Mater et Magistra
Carta encíclica de S.S. Juan XXIII sobre los recientes desarrollos
de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana
Discurso de S.S. Juan XXIII el 14 mayo 1961
I. ENSEÑANZAS DE LA ENC. "RERUM NOVARUM" Y OPORTUNOS
DESARROLLOS DEL MAGISTERIO DE PÍO XI Y PÍO XII
los tiempos de la "Rerum novarum"
caminos de reconstrucción
"Quadragesimo anno"
Rm. Pentecostés 1941
ulteriores cambios
fines de la nueva Encíclica
II. DETERMINACIONES Y DESARROLLO DE LAS ENSEÑANZAS DE LA "RERUM NOVARUM"
iniciativa personal, e intervención de los poderes públicos
en el campo económico
"Socialización"
remuneración del trabajo
exigencias de la justicia frente a las estructuras productoras
propiedad privada
reafirmación del derecho de propiedad
propiedad pública
función social (prop. priv.)
III. NUEVOS ASPECTOS DE LA CUESTION SOCIAL
exigencias de justicia en orden a las relaciones entre los sectores productores
exigencias de justicia en las relaciones entre Naciones, en grado diverso
de desarrollo económico incremento demográfico y desarrollo
económico
colaboración en plan mundial
Dios, fundamento del orden moral
IV. REAJUSTE DE LAS RELACIONES DE LA CONVIVENCIA: EN LA VERDAD, EN LA JUSTICIA,
EN LA CARIDAD
ideologías incompletas y erróneas
miembros vivos en el Cuerpo Místico de Cristo
Discurso de S.S. Juan XXIII el 14 mayo 1961
A TODOS LOS TRABAJADORES DEL MUNDO
Espectáculo incomparable que supera a todo cuanto habríamos
podido esperar. Dejadnos saludar con vosotros esta nueva primavera de la Santa
Iglesia.
Venerables Hermanos
Amados hijos:
Vuestra presencia tan solemne y respetuosa y, al mismo tiempo tan vivaz
y vibrante, aquí junto al sacro sepulcro de San Pedro, Príncipe
de los Apóstoles, llena de extraordinaria alegría vuestro corazón
y el Nuestro.
¿Quién os ha traído aquí en tan gran número,
reunidos de todos los países, pertenecientes a toda edad, a toda clase
social y a toda lengua?
Os ha reunido el recuerdo de un gran Papa y de una Carta, de una carta que
él en su tiempo había escrito y había hecho mandar a
todo el mundo: mas no sobre un argumento del acostumbrado ministerio pontificio,
como sería el estimular a devoción y a cristiana piedad, sino
precisamente en un tema doctrinal y práctico sobre el trabajo de los
campos y de las fábricas, sobre el trabajo de todos cuantos desarrollan
humanas energías -brazos, cabeza y corazón, cuerpo y alma- para
sustentamiento de la vida, para prosperidad, para progresiva riqueza del
mundo entero.
El humilde Papa su sucesor que os está hablando era un niñito
de diez años en aquel 1891: pero recuerda muy bien, cómo en
su parroquia, y doquier en torno a él las palabras iniciales de aquel
documento Rerum novarum (Nos estábamos entonces en los latinazos) eran
repetidas en las iglesias y en las reuniones como título de una enseñanza,
en verdad no improvisada, sino tan antiquísima como el Evangelio de
Jesucristo Salvador, pero puesta en aquel mayo de 1891 bajo una luz nueva
y mejor adaptada a las modernas circunstancias del mundo. Se trataba de situaciones
y cuestiones recientes sobre las cuales cada uno gustaba en decir la suya,
y muchos la decían muy fuera de propósito, suscitando peligros
de confusión y tentación de desorden social.
La enseñanza secular de Pedro viviente
2. El papa León, el admirable pontífice, había querido
sacar de los tesoros de la enseñanza secular de la Iglesia la doctrina
justa y santa, la verdad iluminadora para la dirección del orden social
según las exigencias de su tiempo.
Aquella Carta encíclica Rerum novarum, situándose con gran
valor a la par que con gran claridad y decisión, sobre todo entre las
varias relaciones de los campesinos y de los obreros, llamados proletarios,
por una parte, y los propietarios y empresarios por otra, indicaba cuán
indispensable era restaurar los modos de la justicia y de la equidad en beneficio
y en ventaja de los unos y de los otros, invocando como necesarias así
la intervención del Estado como la acción honesta y leal de
los interesados, trabajadores y dadores de trabajo.
La Rerum novarum fue, por lo tanto, una primera llamada grande y solemne
en este orden de principios, que conmovió un poco a todos: y que, aun
circunscribiendo entonces su alcance a la cuestión obrera en el ámbito
de relaciones ya indicadas, tuvo el mérito de abrir un horizonte,
mucho más luminoso porque sacaba luz e irradiación de la purísima
doctrina de la Santa Iglesia Católica, y de sus inagotables fuentes
que son el Antiguo y Nuevo Testamento.
Los cuarenta años que transcurrieron desde la primera difusión
y penetración de esta doctrina -esto es, desde el 1891 al 1931- fueron
señalados por acontecimientos muy vivaces, complejos y a veces violentos;
las variaciones de los desarrollos y de las consiguientes disputas de clases
y de pueblos, determinadas por la primera guerra, se hicieron tan oscuras
y amenazadoras que sugirieron a la amplia y luminosa mente y al corazón
firmísimo del papa Pío XI el reanudar el coloquio de la Sede
Apostólica con el mundo del trabajo haciéndole conocer mejor
la doctrina cristiana de la Iglesia, en relación a las nuevas posiciones
impuestas gradualmente por las mismas conquistas del ingenio humano, por el
progreso de las demás técnicas, trastornadoras de las formas
tradicionales que habían llegado a ser fatigantes para las mismas masas
trabajadoras de los campos y de las fábricas.
Desde León XIII a Pío XI y Pío XII
3. Y fue entonces cuando apareció, como recuerdo y más amplio
desarrollo de las bases de economía social asentadas por la Rerum novarum,
otro documento pontificio titulado Quadragesimo anno, para señalar
los pasos que habían de darse, siempre a la luz de los principios cristianos,
a las nuevas experiencias, a las nuevas relaciones de cooperación mundial
de los hombres trabajadores, de las familias y de las naciones, y ciertamente
para señalar el camino, pero también para estimular y rectificar
su progreso feliz y provechoso.
Alegría grande trajo consigo también esta enseñanza
del papa Pío XI con la Quadragesimo anno.
Aunque limitando el estudio y la resolución de los nuevos mayores
problemas dentro del ámbito del sector industrial, el horizonte de
la cuestión social se ensanchaba y resplandecía. Así,
sucedió en la mayor precisión y en el relieve más vivo
que fue dado al trabajo, a la propiedad, al salario, puestos en relación
con las exigencias del bien común y por lo tanto bajo el aspecto social.
En el vértice estaba siempre el principio supremo según el cual
es regulada toda relación: esto es, no la desenfrenada libre concurrencia
ni la prepotencia económica, fuerzas ciegas ambas, sino las razones
eternas y sagradas de la justicia y de la caridad.
Las exigencias de la justicia no pueden en verdad ser satisfechas si la
sociedad no se recompone orgánicamente a través de la reconstitución
de los cuerpos intermedios con finalidades económico-sociales.
Consecuencia muy fuerte e importante hecha surgir en la Quadragesimo anno,
es el estudio paciente e incesante de la colaboración entre las naciones
grandes y pequeñas.
Amados hijos, en este momento deseamos Nos rendir homenaje, después
que a los papas León y Pío XI, también a la sagrada y
bendita memoria del Santo Padre, el duodécimo Pío, el cual también,
continuando el surco de la Quadragesimo anno, iluminó con su profunda
enseñanza los varios sectores de la sociología de los que hubo
de ocuparse con referencia a la interna estructura de cada una de las Comunidades
políticas, y también a las relaciones entre las mismas en un
plano mundial.
Muy frecuentemente su palabra, hablada y escrita, ha sido una enseñanza
ocasional caracterizada por la amplitud de los horizontes tocados y descubiertos.
Pero ¡qué riqueza, a través de aquellos volúmenes
suyos que quedan para nuestra admiración y veneración como una
colección siempre digna de consultarse a causa de los preciosos minerales
que en ella abundan!
Venerables Hermanos y amados hijos, pensad que cuanto hasta aquí
os hemos dicho no es sino un acercamiento al punto más luminoso al
que Nos hemos propuesto conduciros, esto es más allá de la
Rerum novarum, más allá de la Quadragesimo anno, a un tercer
documento que, celebrando aquellos dos precedentes y añadiéndoles
las nuevas experiencias de actividades sociales que se han multiplicado desmesuradamente
en estos últimos treinta años, que nos están más
cercanos, les añade, como corona, todavía un más copioso
complemento de cristiana doctrina, que la juventud perenne y fecunda de la
Santa Iglesia, Una, Católica, Apostólica, Romana, tiene siempre
pronta, para luz y para guía de los siglos y de los pueblos.
La nueva próxima Encíclica
4. Hemos de confesaros que Nuestra intención era verdaderamente el
poderos ofrecer, y el ofrecer a toda la Iglesia Católica precisamente
en el día del faustísimo recuerdo del septuagésimo aniversario
de la Rerum novarum -1891 -15 mayo- 1961- este tercer documento de alcance
general en forma de Carta encíclica, amplia y solemne. Gozamos en daros
la seguridad de que Nuestra promesa se ha mantenido: la Encíclica está
terminada, pero la solicitud por hacer que llegue a todos los creyentes en
Cristo, y a todas las almas rectas esparcidas por el mundo, a la misma hora,
en su texto oficial latino y en las varias lenguas habladas, Nos aconseja
retardar algún tanto la publicación del texto.
Entre tanto, amados hijos, dejad que os lo repitamos.
Vuestra presencia aquí en Roma, en estos días, Nos es muy
querida extraordinariamente.
Esta semana nos acerca y prepara para la Pentecostés, y nos trae
el recuerdo de los reunidos en Sión: viri religiosi ex omni natione
quae sub caelo est[1].
Vosotros, amados hijos, descendientes de aquellos buenos católicos,
que fueron los primeros en acoger hace ahora setenta años, y que tan
grande honor hicieron a la proclamación de la doctrina católica
social del gran papa León, os habéis reunido aquí representando
a todos los trabajadores cristianos de la tierra.
Bien merecido, pues, tenéis que, como Pedro en Sión, también
su humilde Sucesor, os descubra el secreto y os revele ya sin más,
pero en expresiones abreviadas, el contenido de este tercer documento pontificio,
que muy pronto será pan y alimento saludable y delicioso de vuestras
almas y, así lo esperamos, de todos cuantos confían en la Iglesia
Santa y bendita de Jesucristo: Magister et Salvator mundi[2].
Como sucede en la lectura cotidiana del Breviario para nosotros los sacerdotes,
sea así también con vosotros mientras Nos escucháis la
gracia del Espíritu Santo, para luz de vuestro entendimiento y de
vuestros corazones: Spiritus Sancti gratia illuminet sensus et corda nostra.
Esquema del solemne documento
5. El solemne documento, por lo tanto, que dentro de pocas semanas será
-Nos place repetirlo- alegría de vuestros ojos, alimento sano y sustancioso
de vuestras almas, se desarrolla en cuatro cuadros muy distintos.
Primero: La síntesis de las enseñanzas de tres Papas -León
y los dos Pío, el undécimo y el duodécimo.
Segundo: La presentación de un primer grupo de problemas de acción
social que todavía persisten en su continuada presión desde
setenta años a esta parte.
Tercero: La afirmación de los nuevos problemas graves y a veces peligrosos
de esta época nuestra reciente y contemporánea a nosotros.
Finalmente, cuarto: La recomposición de las relaciones de la convivencia
social a la luz de la enseñanza de la Santa Iglesia.
El primer cuadro ya os es familiar por todo lo que hemos expuesto hasta
aquí como introducción a nuestro coloquio. En él brilla
la naturaleza y el contorno del buen camino de la doctrina pontificia señalado
por la Rerum novarum de León XIII, continuado por la Quadragesimo
anno de Pío XI y por las notas de carácter social tan variadamente
esparcidas en las manifestaciones habladas o escritas de Pío XII.
En verdad que se han verificado profundas innovaciones en estos últimos
años, tanto en las internas estructuras de cada una de las Comunidades
políticas, como en las mutuas relaciones entre las mismas: innovaciones
y problemas que imponen ulteriores aplicaciones y desarrollos de las enseñanzas
ya delineadas por la Rerum novarum, mas referidas -ya lo hemos dicho- a las
cambiadas circunstancias actuales.
Volviéndonos hacia el segundo cuadro, nos hallamos ante la visión
de estos nuevos problemas. Ante todo y precisamente los tocantes a las relaciones
entre iniciativa privada e intervención de los poderes públicos
en el campo económico; luego el cada vez más ampliado difundirse
de formas asociadas en las varias manifestaciones de la vida; la remuneración
del trabajo; las exigencias de la justicia con referencias a las estructuras
productivas; y el gravísimo punto de la propiedad privada.
La inminente Encíclica, en el estudio y en la solución de
estos problemas -no es superfluo el repetirlo- tiene en cuenta los desarrollos
que se han seguido desde la enseñanza de León XIII a la de Pío
XI, y a los mensajes iluminados y sabios de Pío XII, dominada siempre
su doctrina por el motivo fundamental que es afirmación inmutable y
valiente defensa de la dignidad y de los derechos de la persona humana.
Los problemas del tercer cuadro de los que la Encíclica se ocupa
son los más evidentes y apremiantes en el actual momento histórico.
Confieren tono y color característicos a este documento pontificio.
Por la humana y cristiana solidaridad
6. Surge ante todo el problema de la agricultura. La agricultura era una
vez -mas qué decimos: ¿era una vez?-, fue durante milenios de
historia, desde las primeras páginas de la Biblia santa, la riqueza
y la perenne primavera que se renovaba cada año sobre la tierra, la
poesía y el encanto de la vida: y ahora está reducida y está
para reducir a muchas, a muchas comunidades humanas, a un estado, como suele
decirse, de depresión. Lo que se delinea entre las mayores exigencias
de la justicia es concretamente esta justicia de volver a ajustar el equilibrio
económico y social entre los dos sectores de la convivencia humana.
Nuestro ya inminente documento está para ofrecer las principales
directrices inspiradas en una solidaridad humana y cristiana, consideradas
las más eficaces para intento tan noble y tan grande.
Otro problema de proporciones mundiales, que interesa y reclama la angustiosa
atención de Nuestro apostólico ministerio junto con la cooperación
de cuantos creen y viven en Cristo y su Iglesia, se halla constituido por
el estado de indigencia, de miseria y de hambre en el que se debaten millones
y millones de vidas humanas. De aquí el descontento, que se torna a
veces en cruel realidad, de las relaciones entre las comunidades políticas
económicamente desarrolladas y las económicamente infradesarrolladas.
Este es precisamente el llamado problema de la edad moderna, aunque diciendo
todo y diciendo verdad, en el estudio de la historia de los pueblos, abarcando
las vicisitudes seculares de todos los núcleos humanos esparcidos por
el mundo, en pasados tiempos pudo casi considerarse como inexorable, teniendo
en cuenta las causas antiguas y continuas de retraso de los sistemas económicos,
en relación con las condiciones infelices de muchas regiones.
Justamente, santamente -amados hijos- ha de ser proclamado y exaltado el
principio de la solidaridad entre todos los seres humanos; y recordando y
predicando muy alto el deber que tanto las comunidades como cada uno de los
individuos tienen, cuando disponen abundantemente de medios de subsistencia,
de ir en auxilio hacia cuantos se encuentran en condiciones de malestar.
Mas el auxilio de "emergencias" no suprime de raíz las causas de
este malestar. Por lo tanto, se impone la obra de colaboración en
el plano mundial, obra que sea desinteresada, multiforme, encaminada a poner
a disposición de los países económicamente infradesarrollados
grandes capitales e inteligentes competencias técnicas, aptas para
favorecer paralelamente el desarrollo económico y el progreso social,
cuidando, con una sana y benéfica previsión, de interesar a
los primeros y principales "protagonistas" mismos del trabajo humano, en
la realización de su propia elevación individual, familiar
y social.
Primera luz y fuerza: el precepto del Señor
7. Se trata de una gran empresa, finalidad noble y apremiante para la paz
misma del mundo. Para llevarla a feliz término, confiriéndole
incesante vigor, son imprescindibles las relaciones de sincera comprensión
y de activa colaboración entre los pueblos. Lo cual supone -y ahora
Nos place volver a confirmarlo ante este cielo benigno, y ante este templo,
el máximo de la cristiandad- supone, repetimos, el praeceptum Domini,
que afirma y proclama el reconocimiento y el respeto de un orden moral, válido
para todos: que reconozca su fundamento en Dios tutor y vengador, distribuidor
del bienestar, de la riqueza y de la misericordia; y reivindicador terrible,
a quien nadie se sustrae, de la justicia y de la equidad.
Sobre este motivo, como de fondo, se coloca y se alza la intervención
de la Santa Iglesia aun en el campo económico y social. Siempre el
Decálogo -amados hijos-, siempre el Evangelio. Del buen Jesús,
"camino, verdad, vida y luz del mundo", taumaturgo al servicio de los sufrimientos
y enfermedades humanos, mártir divino por la humana expiación,
y rey victorioso y triunfal de los siglos y de los pueblos; de él es
donde toma inspiración el esfuerzo por buscar la justicia, y con él
se hace potente. La defensa y la elevación de los débiles ven
abiertas las maravillas de la caridad, que aseguran la salvación y
la resurrección de los hombres y de los grupos étnicos, la transformación
de las zonas retrasadas y de los secretos deprimidos.
Esta es la gran responsabilidad que atañe a todos, a todos; y a la
cual nadie puede sustraerse mientras vive. El juicio final del mundo, al terminar
su destino, es éste: Venite benedicti, discedite maledicti[3]. Estas
palabras son el compendio y conclusión de la historia del mundo, consumada
y decidida a través de la enumeración de las formas más
variadas, concedidas o negadas, de la asistencia social de hombre a hombre,
de familia a familia, de pueblo a pueblo.
8. El cuarto cuadro de la nueva Encíclica os entretendrá con
visión deliciosa sobre la recomposición de la convivencia humana.
El estudio de la naturaleza del hombre y de la doctrina de la Iglesia, bajo
la luz de la Revelación, señala los caminos seguros para realizar
una convivencia humana dignificada, pacífica y fecunda. Muy natural
es que esta doctrina, al tener a la verdad como fundamento, a la justicia
como finalidad, al amor como elemento propulsor, sea no sólo aprendida,
sino también asimilada, difundida y traducida a la realidad.
Cierran el documento, vasto e interesante, algunas indicaciones preciosas,
útiles e idóneas para alimentar y hacer siempre cada vez más
activa en todos y en cada uno la conciencia de los deberes sociales.
Amados hijos: Esperad la Encíclica con alegre ansia y estudiadla
bien.
9. Volviendo ahora a las muchas cosas, dichas a vosotros, en este prolongado
coloquio del pastor con su grey, con el corazón abierto a los intereses
del espíritu y no olvidado de los de la tierra, Nos ocurre ofreceros
una imagen que os resultará placentera e instructiva.
