MES DE MAYO. MES DE MARÍA
Comenzar y finalizar cada día con la Señal
de la Cruz. Leer, meditar y rezar lo propio del día.
DÍA 1: Conversión de María,
la pecadora, en la hora de la muerte
Se cuenta en la vida de sor Catalina de San Agustín que
en el mismo lugar donde vivía esta sierva de Dios habitaba una mujer
llamada María que en su juventud había sido una pecadora y
aún de anciana continuaba obstinada en sus perversidades, de modo
que, arrojada del pueblo, se vio obligada a vivir confinada en una cueva,
donde murió abandonada de todos y sin los últimos sacramentos,
por lo que la sepultaron en descampado.
Sor Catalina, que solía encomendar a Dios con gran devoción
las almas de los que sabía que habían muerto, después
de conocer la desdichada muerte de aquella pobre anciana, ni pensó
en rezar por ella, teniéndola por condenada como la tenían todos.
Pasaron cuatro años, y un día se le apareció un alma
en pena que le dijo:
– Sor Catalina, ¡qué desdicha la mía! Tú encomiendas
a Dios las almas de los que mueren y sólo de mi alma no te has compadecido.
– ¿Quién eres tú? –le dijo la sierva de Dios.
– Yo soy –le respondió –la pobre María que murió en
la cueva.
– Pero ¿te has salvado? –replicó sor Catalina.
– Sí, me he salvado por la misericordia de la Virgen María.
– Pero ¿cómo?
– Cuando me vi a las puertas de la muerte, viéndome tan llena de
pecados y abandonada de todos, me volví hacia la Madre de Dios y le
dije: Señora, tú eres el refugio de los abandonados; ahora
yo me encuentro desamparada de todos; tú eres mi única esperanza,
sólo tú me puedes ayudar, ten piedad de mí. La santa
Virgen me obtuvo un acto de contrición, morí y me salvé;
y ahora mi reina me ha otorgado que mis penas se abreviaran haciéndome
sufrir en intensidad lo que hubiera debido purgar por muchos años;
sólo necesito algunas misas para librarme del purgatorio. Te ruego
las mandes celebrar que yo te prometo rezar siempre, especialmente a Dios
y a María, por ti.
ORACIÓN A MARÍA, REINA MISERICORDIOSA
Madre de Dios y señora mía, María.
Como se presenta a una gran reina
un pobre andrajoso y llagado,
así me presento a ti, reina de cielo y tierra.
Desde tu trono elevado dígnate
volver los ojos a mí, pobre pecador.
Dios te ha hecho tan rica
para que puedas socorrer a los pobres,
y te ha constituido reina de misericordia
para que puedas aliviar a los miserables.
Mírame y ten compasión de mí.
Mírame y no me dejes;
cámbiame de pecador en santo.
Veo que nada merezco y por mi ingratitud
debiera verme privado de todas las gracias
que por tu medio he recibido del Señor.
Pero tú, que eres reina de misericordia,
no andas buscando méritos,
sino miserias y necesidades que socorrer.
¿Y quién más pobre y necesitado que yo?
Virgen excelsa, ya sé que tú,
siendo la reina del universo,
eres también la reina mía.
Por eso, de manera muy especial,
me quiero dedicar a tu servicio,
para que dispongas de mí como te agrade.
Te diré con san Buenaventura: Señora,
me pongo bajo tu servicio
para que del todo me moldees y dirijas.
No me abandones a mí mismo;
gobiérname tú, reina mía. Mándame a tu arbitrio
y corrígeme si no te obedeciera,
porque serán para mí muy saludables
los avisos que vengan de tu mano.
Estimo en más ser tu siervo
que ser el dueño de toda la tierra.
”Soy todo tuyo, sálvame” (Sal 118, 94).
Acéptame por tuyo y líbrame.
No quiero ser mío; a ti me entrego.
Y si en lo pasado te serví mal,
perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte,
en adelante quiero unirme a tus siervos
los más amantes y más fieles.
No quiero que nadie me aventaje
en honrarte y amarte, mi amable reina.
Así lo prometo y, con tu ayuda,
así espero cumplirlo. Amén. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 2: Muere santamente un escocés
convertido al catolicismo
Se narra en la historia de las fundaciones de la Compañía
de Jesús en el reino de Nápoles de un noble joven escocés
llamado Guillermo Elphinstone. Era pariente del rey Jacobo, y habiendo nacido
en la herejía, seguí en ella; pero iluminado por la gracia divina,
que le iba haciendo ver sus errores, se trasladó a Francia, donde
con la ayuda de un buen padre, también escocés, y, sobre todo,
por la intercesión de la Virgen María, descubrió al
fin la verdad, abjuró la herejía y se hizo católico.
Fue después a Roma. Un día lo vio un amigo muy afligido y lloroso,
y preguntándole la causa le respondió que aquella noche se le
había aparecido su madre, condenada, y le había dicho: “Hijo,
feliz de ti que has entrado en la verdadera Iglesia; yo, por haber muerto
en la herejía, me he perdido”. Desde entonces se enfervorizó
más y más en la devoción a María, eligiéndola
por su única madre, y ella le inspiró hacerse religioso, a lo
que se obligó con voto. Pero como estaba enfermo, se dirigió
a Nápoles para curarse con el cambio de aires. Y en Nápoles
quiso Dios que muriese siendo religioso. En efecto, poco después de
llegar, cayó gravemente enfermo, y con plegarias y lágrimas
impetró de los superiores que lo aceptasen. Y en presencia del Santísimo
Sacramento, cuando le llevaron el Viático, hizo sus votos y fue declarado
miembro de la Compañía de Jesús.
Después de esto, era de ver cómo enternecía
a todos con las expresiones con que agradecía a su madre María
el haberlo llevado a morir en la verdadera Iglesia y en la casa de Dios,
en medio de los religiosos sus hermanos. “¡Qué dicha –exclamaba-
morir en medio de estos ángeles!” Cuando le exhortaban para que tratara
de descansar, respondía: “¡No, ya no es tiempo de descansar
cuando se acerca el fin de mi vida!” Poco antes de morir dijo a los que le
rodeaban: “Hermanos, ¿no veis los ángeles que me acompañan?”
Habiéndole oído pronunciar algunas palabras entre dientes,
un religioso le preguntó qué decía. Y le respondió
que el ángel le había revelado que estaría muy poco
tiempo en el purgatorio y que muy pronto iría al paraíso. Después
volvió a los coloquios con su dulce madre María. Y diciendo:
“¡Madre, madre!”, como niño que se reclina en los brazos de
su madre para descansar, plácidamente expiró. Poco después
supo un religioso, por revelación, que ya estaba en el paraíso.
ORACIÓN A MARÍA, MADRE DE LOS PECADORES
Madre mía amantísima, ¿cómo es posible
que teniendo madre tan santa sea yo tan malvado?
¿Una madre ardiendo en amor a Dios
y yo apegado a las criaturas?
¿Una madre tan rica en virtudes
y yo tan pobre en merecimientos?
Madre mía amabilísima, no merezco ser tu hijo,
pues me hice indigno por mi mala vida.
Me conformo con que me aceptes por siervo;
y para lograr serlo, aun el más humilde,
estoy pronto a renunciar a todas las cosas.
Con esto me contento, pero no me impidas
poderte llamar madre mía.
Este nombre me consuela y enternece,
y me recuerda mi obligación de amarte.
Este nombre me obliga a confiar siempre en ti.
Cuanto más me espantan mis pecados
y el temor a la divina justicia,
más me reconforta el pensar
que tú eres la madre mía.
Permíteme que te diga: Madre mía.
Así te llamo y siempre así te llamaré.
Tú eres siempre, después de Dios,
mi esperanza, mi refugio y mi amor
en este valle de lágrimas.
Así espero morir,
confiando mi alma en tus santas manos
y diciéndote: Madre mía, madre mía María;
ayúdame y ten piedad de mí. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 3: Muerte santa de una pastorcilla
Narra el P. Auriema que una pobra pastorcilla que guardaba su
rebaño amaba tanto a María, que toda su delicia consistía
en ir a la ermita de nuestra Señora que había en el monte y
estarse allí, mientras pastaba el rebaño, hablando y haciendo
homenajes a su amada Madre. Como la imagen, que era de talla, estaba desprovista
de adornos, como pudo le hizo un manto. Otro día, con flores del campo
hizo una guirnalda y subiendo sobre el altar puso la corona a la Virgen, diciendo:
“Madre mía, bien quisiera ponerte corona de oro y piedras preciosas,
pero como soy pobre recibe de mí esta corona de flores y acéptala
en señal del amor que te tengo”. Con éstos y otros obsequios
procuraba siempre esta devota jovencita servir y honrar a su amada Señora.
Pero veamos cómo recompensó esta buena Madre las visitas y el
amor de esta hija suya.
Cayó la joven pastorcita gravemente enferma, y sucedió
que dos religiosos pasaban por aquellos parajes. Cansados del viaje, se pusieron
a descansar bajo un árbol. Uno de ellos dormía, pero ambos tuvieron
la misma visión. Vieron una comitiva de hermosísimas doncellas,
entre las que descollaba una en belleza y majestad. “¿Quién
eres, señora, y dónde vas por estos caminos?”, le preguntó
uno de los religiosos a la doncella de sin igual majestad. “Soy la Madre de
Dios –le respondió- que voy con estas santas vírgenes a visitar
a una pastorcilla que en la próxima aldea se halla moribunda y que
tantas veces me ha visitado”. Dicho esto, desapareció la visión.
Los dos buenos siervos de Dios se dijeron: “Vamos nosotros también
a visitarla”. Se pusieron en camino y pronto encontraron la casita y a la
pastorcita en su lecho de paja. La saludaron y ella les dijo: “Hermanos, rogad
a Dios que os haga ver la compañía que me asiste”. Se arrodillaron
y vieron a María que estaba junto a la moribunda con una corona en
la mano y la consolaba. Luego las santas vírgenes de la comitiva iniciaron
un canto dulcísimo. En los transportes de tan celestial armonía
y mientras María hacía ademán de colocarle la corona,
la bendita alma de la pastorcita abandonó su cuerpo yendo con María
al paraíso.
ORACIÓN PARA ALCANZAR EL AMOR DE MARÍA
¡María, tú robas los corazones!
Señora, que con tu amor y tus beneficios
robas los corazones de tus siervos,
roba también mi pobre corazón
que tanto desea amarte.
Con tu belleza has enamorado a Dios
y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré sin amarte, madre mía?
No quiero descansar hasta estar cierto
de haber conseguido tu amor,
pero un amor constante y tierno
hacia ti, madre mía,
que tan tiernamente me has amado
aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué sería de mí, María,
si tú no me hubieras amado
e impetrado tantas misericordias?
Si tanto me has amado cuando no te amaba,
cuánto confío en tu bondad ahora que te amo.
Te amo, madre mía,
y quisiera un gran corazón que te amara
por todos los infelices que no te aman.
Quisiera una lengua
que pudiera alabarte por mil,
y dar a conocer a todos tu grandeza,
tu santidad, tu misericordia
y el amor con que amas a los que te quieren.
Si tuviera riquezas,
todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si tuviera vasallos,
a todos los haría tus amantes.
Quisiera, en fin, si falta hiciera,
dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te amo, madre mía, pero al tiempo
temo no amarte cual debiera
porque oigo decir que el amor
hace, a los que se aman, semejantes.
Y si yo soy de ti tan diferente,
triste señal será de que no te amo.
¡Tú tan pura y yo tan sucio!
¡Tú tan humilde y yo tan soberbio!
¡Tú tan santa y yo tan pecador!
Pero esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme semejante a ti pues que me amas.
Tú eres poderosa para cambiar corazones;
toma el mío y transfórmalo.
Que vea el mundo lo poderosa que eres
a favor de aquellos que te aman.
Hazme digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo espero, así sea.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 4: Ernesto, librado de la
muerte por María
Refiere el Belovacense que en la ciudad de Radulfo, en Inglaterra,
año 1430, vivía un joven noble llamado Ernesto, quien habiendo
distribuido sus bienes entre los pobres entró en un monasterio, donde
llevaba una vida tan edificante que los superiores lo apreciaban sobremanera,
especialmente por su devoción a la santísima Virgen. En la
población se declaró la peste, y la gente acudió al
monasterio pidiendo oraciones. El abad mandó a Ernesto que fuera a
rogar a la Virgen ante su altar y no se levantase de allí hasta que
hubiera obtenido una respuesta de la Señora. Allí estuvo el
joven tres días hasta que obtuvo la respuesta de María que
mandaba hicieran rogativas, celebradas las cuales cesó la peste.
Pero más tarde este joven se enfrió en la devoción
a María. El demonio lo atacó con muchas tentaciones impuras
y para que se fugara del monasterio. Por no haberse encomendado a María,
decidió fugarse saltando los muros del monasterio. Cuando iba a realizar
su intento, al pasar junto a una imagen de María que estaba en el claustro,
la Madre de Dios le habló, diciéndole: “Hijo mío, ¿por
qué me dejas?” Ernesto, confuso y compungido, cayó en tierra
y respondió: “Señora, pero no ves que no puedo resistir más?
¿Por qué no me ayudas?”. La Virgen le respondió: ¿Y
tú por qué no me has invocado? Si te hubieras encomendado a
mí, no te verías en este estado. De hoy en adelante encomiéndate
a mí y no dudes”.
Ernesto volvió a su celda. Pero insistiendo las tentaciones y descuidando
el acudir a María, al fin se fugó del monasterio, entregándose
a una vida pésima. De pecado en pecado se convirtió en asesino.
Tomó en arriendo una posada donde, por la noche, mataba a los pobres
viandantes y los despojaba. Una noche mató a un primo del gobernador,
el cual, sospechando del ventero, lo procesó y lo condenó a
morir en la horca.
Antes de que fuera detenido llegó a la hostería
un joven caballero. El malvado ventero, según su costumbre, entró
a media noche en su habitación para asesinarlo; pero he aquí
que en la cama no vio al caballero, sino un crucificado lleno de llagas que,
mirándolo piadosamente, le dijo: “¿No te basta, ingrato, con
que yo haya muerto una vez por ti? ¿Quieres volver a matarme? ¡Puedes
hacerlo!” El infeliz Ernesto se postró llorando y dijo: “Señor,
aquí me tienes; ya que has tenido conmigo tan gran misericordia, quiero
convertirme”. En el mismo instante abandonó la posada y emprendió
el camino del claustro para hacer penitencia. Pero por el camino lo prendió
la justicia; lo llevaron ante el juez, donde confesó todos sus crímenes.
Inmediatamente fue condenado a la horca, sin darle tiempo ni a confesarse.
Él se encomendó a María, y la Virgen hizo que cuando
lo colgaron no muriese. Ella misma lo bajó de la horca y le dijo: “Torna
al monasterio, haz penitencia; y cuando veas en mi mano un documento de perdón
de tus pecados, prepárate a la muerte”. Ernesto volvió al convento
y, habiendo contado todo al abad, hizo penitencia. Pasados los años,
vio en manos de María la cédula del perdón. Se preparó
a la muerte y santamente entregó su alma.
ORACIÓN DE CONFIANZA EN MARÍA
¡Reina mía soberana, digna de mi Dios, María!
Al verme tan vil y cargados de pecados,
no debiera atreverme
a acudir a ti y llamarte madre.
Merezco, lo sé, que me deseches,
pero te ruego que contemples
lo que ha hecho y padecido tu Hijo por mí;
y después me deseches si puedes.
Soy un pecador que, más que otros,
ha despreciado la divina Majestad;
pero el mal está hecho.
