MES DE JUNIO DEDICADO AL SAGRADO
CORAZÓN
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Dulcísimo Corazón de Jesús,
que en este Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por nosotros!
Aquí nos tienes en vuestra presencia,
pidiendo perdón de nuestras culpas e implorando vuestra misericordia.
Nos pesa, ¡oh buen Jesús!, haberte ofendido,
por ser Vos tan bueno que no mereces tal ingratitud.
Concédenos luz y gracia para meditar tus virtudes
y formar según ellas nuestro pobre corazón. Amén.
MEDITACIÓN CORRESPONDIENTE AL DÍA
ORACIÓN Y ACTO DE CONSAGRACIÓN
Rendido a tus pies, ¡oh Jesús mío!,considerando
las inefables muestras de amor que me has dado y las sublimes lecciones que
me enseña de continuo tu adorabilísimo Corazón, te pido
humildemente la gracia de conocerte, amarte y servirte como fiel discípulo
tuyo, para hacerme digno de las gracias y bendiciones que generoso concedes
a los que de veras te conocen, aman y sirven.
¡Mira que soy muy pobre, dulcísimo Jesús,
y necesito de Ti como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar!
Mira que soy muy ignorante, oh soberano Maestro, y necesito de tus divinas
enseñanzas, para luz y guía de mi ignorancia! ¡Mira que
soy muy fragil, oh poderosísimo amparo de los débiles, y caigo
a cada paso, y necesito apoyarme en Ti para no desfallecer! Sé todo
para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, luz de mis
ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad.
De Ti lo espera todo mi pobre corazón. Tú lo alentaste y convidaste
cuando con tan tiernas palabras, dijiste repetidas veces en tu Evangelio:
Venid a Mí,... Aprended de Mí... Pedid, llamad... A las puertas
de tu Corazón vengo pues hoy, y llamo, y pido, y espero. Del mío
te hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tómalo,
y dame en cambio lo que sabes me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso
en la eternidad. Amén.
Aquí se rezará tres veces el Padre Nuestro, Ave
Maria y Gloria, en recuerdo de las tres insignias, cruz, corona y herida
de la lanza, con que se apareció el Sagrado Corazón a Santa
Margarita María Alacoque.
DÍA 1
EL SAGRADO CORAZÓN,
MODELO DE AMOR
¿QUÉ motivos han inducido al Señor a darnos
su Sagrado Corazón? Sólo motivos de amor. Porque nos amó
se hizo hombre, porque nos amó sufrió Pasión y muerte,
porque nos amó quiso quedarse en la Eucaristía, porque nos
amó se dignó manifestarnos en estos últimos tiempos
las riquezas de su adorable Corazón.
¿Y a quién amó? A criaturas ingratas y
culpables, indignas de ocupar uno solo de sus pensamien-tos. Nos vio como
éramos, pobres, infelices, llenos de corrupción y de pecados.
Por nuestra suma miseria nos amó. ¡Oh amor tiernísimo
del Corazón de Jesús!
¿Y cómo nos amó? No como aman los hombres,
ni como aman los Ángeles, ni como ama la mis-ma Virgen María.
Nos amó como sólo puede amar Él; con amor eterno, infinito,
divino, amor del Corazón de un Dios.
¡Oh Pobre corazón mío! ¡Qué
nobleza la tuya! Has sido amado a pesar de tu miseria por el Cora-zón
de todo un Dios! ¿Conoces ¡oh hombre! hasta qué punto
te ha engrandecido Dios, haciéndote objeto de su amor?
Medítese unos minutos,
II
¿Y qué pide el Corazón de Jesús
a cambio de este amor? No pide nuestra vida, nuestra salud ni nuestras riquezas.
Pide sólo el amor de nuestro corazón. Pide sólo ser
amado, no como merece El, sino como podemos amar nosotros con nuestro pobre
corazón. Con una gotita del nuestro se con-tenta Él, a cambio
del océano que nos da del suyo.
¡Tengo sed!, clama desde este sagrario, como desde la
cruz. Tengo sed de vuestro amor. ¡Ah! ¡hermanos! ¡no nos
hagamos los sordos a este grito amoroso del Corazón de Jesús!
¡Amemos al Sagrado Corazón!
¿Y cómo se le ama? Se le ama guardando su ley,
procurando seguir sus inspiraciones; buscándole amigos que le quieran;
ganándoles almas que un día sean con El dichosas; evitándole
injurias y menosprecios; desagraviándole por ellos. Así se
aman los hombres unos a otros. Así debemos amar a Jesús.
¿Qué haces tú por aquel padre, por aquella
esposa, por aquel hermano, por aquel amigo a quien amas tanto? ¿Cómo
les hablas? ¿Cómo les sirves? ¿Cómo les contentas?
pues bien; haz lo mismo con el Corazón de tu buen Jesús, y
estará satisfecho de ti.
¡Ay de ti si no le amas por lo menos de esta manera! ¡Infeliz!
Deberás aborrecerlo por toda la eternidad.
Medítese. y pídase la gracia particular.
DÍA 2
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE HUMILDAD
I
Mira, alma mía, la profundísima humildad del Corazón
de Jesús. Siendo Jesucristo Dios, y como tal potentísimo y
excelso, no le bastó hacerse Niño en las entrañas de
una mujer, y nacer luego en una cueva de animales, y trabajar más
tarde en un taller, y morir, finalmente, como reo miserable en una cruz.
Aún después de su existencia mortal vive glorioso en el cielo,
es verdad, “pero en la tierra vive humillado y abatido”.
Contémplale en este Sacramento. Ha escogido para vivir
entre nosotros las apariencias más modestas. Se deja encerrar como
prisionero en el fondo de nuestros pobres tabernáculos, en nuestras
iglesias mil veces desiertas y abandonadas. ¡Ah mi buen Jesús!
Cómo eres Tú el mismo hoy que cuando naciste en Belén,
trabajaste en Nazareth, recorrias a pie los campos y aldeas de Judea, y morías
entre injurias y desprecios en el Calvario! No has cambiado tu condición
llana y sencilla; no has dejado tus humildes maneras, a fin de que se acerquen
a Ti sin temor los pobres y pequeños, y aprendan en Ti sencillez y
humildad los vanos y orgullosos.
¡Oh! ¡humildísimo Jesús! ¡Enséñame
a mí, altivo y presuntuoso que soy, esta santa virtud de la humildad!
Medítese unos minutos.
II
Me avergüenzo y me espanto ¡oh Jesús
mío! cuando doy una mirada a mi pobre corazón. Es todo al revés
del vuestro, tan sencillo y tan humilde. Está lleno de vanidad, presunción,
necio orgullo, insaciable amor propio. Busca siempre el aplauso y la alabanza,
sobresalir y brillar, obscurecer a los demás, hacerse superior a todos.
No son éstas las lecciones de tu humildísimo Corazón.
Tú me quieres humilde para con Dios, para con mis prójimos
y para conmigo mismo.
Para con Dios, reconociéndome siervo y discípulo
suyo, acatando sin murmurar todas sus disposiciones, sujetándome sin
réplica a su dulce Providencia, agradeciendo como cosa suya todo lo
que de bueno haya en mí.
Para con mis prójimos, portándome como si fuese
el menor de todos ellos, sufriéndolos con cari-dad, tratándolos
con dulzura, perdonando sus injurias, huyendo sus aplausos y alabanzas.
Para conmigo mismo, teniéndome por lo que soy, criatura
miserable, indigna del polvo que piso, del cielo que contemplo y del aire
que respiro, reconociéndome infeliz pecador que sólo por la
divina compasión no ardo ya en los infiernos.
¡Corazón de Jesús humilde! Dame ese espíritu
de perfecta humildad, para que consiga sentarme un día en el trono
que reseras a tu lado a los humildes como Tú.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 3
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE OBEDIENCIA
I
El Sagrado Corazón de Jesús es
modelo de la más perfecta obediencia. Para dar el mayor y más
fino ejemplo de ella, baja el Verbo a este valle de lágrimas, y toda
su vida mortal puede compendiarse en esta sola palabra: obedecer. Es Rey
de los cielos, y obedece. Es Dueño de todo lo creado, y obe-dece.
Es árbitro poderoso de cuanto existe, y no obstante obedece.
¿Y, a quién obedece? Además de la obediencia
de continuo prestada al Padre celestial, los demás a quienes obedeció
fueron siempre criaturas suyas, y por tanto infinitamente inferiores a Él.
Le mandaba María, le mandaba José, le mandaba el juez impío,
le mandaban los verdugos. Y a todos obedecía. Hoy mismo, en este augusto
Sacramento obedece a la voz de sus ministros, a quienes ha dado en cierto
modo la facultad de mandarle colocarse en nuestros altares.
¡Oh confusión de mi orgullosa independencia! El
gusano vil no gusta sino mandar y hacer su pro-pia voluntad, cuando Dios
mismo le da el ejemplo de tan rendida obediencia! Avergüénzate
aquí, corazón mío, y aprende del Sagrado Corazón
tan excelente virtud.
Medítese unos minutos.
II
¡Oh Señor! Si toda tu vida fue obedecer, la mía,
infeliz y desdichada, fue siempre continua desobediencia. Soy un miserable
esclavo que nunca ha sabido más que rebelarse contra tu suavísima
voluntad. Mi rey ha sido mi gusto, mi regla los vanos antojos de mi veleidoso
corazón. Obedecías Vos, y yo insolente pretendía elevarme
con el mando. Te hacíais Vos esclavo, y yo quise darme en todo, aires
de señor.
En mi corazón he levantado tronos y altares; pero no
han sido para Vos, sino para dar culto en ellos a mis ambiciosas pretensiones,
a mi insensata arrogancia. ¿Qué freno hubo que me contuviese?
¿Qué valla me pusiste que yo no saltase? ¿Qué
precepto me dictaste que yo no rompiese?
¡Oh siervo rebelde, digno del más infame castigo!
¡Oh mal esclavo, merecedor de la cárcel perpe-tua! ¡Oh
hijo porfiado, indigno de la herencia de tan buen padre! Pero, perdóname,
Jesús mío; per-dona al extraviado, que sumiso ya y lloroso
vuelve a Dios. Manda, Señor, que a mí me toca obede-cer. Prometo
desde hoy a tu ley, a tus inspiraciones, a tus ministros, a mis superiores,
formal, perpetua y decidida obediencia.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 4
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE PACIENCIA
I
¿DESEAS, corazón mío, conocer
a fondo la inagotable paciencia del Corazón de Jesús? Mírale
cómo se dignó manifestarse a su devota Santa Margarita, herido
por la lanza, coronado de espinas, clavado en el centro de la cruz. He aquí
las insignias del Sagrado Corazón, he aquí su escudo de armas.
Se Diría que para eso sólo vino al mundo, para padecer.
¿Y qué padece? Dolores crudelísimos así
en el cuerpo como en el alma. En el cuerpo pobreza, persecución, azotes,
bofetadas, espinas, cruz. En el alma perfidias, ingratitud, tristezas, agonías,
abandono de los suyos. Tal es la amarga historia de su vida pasible y mortal.
¿Y cómo padece? Callando, sin soltar la menor
queja, sin mostrar iracundo el rostro, sin manifes-tarse cansado por tanto
sufrir. Aun hoy en este Santísimo Sacramento, si pudiera padecer,
no sería el sagrario para Él un trono de gloria, sino un Calvario
de nuevos e ignorados dolores.