Lo que más conmovió a todos los fieles de la Santa Iglesia,
al anunciarse la encíclica Rerum novarum del papa León XIII,
en el 1891, fue la sorpresa de escuchar como la voz de una nueva campana,
que desde la torre antigua de la parroquia, de cada una de las parroquias
del mundo, de ciudades o de pueblos, vino a añadirse al concierto de
los otros bronces, familiares a los buenos fieles en las antiguas y pacíficas
costumbres de la piedad religiosa. Aquel sonido del 1891 no fue considerado
como discordante de la entonación de las otras campanas, sino más
bien armonioso, vibrante y jubiloso.
Cuarenta años después, en el 1931, no una, sino muchas nuevas
campanas se añadieron en la torre de la parroquia. La encíclica
Quadragesimo anno fue el gran gesto del papa Pío XI, que dio la señal,
y levantó un feliz y más amplio concierto de invitaciones y
de amonestaciones sobre la cuestión social, y sobre los varios y nuevos
problemas propuestos a la atención de todas las almas rectas e inspiradas
en las fuentes perennes de la doctrina evangélica de significación
universal.
La celebración, en estos días, de la anual conmemoración
que se repite desde hace exactamente setenta años, de la Rerum novarum
en tiempos de un más vasto desarrollo de las solicitudes maternales
de la Iglesia, de los sacros Pastores y de tantos miembros del laicado en
colaboración fervorosa, encaminadas a la difusión de la buena
doctrina y de su inmediata y vasta aplicación, es motivo de singular
exultación, y de estímulo vivo y jubiloso.
Entusiasta y férvido apostolado social
10. La alegría está en comprobar que el antiguo fervor, suscitado
por el gesto del papa León y renovado por sus sucesores, perdura y
promueve entusiasmo, y fortifica sentimientos y propósitos de buen
apostolado social.
En esta sazón, desde la torre antigua y desde las nuevas, multiplicadas
por llanuras y montañas, doquier que la naturaleza atrae y ofrece fecunda
sus dones, ya no es el penetrante sonido de una o de varias campanas, sino
de todo un intenso repicar, toda una fiesta de bronces, de armonías
que vibran para gloria difusa de Jesucristo, hijo de Dios, hermano nuestro,
maestro, redentor y salvador del género humano; que se proyecta siempre
en las misteriosas efusiones de su gracia sobre las almas, no sólo
en preparar y encaminar hacia los bienes celestiales, sino que influye también
sobre los cuerpos y sobre todo lo que es verdadero bienestar de la vida en
la tierra, para el orden civil y social.
El estímulo que nos es lícito y fructuoso sacar de esta conmemoración
y de otras manifestaciones que a ésta seguirán casi doquier
en el mundo, quiere inspirarse en las palabras que el evangelista San Juan,
el predilecto del Señor, ha escrito en la primera de sus tres cartas,
y de la cual, precisamente hoy por la mañana, nos ha tocado gustar
en el Breviario algunos rasgos impresionantes.
Enseñanza, pues, referida por el apóstol de Jesús es
que "Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna"[4]. Conviene vivir
en esta luz en una recíproca comunión con El. Si tuviésemos
pecado, la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica; pues Jesús
es propiciación por los pecados de todo el mundo. Y otras persuasivas
palabras son éstas: "Necesario es saber vivir y caminar con Cristo".
"Qui dicit se in ipso manere, debet sicut ille ambulavit, et ipse ambulare"[5].
¡Cuán magnífico programa es éste, de vida cristiana
y de apostólica actividad social! Vivir en Cristo que es luz divina,
caridad universal; moverse sobre sus huellas y en compañía suya:
in ipso manere: cum ipso ambulare, que es actividad dinámica y tranquila,
ordenada y pacífica, en loa de Dios, en servicio de la justicia, de
la equidad, de la fraternidad humana y cristiana.
Operando así y moviéndonos así, estamos en la verdad
-digámoslo humildemente con las palabras mismas de nuestro San Juan-:
Estamos en la Verdad, esto es, en Dios: en su hijo Jesucristo, al que sea
gloria y bendición en los siglos. Amén, Amén[6].
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Carta encíclica sobre los recientes desarrollos de la cuestión
social a la luz de la doctrina cristiana
Madre y Maestra de todos los pueblos, la Iglesia universal fue fundada por
Jesucristo a fin de que todos, a lo largo de los siglos, viniendo a ella y
recibiendo un abrazo, encontrarán plenitud de más alta vida
y garantía de salvación.
A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad[7], ha confiado su santísimo
Fundador una doble misión: la de engendrar hijos, y la de educarlos
y regirlos, guiando con materno cuidado la vida de los individuos y de los
pueblos, cuya gran dignidad siempre miró ella con el máximo
respeto y defendió con solicitud.
(2) El cristianismo, en efecto, es unión de la tierra con el cielo,
en cuanto que toma al hombre en su ser concreto -espíritu y materia,
inteligencia y voluntad- y lo invita a elevar la mente desde las mudables
condiciones de la vida terrenal hacia las alturas de la vida eterna, que será
consumación interminable de felicidad y de paz.
(3) Y así, la Santa Iglesia, aunque tiene como principal misión
el santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes del orden
sobrenatural, sin embargo, se preocupa con solicitud de las exigencias de
la vida cotidiana de los hombres, no sólo en cuanto al sustento y a
las condiciones de vida, sino también en cuanto a la prosperidad y
a la cultura en sus múltiples aspectos y según las diversas
épocas.
(4) La Santa Iglesia, al realizar todo esto, cumple el mandato de su Fundador,
Cristo, que sobre todo se refiere a la salvación eterna del hombre,
cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida[8] y Yo soy la luz del
mundo[9]; y en otro lugar, al mirar la multitud hambrienta, compadecido prorrumpe
en las palabras: Me da compasión de esta muchedumbre[10], dando así
prueba de preocuparse también de las exigencias terrenales de los pueblos.
Y el Divino Redentor muestra este cuidado no sólo con palabras, sino
también con los ejemplos de su vida, cuando para calmar el hambre de
la multitud, más de una vez multiplicó el pan milagrosamente.
(5) Y con este pan dado como alimento del cuerpo quiso anunciar aquel celestial
alimento de las almas, que había de dar a los hombres en la víspera
de su Pasión.
(6) No es, pues, de admirar que la Iglesia católica, imitando a Cristo
y siguiendo su mandato, haya mantenido constantemente en alto la antorcha
de la caridad durante dos mil años, es decir, desde la institución
de los antiguos Diáconos hasta nuestros tiempos, no sólo con
preceptos, sino también con ejemplos ampliamente ofrecidos; caridad
que, al armonizar los preceptos de mutuo amor con la práctica de los
mismos, realiza admirablemente el mandato de este doble dar, que compendia
la doctrina y la acción social de la Iglesia.
2. (7) Ahora bien, insigne documento -por todos reconocido- de esta doctrina
y acción, desarrolladas a lo largo de los siglos de la Iglesia, es
sin duda la inmortal encíclica Rerum novarum[11], promulgada hace setenta
años por Nuestro Predecesor, de f. m., León XIII, para proclamar
los principios, según los cuales se pudiera resolver cristianamente
la cuestión obrera.
(8) Pocas veces la palabra de un Pontífice tuvo como entonces una
resonancia tan universal, así por la profundidad de la argumentación
y por su amplitud como por el vigor de su estilo. En realidad aquellas orientaciones
y aquellos llamamientos tuvieron tanta importancia que nunca y de ningún
modo podrán caer en el olvido. Se abrió un camino nuevo a la
acción de la Iglesia, cuyo Pastor Supremo, como haciendo propias las
dolencias, los gemidos y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos,
se alzó, como nunca antes, en abogado y defensor de sus derechos.
(9) Y hoy, aun habiendo pasado un largo periodo de tiempo, continúa
todavía operante la eficacia de aquel Mensaje, no sólo en los
documentos de los Pontífices sucesores de León XIII, que en
sus enseñanzas sociales se refieren continuamente a la Encíclica
leoniana, ya para inspirarse en ella, ya para aclarar su alcance, siempre
para proporcionar incentivo a la acción de los católicos; sino
también en los ordenamientos jurídicos mismos de los pueblos.
Prueba de ello es el que los principios cuidadosamente profundizados, las
directrices históricas y los paternos llamamientos contenidos en la
magistral Encíclica de Nuestro Predecesor, todavía hoy conservan
su primitivo valor; más aún, sugieren nuevos y vitales criterios
con que los hombres se pongan en grado de juzgar rectamente el contenido y
las proporciones de la cuestión social, tal como hoy se presenta, y
se decidan a asumir la correspondiente responsabilidad.
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I. ENSEÑANZAS DE LA ENC. "RERUM NOVARUM" Y OPORTUNOS DESARROLLOS
DEL MAGISTERIO DE PÍO XI Y PÍO XII
Los tiempos de la "Rerum novarum"
3. (10) León XIII habló en años de transformaciones
radicales, de fuertes contrastes y de acerbas rebeliones. Las sombras de aquel
tiempo nos hacen apreciar más claramente la luz que dimana de su enseñanza.
(11) Como es sabido, en aquel entonces la concepción del mundo económico,
más difundida y puesta por obra en mayor escala, era una concepción
naturalista, que niega toda relación entre la moral y la economía.
Motivo único de la acción económica, se afirmaba, es
el provecho individual. Ley suprema reguladora de las relaciones entre los
factores económicos es una libre concurrencia sin límite alguno.
Intereses de los capitales, precios de las mercancías y de los servicios,
ganancias y salarios se determinan pura y mecánicamente según
las leyes del mercado. El Estado debe abstenerse de cualquier intervención
en el campo económico. Las asociaciones sindicales, según las
diversas naciones, o se prohiben, o se toleran o se consideran tan sólo
como de derecho privado.
(12) En un mundo económico así concebido, la ley del más
fuerte encontraba plena justificación en el plano teórico y
dominaba el terreno de las relaciones concretas entre los hombres. De lo cual
resultaba un orden económico totalmente turbado, desde sus mismas raíces.
(13) Y así, mientras riquezas incontables se acumulaban en manos
de unos pocos, las clases trabajadoras se encontraban en condiciones de creciente
malestar. Salarios insuficientes o de hambre, agotadoras condiciones de trabajo
y sin ninguna consideración a la salud física, a la moral y
a la fe religiosa. Inhumanas, sobre todo, las condiciones de trabajo a las
que frecuentemente eran sometidos los niños y las mujeres. Siempre
surgía amenazador el espectro del paro. La familia, sujeta a un proceso
de desintegración.
(14) Como consecuencia, profunda insatisfacción entre las clases
trabajadoras, en las cuales cundía y se aumentaba el espíritu
de protesta y de rebeldía. Esto explica por qué entre aquellas
clases encontraban amplio favor las teorías extremistas que proponían
remedios peores que los males que habían de corregirse.
Caminos de reconstrucción
4. (15) En aquel conflicto tocó a León XIII publicar su Mensaje
social -la Rerum novarum- fundado en la misma naturaleza humana, y ajustado
a los principios y al espíritu del Evangelio; Mensaje que al aparecer
suscitó, aun entre no sorprendentes oposiciones, universal admiración
y entusiasmo.
Ciertamente no era la primera vez que la Sede Apostólica descendía
al campo de los interereses terrenales, en defensa de los débiles.
Ya otros documentos del mismo León XIII habían allanado el camino;
pero entonces se formuló una síntesis orgánica de los
principios y una perspectiva histórica tan amplia que hacen de la
encíclica Rerum novarum una suma del Catolicismo en el campo económico-social.
(16) No fue aquel un acto sin audacia. Mientras algunos osaban acusar a
la Iglesia católica de que, frente a la cuestión social se
limitaba a predicar a los pobres la resignación y a exhortar a los
ricos a la generosidad, León III no dudó en proclamar y defender
los legítimos derechos de los obreros.
Y al entrar a exponer los principios de la doctrina católica en el
campo social declaraba solemnemente: Con plena confianza, y por propio derecho
Nuestro, entramos a tratar de esta materia: se trata ciertamente de una cuestión
en la que no es aceptable ninguna solución, si no se recurre a la religión
y a la Iglesia[12].
(17) Muy bien conocéis, Venerables Hermanos, aquellos principios
básicos expuestos por el inmortal Pontífice con tanta claridad
como autoridad, según los cuales debe reconstruirse el sector económico-social
de la humana convivencia.
(18) Primero miran al trabajo, que debe ser valorado y tratado no como una
mercancía, sino como directa actuación de la persona humana.
Para la gran mayoría de los hombres, el trabajo es la única
fuente de la que obtienen los medios de subsistencia; por esto su remuneración
no puede dejarse a merced del juego mecánico de las leyes del mercado,
sino que se debe determinar según la justicia y la equidad, las cuales
en caso contrario quedarían profundamente lesionadas, aunque el contrato
de trabajo hubiese sido estipulado libremente por las dos partes.
(19) A ello se añade que la propiedad privada, incluso la de los
bienes de producción, es un derecho natural que el Estado no puede
suprimir. Es intrínseca a ella una función social; por lo cual
es un derecho que se ejercita no sólo en provecho propio, sino también
en el de los demás.
(20) El Estado, cuya razón de ser es la realización del bien
común en el orden temporal, no puede permanecer ausente del mundo económico;
debe estar presente en él para promover con oportunidad la producción
de una suficiente abundancia de bienes materiales, cuyo uso es necesario
para practicar las virtudes[13] y para tutelar los derechos de todos los
ciudadanos, sobre todo de los más débiles: tales son los obreros,
las mujeres, los niños. Es también deber indeclinable suyo
contribuir activamente al mejoramiento de las condiciones de vida de los
obreros.
(21) Corresponde, además, al Estado procurar que los contratos de
trabajo estén regulados según la justicia y la equidad, y que
en los lugares de trabajo no sufra mengua, en el cuerpo ni en el espíritu,
la dignidad de la persona humana. A este respecto, en la Encíclica
leoniana se señalan las líneas según las cuales se ha
estructurado, no siempre en la misma forma, la legislación social de
las Comunidades políticas en la época contemporánea;
líneas que, como ya observaba Pío XI en la encíclica
Quadragesimo anno[14], han contribuido eficazmente al nacimiento y al desarrollo
de la nueva y nobilísima rama del derecho, llamada el Derecho laboral.
(22) A los trabajadores, se afirma asimismo en la Encíclica, se les
reconoce como natural el derecho de formar asociaciones, ya exclusivamente
de obreros, ya mixtas de obreros y patronos; y también el derecho ya
de conferirles la estructura y organización que juzgaren más
idónea para asegurar sus legítimos intereses económico-profesionales,
ya de moverse con autonomía y por propia iniciativa en el interior
de las mismas, en la forma más favorable a sus intereses.
(23) Obreros y empresarios deben regular sus mutuas relaciones inspirándose
en el principio de la solidaridad humana y de la fraternidad cristiana, ya
que tanto la concurrencia de tipo liberal como la lucha de clases de tipo
marxista son antinaturales y muy contrarias a las enseñanzas cristianas.
(24) Tales son, Venerables Hermanos, los principios fundamentales según
los cuales se rige un verdadero orden económico-social.
(25) Por lo tanto, no debe extrañar que los católicos más
capaces, atentos al llamamiento de la Encíclica, hayan dado vida a
muchas iniciativas para traducir en realidad aquellos principios. Y sobre
la misma línea se han movido también, bajo el impulso de exigencias
objetivas de la misma naturaleza, hombres de buena voluntad de todos los Países
del mundo.
(26) Con razón, pues, la Encíclica ha sido y es aún
reconocida como la Carta magna[15] de la verdadera instauración de
un nuevo orden económico-social.
"Quadragesimo anno"
5. (27) Pío XI, Nuestro Predecesor de s. m., a cuarenta años
de distancia, conmemora la encíclica Rerum novarum con un nuevo documento
solemne: la encíclica Quadragesimo anno[16].
(28) En este documento, el Sumo Pontífice confirma que la Iglesia
tiene el derecho y el deber de aportar su insustituible concurso a la feliz
solución de los apremiantes y gravísimos problemas sociales
que angustian a la familia humana; corrobora los principios fundamentales
y las directrices históricas de la Encíclica leoniana; aprovecha,
además, la ocasión para precisar algunos puntos de doctrina,
sobre los cuales habían surgido dudas entre los católicos, y
para desarrollar el pensamiento social cristiano conforme a las nuevas circunstancias
de los tiempos.
(29) Las dudas se referían, en modo especial, a la propiedad privada,
al régimen de salarios, a la conducta de los católicos ante
una determinada forma de socialismo moderado.
(30) En cuanto a la propiedad privada, Nuestro Predecesor confirma el carácter
de derecho natural, que le compete, y acentúa su aspecto social y su
función respectiva.
(31) Respecto al régimen de salarios, rechaza la tesis que lo califica
de injusto por naturaleza; pero reprueba las formas inhumanas e injustas con
que no pocas veces se ha llevado a la práctica; ratifica y desarrolla
los criterios en que debe inspirarse y las condiciones que deben cumplirse
para que, en él, no sean quebrantadas la justicia y equidad.
(32) En esta materia, claramente indica Nuestro Predecesor que en las presentes
circunstancias es oportuno suavizar el contrato de trabajo con elementos tomados
del contrato de sociedad, de tal manera que los obreros lleguen a participar,
ya en la propiedad, ya en la administración, ya en una cierta proporción
de las ganancias logradas[17].
(33) Hay que considerar asimismo de suma importancia doctrinal y práctica
esta su afirmación de que el trabajo no se estimará en justicia
ni se remunerará con equidad, si no se atiende a su carácter
individual y social[18]. Por consiguiente, al determinar la remuneración,
declara el Pontífice, la justicia exige que se tengan muy presentes,
además de las necesidades individuales de los trabajadores y su responsabilidad
familiar, las condiciones de los organismos productores, donde los trabajadores
ejercen su actividad, y las exigencias del bien económico público[19].
(34) El Pontífice proclama que la oposición entre comunismo
y Cristianismo es radical, y concreta que de ningún modo puede admitirse
que los católicos militen en las filas del socialismo moderado: ya
porque es una concepción de la vida limitada al ámbito del tiempo,
en la que el bienestar material se estima como supremo objetivo de la sociedad;
ya porque en él se propugna una organización social de la convivencia
atendiendo únicamente al fin de la producción, con grave perjuicio
de la libertad humana; ya porque en él falta todo principio de verdadera
autoridad social.
(35) Pero no escapa a la atención de Pío XI que en los cuarenta
años pasados desde la promulgación de la Encíclica leoniana
la situación histórica había sufrido un profundo cambio.
Efectivamente, la libre concurrencia, en virtud de una dialéctica que
le era intrínseca, había terminado por destruirse o casi destruirse
a sí misma; había conducido a una gran concentración
de la riqueza y a la acumulación de un poder económico enorme
en manos de pocos, y éstos muchas veces no son ni dueños siquiera,
sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su
voluntad y arbitrio[20].
(36) Por lo tanto, como acertadamente observa el Sumo Pontífice,
la libre concurrencia se ha destrozado a sí misma: la prepotencia
económica ha suplantado al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido
la ambición del predominio; toda la economía se ha hecho extremadamente
dura, cruel, implacable[21], determinando la sumisión de los poderes
públicos a los intereses de grupo, y desembocando en el imperialismo
internacional del dinero.