A ti acudo que me puedes auxiliar;
ayúdame, Madre mía, y no digas
que no puedes ampararme,
pues bien sé que eres poderosa
y obtienes de tu Dios lo que deseas.
Si me dices que no puedes protegerme,
dime al menos a quién debo acudir
para ser socorrido en mi desgracia
y dónde poder refugiarme
o en quién pueda más seguro confiar.
Tú, Jesús mío, eres mi padre;
y tú mi madre, María.
Amás a los más miserables
y los andáis buscando para salvarlos.
Yo soy reo del infierno,
el más mísero de todos.
Pero no tienes necesidad de buscarme;
ni siquiera lo pretendo.
A vosotros me presento con la esperanza
de no verme abandonado.
Vedme a vuestros pies.
Jesús mío, perdóname.
María, madre mía, socórreme.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 5: Elena, convertida por
el rosario
Refiere el P. Bovio que había una prostituta llamada
Elena; habiendo entrado en la Iglesia, oyó casualmente una predicación
sobre el rosario; al salir se compró uno, pero lo llevaba escondido
para que no se lo viesen. Comenzó a rezarlo y, aunque lo rezaba sin
devoción, la santísima Virgen le otorgó tales consolaciones
y dulzuras al recitarlo, que ya no podía dejar de rezarlo. Con esto
concibió tal horror a su mala vida, que no podía encontrar
reposo, por lo cual se sintió impelida a buscar un confesor; y se
confesó con tanta contrición, que éste quedó
asombrado.
Hecha la confesión, fue inmediatamente al altar de la
santísima Virgen para dar gracias a su abogada. Allí rezó
el rosario; y la Madre de Dios le habló así: “Elena, basta
de ofender a Dios y a mí; de hoy en adelante cambia de vida, que yo
te prometo colmarte de gracias”. La pobre pecadora, toda confusa, le respondió:
“Virgen santísima, es cierto que hasta ahora he sido una malvada, pero
tú, que todo lo puedes, ayúdame, a la vez que yo me consagro
a ti; y quiero emplear la vida que me queda en hacer penitencia de mis pecados”.
Con la ayuda de María, Elena distribuyó sus riquezas
entre los pobres y se entregó a rigurosas penitencias. Se veía
combatida de terribles tentaciones, pero ella no hacía otra cosa que
encomendarse a la Madre de Dios, y así siempre quedaba victoriosa.
Llegó a obtener gracias extraordinarias, revelaciones y profecías.
Por fin, antes de su muerte, de cuya proximidad le avisó María
santísima, vino la misma Virgen con su Hijo a visitarla. Y al morir
fue vista el alma de esta convertida volar al cielo en forma de bellísima
paloma.
ORACIÓN POR LOS MÉRITOS DE JESÚS
¡María, Madre de Dios y mi esperanza!
Mira a tus pies a un pobre pecador
que implora tu clemencia.
Tú eres llamada por toda la Iglesia,
y por todos los fieles proclamada,
el refugio de los pecadores.
Tú eres mi refugio y tú me has de salvar.
Bien sabes cuánto desea tu Hijo salvarnos.
Sabes lo que sufrió por salvarme.
Te presento, Madre mía, los sufrimientos de Jesús;
el frío de la gruta y la huída a Egipto;
las fatigas y sudores que padeció;
la sangre que derramó y los dolores que sufrió
pendiente de la cruz ante tus ojos.
Dame a conocer cómo amas a tu Hijo
mientras, por amor a tu Hijo,
te ruego que me ayudes.
Dale la mano a un caído que pide piedad.
Si yo fuera santo no necesitaría misericordia,
pero porque soy pecador
recurro a ti que eres la madre de la misericordia.
Yo sé que tu piadoso corazón
encuentra su consuelo en socorrer a los perdidos
cuando no son obstinados
Consuela hoy tu corazón piadoso
y consuélame a mí,
ya que tienes ocasión de salvarme.
Me pongo en tus manos; dime qué he de hacer
y dame fuerzas para cumplirlo,
al tiempo que propongo hacer todo lo posible
para recobrar la gracia de Dios.
Me refugio bajo tu manto.
Jesús quiere que yo recurra a ti, que eres su Madre,
para que por tu gloria y su gloria
no sólo su sangre, sino también sus plegarias,
me ayuden a salvarme.
Él me manda a ti para que me socorras.
Heme aquí, María;
a ti recurro y en ti confío.
Tú que ruegas por tantos otros,
ruega y di una palabra en mi favor.
Di a Dios que quieres que me salve,
que Dios ciertamente me salvará.
Dile que soy tuyo, nada más te pido.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 6: Conversión de santa
María Egipcíaca
Es célebre la historia de santa María Egipcíaca,
que se lee en el libro I de las Vidas de los Padres del desierto. A los doce
años se fugó de la casa paterna y se fue a Alejandría,
donde con su vida infame se convirtió en el escándalo de la
ciudad. Después de dieciséis años de pecado se fue vagando
hasta Jerusalén, llegando cuando se celebraba la fiesta de la Santa
Cruz. Se sintió movida a entrar en la iglesia, más por curiosidad
que por devoción. Pero al intentar franquear la puerta, una fuerza
invisible le impedía seguir. Lo intentó por segunda vez, y de
nuevo se vio rechazada. Una tercera y cuarta vez, y lo mismo. Entonces la
infeliz se postró a un lado del atrio y Dios le dio a entender que
por su mala vida la rechazaba hasta de la iglesia. Para su fortuna alzó
los ojos y vio una imagen de María pintada sobre el atrio. Se volvió
hacia ella llorando y le dijo: “Madre de Dios, ten piedad de esta pobre pecadora.
Veo que por mis pecados no merezco ni que me mires, pero eres el refugio de
los pecadores; por el amor de Jesucristo ayúdame, déjame entrar
en la iglesia, que quiero cambiar de vida y hacer penitencia donde me lo
indiques”. Y sintió una voz interior como si le respondiera la Virgen:
“Pues ya que has recurrido a mí y quieres cambiar de vida, entra en
la iglesia, que ya no estará cerrada en adelante para ti”. Entró
la pecadora, lloró y adoró la cruz. Vuelve donde la imagen
de la Virgen y le dice: “Señora, estoy pronta; ¿dónde
quieres que me retire a hacer penitencia?” “Vete –le dice la Virgen– y pasa
el Jordán; allí encontrarás el lugar de tu reposo”. Se
confesó y comulgó, pasó el Jordán, llegó
al desierto y comprendió que allí era el lugar en que debía
hacer penitencia.
En los primeros diecisiete años de desierto, la santa
sintió terribles tentaciones del demonio para hacerla recaer. Ella
no hacía más que encomendarse a María, y María
le impetró fuerzas para resistir todos aquellos años; después,
cesaron los combates. Finalmente, pasados cincuenta y siete años en
aquel desierto, teniendo ya ochenta y siete años, por providencia
divina la encontró el abad Zoísmo. A él le contó
toda su vida y le rogó que viniera al año siguiente y le trajera
la comunión. Al volver, san Zoísmo la encontró recién
muerta, con el cuerpo circundado de luz. A la cabecera estaba escrito: “Sepultad
en este lugar el cuerpo de esta pobre pecadora y rogad a Dios por mí”.
La sepultó. Y volviendo al monasterio, contó las maravillas
que la divina misericordia había realizado en aquella infeliz penitente.
ORACIÓN DE CONFIANZA EN MARÍA
¡Madre piadosa, Virgen sagrada!
Mira a tus pies al infeliz
que, pagando con ingratitudes las gracias de Dios
recibidas por tu medio, te ha traicionado.
Señora, ya sabes que mis miserias,
en vez de quitarme la confianza en ti,
más bien me la acrecientan.
Dame a conocer, María, que eres para mí
la misma que para todos los que te invocan:
rebosante de generosidad y de misericordia.
Me basta con que me mires y de mí te compadezcas.
Si tu corazón de mí se apiada,
no dejará de protegerme.
¿Y qué puedo temer si tú me amparas?
No temo ni a mis pecados,
porque tú remediarás el mal causado;
no temo a los demonios,
porque tú eres más poderosa que todo el infierno;
no temo el rostro de tu Hijo,
justamente contra mí indignado,
porque con una sola palabra tuya se aplaca.
Sólo temo que, por mi culpa,
deje de encomendarme a ti en las tentaciones
y de ese modo me pierda.
Pero esto es lo que te prometo,
quiero siempre recurrir a ti.
Ayúdame a realizarlo.
Mira qué ocasión tan propicia
para satisfacer tus deseos
de salvar a un infeliz como yo.
Madre de Dios, en ti pongo toda mi confianza.
De ti espero la gracia
de llorar como es debido mis pecados
y la gracia de no volver a caer.
Si estoy enfermo,
tú puedes sanarme, médica celestial.
Si mis culpas me han debilitado,
con tu ayuda me haré vigoroso.
María, todo lo espero de ti
porque eres la más poderosa ante Dios. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 7: María asiste a
una moribunda abandonada
Estaba un párroco asistiendo a un rico que moría
en lujosa mansión rodeado de servidumbre, parientes y amigos; pero
vio también a los demonios, en formas horribles, que estaban dispuestos
a llevarse su alma a los infiernos por haber vivido y morir en pecado.
Después fue avisado el párroco para asistir a
una humilde mujer que se moría y deseaba recibir los Sagrados Sacramentos.
No debiendo dejar al rico, tan necesitado de ayuda, mandó un coadjutor,
quien llevó a la enferma el santo viático.
En la casa de aquella buena mujer no vio criados ni acompañantes,
ni muebles preciosos, porque la enferma era pobre y tenía por lecho
uno de paja. Pero ¿qué vio? Vio que la estancia se iluminaba
con gran resplandor y que junto al lecho de la moribunda estaba la Madre de
Dios, María, que la estaba consolando. Ante su turbación, la
Virgen le hizo al sacerdote señal de entrar. La Virgen le acercó
el asiento para que atendiera en confesión a la enferma. Ésta
se confesó y comulgó con gran devoción y expiró,
dichosa, en brazos de María.
ORACIÓN POR UNA BUENA MUERTE
¡Dulce Madre mía! ¿Cuál será mi muerte?
Cuando pienso en el momento
en que me presente ante Dios,
recordando que con mi conducta
tantas veces firmé mi condena,
tiemblo, me confundo y me inquieto
por mi eterna salvación.
María, en la sangre de Jesús y en tu intercesión,
tengo la esperanza mía.
Eres señora del cielo y reina del universo;
basta decir que eres la Madre de Dios.
Eres lo más sublime, pero tu grandeza,
lejos de desentenderte, más te inclina
a compadecerte de nuestras miserias.
Los mundanos en la cumbre de sus honores
se alejan de los antiguos amigos
y se desdeñan de tratar con los poco afortunados.
No obra así tu corazón noble y amoroso;
mientras más miserias contempla,
más se empeña en socorrerlas.
Apenas se te invoca,
vuelas en socorro del necesitado
y te adelantas a nuestras plegarias.
Tú nos consuelas en nuestras aflicciones,
disipas las tempestades
y en toda ocasión procuras nuestro bien.
Bendita sea la divina mano que en ti ha unido
tanta majestad con tal ternura,
tanta eminencia con tanto amor.
Doy gracias siempre a mi Señor y me alegro
porque de tu dicha depende la mía
y mi destino está unido al tuyo.
Consoladora de afligidos,
consuela a un afligido que a ti se encomienda.
Los remordimientos de conciencia me atormentan,
tanto por los pecados cometidos
como por la incertidumbre
de si los he llorado cual debía.
Veo todas mis obras
llenas de fango y de defectos.
El infierno está esperando
mi muerte para acusarme.
Madre mía, ¿qué será de mí?
Si no me amparas estoy perdido.
¿Qué me dices? ¿Querrás ayudarme?
Virgen piadosísima, protégeme.
Obtenme verdadero dolor de mis pecados;
dame fuerzas para enmendarme
y serle fiel a Dios en adelante.
Y cuando esté para morir,
María, esperanza mía, no me abandones.
Entonces más que nunca asísteme
y confórtame para que no desespere.
Perdona, Señora, mi atrevimiento;
ven con tu presencia a consolarme.
A tantos has hecho esta gracia,
que también yo la deseo;
si grande es mi audacia, mayor es tu bondad,
que a los más miserables
vas buscando para consolarlos.
En tu bondad confío.
Sea gloria tuya para siempre
haber salvado del infierno
a quien a él estaba condenado
y haberle conducido a tu reino,
donde espero gozar la gran ventura
de estar siempre a tus pies agradecido
y bendiciéndote y amando eternamente.
¡María, yo te espero!
No me hagas quedar desconsolado.
Hazlo así; amén, así sea.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 8: Un devoto esposo y su
mujer desesperada
Se refiere en la cuarta parte del Tesoro del rosario que había
un caballero devotísimo de la Madre de Dios que había mandado
hacer en su palacio un pequeño oratorio en el que ante una hermosa
imagen de la Virgen solía pasar los ratos rezando, no sólo de
día, sino por la noche, interrumpiendo el descanso para ir a visitar
a su amada Señora. Su esposa, dama por lo demás muy piadosa,
observando que su marido, con el mayor sigilo, se levantaba del lecho, salía
del cuarto y no volvía sino después de mucho tiempo, cayó
la infeliz en sospechas de infidelidad. Un día, para librarse de esta
espina que la atormentaba, se atrevió a preguntar a su marido si amaba
a otra más que a ella. El caballero, con una sonrisa, le respondió:
“Sí, claro, yo amo a la señora más amable del mundo.
A ella le he entregado todo mi corazón; antes prefiero morir que dejarla
de amar. Si tú la conocieras, tú misma me dirías que
la amase más aún de lo que la amo”. Se refería a la santísima
Virgen, a la que tan tiernamente amaba. Pero la esposa, despedazada por los
celos, para cerciorarse mejor le preguntó si se levantaba de noche
y salía de la estancia para encontrarse con la señora. Y el
caballero, que no sospechaba la gran agitación que turbaba a su mujer,
le respondió que sí. La dama, dando por seguro lo que no era
verdad y ciega de pasión, una noche en que el marido, según
costumbre, salió de la estancia, desesperada, tomó un cuchillo
y se dio un tajo mortal en el cuello.
El caballero, habiendo cumplido sus devociones, volvió a la alcoba,
y al ir a entrar en el lecho lo sintió todo mojado. Llama a la mujer
y no responde. La zarandea y no se mueve.
Enciende una luz y ve el lecho lleno de sangre y a la mujer
muerta. Por fin se dio cuenta de que ella se había matado por celos.
¿Qué hizo entonces? Volvió apresuradamente a la capilla,
se postró ante la imagen de la Virgen y llorando devotamente rezó
así: Madre mía, ya ves mi aflicción. Si tú no
me consuelas, ¿a quién puedo recurrir? Mira que por venir a
honrarte me ha sucedido la desgracia de ver a mi mujer muerta. Tú,
que todo lo puedes, remédialo.
¿Y quién de los que ruegan a esta madre de misericordia
con confianza no consigue lo que quiere? Después de esta plegaria
siente que le llama una sirvienta y le dice: “Señor, vaya al dormitorio,
que le llama la señora”. El caballero no podía creerlo por la
alegría. “Vete –dijo a la doncella–, mira bien a ver si es ella la
que me reclama”. Volvió la sirvienta, diciendo: “Vaya pronto, Señor,
que la señora le está esperando”. Va, abre la puerta y ve a
la mujer viva, que se echa a los pies llorando y le ruega que la perdone,
diciéndole: “Esposo mío, la Madre de Dios, por tus plegarias,
me ha librado del infierno”. Y llorando los dos de alegría fueron a
agradecer a la Virgen en el oratorio. Al día siguiente mandó
preparar un banquete para todos los parientes, a los que les refirió
todo lo sucedido la propia mujer. Y les mostraba la cicatriz que le quedó
en el cuello. Con esto, todos se inflamaron en el amor a la Virgen María.