Mira si no cómo le tratan los hombres. ¡Con qué
odios le blasfeman unos! ¡Con qué desprecio le miran otros!
¡Con qué frialdad y negligencia la mayoría! ¡Con
qué tibieza los mismos que se dicen amigos suyos! ¡Cuán
pocos con verdadero amor!
¡Pobre Jesús mío, tan sufrido y tan paciente!
Enséñale a mi enfermo corazón el secreto de esta heroica
paciencia.
Medítese unos minutos.
II
¡Cuánto me confunde, oh buen Jesús, esta
consideración! Tú, inocente, no te cansas de padecer por mí;
yo criminal, ni un instante me dispongo a padecer por Ti. Se me hace insoportable
cualquier pequeña aflicción; la menor de tus espinas, acaba
con mi escasa paciencia.
Y no obstante, Tú quieres que padezca, y hasta me lo
aconseja mi propio interés. Me has coloca-do en este valle de lágrimas,
donde desde la cuna hasta la sepultura, me acompaña la tribulación.
Quiera o no quiera el hombre, es éste su patrimonio. La salud, la
fortuna, las inclemencias del tiempo, la rareza de nuestro carácter,
son para nosotros fuentes permanentes de desazones y desabrimientos. Es necesario
sufrir, he aquí la sentencia que desde el nacer traemos escrita sobre
la frente. Sufrir, pues, con paciencia, como Vos, es el único modo
de hacer suave y llevadera esta necesidad.
¡Ah! Sufriré, Dios mío, sufriré contigo
y por Ti, y como Tú quieras y hasta donde Tú quieras. Contemplaré
tu Corazón herido y coronado de espinas, para alentarme más
a sufrir con paciencia las mías. Alzaré los ojos a ese cielo
que ha de ser mi recompensa, para no desfallecer en los presentes combates.
Tú lo has dicho, y está escrito: ¡Sólo se va a
él por el camino de la cruz!
¡Feliz quien la abrace contigo en esta vida, para recoger
contigo sus dulces frutos en la eternidad!
Medítese y pídase la gracia particular.
DÍA 5
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE GENEROSIDAD
I
FIJEMOS hoy los ojos del alma en esta especial
virtud del Sagrado Corazón. Su generosidad ha sido para con nosotros
tan grande, que mayor no puede ya exigirla ni concebirla nuestra imaginación.
Todo, todo, hasta sí mismo, nos lo ha dado generosamente el Sagrado
Corazón de Jesús. Mientras vivió en carne mortal, se
empleó todo en servicio del hombre; por él obró sus
milagros, hizo su predicación, se fatigó, sudó, derramó
lágrimas y sangre.
Se acercaba la hora de su Pasión, y después de
haberse empleado todo por el hombre, inventó un milagro especial para
poder darse a Sí mismo en su verdadero Cuerpo y Sangre por medio del
Santísimo Sacramento.
¿Podría dar otra cosa? Sí, todavía
otra cosa. Vio al pie de la cruz a su Madre, y aun de ella nos hizo al morir,
generosa entrega. ¿Le quedaba aún algo que dar? Unas pocas
gotas de sangre quedaban en su Corazón, y ya difunto, permite que
se lo rompa un soldado, para que ni éstas dejen de derramarse en provecho
nuestro. Aun hoy se nos da a todas horas en nuestros altares, a todos sin
distinción, dispuesto siempre a ser generoso hasta con los más
ingratos.
De modo que por su inefable generosidad, es nuestra su doctrina,
es nuestra su propia Madre, son nuestros su Cuerpo y Sangre, es nuestro su
cielo. Sí, porque después de habérsenos dado por maes-tro,
por alimento y por redención, quiere por toda la eternidad ser Él
mismo, y no otro, nuestra re-compensa.
¡Oh generosidad inmensa de tan generosísimo Corazón!
Medítese unos minutos.
II
¡Qué distante se halla de corresponder a esta sublime
virtud del Sagrado Corazón de Jesús, mi mez-quino corazón!
El suyo es todo generosidad; el mío es todo egoísmo. Tal vez
sirvo a Dios, es ver-dad; pero midiendo y escatimando mis servicios, por
temor de hacer siempre demasiado. Cuando no me obliga algo bajo precepto
de pecado mortal, me basta eso quizá para creerme ya desobligado.
Me parece que amo ya lo suficiente cuando no agravio, o que soy ya el mejor
de los amigos cuando no soy un traidor.
¿Qué hago por quien tanto hizo por mí?
Cualquier sacrificio se me hace imposible; cualquier res-peto humano basta
para detenerme. Y cuando me resuelvo a hacer algo por mi Dios, ¿es
desinteresado mi servicio? ¿Qué haría si no me amenazara
Él con el infierno? ¡Ah! Tal vez el mismo cielo no tuviera
para mí bastantes atractivos.
¡Oh criatura vil, que sólo sirve por temor o por
la paga! ¡Oh ! diré con la Imitación "¿Cuándo
habrá alguien, oh Señor, que se disponga a servirte gratuitamente?"
Yo he de ser, ¡Jesús mío!, yo he de ser.
Seré generoso, ¡oh buen Jesús!, no me limitaré
a lo que manda tu ley, sino que me extenderé a todo lo que yo sepa
que sea de tu mayor agrado. Tómalo todo de mí, ¡oh buen
Jesús!: cuerpo, alma, salud, fuerza, libertad, honra, intereses, vida.
De todo esto te hago ofrenda, y en todo quiero que seas Tú
única y exclusivamente servido.
Medítese., y pídase la gracia particular.
DÍA 6
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE MANSEDUMBRE
I
ADMIRA hoy, alma mía, la suma mansedumbre
y benignidad de este adorabilísimo Corazón. Nunca dejó
de mostrarse manso y cariñoso, para que en Él aprendieses tú
los atractivos de esta celestial virtud. Con este carácter lo habían
ya de antemano retratado los Profetas; con este mismo le vieron después
y nos lo retrataron los Evangelistas.
Mira cómo trata a los pobres e ignorantes, cómo
recibe a los pecadores, cómo acaricia a los niños. Muy contadas
veces se pinta el enojo en su rostro, para darte a entender que si la indignación
es buena alguna vez, casi siempre son preferibles la suavidad y la mansedumbre.
¡Con qué dulzura tolera la rudeza de sus primeros
discípulos! ¡Con qué palabras tan suaves alienta a la
Magdalena! ¡Qué acentos tan delicados emplea con el mismo apóstol
traidor! ¡Con que serena majestad contesta al interrogatorio de Pilatos!
¡Oh benignidad y mansedumbre del Corazón adorable
de Jesús! ¿A quién no enamoran y atraen tan suaves ejemplos?
Medítese unos minutos.
II
No me canso, oh Señor, de admirar en
Ti esta delicada virtud. Pero ¡ay! ¡que a mi corazón se
le hace siempre duro y difícil el practicarla! Mis palabras, mi rostro,
mis ademanes traspasan muy a menudo las reglas de la caridad, que Tú
me has impuesto en el trato con nuestros hermanos. El disgusto de mi corazón
rebosa frecuentemente en mis labios. Trato a mis superiores con altivez,
a mis iguales con indiferencia, a mis inferiores con dureza. Soy en la prosperidad
altanero, y en la aflicción ceñudo y malhumorado. Confundo
muchas veces la viveza del celo con los arranques del amor propio.
Dame ¡oh Señor! la dulce caridad y la afectuosa
mansedumbre, distintivo de los Santos. Sea igual y suave y serena mi condición,
sin arrebatos ni decaimientos, sin ruidosas alegrías, ni enojosos
desalientos. Vean mis prójimos en mi rostro y en mis palabras y acciones,
la suavísima imagen de tu mansísimo Corazón.
Dame esas bellas cualidades, para ganarte con ellas almas que
en la tierra te sigan y te amen, y en el cielo te gocen y glorifiquen por
toda la eternidad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 7
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE CELO
I
SERÁ hoy objeto de nuestra meditación
el celo del Sagrado Corazón de Jesús. Se entiende por celo
un deseo ardiente de la gloria de Dios y de la salvación de las almas,
y una actividad siempre en movimiento para conseguir esos objetos. ¿Quién
podrá debidamente ponderar cuáles fueron este deseo y esta
actividad en el Sagrado Corazón de Jesús? Un solo pensamiento
era el suyo, uno solo el que le hacía palpitar noche y día:
glorificar al Padre celestial y salvar al mundo. Si predica, si obra milagros,
si anda a pie largas jornadas, si toma parte en los banquetes de los pecadores,
si se transfigura glorioso en el Tabor o se deja aplastar como un gusano
por sus enemigos, si muere, por .fin, o si resucita, todo obedece a un mismo
plan, todo tiene por blanco glorificar a Dios, salvar al hombre.
El celo por esa empresa le tenía siempre inquieto y extasiado,
y le hacía hablar de sus próximos sufrimientos como de gloriosos
triunfos. Al dirigirse a Jerusalén la última vez para ser allí
preso y crucificado se admiraban los discípulos de que llevase el
paso más apresurado que de costumbre. Era su celo ardiente que
le atraía como de sí a la realización de sus constantes
deseos.
Medítese unos minutos.
II
¡Cómo contrasta esa actividad ardorosa
del Corazón de Jesús con la frialdad ordinaria del mío!
¡Ah! Es verdad. También el mío se mueve, se agita, se
acalora, se enciende, pero ¿es por la gloria de Dios? ¿es por
el bien de mis hermanos? ¿O es al contrario por viles intereses del
momento, por sutiles Puntos de honra, por miserables competencias del amor
propio? ¡Ah! ¡que el celo que me devora no es tal vez sino ambición,
codicia, vanidad, esto es, el celo del mundo!
¿Qué hago, en efecto, por la honra divina? ¿Cómo
siento sus injurias? ¿Cómo me esfuerzo en evi-tarlas o siquiera
en repararlas? Si estuviesen tan amenazados mis intereses como lo están
siempre los de Dios, ¿estaría tan tranquilo y sosegado como
estoy ahora en presencia de la guerra impía que se le hace? ¡Ojalá
no sea yo de aquellos mismos que, con su flojedad y malos ejemplos, contribu-yen
a esa deshonra de la Religión y ruina de las almas!
¡Oh Señor! Dame una chispa, una chispa sólo
de ese fuego abrasador que consumió tu Corazón; dámela
para que experimente como Tú la pasión de tu celo. Quiero ser
Apóstol de tu gloria y de tu nombre, en la medida que lo permitan
mis fuerzas y condición. Con mi conversación, con mi porte
exterior, con mi influencia, con mis relaciones, con mi dinero, con mi oración,
procuraré trabajar cuanto pueda, para que seas cada día más
honrado y glorificado.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 8
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE RECOGIMIENTO Y MODESTIA
I
¿QUÉ ves, alma cristiana, en la
figura exterior de tu Divino Jesús? Ves el retrato más acabado
del recogimiento y de la modestia cristiana. Mírale bien y aprende
de Él cómo has de ser en tu porte y maneras, si quieres hasta
en eso llevar el sello del Sagrado Corazón.
Su voz es quieta y sumisa, sus palabras prudentes y pocas, Su
andar grave y mesurado, su mirada recogida y bondadosa. El semblante de Jesús
era tal, que inspiraba sentimientos de virtud a quien lo contemplaba, y era
imposible verlo interiormente mejorado.
Sus enemigos nunca pudieron tacharle de ligereza y desenvoltura.
