MILAGRO EUCARÍSTICO DE MISA DEL PADRE CABAÑUELAS



   El Venerable padre Cabañuelas, o fray Pedro de Valladolid, que era su nombre en religión, protagonista del suceso prodigioso que nos ocupa, fue uno de los eximios varones que ilustraron con su virtud la incipiente vida religiosa en el cenobio guadalupense en los primeros tiempos de su establecimiento en él de la Orden de San Jerónimo, en 1389.

   Son los discípulos aventajados, él y otros más, del Venerable padre fray Fernando Yáñez de Figueroa, ilustre cacereño de la más rancia nobleza y primer prior del monasterio, que brillan por su santidad a lo largo de la primera mitad del siglo XV, algunos de los cuales, ocho en total, han quedado inmortalizados por el pincel de Zurbarán en otros tantos lienzos de los once que decoran la sacristía del Santuario de Guadalupe. Los tres restantes son escenas de la vida de San Jerónimo.

   El padre Cabañuelas abrazó, siendo muy joven, la vida religiosa y siempre se distinguió por su acendrada devoción a la Eucaristía, en cuya contemplación y meditación gastaba gran parte de las horas del día y de la noche. Pero quiso el Señor aquilatar aquella su fe en el gran Misterio, permitiendo al enemigo de las almas viniera a turbar su imaginación con terribles dudas sobre la presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar, dudas que se acrecentaban hasta producirle tremenda angustia, mientras celebraba el Santo Sacrificio.

   El suceso milagroso que disipó todas sus dudas y le curó radicalmente de todas sus incertidumbres para el resto de su vida, podemos situarlo cronológicamente hacia 1420, como a los cincuenta años de su edad, y es él mismo quien nos lo refiere, aunque en tercera persona, en una relación que de su puño y letra se halló entre sus papeles después de su muerte, y que transcribimos a continuación.

   "A un fraile de esta casa, dice, acaeció que un sábado, diciendo Misa, después que hubo consagrado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, vio una cosa como nube que cubrió el ara y el cáliz, de manera que no veía otra cosa sino un poco de la cruz que estaba detrás del ara, lo cual le puso gran temor y con muchas lágrimas rogaba al Señor que pluguiese a su piedad de manifestarle qué cosa era aquélla y lo librase de tan gran peligro. Y estando así muy atribulado y espantado, poco a poco se fue quitando aquella nube; y, desde que se quitó, no halló la Hostia consagrada y vio la hijuela que estaba sobre el cáliz, quitada; y acató en el cáliz y lo vio vacío. Y cuando él vio esto, comenzó a llorar muy fuertemente, demandando misericordia a Dios y encomendándose devotamente a la Virgen María.

   "Y estando así afligido, vio venir la Hostia consagrada puesta en una patena muy resplandeciente, y púsose sobre el cáliz; y comenzó a salir de ella gotas de sangre, en abundancia. Y desde que la sangre hubo caído en el cáliz, púsose la hijuela encima del cáliz y la Hostia encima del ara, como antes estaba. Y el dicho fraile, estando así muy espantado y llorando, oyó una voz que le dijo: Acaba tu oficio, y sea a ti en secreto lo que viste".

   El momento en que Zurbarán lo representa en el lienzo, uno de los mejores, junto con “La Perla", por la belleza de su composición, expresión de los rostros, luminosidad y colorido, de cuantos salieron de su pincel, es aquel en que, viendo aparecer de nuevo por el aire la resplandeciente patena con la Hostia consagrada, cae de rodillas, entre atónito y arrobado, reconociendo y rindiendo su inteligencia a la evidencia del milagro, mientras que el lego que le servía, de rodillas también, semeja no haberse percatado lo que también hace notar el padre Cabañuelas en su relación del prodigio eucarístico operado en aquella "Misa milagrosa".

   El hecho fue pronto conocido y divulgado por todos los ámbitos de la nación, y hasta los mismos reyes de Castilla, don Juan II y su esposa doña María de Aragón, junto con el príncipe don Enrique, el futuro Enrique IV, acudieron a Guadalupe, por conocer y tratar al siervo de Dios, elegido ya a la sazón prior del monasterio, quedando tan prendados de su virtud y santidad, que la reina le eligió por su consejero en materias del espíritu, y mandó en su testamento que, cuando trajeran sus restos al Santuario, colocaran a su lado los del padre Cabañuelas, como en efecto se hizo.

   Aún nos queda un precioso testimonio de la "Misa milagrosa": los corporales y la hijuela, con unas gotas de sangre, usados en la misma, reconocidos ante notario apostólico en el siglo XVII, fueron declarados auténticos y son hoy la más preciada reliquia con que se honra el relicario guadalupense, como fueron también preclara reliquia eucarística, expuesta a la veneración de los fieles, entre dos velas encendidas, en el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo, octubre de 1926. El padre Cabañuelas murió el 20 de marzo de 1441, en olor de santidad, muy querido y venerado de todos.

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(Samuel Miranda)