866 d.C.
31 de mayo
Nació el 14 de junio
de 1778 en Roccacasale, pueblo de la provincia de L'Áquila (Italia).
En su bautismo recibió el nombre de Domingo. Sus padres, Gabriel De
Nicolantonio y Santa De Arcángelo, agricultores y pastores, profundamente
creyentes, educaron a sus hijos en los valores cristianos. Domingo fue precisamente
el que se quedó con sus padres, después de que los demás
se casaron. Le tocó cuidar el rebaño. La soledad de los campos
y majadas formó el temperamento del joven Domingo para la reflexión
y el silencio, haciendo resonar en él la voz del Señor: comprendió
que el mundo no era para él. Tenía entonces veintitrés
años. No podía resistir a esta fuerza interior. Y decidió
dedicarse con más radicalidad al seguimiento de Cristo.
El 2 de septiembre de 1802 vistió el sayal franciscano
en el convento de Arisquia y tomó el nombre de fray Mariano de Roccacasale.
Terminado el año de noviciado se consagró definitivamente a
Cristo con la profesión de los votos. Permaneció en ese convento
doce años.
Su vida se puede resumir en dos palabras: oración y
trabajo; eran como dos cuerdas en las que vibraba su existencia. Cumplía
escrupulosamente los múltiples encargos que se le confiaban: carpintero
hábil y valioso, hortelano, cocinero y portero.
Pero su aspiración a la santidad no encontraba en Arisquia
el ambiente favorable, no por culpa de los compañeros o de los superiores,
sino porque aquella época no era propicia para la vida religiosa y
los conventos.
En 1814, tras el regreso del Papa a Roma, la vida conventual
pudo rehacerse lentamente en medio de dificultades sin número. Hicieron
falta varios años para que todos los religiosos regresaran a sus conventos,
y la vida de oración y de apostolado volviera a florecer con regularidad
en los claustros.
En ese momento llegó a los oídos de fray Mariano
el nombre del Retiro de San Francisco en Bellegra. La fama de la vida regular
y austera que desde hacía tiempo se había instaurado en ese
convento por obra de santos religiosos ya corría por los alrededores.
Fray Mariano acogió aquella voz como una invitación del Señor.
Los superiores aceptaron su petición de dirigirse a Bellegra en peregrinación.
Así fray Mariano dejó el convento de Arisquia por el Retiro
de Bellegra. Tenía treinta y siete años.
Poco tiempo después, recibió del superior el
encargo de la portería, oficio que desempeñó durante
más de cuarenta años y que se convirtió en su medio
de santidad. Abrió la puerta a muchos pobres, peregrinos y viandantes,
y convirtió muchos corazones, cerrados hasta entonces a la gracia
divina. Para todos tenía una sonrisa, que acompañaba siempre
con el saludo franciscano: «¡Paz y bien!»; les besaba los
pies, los instruía en las verdades de la fe y rezaba con ellos tres
avemarías; después se ocupaba del cuerpo: les lavaba los pies;
si hacía frío, les encendía el fuego y les distribuía
la sopa, mientras les daba consejos. Jamás se lamentaba del trabajo
ni daba signos de cansancio; siempre sereno, afable, sonriente. La fuente
de tanta virtud era, sin duda, la oración. Todo el tiempo que le quedaba
libre de sus ocupaciones lo dedicaba a la adoración eucarística
y a la participación en la misa. Era también muy devoto de
la pasión del Señor.
Falleció el 31 de mayo de 1866, jueves del «Corpus
Christi». Lo beatificó Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999.