Los que sin cesar buscaban por agarrarle la palabra, jamás pudieron
echarle en rostro una que fuese inconveniente. Su alegría era tan
edificante como su austeridad; nadie le oyó ruidosas carcajadas, ni
le vio desacompasados movimientos. Todo su exterior era el reflejo de orden,
paz, igualdad y armonía en su divino interior.
Dame a conocer ¡oh dulce Jesús! los suaves encantos
de esta celestial virtud.
Medítese unos minutos.
II
El rostro y los ademanes son el espejo de lo
que pasa en el corazón, por eso, llevo retratados en ellos la disipación
y el desorden del mío. ¿Soy cristiano o pagano? ¿Sirvo
a Dios o al mundo su enemigo? Nadie creería lo primero, sino más
bien lo segundo, oyendo tal vez mis conversaciones, mirando mi modo de vestir,
observando mis actitudes.
¿A qué tengo dedicados mis sentidos sino a culpables
o por lo menos peligrosas tonterías? ¿Qué ley pongo
a mis ojos, para que no tropiecen con mil escollos para la honestidad? ¿Qué
freno aplico a mi lengua, para que no hiera la reputación ajena o
no se deslice en mil y mil superfluidades? ¿Qué muro he puesto
a mis oídos, para que no se vayan tras la curiosidad y mundanos pasatiempos?
¡Ah! que estos medios que se me han dado para servir con ellos a Dios
y al prójimo, sólo los empleo yo, para que me rinda y esclavice
el mundo con todas sus vanidades.
¡Pobre corazón mío, abierto así sin
el muro de la modestia a todos los embates del enemigo! ¡Pobre corazón,
expuesto así por mi culpa a todas las oleadas de este mar de corrupción!.
Rodéalo, Señor, de esta preciosa virtud como de fortísima
muralla, para que sea plaza cerrada e inexpugnable donde sólo entres
Tú, y nunca jamás tu enemigo.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 9
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO
DE DESPRENDIMIENTO
I
LA virtud que quiere enseñarte hoy, alma
mía, el Sagrado Corazón de Jesús, es la muy heroica
del desprendimiento. Tan desprendido de todo lo humano estuvo el Sagrado
Corazón, que nada ejercía sobre Él peso, ni influencia
alguna, como no fuese la voluntad de su Padre celestial.
Estuvo desprendido de todo interés material, hasta el
punto de nacer privado de todo, en una cueva, y morir desnudo de todo, en
la Cruz y en el intermedio de su vida, nunca tuvo cosa que llamase suya.
Las limosnas que le daba la piedad de los fieles, las volvía Él
a los pobres, o las depositaba en poder de sus discípulos.
En cuanto a los afectos de sangre, ninguno de ellos obstaculizó
para nada la libertad y desprendi-miento del adorable Corazón de Jesús.
Niño aún, deja a su Madre y San José y se separa por
tres días de su dulce compañía y si éstos se
atreven a formular una queja "¿No sabéis, les dice, que a Mí
me toca atender primero a las cosas de mi Padre celestial?".
¡Oh sublime libertad de espíritu! ¡Oh
total desprendimiento de lazos humanos! ¡Oh soberana independencia
del corazón entregado únicamente a Dios!
Medítese unos minutos.
II
No es así ¡oh Jesús
mío! mi pobre corazón, esclavo de tantos señores y atado
a tan miserables cadenas, que de todas partes detienen su vuelo hacia Dios.
Me ata el amor a los bienes temporales; me ata el ansia por las comodidades
de mi persona; me ata el afecto exagerado a los amigos. Mi corazón
ha echado tan profundas raíces en esta tierra vil que le rodea, que
no sabe vivir sino con ella y por ella. Y así como la planta se nutre
y forma de los jugos que bebe del suelo por medio de sus raíces, así
mi corazón vive y se nutre sólo de la miseria del mundo por
medio de los mil y un afectos que le tienen atado a él.
Desarraiga, Jesús mío, mi alma de esta tierra de pecado,
donde no crece, ni florece como debiera sólo para Ti. Que yo viva
en este mundo sólo corporalmente, pero viva espiritualmente fuera
de él. No me llenen afectos humanos a mí, que estoy llamado
a poseer un objeto divino. Haz que en-cuentre amargura y desabrimiento en
todo lo que no seas Tú, para que no se pegue mi corazón más
que a Ti.
Si contigo tan sólo he de reinar eternamente, ¿Cómo
soy tan fácil en entregar mi corazón a esas tristes criaturas
que tan pronto voy a abandonar?
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 10
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
EL MEJOR CONSUELO
I
EL pecado ha hecho de este mundo, que debía
ser un paraíso anticipado, un verdadero valle de lágrimas.
Las espinas con que a cada paso tropezamos nos punzan dolorosamente y nos
arrancan frecuentes gemidos. Así es que nada necesita tanto el hombre
durante esta vida mortal, como de consuelo. Consuelo necesitamos de los contratiempos
de la fortuna, en los dolores de la enfermedad, en la pérdida de los
que amamos, en las dudas de la conciencia y en todos los momen-tos de la
vida y en el muy crítico y angustioso de nuestro último trance.
¿Dónde mejor podemos buscar este consuelo que
en el muy dulce y consolador Corazón de Jesús? ¿No han
salido de él aquellas tan suaves y amorosas palabras: “Venid a Mí
todos los que andáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré”?
¡Oh buen Jesús! ¡Oh único verdadero
Consuelo de los corazones angustiados! ¿A quién iremos sino
a Ti en nuestras horas de amargura y desasosiego? Cuando los intereses mundanos
no aprove-chan, cuando los amigos se alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a
quién acudiremos sino a Ti, fuente inagotable de todo consuelo?
Medítese unos minutos.
II
Y no obstante, alma mía, es Jesús
el último a quien acudes en tus horas de tribulación. Primero
son para ti los amigos de la tierra, que ese amabilísimo Amigo del
cielo. Primero buscas un desahogo en el pasatiempo mundano que en la dulce
intimidad del Sagrario, donde te espera este misericordiosísimo y
compasivo Consolador.
Dime, ¿no llevas ya bastantes desengaños? ¿Qué
herida de las tuyas o qué dolor te ha calmado el mundo? ¿Qué
bálsamo has encontrado en él para endulzar las amarguras de
la adversidad? ¿No ves que el mundo no gusta de consolar a los que
padecen, sino de adular a los dichosos? ¿Qué vas a buscar tú
que padeces, en ese mundo que no te ha de comprender? Sólo hay un
asilo seguro para los corazones heridos, y es el herido Corazón de
Jesús.
¡Oh Señor!, a tu Corazón me acojo yo como
al regazo de una madre amorosa, para que me abri-gues en él con tu
calor, y me defiendas y me consueles. Solamente Tú tienes consuelo
para nuestro pobre corazón.
Alejaos, humanas consolaciones, vanas, inconstantes, mentirosas.
Sois como una copa de licor cuyos bordes son dulces pero en cuyo fondo sólo
se beben las heces amargas del desengaño. A Ti, Señor, únicamente
busco; en tu Corazón entro, y allí quiero permanecer. ¡Oh
Dios de todo con-suelo! En Ti y sólo en Ti espera hallarlo mi desconsolado
corazón.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 11
EN EL SAGRADO CORAZÓN HALLAREMOS
EL MÁS FIEL AMIGO
I
ES la amistad una de las más apremiantes
exigencias y a la vez una de las más dulces satisfacciones del corazón
humano. Nuestro corazón necesita comunicarse a otro; así en
sus alegrías como en sus tristezas; y esta comunicación afectuosa
se llama amistad.
¿Quieres una amistad verdadera? Ten por amigo al Sagrado Corazón
de Jesús. A ningún otro cora-zón podemos arrimarnos
con más cierta seguridad de ser correspondidos. Es amigo constante
que no abandona, si no es primeramente abandonado. No es como los amigos
del mundo, que sólo te sirven tal vez en la prosperidad, y que te
olvidan en la aflicción. La amistad del Corazón de Jesús
es firme para los que le aman, hasta la muerte y más allá de
la muerte.
Él velará como fiel amigo junto a tu lecho
de agonía, y será tu fiador en presencia del Supremo Juez.
Busquemos, pues, esta amistad única, que no puede resultar mentirosa.
Sí, Jesús mío, admíte-me en el número
de los amigos de tu Corazón.
Medítese unos minutos.
II
Muchos amigos has tenido, alma mía, en este mundo, o
muchos por lo menos se te han llamado tales. ¿Lo han sido de veras?
¡Ah! ¡que nunca lo han sido para ti como promete serlo el Corazón
de Jesús!
Los amigos del mundo encubren muchas veces, bajo halagüeñas
palabras, la frialdad o quizás las miras interesadas. Son inconstantes,
mudables, egoístas. Los más firmes no pueden resistir a la
separación forzosa que impone la muerte. ¿Quién fiará
su corazón a tan vanas amistades?
No así, Tú, dulcísimo Jesús, amor
mío, amigo mío; y no obstante, ¡cuán pocos son
tus amigos! ¡El mundo tiene concurridos a todas horas sus centros de
disipación y de maldades, y Tú encuentras apenas quien alrededor
del Sagrario te haga amorosa compañía!
Quiero ser de estos pocos ¡oh Divino Jesús! para hacerme
digno así de tu amistad. Quiero darte frecuente conversación,
ya que tus delicias mayores son tenerlas con nuestras almas. ¡Oh mi
Jesús! ¡Oh mi Dios! ¡Oh mi amigo! Seamos los dos amigos
para siempre, y no se acabe nunca, ni con la vida, tan dulce amistad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 12
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
EL MÁS SEGURO MAESTRO
I
CONSIDEREMOS hoy bajo este punto de vista el
Sagrado Corazón de Jesús. A peso de oro y a costa de largos
viajes buscan los hombres para sí, aventajados maestros, y tienen
por gran honor y gran di-cha hacerse discípulos suyos y aprender de
sus labios ciencias humanas. A menos costa y con menos fatiga podemos nosotros
encontrar en el Sagrado Corazón de Jesús el más seguro
maestro.
Dos clases de lecciones nos da este Divino Preceptor: unas exteriores,
por medio de la voz de la Iglesia; otras interiores, por medio de su secreta
inspiración. ¿Y qué enseña? Grandes verdades,
máximas de vida eterna, consejos de salvación, prudencia toda
celestial. Adoctrinados por ese Maestro Divino, se han visto en la Iglesia
de Dios, hombres y mujeres sin letras, admirar y confundir a los sabios,
y dejar a los venideros, monumentos de profunda ciencia interior, no adquirida
en las escuelas, sino en el trato y familiaridad con este Sagrado Corazón.
¡Oh Maestro de verdad! ¡Oh libro siempre abierto
para quien desea penetrar sus secretos! ¡Oh cátedra santa, donde
ni Moisés ni los profetas, ni los filósofos, sino el mismo
Dios dicta lecciones de verdad a los discípulos de su Corazón!
Abre, Señor, el mío, para que reciba dócil tan
divinas enseñanzas, y las siga y las practique con toda fidelidad.
Medítese unos minutos.
II
¿A quién has escuchado hasta hoy, alma mía?
A maestros de seductoras palabras que te han guiado por caminos de perdición.
