Mauricio
María Mateo Garrigou nació el 21 de septiembre de 1766 en
los Pirineos, en el castillo de Gudanes en el condado de Foix. Su
padre, Juan Bautista Barrigou fue el administrador de las tierras del
marqués de Gudanes. Su madre, Catalina Fauré, se
ocupó principalmente de la educación de sus hijos.
Poco tiempo
después del nacimiento de Mauricio, la familia se
trasladó a Toulouse para desarrollar un próspero negocio
del hierro. En el seno de este hogar nacieron ocho hijos, pero debido a
la elevada mortalidad infantil de aquella época, incluso entre
las familias bien acomodadas como la familia Garrigou, sólo
logran sobrevivir cinco.
Mauricio crece
en un ambiente acomodado, protegido y de tradición
católica, recibiendo una sólida instrucción a
domicilio por un maestro del barrio. A penas tiene 10 años
cuando muere su madre. Su padre se ocupará a partir de este
momento, con valor y ternura, de la educación de sus hijos.
A los 18
años, después de cursar brillantemente sus estudios
universitarios, el joven Mauricio decide hacerse sacerdote. En 1784,
ingresa en el seminario de San Carlos de Toulouse. Por aquella
época la revolución francesa decreta la
Constitución civil de clero.
Fue ordenado
sacerdote en Auch, en plena Revolución. Celebra su primera misa
el 24 de diciembre de 1790, durante la Noche de Navidad. La experiencia
de gozo que le invade la expresa:
“sentí que estaba
cubierto de la preciosa sangre de Jesucristo”.
Durante los
largos días de soledad vividos en la clandestinidad, medita ante
el crucifijo la Pasión de Jesús. Contempla al Dios hecho
hombre que sufre y despreciado, sostenido por la presencia de
María, su Madre, que de pie junto a la cruz, comparte sus
sufrimientos...
Y Mauricio
siente que el Calvario, en aquellos momentos, es toda Francia
conmocionada por la guerra y sus consecuencias, miedo, hambre,
enfermedades, pobreza... Y la Compasión que le iba
configurando y desbordando su corazón al contemplar a
Jesucristo, encuentra su forma de hacerse acción, se le
orienta hacia los hermanos, los hombres y mujeres que sufrían en
la sociedad que le rodeaba, en la que vivía. Por eso esta manera
de mirar, esa manera de sentir y compartir, esa manera de
com-padecer orienta todo su camino misionero.
Todas sus
obras estarán dirigidas
“al alivio de los pobres
por todos los medios posibles y la educación cristiana de la
juventud”.(Primeras constituciones)
Esta misma
mística le permitirá ejercer con valentía su
ministerio durante las fuertes perturbaciones de la Historia en aquella
época, e involucrar en su dinamismo apostólico tanto
a laicos como a sacerdotes y a Religiosas. La Compasión,
el seguimiento de Jesús, rostro del Padre Compasivo, que
entregó su vida hasta las últimas consecuencias
para hacer posible el sueño de Dios, será desde entonces
la Misión de todos los que constituían la Familia
creada por Mauricio Garrigou. Religiosos o laicos, sacerdotes o
seminaristas, todos serán en la vida cotidiana, de una manera o
de otra, testigos del Rostro compasivo del Padre, agentes
eficaces de evangelización, formando entre ellos “un solo
corazón y una sola alma”. El Instituto de Hermanas de Nuestra
Señora de la Compasión, fundado en 1817, será la
forma de dar cohesión y continuidad a este hermoso Carisma.