BEATO MAURO PALAZUELOS MARURI
1936 d.C.
28 de agosto



   El p. Mauro nación Peñacastillo (Cantabria) el 26 de octubre de 1903. Muy joven todavía, ingresó en el Monasterio Benedictino de Valvanera (La Rioja), pasando posteriormente a la Abadía de Samos (Lugo), donde realizó su Noviciado. Finalizado este, emitió sus votos temporales el 8 de septiembre de 1920. Años después, el 31 de octubre de 1926, sería ordenado sacerdote, como monje de Valvanera. Y finalmente recibiría el nombramiento de Prior de El Pueyo el 6 de febrero de 1934.

   Podríamos afirmar que el p. Mauro fue el monje que Dios había preparado para estar al frente de la Comunidad de El Pueyo hasta su último sacrificio. Son abundantes los testimonios que resaltan su figura monástica. Aquí solamente señalaremos algunos: “A pesar de ser tan joven, era muy ecuánime, bondadoso y compresivo”. Así lo define el p. Eusebio Ferrer, superior de los Escolapios de Barbastro, en cuyo colegio, habilitado como prisión, vivieron los monjes sus últimos días.

   “Sobre todo el p. Prior era un alma enteramente de Dios a quién yo traté con intimidad, porque en lo espiritual muchas veces se comunicó conmigo”, afirma el Canónigo de Vitoria, D. José Grau Barón, persona que gozaba de la amistad y confianza de los monjes.

   Lo mismo afirmarán de él todos los monjes que convivieron bajo su obediencia, remarcando siempre su piedad y su carácter alegre. “Jamás le vi triste ni preocupado por el martirio, más bien sentía gran alegría al dar la vida por la fe. No lo podía disimular. Qué felicidad, me decía, y que dicha tan grande la nuestra al poder dar la sangre por Cristo”. Testimonio de un sacerdote, que, siendo joven, compartió la prisión con los Benedictinos de El Pueyo.

   En la prisión, el Sr. Obispo, Beato Florentino Asensio, se confesaba con el p. Mauro. Este le llevaba la Eucaristía a su celda, pues los monjes la conservaban oculta. E igualmente se la administraba a los dos acompañantes del Prelado. Eran momentos diarios de verdadera unción.

   Durante el tiempo de su reclusión, que se prolongó un mes largo, fue animoso y fuerte. Ya los momentos de la detención, el 22 de junio, tuvo que defender la inocencia de la comunidad ante los anarquistas que, a él como Prior, le pedían información sobre unas “supuestas armas” que ellos creían ocultas en El Pueyo. Ante esta demanda, afirmó que los monjes eran hombres de paz, prometiendo incluso entregar su cabeza si hallaban algún instrumento bélico en el Monasterio. Supo estar en su puesto con extraordinaria dignidad y valentía.

  Pero a lo mucho que podríamos añadir, supera el momento culmen de su muerte. El relato del martirio ha llegado hasta nosotros gracias al testimonio jurado que una señora hizo al Rvmo. Abad Caronti, Presidente de la Congregación Benedictina Sublacense en 1939 y que más adelante, ella misma ratificaría. Este testimonio, nos lleva sin lugar a dudas a una de las páginas más gloriosas de la historia martirial de Barbastro.

   Un joven anarquista de unos 27 años, natural de Zaragoza, se hospedaba con otros milicianos en casa de dicha señora. Un día a finales de agosto, el pobre muchacho, hallándose en una situación anímica preocupante se desahogó con ella, hablándole de su sufrimiento interior. La conciencia le acusaba de muchas cosas, pero sobre todo de haber ejecutado bárbaramente al Prior de El Pueyo.

   En camino hacia la muerte, el p. Mauro solicitó la gracia de despedirse de su madre, y el piquete que lo conducía, accedió a tal petición pensando que tendría a su progenitora internada en el cercano hospital. Entonces, y para sorpresa de sus verdugos, nuestro protagonista, dirigiendo su mirada hacia El Pueyo, comenzó a cantar la “Salve” y el joven miliciano, no pudiendo soportar semejante osadía, lo mató de varios tiros junto al muro externo del cementerio. Él mismo confesaría, que desde aquel día, jamás volvió a salir por la noche con ningún piquete, pues la última mirada del p. Prior le atormentaba constantemente, llegando incluso a no poder conciliar el sueño.

  La buena señora que lo hospedaba, le habló de la infinita misericordia de Dios e incluso le aconsejó ir a un médico, pues se encontraba psíquicamente muy torturado. “Mi crimen no tiene perdón”, repetía constantemente. Podemos estar seguros de que el p. Prior habrá intercedido con largueza por su joven ejecutor, pues en todo momento recordó a sus hermanos monjes el precepto evangélico del amor al enemigo, instándoles al perdón para quienes los llevaban a matar. El p. Mauro Palazuelos murió el 28 de agosto, en las primeras horas, siendo enterrados en el cementerio de Barbastro. A la misma hora en que moría el grueso de la comunidad, en el camino de Berbegal.

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(Samuel Miranda)