Han sido tus maestros: el mundo con sus necias máximas, las pasiones
con su maligna sugestión, la vanidad, el amor propio, la ira y demás
apetitos desordenados. Estas lecciones he escuchado, Jesús mío,
y estas me han hecho permanecer sordo a los suaves consejos de tu ley. Habla
ahora, Señor; habla, Divino Maestro, que tu fiel discípulo
te escucha. Habla a lo íntimo de mi corazón desde las profundidades
del tuyo; que oiga yo tu dulce voz, y aprenda de ella los secretos de la
vida eterna, que nadie más me puede enseñar. Sordo quiero ser
en adelante a todos los que hasta hoy me han seducido o engañado.
¡Oh Maestro Divino! ¡Admíteme en la escuela
de tu Corazón, de donde han salido tantos y tan aprovechados discípulos!
Soy ignorante como un niño, hazte cargo de mi ignorancia, compadécete
de mi cortedad. No quiero por maestro más que a Ti: enséñame,
Maestro mío, a hacer siempre tu santa voluntad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 13
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
EL MÁS PRECIADO TESORO
I
SE cansan los hombres y se exponen a gravísimos
peligros, para adquirirse una fortuna; atraviesan mares, desafían
climas; todo les parece poco, si pueden hacerse con un puñado de oro
para pasar mejor esta miserable vida. ¡Cuántos, no obstante,
ven defraudadas sus esperanzas! y aún cuando consigan verse llenos
de riquezas, ¿acaso dan éstas, paz y felicidad a su corazón?
Al revés, porque el temor de perderlas o la tristeza de tener que
abandonarlas con la muerte, bastan para turbar la alegría de su posesión.
Alma mía, no busques con loco afán estas riquezas
perecederas. Sea tu mejor riqueza el Sagrado Corazón de Jesús.
He aquí un tesoro que sin gran esfuerzo puedes alcanzar. No has de
emprender para ganarlo, largos viajes, ni costosos trabajos, ni difíciles
industrias, ni luchar con los elementos, ni arriesgar la salud o la existencia.
Todo esto lo hacen los hombres por el oro y la plata de este mundo. Nada
de esto exige de ti el Sagrado Corazón de Jesús. Le tienes
cerca; está a tu mano. Él mismo se te ofrece y convida. Sólo
debes querer ser rica, con las riquezas de éste para dejarse poseer
con toda seguridad.
¿Deseas, alma mía, esta brillante fortuna? ¿Te
decides a querer ser rica con las riquezas de este Sagrado Corazón?
Medítese unos minutos.
II
¡Oh vanas riquezas del mundo, que tantas veces han excitado
mi codicia! ¡Oh mezquinos tesoros de oro y plata, o mejor, de lodo
y basura, en los cuales suele poner el hombre su corazón! ¿Qué
son en comparación de las riquezas. eternas de ese Corazón
Divino, tesoro de los bienaventurados y garantía de toda su felicidad?
¡Qué necios son los hombres que se desviven por alcanzarlos,
sabiendo que van a morir, y que los han de dejar apenas hayan empezado a
poseeros!
¡Oh Señor, que eres la verdadera riqueza de tus
elegidos! No quiero otra cosa que a Ti, ni busco mejor tesoro. Estoy seguro
de que si llego a poseerte, ni ladrones, ni adversidades, ni la muerte mis-ma
me han de separar de Ti. Los poderosos del mundo tienen suntuosos palacios;
a mí me basta un asilo en el nido amoroso de tu Corazón; se
cubren con galas y joyas de gran precio; yo sólo quiero para mi alma
las joyas de tu gracia; se gozan ellos en espléndidos banquetes y
ruidosas músicas; a mí me basta saborear los inefables consuelos
de tu amor.
¡Oh Señor, riqueza inagotable! ¡Qué
pobre es el corazón que no te posee aunque posea todos los bienes
de la. tierra!
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 14
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
LA MÁS FIRME ESPERANZA
I
VANAS son las esperanzas del mundo y desgraciado
quien fía en ellas. Pasa la juventud, se cambia la fortuna, caen las
ilusiones, se entibia la amistad; nada, en una palabra, queda en pie de cuanto
pa-rece algunas veces halagar al hombre en su breve paso sobre la tierra.
Y sin embargo, el pobre corazón humano necesita algo
firme y permanente a que arrimarse, para no caer en los horrores de la desesperación.
¿En qué podrá, pues, fijar su esperanza? ¡Ah!
Todo se pasa, ha dicho Santa Teresa de Jesús, todo se pasa, es verdad;.
pero Dios no se muda. He aquí, pues, el centro fijo en que podemos
colocar nuestras esperanzas los que deseamos colocarlas en algo seguro e
inmutable.
¡Oh Corazón Divino de mi amadísimo Jesús!
¡Todo se escapa y desaparece a nuestro amor, dejándonos vacíos
y desolados! Sólo Tú permaneces eternamente como faro de luz
y norte resplandeciente para el corazón que te ama. ¡Que me
falte todo, Dios mío, pero que no me faltes Tú! ¡En Ti
pongo mi esperanza, y no seré nunca defraudado.
Medítese unos minutos.
II
¡Oh vida humana llena cada día
de tantos y tan crueles desengaños! ¡Oh alma mía, que
en tantos objetos has querido cifrar tu felicidad, sin que hayan logrado
calmar tus ansias! ¡Oh pobre mortal! que eres como hoja seca que el
viento arremolina y agita, buscando en todo la dicha y no hallándola
en ninguna de las cosas creadas!
¡Fíjate aquí y detente! Ahonda aquí
tus raíces en el amor de tu buen Jesús, único que puede
calmar tu amoroso anhelo, único que no defraudará tus esperanzas.
Pobre barquillo, siempre llevado acá y allá por las olas, y
siempre con el abismo bajo los pies temiendo el naufragio! Echa aquí
tus anclas si quieres hallar puerto seguro, donde algo puedas reposar y rehacerte
de las fatigas de tu azarosa navegación. ¡Paloma cansada de
volar por todas partes, sin hallar donde fijar los pies! Éntrate por
la abertura de esa Arca, que te espera para ofrecerte asilo seguro contra
todas las borrascas.
¡Corazón de Jesús! Sé todo para mí,
pues de Ti lo espera todo mi afligido corazón. Promesas se-ductoras
del siglo, que, tantas veces han engañado mi alma, yo las miro por
lo que son, polvo, nada. ¿Qué puede prometerse quien pone sus
esperanzas en el polvo y en la nada?
¡Oh Dios de cielos y tierra! ¡Qué sosegado
descanso alcanza el que todo lo espera de Ti y nada fuera de Ti!
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 15
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
LA MÁS AMOROSA FORTALEZA
I
EN nada se conoce tanto la profunda miseria
del hombre como en su debilidad. Nuestra alma ha quedado, después
de la culpa original, tan débil y endeble, que cualquier esfuerzo
del enemigo basta para derribarla, si no tiene al lado una fuerza superior
que la sostenga. Puede asimismo tan poco para obrar el bien, que cualquier
leve dificultad la acobarda y arredra. ¿Quieres ser fuerte en medio
de esta debilidad? Acude a buscar la fortaleza en el Sagrado Corazón
de Jesús.
Allí fueron a buscarla los Santos, criaturas débiles
y de carne ruin y débil como la nuestra, y gra-cias a eso fueron fuertes
y obraron maravillas. Recorramos la historia de la Iglesia, y veremos a delicadas
jóvenes y a pobres ancianos, burlarse de todo el Poder de los enemigos
de Cristo, y hacerse superiores a los halagos, a los tormentos y a la muerte.
Los claustros y los desiertos, la vida doméstica y las mismas cortes
y campamentos, están llenos de hombres y mujeres que en la flor de
su edad y en medio de todas las seducciones son fuertes para renunciarlo
todo y seguir a Jesucristo, hasta elevarse a la mayor dignidad.
¡Alma mía! Nada hicieron ellos que no lo puedas
tú, si te procuras los mismos auxilios. ¿Dónde Se hallan
éstos? acude al Sagrado Corazón.
Medítese unos minutos.
II
Eres débil y frágil, alma mía,
porque quieres. Sí, porque quieres. ¿Qué disculpa tendría
el niño, que no pudiese levantarse del suelo, por no querer alargar
su mano a la que le tiende su buena madre? Por eso son frecuentes tus caídas
y tropiezos, por eso sientes abatimiento y desconfianza ante la más
pequeña dificultad. ¡Quizás para mayor desgracia has
presumido algo de tu propio valer, y con necia arrogancia has creído
poder prescindir de todo amparo!
Acude, alma mía, a Dios, tu ayudador y poderoso auxilio,
y estás salvada. Nada podrán contra ti los más fieros
enemigos, nada las más borrascosas pasiones. Sentirás agilidad,
ligereza, facilidad para toda obra buena y para todo costoso sacrificio.
¡Oh Corazón de Jesús, fortaleza de los débiles
y caídos! Mi corazón anda de continuo desalentado, y acude
a Vos para que lo sostengas. Dame la mano, Señor, como la distes a
tantos que por Ti se levantaron del lodo y subieron a la cumbre de la virtud,
como la diste a Santa Magdalena, a San Pablo, a San Agustín.
¿Qué podría el más valeroso si Tú
lo abandonases? Pero ¿qué no podrá el más débil
si Tú le forta-leces? ¡Oh Dios mío, fortaleza mía.
Hazme fuerte contigo, para contigo reinar eternamente victorioso.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 16
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
LA FUENTE DE LA ALEGRÍA
I
SERVID a Dios con alegría, dicen los
Libros Santos; y en efecto, la alegría del corazón ha sido
siem-pre el distintivo de los verdaderos servidores de Dios. Los Santos,
en medio de sus más rigurosas austeridades, han sido alegres. Nunca
la tristeza fue virtud, sino más bien tentación y peligro para
el alma cristiana.
Pero ¿dónde encontraremos verdadera alegría?
Causas de turbación y tristeza las hallaremos por doquier, y parece
imposible substraerse a ellas. Vayamos a depositar nuestras congojas en el
Cora-zón de Jesús, y encontraremos en Él la fuente de
la verdadera alegría. Descarguémonos allí del peso de
nuestras inquietudes por medio de una perfecta aceptación de la santa
voluntad de Dios. No tardaremos en oír resonar en el fondo de nuestro
corazón aquellas dulces palabras que tan a menudo dirigía el
Salvador a sus discípulos: “¡La paz sea con vosotros!”
¡Oh Jesús mío! Mi alma tiene necesidad de
Ti para sacudir el peso abrumador de sus perpetuas tristezas. Tú lo
has dicho en otra ocasión: “Alégrate, hijo de Sión,
porque está en medio de ti el Santo de Israel”. Dame, ¡oh Señor!,
este don celestial con que favoreces a tus escogidos.
Medítese unos minutos
II
Todos buscamos la alegría; pero erramos
por lo común el camino para encontrarla. El mundo la promete
continuamente, pero bien sabe él que no la puede dar. Sus alegrías
son ruidosas y alborotadas, pero ni llenan el corazón, ni duran más
que breves momentos. El rostro de los mundanos es casi siempre una máscara
alegre, que oculta un corazón devorado por el tedio y el desasosiego,
y quizás por el remordimiento. El gozo interior es únicamente
propiedad de la buena conciencia. El alma de San Francisco Javier en medio
de sus fatigas apostólicas se sentía tan inundada de él,
que le obligaba a exclamar: “Basta, Señor, basta”. Cuando, pues, nos
hallemos tristes, examinemos nuestro corazón, y veremos que siempre
nace nuestra tristeza de alguna secreta falta de virtud.