(37) Para poner remedio a tal situación, el Supremo Pastor indica
como principios fundamentales la reinserción del mundo económico
en el orden moral y el logro de los intereses, individuales y de grupo, dentro
del ámbito del bien común. Esto lleva consigo, según
sus enseñanzas, el reajuste de la convivencia mediante la reconstrucción
de organismos intermedios autónomos con fines económico-profesionales,
creados libremente por los respectivos miembros y no impuestos por el Estado;
el restablecimiento de la autoridad de los poderes públicos en el desenvolvimiento
de las funciones que son de su competencia respecto a la realización
del bien común; la colaboración en el plano mundial entre las
Comunidades políticas, aun en el campo económico.
(38) Mas los motivos de fondo que caracterizan la magistral Encíclica
de Pío XI pueden reducirse a dos. Primer motivo: que no se puede tomar
como criterio supremo de la actividad y de las instituciones del mundo económico
el interés individual o de grupo, ni la libre concurrencia, ni el predominio
económico, ni el prestigio de la nación o su potencia, ni otros
criterios semejantes.
(39) En cambio, se consideran criterios supremos de estas actividades y
de estas instituciones la justicia y la caridad sociales.
(40) Segundo motivo: que debemos afanarnos por dar vida a un ordenamiento
jurídico -interno e internacional, con un complejo de instituciones
estables, tanto públicas como privadas- inspirado en la justicia social,
con el cual vaya acorde la economía, de tal manera que resulte menos
difícil a los economistas desarrollar sus actividades en armonía
con las exigencias de la justicia, dentro de la esfera del bien común.
Rm. Pentecostés 1941
6. (41) También ha contribuido no poco Pío XII, Predecesor
Nuestro de v. m., a definir y a desarrollar la doctrina social cristiana.
El 1 de junio de 1941, en la solemnidad de Pentecostés, transmitía
un radiomensaje para llamar la atención del mundo católico sobre
una conmemoración que merece esculpirse con caracteres de oro en los
fastos de la Iglesia; esto es, sobre el quincuagésimo aniversario de
la publicación… de la fundamental encíclica social Rerum novarum,
de León XIII…[22]; y para dar a Dios Omnipotente… humildes gracias
por el don que… prodigó a la Iglesia con aquella Encíclica de
su Vicario en la tierra, y para alabarlo por el soplo del Espíritu
renovador que por medio de ella se derramó desde entonces más
creciente sobre la humanidad entera[23].
(42) En el radiomensaje el gran Pontífice reivindica para la Iglesia
la indiscutible competencia para juzgar si las bases de un determinado ordenamiento
social están de acuerdo con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor
ha manifestado por medio del derecho natural y de la revelación[24];
confirma la perenne vitalidad y la inagotable fecundidad de las enseñanzas
de la encíclica Rerum novarum, y aprovecha la ocasión para dar
ulteriores directrices morales sobre tres valores fundamentales de la vida
social y económica…, que se entrecruzan, se unen y completan mutuamente.
Estos son: el uso de los bienes materiales, el trabajo, la familia[25].
(43) Por lo que se refiere al uso de los bienes materiales, Nuestro Predecesor
afirma que el derecho de cada hombre a usar de estos bienes para su sustento
obtiene prioridad frente a cualquier otro derecho de contenido económico;
y esto también frente al derecho de propiedad. Ciertamente, añade
Nuestro Predecesor, también el derecho de propiedad sobre los bienes
es un derecho natural; sin embargo, según el orden objetivo establecido
por Dios, el derecho de propiedad está dispuesto de tal manera que
no puede constituir obstáculo para que sea satisfecha la ineludible
exigencia de que los bienes, creados por Dios para todos los hombres, equitativamente
afluyan a todos, según los principios de la justicia y de la caridad[26].
(44) En orden al trabajo, reiterando la doctrina de la Encíclica
leoniana, Pío XII confirma que es un deber y un derecho de cada uno
de los seres humanos. Luego a éstos corresponde, en primer término,
regular sus mutuas relaciones de trabajo. Sólo en el caso de que los
interesados no cumplan o no puedan cumplir su función, corresponde…
al Estado, como deber suyo, el intervenir en el campo, en la división
y en la distribución del trabajo, según la forma y medida que
requiera el bien común rectamente entendido[27].
(45) Por lo que se refiere a la familia, el Sumo Pontífice afirma
que la propiedad privada de los bienes materiales también debe ser
considerada como espacio vital de la familia; es decir, como un medio idóneo
para asegurar al padre de familia la sana libertad de que tiene necesidad
para cumplir los deberes que el Creador le ha señalado, concernientes
al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia[28]. Esto
determina asimismo el derecho que tiene la familia de emigrar. Sobre este
punto Nuestro Predecesor advierte que si los Estados, tanto los que permiten
la emigración como los que acogen a los emigrados, procuran eliminar
cuanto pueda ser impedimento a que surja y se desenvuelva una verdadera confianza[29]
entre sí mismos, de ello se seguirá una utilidad recíproca,
que contribuirá también a aumentar el bienestar humano y el
progreso de la cultura.
Ulteriores cambios
7. (46) El estado de las cosas, ya tan cambiado en la época de la
conmemoración hecha por Pío XII, ha sufrido en estos veinte
años profundas innovaciones, así en lo interior de las Comunidades
políticas, como en sus mutuas relaciones.
(47) En el campo científico-técnico-económico: el descubrimiento
de la energía nuclear, sus primeras aplicaciones a fines bélicos,
su sucesiva y creciente utilización para usos civiles; las ilimitadas
posibilidades descubiertas por la química en las producciones sintéticas;
el extenderse la automatización y la automación en el sector
industrial y en el de los servicios; la modernización de la agricultura;
la casi total desaparición de las distancias en las comunicaciones,
sobre todo por efecto de la radio y de la televisión; la rapidez creciente
de los transportes; la conquista iniciada de los espacios interplanetarios.
(48) En el campo social: el desarrollo de los sistemas de seguros sociales,
y, en algunas Comunidades políticas económicamente desarrolladas,
la instauración de sistemas de seguridad social; en los movimientos
sindicales, la formación y acrecentamiento de una actitud de responsabilidad
respecto a los mayores problemas económico-sociales; una progresiva
elevación de la instrucción básica; un bienestar cada
vez más extendido; la creciente movilidad social y la consiguiente
reducción de las distancias entre las clases; el interés del
hombre de cultura media por los hechos cotidianos de dimensiones mundiales.
Además, la aumentada influencia de los sistemas económicos en
un número siempre creciente de Comunidades políticas hace resaltar
más los desequilibrios económico-sociales entre el sector de
la agricultura, por una parte, y el sector de la industria y de los servicios,
por otra; entre zonas económicamente desarrolladas y zonas económicamente
menos desarrolladas en el interior de cada una de las Comunidades políticas;
y, en el plano mundial, los desequilibrios económico-sociales, aún
más estridentes, entre los Países económicamente avanzados
y los Países económicamente en vías de desarrollo.
(49) En el campo político: la participación de un siempre
creciente número de ciudadanos de diversas condiciones sociales en
la vida pública de muchas Comunidades políticas; la extensión
y profundización, cada vez mayor, de la acción de los poderes
públicos en el campo económico-social. A esto se añade,
además, en el plano internacional, el ocaso de los regímenes
coloniales y la independencia política que han obtenido los pueblos
de Asia y Africa; la multiplicación y la intensificación de
las relaciones entre los pueblos y la profundización de su interdependencia;
el nacimiento y desarrollo de una red cada vez más rica en organismos
de dimensiones mundiales, con tendencia a inspirarse en criterios supranacionales:
organismos con fines económicos, sociales, culturales y científicos,
o, finalmente, políticos.
Fines de la nueva Encíclica
8. (50) Nos, por lo tanto, sentimos el deber de mantener viva la antorcha
encendida por Nuestros grandes Predecesores, y de exhortar a todos para que
en sus documentos busquen impulso y orientación para resolver la cuestión
social en la forma más conforme a las necesidades de nuestro tiempo.
Por este motivo, al conmemorar en forma solemne la Encíclica leoniana,
Nos complacemos en aprovechar esta ocasión para confirmar y precisar
puntos de doctrina ya expuestos por Nuestros Predecesores, y, al mismo tiempo,
desarrollar el pensamiento de la Iglesia sobre los nuevos y más importantes
problemas del actual momento.
II. DETERMINACIONES Y DESARROLLO DE LAS ENSEÑANZAS DE LA "RERUM NOVARUM"
Origen y amplitud de este fenómeno
10. (59) Uno de los aspectos típicos que caracterizan a nuestra época
es la "socialización", entendida como un progresivo multiplicarse de
las relaciones de convivencia, con diversas formas de vida y actividad asociada,
e institucionalización jurídica. Como origen y fuente de este
hecho aparecen múltiples factores históricos, entre los que
deben contarse los progresos científico-técnicos, una mayor
eficiencia productiva y un nivel de vida más alto en los ciudadanos.
(60) La "socialización" es al mismo tiempo reflejo y causa de una
creciente intervención de los poderes públicos aun en los sectores
más delicados, como los relativos a la sanidad, la instrucción
y la educación de las nuevas generaciones, la orientación profesional,
los métodos para la reeducación y readaptación de sujetos
en cualquier manera deficientes; pero es también fruto y expresión
de una tendencia natural, casi incontenible, de los seres humanos: la tendencia
a asociarse para conseguir los bienes que, siendo aspiración de cada
uno, superan la capacidad y los medios de que aisladamente pueden disponer
los individuos; tendencia, que ha dado vida, sobre todo en los últimos
tiempos, a una rica serie de grupos, de movimientos, de asociaciones, de instituciones
para fines económicos, culturales y recreativos, sociales, deportivos,
profesionales y políticos, que han surgido doquier, dentro de cada
una de las Comunidades nacionales, y en el plano mundial.
Valoración
11. (61) Es claro que la "socialización" así entendida lleva
consigo muchas ventajas. En efecto, hace que puedan satisfacerse muchos derechos
de la persona, particularmente los llamados económico-sociales, como,
por ejemplo, el derecho a los medios indispensables para el sustento humano,
a la asistencia sanitaria, a una instrucción básica más
elevada, a una formación profesional más completa, a la habitación,
al trabajo, a un descanso conveniente, a la honesta recreación. Además,
gracias a la organización, cada vez más perfecta, de los medios
modernos de la difusión, del pensamiento -prensa, cine, radio, televisión-
los particulares pueden participar en los acontecimientos humanos de esfera
mundial, y ello doquier se encuentren.
(62) Pero al mismo tiempo la "socialización" multiplica las formas
organizativas y hace cada vez más circunstanciada la reglamentación
jurídica de las mutuas relaciones entre todos los ciudadanos. Consiguientemente
restringe el radio de la libertad en la actuación individual de cada
hombre, y utiliza medios, sigue métodos y crea ambientes que dificultan
el que cada uno piense independientemente de los influjos externos, obre por
iniciativa propia, ejercite su responsabilidad y afirme y enriquezca su persona.
¿Habrá, pues, de concluirse que la "socialización", al
crecer en amplitud y profundidad, convertirá necesariamente a los hombres
en autómatas? Es una interrogación, a la cual se debe responder
negativamente.
(63) La "socialización" no ha de considerarse como un producto de
fuerzas naturales que obran fatalmente, sino que, como hemos observado, es
creación de los hombres, seres conscientes, libres e inclinados naturalmente
a obrar con responsabilidad, aunque en su acción se ven obligados a
reconocer y respetar las leyes del desarrollo económico y del progreso
social y no pueden sustraerse del todo a las influencias del medio ambiente.
(64) Por lo cual creemos que la "socialización" puede y debe realizarse
de modo que se obtengan las máximas ventajas que consigo pueda traer,
pero que se eviten o, por lo menos, se reduzcan cuanto posible sus efectos
negativos.
(65) Mas para así lograrlo, se requiere que en los hombres investidos
de autoridad pública presida y gobierne una recta concepción
del bien común; concepción, que ha de respetar el conjunto de
las condiciones sociales que permiten y favorecen, en los seres humanos, el
desarrollo integral de su persona. Creemos, además, necesario que los
organismos intermedios y las múltiples iniciativas sociales, en las
cuales tiende ante todo a expresarse y realizarse la "socialización",
gocen de una efectiva autonomía respecto a los poderes públicos
y vayan tras sus intereses específicos con relaciones de leal colaboración
mutua, y en subordinación a las exigencias del bien común. Y
no es menos necesario que dichos organismos presenten el aspecto y el carácter
de verdaderas comunidades, lo cual tan sólo se manifestará cuando
los respectivos miembros siempre sean tratados como personas y sean estimulados
a tomar parte activa en su vida societaria.
(66) En el desarrollo de las formas organizativas de la sociedad contemporánea,
el orden se realiza cada vez más mediante el equilibrio renovado entre
una exigencia de colaboración autónoma y activa de todos, individuos
y grupos, y una oportuna actuación estatal, que coordina y dirige convenientemente
la iniciativa privada.
(67) Si la "socialización" se cumple en el ámbito del orden
moral siguiendo las líneas indicadas, no trae, de por sí, peligros
graves de cargas excesivas en daño de los ciudadanos como individuos;
en cambio, contribuye a fomentar en ellos la afirmación y el desarrollo
de las cualidades propias de la persona; además, se concreta en una
reconstrucción orgánica de la convivencia que Nuestro predecesor
Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno[32] proponía
y defendía como condición indispensable para que queden satisfechas
las exigencias de la justicia social.
Remuneración del trabajo
Criterios de justicia y equidad
12. (68) Profunda amargura embarga Nuestro ánimo ante el espectáculo
inmensamente triste de innumerables trabajadores de muchas Naciones y aun
de Continentes enteros, a los cuales se les da un salario que les somete,
a ellos y a sus familias, a condiciones de vida infrahumana. Esto, sin duda,
se debe, además, al hecho de que en aquellas Naciones y en aquellos
Continentes el proceso de la industrialización está o en sus
comienzos o todavía en fase no suficientemente avanzada.
(69) Pero en algunas de esas Naciones la abundancia y el lujo desenfrendado
de unos pocos privilegiados contrastan de manera estridente y ofensiva con
las condiciones de extremo malestar de los más; en otras todavía
hoy se obliga a la actual generación a vivir con privaciones inhumanas
para aumentar la eficiencia de la economía nacional según ritmos
acelerados que sobrepasan los límites que la justicia y la humanidad
consienten; mientras en otras Naciones un elevado tanto por ciento de la renta
se consume en robustecer o mantener un mal entendido prestigio nacional o
se gastan sumas enormes en armamentos.
(70) Además, en las Naciones económicamente desarrolladas
no es raro comprobar cómo se fijan altas, y aun altísimas compensaciones
por prestaciones de poco esfuerzo o de discutible valor, en tanto que al trabajo
asiduo y provechoso de enteras categorías de ciudadanos honrados y
trabajadores les corresponden muy bajas retribuciones, insuficientes o ciertamente
no proporcionadas a lo que contribuyen al bien de la comunidad o a la renta
de las respectivas empresas o al bien total de la economía de la nación.
(71) Por eso creemos deber Nuestro afirmar una vez más que, así
como la retribución del trabajo no se puede abandonar enteramente a
la ley del mercado, tampoco se puede fijar arbitrariamente, sino que debe
determinarse conforme a justicia y equidad. Esto exige que a los trabajadores
les corresponda una retribución tal que les permita un nivel de vida
verdaderamente humano y hacer frente con dignidad a su responsabilidad familiar;
pero exige además que, al determinar la retribución, se mire
a su efectivo influjo en la producción y a las condiciones económicas
de la empresa; a las exigencias del bien común de las respectivas Comunidades
políticas, particularmente en lo que toca a las repercusiones sobre
el empleo total de las fuerzas laborales de toda la Nación, así
como también a las exigencias del bien común universal, o sea,
de las Comunidades internacionales de diversa naturaleza y amplitud.
(72) Claro está que los criterios que acabamos de exponer valen siempre
y en todas partes; pero no se puede determinar el grado en que deben ser aplicados,
en los casos concretos, sin tener en cuenta la riqueza disponible: riqueza
que, en cantidad y en calidad, puede variar y de hecho varía de Nación
a Nación y dentro de una misma Nación, de un tiempo a otro.
Proceso de adecuación entre el desarrollo económico y el progreso
social
13. (73) Mientras las economías de las diversas Naciones evolucionan
rápidamente y con ritmo aún más intenso después
de la última guerra, creemos oportuno llamar la atención sobre
un principio fundamental, a saber: que al desarrollo económico debe
ir unido y proporcionado el progreso social, de suerte que de los aumentos
productivos puedan participar equitativamente todas las categorías
de ciudadanos. Para ello es necesario vigilar atentamente y emplear los medios
eficaces, de suerte que las desigualdades económico-sociales no aumenten,
antes se atenúen lo más posible.
(74) También la economía nacional -observa justamente Nuestro
predecesor Pío XII-, como fruto que es de la actividad de los hombres
que trabajan unidos dentro de la comunidad del Estado, no tiene otro fin que
asegurar sin interrupción las condiciones materiales en que pueda desarrollarse
plenamente la vida individual de los ciudadanos. Donde esto se lograre en
forma duradera, el pueblo será económicamente rico, porque
el bienestar general y, por consiguiente, el derecho personal de todos al
uso de los bienes terrenales, se realizará entonces conforme a la
finalidad establecida por el Creador[33].
De donde se sigue que la riqueza económica de un pueblo no consiste
tan sólo en la abundancia total de los bienes, sino también,
y aún más, en la real y eficaz distribución según
justicia para garantía del desarrollo personal de los miembros de la
sociedad, pues tal es la verdadera finalidad de la economía nacional.
(75) No podemos dejar de señalar aquí el hecho de que hoy,
en muchas economías, las empresas medianas y grandes obtienen frecuentemente
un rápido e ingente aumento de su capacidad de producción gracias
a la autofinanciación. En tal caso estimamos poder afirmar que a los
obreros les sea reconocido un título de crédito frente a las
empresas en las que trabajan, especialmente cuando se les da una retribución
no superior al salario mínimo.
(76) Acerca de esto debe recordarse el principio propuesto en la encíclica
Quadragesimo anno por Nuestro predecesor Pío XI: Es completamente falso
atribuir sólo al capital o sólo al trabajo lo que es un resultado
de la eficaz colaboración de ambos; y es totalmente injusto que el
uno o el otro, desconociendo la eficacia de la otra parte, trate de atribuirse
a sí solo todo cuanto se logra[34].
(77) La indicada exigencia de justicia puede ser cumplida de diversas maneras,
sugeridas por la experiencia. Una de ellas, y de las más deseables,
consiste en hacer que los obreros, en las formas y en los grados más
oportunos, puedan llegar a participar en la propiedad de las mismas empresas,
puesto que hoy, lo mismo y aún más que en los tiempos de Nuestro
Predecesor, con todo empeño y todo esfuerzo se ha de procurar que,
al menos para lo futuro, las riquezas adquiridas se acumulen con medida equitativa
en manos de los ricos, y se distribuyan con bastante profusión entre
los obreros[35].
(78) Pero, además, debemos recordar que la proporción justa
entre la remuneración del trabajo y las rentas ha de realizarse en
armonía con las exigencias del bien común, así de la
propia Comunidad política como de la entera familia humana.
