NOVENA A LA VIRGEN DE GUADALUPE



Novena a la Santísima Virgen de Guadalupe.

Del 4 al 12 de diciembre

Puesto de rodillas delante de la imagen de María Santísima, hecha la señal de la Cruz, se dice el siguiente:

Acto de Contrición.

   ¡Oh Jesús y Señor mío! ¡Cuan grande es mi ceguedad, pues después de amenazarme con un infierno eterno, no he temido tu justicia! ¡Cuan moustrosa es mi locura, pues sabiendo que con pecar te tengo a ti de enemigo,
me he atrevido a cometer mil veces el pecado, a vivir años enteros sin darme cuidado alguno tus enojos! Merecía, oh Señor mío, merecía justamente que ejecutaseis la sentencia que con tanta paciencia habéis diferido; lo merecía es verdad; mas vos habéis querido vencer mi malicia con vuestra bondad; vuestra misericordia se ha sobre puesto a mi iniquidad: ya me doy por vencido de vuestro amor: si me buscasteis cuando huía de vos ¿Cómo he de temer que me arrojes de vuestro pies ahora que os busco arrepentido? Ea, dulcísimo Jesús, seamos amigos, pues detesto, abomino y aborrezco el pecado, solo porque lo aborrecéis vos a quien amo con todo mi corazón, a quien deseo agradar y acompañar por toda la eternidad. Amen.

Luego se dirá la oración siguiente, la cual se ha de repetir por todos los días de la novena.

  ¡Oh Santísima Señora, Reina del Cielo y de la Tierra! Cuando yo levanto los ojos al trono de vuestra grandeza y os contemplo la mayor de todas las creaturas, y solo menor que vuestro Criador, ¿Cómo es posible que me atreva a llamaros Madre? Pero así es, Señora: vos que sois Madre de Dios, queréis ser también Madre mía. Así se lo dijisteis al felicísimo Juan Diego cuando le dijisteis, que desde vuestro templo de Guadalupe os mostraríais Madre amorosa y tierna de cuantos buscasen y solicitasen vuestro amparo. Pero no solo es esto lo mas; lo mas es, que en esto no hicisteis otra cosa que conformaros gustosa con la voluntad de vuestro divino Hijo Jesús, quien olvidado de las penas atrocísimas que estaba padeciendo en la Cruz, y entre sus mortales agonías, os encargo que me miraseis como hijo. No lo merezco, Señora, no merezco llamarme hijo vuestro; pero vos quisisteis llamaros Madre mía. No he sabido desempeñar el titulo de hijo; pero no por eso dejares vos de desempeñar el titulo de Madre. Mostrad que sois Madre, no atendiendo a mis maldades, sino a las entrañas de piedad y misericordia de que os doto el Altísimo que os hizo abogada de los pecadores. Deseo portarme como hijo vuestro; pero no podré poner en practica mis deseos si no me alcanzáis de Dios un aborrecimiento firme al pecado mortal, que es solo lo que me hace indigno de vuestra adopción y de vuestro amor.

 
Rézanse cuatro salves en memoria de las cuatro Apariciones y luego se reza la oración del

Primer Día

   ¡Oh Santísima Señora de Guadalupe! Esa Corona con que ciñes tus sagradas sienes, publica que eres reina del universo. Lo eres, Señora,  pues como Hija, Madre y Esposa del Altísimo tienes un absoluto poder, y un justísimo derecho sobre todas las criaturas. Siendo esto así, yo también soy tuyo: yo también pertenezco a ti por mil títulos; pero no me contento de ser tuyo por esta tan alta jurisdicción que tienes sobre todos, quiero ser tuyo por otro titulo mas, esto es, por la elección de la voluntad. Ves, aquí pues, postrado delante del trono de tu majestad, te elijo por mi Reina y mi Señora, y con este motivo, quiero doblar el señorío y dominio que tienes sobre mí; quiero depender de ti, y quiero que los designios que tiene de mí la Providencia divina pasen por tus manos. Dispón de mí como te agradare: los sucesos y lances de mi vida quiero que todos los corran por tu cuenta. Confío de tu benignidad, que todos se enderezaran el bien de mi alma y honra y gloria de aquel Señor que tanto se complace de que todo el mundo te reconozca por su Reina. Amen.

 Después se rezara la oración que se encuentra al final de esta novena, y esto se hará todos los días para finalizar el ejercicio.