¡Oh Divino Corazón, que eres en el cielo la alegría
de los Ángeles y Santos y en este mundo la de todos tus amigos! Por
Ti sonríen alegres en sus tormentos los mártires, en sus penitencias
los anacoretas, en sus humillaciones los seguidores de tu santa ley. .Por
Ti espero conservar el gozo profundo de mi alma, Jesús amantísimo,
hasta en las amarguras de mi última agonía. Habla, oh Dios
mío, a mi alma con aquella voz conmovedora, y se estremecerán
de júbilo mis entrañas, y disfrutaré ya en este mundo
anticipadamente las alegrías del paraíso.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 17
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
LA MÁS EFICAZ PROTECCIÓN
I
RODEADOS como estamos de enemigos, necesitamos
a todas horas unceloso y vigilante protector, y sobre todo porque son muchos
esos enemigos; y son poderosos; y nos aborrecen de muerte.
Todo lo que es enemigo de Jesucristo es por consecuencia enemigo
de nosotros los cristianos. Tengo pues, enfrente de mí a todo el poder
del infierno, y sirvo de blanco a sus ataques, tanto de persecución,
como de seducción. El ejército del mal, que inspira invisiblemente
Satanás, y visiblemente acaudillan los representantes de este en la
tierra, llena el mundo; hay momentos en que ansioso se pregunta el
corazón si no es ya dueño enteramente de él. Le sirven
para la propaganda de sus ideas los medios y la elocuencia; ejecutan sus
órdenes muchos gobiernos; le prestan ayuda muchos extraviados con
sus talentos. No hay acontecimiento alguno de cuantos presenciamos, que no
sea un hecho belicoso en favor o en contra de la causa de Dios, y por consiguiente
que no tenga pública o secreta relación con la suerte eterna
de cada uno de sus amigos. Porque así como Dios todo lo ha puesto
a mi servicio para salvarme, así todo lo pone en juego el demonio,
mi enemigo, para perderme. Toda la rabia del infierno, contra Dios, la descarga
él contra mí, imagen suya, ya que contra Dios se reconoce impotente.
¡Pobre de mí, hecho de continuo objeto de tan violentas arremetidas!
¿Hay esperanza de salvación para el hombre en medio de tan
obstinado empeño para que la pierda?
Medítese unos minutos.
II
Sí, alma mía, tienes un protector
más fuerte que todos tus enemigos, y es seguro que nada puede el infierno
entero contra quien a tal amparo se sepa refugiar. Ampárate al Sagrado
Corazón de Jesús. Tómale por escudo, y avanza valerosa.
Di con seguridad: "El Señor es mi amparo; no temeré cualquier
cosa que pueda hacer contra mí el enemigo. El Señor es mi defensor;
¿qué puede atemorizarme? Si se levantan contra mí armados
ejércitos, no temerá mi corazón; si se libra contra
mi dura batalla, en Él pondré mi confianza".
¡Sagrado Corazón de Jesús! Mira cómo
está mi alma de continuo asediada, víctima de constante persecución,
vacilante tal vez ya y próxima a caer en manos de sus enemigos. ¡Dame
fuerza, Sagrado Corazón! Están el mundo, el demonio y la carne
contra mí. Pero sé que no estoy solo, no, sino contigo, mi
dulce bien, mi único amparo, mi protector y fortaleza. No les temo
ya a los enemigos. Ya se levanten en mi corazón tempestuosas pasiones;
ya haga brillar el mundo a mi alrededor sus más poderosos atractivos;
ya oiga zumbar sobre mi cabeza el continuo tiroteo de los que persiguen de
muerte tanto a Ti, como a tu Iglesia y a tus amigos. A tu lado estoy y no
desfalleceré. Caigan a mi derecha mil, y diez mil a mi izquierda,
no me tocarán a mí los dardos del perseguidor. Clamaré
al Señor, y me oirá; conmigo estará en el riguroso trance,
y me sacará a salvo, y aun con eso mismo me glorificará.
Sí, dulce protector mío, bondadosísimo
Corazón, en tu poder he puesto tal confianza, y sé que no me
fallará.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 18
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS
LA MEJOR HONRA
I
SE llaman ilustres y honrados según.
el mundo los que obtienen por sus merecimientos o por su for-tuna el favor
de los personajes famosos, y tienen libre entrada y valioso influjo en los
palacios de los poderosos. A tales personas se los mira en general con admiración
mezclada de secreta envidia: más que por sus riquezas y poderío
se les señala por la importancia que rodea su nombre, por el esplendor
en que viven sus familias, por la consideración y respeto que les
tienen sus conciudadanos; y no obstante, ¡qué fugaz y pasajera
es esta gloria humana, y qué fácilmente se cambia en olvido,
y quizá en espantosa desgracia! Llena está la historia de esas
catástrofes de la humana vanidad; más de una vez se han tocado
en un mismo día los extremos de la mayor elevación y de la
mayor ignominia; el trono quizá ayer, y hoy el cadalso.
No es tal la gloria y el honor que a sus servidores concede
el Sagrado Corazón de Jesús. Los predilectos y favoritos de
este generoso Rey no pierden nunca la gracia real, si no renuncian a ella
espontáneamente con un voluntario apartamiento. Son admitidos a su
más dulce intimidad, y poseen cerca de Él la más absoluta
influencia. De su recomendación pueden servirse para alcanzar del
Padre cuanto les fuera conveniente para sí o para sus hermanos; ni
se mostró más blando y generoso con los suyos aquel antiguo
José, de lo que con nosotros quiere mostrarse nuestro hermano mayor
Jesucristo. A los que se hayan sometido fielmente a Él en vida, les
promete el asiento junto a sí para juzgar al mundo en el supremo tribunal.
A los que por suyo le hayan tenido acá entre los hombres, les promete
Él reconocerles por suyos ante su Padre Celestial.
Medítese unos minutos.
II
Si ambicionas gloria y honores y real preferencia,
alma mía, ambiciona ésta que sólo puede darte el Sagrado
Corazón. Oye lo que dijo a sus discípulos, y en ellos a todos
nosotros: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su
señor; a vosotros os llamo amigos, porque os dí a conocer todo
lo que oí de mi Padre”. ¿Qué príncipe de la tierra
habló jamás así a un súbdito a quien quisiese
honrar?
Así lo reconozco, Jesús mío, y por esto
en adelante no quiero ya otra gloria ni otro honor que los que resultan de
servirte a Ti. Guárdense los reyes sus palacios, los notables su codiciado
influjo, los poderosos los obsequios con que honran a sus amigos. Ténganse
estos engañosos favores, que tan caros se compran y tan fácilmente
se pierden.
Sea ésta mi principal nobleza. La cruz, la herida de la lanza
y la corona de espinas que muestras en tu Corazón, he aquí
mis blasones, únicos que me han de dar a conocer en el juicio por
servidor de tu palacio. Ambi-cioso soy, Jesús mío, y no me
contento con menos que con reinar junto a Ti en la gloria que preparas a
tus escogidos. Dame cada día más de esos verdaderos honores,
y has que los alcance un día en tu reino celestial.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 19
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR NUESTRO SANTO PADRE EL PAPA
I
HEMOS llegado ya a la última novena de este
Mes del Sagrado Corazón. Ya es hora que pensemos en dirigirnos a Él
con nuestro fervor, para rogarle en estos últimos días por
las necesidades más urgentes de la sociedad humana. Por las nuestras
particulares hemos rogado cada día y podemos seguir haciéndolo
en el fondo de nuestro corazón. Por estas otras nuestra oración
debe ser pública y común, como son ellas públicas y
comunes. Dediquemos, pues, el día de hoy a rogar al Sagrado Corazón
por nuestro Santo Padre el Romano Pontífice. Y ¿por qué
otro podríamos ofrecer con preferencia nuestra más eficaz oración?
Es el Papa el centro de toda la vida católica sobre la faz de la tierra,
base de su edificio, cabeza visible del cuerpo espiritual del cual Cristo
es cabeza invisi-ble.
Es, por lo mismo, el objetivo privilegiado de las más
violentas iras del infierno. Alrededor de su trono rugen con furor sin igual
todas las tempestades de la impiedad. Muchos, despechados, le diri-gen brutales
amenazas; otros, pérfidos y capciosos, le tienden astutas amenazas.
¿Podrá un hijo fiel de la Iglesia dejar solo a
su Padre y Pastor en esos duros combates? ¿Podremos no acudir al Sagrado
Corazón por esta primera y más urgente necesidad de nuestros
días?
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Cubre con
tu escudo de protección a este Vicario tuyo, el pri-mero de
tus hijos, a quien has constituido en la tierra como Padre y Pastor de nuestras
almas en lugar de Ti. Asístele, defiéndele, hazlo vencedor
en todas sus luchas.
Medítese unos minutos.
II
De todos los deberes del buen católico,
el deber de rogar por el Papa es, sin duda, el primero y principal. ¿Qué
familia hay en la cual los hijos no se crean obligados a prestar toda clase
de auxilios al padre de ella? Aquí la gran familia es el Catolicismo,
y el gran padre de ella es el Romano Pontífice. Nosotros somos sus
hijos, y los auxilios principales que necesita son los de nuestra fervorosa
y constante adhesión.
Es cierto que quizá nos hemos portado como extraños o
indiferentes. ¿Estamos seguros de haber cumplido siempre la obligación
de buenos hijos? No sea que esta dejadéz nuestra sea motivo de acusación
en el tribunal de Dios. No permanezcamos más en esta frialdad y olvido.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Esta quiero
que sea mi petición constante en tu presencia: ¡Salva al Papa!
Concede autoridad y fuerza a sus palabras; haz que este mundo indócil
respete su voz; haznos sobre todo a nosotros obedientes y sumisos a sus enseñanzas.
Que sean confundidos y disipados los quieren el mal; que vuelvan en sí
los que se han extraviado con doctrinas extrañas; que vuelvan jubilosas
al amoroso Pastor las ovejas que se han apartado de su rebaño.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Por los méritos
de tu Cruz, por el valor infinito de tu Sangre, por los azotes y las espinas
de tu Pasión, dale a tu Vicario sobre la tierra lo que por él
te pedimos en el día de hoy.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 20
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR EL CLERO Y LAS ÓRDENES RELIGIOSAS
I
SI el Papa es la cabeza del cuerpo de la Iglesia,
el Clero y las Ordenes religiosas son sus brazos. De ellos se sirve para
obrar el bien y promover el servicio de Dios: por esto los sacerdotes y religiosos
son tan aborrecidos de la impiedad, que a toda hora anda ella procurando
o bien destruirlos o bien corromperlos. Dediquemos, pues, hermanos este día
de hoy a rogar por tan importante necesidad.
Pidamos al Sagrado Corazón que encienda y abrase en celo
y caridad el alma de sus sacerdotes y religiosos y religiosas, para que por
su medio gane cada día terreno el Reino de Dios sobre la tierra, y
se conquisten nuevas almas para la gloria celestial. Que sea perfecta en
ellos la observancia de las leyes eclesiásticas; que brillen en el
pueblo por la pureza de las costumbres; por el desinterés; la obediencia;
la humildad y el espíritu de sacrificio.
¡Oh Corazón de Jesús! ¡Mira cómo
está el mundo, y la necesidad que hay de que trabajen buenos obreros
en él! ¡Oh Padre de familias, manda buenos trabajadores a tu
Viña. Hazlo, Corazón Divino, por tu gloria y por la salvación
de tantas almas que has confiado a la dirección de tus ministros.
