BEATO MIGUEL BEATO SÁNCHEZ
1936 d.C.
10 de septiembre
Nació, junto con un
hermano gemelo, que murió a los tres años, el 10 de abril de
1911 en la Villa de D. Fadrique (Toledo). Desde su niñez sintió
la vocación al sacerdocio e ingresó en el Seminario en 1923.
Recibió el presbiterado el 11 de abril de 1936. El 21 del mismo mes
celebró la primera misa en su pueblo natal. Aunque le acompañaron
20 sacerdotes, tuvo que celebrar la misa “rezada”, sin fiesta exterior. El
18 de abril fue nombrado coadjutor de su parroquia natal. Comenzó
aquí a trabajar con los jóvenes de Acción Católica,
en la catequesis, en el confesionario, administrando la comunión a
los que iban a los campos de madrugada, con los enfermos, siendo el brazo
derecho del párroco, D. Francisco López-Gasco Fernández-Largo.
El 18 de julio, nada más estallar la Guerra, comenzó
la persecución religiosa. D. Miguel tuvo que refugiarse en casa con
las Sagradas Formas, que el Sr. cura párroco había podido sacar
de la iglesia. El 3 de agosto apresaron aD. Francisco, a quien asesinaron
el día 9 del mismo mes. El Siervo de Dios se enteró del martirio
del párroco y estaba seguro de que pronto le tocaría a él.
En los primeros días de septiembre, le obligaron a ir a la iglesia
para romper las imágenes, cosa que se negó a hacer. En el poco
tiempo que ejerció el apostolado en el pueblo, apenas seis meses,
se ganó la estima de la gente sencilla.
Los testigos dicen de él que era un sacerdote “caritativo”,
“honrado”, “muy humilde”, “sacrificado”; en pocas palabras, “un verdadero
santo”. Y, a juzgar por los escritos espirituales que se conservan y que
pertenecen a los años 1931-1935, era ese el espíritu que lo
impulsaba: “Jesús mío, he prometido seguirte cuando ingresé
en el Seminario; cuando recibí las órdenes sagradas he prometido
seguirte y te prometo, Jesús mío, seguirte e imitarte. Haz,
Jesús mío, que no sea desertor y que muera en tus filas para
salvar almas (…). Jesús, estoy dispuesto a sufrir y a padecer (…).
Por su hermana Teresa sabemos que el 6 de septiembre de 1936 los milicianos
fueron a buscarlo a casa y ya no volvió más.
Lo encarcelaron en la casa de Don Manrique, que hacía
de cárcel. Allí lo torturaron, pegándole continuas palizas
para que renegara de su fe. A las invitaciones y a los golpes para que blasfemara,
él respondía siempre: “¡Viva Cristo Rey!”. En la noche
del día 8 de septiembre le pegaron tantos golpes, que creyeron que
había muerto. A la mañana siguiente lo llevaron a enterrar,
pero, según afirman algunos testigos, el Siervo de Dios estaba todavía
con vida. Lo acabaron de matar y lo enterraron en un descampado, dejándole
una mano fuera. Se dice que los perros se comieron la mano. Era el 10 de
septiembre de 1936. El 10 de mayo de 1939, sus restos mortales fueron trasladados
a la iglesia parroquial de Villa de D. Fadrique, donde reposan actualmente.