ORACIÓN ESPERANZADA EN MARÍA
¡Madre del santo amor!
¡Vida, refugio y esperanza nuestra!
Bien sabes que tu Hijo Jesucristo,
además de ser nuestro abogado perpetuo
ante su eterno Padre,
quiso también que tú fueras
ante él intercesora nuestra
para impetrarnos las divinas misericordias.
Ha dispuesto que tus plegarias
ayuden a nuestra salvación;
les ha otorgado tan gran eficacia,
que obtienen de él cuanto le piden.
A ti, pues, acudo, Madre,
porque soy un pobre pecador.
Espero, Señora, que me he de salvar
por los méritos de Cristo y por tu intercesión.
Así lo espero, y tanto confío
que si de mí dependiera mi salvación
en tus manos la pondría,
porque más me fío de tu misericordia y protección
que de todas las obras mías.
No me abandones, Madre y esperanza mía,
como lo tengo merecido.
Que te mueva a compasión mi miseria;
socórreme y sálvame.
Con mis pecados he cerrado la puerta
a las luces y gracias
que del Señor me habías alcanzado.
Pero tu piedad para con los desdichados
y el poder de que dispones ante Dios
superan al número y malicia de mis pecados.
Conozcan cielo y tierra,
que el protegido por ti jamás se pierde.
Olvídense todos de mí,
con tal de que de mí no te olvides,
Madre de Dios omnipotente.
Dile a Dios que soy tu siervo,
que me defiendes y me salvaré.
Yo me fío de ti, María;
en esta esperanza vivo
y en ella espero morir diciendo:
“Jesús es mi única esperanza,
y tú, después de Jesús, Virgen María”.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 9: Favor de María
hacia un pecador
Refiere el venerable Juan Herolt, que se llamaba por humildad
el Discípulo, que había un casado en desgracia de Dios. No
pudiendo su esposa hacerle desistir del pecado, le suplicó que al
menos, en aquel miserable estado, tuviera para con la Madre de Dios la atención
de que siempre que pasara ante alguna imagen suya la saludara con el Ave
María. Y el marido comenzó esa devoción.
Yendo una noche aquel malvado a pecar, vio una luz; se fijó
y advirtió que era una lámpara que ardía ante una devota
imagen de María con el Niño Jesús en los brazos. Rezó
su Ave María como de costumbre, pero después ¿qué
es lo que vio? Vio al Niño cubierto de llagas que manaban fresca sangre.
Entonces, a la vez aterrado y enternecido, pensando que él con sus
delitos había llagado así a su Redentor, rompió a llorar.
Y observó que el Niño le volvía la espalda, por lo que,
lleno de confusión, recurrió a la Virgen santísima,
diciéndole: “Madre de misericordia, tu Hijo me rechaza; yo no puedo
encontrar abogada más piadosa y poderosa que tú que eres mi
Madre; Reina mía, ayúdame y ruégale por mí”.
La Madre de Dios le respondió desde la imagen: “Vosotros, pecadores,
me llamáis madre de misericordia, pero luego no dejáis de hacerme
madre de miserias renovando la pasión de mi Hijo y mis dolores”.
Pero como María no es capaz de dejar desconsolado al que se postra
a sus pies, se volvió a rogar a su Hijo que perdonase a aquel pecador.
Jesús seguía reacio a perdonarle. Y la Virgen, dejando al Niño
en la sede, se postró ante él diciendo: “Hijo mío, mírame
a tus pies pidiendo perdón por este pecador”. Y entonces Jesús
le dijo: “Madre, yo no te puedo negar nada. ¿Quieres que le perdone?
Yo por tu amor le perdono; que se acerque y me bese estas llagas”. Se acercó
el pecador llorando copiosamente, y conforme besaba las llagas del Niño
éstas se iban cerrando. Por fin Jesús le dio un abrazo como
muestra de perdón. El hombre cambió de vida, llevando en adelante
una vida santa, devotísimo de la Virgen que le había obtenido
gracia tan extraordinaria.
ORACIÓN PARA PARTICIPAR EN LOS MÉRITOS DE CRISTO
Bendigo, Virgen María, tu corazón generoso
que es la delicia y el descanso de Dios.
Corazón lleno de humildad,
de pureza y de amor de Dios.
Yo, infeliz pecador, me llego a ti
con el corazón enfangado y llagado.
Madre piadosa, no me desprecies por esto,
sino muévete a mayor compasión para ayudarme.
No busques en mí, para auxiliarme,
ni virtud ni méritos.
Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira sólo, te lo pido, la confianza que pongo en ti
y la voluntad resuelta de enmendarme.
Mira lo que Jesús ha hecho y padecido por mí.
Te presento las penas de su vida,
el frío de Belén y el viaje a Egipto;
la pobreza, la sangre derramada,
los sudores y tristezas,
la muerte que ante ti soportó por amor mío;
por amor de Jesús empéñate en salvarme.
No puedo ni quiero temer, María,
que vayas a dejarme;
por eso a ti recurro en busca de socorro.
Si temiera, haría injuria a tu misericordia
que busca ayudar a los necesitados.
No niegues tu piedad, Señora,
a quien Jesús no ha negado su sangre.
Mas esos méritos no se me aplicarían
si tú no intercedes por mí ante Dios.
De ti espero mi eterna salvación.
No te pido ni honores ni riquezas;
te pido gracia de Dios y amor a tu Hijo;
cumplir su santa voluntad,
y el paraíso para amarlo eternamente.
¿Será posible que no me ayudes?
No, que ya me ayudas como espero;
rezas por mí, me otorgas lo que pido
y me aceptas bajo tu protección.
No me dejes, Madre mía;
sigue rezando por mí hasta que me veas
salvo a tus plantas en el cielo,
bendiciéndote y dándote gracias siempre. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 10: María socorre
a san Francisco de Sales
Muy bien experimentó la fuerza de esta oración
(“Acordaos”) san Francisco de Sales, como se narra en su vida. Tenía
el santo unos diecisiete años y se encontraba en París dedicado
al estudio y entregado al santo amor de Dios, disfrutando de dulces delicias
de cielo. Mas el Señor, para probarlo y estrecharlo más a su
amor, permitió que el demonio le obsesionase con la tentación
de que todo lo que hacía era perdido porque en los divinos decretos
estaba reprobado. La oscuridad y aridez en que Dios quiso dejarlo al mismo
tiempo, porque se encontraba insensible a los pensamientos más dulces
sobre la divina bondad, hicieron que la tentación tomara más
fuerza para afligir el corazón del santo joven, hasta el punto de
que por esos temores y desolaciones perdió el apetito, el sueño,
el color y la alegría, de modo que daba lástima a todos los
que lo veían.
Mientras duraba aquella terrible tempestad, el santo joven no sabía
concebir otros pensamientos ni proferir otras palabras que no fueran de desconfianza
y de dolor. “¿Con que –decía– estaré privado de la gracia
de Dios, que en lo pasado se me ha mostrado tan amante y suave? ¡Oh
amor, oh belleza a quien he consagrado todos mis afectos! ¿Ya no gozaré
más de tus consolaciones? ¡Oh Virgen Madre de Dios, la más
hermosa de todas las hijas de Jerusalén! ¿Es que no te he de
ver en el paraíso? Ah Señor, ¿es que no he de ver tu
rostro? Al menos no permitas que yo vaya a blasfemar y maldecirte en el infierno”.
Estos eran los tiernos sentimientos de aquel corazón afligido y enamorado
de Dios y de la Virgen.
La tentación duró un mes, pero al fin el Señor se dignó
librarlo por medio de María santísima, la consoladora del mundo,
a la que el santo había consagrado su virginidad y en la que afirmaba
tener puesta toda su confianza.
Entre tanto, una tarde, yendo hacia casa, vio una tablilla pegada
al muro. La leyó, y era la siguiente oración: “Acordaos, piadosísima
María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a ti se haya visto por ti desamparado”. Postrado junto al
altar de la Madre de Dios rezó con afecto aquella oración, le
renovó su voto de castidad y prometió rezarle todos los días
un rosario. Y luego añadió: “Reina mía, sé mi
abogada ante tu divino Hijo, al que no me atrevo a recurrir. Madre mía,
si yo, infeliz, en la otra vida no puedo amar a mi Señor que es tan
digno de ser amado, al menos consígueme que te ame en este mundo inmensamente.
Esta es la gracia que te pido y de ti la espero”. Así rezó
a la Virgen y se abandonó por completo en brazos de la divina misericordia,
resignado completamente a la voluntad de Dios. Pero apenas había concluido
su oración, en un instante la Virgen le libró de la tentación.
Recuperó del todo la paz del alma y la salud corporal y siguió
viviendo devotísimo de María, cuyas alabanzas y misericordias
no cesó de anunciar en predicaciones y libros toda la vida.
ORACIÓN EN DEMANDA DEL SOCORRO DE MARÍA
¡Madre de Dios y reina de los ángeles!
¡Esperanza de los hombres!
¡Mira al que te llama y a ti recurre!
Me postro ante ti, yo, pobre esclavo,
me consagro por tu siervo para siempre
y me ofrezco a servirte y honrarte
cuanto pueda, toda la vida.
Poco puede honrarte
un esclavo tan ruin y rebelde
que tanto ha ofendido a mi Dios y Redentor.
Pero si me aceptas, aunque sin merecerlo,
y con tu intercesión me haces digno,
tu misma misericordia me hará santo
y te daré el honor que yo solo no puedo.
Acéptame y no me rechaces, Madre mía.
Estas ovejas perdidas
vino a rescatar el Verbo eterno,
y por salvarlas se hizo Hijo tuyo.
¿Despreciarás a esta oveja extraviada
que a ti recurre para encontrar a Jesús?
Ya está entregado el rescate que me salva;
mi Salvador ya derramó su sangre preciosa,
la que basta para salvar mil mundos.
Basta que esa sangre se me aplique,
y esto en tus manos está, Virgen bendita.
En tus manos está salvar al que quieres.
Ayúdame, mi reina, y sálvame.
En ti confío, a tu intercesión me entrego.
Salud de los que te invocan, sálvame.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 11: María asiste a
un devoto suyo
En Reischersperg vivía Arnoldo, canónigo regular
muy devoto de la santísima Virgen. Estando para morir recibió
los santos sacramentos y rogó a los religiosos que no le abandonasen
en aquel trance. Apenas había dicho esto, a la vista de todos comenzó
a temblar, se turbó su mirada y se cubrió de frío sudor,
comenzando a decir con voz entrecortada: “¿No veis esos demonios que
me quieren arrastrar a los infiernos?” Y después gritó: “Hermanos,
invocad para mí la ayuda de María; en ella confío que
me dará la victoria”. Al oír esto empezaron a rezar las letanías
de la Virgen, al decir: Santa María, ruega por él, dijo el moribundo:
“Repetid, repetid el nombre de María, que siento como si estuviera
ante el tribunal de Dios”. Calló un breve tiempo y luego exclamó:
“Es cierto que lo hice, pero luego también hice penitencia”. Y volviéndose
a la Virgen le suplicó: “Oh María, yo me salvaré si
tú me ayudas”.
Enseguida los demonios le dieron un nuevo asalto, pero él
se defendía haciendo la señal de la cruz con un crucifijo e
invocando a María. Así pasó toda aquella noche. Por
fin, llegada la mañana, ya del todo sereno, Arnoldo exclamó:
“María, mi Señora y mi refugio, me ha conseguido el perdón
y la salvación”. Y mirando a la Virgen que le invitaba a seguirlo,
le dijo: “Ya voy, Señora, ya voy”. Y haciendo un esfuerzo para incorporarse,
no pudiendo seguirla con el cuerpo, suspirando dulcemente la siguió
con el alma, como esperamos a la gloria bienaventurada.
ORACIÓN ANTE EL PELIGRO
María, esperanza mía,
mira a tus pies a un pobre pecador
tantas veces por mi culpa esclavo del mal.
Reconozco que me dejé vencer del enemigo
por no acudir a ti, refugio mío.
Si a ti hubiera siempre recurrido
y siempre te hubiera invocado,
jamás hubiera caído.
Espero, Señora y Madre,
haber salido por tu medio del mal
y que Dios me habrá perdonado.
Pero temo caer de nuevo en sus cadenas.
Sé que mis enemigos desean perderme
y me preparan nuevos asaltos y tentaciones.
Ayúdame tú, mi reina y mi refugio.
Tenme bajo tu protección;
no consientas que de nuevo
me vea esclavo del pecado.
Sé que siempre que te invoque
me ayudarás a salir victorioso.
Virgen santísima,
que siempre de ti me acuerde,
sobre todo al encontrarme en la batalla;
haz que no deje de invocarte
diciendo: “María, ayúdame; ayúdame, María”.
Y cuando llegue la hora de mi muerte,
reina mía, asísteme entonces como nunca;
haz tú misma que me acuerde de invocarte
con la boca y el corazón con más frecuencia
para que, expirando
con tu dulce nombre en los labios
y el de tu Hijo Jesús,
pueda ir a bendeciros y alabaros
para no separarme de vosotros
por toda la eternidad en el paraíso. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 12: Convertido al no renegar
de María
Refieren el Belovacense y Cesáreo que un joven noble,
por sus vicios, se vio reducido de rico como lo había dejado su padre,
a tanta pobreza que necesitaba mendigar para comer. Se fue a vivir lejos,
donde no fuese conocido para no pasar tanta vergüenza. Por el camino
se encontró con un viejo criado de su padre, quien al verlo tan afligido
por la pobreza en que había caído le dijo que no perdiese el
ánimo, porque él podía ponerlo en relación con
un príncipe que lo proveería de todo.
El antiguo sirviente se había convertido en un impío
hechicero. Un día tomó consigo al infeliz joven y lo llevó
a través de un bosque a la orilla de un lago, donde comenzó
a hablar con una persona invisible. El joven le preguntó con quién
hablaba. Le respondió que con el demonio; y al ver el espanto del
joven trató de animarlo para que no tuviera miedo. Y continuó
hablando con el demonio: “Señor –le dijo–, este joven está
reducido a extrema miseria y quiere volver a su antigua posición”.
“Cuando quiera obedecerme –respondió el enemigo– le haré más
rico que antes, pero en primer lugar tiene que renegar de Dios”. Ante esta
propuesta se horrorizó el joven, pero instigado por le maldito mago
lo hizo y renegó de Dios. “Pero esto no basta –replicó el demonio–,
es necesario también que reniegue de María, porque ella es
la que nos causa más pérdidas. ¡A cuántos nos
los arranca de las manos y los lleva a Dios para salvarlos!” “¿Qué
yo reniegue de mi madre? ¡Eso sí que no! –gritó el joven–.
¡Ella es toda mi esperanza! ¡Prefiero andar mendigando toda mi
vida!” Y el joven se alejó apresuradamente de aquel lugar.
A la vuelta acertó a pasar por una iglesia de María.
Entró el desconsolado joven y, postrándose ante su imagen,
comenzó a llorar amargamente y a pedir a la santísima Virgen
que le obtuviera el perdón de sus pecados. Y he aquí que María,
desde su imagen, se puso a rogar a su Hijo a favor de aquel infeliz. Jesús
le dijo: “Pero si es un ingrato, Madre mía; ha renegado de mí”.