Te lo suplicamos muy especialmente, Sagrado Corazón,
en este día de tu devoto Mes.
Medítese unos minutos.
II
Como sean los sacerdotes y las Casas religiosas,
tales serán los seglares que viven a su alrededor. ¡Ay del pueblo
donde reina hasta en los ministros del santuario, el desorden o siquiera
la negligen-cia! ¡Cuánto debe interesarnos ante el Sagrado Corazón
esta necesidad!
¡Oh Corazón Divino! Da celosos pastores a tus ovejas,
ardientes anunciadores a tu palabra, fieles dispensadores a tus Sacramentos.
Aviva en las almas que en los Institutos religiosos has escogido como especial
porción tuya, y que más estrechamente te están ligados
por medio de los votos. Dales el espíritu de oración, la vida
mortificada, el reconocimiento interior, la ejemplar obser-vancia.
¡Señor! Tú has dicho: “Un poco de levadura
hace fermentar toda la masa”. Y ¿quiénes son la levadura de
tu pueblo, sino estas almas que Tú has escogido de la masa común
de él? Envía santos religiosos, ¡Señor! envía
almas de superior perfección, y se transformará el mundo.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 21
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LA RESTAURACIÓN DE
LA FAMILIA CRISTIANA
I
ADONDE el infierno dirige con más ahínco
sus ataques es a la sociedad doméstica. Lograr que desaparezca Jesucristo
de la familia, éste es el blanco de sus deseos. Y ¡cómo
se va logrando en muchas partes este deseo de Satanás! Apenas se encuentra
ya en algunos lugares la familia verdaderamente cristiana. Ciertos padres
y madres de hoy parecen haber desterrado la Religión de su hogar,
según tienen olvidadas allí todas las prácticas de ella.
Apenas se reza; y en familia, apenas se oye en ella el nombre de Dios. Toda
la importancia se da al interés, a la vanidad, al lujo exagerado,
a las culpables diversiones.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Hazte cargo
también de esta necesidad y acude a remediarla. Haz tuyos nuevamente
nuestros hogares, de donde parece haberte echado el demonio tu enemigo. Vuelve
a reinar ¡oh Señor! en nuestras casas, como en otros templos
consagrados a Ti. Une a tu Divino Corazón los corazones de los padres
y de los hijos, que hoy tienen miserablemente divididos la disipación
y el egoísmo.
¡Oh Sagrado Corazón! Te pedimos hoy más
fervorosamente por esta necesidad, una de las más tristes de nuestros
días.
Medítese unos minutos.
II
¡Qué distinta sería la faz del mundo si
volviese a reinar en la familia cristiana el Sagrado Corazón de Jesús!
¡Cómo sería la prudencia de los padres; cómo el
respeto de los hijos; cómo la fidelidad de los esposos; cómo
el amor de los hermanos! Cada casa cristiana sería un vivo calco de
la Sagrada Familia de Nazareth.
Hoy no reina en muchas de ellas Dios; pero reinan en cambio
el egoísmo, la desconfianza, la rela-jación de los vínculos
más sagrados. ¡Corazón de Jesús! ¿Es esta
la familia cristiana como Tú la quieres? No. Es como la quiere el
demonio, enemigo de tu nombre y de nuestras almas. Quítale, pues,
Jesús, este señorío a Satanás; recóbralo
Tú para no perderlo ya nunca. Sé Tú mismo en la familia
el centro de unión, norma de conducta; den los padres buen ejemplo
y sano consejo; mues-tren los hijos obediencia y docilidad; esmérense
todos en el cumplimiento de tu ley y en el respeto a tu Iglesia.
¡Oh Señor! Sé Tú el verdadero Padre
de familias, de todas éstas acá en la tierra, para que juntas
formen un día contigo, la dichosísima familia del cielo.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 22
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN,POR
LA EDUCACIÓN CRISTIANA DE LOS NIÑOS
Y NIÑAS
I
SON los niños y las niñas las
flores tempranas del jardín de Cristo y la porción predilecta
de su amantísimo Corazón. Jesucristo en su vida mortal manifestó
por la niñez singular preferencia. Un pasaje del Santo Evangelio nos
muestra al Salvador llamando en torno de sí esas tiernas primicias
de su rebaño, y prodigándoles dulces agasajos y recomendándolas
a los cuidados y solicitud de los Apóstoles. La Iglesia, heredera
del Divino Maestro, no se muestra menos celosa en esta maternal predilección.
Pero también el enemigo muestra decidido empeño
en apoderarse de esos corazones; y el mundo le secunda, y muchos padres le
favorecen de un modo espantoso en esta obra infernal de ro-bárselos
a Dios. ¡El síntoma más pavoroso de nuestros desventurados
tiempos es la corrupción de la niñez! Roguemos, pues, hoy,
por los niños al Sagrado Corazón.
Salva, ¡oh buen Jesús!, de la peste del siglo a
esas pobres almas, apenas salidas de las aguas de tu Bautismo y ya enlodadas
quizás por la cenagosa corriente de la corrupción. Conserva
en sus corazones la posesión completa que tuviste de ellos cuando
por aquel Sacramento los redimisteis de las garras de Satanás. ¡Mira,
Divino Jesús, cómo están hoy deterioradas y quebrantadas
las más bellas flores de tu jardín!
¡Oh dulce Jesús, bondadoso amigo de los niños
y niñas!, te pedimos hoy con mucho dolor por esas prendas que el demonio
procura robar a tu Corazón.
Medítese unos minutos.
II
¡A quién no entristece ver tan
alejadas de Dios a tantas almas tiernas, que debieran ser el bello adorno
y la más preciada esperanza del Catolicismo! Unas sumidas en las tinieblas
de la infidelidad en países no cristianos, otras entregadas a la educación
perversa en escuelas impías, otras presenciando cada día ejemplos
corruptores en aquellos mismos, que por el bien, debieran ser su espejo y
su luz. ¡Cuántos de esos niños y niñas llevan
a la primera Comunión el alma ya embrutecida por el vicio! ¡Cuántos
después de esta toma de posesión que realiza en ellos el Hijo
de Dios, lo lanzan inmediatamente de su corazón para alzar en él
el trono de su enemigo! ¡Y cuántos quedarán en poder
de este enemigo la mayor parte de la vida y cuántos eternamente!
¡Oh dulce Corazón de Jesús! Bien merecen
estas víctimas de la astucia infernal, las súplicas más
fervientes de tus devotos. Te rogamos, pues, por este plantel predilecto
que ha de ser mañana tu cosecha. Hazla tuya, líbrala de los
lazos que se le tienden, de los falsos maestros, de los malos pa-dres, de
las lecturas y distracciones perversas, de los amigos de la perdición.
Se Tú el Custodio de su candor, el guía de sus pasos, el dulce
objeto de sus primeros afectos; atráelos y enamóralos, ríndelos
con el suavísimo influjo de tu amor, clava en ellos el sello de tu
perpetuo dominio, y sea este completo en ellos toda la vida, traspase la
muerte y dure por toda la eternidad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 23
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LOS INCRÉDULOS Y LOS MALOS CRISTIANOS
I
HAY hermanos nuestros creados como nosotros
por Dios, redimidos como nosotros por la Sangre Divina, destinados como nosotros
para el reino eterno, y que sin embargo se obstinan en cerrar sus ojos a
la luz de la verdad y permanecer apartados de la fe, en ciego y voluntario
paganismo. Estos son los incrédulos. ¡Cuántos de esos
gentiles hay en medio de nuestra sociedad cristiana! ¡Cuántos
de nuestros amigos y conocidos, y quizás parientes, no tienen de Dios
y de su ley y de sus misterios mayor conocimiento que el que tiene un pobre
salvaje, para quien es absolutamente desconocida la cruz! Roguemos, pues,
hoy al Sagrado Corazón de Jesús por este doloroso estado de
tantas almas.
¡Oh Jesús, Señor Nuestro! ¿Cómo
puede ser que veinte siglos después de tu venida haya aún quien
no te conozca? Abre, Señor, los ojos a los ciegos del alma, Tú
que a tantos iluminaste los del cuerpo en tu vida mortal; te diremos como
aquel ciego del Evangelio: “Señor, ¡que vean!” Que vean, que
sientan, que gocen de la verdad de tu ley, de la ternura de tu amor, de la
eficacia de tus Sacramentos! Que te conozcan ¡oh buen Jesús!
estas pobres almas, a quienes tiene engañada la idea de que pueden
salvarse con sólo vivir una honradez mundana, siendo que Tú
no reconocerás este modo de vivir como digno de Cielo en tu juicio.
Rasga, Señor, las densas tinieblas en que están envueltos tantos
hermanos nuestros, y que les impiden ver el espantoso abismo de la eternidad
que tienen abierto a sus pies. ¡Misericordia por ellos, piadosísimo
Jesús! Acepta por ellos, Sagrado Corazón, los humildes ruegos
de nuestro rendido corazón.
Medítese unos minutos.
II
Además de los incrédulos están
los malos cristianos; es decir, aquellos que creen de verdad, pero no practican;
tienen fe -y no quieren dejar de ser llamados católicos-, pero tienen
malas costumbres y cometen criminales acciones. ¿Qué les valdrá
a ellos su creencia, si no procuran tener una conducta coherente con ella?
Sólo les valdrá de mayor responsabilidad en el tribunal de
Dios.
Te pedimos también, Sacratísimo Corazón
de Jesús, por esos malos cristianos cuya vida culpable y viciosa deshonra
tu ley y da ocasión a que se burlen de ella tus enemigos, al paso
que es mortal escándalo para los incautos. ¡Oh indigna ingratitud!
Creen en Ti, Señor, pero no te sirven; admiten tu ley, pero la pisotean
y afrentan; temen el infierno, pero nada hacen por no caer en él.
¡Señor! ¡Despierta con el clamor de tus palabras
de advertencia a los que están dormidos! ¡Limpia de las manchas
de sus malas acciones a los que tienen la lepra en el alma! ¡Toca con
tu inspiración a aquellos que como Lázaros ya huelen mal por
la podredumbre de sus vicios!
Haz brillar tu poder y tu misericordia sobre todos nosotros,
para lograr ser lumbreras de santidad y ornamentos de la Iglesia. ¡Sagrado
Corazón de Jesús! Por los incrédulos, por los endurecidos
pecadores, te pedimos hoy luz, gracia y perdón.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 24
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LAS OBRAS DE APOSTOLADO
I
PEDIMOS hoy por todos los trabajos encaminados
a difundir en nuestra sociedad la influencia de la Iglesia Católica
y de sus instituciones contra la acción disolvente y demoledora de
tantos que con diversos y numerosos medios pugnan por descatolizar el mundo.
Pertenecen al concepto general de obra de Apostolado todos los ministerios
eclesiásticos; pero de un modo muy particular se distinguen con este
nombre las obras que ejercen bajo la dirección de la Iglesia los mismos
laicos. Las sociedades de caridad, las escuelas y talleres, los periódicos
y libros cristianos, las Academias de Juventud católica y asociaciones
de católicos y todas las que con este o con aquel nombre, se proponen
la reparación de los estragos de nuestros tiempos, la moralización
del pueblo, la protección del pobre, o simplemente el ejercicio práctico
y sin respeto humano de la Religión; todo eso que constituye hoy con
diversidad de organización y de medios, pero con maravillosa unidad
de pensamiento, el gran cuerpo de ejército de Apostolado seglar.
