LAS BODAS DE CANA
Juan 2,1-11
"Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea,
y estaba allí la Madre de Jesús. También fueron invitados
a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino,
la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino, Jesús le respondió:
Mujer, ¿qué nos va a tí y a mí? Todavía
no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los sirvientes: Haced lo que él
os diga. Había allí seis tinajas de piedra preparadas para
las purificaciones de los Judíos, cada una con capacidad de dos
o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas: Y las
llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala.
Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida
en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes
que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos
sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú
al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná
de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó
su gloria, y sus discípulos creyeron en él".
REFLEXION:
Las fiestas
de boda tenían larga duración en Oriente (Génesis
29,27; Jueces 14,10.12.17; Tobías 9,12;10,1). Durante ellas parientes
y amigos iban a felicitar a los esposos; en los banquetes podían
participar hasta los transeuntes. El vino era considerado elemento indispensable
en las comidas y servía además para crear un ambiente festivo.
Las mujeres intervenían en las tareas de la casa; la Santísima
Vírgen prestaría también su ayuda: por eso pudo darse
cuenta de que iba a faltar vino.
Caná de Galilea
parece que debe identificarse con la actual Kef Kenna, situada a 7 kilómetros
al Noroeste de Nazareth.
Entre los invitados no
se cita a San José, cosa que no se puede atribuir a un olvido de
San Juan: este silencio (y otros muchos del Evangelio) hace suponer que el
Santo Patriarca había muerto ya.
Para demostrar la bondad
de todos los estados de vida...Jesús se dignó nacer de las
entrañas purísimas de la Vírgen María;
recién nacido recibió la alabanza que salió de los
labios proféticos de la viuda Ana e, invitado en su juventud por los
novios, honró las bodas con la presencia de su poder. Esta presencia
de Cristo en las bodas de Caná es señal de que Jesús
bendice el amor entre hombre y mujer, sellado con el matrimonio. Dios, en
efecto, instituyó el matrimonio al principio de la creación
(Génesis 1,27-28), y Jesucristo lo confirmó y lo elevó
a la dignidad de Sacramento ( Mateo 19,6).
En el cuarto Evangelio
la Madre de Jesús (Éste es el título que le da San
Juan) aparace solamente dos veces. Una en este episodio, la otra en el Calvario
(Juan 19,25). Con ello se viene a insinuar el cometido de María
Vírgen en la Redención. Entre los dos acontecimientos, Caná
y el Calvario, hay varias analogías. Se sitúan uno al comienzo
y el otro al final de la vida pública, como para indicar que toda
la obra de Jesús está acompañada por la presencia
de María Santísima. Su título de Madre adquiere resonancias
especialísimas: María actúa como Verdadera Madre de
Jesús en esos dos momentos en los que el Señor manifiesta
su divinidad. Al mismo tiempo, ambos episodios señalan la especial
solicitud de Santa María hacia los hombres: en un caso intercede
cuando todavía no ha llegado "la hora"; en el otro ofrece al Padre
la muerte redentora de su Hijo, y acepta la misión que Jesús
le confiere de ser Madre de todos los creyentes, representados en el Calvario
por el discípulo amado.
En la vida pública
de Jesús aparece significativamente su Madre ya desde el principio,
cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida por la misericordia,
suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de
Jesús Mesías (Juan 2,1-11). A lo largo de la predicación
acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el Reino por encima
de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó
bienaventurados (Marcos 3,25; Lucas 11,27-28) a los que escuchan y guardan
la Palabra de Dios, cuando ella lo hacía fielmente (Lucas 2,19.51).
"Mujer" es un título
respetuoso, que venía a ser equivalente a "señora", una
manera de hablar en tono solemne. Este nombre volvió a emplearlo
Jesús en la Cruz, con gran afecto y veneración (Juan 19,26).
La frase "¿qué
nos va a tí y a mí? corresponde a una manera proverbial
de hablar en Oriente, que puede ser empleada con diversos matices. La respuesta
de Jesús parece indicar que si bien, en principio, no pertenecía
al plan divino que Jesús interviniera con poder para resolver las
dificultades surgidas en aquellas bodas, la petición de Santa María
le mueve a atender esa necesidad. También se puede pensar que en
ese plan divino estaba previsto que Jesús hiciera el milagro por
intercesión de su Madre. En todo caso, ha sido Voluntad de Dios
que la Revelación del Nuevo Testamento nos dejara esta enseñanza
capital: la Vírgen Santísima es tan poderosa en su intercesión
que Dios atenderá todas las peticiones por mediación de María.
Por eso la piedad cristiana, con precisión teológica, ha
llamado a Nuestra Señora "omnipotencia suplicante".
"Todavía
no ha llegado mi hora": El término "hora lo utiliza Jesucristo alguna
vez para designar el momento de su venida gloriosa (Juan 5,28), aunque
generalmente se refiere al tiempo de su Pasión, Muerte y Glorificación
(Juan 7,30; 12,23; 13,1; 17,1).
La Vírgen
María como buena Madre, conoce perfectamente el valor de la respuesta
de su Hijo, que para nosotros podría resultar ambigua ("qué
nos va a tí y a mí"), y no duda que Jesús hará
algo para resolver el apuro de aquella familia. Por eso indica de modo
tan directo a los sirvientes que hagan lo que Jesús les diga. Podemos
considerar las palabras de la Vírgen como una invitación
permanente para cada uno de nosotros; "en eso consiste toda la santidad
cristiana: pues la perfecta santidad es obedecer a Cristo en todas las cosas"
(Santo Tomás de Aquino).
La metreta correspondía
a unos 40 litros. La capacidad de cada uno de estos cántaros era,
por tanto, de 80 a 120 litros; en total 480-720 litros de vino de la mejor
calidad. San Juan subraya la abundancia del don concedido por el milagro,
como hará también cuando la multiplicación de los
panes (Juan 6,12-13). Una de las señales de la llegada del Mesías
era la abundancia, por eso en ella ve el Evangelista el cumplimiento de
las antiguas profecías: "el mismo Yavhé dará la felicidad
y la tierra dará sus frutos", anunciaba el Salmo 84,13; "las eras
se llenarán de buen trigo, los lagares rebosarán de mosto
y de aceite puro" (Joel 2,24; Amós 9,13-15). Esa abundancia de bienes
materiales es un símbolo de los dones sobrenaturales que Cristo nos
alcanza con la Redención: más adelante, San Juan destacará
aquellas palabras del Señor: "Yo vine para que tengan vida y la tengan
en abundancia" (Juan 10,10; Romanos 5,20).
"Hasta arriba":
El Evangelista vuelve a subrayar con detalle la sobreabundancia de los bienes
de la Redención y, al mismo tiempo, indica con cuánta exactitud
obedecieron los sirvientes, como insinuando la importancia de la docilidad
en el cumplimiento de la Voluntad de Dios, aún en los pequeños
detalles.
Jesús hace
los milagros sin tacañería, con magnanimidad; por ejemplo,
en la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6,10-13), donde
sacia a unos cinco mil hombres y todavía sobran doce canastos.
En este milagro de Caná no convirtió el agua en cualquier
vino, sino en uno de excelente calidad.
Antes del milagro
los discípulos ya creían que Jesús era el Mesías;
pero todavía tenían un concepto excesivamente terreno de
su misión salvífica. San Juan atestigua aquí que este
milagro fue el comienzo de una nueva dimensión de su fe, que hacía
más profunda la que ya tenían. El milagro de Caná
constituye un paso decisivo en la formación de la fe de los discípulos.
¿Por qué
tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las
oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María
son oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter
de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede
rogar sin ser atendida.