Mas como María no dejaba de suplicarle, al fin le dijo: “Madre mía,
jamás te he negado nada; sea perdonado ya que tú me lo pides”.
Todo esto lo estaba observando providencialmente el señor
que había comprado la hacienda del joven. Y viendo la piedad de María
con aquel pecador y como tenía una hija única se la dio por
esposa, haciéndolo heredero de todos sus bienes. Y así aquel
joven recuperó, gracias a María, la gracia de Dios y hasta
los bienes temporales.
ORACIÓN PARA PEDIR EL AMOR A DIOS
Qué esperanza de salvación y vida eterna
me da el Señor
al haberme otorgado por su misericordia
tal confianza en el auxilio de su Madre,
a pesar de que por mis pecados
he incurrido en su desgracia y he merecido fatal condena.
Doy gracias a Dios y a mi protectora María
que se ha dignado
acogerme bajo su manto,
como lo demuestran tantas gracias
como por su medio he recibido.
Sí que te agradezco, Madre mía,
tantos bienes como me has regalado.
Reina mía, ¡de cuántos peligros me has librado!
¡Cuántas luces y misericordias
me has alcanzado de Dios!
¿Qué atenciones o qué beneficios
has recibido de mí
para que así te empeñes en favorecerme?
Sólo tu bondad es quien te mueve.
Aunque diera por ti mi sangre y mi vida,
sería muy poco parea lo que te debo,
a ti que me has librado de eterna muerte
y por ti he recobrado la gracia de Dios, como confío.
De ti proviene, lo sé, toda mi dicha.
Mi Señora, yo lo que tengo que hacer
es alabarte siempre y amarte.
Acepta el afecto de un pobre pecador
que está enamorado de tu bondad.
Si mi corazón es indigno de amarte
por estar lleno de afectos terrenales,
cámbiamelo, que en tu mano está el hacerlo.
Y luego úneme a mi Dios de tal manera
que no pueda separarme de su amor.
Esto quieres de mí, que ame a tu Dios;
y lo mismo pido de ti, que yo le ame
y le ame siempre, que nada más deseo. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 13: Favor de María
a Teófilo
Es famosa la historia de Teófilo escrita por Eutiquiano,
patriarca de Constantinopla, testigo ocular de los hechos, y que es referida
luego por san Pedro Damiano, san Bernardo, san Buenaventura, san Antonino
y otros que nombra el P. Crasset.
Teófilo era arcediano de la Iglesia de Adana, en Cilicia.
Tan estimado por los fieles que lo querían por su obispo; pero él,
por humildad, lo rehusó. Pero habiéndole acusado calumniosamente
unos malvados y habiendo sido depuesto de su cargo, concibió tal dolor
que, cegado por la pasión, fue en busca de un mago judío a
fin de que le evocara a Satanás para que le ayudase en su desgracia.
El demonio le exigió que, si quería su ayuda, renegase de Jesús
y su Madre María y lo declarase en documento firmado por su mano. Teófilo
firmó el abominable documento.
Al día siguiente, el obispo, habiendo reconocido el mal
hecho, le pidió perdón y lo rehabilitó en su cargo.
Desde ese momento Teófilo, lacerado de remordimientos de conciencia
por su enorme pecado, no hacía otra cosa más que llorar. ¿Y
qué hizo? Fue a la iglesia y postrado a los pies de la imagen de María,
llorando, le dijo: “Oh Madre de Dios, no me quiero desesperar teniéndote
a ti que eres tan piadosa y me puedes ayudar...” Y así estuvo durante
cuatro días ante la santísima Virgen, llorando y rezando.
Y he aquí que al fin, por la noche, se le apareció
la madre de misericordia y le dijo: “Teófilo, ¿qué has
hecho? Has renunciado a mi amistad y a la de mi Hijo. ¿Y por qué?
¿Por entregarte a mi enemigo y al tuyo?” “Señora –respondió
Teófilo–, perdóname y consígueme el perdón de
tu Hijo”. Entonces María, viendo su confianza, le dijo: “Tranquilízate,
que quiero rogar a mi Hijo por ti”. Animado por esto, Teófilo redobló
sus lágrimas, sus plegarias y sus penitencias, no apartándose
del lado de la imagen. Y he aquí que de nuevo se le apareció
María, y con rostro risueño le dijo: “Teófilo, alégrate,
he presentado tus lágrimas y oraciones a Dios y él te ha recibido
y perdonado. De hoy en adelante le serás agradecido y fiel”. “Señora
–le dijo Teófilo–, esto no basta para consolarme plenamente. El enemigo
tiene en su poder aquella impía escritura en que firmé mi renuncia
a ti y a tu Hijo; tú puedes hacer que me la restituya... Después
de tres días, al despertar Teófilo, encontró sobre su
pecho la malhadada escritura.
Al día siguiente, mientras el obispo oficiaba en la Iglesia,
en presencia de todo el pueblo, fue Teófilo a postrarse a sus pies
y le refirió todo lo sucedido llorando a mares, y le entregó
la maldita escritura, que el obispo hizo quemar inmediatamente delante de
todos los fieles, que no hacían más que llorar de alegría
exaltando la bondad de Dios y la misericordia de María para con aquel
gran pecador. Teófilo se volvió a la iglesia de la Virgen,
donde después de tres días murió lleno de contento,
dando gracias a Jesús y a su santa Madre.
ORACIÓN PARA PEDIR LA PROTECCIÓN DE MARÍA
Reina y madre de misericordia
que otorgas la gracia
a todos los que a ti recurren
con tal generosidad porque eres reina
y con tanto amor
porque eres madre amantísima.
A ti acudo, pobre de méritos y virtudes
y cargado de deudas con la divina justicia.
María, tú tienes
las llaves de la divina misericordia;
no me abandones en mis miserias
y no me dejes postrado en mi pobreza.
Eres tan generosa con todos
y tan acostumbrada a otorgar
mucho más que lo que se te pide...
Sé igual de generosa conmigo.
Protégeme, Señora, que es lo que te pido.
Si tú me proteges, nada temo.
No temo a los demonios porque tú eres
más poderosa que todo el infierno.
No temo por mis pecados
porque me puedes conseguir perdón de todos
con una palabra que digas al Señor.
No temo ni al enojo de Dios
si tengo tu favor,
porque con una súplica tuya se aplaca.
Si tú me amparas
lo espero todo, porque lo puedes todo.
Madre de misericordia, en ayudar a pecadores
pones tu gozo y tu gloria;
y los socorres si no se obstinan.
Yo soy pecador, pero no soy obstinado.
Ya que puedes ayudarme, ayúdame.
Yo me pongo del todo en tus manos.
Dime lo que he de hacer para agradar a Dios,
que quiero hacerlo presto y con tu ayuda.
María, eres mi Madre, mi luz, mi consuelo,
refugio y esperanza mía. Amén, amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 14: Un malhechor librado
por María
Cuenta el P. Raíz, camaldulense, cómo un joven,
muerto su padre, fue mandado por la madre a la corte de un príncipe.
La madre, que era devotísima de la Virgen, al despedirlo le hizo prometer
que todos los días rezaría un Ave María con esta jaculatoria:
“Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte”.
Llegado a la corte, el poco tiempo el joven se hizo tan disoluto
que el príncipe lo despachó. Desesperado y no sabiendo qué
hacer, se convirtió en salteador de caminos; pero, con todo, no dejaba
de rezar lo que le había prometido a la madre. Por fin cayó
en manos de la justicia y fue condenado a muerte.
En la cárcel, la víspera de ser ejecutado, pensando
en su deshonra y en el dolor que le iba a causar a su madre y espantado por
la muerte que le esperaba en el patíbulo lloraba desconsolado. Al
verlo el demonio oprimido por tan gran tristeza, se le apareció en
forma de un gallardo joven y le dijo que él podía librarlo
de la cárcel si hacía lo que le mandase. El condenado se allanó
a todo. Entonces el fingido joven le manifestó que era el demonio
que venía en su ayuda. En primer lugar, le exigió que renegase
de Jesucristo y de los santos sacramentos. El joven aceptó. Enseguida
le exigió el demonio que renegase de la Virgen María y que
renunciase a su protección. “Esto no lo haré jamás”,
respondió al instante el joven; y volviéndose hacia María
le dijo su acostumbrada oración: “Virgen bendita, ayúdame a
la hora de la muerte”. Al oír estas palabras, desapareció el
demonio. El joven quedó consternado por la infamia que había
cometido de renegar de Jesucristo. Pero recurriendo a la Virgen le pidió
un gran dolor de todos sus pecados, luego se confesó muy contrito
y deshecho en llanto.
De camino al patíbulo, en un nicho, vio una imagen de María,
y él la saludó con su acostumbrada oración: “Virgen bendita,
ayúdame en la hora de la muerte”. Y la estatua, a la vista de todos,
inclinó la cabeza saludándolo. Él, enternecido, pidió
que le dejaran besar los pies de la imagen. Los esbirros no querían,
pero ante el alboroto que se estaba armando entre el pueblo, le dejaron.
Se inclinó el joven para besar los pies de la imagen; entonces María
extendió el brazo y lo tomó de la mano tan fuertemente que
no había manera de soltarlo. Ante tal portento, todos empezaron a
gritar pidiendo perdón para el condenado a muerte. Y le fue concedido
el perdón. Vuelto a su patria llevó una vida ejemplar, viviendo
con sumo fervor su devoción a María que le había librado
de la muerte temporal y eterna.
ORACIÓN PARA ALCANZAR EL PERDÓN
Excelsa Madre de Dios:
Habla, Señora, que tu Hijo escucha
y lo que pides conseguirás.
Habla, María, abogada nuestra,
a favor de nosotros, desdichados.
Recuerda que por nuestro bien
has recibido tanto poder y dignidad.
Dios ha querido hacerse tu deudor,
recibiendo de ti su ser humano,
para que puedas, a tu arbitrio,
dispensar misericordia en favor nuestro.
Somos tus siervos, y entre los mejores
quisiera yo encontrarme.
Nos gloriamos de estar bajo tu amparo.
Si a todos haces bien
aunque no te conozcan ni te honren,
y hasta a los que te ultrajan y blasfeman,
¿cuánto más debemos confiar en tu bondad,
que busca aliviar siempre al infeliz,
quienes te amamos y confiamos en ti?
Somos grandes pecadores,
pero Dios te ha dado tal poder y bondad
que puede aniquilar todas nuestras maldades.
Puedes y quieres salvarnos;
y tanto más lo esperamos
cuanto más indignos somos
para glorificarte más en el cielo,
a donde hemos de llegar con tu intercesión.
Madre de misericordia,
a ti nos presentamos, purifícanos.
Alcánzanos verdadera enmienda y el amor de Dios,
la perseverancia y el paraíso.
Te pedimos gracias enormes,
pero ¿es que no puedes conseguirlo todo?
¿Son demasiado para el amor que Dios te tiene?
Te basta desplegar los labios
y rogar a tu Hijo que nada te niega.
Ruega, María, ruega por nosotros;
ruega, que ciertamente serás oída,
y nosotros ciertamente nos salvaremos.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 15: Singular favor de María
a Beatriz
La piedad y compasión de María hacia el pecador
bien se mostró en el caso de Beatriz, monja en el monasterio de Monte
Eraldo, como lo refieren Cesáreo y el P. Rho.
Esta infeliz religiosa, vencida por el amor desordenado a un joven, decidió
fugarse con él. Y, en efecto, un día, la desdichada, fue ante
la imagen de María y allí depositó las llaves del monasterio,
pues era la portera, y se fugó.
Marchando a un país lejano, vivió como mujer de
la vida durante quince años. Sucedió que llegó por allí
el proveedor del monasterio y ella, pensando que no la reconocería,
le preguntó si conocía a sor Beatriz. Muy bien la conozco,
le respondió: es una santa monja y ahora es una maestra de novicias.
Ante esta noticia, ella quedó confusa y maravillada, no acertando
a comprender qué había pasado. Y por cerciorarse, cambió
de indumentaria y viajó al monasterio. Hizo llamar a sor Beatriz,
y he aquí que se le presenta delante la Santísima Virgen en
la figura de aquella imagen ante la que había dejado el hábito
y las llaves. Y la Madre de Dios le habló así: “Has de saber,
Beatriz, que yo, para impedir tu deshonor, he tomado tu figura, y he hecho
tus veces durante estos quince años en que has vivido alejada del
monasterio y de Dios, haciendo tus oficios. Hija, vuelve, haz penitencia,
que mi Hijo aún te espera; y procura con una santa vida, conservar
el buen nombre que te he conquistado”. Dicho esto desapareció.
Beatriz entró en el monasterio, retomando el hábito
de religiosa y, agradecida a tan gran misericordia de María vivió
como una santa. Y en la hora de la muerte lo manifestó todo para gloria
de esta gran Señora.
ORACIÓN A NUESTRA ABOGADA
Excelsa Madre de mi Señor, ya comprendo
que mis ingratitudes, durante tantos años
contigo y con Dios,
hacen que yo merezca, con razón,
que dejes tú de preocuparte de mí,
ya que el ingrato no merece beneficios.
Pero yo, sublime Señora,
tengo un gran concepto de tu bondad,
que es mucho mayor que mi ingratitud.
Prosigue, refugio de pecadores,
y no dejes de socorrer a uno que en ti confía.
Madre de misericordia, extiende tu mano,
y levanta a un caído que implora tu piedad.
María, o me defiendes tú,
o me dices a quién debo acudir
para que mejor que tú me defienda.
Mas ¿dónde podré encontrar abogada ante Dios
más compasiva y poderosa
que tú, que eres su Madre?
Tú, al ser elegida como Madre del Salvador,
has sido creada para salvar pecadores,
y a mí me has sido otorgada
para conseguirme la salvación.
María, salva al que a ti recurre.
Yo no merezco tu amor,
pero el deseo que tienes de salvar a los perdidos,
me hace tener confianza en que me amas.
Y si tú me quieres ¿cómo me voy a perder?
Amada Madre mía,
si me salvo por ti, como lo espero,
ya no seré jamás ingrato;
compensaré con alabanzas perpetuas,
y con todo el amor del alma mía,
mis ingratitudes pasadas
y el amor que siempre me has tenido.
En el cielo, donde reinas y reinarás por siempre,
feliz cantaré tu misericordia,
y besaré sin cesar esas manos amorosas
que tantas veces me libraron del infierno
cuantas yo lo merecí con mis pecados.
María, mi libertadora,
mi esperanza, mi Reina y mi Abogada,
Madre mía, yo te amo,
y te quiero amar
con todo el corazón y siempre.
Amén, amén. Así lo espero, así sea.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 16: Conversión de
la infeliz Benita
Refieren el B. Alano y Bonifacio, que vivía en Florencia una
joven llamada Benita, pero que más bien merecía llamarse maldita
por la vida escandalosa y deshonesta que llevaba. Para su fortuna llegó
a predicar en una ciudad Santo Domingo, y ella, por mera curiosidad fue a
escucharle. Y el Señor le puso tal compunción en su corazón
al oírlo, que llorando se fue a confesar con el santo. Éste
la confesó, la absolvió y le impuso de penitencia rezar el rosario
diariamente. Pero la infeliz, arrastrada por sus malos hábitos, volvió
a su mala vida. Lo supo el santo, y yéndola a buscar, obtuvo de ella
que se confesara de nuevo. Y Dios, para confirmarla en la virtud, le hizo
ver el infierno y en él, algunos que por su culpa se habían
condenado. Después, en un libro abierto, le hizo leer el pavoroso
recuento de sus pecados. Horrorizada la penitente ante semejante visión,
acudió a María para que le ayudase. Y se le dio a entender
que esta divina Madre le había conseguido de Dios espacio de tiempo
para llorar todas sus liviandades.