(79) En un plano nacional deben considerarse como exigencias del bien común:
dar ocupación al mayor número de obreros; evitar que se constituyan
categorías privilegiadas, incluso entre los obreros; mantener una adecuada
proporción entre salarios y precios y hacer accesibles bienes y servicios
al mayor número de ciudadanos; eliminar o contener los desequilibrios
entre los sectores de la agricultura, de la industria y de los servicios;
realizar el equilibrio entre expansión económica y desarrollo
de los servicios públicos esenciales; ajustar, en los límites
de lo posible, las estructuras productivas a los progresos de las ciencias
y las técnicas; lograr, finalmente, que las mejoras en el tenor de
vida de la generación presente sean tales que preparen también
un porvenir mejor a las generaciones futuras.
(80) Son, en cambio, exigencias del bien común en un plano mundial:
evitar toda forma de concurrencia desleal entre las economías de los
varios Países; favorecer la colaboración entre las economías
nacionales mediante convenios eficaces; cooperar al desarrollo económico
de las Comunidades políticas económicamente menos adelantadas.
(81) Es obvio que las indicadas exigencias del bien común, así
en el plano nacional como en el mundial, también han de tenerse en
cuenta cuando se trata de determinar la parte de las utilidades que corresponde
asignar, en forma de beneficios, a los responsables de la dirección
de las empresas; y, en forma de intereses o de dividendos, a los aportadores
de capitales.
Exigencias de la justicia frente a las estructuras productoras
Estructuras conformes a la dignidad del hombre
14. (82) Las normas de justicia han de regir no sólo en la distribución
de la riqueza, sino también en orden a la estructura de las empresas
que desarrollan actividad productora. Porque a la naturaleza de los hombres
va unida la exigencia de que, al desarrollar su actividad productora, tengan
también posibilidad de cumplir su propia responsabilidad y perfeccionar
su propia persona.
(83) Por lo tanto, si las estructuras, el funcionamiento, los ambientes
de un sistema económico, son tales que comprometan la dignidad humana
de cuantos en él despliegan su propia actividad, o les entorpezcan
sistemáticamente el sentido de responsabilidad o les dificulten de
algún modo la manifestación de su iniciativa personal, tal sistema
económico es injusto, aun en la hipótesis de que la riqueza
que produzca alcance un alto nivel y sea distribuida según criterios
de justicia y equidad.
Nueva confirmación de una directriz
15. (84) No es posible determinar en un solo esquema las estructuras de
un sistema económico que mejor respondan a la dignidad de los hombres
y sean más idóneas para desarrollar en ellos el sentido de responsabilidad.
Sin embargo, Nuestro Predecesor Pío XII traza oportunamente esta directriz:
En la agricultura, en las artes y en los oficios, en el comercio y en la
industria, hay que garantizar y promover la pequeña y la mediana propiedad;
las uniones cooperativas deben asegurarles los beneficios de las grandes empresas;
y… ha de ofrecerse la posibilidad de moderar el contrato de trabajo mediante
un contrato de sociedad[36].
Empresa artesana y empresa cooperativa
16. (85) Por lo tanto, se deben conservar y promover, en armonía
con el bien común y dentro de las posibilidades técnicas, la
empresa artesana, la empresa agrícola de dimensiones familiares; y
también las iniciativas cooperativas, que son el complemento y perfección
de las dos precedentes.
(86) Más adelante hablaremos de la empresa agrícola de dimensiones
familiares. Aquí creemos oportuno hacer alguna indicación tocante
a la empresa artesana y a la cooperativa.
(87) Ante todo, se debe notar bien que ambas empresas, para ser vitales,
deben incesantemente ajustarse, así en las estructuras como en su funcionamiento
y en la producción, a las situaciones siempre nuevas determinadas
por los progresos de las ciencias y de las técnicas, y también
por las mudables exigencias y preferencias de los consumidores: acción
de reajuste, que debe ser realizada en primer lugar por los propios artesanos
y por los propios cooperativistas.
(88) Para tal fin, es necesario que unos y otros tengan buena formación
en el aspecto técnico y en el humano, y que estén profesionalmente
organizados; y es también indispensable que se realice una conveniente
política económica relativa sobre todo a la instrucción,
los impuestos, el crédito y los seguros sociales.
(89) Por otra parte, la acción de los poderes públicos en
favor de los artesanos y los cooperativistas halla su justificación,
además, en el hecho de que unos y otros son portadores de genuinos
valores humanos y contribuyen al progreso de la civilización.
(90) Invitamos, por tales razones, con paternal ánimo a Nuestros
carísimos hijos artesanos y cooperativistas, esparcidos por todo el
mundo, a que sean muy conscientes de la nobleza de su profesión y
de su valiosa contribución, para que mantengan firmes en las Comunidades
nacionales el sentido de la responsabilidad y el espíritu de colaboración
y permanezca en ellos ardiente la aspiración a producir obras de un
trabajo fino y original.
Presencia activa de los trabajadores en las empresas grandes y medianas
17. (91) Además, moviéndonos en la dirección trazada
por Nuestros Predecesores, también Nos consideramos que es legítima
en los obreros la aspiración a participar activamente en la vida de
las empresas, en las que están incorporadas y trabajan. No es posible
prefijar los modos y grados de tal participación, pues se hallan en
relación con la situación concreta que cada empresa presente;
situación, que puede variar de una empresa a otra, y que en lo interior
de cada empresa está sujeta a cambios, a menudo rápidos y fundamentales.
Creemos, sin embargo, oportuno llamar la atención sobre el hecho de
que el problema de la presencia activa de los obreros existe siempre, sea
pública o privada la empresa; y, en cada caso, se debe tender a que
la empresa llegue a ser una verdadera asociación humana, que con su
espíritu influya profundamente en las relaciones, funciones y deberes
de cada uno de sus individuos.
(92) Esto exige que las relaciones entre los empresarios y dirigentes, por
una parte, y los dadores de obra, por la otra, lleven en cada empresa el sello
del respeto, la estima, la comprensión, la leal y activa colaboración
e interés como en una obra común; y que el trabajo sea concebido
y vivido por todos los miembros de la empresa, no sólo como fuente
de ingresos, sino también como cumplimiento de un deber y prestación
de un servicio. Eso implica también que los obreros puedan hacer oír
su voz y prestar su aportación para el eficiente funcionamiento y desarrollo
de la empresa.
Observaba Nuestro predecesor Pío XII: La función económica
y social que todo hombre aspira a realizar exige que el desarrollo de la actividad
de cada uno no esté totalmente sometido a una voluntad ajena[37].
Una concepción humana de la empresa debe, sin duda, salvaguardar
la autoridad y la necesaria eficacia de la unidad de dirección; pero
no puede reducir a sus colaboradores de cada día a la condición
de simples silenciosos ejecutores, sin posibilidad alguna de hacer valer su
experiencia, enteramente pasivos respecto a las decisiones que dirigen su
actividad.
(93) Conviene, por último, recordar que el ejercicio de la responsabilidad,
por parte de los obreros, en los organismos de producción, al mismo
tiempo que responde a las legítimas exigencias propias de la naturaleza
humana, está también en armonía con el desarrollo histórico
en el campo económico-social-político.
(94) De lamentar es que, como ya hemos indicado y se verá más
ampliamente después, no son pocos los desequilibrios económico-sociales
que en nuestro tiempo ofenden a la justicia y a la humanidad, y profundos
errores dan forma a la actividad, fines, estructuras y funcionamiento del
mundo económico. No obstante, es un hecho indiscutible que los regímenes
económicos, por el impulso de los progresos científico-técnicos,
se van hoy modernizando y se tornan más eficientes, con ritmo mucho
más rápido que en lo pasado. Esto exige de los obreros aptitudes
y cualidades profesionales más elevadas. Simultáneamente, y
como consecuencia, se ponen a su disposición mayores medios y más
amplios márgenes de tiempo para que se instruyan y se pongan al día,
para su cultura y su formación moral y religiosa.
(95) Se hace también posible un aumento de los años destinados
a la instrucción básica y a la formación profesional
de las nuevas generaciones.
(96) De ese modo se crea un ambiente humano que favorece en las clases trabajadoras
el que puedan tomar funciones incluso de grave responsabilidad, en sus respectivas
empresas; mientras las Comunidades políticas muestran cada vez mayor
interés en que todos los ciudadanos se sientan responsables de la realización
del bien común en todos los sectores sociales.
Presencia de los trabajadores en todos los sectores
18. (97) La época moderna ha logrado un amplio desarrollo del movimiento
asociativo de los trabajadores y su reconocimiento general en los ordenamientos
jurídicos de los diversos Países y en el plano internacional,
para los fines específicos de colaboración, sobre todo mediante
el contrato colectivo. No podemos, sin embargo, dejar de hacer notar cuán
oportuno o necesario es que la voz de los obreros tenga posibilidad de hacerse
oír y escuchar más allá del ámbito de cada empresa
productora, y aun en cualquiera de los estratos nacionales.
(98) La razón consiste en que cada uno de los organismos productores,
por muy amplias que puedan ser sus dimensiones y elevada e influyente su eficiencia,
están vitalmente insertados en la estructura económico-social
de las respectivas Comunidades políticas y condicionados por ella.
(99) Pero las resoluciones que más influyen sobre aquella estructura
no son tomadas en lo interior de cada uno de los organismos productores; son,
por lo contrario, decididas por poderes públicos o por instituciones
que operan en plano mundial, o regional, o nacional, o de sector económico,
o de categoría productora. De ahí la oportunidad o la necesidad
de que, así en los poderes públicos como en las referidas instituciones,
además de los que aportan capitales o de quienes representan sus intereses,
también se hallen presentes los obreros o quienes representan sus derechos,
exigencias y aspiraciones.
(100) Nuestro afectuoso pensamiento y Nuestro paternal estímulo se
dirigen hacia las asociaciones profesionales y los movimientos sindicales
de inspiración cristiana, presentes y actuantes en diversos Continentes,
y que en medio de muchas y a veces graves dificultades han sabido trabajar
y continúan trabajando por la eficaz defensa de los intereses de las
clases obreras y por su elevación material y moral, tanto en el ámbito
de cada una de las Comunidades políticas como en el plano mundial.
(101) Con satisfacción creemos obligado el poner bien de relieve
que su meritoria obra no debe medirse tan sólo por sus resultados
directos o inmediatos, fácilmente comprobables, sino también
por sus positivas repercusiones en todo el mundo del trabajo, en medio del
cual difunde ideas rectamente orientadoras y al que lleva un impulso cristianamente
renovador.
(102) Tal creemos, también, que debe considerarse la acción
que Nuestros amados hijos ejercen con ánimo cristiano en otras Asociaciones
profesionales y movimientos sindicales que, inspirados en los principios naturales
de la convivencia, respetan -en lo moral y en lo religioso- la libertad de
las conciencias.
(103) Y también Nos complacemos en expresar Nuestro cordial aprecio
hacia la Organización Internacional del Trabajo (O. I. T.), que desde
hace decenios presenta su eficaz y preciosa colaboración para instaurar
en el mundo un orden económico-social ajustado a los principios de
la justicia y de la humanidad, en el que encuentran su expresión incluso
las demandas legítimas de los obreros.
Propiedad privada
Cambios modernos
19. (104) En estos último decenios, como es sabido, la separación
entre propiedad de los bienes de producción y responsabilidades directivas
en los mayores organismos económicos se ha ido acentuando cada día
más. Sabemos que esto crea difíciles problemas de control por
parte de los poderes públicos para garantizar que los objetivos pretendidos
por los dirigentes de las grandes organizaciones, sobre todo aquellas que
mayor repercusión tienen en la entera vida económica de una
Comunidad política, no estén en contraposición con las
exigencias del bien común. Son problemas, como la experiencia atestigua,
que se plantean igualmente tanto si los capitales que alimentan las grandes
empresas son de propiedad de ciudadanos particulares como si proceden de entidades
públicas.
(105) También es verdad que no son pocos actualmente -y su número
va creciendo- los ciudadanos que encuentran la razón de mirar con serenidad
el porvenir en el hecho de contar con la seguridad social o con otros sistemas
de seguros; serenidad, que en otro tiempo se fundaba en la propiedad de patrimonios,
siquiera fueran modestos.
(106) Por último, ha de observarse que en nuestros días se
aspira, más que a convertirse en propietario de bienes, a adquirir
capacidad profesional, y se tiene mayor confianza en los recursos que se obtienen
del trabajo o de los derechos fundados en el trabajo que en las rentas cuya
fuente es el capital o derechos fundados sobre el capital.
(107) Eso, por otra parte, está en armonía con el carácter
preeminente del trabajo como expresión inmediata de la persona, frente
al capital, que es un bien de orden instrumental, por su naturaleza; lo cual
ha de ser considerado, por lo tanto, un paso hacia adelante en la civilización
humana.
(108) Los indicados aspectos que presenta el mundo económico han
contribuido ciertamente a difundir la duda sobre si hoy ha dejado de ser
válido o ha perdido importancia un principio, del orden económico-social,
constantemente enseñado y propugnado por Nuestros Predecesores, es
decir, el principio en que se establece el derecho natural de la propiedad
privada de los bienes, incluso de los bienes de producción.
Reafirmación del derecho de propiedad
20. (109) Esa duda no tiene razón de existir. El derecho de propiedad
privada de los bienes, aun de los de producción, tiene valor permanente,
precisamente porque es derecho natural fundado sobre la prioridad ontológica
y de finalidad de los seres humanos particulares, respecto de la sociedad.
Por otra parte, en vano se insistiría en la libre iniciativa privada
en el campo económico, si a dicha iniciativa no le fuese permitido
disponer libremente de los medios indispensables para su afirmación.
Además, la historia y la experiencia atestiguan que, en los regímenes
políticos que no reconocen el derecho de propiedad privada de los bienes
incluso de producción, son oprimidas y sofocadas las expresiones fundamentales
de la libertad; por eso es legítimo deducir que éstas encuentran
garantía y estímulo en aquel derecho.
(110) En esto halla su explicación el hecho de que ciertos movimientos
político-sociales que se proponen conciliar y hacer convivir la justicia
con la libertad, y que eran hasta ayer netamente negativos respecto al derecho
de propiedad privada de los bienes instrumentales, hoy, más plenamente
informados sobre la realidad social, rectifican su propia posición
y asumen, respecto a aquel derecho, una actitud substancialmente positiva.
(111) Hacemos, pues, Nuestras, en esta materia, las observaciones de Nuestro
predecesor Pío XII: Luego, cuando la Iglesia defiende el principio
de la propiedad privada, persigue un alto fin ético-social. Ella ya
no pretende, pura y simplemente, mantener el actual estado de cosas, como
si en él viera la expresión de la divina voluntad, ni proteger
por principio al rico y al plutócrata contra el pobre y el menesteroso;
¡muy al contrario! Pero la Iglesia persigue, ante todo, que la institución
de la propiedad privada sea tal cual debe ser según los designios de
la divina sabiduría y las disposiciones de la naturaleza[38]. Es decir,
que sea garantía de la libertad esencial de la persona y al mismo
tiempo un elemento insustituible del orden de la sociedad.
(112) Además, ya lo hemos advertido, hoy, en muchas Comunidades políticas,
los procedimientos económicos van aumentando rápidamente su
eficiencia productora; pero, creciendo las ganancias, la justicia y la equidad
exigen, según ya se ha visto, que dentro de los límites consentidos
por el bien común sea también elevada la remuneración
del trabajo; ello permite más fácilmente a los obreros ahorrar
y formarse así un patrimonio. No se comprende, por lo tanto, cómo
puede ser negado el carácter natural de un derecho que halla su origen
principal y su perenne alimentación en la fecundidad del trabajo; que
constituye un medio apropiado para la afirmación de la persona humana
y el ejercicio de la responsabilidad en todos los campo; un elemento de consistencia
y de serenidad para la vida familiar y de pacífico y ordenado progreso
en la convivencia.
Efectiva difusión
21. (113) No basta afirmar el carácter natural del derecho de propiedad
privada, incluso de los bienes de producción, sino que también
se ha de propugnar insistentemente su efectiva difusión entre todas
las clases sociales.
(114) Según afirma Nuestro predecesor Pío XII, la dignidad
de la persona humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir,
el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación
fundamental de otorgar a todos, en cuanto posible sea, una propiedad privada[39];
y, por otra parte, entre las exigencias que se derivan de la nobleza moral
del trabajo, también se halla comprendida la conservación y
el perfeccionamiento de un orden social que haga posible una segura, aunque
modesta, propiedad privada a todas las clases del pueblo[40].
(115) Tanto más debe propugnarse y realizarse la difusión
de la propiedad en un tiempo como el nuestro, en el cual, según ya
se indicó, los sistemas económicos de un número creciente
de Comunidades políticas están en camino de rápido desarrollo;
por lo cual, si se utilizan recursos técnicos, de diversa naturaleza
pero de comprobada eficacia, no resulta difícil promover iniciativas
y llevar adelante una política económico-social que aliente
y facilite una más amplia difusión de la propiedad privada de
bienes de consumo duraderos, de la vivienda, del predio [familiar], de los
enseres propios de la empresa artesana y agrícola-familiar, de acciones
en las sociedades grandes o medianas; como ya se está practicando ventajosamente
en algunas Comunidades políticas económicamente desarrolladas
y socialmente avanzadas.
Propiedad pública
22. (116) Cuanto se ha venido exponiendo no excluye, como es obvio, que
también el Estado y las demás entidades públicas puedan
legítimamente poseer en propiedad bienes de producción, especialmente
cuando llevan consigo tal preponderancia económica que no se podría,
sin poner en peligro el bien común, dejarlos en mano de los particulares[41].
(117) En la época moderna existe la tendencia hacia una progresiva
ampliación de la propiedad cuyo sujeto es el Estado u otras entidades
de derecho público. Este hecho encuentra una explicación en
el desarrollo de las funciones cada vez más vastas que el bien común
exige a los poderes públicos. Mas también en esta materia debe
seguirse el principio de la subsidiaridad, ya enunciado; según el cual,
ni el Estado ni las otras entidades de derecho público deben extender
su propiedad sino tan sólo cuando lo exigen motivos de manifiesta y
verdadera necesidad del bien común, y no con el fin de reducir la propiedad
privada, y menos aún de eliminarla.
(118) Ni ha de olvidarse que las iniciativas de naturaleza económica
del Estado y de otras entidades de derecho público deben confiarse
a las personas que a una excepcionalmente sólida competencia junten
una honradez ejemplar y un vivo sentido de responsabilidad para con el País.
Además de que sus actuaciones deben estar sujetas a un cuidadoso y
constante control, incluso para evitar que en el seno de la propia organización
del Estado se formen centros de poder económico, con daño de
su misma razón de ser, que es el bien de la comunidad.
Función social (prop. priv.)
23. (119) Otro punto de doctrina propuesto constantemente por Nuestros Predecesores
es que, al derecho de propiedad privada sobre los bienes, le es intrínsecamente
inherente una función social. En efecto, en el plan de la creación,
los bienes de la tierra están destinados, ante todo, para el honesto
sustento de todos los seres humanos, como sabiamente enseña Nuestro
predecesor León XIII en la encíclica Rerum novarum:
Quienes han recibido de la munificencia de Dios mayor abundancia de bienes,
ya exteriores y corporales, ya internos o espirituales, los han recibido a
fin de servirse de ellos para su perfección, y al mismo tiempo como
administradores de la divina Providencia, en beneficio de los demás.
