VENERABLE MARÍA
TERESA GONZALEZ QUEVEDO
1950 d.C.
8 de abril
María-Teresa,
en plena adolescencia, entra a formar parte de la Congregación
mariana del Instituto donde realiza sus estudios. Recibe una medalla de
la Virgen. Detrás de ella puede escribir una frase, escogida
libremente. Después de reflexionar un poco, formula esta breve
oración: “Madre mía, que quien me mire, te vea”.
María-Teresa
González-Quevedo había nacido en Madrid el 12 de abril de
1930. Su familia vive en la capital de España, y ofrece a la
hija y a sus otros dos hijos una buena educación cristiana.
María-Teresa
(para muchos, simplemente Teresita) desarrolla una personalidad
inquieta, entusiasta y atrevida. Le gusta el tenis y otros deportes. Es
alegre, llena de amor por la vida y menos amor por los libros. Cuando
tiene 10 años, escribe, con poca ortografía pero con
mucha ilusión, esta frase: “[H]E decidido ser santa”.
Su
vida empieza a madurar. Hace unos ejercicios espirituales que marcan el
rumbo de sus decisiones, sin que pierda nada de su alegría y
entusiasmo de siempre. Ingresa a la Congregación mariana y
escribe la frase que es el título de este artículo. Un
día de mayo, sale de su corazón una súplica
especial: “¡Madre mía, dame vocación religiosa!”
Luego se asusta de lo que acaba de pedir. A una amiga le confiesa:
“¡Mira que si la Virgen me la da de verdad!...”
Dios
le susurra que la quiere para Él. Cuando Teresita vuelve a
hablar de la vocación con una amiga, ésta le dice: yo
quiero viajar y divertirme mientras sea joven, y ya cuando sea anciana
entraré en un Convento para asegurarme el cielo. Teresita
responde con decisión: “¡Qué tacaña y
egoísta! ¡Como que te crees que Jesús te va a
admitir ya achacosa, cuando hayas ofrecido lo mejor de tu vida al
mundo! Jesús tiene mejor gusto, y quiere como ofrenda la
juventud con sus alegrías y sus ilusiones”.
En
1947 Teresita tiene 17 años, y una belleza física muy
particular. Los chicos se sienten atraídos por ella, pero notan
algo especial que les obliga a respetarla, a tratarla como a alguien
que viaja por horizontes más lejanos. Ella lleva en su
corazón un propósito firme: seré religiosa.
Sueña en las misiones, sueña en China. Su alma
añora otros mundos, desea llevar a Cristo a rincones donde no
conocen al Maestro.
Habla
con su director espiritual, habla con una tía suya, religiosa,
para pedir consejo. Reza. Hay que dar la noticia en casa.
¿Cómo decir a papá que tiene vocación?
Decide dar la noticia el 7 de enero de 1948. Su padre quiere poner a
prueba a su hija: quiere saber si es consciente de lo que dice, si ve
que es compatible su carácter alegre con los sacrificios que
tendrá que practicar.
Teresita
está decidida y dispuesta a aceptarlo todo con tal de decir que
sí a Dios. Incluso propone la fecha en la que quiere entrar al
Noviciado de las Carmelitas de la Caridad: el 23 de febrero de ese
mismo año 1948.
La
familia y los amigos muestran su sorpresa. Una chica tan guapa... Hay
quien no comprende, hay quien apoya, hay quien calla. Sus padres dan el
permiso y dejan vía libre a la acción de Dios. Su hija
les ha pedido algo bueno, y no quieren ser ellos un obstáculo
para un camino de entrega.
Llega
el 23 de febrero. El día anterior había sido claro,
sereno. Teresita hubiese querido entrar al Noviciado con el regalo de
la nieve, pero parece un sueño imposible. Por la noche, sin
embargo, la nieve empieza a caer. Teresa llega a las puertas de su
nueva familia mientras la ciudad de Madrid se viste de gala y los
petirrojos pueden saltar sobre la capa blanca de la nieve...
Empieza
su vida de postulante y novicia. Muchas amigas van a verla, se sienten
cautivadas por su alegría, por sus certezas. Descubren que el
darse a Dios no es sinónimo de tristeza o de fracaso.
Entrevén que quien es generoso con la vocación
también puede ser profundamente feliz.
¿Qué
quiere Dios de Teresita? Ella desea alcanzar la meta de la santidad de
la mano de la Virgen. Escucha y espera. Dios, en mayo de 1949, empieza
a revelar sus planes: una extraña fiebre da la alarma, indica
que algo no va bien. Después de los análisis, se descubre
que la novicia sufre una pleuresía aguda.
En
su diario escribe: “Durante la Comunión tenía tantas
ganas de entregarme completamente a Jesús para demostrarle
cuánto quería amarlo, que me ofrecí como
víctima para que hiciera de mí lo que quisiera”. Siente
una llamada profunda a confiar, a ponerse en manos de Dios. Dirá
a alguna compañera: “Para ser santa el primer paso es la
confianza, y después abandonarse en manos de la Virgen, para que
Dios haga lo que quiera...”
Prevé
que morirá antes de la fecha en la que se declare el dogma de la
Asunción de la Virgen. En enero de 1950, Teresita sufre un
fuerte dolor de cabeza. Llaman a su padre, que era médico, y
diagnostica meningitis tuberculosa: no hay nada que hacer... El mismo
Sr. González-Quevedo quiere hacer entender a su hija que
está muy mal, que quizá su vida termine muy pronto. Con
sorpresa de todos, la novicia reacciona con una especial
alegría: sabe que pronto será recibida en el cielo por
una Madre que la quiere mucho...
La
Maestra de novicias ve a Teresita demasiado segura de ir al cielo. Un
día le pregunta: “Pero, si tú no has ganado el Cielo,
¿cómo vas a conseguirlo tan pronto?” La novicia responde
con naturalidad: “¡¡Claro que no me lo he ganado!! Pero me
lo regalan; ya sabes tú lo del Buen Ladrón. Si
Jesús y María, a quienes nunca separo, me lo quieren
regalar, ellos son muy dueños”.
El
Jueves Santo de ese año sufre un brusco empeoramiento. Todo su
cuerpo tiembla, pero sigue musitando en los labios algunas invocaciones
marianas. Poco a poco se va apagando, pero todavía puede decir
con decisión: “¡Jesús, te amo por los que no te
aman!... ¡Madre mía! ¡mil veces morir antes que
ofenderte!”
Llega
la agonía. Teresita puede repetir algunas oraciones. Al final,
da un fuerte grito: “¡Madre mía, ven a recibirme... y
llévame contigo al Cielo!” Después, más serena,
dice: “Por los que... no te aman...”
Pocos
minutos después, deja esta tierra. Es el 8 de abril del
Año Santo de 1950.
Lo
que ha pasado después de su partida no lo sabemos. Teresita
brilló un poco en esta tierra. Con su sonrisa, con su
generosidad, con su deseo de ser misionera. Dios llega también
hoy a muchos corazones a través de testimonios como el suyo. La
Virgen, a la que ella tanto quería, nos enseña que es
posible amar también en los momentos de dolor, cuando la
enfermedad destruye una vida que parecía prometer tanto, y que,
en realidad, ha dado tanto en tan poco tiempo...
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(Samuel Miranda)