 
Segundo Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Que bien se conoce que eres Abogada nuestra en el tribunal de Dios, pues esas hermosísimas manos que jamás dejan de beneficiarnos, las juntas ahora en el pecho en ademán de quien suplica y ruega, dándonos con esto a ver, que desde el trono de la gloria en el que asistes, como Reina de los Ángeles y hombres, hace también oficio de Abogada, rogando y procurando a favor nuestro. ¿Con que afectos de reconocimiento y gratitud podré pagar tantas finezas? Mas no hay en mi corazón suficiente caudal para pagarlo, a Ti acudo para que me enriquezcas, con los dones preciosos de una caridad ardiente y fervorosa, de una humildad profunda y de una obediencia pronta al Señor. Esfuerza tus suplicas, multiplica tus ruegos, y no ceses de pedir al Todopoderoso que me haga suyo, y me conceda ir a darte las gracias por el feliz éxito de tu abogación en la gloria. Amen.

 
Tercer Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué puedo creer al verte cercada de los rayos del solo, sino que estas tan íntimamente unida al Sol de la Divinidad, que no hay en ti cosa alguna que no sea luz, que no sea gracia, y que no sea santidad? ¿Qué puedo creer sino que estas anegada en el piélago de las divinas perfecciones y atributos, y que Dios te tiene siempre en su corazón? Sea para bien, Señora, tan alta felicidad. Yo, entre tanto, arrebatado del gozo que ella me causa, me presento delante del trono de tu soberanía, suplicándote te dignes enviar uno de tus ardientes rayos hacía mi corazón: ilumina con su luz mi entendimiento: enciende con su luz mi voluntad: haz que acabe yo de persuadirme de que vivo engañado todo el tiempo que no empleo en amarte a ti y en amar a mi Dios: haz que acabe de persuadirme que me engaño miserablemente cuando año alguna cosa que no sea a mi Dios, y cuando no te amo á Ti. Amen.

 
Cuarto Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Si un ángel del cielo tiene por honra tan grande suya estar a tus pies, que en prueba de su gozo abre los brazos, y extiende las alas para formar en ella repisa a tu Majestad, ¿Qué deberé yo hacer para manifestar mi veneración a tu persona, sino ofrecerte, no ya la cabeza ni los brazos, sino el corazón y mi alma para que santificándolas con tus divinas plantas se haga trono digno de tu soberanía? Dígnate, Señora de admitir este obsequio: no lo desprecies por indigno a tu soberanía, pues el merito que le falta por mi miseria y pobreza, lo recompenso con la buena voluntad y los deseos. Entra a revisar mi corazón y veras que no lo mueven otras alas sino las del deseo de ser tuyo, y el temor de ofender a tu Hijo Divinismo. Forma trono de mi corazón, y ya no se envilecerá dándole entrada a la culpa y haciéndose esclavo del demonio. Amen.

 
Quinto Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué otro vestido le correspondería a quien es un cielo por su hermosura, sino un todo de estrellas? ¿Con que podrá adornarse una belleza toda celestial, sino con los brillos de una virtudes tan lucidas y tan resplandecientes como las tuyas? Bendita la mano mil veces de aquel Dios que supo unir en Ti, hermosura tan peregrina con pureza tan realzada, y gala tan brillante y rica, con humildad tan apacible. Yo quedo, Señora, absorto de hermosura tan amable, quisiera que mis ojos se fijaran siempre en Ti para que mi corazón no se dejara arrastrar por otro afecto que de amor tuyo. Infunde, pues, Madre mía, en mi corazón ardiente llama de la caridad para que con todas mis fuerzas no ame mas que a Dios y a Ti en quien tengo depositadas todas mis esperanzas. Amen.

 
Sexto Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Que bien dice a tu soberanía ese tapete que la luna forma a tus sagradas plantas! Hollaste con invicta planta las vanidades del mundo, y quedando superior a todo lo criado, jamás padeciste el menguante de la más ligera imperfección: desde tu primer instante estuviste llena de gracia. Miserable de mí, Señora, que no sabiéndome mantener en los propósitos que hago, no tengo estabilidad en la virtud, y solo soy constante en mis viciosas costumbres. Duélete de mi, Madre amorosa y tierna: ya que soy como la luna en ni inconstancia, sea como la luna que esta a tus pies: esto es, firme siempre a tu devoción y amor, para no padecer los menguantes de la culpa. Haz que este siempre a tus plantas por el amor y la devoción, y ya no temeré los menguantes del pecado sino que procurare dar el lleno a mis obligaciones, detestando de corazón todo lo que es ofensa a mi Dios. Amen.