Por lo tanto, el que tenga talento, cuide no callar; el que abundare en bienes,
cuide no ser demasiado duro en el ejercicio de la misericordia; quien posee
un oficio de que vivir, haga participante de sus ventajas y utilidades a su
prójimo[42].
(120) En nuestro tiempo, tanto el Estado como las entidades de derecho público
han extendido y siguen extendiendo el campo de su presencia e iniciativa;
pero no por esto ha desaparecido, como algunos erróneamente se inclinan
a pensar, la razón de ser de la función social de la propiedad
privada, ya que dicha función social brota de la naturaleza misma del
derecho de propiedad. Además, siempre hay una amplia variedad de situaciones
dolorosas y de necesidades delicadas y a la par agudas, que las formas oficiales
de la acción pública no pueden alcanzar, y que, en todo caso,
no están capacitadas para satisfacer; por lo cual siempre queda abierto
un vasto campo para la sensibilidad humana y la caridad cristiana de los
particulares. Por último, ha de observarse que, para la promoción
de los valores espirituales son a menudo más fecundas las múltiples
iniciativas de personas aisladas o de grupos, que la acción de los
poderes públicos.
(121) Nos complacemos aquí en recordar cómo en el Evangelio
es considerado legítimo el derecho de propiedad privada sobre los bienes;
pero al mismo tiempo el Maestro Divino dirige frecuentemente a los ricos
apremiantes llamadas para que muden en bienes espirituales, sus bienes materiales,
dándolos a los necesitados, bienes que el ladrón no roba, ni
la polilla o el orín corroen y que ellos encontrarán aumentados
en los graneros eternos del Padre Celestial: No amontonéis tesoros
en la tierra, donde la polilla y el gusano los consumen, o donde los ladrones
perforan y roban. Antes bien, amontonad tesoros en el cielo: allí
no hay ni la polilla ni el gusano que los consuman, ni ladrones que perforen
y roben[43]. Y el Señor considerará como hecha o negada a Sí
mismo, la caridad hecha o negada a los indigentes: En verdad yo os lo digo,
en la medida en que lo hicisteis a uno de estos mis más pequeños
hermanos, a Mí lo hicisteis[44].
III. NUEVOS ASPECTOS DE LA CUESTIÓN SOCIAL
25. (123) En el plano mundial, no parece que la población agrícola-rural
haya disminuido, en términos absolutos. No obstante, es indiscutible
la existencia de un éxodo de la población agrícola-rural
hacia los núcleos o centros urbanos, éxodo que se verifica en
casi todos los Países y que algunas veces adquiere proporciones multitudinarias
y crea problemas humanos complejos, de difícil solución, en
lo que atañe a la vida y dignidad de los ciudadanos.
(124) Sabemos que a medida que progresa una economía, disminuyen
las fuerzas de trabajo aplicadas a la agricultura, mientras crece el porcentaje
de las fuerzas de trabajo dedicadas a la industria y al sector de los servicios.
Sin embargo, pensamos que el éxodo de la población del sector
agrícola hacia otros sectores productivos, se debe a menudo, además
de a las razones objetivas del desarrollo económico, a múltiples
factores, entre los cuales se cuentan el ansia de huir de un ambiente considerado
cerrado y sin porvenir; el deseo de novedades y aventuras, de que está
poseída la presente generación; el atractivo de un rápido
enriquecimiento; la ilusión de vivir con mayor libertad, gozando de
medios y facilidades que de ordinario ofrecen los núcleos y los centros
urbanos. Pero, además, creemos que no es posible dudar de que dicho
éxodo encuentra uno de sus factores en el hecho de que el sector agrícola,
casi en todas partes, es un sector insuficientemente desarrollado, sea por
lo que se refiere al índice de productividad de las fuerzas del trabajo,
sea por lo que se refiere al tenor de vida de las poblaciones agrícolas-rurales.
(125) De ahí un problema de fondo, que se plantea en casi todos los
Estados: cómo proceder para que llegue a reducirse el desequilibrio
en la eficiencia productiva, entre el sector agrícola, por una parte,
y, por la otra, el sector de la industria y los servicios; y para que el tenor
de vida de la población agrícola-rural se distancie lo menos
posible del tenor de vida de los ciudadanos que obtienen su retribución
del sector de la industria o del de los servicios; y que cuantos trabajan
la tierra no padezcan un complejo de inferioridad, antes al contrario, estén
bien persuadidos de que, también dentro del ambiente agrícola-rural,
pueden afirmar y perfeccionar su persona mediante su trabajo, y mirar confiados
al porvenir.
(126) Nos parece, por lo mismo, oportuno indicar algunas directrices que
pueden contribuir a resolver el problema; directrices que pensamos tengan
valor, cualquiera sea el ambiente histórico en el que se actúa,
con la condición -como es obvio- de ser aplicadas en la forma y grados
que el ambiente permite, sugiere o exige.
Adecuación de los servicios públicos esenciales
26. (127) Ante todo, es indispensable ocuparse, especialmente por parte
de los poderes públicos, de que en los ambientes agrícolas-rurales
tengan conveniente desarrollo los servicios esenciales, como los caminos,
los transportes, las comunicaciones, el agua potable, la vivienda, la asistencia
sanitaria, la instrucción básica y la instrucción técnico-profesional,
las condiciones apropiadas para la vida religiosa, los medios recreativos;
y de que haya en ellos disponibilidad de aquellos productos que permitan a
la casa agrícola-rural estar acondicionada y funcionar de un modo moderno.
Cuando en los ambientes agrícolas-rurales falten tales servicios, elementos
constitutivos hoy de un tenor de vida digno, su desarrollo económico
y su progreso social llegan a ser casi imposibles o avanzan con demasiada
lentitud. Y esto tiene la consecuencia de que llega a ser casi incontenible
y difícilmente controlable el que la población huya de los campos.
desarrollo gradual y armónico del sistema económico
27. (128) Se requiere, además, que el desarrollo económico
de las Comunidades políticas sea realizado en manera gradual y con
armónica proporción entre todos los sectores productivos. Es
decir, se necesita que en el sector agrícola se efectúen las
innovaciones concernientes a las técnicas productoras, la selección
de los cultivos y las estructuras administrativas que el sistema económico,
mirado en su conjunto, permite y pide; y que, lo más que sea posible,
se efectúen en las debidas proporciones respecto al sector de la industria
y de los servicios.
(129) La agricultura viene así a absorber una mayor cantidad de bienes
industriales, y pide una más calificada prestación de servicios;
a su vez, ofrece a los otros dos sectores y a la comunidad entera los productos
que responden mejor, en cantidad y calidad, a las exigencias del consumo,
contribuyendo a la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda: elemento
muy positivo para el desarrollo ordenado de todo el sistema económico.
(130) En tal manera creemos que también debería resultar menos
difícil, tanto en las zonas que se abandonan como en aquellas a las
que acuden, controlar el movimiento de las fuerzas del trabajo que han quedado
libres por la progresiva modernización de la agricultura; proporcionarles
formación profesional para su provechosa inserción en los otros
sectores productivos; y la ayuda económica, la preparación y
la asistencia espiritual para su integración social.
Apropiada política económica
28. (131) Para obtener un desarrollo económico que mantenga proporción
armónica entre todos los sectores productivos, es también absolutamente
necesaria una vigilante política económica en la materia agrícola;
política económica que atienda prudente a los impuestos, al
crédito, a los seguros sociales, a la defensa de los precios, a la
promoción de industrias complementarias, a la modernización
de las instalaciones lo más perfectas posible.
Imposición tributaria
29. (132) Principio fundamental en un sistema tributario que sea conforme
a la justicia y a la equidad, es que las cargas sean completamente proporcionadas
a la capacidad contributiva de los ciudadanos.
(133) Mas responde también a una exigencia del bien común
el tener presente, en el reparto de los tributos, que las "entradas" en el
sector agrícola se forman con una mayor lentitud y están expuestas
a mayores riesgos en dicha formación; y que se encuentran también
mayores dificultades en lograr los capitales indispensables para su incremento.
Capitales a conveniente interés
30. (134) Por las razones ya indicadas, los poseedores de capitales son
muy poco inclinados a invertirlos en este sector; y en cambio son propensos
a emplearlos en los demás sectores. Por el mismo motivo, la agricultura
no puede pagar altos intereses, y ni siquiera, por lo regular, los intereses
del mercado, para procurarse los capitales necesarios en su desarrollo y en
el normal incremento de sus empresas. Es, por lo tanto, necesario, atendiendo
a razones del bien común, aplicar una particular política crediticia
y dar vida a instituciones de crédito que aseguren a la agricultura
esos capitales, con un tipo de interés en condiciones convenientes.
Seguros sociales
31. (135) En agricultura puede ser indispensable el implantar dos sistemas
de seguro: uno relativo a los productos agrícolas, y el otro a los
agricultores y sus respectivas familias. Por el hecho de que la renta agrícola
pro-capite es, generalmente, inferior a la renta pro-capite de los sectores
de la industria y de los servicios, no sería conforme a los criterios
de la justicia social y de la equidad el que se implantaran sistemas de seguros
sociales o de seguridad social en los cuales el trato dado a los agricultores,
y a sus respectivas familias, fuera sustancialmente inferior al que se garantiza
al sector de la industria y de los servicios. Estimamos, por lo tanto, que
la política social debe proponerse que el trato del régimen
de seguros dado a los ciudadanos no presente diferencias notables, cualquiera
que sea el sector económico en el que trabajen o de cuyos réditos
vivan.
(136) Los sistemas de seguros sociales y de seguridad social pueden contribuir
eficazmente a una redistribución de la renta total de la Comunidad
política, según criterios de justicia y de equidad; y pueden,
por lo tanto, considerarse uno de los instrumentos para reducir los desequilibrios,
en el tenor de vida, entre las diversas categorías de ciudadanos.
Tutela de los precios
32. (137) Dada la naturaleza de los productos agrícolas, es necesario
que se promueva un sistema eficaz para defender sus precios, utilizando para
tal fin los múltiples recursos que hoy es capaz de sugerir la técnica
económica. Sería muy de desear que tal sistema sea principalmente
obra de las propias clases interesadas; pero no puede faltarle la acción
moderadora de los poderes públicos.
(138) Ni ha de olvidarse, en esta materia, que el precio de los productos
agrícolas a menudo constituye una retribución del trabajo más
bien que una remuneración del capital.
(139) El Pontífice Pío XI, en la encíclica Quadragesimo
anno, observa con razón que a la realización del bien común
contribuye la justa proporción entre los salarios; pero inmediatamente
añade: y con ella se enlaza estrechamente la razonable proporción
entre los precios de venta obtenidos por las distintas artes, cuales son la
agricultura, la industria y otras semejantes[45].
(140) Es verdad que los productos agrícolas están ordenados
a satisfacer ante todo necesidades humanas primarias; por lo cual sus precios
deben ser tales que los hagan accesibles a la totalidad de los consumidores.
Sin embargo, es claro que no puede aducirse esa razón para forzar a
toda una categoría de ciudadanos a un estado permanente de inferioridad
económico-social, privándoles de un poder de compra indispensable
para su digno tenor de vida: ello también está en plena oposición
al bien común.
Integración de las rentas agrícolas
33. (141) También es oportuno promover -en las zonas agrícolas-
las industrias y los servicios relativos a la conservación, transformación
y transporte de los productos agrarios. Y, además, es deseable que
en ellas se desarrollen iniciativas propias de los otros sectores económicos
y otras actividades profesionales: de ese modo se ofrecen a las familias de
agricultores posibilidades de aumentar sus rentas, y ello en el mismo ambiente
en que viven y trabajan.
Adecuación de las estructuras de la empresa agrícola
34. (142) Finalmente, no es posible establecer a priori cuál sea
la estructura más conveniente para la empresa agrícola, dada
la variedad que presentan los ambientes agrícolas-rurales en el interior
de cada Comunidad política, y, más aún, entre los diversos
Países del mundo. Con todo, cuando se tiene una concepción humana
y cristiana del hombre y de la familia, no se puede menos de considerar como
ideal la empresa que está configurada y funciona como una comunidad
de personas, en la que así sus relaciones internas como su estructura
se ajusten a las normas de justicia y al criterio de la doctrina cristiana,
especialmente si se trata de empresas de dimensión familiar. Nunca
se hará bastante para que tal ideal se convierta en feliz realidad,
en la proporción que cada tiempo lo permita.
(143) Es oportuno, sin embargo, llamar la atención sobre el hecho
de que la empresa de dimensiones familiares es vital, a condición de
que ella pueda lograr una renta suficiente para el decoroso tenor de vida
de la respectiva familia. Para ello es indispensable que los cultivadores
sean instruidos, puestos al día incesantemente y asistidos técnicamente
en su profesión. También es muy de desear que los agricultores
tengan sus convenientes asociaciones profesionales; que constituyan una red
de variadas instituciones cooperativas, y que ocupen su lugar correspondiente
así en los organismos administrativos como en los políticos.
Los trabajadores de la tierra: su "elevación"
35. (144) Estamos convencidos, no obstante, de que los promotores del desarrollo
económico, del progreso social y de la elevación cultural de
los ambientes agrícolas-rurales, deben ser los mismos interesados,
es decir, los trabajadores de la tierra. Ellos pueden fácilmente comprobar
la nobleza de su trabajo: ya porque viven en el templo majestuoso de la creación;
ya porque están en frecuente contacto con la vida de las plantas y
de los animales, vida inagotable en sus manifestaciones, inflexible en sus
leyes, y que sin cesar evoca el recuerdo de la providencia de Dios Creador.
Ella produce también la variedad de alimentos de que se nutre la familia
humana, y proporciona un número cada vez mayor de materias primas a
la industria.
(145) Es, además, un trabajo que pone de relieve la dignidad de una
profesión que se distingue por la riqueza de sus aptitudes concernientes
a la mecánica, la química, la biología; aptitudes, que
deben ponerse al día incesantemente, dada la repercusión que
en el sector agrícola tienen los progresos científico-técnicos.
Y también es un trabajo que se caracteriza por los aspectos y valores
morales que le son privativos. Exige, en efecto, capacidad para orientarse
y adaptarse, paciencia para esperar lo futuro, serio conocimiento para comprender
la suma importancia de su profesión, espíritu para perseverar
y capacidad para renovarse sin cesar.
Solidaridad y colaboración
36. (146) También se ha de recordar que en el sector agrícola,
como por lo demás en cualquier otro sector productivo, la asociación
es actualmente una exigencia vital; y lo es mucho más cuando el sector
tiene como base la empresa de dimensiones familiares. Los trabajadores de
la tierra deben sentirse solidarios los unos de los otros, y colaborar para
dar vida a cooperativas y asociaciones profesionales o sindicales, unas y
otras necesarias para lograr que la producción se beneficie de los
progresos científico-técnicos, para contribuir eficazmente a
la defensa de los precios de los productos, para ponerse en un plano de igualdad
frente a las categorías económico-profesionales de los otros
sectores productivos, ordinariamente organizadas, para que su voz sea oída
en el campo político y en los órganos de la administración
pública: las voces aisladas casi nunca tienen hoy posibilidad de hacerse
oír y mucho menos de hacerse escuchar.
Sensibilidad a las llamadas del bien común
37. (147) Con todo, los trabajadores agrícolas, como por otra parte
los trabajadores de cualquier otro sector productivo, al utilizar su multiforme
organización, deben moverse dentro del ámbito del orden moral-jurídico:
es decir, deben conciliar sus derechos y sus intereses con los derechos y
los intereses de las otras categorías económico-profesionales,
y subordinar los unos y los otros a las exigencias del bien común.
Los trabajadores de la tierra, empeñados en mejorar y elevar el mundo
agrícola-rural, pueden legítimamente pedir que su acción
sea mantenida y apoyada por los poderes públicos, siempre que ellos
por su parte se muestren y sean sensibles a las exigencias del bien común
y contribuyan a su realización.
(148) Nos es grato, a propósito de esto, expresar Nuestra complacencia
a aquellos hijos que en las más diversas partes del mundo se ocupan
de las organizaciones cooperativas, de las asociaciones profesionales y de
los movimientos sindicales, a fin de elevar económica y socialmente
a todos cuantos cultivan la tierra.
Vocación y misión
38. (149) En el trabajo agrícola encuentra la persona humana mil
incentivos para su afirmación, para su progreso, para su enriquecimiento,
para su expansión, incluso en la esfera de los valores del espíritu.
Es, por lo tanto, un trabajo que debe concebirse y vivirse como una vocación
y una misión: es decir, como una respuesta a la invitación de
Dios a contribuir al cumplimiento de su plan providencial en la historia,
como un compromiso a obrar el bien para la elevación de sí mismos
y de los demás, y como una aportación a la civilización
humana.
Acción de reequilibrio y de propulsión en las zonas subdesarrolladas
39. (150) Entre ciudadanos pertenecientes a una misma Comunidad política
no es raro que haya pronunciadas desigualdades económico-sociales,
debidas principalmente al hecho de que unos viven y trabajan en zonas económicamente
más desarrolladas y otros en zonas económicamente menos desarrolladas.
En semejante situación, la justicia y la equidad exigen que los poderes
públicos actúen para que esas desigualdades sean eliminadas
o disminuidas. A este fin se debe procurar que en las zonas menos desarrolladas
se aseguren los servicios públicos esenciales y que esto se haga en
las formas y en los grados sugeridos o reclamados por el ambiente y, normalmente,
correspondientes al nivel medio de vida vigente en la Comunidad nacional.
Pero es también necesario que se emprenda una política económico-social
apropiada principalmente respecto a la oferta de trabajo y las migraciones,
los salarios, las contribuciones, el crédito, las inversiones, atendiendo
particularmente a las industrias de carácter propulsivo: política
apta para promover la absorción y el empleo rentable de la mano de
obra, para estimular la iniciativa empresarial, para aprovechar bien los recursos
locales.
(151) Con todo, la acción de los poderes públicos debe hallar
siempre su justificación en motivos del bien común. Por lo cual
se ha de ejercer con criterios unitarios en el plano nacional, con la finalidad
constante de contribuir al desarrollo gradual, simultáneo y proporcionado
de los tres sectores productivos: agricultura, industria, servicios; y con
preocupación activa de que los ciudadanos de las zonas menos desarrolladas
se sientan y se comporten, en el mayor grado posible, como responsables y
promotores de su propia elevación económica.
(152) Finalmente, se debe recordar cómo también la iniciativa
privada debe contribuir a establecer el equilibrio económico y social
entre las diferentes zonas de una Nación. Más aún, los
poderes públicos, en virtud del principio de subsidiaridad, deben favorecer
y ayudar a la iniciativa privada, confiando a ésta, siempre que sea
posible de manera eficiente, la continuidad del desarrollo económico
de lo ya iniciado.
Eliminar o reducir los desequilibrios entre tierra y población
40. (153) Aquí conviene tener muy presente cómo hay no pocas
Naciones, en las cuales existen palmarias desigualdades entre territorio y
población. Efectivamente, en unas hay escasez de hombres y abundancia
de tierras de labor; mientras que en otras abundan los hombres y escasean
las tierras cultivables.