Oremos, pues, hoy por esta imperiosa necesidad de los tiempos
presentes. Oremos por esos hermanos nuestros que luchan incansablemente en
estos campos de acción. Oremos para que Dios sostenga sus fuerzas,
aumente su fe, dé alcance a sus palabras, los libre de la vacilación
y del desaliento de los contratiempos, los corone de consuelos acá
y de gloria en el cielo en premio de sus combates.
¡Oh Sagrado Corazón! Tú eres el jefe de
esa espiritual y generosa milicia, Tú el Nombre de su escudo
y el lema de su bandera. Hazlos contigo un solo corazón y una sola
alma, valerosos, dignos del todo de la santa causa que defienden y de la
celestial recompensa que esperan.
Medítese unos minutos.
II
¡Qué glorioso es ese ejército
creyente que, de uno a otro confín del mundo lucha sin descanso por
el nombre de Cristo, mezclado, aunque no confundido, con ese otro ejército
de error y corrupción que sigue la bandera del enemigo! ¡Qué
grandes combates se libran a todas horas entre los de uno y otro bando por
medio del ejercicio de la caridad, de la pluma, de las palabras, del franco
y esforz-ado ejemplo! ¡Qué grato ha de ser a Dios ver alrededor
de la Iglesia esos hombres y mujeres que de toda edad, de todo sexo, de toda
condición, que trabajan en estas magníficas obras católicas!
Roguemos al Sagrado Corazón que nuestros corazones latan
todos con los divinos latidos del Co-razón de Jesús!
Que no nos mueva otro deseo que el de su mayor gloria y la salvación
de las al-mas! Que no nos engañe el fuego vano de erradas doctrinas
que tienden a disminuir la santa intransigencia del dogma católico!
Oh Corazón de Jesús! ¡Que vengamos a templar
nuestras almas en Ti, fragua de amor infinito; que las saquemos de allí
enrojecidas en el fuego de tu celo y de tu ardentísima caridad! Fuego
viniste a traer a la tierra; ¿qué quieres Tú, sino que
sin cesar se avive? Avívalo, Señor, primeramente en nuestros
corazones que ya son tuyos, y sírvete luego de ellos para las grandiosas
empresas de tu santa Religión.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 25
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LOS AGONIZANTES
I
MILES de almas, pasan cada día de este
mundo a la eternidad. Por consiguiente, miles de personas están a
todas horas en dolorosa agonía. Y ¿qué es la agonía?
Son los últimos instantes concedidos a aquélla alma antes de
presentarse al tribunal. Son las últimas luchas entre la gracia de
Dios y la su-gestión del diablo, en aquel corazón que ambos
se disputan toda la vida. Son momentos preciosos, de los cuales, así
puede salir una eternidad feliz, como una eternidad desventurada. Al paso
que se le van acabando al cuerpo sus fuerzas; mientras va faltándole
al pecho la respiración, a los ojos la luz, a los miembros el calor
y el movimiento, va acercándose el alma a aquélla región
de la cual no se puede volver atrás.
Esto es agonizar, esto es morir. ¡Y miles de hermanos
nuestros están cada día, ahora mismo, en este preciso instante,
en este trance tan angustioso! Roguemos por ellos hoy y cada día al
Sagrado Corazón de Jesús!
¡Oh Corazón Divino, que agonizaste en el Huerto
y en el Calvario! sé luz y consuelo de estos hermanos nuestros en
su dolorosa agonía. Mira bondadoso a estas almas privadas de todo
humano consuelo, y que pendientes entre el cielo que desean y el infierno
que temen, colocadas entre el tiempo que les huye y la eternidad que les
viene encima, no tienen ya a quien volverse más que a Ti.
¡Corazón agonizante de nuestro divino Salvador!
Sé Tú el bálsamo Cordial para esos hermanos nuestros
en su angustiosa situación!
Medítese unos minutos.
II
Un día seremos nosotros los que nos hallaremos
en agonía. Los que varias veces hemos presenciado en otros, por nosotros
pasará y en nosotros lo verán entristecidos nuestros amigos.
Dirán que llegó el fin para nosotros, la hora de abandonar
este mundo, al que hemos entregado, quizás con demasía, nuestro
pobre corazón.
¡Corazón de Jesús! Cuando me falte todo,
y todo me huya, y todo me desampare Tú no me dejarás. ¡Oh
dulce Amigo mío! De Ti espero el mejor consuelo que fortalecerá
mi espíritu acongojado y calmará su agitación e inquietud;
de Ti aguardo, por medio de los Santos Sacramentos, el último abrazo
de paz y reconciliación.
Pero entretanto, miles de hermanos nuestros se hallan cada día
en estas angustias, y te ruego los socorras. Mientras como, descanso, trabajo,
rezo o me divierto, esas almas se hallan pendientes en su suerte eterna de
este último combate decisivo. ¡Oh amado Corazón de Jesús!
Por aquellas tres amarguísimas horas que en el lecho de la cruz te
vieron cielos y tierra agonizante y moribundo, socorre en ese trance a los
hijos de tu Corazón
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 26
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR NUESTROS HERMANOS DEL PURGATORIO
I
LA iglesia de Dios tiene hijos suyos necesitados
aun fuera de este mundo, y tiene alivio también para estas necesidades
de la otra vida. Entre los combates de la presente y el descanso final de
la gloria, hay para muchas almas un plazo de expiación en que se purgan
culpas todavía no purificadas, o se pagan deudas todavía no
satisfechas. Este plazo de expiación, concedido por la misericordia
divina y exigido por su justicia, es el Purgatorio.
El buen devoto del Sagrado Corazón de Jesús
no puede menos que ser amigo del Purgatorio. Hay allí almas que un
día fueron fervorosísimas, que oraron al pie de los mismos
altares que nosotros, que sonrieron con las mismas alegrías cristianas
y lloraron con idénticos dolores. Aman a Dios, le desean, tienen segura
su próxima posesión. Pero esta dicha se les retarda hasta que
sea completo el pago de sus atrasos. En sufragio de ellas, Dios admite nuestras
oraciones y buenas obras. ¿Quién se las negará?
Oh Sagrado Corazón! Hazle sentir al mío un tierno
afecto, un vivo interés por el alivio de estas almas hermanas mías,
que nada pueden ya para sí y que todo lo esperan de nuestra caridad.
Derra-ma sobre sus penas los tesoros de tu Corazón, y apresura el
dulce momento de reunirlas eterna-mente contigo.
Medítese unos minutos.
II
Es gran caridad la caridad para con las almas del Purgatorio.
Los grandes santos han sido todos en este punto muy fervorosos. La Iglesia
nos da el ejemplo mezclando en todos sus rezos y ceremonias el piadoso recuerdo
de los difuntos.
¡Es dulcísima la comunicación de nuestros
corazones con los de estos hermanos nuestros, por medio de la oración!
¡Es lazo misterioso, que nos permite tener amigos aun más allá
de la tumba, y aleja de nosotros la idea de una separación total!
¡Padres, hermanos, amigos, bienhechores! ¡yo sé
que me escuchan en el Corazón de Jesús y que por vía
de Él reciben y agradecen mi cariñoso recuerdo!. ¡Oh
Sagrado Corazón, suavísimo intermediario de estas hermosas
confidencias! Da a esas almas la paz que por ellas te piden tus amigos de
la tierra, a fin de que un día nos reúnas a todos, en las inefables
dulzuras del cielo! Acepta por ellas nuestras oraciones, nuestras limosnas,
nuestra Comunión, nuestras mortificaciones, nuestra devoción
a Ti. Porque sabemos que te son queridas, las recomendamos a tu compasión.
Los méritos de tu vida, Pasión y muerte; las lágrimas
de tu Madre; las virtudes de tus Santos; los servicios de tu Iglesia; todo
te lo ofrecemos en pago de tales deudas, para que bondadosamente se lo apliques.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 27
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR EL AUMENTO DE ESTA DEVOCIÓN EN NOSOTROS Y EN TODO EL MUNDO
I
¿PODRÍAMOS dejar olvidada esta
súplica entre las muchas que acabamos de dirigir estos días
al Sacratísimo Corazón de Jesús? ¿Podríamos
dejar de interesarnos vivamente en su presencia, para que cada día
sea más y más ardiente en nosotros y en todo el mundo esta
devoción? Con esto ejerceremos en favor de los hombres y por su eterna
salvación el más fecundo apostolado. Mira cómo se esfuerzan
los mundanos por propagar sus ideas; mira cómo sufren por lograr lo
que persiguen y cómo se exponen a diversos contratiempos. ¿Qué
podríamos hacer nosotros para extender algo más el amor a Jesús?
¿Qué hemos hecho hasta hoy? ¿Qué nos proponemos
hacer en adelante? ¿Qué propósitos pensamos concretar
en el ámbito donde nos movemos, entre nuestros amigos o familias o
por lo menos en nosotros mismos?
¡Oh buen Jesús! Bien quisiera yo extender por todo
el mundo, y hacer conocer a todos los hombres las riquezas de tu Corazón;
pero ya que mis fuerzas son pocas para tan enorme apostolado, te suplico,
Jesús mío, que seas Tú quien a todos se dé a
conocer para que crezca cada día el número de los que te aman
y sirven. Sea yo uno de ellos, Rey de las almas; hazme discípulo fiel,
amigo fervoroso de tu Sagrado Corazón.
Medítese unos minutos.
II
Grandes gracias puede estar seguro de recibir
del Sagrado Corazón el que de veras se dedique a propagar entre sus
hermanos y a aumentar en sí mismo esta devoción suya. Oigamos
las palabras del Salvador a Santa Margarita en sus revelaciones: A los que
“trabajen, dice, en extender el culto de mi Sagrado Corazón, les daré
abundantemente las gracias necesarias a su estado, pondré paz en sus
familias, les consolaré en sus penas, seré su amparo en la
vida y en la muerte, bendeciré sus empresas cristianas. A los Religiosos
que trabajen en la conversión de los pecadores, les daré fuerzas
con que ablandar y mover los corazones más endurecidos. Las casas
en que se halle expuesta mi imagen, estarán llenas de mis bendiciones.
Los que se dediquen a dar a conocer mi culto, tendrán su nombre escrito
en mi corazón, y jamás se borrará de él”.
¡Oh Sagrado Corazón!, a quien atentos hemos acudido
a festejar cada día de este devoto mes! que se cumplan en nosotros,
tus amigos, estas tan consoladoras promesas! Aquí nos tienes para
renovarte e1 propósito de eterna fidelidad y constancia en tu servicio,
y en el apostolado de tu Corazón. Reina en nosotros y en nuestras
casas, pueblos y ciudades; preside todos nuestros proyectos, anima todos
nuestros pensamientos, que se dirijan todos a uno solo: el de promover sin
descanso tu gloria.
¡Oh dulce Jesús! ¡Dichoso quien así
viva en Ti, y en Ti muera! Que siempre sea tu Corazón nues-tro tesoro
en vida para que lo sea también en toda la eternidad, donde juntos
te alabemos, gocemos y poseamos para siempre. Amén.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 28
DEMOS GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS EN EL ORDEN DE LA NATURALEZA
I
ESTOS últimos días del mes de
Junio los dedicaremos a la acción de gracias. Nada más digno
de un corazón noble que el agradecimiento por los beneficios recibidos,
y por desgracia nada más olvidado por el común de los cristianos.