Pasada la visión, Benita se entregó a una vida
santa; pero teniendo siempre ante los ojos aquel terrible proceso que había
visto, un día se puso a rezarle así a su consoladora: “Madre,
es verdad que yo, por mis excesos debería estar en lo profundo del
infierno, pero ya que tú, con tu intercesión, me has librado
obteniéndome tiempo de hacer penitencia, te pido esta otra gracia:
no quiero dejar nunca de llorar mis pecados, pero haz que sean borrados de
aquel libro”. Hecha esta oración, se le apareció la Virgen
y le dijo que, para obtener lo que pedía, era necesario que, en adelante,
se acordase de la misericordia que Dios había tenido con ella y de
la Pasión que su Hijo había sufrido por amor de ella; y que
considerase que cuántos, con menos culpas que ella, se habían
condenado... Habiendo obedecido Benita fielmente a la Santísima Virgen,
un día se le apareció Jesucristo, mostrándole aquel
libro le dijo: Mira, tus pecados están borrados y el libro en blanco:
escribe ahora actos de amor y de virtud. Así lo hizo Benita, llevando
una vida santa y teniendo una santa muerte.
ORACIÓN DE CONFIANZA EN MARÍA
Señora mía, siendo tu oficio
el de mediadora entre los pecadores y Dios,
”ea, pues, abogada nuestra”,
cumple también ese oficio conmigo.
No me digas que mi causa
es muy difícil de ganar;
pues yo sé, como me dicen todos,
que toda causa por desesperada que sea,
si la defiendes tú, jamás se pierde.
Podría temer si sólo mirase
la muchedumbre de mis pecados,
y tú no aceptaras defenderme,
pero al ver tu misericordia inmensa,
y el sumo deseo de ayudar al pecador
que late en tu corazón, nada temo.
¿Quién se perdió jamás
habiendo recurrido a ti?
Por eso te llamo en mi socorro,
mi abogada, mi refugio y mi esperanza.
En tus manos pongo la causa
de mi eterna salvación,
perdida estaba,
pero tú la tienes que ganar.
Gracias le doy siempre al Señor
que me da esta gran confianza en ti,
la cual, a pesar de mis deméritos,
siento que me garantiza la salvación.
Sólo un temor me aflige, amada Reina mía;
y es que yo pueda, por mi descuido
perder esta confianza en ti.
Por eso te ruego, María, Madre mía,
por el amor que tienes a Jesús,
que siempre me conserves y acrecientes
esta confianza en tu intercesión
por la que espero, con toda certeza,
recuperar la amistad divina,
tantas veces por mí despreciada y perdida.
Recuperarla espero por tu medio y conservarla,
hasta llegar, gracias a ti, al Paraíso,
a agradecer y cantar
las misericordias de Dios y tuyas,
por toda la eternidad. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 17: Un abogado, librado del
mal
Se narra en las crónicas de los padres Capuchinos que había
en Venecia un célebre abogado quien, con fraudes y malas artes, se
había enriquecido, por lo que vivía en mal estado. No tenía
de bueno más que recitar diariamente una oración a la Virgen.
Y esta pequeña devoción le libró de la muerte eterna
por la misericordia de María. Veamos cómo.
Para su fortuna se hizo amigo de fray Mateo de Basso, y tanto
le rogó al padre que fuera a comer a su casa, que un día por
fin le complació. Ya en casa le dijo el abogado: “Ahora, padre, le
voy a mostrar algo que no habrá visto jamás. Tengo una mona
admirable que me sirve como un criado; lava los platos, me sirve a la mesa,
me abre la puerta...” “Cuidado, le respondió el padre, no sea que
la mona sea algo muy distinto... Que la traigan aquí”. La llaman y
la vuelven a llamar; la siguen buscando por todas partes, y la mona no aparece.
Al fin la encuentran escondida bajo un camastro en el sótano, pero
la mona se resistía a salir. “Vamos a donde está”, decide el
religioso; y juntos bajaron a donde se encontraba. El religioso le grita:
“Bestia infernal, sal de ahí, y de parte de Dios te mando que nos
digas quién eres”. Y, he aquí que la mona respondió
que era el demonio, que estaba aguardando el día en que aquel pecador
dejara su acostumbrada oración a la Madre de Dios, porque en cuanto
la dejase, tenía licencia de Dios para ahogarlo y llevárselo
consigo al infierno. Ante semejante declaración, el pobre abogado
se postró a los pies del siervo de Dios pidiéndole su ayuda.
Él le animó y mandó al demonio que saliera de aquella
casa sin hacer daño. “Sólo te doy licencia, para dejar un hueco
en la pared, en señal de haberte marchado”. Apenas le dijo esto, se
abrió, con gran estruendo, un boquete en el muro, que en mucho tiempo,
por más que lo intentaron, no permitió Dios que lo pudieran
tapar, hasta que, por consejo del siervo de Dios, pudieron taparlo poniéndole
una placa de mármol con la escultura de un ángel. El abogado
convertido, es de esperar que perseverase hasta la muerte en su nueva vida.
ORACIÓN PARA UN BUEN ARREPENTIMIENTO
Virgen santa, sublime criatura,
desde esta tierra te saluda un pecador
que merece castigos y no gracia,
justicia en vez de misericordia.
Bien sé que te complaces
en ser tanto más benigna, cuanto eres más grande;
cuantos son más pobres los que a ti recurren,
tanto más te empeñas en protegerlos y salvarlos.
Tú eres, Madre mía,
la que lloraste un día a tu Hijo muerto por mí.
Ofrécele, te ruego, tus lágrimas a Dios,
y por ellas, consígueme
un verdadero dolor de mis pecados.
Te han afligido tanto los pecadores
y tanto te afligí yo con mis pecados...
Alcánzame, María, que yo, en adelante,
no te aflija más con mis ingratitudes.
¿De qué me aprovecharía tu llanto
si yo continuara siendo ingrato?
¿Para qué me serviría tu misericordia,
si de nuevo te fuera infiel y me condenase?
Reina mía, no lo permitas.
Tú has remediado todas mis carencias.
Ya que obtienes de Dios cuanto te propones,
y escuchas a todo el que te ruega,
estas dos gracias te pido con plena confianza:
haz que sea fiel a Dios
y que le ame por cuanto le he ofendido.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 18: Distinta suerte de dos
jóvenes libertinos
En el año 1604, en una ciudad de Flandes, vivían
dos jóvenes estudiantes, que en vez de dedicarse a los estudios, se
lo pasaban en borracheras y deshonestidades. Una de tantas noches, habiendo
estado pecando en casa de una mujer de mala vida, uno de ellos llamado Ricardo,
se fue a su casa, el otro se quedó más tiempo. Llegado a casa
Ricardo, mientras se desvestía para acostarse, se acordó de
que no había rezado aún el Ave María a la Virgen, como
acostumbraba. Se caía de sueño, por lo que le costó
mucho rezar, pero haciendo un esfuerzo rezó, aunque sin devoción
y medio dormido. Luego se acostó; y estando en el primer sueño,
sintió llamar fuerte a la puerta, e inmediatamente después,
sin que se abriera la puerta, vio ante sí a su compañero, desfigurado
y horrible. “¿Quién eres?”, le dijo. “¿No me reconoces?”,
le respondió la aparición. “Pero ¿cómo estás
tan cambiado? ¡Si pareces un demonio?” “¡Desgraciado de mí!
¡Estoy condenado!”, gritó el infeliz. “¿Cómo?”
“Al salir de aquella casa infame un demonio me ahogó. Mi cuerpo está
en medio de la calle y mi alma en el infierno. Y has de saber que el mismo
castigo estaba preparado para ti, pero la Virgen, por ese pequeño
obsequio del Ave María, te ha librado. ¡Feliz tú, si
sabes aprovechar este aviso que por mi medio te manda la Madre de Dios!”
Y dicho esto desapareció. Ricardo, deshecho en llanto, se arrojó
de la cama postrándose en el suelo para dar gracias a María
su libertadora. Y estando meditando en cambiar de vida, oyó la campana
de los franciscanos que tocaba a maitines. Se dijo: Ahí me llama Dios
a hacer penitencia. Marchó inmediatamente al convento a rogar a los
padres que lo recibieran. Ellos no querían hacerle caso conociendo
su vida tan desordenada; pero él, hecho un mar de lágrimas,
les contó cuanto acababa de suceder. Marcharon los padres a aquella
calle, y, en verdad, encontraron el cadáver del joven con muestras
de haber sido ahogado y negro como un carbón. Entonces lo recibieron.
Ricardo, de ahí en adelante se entregó a una vida ejemplar.
Fue a las Indias y a predicar el Evangelio; de allí pasó al
Japón; y tuvo la gracia de morir mártir de Jesucristo, siendo
quemado vivo.
ORACIÓN DE GRATITUD A MARÍA
María, mi Madre muy amada:
en qué abismo de males no me encontraría,
si no me hubieras preservado tantas veces;
si con tu piadosa mano
no me hubieras sostenido
en cuántos peligros hubiera caído.
Cuántos años hace que estaría en el infierno
si tú no me hubieras librado con piadosos ruegos.
Mis graves pecados allí me arrojaban;
la divina justicia, ya me había condenado;
los demonios bramaban,
queriendo ver ejecutada la sentencia.
Pero tú acudiste, Madre,
sin que yo te llamara, y me salvaste.
Mi amada libertadora,
¿qué te ofrendaré por tal gracia y tanto amor?
Tú, después, venciste mi dureza,
y me atrajiste a tu amor y a confiar en ti.
Prosigue, vida y esperanza,
Madre a la que amo más que a mi vida,
prosigue empeñada en librarme del infierno,
y, antes, de los pecados en que puedo caer.
Mi Señora, tan querida, yo te amo.
¿Cómo podrá sufrir tu bondad
ver condenado a un devoto que te ama?
Consígueme que no sea en adelante ingrato,
ni contigo, ni con Dios,
que, por tu amor, tantas gracias me ha otorgado.
María, sé que me perderé si te abandono.
Pero ¿cómo tendré el valor para dejarte?
Tú, después de Dios,
eres todo el amor que me queda.
No soy capaz de vivir sin amarte.
Yo te quiero de veras, yo te amo,
y espero que siempre te amaré,
en el tiempo y en la eternidad,
porque eres la criatura más bella y santa,
más benigna y amable del mundo. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 19: Detalles de bondad de
María hacia un perfecto devoto suyo
El B. Joaquín Picolomini, muy devoto de María,
desde su infancia, visitaba hasta tres veces al día una imagen de
la Virgen de los Dolores que se veneraba en una iglesia, y los sábados
ayunaba para mejor honrarla. A media noche se levantaba para meditar en sus
dolores. Y María Santísima le recompensó estos obsequios.
En su juventud le dijo que entrara en la Orden de los Servitas, lo que, sin
demora, ejecutó el Beato. Al final de su vida, se le apareció
también la Virgen María trayéndole dos coronas: una
de rubíes, en premio de la compasión que había tenido
de sus dolores, y otra de perlas, como premio a la virginidad que le había
consagrado. Poco antes de morir, se le volvió a aparecer, y el enfermo
le pidió la gracia de morir el mismo día en que murió
Jesucristo.
La Virgen Santísima le consoló diciendo: “Pues
bien, prepárate, porque mañana, viernes, morirás de
repente, como deseas, y estarás conmigo en el paraíso”. En
efecto, así sucedió. Mientras en la iglesia cantaban la Pasión
de Cristo según san Juan, al decir las palabras “Estaba junto a la
cruz de Jesús su Madre”, el paciente entró en agonía,
y al decir: “E inclinando la cabeza entregó su espíritu”, el
bienaventurado entregó también su alma al Señor, a la
vez que el templo se iluminaba con misterioso resplandor, y un suave y desconocido
aroma se esparcía en el ambiente.
ORACIÓN DE AMOR HACIA MARÍA
¡Reina del cielo y de la tierra!
¡Madre del soberano Señor del Universo!
¡Criatura la más sublime, excelsa y amable!
Es verdad que muchos ni te conocen ni te aman;
pero miríadas de ángeles y santos en el cielo
te aman y no cesan de cantar tus alabanzas;
y aun en la tierra ¡cuántos felizmente
se consumen en tu amor,
y andan de tu bondad enamorados!
¡Ojalá te amara yo también, mi amable Señora!
¡Quién me diera el pensar siempre en ti
servirte, alabarte y honrarte,
y trabajar para que de todos fueras honrada y amada!
Has llegado a enamorar a Dios,
y con tu belleza, por decirlo así,
lo has atraído del seno del eterno Padre,
y lo has hecho venir a la tierra
para hacerse hombre e Hijo tuyo.
Y yo, pobre gusanillo, ¿viviré sin amarte?
También yo te quiero amar de verdad,
y hacer cuanto pueda por verte amada por todos.
Ya ves, Señora, el deseo que tengo de amarte;
ayúdame para cumplirlo.
Sé que a tus amantes,
tu Dios los mira complacido;
Él, después de su gloria, nada desea más que la tuya,
verte honrada y amada por todos.
Toda mi dicha la espero de ti, Señora,
tú me has de obtener
el perdón de todos mis pecados;
tú, la perseverancia;
tú me has de asistir en la hora de la muerte;
tú me has de librar del purgatorio;
tú, en fin, me has de conducir al paraíso.
Todo esto han esperado de ti los que te aman,
y ninguno se ha visto defraudado.
Lo mismo espero yo,
ya que te amo con todo el corazón,
y sobre todas las cosas, después de Dios.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 20: María deleita
con su canto a un monje
Narra Cesáreo que un monje cisterciense, muy devoto de
la Madre de Dios, tenía un deseo muy grande de ver a su amada Señora,
y se lo estaba pidiendo constantemente. Una noche, en el jardín, mientras
contemplaba el firmamento y dirigía encendidos suspiros a su Reina
por el deseo de verla, de pronto vio venir del cielo una virgen bella y nimbada
de luz que le dijo: “Tomás ¿quieres oír mi canto?” “Claro
que sí”, le respondió. Entonces la virgen cantó con tanta
dulzura que el religioso se sentía transportado al paraíso.
Terminado el canto, desapareció dejándolo con grandes deseos
de saber quién se le había aparecido. Y de pronto siente que
se le aparece otra virgen más bella todavía que también
le hizo oír su canto. No pudiendo contenerse, le preguntó quién
era, y la virgen le respondió: “La que viste primero, es Catalina,
y yo soy Inés; las dos mártires de Jesucristo, y hemos sido
mandadas por nuestra Señora para consolarte”. Y dicho esto, desapareció.
Con todo esto, el religioso quedó con más esperanzas de ver
finalmente a su Reina.
No se equivocó, pues poco después vio un gran
resplandor y que el corazón se le inundaba de no conocida alegría,
y he aquí que, en medio de aquella luz, ve a la Madre de Dios circundada
de ángeles, con una belleza incomparablemente superior a la de las
santas anteriores. Ella le dijo: “Querido siervo e hijo mío, yo te
agradezco la devoción que me tienes; y quiero hacerte oír mi
canto”. Y la Virgen inició una tan bella melodía que el devoto
religioso perdió el sentido cayendo rostro en tierra. Tocaron a maitines,
se reunieron los monjes, y no viendo a Tomás, fueron a buscarlo a
la celda y otros lugares, y al fin lo encontraron en el jardín, desmayado.
El abad le mandó por obediencia que declarara qué le había
sucedido; y el religioso, vuelto en sí a la voz de la obediencia,
contó todos los favores que le había hecho la Madre de Dios.