(154) Además, hay Naciones, en las que, a pesar de la riqueza de
los recursos naturales en estado potencial, lo primitivo de los cultivos
no permite la producción de bienes suficientes para satisfacer las
necesidades elementales de las respectivas poblaciones; mientras en otras
Naciones el alto grado de modernización alcanzado en los cultivos,
determina una superproducción de bienes agrícolas con reflejos
negativos en la respectiva economía nacional.
(155) Es obvio que la solidaridad humana y la fraternidad cristiana piden
que se establezcan entre los pueblos relaciones de colaboración activa
y multiforme; colaboración, que permita y favorezca el movimiento de
bienes, capitales y hombres, a fin de eliminar o disminuir las desigualdades
apuntadas; pero de esto hablaremos luego más ampliamente.
(156) Queremos, sin embargo, expresar aquí Nuestra sincera estima
por la obra eminentemente benéfica que realiza la Organización
de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (F. A.
O.), fomentando relaciones fecundas entre los pueblos, promoviendo la modernización
de los cultivos, sobre todo en las Naciones que están en vía
de desarrollo, aliviando el malestar de las poblaciones en las que escasean
los alimentos.
Exigencias de justicia en las relaciones entre Naciones, en grado diverso
de desarrollo económico
El problema de la época moderna
41. (157) Tal vez el problema mayor de la época moderna es el de
las relaciones entre las Comunidades políticas económicamente
desarrolladas y las Comunidades políticas en vías de desarrollo
económico: las primeras consiguientemente, con un alto nivel de vida;
las segundas, en condiciones de escasez o de miseria. La solidaridad que
une a todos los seres humanos y los hace como miembros de una sola familia,
impone a las Comunidades políticas que disponen de superabundantes
medios de subsistencia, el deber de no permanecer indiferentes frente a las
Comunidades políticas cuyos miembros luchan contra las dificultades
de la indigencia, de la miseria y del hambre, y no gozan de los derechos
elementales de la persona humana. Tanto más cuanto que, dada la interdependencia
cada vez mayor entre los pueblos, no es posible que reine entre ellos una
paz duradera y fecunda, si el desnivel de sus condiciones económicas
y sociales es excesivo.
(158) Conscientes de Nuestra paternidad universal, Nos sentimos el deber
de reafirmar, en forma solemne, cuanto en otra ocasión hemos dicho:
"Todos nosotros somos solidariamente responsables de las poblaciones subalimentadas…"[46].
[Por eso] "es menester educar la conciencia en el sentido de la responsabilidad
que pesa sobre todos y cada uno, particularmente sobre los más favorecidos"[47].
(159) Bien claro está que el deber, siempre proclamado por la Iglesia,
de ayudar al que lucha contra la indigencia y la miseria, lo deben mayormente
sentir los católicos, quienes tienen un motivo nobilísimo en
el hecho de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo: En esto -proclama
el apóstol San Juan- hemos conocido el amor de Dios, en que dio El
su vida por nosotros, y así nosotros debemos dar la vida por nuestros
hermanos. Si alguien, gozando las riquezas del mundo, ve a su hermano en necesidad,
y le cierra las entrañas ¿residiría el amor de Dios
en él?[48].
(160) Vemos, pues, complacidos cómo las Comunidades políticas,
que disponen de sistemas económicos altamente productivos, prestan
su apoyo a las Comunidades políticas que se hallan en fase de desarrollo
económico, para que con menor dificultad logren éstas mejorar
sus propias condiciones de vida.
Auxilios urgentes
42. (161) Hay Naciones en las cuales se producen bienes de consumo y sobre
todo productos agrícolas con exceso; mientras hay otras, en las que
grandes sectores populares luchan contra la miseria y el hambre: razones de
justicia y de humanidad piden que las primeras vengan a socorrer a las segundas.
Destruir o desperdiciar bienes que son indispensables a los seres humanos
para que sobrevivan, es herir la justicia y la humanidad.
(162) Sabemos que producir bienes, particularmente agrícolas, que
sobrepasen las necesidades de una Comunidad política, puede tener repercusiones
económicamente negativas respecto a algunas categorías de ciudadanos.
Pero ésta no es razón suficiente para eximir del deber de prestar
una ayuda de "emergencia" a los indigentes y a los hambrientos; si bien es
una razón para que se empleen todos los medios a fin de contener las
repercusiones negativas y para que su peso se distribuya equitativamente entre
todos los ciudadanos.
Cooperación científico-técnico-financiera
43. (163) Las ayudas de "emergencia", aunque respondan a un deber de humanidad
y de justicia, no bastan para eliminar y ni siquiera para aminorar las causas
que en un considerable número de Comunidades políticas determinan
un estado permanente de indigencia, de miseria, o de hambre. Las causas se
encuentran, principalmente, en lo primitivo o atrasado de sus sistemas económicos.
Por lo cual no se pueden eliminar o reducir sino a través de una colaboración
multiforme, encaminada a que sus ciudadanos adquieran aptitud, formación
profesional, competencia científica y técnica; y a poner a su
disposición los capitales indispensables para iniciar y acelerar el
desarrollo económico con criterios y métodos modernos.
(164) Bien sabemos cómo en estos últimos años se ha
ido difundiendo y madurando cada vez más la conciencia del deber de
afanarse en fomentar el desarrollo económico y el progreso social en
las Naciones que se debaten en medio de mayores dificultades.
(165) Organismos mundiales y regionales, Estados por sí solos, fundaciones,
sociedades privadas, ofrecen a dichas Naciones en medida creciente su propia
cooperación técnica en todos los sectores de la producción;
y multiplican las facilidades a millares de jóvenes para que puedan
estudiar en las Universidades de las Naciones más desarrolladas y adquirir
una formación científico-técnica y profesional correspondiente
a nuestro tiempo. Entre tanto, las instituciones bancarias mundiales, algunos
Estados y entidades privadas proporcionan capitales y dan vida o contribuyen
a dar vida a una red cada vez más rica de iniciativas económicas
en las Naciones en proceso evolutivo. Nos complace aprovechar la presente
ocasión para expresar Nuestro sincero aprecio de semejante obra ricamente
fecunda. Pero no podemos dejar de observar que la cooperación científico-técnico-económica
entre las Comunidades políticas económicamente desarrolladas
y las que apenas están en la fase inicial o en vía de desarrollo,
exige una expansión aún mayor que la actual; y es de desear
que tal expansión en los próximos decenios llegue a caracterizar
sus relaciones.
(166) En este punto juzgamos oportunas algunas consideraciones y algunas
advertencias.
Evitar los errores de lo pasado
44. (167) La prudencia aconseja que las Comunidades políticas, que
se hallan en un estado inicial o poco avanzado en su desarrollo económico,
tengan presentes las experiencias por las que pasaron las Comunidades políticas
económicamente ya desarrolladas.
(168) Producir más y mejor responde a una exigencia de la razón
y es también una necesidad imprescindible. Pero no es menos necesario
y conforme a la justicia que la riqueza producida se reparta equitativamente
entre todos los miembros de la Comunidad política: por lo cual se ha
de tender a que el desarrollo económico y el progreso social vayan
a la par. Esto requiere que se actúe, en cuanto sea posible, gradual
y armónicamente en todos los sectores de la producción: agricultura,
industria y servicios.
Respeto a las peculiaridades de cada Pueblo
45. (169) Las Comunidades políticas en fase de desarrollo económico
suelen presentar un sello inconfundible de propia individualidad: ya por los
recursos y características específicas del propio ambiente natural,
ya por sus tradiciones, a menudo ricas en valores humanos, ya por las cualidades
típicas de sus propios miembros.
(170) Las Comunidades políticas económicamente desarrolladas,
al prestar su cooperación, deben reconocer y respetar aquella individualidad
y superar la tentación que les empuja a proyectarse, a través
de su cooperación, en las Comunidades que se están desarrollando
económicamente.
Obra desinteresada
46. (171) Pero la tentación mayor que puede hacer presa en las Comunidades
políticas económicamente desarrolladas es la de aprovecharse
de su cooperación técnico-financiera para influir en la situación
política de las Comunidades en fase de desarrollo económico,
a fin de realizar en ellas planes de predominio.
(172) Donde esto se verifique, se debe declarar explícitamente que
en tal caso se trata de una nueva forma de colonialismo, que, por muy hábilmente
que se disfrace, no por ello sería menos dominadora que la antigua
forma de colonialismo, de la cual muchos pueblos han salido recientemente;
nueva forma de colonialismo, que influiría negativamente en las relaciones
internacionales, al constituir una amenaza y un peligro para la paz mundial.
(173) Es, pues, indispensable y conforme a una exigencia de la justicia
que la mencionada cooperación técnico-financiera se preste
con el más sincero desinterés político, a fin de poner
a las Comunidades, que se hallan en vía de desarrollo económico,
en condiciones de realizar por sí mismas su propia elevación
económico-social.
(174) De este modo se ofrece una preciosa contribución a la formación
de una Comunidad mundial, en la cual todos los miembros sean sujetos conscientes
de sus propios deberes y de sus propios derechos, y que trabajen, en plano
de igualdad, por la consecución del bien común universal.
Jerarquía de valores: su respeto
47. (175) Los progresos científico-técnicos, el desarrollo
económico, las mejoras en las condiciones de vida, son ciertamente
elementos positivos de una civilización. Pero debemos recordar que
no son ni pueden ser considerados como valores supremos, con relación
a los cuales revisten un carácter esencialmente instrumental.
(176) Observamos con amargura que en las Naciones económicamente
desarrolladas no son pocos los seres humanos, en quienes se ha amortiguado,
apagado o invertido la conciencia de la jerarquía de valores; es decir,
en quienes los valores del espíritu se descuidan, olvidan o niegan;
mientras los progresos de las ciencias y de las técnicas, el desarrollo
económico, el bienestar material se pregonan y defienden frecuentemente
como preeminentes y aun se ensalzan como única razón de la
vida. Esto constituye una asechanza demoledora entre las más deletéreas,
en la cooperación que los pueblos económicamente desarrollados
prestan a los pueblos en fase de desarrollo económico: pueblos, en
los cuales no raras veces, por antigua tradición, está aún
viva y operante la conciencia de algunos de los más importantes valores
humanos.
(177) Atentar a esa conciencia es esencialmente inmoral; en cambio, ha de
ser respetada y, en lo posible, iluminada y perfeccionada para que siga siendo
lo que es: fundamento de la verdadera civilización.
La Iglesia: su "contribución"
48. (178) La Iglesia, como es sabido, es universal por derecho divino y
lo es también históricamente por el hecho de estar presente,
o de tender a estarlo, en todos los pueblos.
(179) El establecimiento de la Iglesia en un pueblo tiene siempre consecuencias
positivas en el campo económico-social, como lo demuestran la historia
y la experiencia. La razón es que los seres humanos, al hacerse cristianos,
no pueden menos de sentirse obligados a mejorar las instituciones y los ambientes
del orden temporal: ya para que en ellos no sufra mengua la dignidad humana,
ya para que se eliminen o reduzcan los obstáculos del bien y aumenten
los estímulos y las invitaciones al mismo.
(180) Además, la Iglesia, al penetrar en la vida de los pueblos,
no es ni se siente jamás como una institución impuesta desde
fuera. Esto se debe al hecho de que su presencia se concreta en el renacer
o resucitar de cada uno de los seres humanos en Cristo; y quien renace o
resucita en Cristo no se siente nunca coaccionado por lo exterior; al contrario,
se siente libre en lo más profundo de su ser y encaminado hacia Dios;
se consolida y ennoblece cuanto en él representa un valor, de cualquier
naturaleza que sea.
(181) La Iglesia de Cristo -observa sabiamente Nuestro predecesor Pío
XII-, fidelísima depositaria de la divina prudencia educadora, no puede
pensar ni piensa en menoscabar y desestimar las características particulares
que cada pueblo, con celoso cariño y comprensible orgullo, custodia
y guarda cual precioso patrimonio. Su fin [de la Iglesia] es la unidad sobrenatural
en el amor universal, sentido y practicado; no la uniformidad exclusivamente
externa, superficial y, como tal, debilitadora. Todas las normas y cuidados
que sirven para el desenvolvimiento prudente y ordenado de fuerzas y tendencias
particulares y tienen su raíz en las más recónditas
entrañas de toda estirpe, si es que no se oponen a las obligaciones
que a la humanidad sobrevienen de la unidad de origen y común destino,
la Iglesia los saluda con júbilo y los acompaña con sus maternales
cuidados[49].
(182) Vemos con profunda satisfacción cómo también
hoy los ciudadanos católicos de las Comunidades en fase de desarrollo
económico, por lo regular, no ceden a nadie el primer puesto al participar
en el esfuerzo que sus propias Naciones hacen por progresar y elevarse en
el campo económico-social.
(183) Entretanto, los ciudadanos católicos de las Comunidades económicamente
desarrolladas, multiplican sus iniciativas secundando y haciendo más
fecunda la ayuda que se da a las Comunidades en vía de desarrollo económico.
Digna de especial consideración es la multiforme asistencia que ellos
dispensan, en proporciones siempre crecientes, a los estudiantes de las Naciones
de Africa y Asia diseminados por las Universidades de Europa y de América;
y la preparación de sujetos dispuestos a trasladarse a las Naciones
en fase de desarrollo económico para entre ellas ejercer actividades
técnico-profesionales.
(184) A estos queridos hijos Nuestros, que por todas partes del mundo ponen
de manifiesto la perenne vitalidad de la Iglesia en promover el progreso genuino
y en vivificar las culturas, queremos les llegue Nuestra palabra paternalmente
afectuosa de aplauso y de aliento.
Incremento demográfico y desarrollo económico
49. (185) En estos últimos tiempos aflora a menudo el problema de
la relación entre incrementos demográficos, desarrollo económico
y disponibilidad de medios de subsistencia, así en el plano mundial,
como respecto de las Comunidades políticas en fase de desarrollo económico.
Poblaciones – medios de subsistencia (desequilibrio)
(186) En el plano mundial observan algunos que, según cálculos
estadísticos considerados como bastante atendibles, la familia humana
en pocos decenios llegará a cifras muy elevadas; mientras el desarrollo
económico procederá con ritmo menos acelerado. De donde deducen
que, si no se provee oportunamente a limitar el crecimiento demográfico,
la desproporción entre la población y los medios de subsistencia,
en un futuro no lejano, se dejará sentir agudamente.
(187) En lo que se refiere a las Comunidades políticas en fase de
desarrollo económico, se observa, siempre sobre la base de datos estadísticos,
que la rápida difusión de medidas higiénicas y de cuidados
sanitarios apropiados reduce mucho la cifra de la mortalidad, sobre todo la
infantil; mientras tiende a permanecer constante o casi constante, a lo menos
durante un considerable periodo de tiempo, la cifra de la natalidad, que
en esas comunidades suele ser elevada. Crece, pues, notablemente el exceso
de nacimientos sobre el de defunciones; mientras no aumenta proporcionalmente
la eficiencia productiva de los respectivos sistemas económicos. Es,
pues, imposible que en las Comunidades políticas en vía de desarrollo
económico mejore el nivel de vida; más aún, es inevitable
que empeore. Por lo cual, para evitar que se termine en situaciones de extremo
malestar hay quien estima indispensable recurrir a medidas drásticas
para eludir o reprimir la natalidad.
El "problema": sus términos
50. (188) Para decir la verdad, en el plano mundial, la relación
entre el incremento demográfico por una parte y el desarrollo económico
y disponibilidad de medios de subsistencia por otra, no parece, a lo menos
por ahora y en un futuro próximo, que cree dificultad: en todo caso
son demasiado inciertos y oscilantes los elementos de que disponemos para
con ellos llegar a conclusiones seguras.
(189) Además, Dios, en su bondad y en su sabiduría, ha diseminado
en la naturaleza recursos inagotables y ha dado a los hombres inteligencia
y genio a fin de que creen los instrumentos idóneos para apoderarse
de ellos y para hacerlos servir a la satisfacción de las necesidades
y exigencias de la vida. Por lo cual la solución fundamental del problema
no se ha de buscar en procedimientos que ofenden al orden moral establecido
por Dios y ciegan los manantiales mismos de la vida humana, sino en un renovado
empeño científico-técnico por parte del hombre, para
profundizar y extender su dominio sobre la naturaleza. Los progresos ya realizados
por las ciencias y las técnicas abren por esta vía horizontes
ilimitados.
(190) Con todo, sabemos que en determinadas regiones y en ciertas Comunidades
políticas en fase de desarrollo económico pueden presentarse
y se presentan realmente graves problemas y dificultades, que se deben al
hecho de una deficiente organización económico-social, que no
ofrece por eso medios de vida proporcionados al índice de incremento
demográfico; como también al hecho de que la solidaridad entre
los pueblos no actúa en grado suficiente.
(191) Pero, aun en semejantes hipótesis, debemos inmediatamente afirmar
con claridad que estos problemas no se han de afrontar y estas dificultades
no se han de vencer recurriendo a métodos y a medios que son indignos
del hombre y que sólo hallan su explicación en una concepción
puramente materialista del hombre mismo y de su vida.
(192) La verdadera solución se halla solamente en el desarrollo económico
y en el progreso social, que respeten y promuevan los verdaderos valores humanos,
individuales y sociales; es decir, desarrollo económico y progreso
social, realizados en el ámbito moral, en conformidad con la dignidad
del hombre y con el inmenso valor que es la vida de cada uno de los seres
humanos; y en una colaboración de escala mundial que permita y fomente
una circulación ordenada y fecunda de útiles conocimientos,
de capitales y de hombres.
Las leyes de la vida: su respeto
51. (193) Tenemos que proclamar solemnemente que la vida humana se transmite
por medio de la familia, fundada en el matrimonio único e indisoluble,
elevado para los cristianos a la dignidad de Sacramento. La transmisión
de la vida humana está encomendada por la naturaleza a un acto personal
y consciente y, como tal, sujeto a las leyes sapientísimas de Dios:
leyes inviolables e inmutables, que han de ser acatadas y observadas. Por
eso, no se pueden usar medios ni seguir ciertos métodos que podrían
ser lícitos en la transmisión de la vida de las plantas y de
los animales.
(194) La vida humana es sagrada: ya desde que aflora, implica directamente
la acción creadora de Dios. Al violar sus leyes, se ofende a la Divina
Majestad, se degrada el hombre y la humanidad, y hasta se enerva la misma
comunidad de la que se es miembro.
Sentido de la responsabilidad: educación
52. (195) Es de suma importancia que se eduque a las nuevas generaciones
con una adecuada formación cultural y religiosa, como es deber y derecho
de los padres; y con un profundo sentido de responsabilidad en todas las manifestaciones
de su vida y, por esto también, en orden a la creación de una
familia y a la procreación y educación de los hijos. Estos
deben formarse en una vida de fe y en una profunda confianza en la Divina
Providencia, a fin de que estén dispuestos a arrostrar fatigas y sacrificios
en el cumplimiento de una misión tan noble y muchas veces ardua, como
es la de colaborar con Dios en la transmisión de la vida humana y
en la educación de la prole. Para semejante educación ninguna
institución dispone de recursos tan eficaces como la Iglesia, la cual,
aun por este motivo, tiene el derecho de ejercitar su misión con plena
libertad.