Fijémonos hoy únicamente en lo que debemos a Dios
en el orden de la naturaleza. Dones suyos son esta existencia que tengo,
y los mil medios con que su bondad me conserva todos los días y me
la embellece. La luz que me alumbra, el pan que me sustenta, el agua que
sacia mi sed, el sueño que repara mis fuerzas, la creación
entera que me rodea, todo ha sido puesto a mi disposición para que
me sirva y me regale y me ayude a la consecución de mi fin. Si amanece
y si anochece, si cambian las estaciones, si da la tierra sus cosechas, si
resplandece en el firmamento el sol, si tiene peces el mar, y fieras la tierra,
y aves el aire, si reinan en todo el orden y la providencia más admirables,
por mí lo hizo, por mí lo ordenó Dios en admirable conjunto.
¿Hay corazón capaz de entonar al Supremo Hacedor
el himno debido a la acción de gracias por tales y tan grandes maravillas?
Sí le hay. En el Sagrado Corazón de Jesús tiene el hombre
un medio seguro con que mostrarse agradecido. ¡Oh supremo dador de
todo bien! ¡Lo que nuestra lengua es incapaz de decirte, lo que nuestro
corazón es pequeño para sentir como se debe, por nosotros te
lo canta eternamente y te lo satisface con infinito amor e infinitas alabanzas
el Sagrado Corazón de Jesús! En Él, pues, y por Él,
y con Él te seremos eternamente reconocidos. Mira, Padre celestial,
el Corazón de tu Hijo, y mira en Él la satisfacción
por todos tus bienes.
Medítese unos minutos.
II
Los beneficios de Dios no nos han sido hechos
una sola vez sino que nos siguen, nos rodean, nos acompañan como luminosa
atmósfera de amor en todos los instantes de nuestra vida. No resplandece
más fijamente el sol del día cada mañana en el horizonte,
de lo que brilla continuamente sobre mí la inefable bondad de Dios.
Hasta en los males que en su adorable designio permite su Providencia sobre
la tierra, encuentro motivos de agradecimiento. Porque aun dejando de lado
el bien último, a cuyo fin todo está infaliblemente ordenado,
si con esos males yo me uno, como corresponde, a los designios de su soberana
voluntad, ¿cuánta paz y cuánto consuelo derrama su mano
sobre cualquiera de mis tribulaciones? ¿No he comprobado muchas veces
la verdad de aquélla expresión de que nunca se muestra más
Padre Dios que cuando nos aflige? Y aun sin eso, ¿no es verdad que
la sola consideración de los muchos males de que me libra cada día
su bondad, exige de mí un continuo y amoroso reconocimiento? La enfermedad
que no tengo, la persecución que no sufro, la privación que
no me mortifica, son beneficios negativos, ¿pero son por eso menos
apreciables? ¿Quién sino Dios tiene extendida como un escudo
su mano sobre mí para librarme de tantas angustias como aquejan a
otros hermanos míos?
¡Oh Sagrado Corazón! A Ti agradezco tan inestimables
beneficios, para que me seas ante el Padre celestial de intercesor de este
afectuoso agradecimiento mío. Pase por Ti, Jesús mío,
mi gratitud y adquiera en el encendido fuego de tu Corazón las cualidades
que la hagan digna de ser admitida por el Supremo Dispensador de todos los
bienes.
Soy como un niño, Dios mío, te digo con un Profeta;
y no sé hablar de Ti como merecen tu bondad y grandeza. Que hablen
por mí los armoniosos acentos de gratitud y alabanza que salen eternamente
del Corazón de tu Hijo y suplan ellos mi indignidad y cubra mi insuficiencia.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 29
DEMOS HOY GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN
POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS EN EL ORDEN DE LA GRACIA
I
SI se ha mostrado pródiga conmigo la
mano de Dios en el orden natural, no se lo ha mostrado menos en el orden
de la gracia, o sea, el de los medios sobrenaturales que me ha concedido
por mi justificación y para mi salvación eterna.
En el centro de su Iglesia me ha hecho nacer como un hermoso
jardín que riegan caudalosos ríos y fecundan a todas horas
abundantes lluvias. El Bautismo con que me inició en la vida sobrenatural,
los demás Sacramentos con que ella me robustece y sustenta, los santos
ejemplos que para estímulo mío me hace admirar de continuo
en derredor, la voz de sus ministros, la enseñanza de los buenos libros,
los secretos toques con los que ahora despierta, o aviva, o quizá
hasta resucita mi corazón, ¿qué son sino ligera historia
de los admirables beneficios con que me va conduciendo su mano desde la cuna
hasta la eternidad? Si fijo mi consideración en lo que ha sido hasta
aquí mi vida; si me detengo en reflexionar sobre las causas que en
cualquier período de ella han influido en mis determinaciones para
que fuera hoy lo que soy, ¿no encuentro en todos mis pasos que soy
objeto de una tierna y amorosa solicitud de mi buen Dios? Aquella palabra
que me hizo buena impresión, aquella página que me hirió
el alma, aquel ejemplo que me alumbró de repente con vivos resplandores,
¿quién los disponía y hacía aparecer en mitad
de mi camino, sino la Providencia admirable de mi Dios que velaba por mí,
como madre por el hijo que lleva en brazos?
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! A Ti debo
el manantial de estas gracias sin medida, que sobre mi mal ha derramado la
divina misericordia. Tuyas son, porque Tú nos las haz merecido, y
proporcio-nado, porque es tuyo el conducto por donde a su vez vuelen al Padre
celestial los afectos de mi pobre corazón.
Medítese unos minutos.
II
No hay minuto de mi vida en que no tenga algo
que agradecer a la infinita bondad y misericordia de mi Dios en orden a la
gracia. Más fácil sería contar las estrellas que están
el cielo en una noche serena, o las gotas de rocío que caen en una
mañana, que contar las ilustraciones superiores con que esclarece
Dios constantemente la noche de mi vida, o las gotas de rocío con
que ablanda y fecundiza la aridez de mi corazón. La habitual distracción
en que vivo y lo limitado de mi inteligencia, no me permiten sondear como
quisiera esos misterios de la operación de Dios en mi alma por medio
de la gracia multiforme; conocimiento completo de ella no la tendré
sino a la luz de la gloria en la eternidad. Hoy sólo puedo imperfectamente
rastrearlos; pero aun así, me basta considerar un poco de ellos, para
que me confundan su inconmensurable riqueza, su magnífica variedad,
su poderosa eficacia. El estudio atento de mí mismo en una sola de
mis tentaciones a que haya felizmente resistido, me daría materia
para incesantes alabanzas a Dios. ¡y son tantas en el decurso del día,
del mes, del año, de la vida, son tantas esas crisis por que ha pasado
mi salvación eterna, crisis que ha venido a resolver a favor mío
una ayuda en quien entonces tal vez ni siquiera pensaba!
La eternidad misma no me parece bastante para agradecerte dignamente
tales muestras de amor de mi buen Dios. Tú puedes, Sagrado Corazón
de Jesús, llenar totalmente en mi nombre esta obli-gación sagrada.
A Ti te escojo para que pagues por mí esta deuda de reconocimiento.
Toma Tú, Jesús mío, los ruegos de mi alma y preséntalos
al Eterno Padre en unión del eterno himno de gracias que en gloria
suya le canta tu adorable Corazón.
Medítese, y pídase la gracia particular.
DÍA 30
DEMOS HOY GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN
POR LOS BENEFICIOS QUE ESPERAMOS RECIBIR EN LA GLORIA
I
LAS misericordias que dispensa el Señor
acá en la tierra a sus criaturas no son más que una pálida
sombra de las inefables que reserva para ellas en la eternidad. El cielo
será nuestro estado perfecto, y allí será realizado
el ideal más perfecto de felicidad que pueda imaginarse siquiera ahora
el hombre en sus más optimistas ensueños. O mejor, será
tal nuestra dicha, que ni en la más pequeña proporción
le es dado imaginarla a la fantasía humana. Si una gota sola de sus
consuelos que derrame hoy el Señor en nuestro corazón basta
para que olvide éste sus mayores tristezas y quebrantos, ¿qué
será colmarlo en aquel mar sin fondo de bienaventuranza y de paz?
Si unos destellos de su perfección y belleza ha querido dejar el Autor
de lo creado en algunas de sus criaturas, y que el arte inspirado por El
reproduce en sus obras maestras, así nos eleva y perfecciona el alma,
¿qué será ver cara a cara a la suprema Belleza y perfección,
que abiertamente y sin velos se comunica a sus elegidos? Allí existe
la salud sin el menor riesgo de enfermedad o molestia; allí la vida
sin la dolorosa perspectiva de una muerte próxima o lejana; allí
el amor sin tibieza ni desfallecimiento; allí la fiesta perpetua del
alma sin tregua en el regocijo. El aleluya glorioso que allí se canta
no es como acá, mezclado con los gemidos de la persecución
o con las voces de combate. Ni se vence allí con fatigas y sudores,
sino que se reina pacíficamente. Vivir con lo que significa de más
absoluto la palabra vida; gozar con lo que tiene de más puro y embriagador
la palabra goce; amar con la mayor plenitud y alcance que es dado concebir
en la palabra amor. He aquí lo que me promete Dios; he aquí
lo que me reserva.
¡Gracias, Corazón de Jesús, gloria de los
bienaventurados, sol de la felicísima ciudad de Dios! Gracias por
esos dones que por Ti esperamos, y que mediante tu gracia y nuestras buenas
obras estamos seguros de poseer.
Medítese unos minutos.
II
Alma mía, alza los ojos a ese cielo azul
repleto de estrellas por la noche y de día radiante de claridad; álzalos
y contempla allí tu patria, el dulce hogar de tu padre, la mansión
feliz que en breve va a ser tu patrimonio. Esa región maravillosa
de paz, de felicidad y eterna bienaventuranza, con sus Ángeles y Santos,
con la Reina gloriosa de ellos, María, con la Humanidad resplandeciente
de Cris-to, con la augusta majestad de la Trinidad Beatísima, todo,
todo es para ti. Ensancha tu corazón, dilata lo más que puedas
tu imaginación, sé codiciosa hasta donde pueda creerlo tu más
exigente anhelo; todo excederá tus esperanzas, todo sobrepujará
tu ilusión. No bienes perecederos que la muerte arrebata; no amores
inconstantes que la edad marchita y la ausencia entibia; no fortuna incierta
y veleidosa que a la menor vicisitud se cambia; nada de eso con que prometiéndote
el mundo hacerte feliz te hace profundamente desgraciada, nada de eso será
tu recompensa. Contempla la grandeza de tu porvenir, lo magnífico
de tus esperanzas. Enciéndete en ardor de poseerlas, y dale mil gracias
al Corazón Divino, que es quien te las ha de proporcionar.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! No quiero
esperar recibir tus grandiosos dones para mostrarme agradecido. El hijo que
sabe que su padre le dará parte de su herencia, no espera darle las
gracias cuando ya esté en posesión del patrimonio. No, el testamento
en que se le promete, equivale ya para él a un título de posesión.
Y esta página la has escrito Tú repetidas veces en tu testamento,
y en ella me has nombrado infinidad de veces a mí, nada y ceniza,
como heredero de tu gloria. ¡Gracias, soberano Señor! Te tributamos
las gracias, aquí presentes en este día de tu devoto mes, y
anhelamos todos los que aquí estamos, reunirnos contigo en el cielo
para cantar el gran himno de acción de gracias allí en unión
del Padre y del Espíritu Santo, a quien sea toda alabanza, todo honor
y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Medítese, y pídase la gracia particular.