ORACIÓN PIDIENDO A MARÍA EL DON DE AMARLA
Reina del paraíso y Madre del santo amor,
ya que eres la criatura más amable,
la más amada de Dios, y quien más le ha amado,
acepta que te ame también un pecador,
el más ingrato y desdichado del mundo.
Viéndome, gracias a ti, libre del infierno,
y tan favorecido por ti sin merecerlo,
me he prendado de tu bondad,
y en ti he puesto toda mi esperanza.
Señora mía, te amo, y quisiera amarte,
más de lo que te han amado
los santos de ti más enamorados.
Quisiera, si en mí estuviese,
hacer conocer a todos los que te ignoran,
cuán digna eres de ser amada,
para que todos te amasen y venerasen.
Quisiera morir por tu amor,
por defender tu virginidad,
tu dignidad de Madre de Dios,
tu Inmaculada Concepción,
si por defender estos privilegios,
fuera preciso dar la vida.
Amada Madre mía, recibe mis afectos,
y no permitas que un siervo que te ama,
vaya a ser enemigo del Dios que tanto quieres.
Así fui yo que ofendí a mi Señor.
Pero entonces, María, no te amaba,
y poco me importaba ser amado de ti.
Pero ahora, nada deseo tanto,
después de la gracia de Dios,
que amarte y ser por ti amado.
Sé, mi Señora, la más agradecida y benigna,
que no desdeñas amar a quien te ama,
a la vez que no te dejas ganar en el amor.
Quiero amarte en el paraíso.
Allí, a tu lado, conoceré de veras,
cuán amable eres,
y cuánto has hecho por salvarme;
por eso te amaré con más fervor,
y mi amor será eterno,
sin temor de dejar nunca de quererte.
María, yo confío salvarme por tu medio.
Ruega a Jesús por mí.
Yo nada más anhelo,
tú eres mi esperanza.
Por eso te cantaré siempre:
”María, esperanza mía,
tú me tienes que salvar”.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 21: Protección de
María a una devota suya
Refiere el P. Carlos Bovio que en Dormans, Francia, vivía
un casado que andaba en tratos deshonestos con otra mujer. Su esposa, no
pudiendo soportarlo, no hacía más que pedir a Dios que los
castigase. En especial un día en una iglesia, ante el altar de la
Santísima Virgen, se puso a pedir venganza contra la mujer que le
robaba el marido. Precisamente ante esta imagen iba todos los días,
a rezarle un Ave María, la otra mujer pecadora.
Una noche, en sueños, se le presentó a la esposa,
la Madre de Dios. Al verla comenzó con la cantinela de siempre: “Justicia,
Madre de Dios, justicia”. La Virgen le respondió: “¿Justicia?
¿A mí me pides justicia? Busca otro que te la haga, que yo no
puedo. Has de saber, que esa pecadora todos los días me dirige una
oración tan de mi agrado que no puedo consentir que quien así
me reza sufra o sea castigado por sus pecados”.
Por la mañana, fue la esposa a la Santa Misa en aquella
iglesia de la Virgen; y al salir, se encontró con la amiga de su marido;
al verla comenzó a injuriarla, diciéndole entre otras cosas
que era una hechicera, que con sus encantamientos había llegado a
encantar a la Virgen Santísima. “¡Calla! ¿Qué
dices?”, le decía la gente. “¿Cómo me voy a callar?
–les respondía ella–, lo que digo es la pura verdad. Se me ha aparecido
la Señora y, al pedirle yo que me hiciera justicia, me ha respondido
que no me la podía hacer por un saludo especial que esta malvada le
recita todos los días”. Le preguntaron cuál era el saludo que
le recitaba a la Madre de Dios todos los días. Ella respondió
que era el Ave María. Pero al darse cuenta que por aquella pequeña
devoción se mostraba la Virgen tan misericordiosa, fue enseguida a
postrarse a los pies de aquella santa imagen, y allí mismo, pidiendo
perdón a todos, hizo voto de perpetua castidad. Además se hizo
un hábito de monja y se fabricó una pequeña habitación
cerca de la iglesia, donde se recluyó y perseveró en continua
penitencia hasta la muerte.
ORACIÓN PIDIENDO LOS DONES DE DIOS
Madre de misericordia, eres tan piadosa,
tienes tan gran deseo
de hacernos bien a los necesitados,
y dejarnos contentos cuando te suplicamos,
que yo, el más infeliz de todos
recurro a tu piedad
para que me otorgues lo que te pido.
Busquen otros cuanto quieran,
salud del cuerpo, riquezas
y otros bienes de la tierra;
Señora, yo vengo a pedirte
lo que deseas ver en mí:
Tú que fuiste tan humilde,
dame humildad y saber aceptar los desprecios.
Tú, tan sufrida en los trabajos,
hazme paciente en las adversidades.
Tú, tan llena de amor de Dios,
obtenme el amor puro y santo.
Tú, todo caridad para el prójimo,
consígueme caridad para con todos,
y también para los que me son adversos.
Tú, del todo unida al divino querer,
dame total conformidad con lo que Dios dispone.
Tú, la más santa entre las criaturas,
hazme santo, María.
Nunca te falta el amor,
y todo me lo puedes y quieres obtener.
Sólo me puede impedir
que yo reciba tu gracia,
o mi olvido de suplicarte,
o mi poca confianza en tu intercesión.
Pero el recurrir a ti,
y el hacerlo con total confianza,
tú misma me lo tienes que otorgar.
Estas dos gracias supremas,
son las que ahora quiero y te pido,
las que espero, con certeza, alcanzar por ti,
María, Madre y esperanza mía,
mi amor, mi vida, mi refugio,
mi ayudadora y consoladora. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 22: La joven María
librada del demonio
Refiere el P. Rho en su libro de los Sábados, y el P.
Lireo en su Trisagio Mariano, que hacia el año 1465, vivía
en Güeldres una joven llamada María. Un día la mandó
un tío suyo a la ciudad de Nimega a hacer unas compras, diciéndole
que pasara la noche en casa de otra tía que allí vivía.
Obedeció la joven, pero al ir por la tarde a casa de la tía,
ésta la despidió groseramente. La joven desconsolada, emprendió
el camino de vuelta. Cayó la noche por el camino, y ella, encolerizada,
llamó al demonio en su ayuda. He aquí que se le aparece en forma
de hombre, y le promete ayudarla con cierta condición. “Todo lo haré”,
respondió la desgraciada. “No te pido otra cosa –le dijo el enemigo–
sino que de hoy en adelante no vuelvas a hacer la señal de la cruz
y que cambies de nombre”. “En cuanto a lo primero, no haré más
la señal de la cruz –le respondió–, pero mi nombre de María,
no lo cambiaré. Lo quiero demasiado”. “Y yo no te ayudaré”,
le replicó el demonio. Por fin, después de mucho discutir,
convinieron en que se llamase con la primera letra del nombre de María,
es decir: Eme. Con este pacto se fueron a Amberes; allí vivió
seis años con tan perversa compañía, llevando una vida
rota, con escándalo de todos.
Un día le dijo al demonio que deseaba volver a su tierra;
al demonio le repugnaba la idea, pero al fin hubo de consentir. Al entrar
los dos en la ciudad de Nimega, se encontraron con que se representaba en
la plaza la vida de Santa María. Al ver semejante representación,
la pobre Eme, por aquel poco de devoción hacia la Madre de Dios que
había conservado, rompió a llorar. “¿Qué hacemos
aquí? –le dijo el compañero–. ¿Quieres que representemos
otra comedia?” La agarró para sacarla de aquel lugar, pero ella se
resistía, por lo que él, viendo que la perdía, enfurecido
la levantó en el aire y la lanzó al medio del teatro. Entonces
la desdichada contó su triste historia. Fue a confesarse con el párroco
que la remitió al obispo y éste al Papa. Éste, una vez
oída su confesión, le impuso de penitencia llevar siempre tres
argollas de hierro, una al cuello, y una en cada brazo. Obedeció la
penitente y se retiró a Maestricht donde se encerró en un monasterio
para penitentes. Allí vivió catorce años haciendo ásperas
penitencias. Una mañana, al levantarse vio que se habían roto
las tres argollas. Dos años después murió con fama de
santidad; y pidió ser enterrada con aquellas tres argollas que, de
esclava del infierno, la habían cambiado en feliz esclava de su libertadora.
ORACIÓN PARA INVOCAR EL NOMBRE DE MARÍA
¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 23: Dos conversiones logradas
por la imagen de la Inmaculada
A una de las residencias de nuestra humilde Congregación
en este reino, vino una mujer a decir a uno de nuestros padres que su marido
hacía muchos años que no se confesaba, y que la pobre no sabía
qué hacer para convencerlo, porque en hablándole de confesión
la apaleaba. El padre le dijo que le diera una imagen de María Inmaculada.
Al caer la tarde, la mujer de nuevo le rogó al marido que se confesara,
y como no le hacía caso, le dio la estampa de la Virgen. Y apenas la
recibió le dijo: Bueno ¿cuándo quieres que me confiese?
Estoy pronto. La mujer se puso a llorar de alegría al ver cambio tan
repentino. Llegada la mañana fue con su marido a nuestra iglesia. Al
preguntarle el padre cuánto tiempo hacía que no se confesaba,
le respondió que hacía veinte años. “Y ¿qué
le movió a venir a confesar?”, le dijo el padre. “Yo estaba obstinado
–le respondió– pero ayer me dio mi mujer una estampa de nuestra Señora
y al instante sentí cambiado el corazón, tanto que cada momento
me parecía mil años esperando que se hiciera el día para
poder venir a confesarme”. Se confesó con gran dolor, cambió
de vida y continuó durante mucho tiempo confesándose con el
mismo padre.
En otro lugar de la diócesis de Salerno, mientras dábamos
la santa misión, había un hombre muy enemistado con otro que
le había ofendido. Uno de nuestros padres le habló del perdón
de las injurias, pero él le respondió: “Padre ¿me ha
visto en la misión? No; y es por esto. Ya comprendo que estoy condenado,
pero no hay remedio, me tengo que vengar”. El padre se esforzó por
convertirlo, pero viendo que perdía el tiempo le dijo: “Recíbame
esta estampa de nuestra Señora”. “Y ¿para qué quiero
esta estampa?”, le respondió; sin embargo, la aceptó. Y al punto,
olvidando sus rencores accedió gustoso a lo que el padre le pedía.
“Padre ¿quiere que perdone a mi enemigo? Estoy pronto a realizarlo”.
Y se aplazó la reconciliación para la mañana siguiente.
Mas llegada la mañana había cambiado de propósito y
no quería ni oír hablar de reconciliación. El padre le
volvió a ofrecer otra estampa de la Virgen. Por nada la quería
recibir. Por fin, de mala gana, la recibió. Y apenas la tuvo en la
mano dijo: “Se acabó ¿dónde está el notario?”
Se hizo la reconciliación y se confesó.
ORACIÓN DE ANHELO POR VER A MARÍA EN EL CIELO
Señora mía Inmaculada, yo me alegro contigo
de verte enriquecida con tanta pureza.
Doy gracias y siempre las daré a nuestro Creador,
por haberte preservado de toda mancha de culpa,
como lo tengo por cierto,
y por defender este grande y singular privilegio
de tu Inmaculada Concepción,
estoy pronto y juro dar
si fuera menester, hasta mi vida.
Quisiera que todo el mundo te reconociese
y te aclamase como aquella hermosa aurora
siempre iluminada por la divina luz;
como el arca elegida de la salvación,
libre del universal naufragio del pecado;
por aquella perfecta e inmaculada paloma,
como te llamó tu divino esposo;
como aquel jardín cerrado
que hizo las delicias de Dios;
por aquella fuente sellada
que jamás pudo enturbiar el enemigo;
en fin, por aquella blanca azucena que eres tú,
y que naciendo entre las espinas,
que son los hijos de Adán,
manchados por la culpa y enemigos de Dios,
tú sola viniste pura y limpia,
toda hermosa y del todo amiga del Creador.
Déjame que te alabe como lo hizo Dios:
”Toda tú eres hermosa
y no hay mancha alguna en ti” (Ct 4, 7).
Purísima paloma, toda blanca,
toda bella y siempre amiga de Dios:
“¡Qué hermosa eres, amiga mía,
qué hermosa eres!” (Ct 4, 1).
María, tan bella a los ojos del Señor,
no te desdeñes de mirarme piadosa;
compadécete de mí y sáname.
Hermoso imán de los corazones,
atrae hacia ti el pobre corazón mío.
Tú que, desde el primer instante,
te presentas pura y bella ante Dios,
ten piedad de mí, que no sólo nací en pecado,
sino que también después del bautismo
he vuelto a mancillar mi alma con nuevas culpas.
¿Qué te podrá negar el Dios que te escogió
por su hija, su madre y su esposa,
que por esto te ha preservado de toda mancha,
y te ha preferido en su amor
a todas las criaturas?
Virgen Inmaculada, tú me has de salvar.
Haz que siempre me acuerde de ti
y tú nunca te olvides de mí.
Mil años me parece que faltan
hasta que pueda llegar a contemplar
esa tu belleza en el paraíso,
para sin fin amarte y alabarte,
madre mía, reina mía, amada mía, María.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 24: Favor de María
hacia el joven Eskil
Un noble joven llamado Eskil, fue mandado por su padre a estudiar
a Hildeseim, ciudad de la Baja Sajonia; pero él se dio a una vida
licenciosa y rota. Cayendo gravemente enfermo, a los pocos días estaba
a las puertas de la muerte. Viéndose al cabo de la vida tuvo una visión:
Se vio en un horno de fuego; creía estar en el infierno, pero impensadamente
pudo salir de él y se encontró en un palacio; al entrar en un
gran salón vio a la Santísima Virgen que le dijo: “¿Cómo
has tenido valor para presentarte en mi presencia? Sal de aquí y vete
al fuego del infierno que tienes bien merecido”. El joven imploró la
misericordia de la Virgen, y vuelto a unas personas que se hallaban en el
salón les rogó que unieran sus oraciones a las de él.
Así lo hicieron, pero la Santísima Virgen les dijo: “¿Ignoráis
la vida licenciosa que ha llevado sin haberse dignado siquiera rezar una Ave
María?” Los abogados le dijeron: “Señora, ya cambiará
de vida”. A lo que el joven añadió: “Prometo enmendarme de veras
y seré tu fiel y leal servidor”.
Mitigando entonces la Virgen su severidad, le contestó:
“Está bien, acepto tu promesa, séme fiel, recibe mi bendición,
para que te veas libre de morir en pecado y del infierno”. Dicho esto, desapareció
la visión. Volviendo Eskil de su visión, refirió a los
demás la gracia que de María había recibido. Desde entonces
comenzó a llevar una vida santa, alimentando siempre en su corazón
un grande y tierno amor a María. Más tarde fue nombrado arzobispo
de Luna, en Dinamarca, donde convirtió a muchos infieles. Ya mayor,
renunció a la mitra y se hizo monje de Claraval donde vivió
cuatro años más, al cabo de los cuales murió con la
muerte de los justos. Algunos autores lo cuentan entre los santos del Cister.
ORACIÓN CONFIADA PARA PEDIR LA PROPIA CONVERSIÓN
¡Santa y celestial niña!
Tú que eres la elegida por Madre de mi Redentor
y la augusta medianera de los pobres pecadores,
ten piedad de mí.
Mira postrado a tus pies a otro ingrato,
que a ti recurre en demanda de piedad.