Al servicio de la "vida"
53. (196) Recuerda el Génesis cómo Dios a los primeros seres
humanos impuso dos mandamientos: el de transmitir la vida: creced y multiplicaos[50];
y el de dominar la naturaleza: llenad la tierra y enseñoreaos de ella[51];
mandamientos que mutuamente se completan.
(197) Verdad es que el mandamiento divino de dominar las cosas de la naturaleza
no se ha dado para fines destructivos, sino más bien para que aquellas
sirvan a las atenciones de la vida humana.
(198) Con tristeza notamos que una de las contradicciones más desconcertantes
que atormentan nuestra época y en la que ésta se consume es
que, mientras por un lado las situaciones de malestar se acentúan en
extremo y se proyecta amenazador el espectro de la miseria y del hambre, por
otro se utilizan, y a menudo en gran escala, los descubrimientos de la ciencia,
las realizaciones de la técnica y los recursos económicos para
crear terribles instrumentos de ruina y de muerte.
(199) La providencia de Dios concede al género humano medios suficientes
para resolver en forma digna los múltiples y delicados problemas relativos
a la transmisión de la vida; pero estos problemas pueden hacerse de
difícil solución o insolubles, porque los hombres, descaminados
en su inteligencia o pervertidos en su voluntad, se valen de esos medios en
contra de la razón, o sea, para tales fines que no responden a su
naturaleza social y a los planes de la Providencia.
Colaboración en plan mundial
Dimensiones mundiales de todo problema humano relevante
54. (200) Los progresos de las ciencias y de las técnicas en todos
los sectores de la convivencia multiplican e intensifican las relaciones entre
las Comunidades políticas; y así hacen que su interdependencia
sea cada vez más profunda y vital.
(201) Por consiguiente, puede decirse que los problemas humanos de alguna
importancia, sea cualquiera su contenido, científico, técnico,
económico, social, político o cultural, presentan hoy dimensiones
supranacionales y muchas veces mundiales.
(202) Luego las Comunidades políticas, separadamente y con solas
sus fuerzas, ya no tienen posibilidad de resolver adecuadamente sus mayores
problemas en el ámbito propio; aunque se trate de Comunidades que
sobresalen por el elevado grado y difusión de su cultura, por el número
y actividad de los ciudadanos, por la eficiencia de sus sistemas económicos
y por la extensión y riqueza de sus territorios. Las Comunidades políticas
se condicionan mutuamente y se puede afirmar que cada una logra su propio
desarrollo contribuyendo al desarrollo de las demás. Por lo cual se
impone la mutua inteligencia y la colaboración entre ellas.
Desconfianza recíproca
55. (203) Así se puede entender cómo en el ánimo de
todos los seres humanos y entre los pueblos va ganando cada vez más
terreno la persuasión de la urgente necesidad de inteligencia y colaboración.
Pero al mismo tiempo parece que los hombres, particularmente los que ostentan
mayor responsabilidad, se revelan impotentes para llevar a cabo la una y la
otra. La raíz de semejante impotencia no se ha de buscar en razones
científicas, técnicas o económicas, sino en la falta
de confianza mutua. Los hombres, y consiguientemente los Estados, se temen
recíprocamente. Cada cual teme que el otro esté alimentando
propósitos de dominación y acechando el momento que le parezca
oportuno para llevar a efecto tales propósitos. Por eso organiza la
propia defensa, se arma, más que para atacar, así se declara,
para disuadir al agresor hipotético de toda agresión efectiva.
(204) Pero esto trae como consecuencia que inmensas energías humanas
y medios gigantescos se emplean para fines no constructivos; mientras se insinúa
y se alimenta en el ánimo de cada uno de los seres humanos y entre
los pueblos un sentimiento de malestar y de angustia que debilita el espíritu
de iniciativa para empresas de mayor envergadura.
Desconocimiento del orden moral
56. (205) La falta de confianza mutua halla su explicación en el
hecho de que los hombres, particularmente los más responsables, cuando
desarrollan su actividad se inspiran en concepciones de vida diferentes o
radicalmente contrarias. En algunas de estas concepciones, desgraciadamente,
no se reconoce la existencia del orden moral; orden trascendente, universal,
absoluto, igual y valedero para todos. Con esto viene a faltar la posibilidad
de tomar contacto y de entenderse plena y seguramente a la luz de una misma
ley de justicia, admitida y observada por todos.
(206) Es verdad que el término justicia y la expresión exigencias
de la justicia siguen resonando en los labios de todos. Pero ese término
o esa expresión tiene, en los unos y en los otros, significados diversos
o contrapuestos. Por eso, los llamamientos repetidos y apasionados a la justicia
y a las exigencias de la justicia, lejos de ofrecer posibilidad de contacto
o de inteligencia, aumentan la confusión, agravan las diferencias,
acaloran las contiendas; y, como consecuencia, se difunde la persuasión
de que, para hacer valer los propios derechos y conseguir los propios intereses,
no se ofrece otro medio que el recurso a la violencia, fuente de males gravísimos.
Dios, fundamento del orden moral
57. (207) La confianza recíproca entre los hombres y entre los Estados
no puede nacer y consolidarse sino solamente con el reconocimiento y con el
respeto del orden moral.
(208) Pero el orden moral tan sólo en Dios tiene su fundamento: separado
de Dios, se destruye totalmente. Pues el hombre no es solamente un organismo
material, sino también espiritual, dotado de inteligencia y libertad.
Exige, por lo tanto, un orden ético-moral, el cual, más que
cualquier valor material, influye sobre la orientación y las soluciones
que se han de dar a los problemas de la vida individual y social en el interior
de las Comunidades nacionales y en sus mutuas relaciones.
(209) Se ha afirmado que en la era de los triunfos de la ciencia y de la
técnica los hombres pueden construir su civilización, prescindiendo
de Dios. Sin embargo, la verdad es que los mismos progresos científico-técnicos
presentan problemas humanos de dimensiones mundiales, que únicamente
se pueden resolver a la luz de una sincera y activa fe en Dios, principio
y fin del hombre y del mundo.
(210) Una confirmación de estas verdades se encuentra en la comprobación
de que los mismos ilimitados horizontes descubiertos por las investigaciones
científicas contribuyen a que nazca y se desarrolle en las inteligencias
la persuasión de que los conocimientos matemático-científicos
descubren pero no captan, ni menos todavía expresan, los aspectos más
profundos de la realidad. Y la trágica experiencia de que gigantescas
fuerzas puestas al servicio de la técnica pueden utilizarse tanto
para fines constructivos como para la destrucción, pone de relieve
la predominante importancia de los valores espirituales para que el progreso
científico-técnico conserve su carácter esencialmente
instrumental respecto a la civilización.
(211) Entre tanto, el sentimiento de progresiva insatisfacción que
se difunde entre los seres humanos de las Comunidades nacionales de alto nivel
de vida deshace la ilusión del soñado paraíso en la
tierra. Al mismo tiempo los seres humanos van tomando conciencia cada vez
más clara de los derechos inviolables y universales de la persona;
y en los mismos se hace cada vez más viva la aspiración de estrechar
relaciones más justas y más humanas. Son todos estos motivos
los que contribuyen a hacer que los hombres tengan mayor conciencia de su
limitación y a que vuelva a florecer en ellos el anhelo de los valores
del espíritu. Y ello no puede menos de ser feliz presagio de mutuo
entendimiento y fecundas colaboraciones.
IV. REAJUSTE DE LAS RELACIONES DE LA CONVIVENCIA: EN LA VERDAD, EN LA JUSTICIA,
EN LA CARIDAD
Ideologías incompletas y erróneas
58. (212) Después de tantos progresos científico-técnicos,
y aun por causa de éstos, queda todavía en pie el problema de
que las relaciones de convivencia se reconstruyan en un equilibrio más
humano, tanto en el interior de cada Comunidad política como en el
plano mundial.
(213) Con este fin se han elaborado y difundido diversas ideologías
en la época moderna: algunas ya se han desvanecido, como niebla en
la presencia del sol; otras han sufrido y sufren revisiones sustanciales;
otras se han debilitado bastante y sin cesar van perdiendo su influjo fascinador
en el ánimo de los hombres. La razón de este declinar, la encontramos
en que son ideologías que solamente consideran algunos aspectos del
hombre y, frecuentemente, los menos profundos. Pues no tienen en cuenta las
inevitables imperfecciones humanas, como la enfermedad y el sufrimiento; imperfecciones,
que ni los sistemas económico-sociales más avanzados pueden
eliminar. Existe, además, la profunda e inextinguible exigencia religiosa,
que se exterioriza constantemente doquier, aun cuando se la conculque con
la violencia o se la sofoque hábilmente.
(214) En efecto, el error más radical en la época moderna
es el de considerar la exigencia religiosa del espíritu humano como
expresión del sentimiento o de la fantasía, o bien como un
producto de contingencias históricas, que se ha de eliminar como elemento
anacrónico o como obstáculo al progreso humano; cuando, por
lo contrario, en esta exigencia los seres humanos se revelan como lo que
son verdaderamente: seres creados por Dios y para Dios, como exclama San
Agustín: Fecisti nos ad Te, Domine, et inquietum est cor nostrum,
donec requiescat in Te[52].
(215) Por lo tanto, cualquiera que sea el progreso técnico y económico,
no habrá en el mundo justicia ni paz, mientras los hombres no vuelvan
a sentir su dignidad de criaturas y de hijos de Dios, primera y última
razón de ser de toda la realidad creada por El. El hombre, separado
de Dios, se vuelve deshumano consigo mismo y con sus semejantes, porque la
relación ordenada de convivencia presupone la ordenada relación
de la conciencia de la persona con Dios, fuente de verdad, de justicia y de
amor.
(216) Es verdad que la persecución que desde hace varios decenios
arrecia en muchos países, aun de antigua civilización cristiana,
contra tantos Hermanos e hijos Nuestros, precisamente por esto queridísimos
a Nos en modo especial, pone, cada vez en mayor evidencia, la digna superioridad
de los perseguidos y la refinada barbarie de los perseguidores; lo cual, aunque
todavía no dé visibles frutos de rectificación, sin
embargo ya induce a muchos a reflexionar.
(217) Pero siempre subsiste claro que el aspecto más siniestramente
típico de la época moderna consiste en la absurda tentativa
de querer reconstruir un orden temporal sólido y fecundo prescindiendo
de Dios, único fundamento en el que puede sostenerse; y de querer ensalzar
la grandeza del hombre secando la fuente de donde brota y se alimenta aquella
grandeza, es decir, reprimiendo y, si posible fuera, extinguiendo sus ansias
de Dios. Sin embargo, la experiencia cotidiana, en medio de los desengaños
más amargos y aun a veces entre formas sangrientas, sigue atestiguando
lo que afirma el Libro inspirado: Si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan los que la edifican[53].
Perenne actualidad de la Doctr. social de la Iglesia
59. (218) La Iglesia presenta y proclama una concepción siempre actual
de la convivencia.
(219) Como se desprende de lo dicho hasta aquí, el principio básico
de esta concepción consiste en que cada uno de los seres humanos es
y debe ser el fundamento, el fin y el sujeto de todas las instituciones en
las que se exterioriza y se realiza la vida social: cada uno de los seres
humanos debe ser visto en lo que es y en lo que debe ser según su naturaleza
intrínsecamente social, y en el plano providencial de su elevación
al orden sobrenatural.
(220) De este principio fundamental, que defiende la dignidad sagrada de
la persona, el Magisterio de la Iglesia, con la colaboración de sacerdotes
y seglares competentes, ha desarrollado, especialmente en este último
siglo, una doctrina social, que indica con claridad el camino seguro para
reconstruir las relaciones de convivencia según criterios universales,
que responden a la naturaleza, a las diversas esferas del orden temporal y
al carácter de la sociedad contemporánea; y precisamente por
esto pueden ser aceptados por todos.
(221) Pero hoy más que nunca es indispensable que esta doctrina sea
conocida, asimilada, llevada a la realidad social en las formas y en la medida
que las circunstancias permitan o reclamen; función ardua pero nobilísima,
a cuya realización, con ardiente llamamiento, invitamos no sólo
a Nuestros Hermanos e hijos esparcidos por todo el mundo, sino también
a todos los hombres de buena voluntad.
Instrucción
60. (222) Volvemos a afirmar, ante todo, que la doctrina social cristiana
es una parte integrante de la concepción cristiana de la vida.
(223) Mientras advertimos con satisfacción que en varios Institutos
se enseña esta doctrina desde hace tiempo, Nos apremia exhortar a que
por medio de cursos ordinarios y en forma sistemática se extienda la
enseñanza a todos los Seminarios y a todos los colegios católicos
de cualquier grado. Se introduzca, además, en los programas de instrucción
religiosa de las parroquias y de las asociaciones de apostolado de los seglares;
se difunda con los medios modernos de expresión: periódicos,
revistas, publicaciones de divulgación y científicas, radio
y televisión.
(224) Mucho pueden contribuir a su difusión Nuestros hijos del laicado,
con el empeño en aprenderla, con el celo en procurar que los demás
la comprendan y ejerciendo a la luz de estas enseñanzas sus actividades
de contenido temporal.
(225) No olviden que la verdad y la eficacia de la doctrina social católica
se demuestra, sobre todo, ofreciendo una orientación segura para la
solución de los problemas concretos. De esta manera se consigue atraer
hacia ella la atención de los que la desconocen, o de los que, desconociéndola,
la combaten; y quizá hasta lograr que penetre en sus almas algún
rayo de su luz.
Educación
61. (226) Una doctrina social no se enuncia solamente, sino que se lleva
también a la práctica en términos concretos. Esto se
aplica mucho más a la doctrina social cristiana, cuya luz es la Verdad,
cuyo objetivo es la Justicia, cuya fuerza propulsora es el Amor.
(227) Llamamos, por lo tanto, la atención sobre la necesidad de que
Nuestros hijos, además de ser instruidos en la doctrina social, sean
también educados socialmente.
(228) La educación cristiana debe ser integral, es decir, debe extenderse
a toda clase de deberes. Por consiguiente, también debe mirar a que
en los fieles brote y se robustezca la conciencia del deber que tienen de
ejercer cristianamente las actividades de contenido económico y social.
(229) El paso de la teoría a la práctica es arduo por naturaleza;
pero aun lo es mucho más cuando se trata de llevar a términos
concretos una doctrina social como la cristiana, por razón del egoísmo
profundamente enraizado en los seres humanos, por razón del materialismo
de que está saturada la sociedad moderna, por razón de la dificultad
de determinar con claridad y precisión las exigencias objetivas de
la justicia en los casos concretos.
(230) Por esto, la educación no sólo ha de hacer que brote
y se desarrolle la conciencia del deber de actuar cristianamente en el campo
económico y social, sino que también es necesario que se proponga
enseñar el método que capacita para cumplir tal deber.
Deber de las Asociaciones del apostolado de Seglares
62. (231) Para actuar cristianamente en el campo económico y social,
difícilmente resulta eficaz la educación si los mismos sujetos
no toman parte activa en el educarse a sí mismos, y si la misma educación
no se desenvuelve también a través de la acción.
(232) Con razón se suele decir que no se consigue la aptitud para
ejercitar la libertad rectamente sino por medio del recto uso de la libertad.
Análogamente, la educación para actuar cristianamente en el
campo económico y social no se conseguirá sino por la concreta
actuación cristiana en tal terreno.
(233) Por esto, en la educación social corresponde una importante
función a las Asociaciones y a las Organizaciones de Apostolado de
los Seglares, especialmente a las que se proponen como finalidad específica
el vivificar cristianamente uno y otro sector del orden temporal. Efectivamente,
no pocos miembros de estas Asociaciones pueden servirse de sus experiencias
cotidianas para educarse a sí mismos cada vez mejor y para contribuir
a la educación social de los jóvenes.
(234) A este propósito es oportuno recordar a todos, a los de arriba
y a los de abajo, el sentido cristiano de la vida, que lleva consigo espíritu
de sobriedad y sacrificio.
(235) Desgraciadamente, hoy prevalece doquier la concepción y la
tendencia hedonista, que querría reducir la vida a la búsqueda
del placer y a la plena satisfacción de todas las pasiones, con grave
daño del espíritu y también del cuerpo. En el plano
natural la moderación y la templanza de los apetitos inferiores es
sensatez fecunda en bienes; en el plano sobrenatural el Evangelio, la Iglesia
y toda tradición ascética exigen el espíritu de mortificación
y penitencia, que asegura el dominio del espíritu sobre la carne y
ofrece un medio eficaz de expiar la pena debida al pecado, del que ninguno
está inmune, salvo Jesucristo y su Madre Inmaculada.
Sugerencias prácticas
63. (236) Al traducir en realizaciones concretas los principios y las directrices
sociales, se procede comúnmente a través de tres fases: planteamiento
de las situaciones; valoración de las mismas a la luz de aquellos principios
y de aquellas directrices; búsqueda y determinación de lo que
puede y debe hacerse para llevar a la práctica los principios y las
directrices en las situaciones, según el modo y medida que las mismas
situaciones permiten o reclaman. Son tres momentos que suelen expresarse en
tres términos: ver, juzgar, obrar.
(237) Es muy oportuno que se invite a los jóvenes frecuentemente
a reflexionar sobre estas tres fases y a llevarlas a la práctica en
cuanto sea posible: así, los conocimientos aprendidos y asimilados
no quedan en ellos como ideas abstractcas, sino que les capacitan prácticamente
para llevar a la realidad concreta los principios y directrices sociales.
(238) En tales aplicaciones pueden surgir divergencias, aun entre católicos
rectos y sinceros. Cuando esto suceda, que no falten la mutua consideración,
el respeto recíproco y la buena disposición para encontrar los
puntos de coincidencia para una oportuna y eficaz acción: no se desgasten
en discusiones interminables; y, bajo el pretexto de lo mejor, no se deje
de practicar el bien que sea posible y, por lo tanto, obligatorio.
(239) Los católicos dedicados al ejercicio de actividades económico-sociales,
por su profesión tienen frecuentes relaciones con otros que no poseen
la misma visión de la vida. En tales relaciones Nuestros hijos estén
atentos para ser siempre consecuentes consigo mismos, para no hacer concesiones
en materia de religión y de moral; pero al mismo tiempo vivan y se
muestren animados por espíritu de comprensión, desinteresados
y dispuestos a colaborar lealmente en la realización de todo cuanto
por su naturaleza sea bueno, o por lo menos, se pueda reducir al bien. Con
todo, es obvio que cuando la Jerarquía eclesiástica se ha pronunciado
concretamente, tienen obligación los católicos de atenerse a
sus directrices; puesto que compete a la Iglesia el derecho y el deber no
sólo de tutelar los principios del orden ético y religioso,
sino también de intervenir con su autoridad en la esfera del orden
temporal, cuando se trata de juzgar sobre la aplicación de aquellos
principios a casos concretos.
Acción múltiple y responsable
64. (240) De la instrucción y de la educación necesario es
pasar a la acción. Es un deber que corresponde, sobre todo, a Nuestros
hijos del laicado, pues que ellos, en virtud de su estado de vida, se hallan
habitualmente ocupados en el desenvolvimiento de actividades y en la creación
de instituciones de contenido y finalidad temporales.