 
Séptimo Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Nada, nada veo en este tu hermosísimo retrato que no me lleve a conocer las altas perfecciones de que dotó el Señor a tu alma inocentísima. ¡Ese lienzo grosero y despreciable! Ese pobre, pero feliz ayate en el que se ve estampada tu singular belleza, dan claro a conocer la profundísima humildad que le sirvió de cabeza y fundamento a tu asombrosa santidad. No te desdeñaste al tomar la tilma podré de Juan Diego, para que en ella se estampase tu rostro, que es encanto de los Ángeles, hechizo de los hombres y admiración de todo el universo. Pues, ¿Cómo no he de esperar yo de tu benignidad, que la pobreza y miseria de i alma no sean embarazo para que estampes en ella tu imagen graciosísima? Yo te pido, Señora, y para esto te ofrezco las telas de i corazón. Tómalo, Señora en tus manos, y no lo dejes jamás, pues mi deseo es que no se emplee en otra cosa que en amarte y amar a Dios. Amen.

 
Octavo Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Que misteriosa y que acertada anduvo la mano del Artífice Supremo, bordando tu vestido con esa orla de oro finísimo que le sirve de guarnición! Aludió sin duda aquel finísimo oro de la caridad y del amor de Dios con que fueron enriquecidas tus operaciones. ¿Y quien duda, Señora, que esta encendida caridad y amor de Dios estuvo siempre acompañada del amor al prójimo y que no por verte triunfante en la patria, te haz olvidado de nosotros? Abre el seno de tus piedades a quien es tan miserable: dale la mano a quien caído te invoca para levantarse: tráete la gloria de haber encontrado en mi u a miseria proporcionada, mas que todas, a tu compasión y misericordia. Amen.

 
Noveno Día.

   ¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué cosa habrá imposible a tu poder, cuando multiplicando los prodigios, ni la tosquedad, ni la grosería del ayate le sirvan de embarazo para formar tan primoroso tu retrato, ni la voracidad del tiempo en mas de tres siglos ha sido capaz de destrozarlo ni borrarle? ¡Que motivo tan fuerte este para alentar mi confianza y suplicarte que abriendo el seno de tus piedades, y acordándote del amplio poder que te dio la divino Omnipotencia de Señor, para favorecer a los mortales, te dignes estampar en mi alma la imagen del Altísimo que han borrado mis culpas! No embarace a tu piedad la grosería de mis perversas costumbres, dígnate solo mirarme, y ya con esto alentare mis esperanzas; porque yo no puedo creer que si me miras, no se conmuevan tus entrañas sobre mi que soy tan miserable. Mi única esperanza, después de Jesús, eres Tú, Sagrada Virgen María. Amen.

 
Oración que se debe decir al final todos los días.

    ¡Oh Madre amorosísima mía, Santísima Virgen de Guadalupe! Bien lo sabéis Señora, bien sabéis que desde mi tierna edad os eh mirado reverenciado como  Madre, como Abogada y Protectora. Vos habéis querido  desde entonces miradme como uno de vuestros hijos. Cuantas gracias y mercedes eh recibido de Dios, conozco haberlas recibido por vuestro medio. ¡Que descuido tan grande el mío! ¡Que infelicidad tan grosera el no haberos servido y obsequiado con una puntualidad y amor igual a vuestra bondad! Mas ya desde hoy protesto honraros, serviros y amaros, como corresponde a un hijo atento, amante y reconocido. No fue otro el fin de vuestra venida as este suelo, sino hacernos presente, traernos a la memoria el amor, cuidado y solicitud que como Madre tienes de nosotros: pues ya me doy, Señora, por entendido, y recurro a Vos como Madre: no sean parte mis maldades para que apartáis de mi los ojos de misericordia. Haced que viva como hijo vuestro, pues no es otro mi deseo sino agradaros y serviros en esta vida,  y después de ella daros en el cielo los agradecimientos de las misericordias que Dios me ha concedido por vuestra intercesión. Amen

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(Samuel Miranda)