Verdad es que por mis ingratitudes
contra Dios y contra ti,
merecía ser de Dios y de ti desamparado;
pero oigo decir y así lo siento,
sabiendo que es inmensa tu misericordia,
que no te niegas a ayudar
al que a ti se encomienda confiado.
Tú eres la criatura más excelsa del mundo,
pues sobre ti sólo está Dios,
y ante ti, son pequeños
los más encumbrados de los cielos;
María, la más santa entre los santos,
abismo de gracias y llena de gracia,
socorre a un miserable
que la ha perdido por su culpa.
Yo sé que eres tan amada de Dios,
que él nada te puede negar.
Y sé también que disfrutas
empleando toda tu grandeza
en aliviar a miserables pecadores.
Hazme ver, Señora,
el gran poder que tienes ante Dios
consiguiéndome una luz
y una llama divina tan potente,
que me transforme de pecador en santo,
y que, arrancándome de todo afecto terreno,
me inflame del todo en el divino amor.
Señora, hazlo, por amor de ese Dios
que te ha hecho tan grande,
tan poderosa y tan piadosa.
Así lo espero, así sea.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 25: Visión de sor
Dominica del Paraíso
Se lee en la vida de sor Dominica del Paraíso, escrita
por el P. Ignacio de Niente, dominico, que en un pueblecito llamado Paraíso,
cerca de Florencia, nació esta virgencita de padres pobres. Desde
muy niña comenzó a servir a la Madre de Dios. Ayunaba en su
honor todos los días de la semana y los sábados daba a los
pobres el alimento que se había quitado de la boca, y esos mismos
días recogía en el huerto y por los campos todas las flores
que podía y se las ponía a una imagen de la Virgen con el niño
que tenía en casa.
Veamos con cuántos favores recompensó esta agradecidísima
Señora los obsequios que su sierva le ofrecía. Estaba un día,
cuando tenía los diez años, asomada a la ventana, cuando vio
en la calle una señora de noble aspecto y un niño con ella,
y los dos extendían la mano en gesto de pedir limosna. Fue a buscar
el pan, y sin que abriera la puerta los vio delante de sí, y advirtió
que el niño traía llagados el costado, los pies y las manos.
“Decidme, señora –preguntó Dominica–, ¿quién ha
maltratado a este niño de tal modo?” Repuso la madre: “Ha sido el
amor”. Dominica, encantada de la incomparable belleza y angelical modestia
del niño le preguntó si le dolían mucho las llagas. El
niño le respondió con una celestial sonrisa. La señora,
mirando una imagen de María con el niño en los brazos, preguntó
a Dominica: “Dime, hija mía, ¿quién te mueve a coronarla
de flores?” “Me mueve, señora –respondió la niña– el
amor que tengo a Jesús y a María”. “¿Cuánto los
amas?” “Los amo cuanto puedo”. “Y ¿cuánto puedes?” “Cuanto ellos
me ayudan”. “Prosigue, hija mía –acabó diciendo la señora–,
prosigue amándolos, que ya verás cómo te lo premian en
el cielo”.
La niña comenzó a sentir n suavísimo olor
que salía de las llagas del niño. “Señora –preguntó
a la madre–, ¿con qué ungüento le ungís las llagas?
¿Se puede comprar?” “Se puede comprar –le respondió la señora–
con fe y buenas obras”. Entonces Dominica le ofreció un pan. “Este
niño –repuso la madre– se alimenta con amor; dile que amas a Jesús,
y te colmará de gozo”. El niño, al oír la palabra amor,
se mostró muy contento y dirigiéndose a Dominica le preguntó:
“¿Cuánto amas a Jesús?” “Le amo tanto –contestó
la niña– que día y noche estoy pensando en él y todo
mi afán es darle gusto en todo lo que pueda”. “Ámalo mucho –respondió
el niño– que el amor te enseñará lo que debes hacer
para agradarle”. Se iba acrecentando la intensidad del aroma de las llagas,
hasta que Dominica, fuera de sí, exclamó: “Dios mío,
esta fragancia me va a hacer morir de amor. Si tan suave es este aroma, ¿cómo
será el del paraíso?” De pronto, se trocó la escena:
la madre apareció ataviada como una reina vestida de clarísima
luz; el niño muy hermoso y bello, del todo resplandeciente. Tomó
las flores de la imagen de la Virgen y las esparció sobre la cabeza
de Dominica. Ella, al reconocer a Jesús y a María, se postró
en tierra como extasiada, adorándolos.
Andando el tiempo, la joven tomó el hábito de santo
Domingo. Murió en olor de santidad el año 1553.
ORACIÓN DE ENTREGA TOTAL A DIOS
Santa María, que desde niña,
fuiste la criatura más amada de Dios.
Así como al presentarte en el templo
te consagraste pronto y del todo,
a la gloria y amor de tu Señor,
así quisiera yo ofrecerte
los primeros años de mi vida,
y consagrarme por entero a tu servicio,
santa y dulce Señora.
Pero son vanos mis deseos
cuando he perdido tantos años
sirviendo al mundo y sus caprichos
despreocupado de Dios y de ti.
Detesto el tiempo en que viví sin amarte.
Pero mejor comenzar tarde que nunca.
Ante ti me presento, María,
y me consagro para siempre a tu servicio.
Como tú, quiero entregarme al Creador.
Te consagro, Reina mía, mi entendimiento
para pensar siempre en el amor que mereces,
te consagro mi lengua para alabarte
y mi corazón para amarte.
Acepta, Virgen bendita, la ofrenda
que este pobre pecador te presenta.
Acéptala por la inefable alegría
que sintió tu corazón
al consagrarte a Dios en el templo.
Si tarde me pongo a servirte,
debo recuperar el tiempo perdido
redoblando mi amor y mis obsequios.
Ayúdame con tu poderosa intercesión.
Madre de misericordia, fortalece mi flaqueza;
alcánzame de Jesús perseverancia
y valor para serte siempre fiel.
Que habiéndote servido en esta vida,
pueda ir a bendecirte
y alabarte por siempre en el cielo. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 26: El rezo del Ave María
transforma a un joven
Es famoso lo que refiere el P. Señeri en su libro “El
Cristiano Instruido”. El P. Nicolás Zuchi fue a confesar en Roma a
un joven cargado de pecados deshonestos y malos hábitos. El confesor
lo acogió con caridad, y compadecido de su estado lamentable, le dijo
que la devoción a nuestra Señora podía librarlo de ese
malhadado vicio, y le impuso de penitencia que hasta la próxima confesión,
cada mañana y por la noche, al levantarse y antes de acostarse rezara
un Ave María a la Virgen, ofreciéndole sus ojos, sus manos
y todo su cuerpo, pidiéndole que le custodiara como suyo, y que besara
tres veces el suelo. El joven practicó la penitencia, al principio
con poca enmienda. Pero el padre continuó inculcándole que
no dejara esa costumbre piadosa, animándole a confiar en la protección
de la Virgen.
Andando el tiempo, el joven penitente se fue con otros compañeros
a recorrer mundo durante varios años. Vuelto a Roma, fue en busca de
su confesor, el cual, con gran júbilo y asombro, lo encontró
del todo cambiado y libre de las antiguas manchas. “Pero hijo, ¿cómo
has obtenido de Dios tan hermosa transformación?” “Padre –le dijo el
joven–, nuestra Señora me consiguió la gracia debido a aquella
devoción que me enseñó”.
Y no acaban aquí las cosas portentosas. El mismo confesor
narró desde el púlpito el suceso. Lo oyó un capitán
que, desde hacía muchos años vivía en mal estado con
una mujer. Él también se resolvió a practicar la misma
devoción para librarse de aquella terrible cadena que lo tenía
esclavo del demonio. Esta intención de librarse del pecado es necesario
tener para que la Virgen pueda ayudar al pecador. Pero ¿qué
pasó? Al cabo de medio año, presumiendo el capitán de
sus propias fuerzas se dirigió en busca de aquella mujer para ver
si ella también había cambiado de vida. Pero al llegar a la
puerta de aquella casa donde corría manifiesto peligro de volver a
pecar, se siente rechazado por una fuerza invisible y se encontró
a más de cien metros de aquella casa y fue dejado a la puerta de la
suya. Comprendió con toda claridad que María lo había
librado de la perdición. De esto se deduce cuán solícita
es nuestra buena Madre, no sólo para sacarnos del pecado si con esta
buena intención nos encomendamos a ella, sino también para
librarnos del peligro de nuevas caídas.
ORACIÓN PIDIENDO EL FAVOR DE MARÍA
Inmaculada Virgen y Madre mía, María,
criatura la más humilde y la mayor ante Dios,
Él te exaltó hasta hacerte Madre suya y Reina del cielo.
¡Bendito sea Dios que quiso ensalzarte tanto!
Desde mi reconocida indignidad me atrevo a saludarte:
”Dios te salve, María, llena eres de gracia...”
Tú que posees la plenitud de gracia, dame parte de ella.
“El Señor está contigo...”
ya desde que te creó, y por entero al hacerse Hijo tuyo.
“Bendita tú entre todas las mujeres...”
alcánzame del Señor su divina bendición.
“Y bendito es el fruto de tu vientre...”
¡Venerable planta que diste al mundo
fruto tan noble y santo!
“Santa María, Madre de Dios...”
me asombra la grandeza de tu maternidad divina,
y estoy dispuesto a morir por defender esta verdad.
“Ruega por nosotros, pecadores...”
al ser Madre de Dios, eres Madre de nuestra salvación,
porque Dios se hizo hombre en ti para salvarnos,
tu oración de Madre por nosotros todo lo puede.
“Ahora y en la hora de nuestra muerte...”
Ayúdanos en el presente cargado de peligros,
pero aún más en nuestra última hora.
Salvados por los méritos de Jesucristo y con tu intercesión,
podremos saludarte y alabarte con tu Hijo en el cielo.
Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 27: Milagrosa hospitalidad
de María a dos religiosos
Refieren las Crónicas Franciscanas que, yendo dos frailes
a visitar un santuario de la Virgen, les sorprendió la noche en la
espesura de un bosque. Aunque llenos de miedo y angustia, se resolvieron
a seguir adelante. Poco después creen ver una casa. Llegan, llaman
a la puerta, y desde dentro preguntan: “¡Quién va!” “Somos unos
frailes que vamos en peregrinación; hemos sido sorprendidos por la
noche en el bosque y buscamos albergue”. Se abre la puerta y los reciben
con toda cortesía dos pajes ricamente ataviados. Los frailes les preguntaron
quién vivía en aquella mansión. Los pajes les contestaron
que allí vivía una señora sumamente piadosa. “Quisiéramos
darle las gracias por su generosa hospitalidad...” “Vamos a saludarla –dijeron
los pajes– porque la señora gustará de hablaros”. Al subir
las escaleras vieron todas las habitaciones iluminadas y ricamente amuebladas.
En ellas se respiraba una fragancia desconocida. En la mejor de las estancias
estaba la señora de porte muy distinguido y sumamente hermosa, que
los recibió con gran afabilidad y cortesía. Les preguntó
por el objetivo de su viaje, a lo que respondieron los frailes: “Vamos en
peregrinación al santuario de María”. “En ese caso –repuso
la señora– cuando os vayáis, os daré una carta que os
será de mucho provecho”. Mientras les hablaba la señora, se
sentían inflamados en amor de Dios, gozando de una alegría
hasta entonces desconocida. Después se retiraron a descansar, pero
apenas pudieron conciliar el sueño por la dicha que inundaba sus corazones.
A la mañana siguiente, después de despedirse de la señora
dándole las gracias por tal acogida, siguieron su camino. Apenas se
habían alejado un corto espacio de la casa, advirtieron que la carta
de la señora no tenía dirección. Volvieron sobre sus
pasos buscando la casa de la señora, pero no dieron con ella. Abrieron
finalmente la carta para ver a quién iba dirigida, y vieron que iba
dirigida a ellos mismos y que era de la Virgen santísima. Por el contenido
se dieron cuenta que la señora con quien habían hablado la noche
pasada y que los había alojado, era la Virgen María, quien
por la devoción que le tenían, les había deparado en
medio del bosque hospedaje y alimento. Les exhortaba a que siguieran sirviéndola,
que ella los socorrería toda la vida. ¿Quién podrá
describir las acciones de gracias que aquellos buenos religiosos tributaron
a la Madre de Dios? ¿Quién podrá expresar cómo
se les acrecentaron los deseos de amarla siempre y de servirla?
ORACIÓN PIDIENDO LA INTERCESIÓN DE MARÍA
¡Virgen Inmaculada y bendita!
Eres la universal dispensadora
de todas las gracias divinas,
con razón te puedo llamar
la esperanza de todos, mi esperanza.
Bendigo al Señor porque me muestra
el modo de alcanzar la gracia y salvarme.
Este medio eres tú, santa Madre de Dios.
Por los méritos de Jesús, ante todo,
me he de salvar; y después,
por tu poderosa intercesión.
Reina mía, ya que acudiste presurosa
a santificar la casa de Isabel,
visita presto la pobre casa de mi alma.
Apresúrate, pues mejor que yo sabes
lo pobre que está y los males que me agobian:
afectos desordenados, hábitos depravados,
pecados sin cuento, y mil enfermedades
capaces de causarme la muerte eterna.
Pero tú, tesorera de Dios,
puedes enriquecerla con todos los bienes
y curarla de toda dolencia.
Visítame durante la vida, y sobre todo,
visítame en la hora de la muerte,
cuando me será más necesaria tu ayuda.
Como indigno que soy, no pretendo
que me visites con tu presencia,
como lo has hecho con otros devotos tuyos.
Me contento con que ruegues por mí
y me visites con tu misericordia
para ir a contemplarte en el cielo,
para amarte con toda el alma
y agradecerte todos tus beneficios.
Ruega por mí, María,
encomiéndame a tu Hijo.
Mejor que yo conoces
mis miserias y necesidades.
¿Qué más te puedo suplicar
sino que tengas compasión de mí?
Es tan grande mi ignorancia,
que no sé pedir lo que necesito.
Dulce Reina mía, María,
pide y alcánzame de tu Hijo
las gracias más convenientes
y más necesarias para mi alma;
del todo me abandono en tus manos
pidiendo a la Divina Majestad,
que por los méritos de Jesús, mi Salvador,
me conceda las gracias que tú le pidas.
Pide por mí, Virgen santísima
lo que más me conviene.
Tus oraciones, siempre las escucha Dios
porque son plegarias de Madre
para con el Hijo que tanto te ama
y goza en otorgarte lo que pides
para mejor honrarte y mostrar su amor a ti.
En esto quedamos, Señora:
Yo vivo confiando en ti.
Preocúpate por salvarme. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 28: Un convertido por su
devoción a los dolores de María
Este ejemplo no está en los libros, sino que me lo ha
referido un sacerdote compañero mío como acaecido a él
mismo. Mientras este sacerdote estaba confesando en una iglesia –no se dice
la ciudad por prudencia, aunque el penitente dio licencia para publicar su
caso– se colocó al frente de él un joven que parecía
titubear entre confesarse y no confesarse. Mirándolo el padre varias
veces, al fin lo llamó y le preguntó si deseaba confesarse.
Respondió que sí, pero como la confesión parecía
que iba a ser larga, el confesor se fue con él a una habitación
aislada.