(241) En el ejercicio de una función tan noble es necesario que Nuestros
hijos no sólo sean profesionalmente competentes y ejerzan las actividades
temporales según las leyes naturales que conducen con eficacia al fin,
sino que es también indispensable que en el ejercicio de dichas actividades
se muevan en el ámbito de los principios y directrices de la doctrina
social cristiana, con actitud de sincera confianza, y siempre en relación
de filial obediencia hacia las Autoridades eclesiásticas. Tengan presente
Nuestros hijos que, cuando en el ejercicio de las actividades temporales
no se siguen los principios y directrices de la doctrina social cristiana,
no sólo se falta a un deber y se lesionan con frecuencia derechos
de los propios hermanos, sino que se puede llegar al punto de desacreditar
la misma doctrina, como si fuese noble en sí misma, pero privada de
fuerza eficazmente orientadora.
Un grave peligro
65. (242) Como ya hemos observado, los hombres han profundizado y han extendido
enormemente el conocimiento de las leyes de la naturaleza; han creado instrumentos
para apoderarse de sus fuerzas; han producido y siguen produciendo obras gigantescas
y espectaculares. Pero en su empeño de dominar y transformar el mundo
exterior, se exponen a olvidarse de sí mismos y a gastarse:
Así el trabajo corporal -observaba con profunda amargura Nuestro
predecesor Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno-, que estaba
destinado por Dios, aun después del pecado original, a labrar el bienestar
material y espiritual del hombre, se convierte a cada paso en instrumento
de perversión; de la fábrica sale ennoblecida la inerte materia,
mientras se corrompen y envilecen los hombres[54].
(243) En forma semejante, afirma con razón el Pontífice Pío
XII que nuestra época se distingue por un claro contraste entre el
inmenso progreso científico-técnico y un espantoso retroceso
humano, consistiendo su monstruosa obra maestra en transformar al hombre en
un gigante del mundo físico, con detrimento de su espíritu,
reducido a pigmeo del mundo sobrenatural y eterno[55].
(244) Una vez más se verifica hoy, en grandísimas proporciones,
cuanto afirmaba el Salmista acerca de los paganos, a saber: cómo los
hombres se olvidan muchas veces del propio ser en el propio obrar y admiran
las obras propias hasta hacer de ellas un ídolo: Sus ídolos
[de los gentiles] oro y plata son, obra de las manos de los hombres[56].
Jerarquía de "valores": su reconocimiento y respeto
66. (245) Con Nuestra paternal preocupación de Pastor universal de
las almas, invitamos insistentemente a Nuestros hijos a que vigilen sobre
sí mismos para mantener despierta y operante la conciencia de la jerarquía
de valores en el ejercicio de sus actividades temporales y en la consecución
de sus respectivos fines inmediatos.
(246) Muy claro es cómo la Iglesia ha enseñado en todo tiempo,
y sigue siempre enseñando, que los progresos científico-técnicos
y el consiguiente bienestar material son bienes reales; y, por lo tanto, señalan
un paso importante en la civilización humana. Pero ellos deben valorarse
por lo que son según su verdadera naturaleza, es decir, como bienes
instrumentales o medios que se utilizan para la consecución más
eficaz de un fin superior, cual es el de facilitar y promover el perfeccionamiento
espiritual de los seres humanos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural.
(247) Como perenne aviso resuena la palabra del Maestro Divino: ¿De
qué, pues, le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina
su alma? O ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?[57].
(248) Y estas enseñanzas tienen su complemento con la que se refiere
al descanso, durante los días de fiesta.
Santificación de las fiestas
67. (249) Para defender la dignidad del hombre como criatura dotada de un
alma hecha a imagen y semejanza de Dios, la Iglesia ha reclamado siempre la
observancia del tercer precepto del Decálogo: Acuérdate de
santificar las fiestas[58]. Es un derecho de Dios exigir al hombre que dedique
al culto un día de la semana, en el cual el espíritu, libre
de las ocupaciones materiales, pueda elevarse y abrirse con el pensamiento
y con el amor hacia las cosas celestiales, examinando en lo íntimo
de su conciencia sus relaciones obligatorias e indispensables con su Creador.
(250) Pero es también derecho, más aún, necesidad para
el hombre, hacer una pausa en la aplicación del cuerpo al duro trabajo
cotidiano, para alivio de los miembros cansados, para honesta distracción
de los sentidos y para bien de la unidad doméstica, que exige un frecuente
contacto y una serena convivencia entre los miembros de la familia.
(251) Religión, moral e higiene coinciden en la ley del reposo periódico,
que la Iglesia desde hace siglos concreta en la santificación del domingo,
con la participación en el Santo Sacrificio de la Misa, recuerdo y
aplicación a las almas de la obra redentora de Cristo.
(252) Pero con vivo dolor debemos comprobar y deplorar la negligencia, por
no decir el desprecio, de esta santa ley, con perniciosas consecuencias para
la salud del alma y del cuerpo de los queridos trabajadores.
(253) En nombre de Dios y por el interés material y espiritual de
los hombres Nos hacemos un llamamiento a todos, autoridades, empresarios y
trabajadores, para la observancia del precepto de Dios y de su Iglesia, recordando
a cada uno su grave responsabilidad ante el Señor y ante la sociedad.
Renovado compromiso
68. (254) Pero sería un error dedudir de cuanto arriba hemos expuesto
brevemente que Nuestros hijos, sobre todo del laicado, hayan de rebuscar prudencia
con la que disminuir su propio compromiso de actuar como cristianos en el
mundo; antes bien lo deben renovar y acentuar.
(255) El Señor, en la sublime oración por la unidad de su
Iglesia, no ruega al Padre que aparte a los suyos del mundo, sino que los
preserve del mal: Non rogo ut tollas eos de mundo, sed ut serves eos a malo[59].
Y así no debe crearse una artificiosa oposición donde no exista,
es decir, entre la perfección del propio ser y la propia presencia
activa en el mundo, como si uno no pudiera perfeccionarse sino cesando de
ejercer actividades temporales, o como si, al ejercerlas, quedara fatalmente
comprometida la propia dignidad de seres humanas y de creyentes.
(256) Por lo contrario, responde perfectamente al plan de la Providencia
que cada uno se perfeccione mediante su trabajo cotidiano, el cual para la
casi totalidad de los seres humanos es un trabajo de contenido y finalidad
temporal. Actualmente la Iglesia se encuentra ante la gran misión de
llevar un acento humano y cristiano a la civilización moderna; acento,
que la misma civilización pide y casi invoca para sus progresos positivos
y para su misma existencia. Como hemos insinuado, la Iglesia viene ejercitando
esta misión, sobre todo por medio de sus hijos seglares, los cuales,
para llevarla a cabo, deben sentirse obligados a desarrollar sus actividades
profesionales como cumplimiento de un deber, como prestación de un
servicio, en comunión interior con Dios y por Cristo y para su gloria,
como indica el apóstol Pablo: Sea que comáis, sea que bebáis,
o cualquier cosa que hagáis, hacedlo todo para la gloria de Dios[60].
Que todo cuanto hagáis o digáis, sea siempre en el nombre del
Señor Jesús, dando por El gracias a Dios Padre[61].
Mayor eficiencia en las actividades temporales
69. (257) Cuando en las actividades e instituciones temporales se garantiza
la entrada a los valores espirituales y a los fines sobrenaturales, refuérzase
en aquellas la eficiencia respecto a sus propios fines específicos
e inmediatos. Siempre es verdadera la palabra del Maestro Divino: Así
que buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás
se os dará en añadidura[62]. Cuando uno se presenta como luz
en el Señor[63] y camina como hijo de la luz[64], se captan con mayor
seguridad las exigencias fundamentales de la justicia aun en las zonas más
complejas y difíciles del orden temporal, en las que no es raro que
los egoísmos individuales, de grupo y de raza, insinúen y difundan
espesas nieblas. Y cuando se está animado por la caridad de Cristo;
uno se siente entonces unido a los otros y se sienten como propias las necesidades,
los sufrimientos y las alegrías de los demás. Y en consecuencia,
la conducta de cada uno, cualquiera que sea el ámbito y el objeto en
que se concrete, no puede menos de resultar más desinteresada, más
vigorosa, más humana, porque la caridad es magnánima, es servicial…,
no busca su interés…, no se goza con la injusticia, antes se alegra
con la verdad…, todo lo espera y soporta todo[65].
Miembros vivos en el Cuerpo Místico de Cristo
70. (258) Mas no podemos concluir Nuestra Encíclica sin recordar
otra verdad, que es al mismo tiempo una sublime realidad, esto es: que nosotros
somos miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia:
Como el cuerpo es uno, todos sus miembros, aun siendo muchos, no forman sino
un solo cuerpo: así es [uno] Cristo[66].
(259) Con paternal insistencia invitamos a todos Nuestros hijos pertenecientes
tanto al clero como al laicado, a que tengan profunda conciencia de tanta
dignidad y grandeza por el hecho de que están injertados en Cristo
como los sarmientos en la vid: Ego sum vitis, vos palmites[67] y que por lo
mismo están llamados a vivir la misma vida de Cristo. En virtud de
ello, cuando se ejercen actividades propias, aun de carácter temporal,
en unión con Jesús, Divino Redentor, cualquier trabajo viene
a ser como un continuación del trabajo de Jesús, penetrado por
virtud redentora: El que permanece en Mí, como yo en él, lleva
consigo mucho fruto[68]. Viene a ser un trabajo que no tan sólo contribuye
a la propia perfección sobrenatural, sino que también actúa
extendiendo y difundiendo en los demás los frutos de la Redención
y fecundando con fermento evangélico la civilización en que
se vive y se trabaja.
(260) Nuestra época está azotada y penetrada por errores fundamentales,
desgarrada y trastornada por profundos desórdenes; pero es también
una época en la que se abren inmensas posibilidades de bien al ímpetu
de la Iglesia.
71. (261) Amados Hermanos e hijos: la mirada que hemos echado con vosotros
a los diversos problemas de la vida social contemporánea, comenzando
desde las primeras luces de la enseñanza del Papa León XIII,
Nos ha conducido al desarrollo de todo un tejido de comprobaciones y declaraciones.
Os invitamos a deteneros en ellas, a meditarlas mucho y a tomar ánimo
para que cada uno y todos cooperen a la realización del Reino de Cristo
sobre la tierra: reino de verdad y de vida; reino de santidad y de gracia;
reino de justicia, de amor y de paz[69]; reino que asegura el goce de los
bienes celestiales, para los cuales hemos sido creados y a los cuales ansiamos
llegar.
(262) En efecto, se trata de la doctrina de la Iglesia Católica y
Apostólica, Madre y Maestra de todos los pueblos, cuya luz ilumina,
enciende, inflama; cuya voz, al avisar, llena de sabiduría celestial,
pertenece a todos los tiempos; cuya virtud siempre ofrece remedios tan eficaces
y tan aptos a las crecientes necesidades de los hombres, a las angustias y
a las ansiedades de la vida presente.
Con esta voz armoniza aquella antiquísima del Salmista que no cesa
de fortificar y levantar nuestros ánimos: Escucho. ¿Qué
dice Jehová? Lo que Dios dice, es la paz para su pueblo, para sus amigos,
con tal que no se vuelvan a su locura. Próxima está su salvación
para los que le temen, y la gloria habitará en nuestra tierra. El
amor y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se abrazan -la fidelidad
germinará de la tierra, y de los cielos descenderá la justicia.-
El Señor da todo el bien, y nuestra tierra da su fruto; -delante de
El marchará la justicia; y la paz, sobre las huellas de sus pasos[70].
(263) Estos son los votos, Venerables Hermanos, que Nos formulamos al poner
fin a esta Carta, a la cual hemos dedicado desde hace tiempo Nuestra solicitud
por la Iglesia Universal; los formulamos a fin de que el Divino Redentor de
los hombres, qui factus est nobis sapientia a Deo et iustitia, et sanctificatio,
et redemptio[71], reine y triunfe felizmente a lo largo de los siglos en todos
y sobre todo; los formulamos también para que, armonizada la convivencia
en el orden, todas las gentes finalmente gocen de prosperidad, de alegría,
de paz.
(264) Como expresión de estos votos y en prenda de Nuestra paternal
benevolencia, descienda la Apostólica Bendición que a vosotros,
Venerables Hermanos, y a todos los fieles confiados a vuestro ministerio,
particularmente a los que respondan con generosidad a Nuestras exhortaciones,
impartimos de corazón en el Señor.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de mayo del año
1961, tercero de Nuestro Pontificado.
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JUAN PP. XXIII
[1]Act. 2, 5.
[2] Cf. Io. 4, 42.
[3] Mat. 25, 34. 41.
[4] Io. 1, 5.
[5] Io. 2, 6.
[6] Cf. 1 Io. 5, 20.
[7] Cf. 1 Tim. 3, 15.
[8] Io. 14, 6.
[9] Io. 8, 12.
[10] Marc. 8, 2.
[11]AL 11 (1891) 97-144.
[12] Cf. ibid. 107.
[13] S. Th. De regimine principum 1, 15.
[14] Cf. A. A. S. 23 (1931) 185.
[15] Cf. ibid. 189.
[16] Cf. ibid. 177-228.
[17] Cf. ibid. 199.
[18] Cf. ibid. 200.
[19] Cf. ibid. 201.
[20] Cf. ibid. 210 ss.
[21] Cf. ibid. 211.
[22] Cf. A. A. S. 33 (1941) 196.
[23] Cf. ibid. 197.
[24] Cf. ibid. 196.
[25] Cf. ibid. 198 ss.
[26] Cf. ibid. 199.
[27] Cf. ibid. 201.
[28] Cf. ibid. 202.
[29] Cf. ibid. 203.
[30] Cf. A. A. S. 23 (1931) 203.
[31] Cf. ibid. 203.
[32] Cf. ibid. 222 ss.
[33] Cf. A. A. S. 33 (1941) 200.
[34] Cf. A. A. S. 23 (1931) 195.
[35] Cf. ibid. 198.
[36]Nuntius radioph. d. d. 1 sept. 1944: cf. A. A. S. 36 (1944) 254.
[37]Allocutio hab. d. 8 sept. 1956. Cf. A. A. S. 48 (1956) 799-800.
[38]Nuntius radioph. d. d. 1 sept. a. 1944, Cf. A. A. S. 36 (1944) 253.
[39]Nuntius radioph. d. d. 24 dec. a. 1942; cf. A. A. S. 35 (1943) 17.
[40] Cf. ibid. 20.
[41] Litt. enc. Quadragesimo anno: A. A. S. 23 (1931) 214.
[42]AL 11 (1891) 114.
[43] Mat. 6, 19-20.
[44] Mat. 25, 40.
[45] Cf. A. A. S. 23 (1931) 202.
[46]Allocutio hab. d. 3 maii a. 1960. Cf. A. A. S. 52 (1960) 465.
[47] Cf. ibid.
[48] 1 Io. 3, 16-17.
[49] Litt. enc. Summi Pontificatus: A. A. S. 31 (1939) 428-429.
[50]Gen. 1, 28.
[51] Ibid.
24. (122) El desarrollo de la historia muestra cada vez más cómo
las exigencias de la justicia y la equidad no sólo atañen a
las relaciones entre trabajadores dependientes y empresarios o dirigentes,
sino que también conciernen a las relaciones entre los diferentes sectores
económicos, y entre las zonas económicamente más desarrolladas
y las zonas económicamente menos desarrolladas dentro de una misma
nación; y, en el plano mundial, a las relaciones entre países
en diverso grado de desarrollo económico-social.
Exigencias de justicia en orden a las relaciones entre los sectores productores
Agricultura, sector deprimidoIniciativa personal, e intervención
de los poderes públicos en el campo económico
9. (51) Ante todo, debe afirmarse que el mundo económico es creación
de la iniciativa personal de cada uno de los ciudadanos, ya en su actividad
individual, ya en el seno de las diversas asociaciones para el logro de intereses
comunes.
(52) En él, sin embargo, por las razones ya aducidas por Nuestros
Predecesores, deben estar también activamente presentes los poderes
públicos a fin de promover, en las formas debidas, el desarrollo productivo
en función del progreso social para beneficio de todos los ciudadanos.
(53) Su acción, tiene carácter de orientación, de estímulo,
de coordinación, de suplencia y de integración. Debe inspirarse
en el principio de subsidiariedad[30] formulado por Pío XI en la encíclica
Quadragesimo anno: Queda en la filosofía social fijo y permanente aquel
importantísimo principio que ni puede ser suprimido ni alterado; como
es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa
y propia industria pueden realizar para encomendarlo a la comunidad, así
también es injusto, y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación
para el recto orden social, confiar a una sociedad mayor y más elevada
lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Toda acción
de la sociedad debe, por su naturaleza, prestar auxilio a los miembros del
cuerpo social, mas nunca absorberlos y destruirlos[31].
(54) Es verdad que los actuales avances científicos y de las técnicas
de producción ofrecen a los poderes públicos mayores posibilidades
concretas de reducir los desniveles entre los diversos sectores de la producción,
entre las diversas zonas dentro de las Comunidades políticas y entre
las diversas Naciones en el plano mundial; como también de contener
las oscilaciones en el sucederse de las situaciones económicas, y de
afrontar con esperanza de resultados positivos los fenómenos de la
desocupación de masas. Por consiguiente, los poderes públicos,
responsables del bien común, no pueden menos de sentirse obligados
a desenvolver en el campo económico una acción multiforme, más
vasta, más profunda y más orgánica, como también
a acomodar a esta finalidad las instituciones, los empleos, los instrumentos
y los métodos de acción.
(55) Pero siempre debe afirmarse el principio de que la presencia del Estado
en el campo económico, por extensa y profunda que sea, no se encamina
a empequeñecer cada vez más la esfera de la libertad en la iniciativa
personal de los individuos, sino más bien a garantizar a esa esfera
la mayor amplitud posible, tutelando efectivamente, para todos y cada uno,
los derecho esenciales de la persona; entre los cuales se ha de reconocer
el derecho que cada persona tiene de ser y permanecer normalmente como primer
responsable de su propia manutención y de la de su propia familia,
lo cual exige que en los sistemas económicos esté permitido
y facilitado, a cada individuo, el libre desarrollo de la actividad de una
profesión provechosa.
(56) Por lo demás, la misma evolución histórica pone
de relieve cada vez con mayor claridad que, entre los hombres, no puede existir
una convivencia ordenada y fecunda sin una cooperación, en el campo
económico, así de los particulares como de los poderes públicos;
aportación simultánea, concordemente realizada y proporcional
a las exigencias del bien común, todo ello según las variables
condiciones de los tiempos y de las costumbres.
(57) Y así es como la experiencia atestigua frecuentemente que, donde
falta la iniciativa personal de los particulares, domina la tiranía
política; pero hay, además, estancamiento de los sectores económicos
destinados a producir, sobre todo, la gama indefinida de los bienes de consumo
y de los servicios que se refieren no sólo a las necesidades materiales,
sino también a las exigencias del espíritu: bienes y servicios
que exigen, de un modo especial, la genialidad creadora de los individuos.
(58) En cambio, donde falta o es defectuosa -en el orden económico-
la debida actuación del Estado, reina un desorden irremediable, con
el abuso de los débiles por parte de los fuertes menos escrupulosos,
que prosperan en todas tierras y en todos tiempos, como la cizaña entre
el trigo.
"Socialización"