El penitente comenzó por decirle que era un noble forastero
y que no comprendía cómo Dios le podía perdonar con
la vida que había llevado. Además de los incontables pecados
deshonestos, homicidios y demás, le dijo que habiendo desesperado
de su salvación se había dedicado a pecar, no tanto por satisfacción
cuanto por desprecio a Dios y por el odio que le tenía. Dijo que poco
antes, esa misma mañana, había ido a comulgar; pero ¿para
qué? Para pisotear la hostia consagrada. Y que, en efecto, habiendo
comulgado, iba a ejecutar su horrendo pensamiento, pero no pudo hacerlo porque
le veía la gente. Y en ese momento entregó al sacerdote la
santa hostia envuelta en un papel. Le contó después que pasando
por delante de aquella iglesia había sentido un impulso muy grande
de entrar, y que no pudiendo resistir había entrado. Después
le había acometido un gran remordimiento de conciencia con un deseo
confuso de confesarse, que por eso se había puesto ante el confesionario;
pero estando allí era tanta su confusión y desconfianza que
quería marcharse, pero parecía como si alguien le retuviera
a la fuerza; hasta que usted, padre, me llamó. Ahora me encuentro
aquí para confesarme, pero no sé cómo.
El padre le preguntó si había tenido alguna devoción
a la Virgen María durante ese tiempo, porque tales golpes de conversión
no suceden sino por las poderosas manos de María. “¿Qué
devoción podía tener? Nada, padre; yo estaba condenado”. Pero
metiendo la mano en el pecho, notó que tenía el escapulario
de la Virgen Dolorosa. “Hijo –continuó el confesor–, ¿no ves
que la Virgen es la que te ha otorgado esta gracia? Y has de saber que esta
iglesia está consagrada a la Virgen”. Al oír esto el joven se
enterneció, comenzó a compungirse y a llorar. Mientras manifestaba
sus pecados creció a tal punto su compunción y llanto, que se
desmayó. El padre lo reanimó y finalmente acabó la confesión,
lo absolvió con gran consuelo, y del todo contrito y resuelto a cambiar
de vida se despidió para volver a su patria, dando licencia al confesor
para anunciar públicamente la gran misericordia que con él
había tenido María.
ORACIÓN DE OFRECIMIENTO A DIOS
Santa Madre de Dios y Madre mía, María.
¿Tanto te interesaste por mi salvación
que llegaste a ofrecer al sacrificio
lo más querido para tu corazón,
a tu adorado Jesús?
Si tanto deseas que me salve,
con razón pongo en ti mi confianza
después de colocarla en Dios.
Virgen bendita, en ti confío del todo.
Por el mérito del gran sacrificio
que en este día ofreciste a Dios
al entregarle la vida de tu Hijo,
ruégale que tenga piedad de mi alma
por la que este cordero inmaculado
quiso morir en la cruz.
Quisiera, Reina mía, en este día,
a semejanza tuya,
ofrecer a Dios mi pobre corazón;
mas temo que lo rechace
al verlo tan enfangado y sucio.
Pero si tú se lo ofreces
no lo rehusará, pues las ofrendas
que le llegan en tus manos,
todas las recibe y agradece.
Me presento, María, para consagrarme a ti;
ofréceme al eterno Padre,
junto con Jesús,
como algo que te pertenece;
y ruégale que por los méritos de tu Hijo
y en consideración a ti,
me acepte y me tome por suyo.
Madre mía dulcísima,
por el amor de tu Hijo sacrificado
ayúdame siempre y no me abandones.
No permitas que a mi Redentor
tan amable, y por ti ofrecido,
lo vaya a perder por mis pecados.
Dile que soy tu siervo; dile que en ti
tengo depositada mi esperanza;
dile, en fin, que quieres mi salvación;
que él seguro te habrá de escuchar. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 29: Muerte dichosa de san
Estanislao de Kostka
Mientras vivía este santo joven, consagrado por completo
al amor de María, sucedió que el primero de agosto de aquel
año oyó un sermón del P. Pedro Canisio en el que éste,
predicando a los novicios de la Compañía de Jesús, inculcó
a todos el gran consejo de vivir cada día como si fuera el último
de su vida, después del cual dijo san Estanislao a sus compañeros
que aquel consejo tan especial para él había sido como la voz
de Dios, pues iba a morir ese mismo mes. Dijo esto o porque Dios se lo reveló
o porque tuvo una especie de presentimiento interior, como se verá
por lo que acaeció. Cuatro días después fue, en compañía
del P. Sa, a Santa María la Mayor, y hablando de la próxima
fiesta de la Asunción le dijo: “Padre, yo pienso que en ese día
se ve en el cielo un nuevo paraíso al contemplarse la gloria de la
Madre de Dios coronada como reina del cielo y de la tierra y colocada muy
cerca del Señor sobre todos los coros de los ángeles. Y si es
verdad que todos los años, como lo tengo por cierto, se renueva la
fiesta en el cielo, espero presenciar la de este año en el paraíso”.
Habiéndole tocado en suerte a san Estanislao por su protector del mes
el glorioso mártir san Lorenzo, ese día escribió una
carta a su madre María en que rogaba le obtuviera la gracia de contemplar
su fiesta en el paraíso.
El día de san Lorenzo comulgó y suplicó
al santo que presentara aquella carta a la Madre de Dios interponiendo su
intercesión para que María santísima le escuchase. Y
he aquí que al terminar el día tuvo un poco de fiebre, que
aunque ligera él tomó como señal cierta de que había
obtenido la gracia de la próxima muerte. Al acostarse dijo, sonriente
y jubiloso: “Ya no me levantaré de esta cama”. Y al padre Acquaviva
le añadió: “Padre mío, creo que san Lorenzo me ha obtenido
de María la gracia de encontrarme en el cielo en la fiesta de la Asunción”.
Pero nadie hizo caso de estas cosas. Llegó la vigilia de la fiesta
y el mal seguía leve, pero el santo le dijo a un hermano que la noche
siguiente ya estaría muerto, a lo que el hermano le respondió:
“Más milagro se requiere para morir de tan pequeño mal que
para curar”. Pero pasado el mediodía le asaltó un mortal desfallecimiento,
con sudor frío y decaimiento general de fuerzas. Acudió el
superior, al que Estanislao suplicó le hiciera poner sobre la tierra
desnuda para morir como penitente.
Para contentarlo, lo pusieron en el suelo sobre una estera.
Luego se confesó y recibió el santo viático, no sin
lágrimas de los presentes, pues al entrar en la estancia el Santísimo
Sacramento lo vieron resplandeciente y destellando por los ojos celestial
alegría y la cara inflamada de santo ardor que lo asemejaba a un serafín.
Recibió también la santa unción, y entre tanto alzaba
los ojos al cielo y otras veces contemplaba y estrechaba con afecto contra
su pecho la imagen de María. Le dijo un padre que para qué
aquel rosario en la mano si no podía rezarlo, y le respondió:
“Me sirve de consuelo siendo cosa de la Virgen María”. “Cuánto
más –le respondió el padre– le consolará el verla y
besar su mano en el cielo”. Entonces el santo, con el rostro arrebolado,
elevó las manos, manifestando de ese modo el ansia de encontrarse
presto en su presencia. Luego se le apareció su amada Madre, como
él mismo lo declaró a los presentes, y poco antes del alba
del día 15 de agosto expiró sin estertores, como un santo,
con los ojos fijos en el cielo. Los presentes le acercaron la imagen de la
Virgen y viendo que no hacía ninguna demostración comprendieron
que su alma había volado al cielo junto a su amada Reina.
ORACIÓN CONFIANDO EN LA PROTECCIÓN DE MARÍA
María, señora y madre nuestra,
has dejado la tierra y subido al cielo,
donde estás sentada como reina
sobre los coros de los ángeles.
Como de ti canta la Iglesia:
”Has sido exaltada sobre los coros angélicos
en el reino celestial”.
Nosotros, pecadores, sabemos
que no somos dignos de tenerte
en este valle de tinieblas.
Pero sabemos también que en tu grandeza
no te has olvidado
de nosotros, miserables pecadores;
y con ser sublimada a tanta gloria,
no se ha perdido sino acrecentado
tu compasión hacia nosotros,
los pobres hijos de Adán.
Desde tu excelso trono de reina
vuelve, María, hacia nosotros
esos tus ojos misericordiosos
y ten piedad de nosotros.
Recuerda que al dejar esta tierra
prometiste acordarte de nosotros.
Míranos y socórrenos.
Ya ves cuántas tempestades
tendremos que arrostrar
hasta que lleguemos al final de nuestra vida.
Por los méritos de tu asunción, consíguenos
la santa perseverancia en la amistad divina
para que salgamos finalmente de este mundo
en la gracia de Dios
y así podamos llegar un día
a besar tus plantas en el paraíso
y, unidos a los bienaventurados,
alabar y cantar tus glorias
como lo mereces. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 30: Aparición de María
a un devoto suyo
Refiere el P. Silvano Razzi que un devoto clérigo, muy
amante de nuestra reina María, habiendo oído alabar tanto su
belleza, deseaba ardientemente contemplar, siquiera una vez, a su señora,
y humildemente le pedía esta gracia. La piadosa Madre le mandó
a decir por un ángel que quería complacerlo dejándose
ver de él, pero haciendo el pacto de que en cuanto la viera se quedaría
ciego. El devoto clérigo aceptó la condición. Un día,
de pronto, se le apareció la Virgen; y él, para no quedar ciego
del todo, quiso mirarla tan sólo con un ojo; pero enseguida, embriagado
de la belleza de María, deseó contemplarla con los dos, mas
antes de que lo hiciera desapareció la visión.
Sin la presencia de su reina estaba afligido y no cesaba de
llorar, no por la vista perdida de un ojo, sino por no haberla contemplado
con los dos. Por lo que la suplicaba que se le volviera a aparecer aunque
se quedara ciego del todo. Y le decía: Feliz y contento perderé
la vista, oh señora mía, por tan hermosa causa, pues quedaré
más enamorado de ti y de tu hermosura. De nuevo quiso complacerle
María y consolarlo con su presencia; pero como esta reina tan amable
no es capaz de hacerle mal a nadie, al aparecerse la segunda vez no sólo
no le quitó la vista del todo, sino que le devolvió la que
le faltaba.
ORACIÓN PIDIENDO TODO DON POR MARÍA
Gloriosa y excelsa Señora,
postrados ante tu trono te veneramos
desde este valle de lágrimas.
Vemos complacidos la inmensa gloria
con que te ha enriquecido el Señor.
Ya que eres reina del cielo y de la tierra,
no te olvides de tus pobres siervos.
Cuanto más cerca estás del manantial de gracia,
más fácilmente nos la puedes otorgar.
Desde el cielo conoces mejor nuestras miserias,
por eso es preciso que te apiades más
y que nos socorras mejor.
Haz que seamos tus siervos fieles
para llegar a bendecirte en el cielo.
En este día en que has sido hecha
la reina del universo,
nosotros nos consagramos a tu servicio.
En medio de tanto júbilo
consuélanos al tomarnos por vasallos.
Tú eres de veras nuestra madre.
Madre piadosa y la más amable,
vemos tus altares cercados de gente:
unos te piden la curación de sus males
y otros remedios a sus necesidades;
éstos piden buenas cosechas,
aquellos ganar algún pleito.
Nosotros, te pedimos gracias
más agradables a tu corazón:
obtennos la gracia de ser humildes,
desprendidos de los bienes terrenos
y conformes con el divino querer.
Consíguenos el santo amor de Dios,
una buena muerte y el paraíso.
Señora, cámbianos de pecadores en santos,
haz de este milagro que te dará más gloria
que dar vista a mil ciegos
y resucitar a miles de muertos.
Eres tan poderosa para con Dios
que basta que le digas que eres su Madre,
la más amada, la llena de gracia.
Y entonces, ¿qué te podrá negar?
Reina nuestra amorosa,
no pretendemos verte en la tierra,
pero sí queremos verte en el paraíso;
y tú nos lo has de obtener.
Así lo esperamos con toda certeza. Amén.
Rezar tres Avemarías.
DÍA 31: Conversión en
la hora de la muerte
Se refiere en las Revelaciones de santa Brígida que había
un caballero cuya liviandad y dañadas costumbres corrían parejas
con la nobleza de su cuna. Por pacto expreso se había entregado en
cuerpo y alma al demonio y por espacio se sesenta años había
servido como vil esclavo a su infernal señor alejado de los sacramentos
y con una vida rota y descompuesta.
Al fin el hombre cayó enfermo, y Jesucristo, queriendo usar de misericordia
con él, dijo a santa Brígida, que mandara a su confesor a visitarlo
y le exhortara a confesarse.
El confesor de la santa fue a ver al paciente, el cual le dijo que no tenía
necesidad pues se había confesado muchas veces. Fue segunda vez el
confesor, y segunda vez, el esclavo de satanás rehusó confesarse.
De nuevo se apareció el Señor a santa Brígida pidiéndole
que de nuevo fuera el sacerdote a visitar al anciano enfermo. Volvió
a verlo por tercera vez y le dijo que había vuelto tantas veces en
nombre de Jesucristo, porque así lo había pedido a su sierva
Brígida para ser instrumento de sus misericordias. Estas palabras enternecieron
al pobre enfermo y rompió a llorar diciendo: “Pero ¿hay perdón
para mí que durante sesenta años he sido esclavo de satanás
y he manchado mi alma con innumerables pecados?” “Ten ánimo, hijo
mío –le dijo el sacerdote– no dudes de alcanzar misericordia; basta
que te arrepientas para que yo, en nombre de Jesucristo, te perdone”.
Abriendo el pecador su corazón a la confianza, dijo al
confesor: “Padre, yo me tenía ya por condenado y estaba desesperado
de mi salvación, pero ahora siento tan gran dolor de mis pecados que
me da aliento para esperar de Dios el perdón. Ya que el Señor
no me ha abandonado, quiero ahora mismo confesarme”. Se confesó aquel
día cuatro veces con gran dolor; al día siguiente recibió
la Sagrada Comunión. No había pasado una semana cuando murió
tranquilo y resignado. Poco después le reveló Jesucristo a
santa Brígida que aquel hombre se había salvado, y que estaba
en el purgatorio. Y le dijo más: que se había salvado merced
a intercesión de su santísima Madre, porque, en medio de sus
desórdenes y pecados, había conservado siempre la devoción
a sus dolores, pues cada vez que pensaba en ellos no podía dejar de
compadecerse de ella.
ORACIÓN PIDIENDO A MARÍA TRES FAVORES
Madre mía afligida,
reina de los mártires y de los dolores,
que tanto has llorado a tu Hijo,
muerto por mi salvación.
¿De qué me servirían tus lágrimas
si llegara a condenarme?
Por los méritos de tus dolores
alcánzame el dolor de mis pecados,
y verdadera enmienda de mi vida,
con una constante y tierna compasión
de la Pasión de Jesús
y de tus sufrimientos.
Si Jesús y tú, siendo inocentes,
tanto habéis sufrido por mí,
obtenedme que sepa sufrir por vuestro amor.
Señora mía, si te ofendí,
justo es que hieras mi corazón.
Y si fiel te he servido,
hiérelo también por especial favor.
Es injusto ver a mi Jesús herido
y a ti, que estás también con él, herida,
y yo, en cambio, encontrarme ileso.
Por la angustia que sentiste, Madre mía,
al contemplar a tu Hijo,
abrumado de penas, muriendo en la cruz,
te suplico me obtengas
la gracia de una buena muerte.
Abogada de los pecadores,
no dejes de asistirme
cuando, afligido y conturbado,
esté para pasar a la eternidad.
Os invoco ahora por si no tengo voz
para invocar el nombre de Jesús y el tuyo,
y pido a tu Hijo y a ti me socorráis
en el último instante, y ahora digo:
Jesús y María, mi esperanza,
a vosotros encomiendo el alma mía. Amén.
Rezar tres Avemarías.