NOVENA en sufragio DE LAS ALMAS DEL
PURGATORIO
(Para rezar en cualquier época
del año y en especial del 24 de Octubre al 1 de Noviembre)
PARA TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa cruz, etc.
Acto de contrición
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de
haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el
cielo que perdí. Pero mucho más me pesa porque pecando ofendí
a un Dios tan bueno y tan grande como vos. Antes querría haber muerto
que haberos ofendido. Y propongo firmemente no pecar más y evitar todas
las ocasiones próximas de pecado. Amén.
Oración al Padre Eterno
Padre celestial, Padre amorosí¬simo, que para salvar las Almas
quisiste que tu Hijo unigé¬nito, tomando carne humana en las entrañas
de una Virgen purísi¬ma, se sujetase a la vida más po¬bre
y mortificada, y derramase su Sangre en la cruz por nuestro amor: Compadécete,
de las benditas almas del Purgatorio y líbralas de sus horrorosas llamas.
Compadé¬cete también de la mía, y líbrala
de la esclavitud del vicio. Y si tu Justicia divina pide satisfacción
por las culpas cometidas, yo te ofrezco todas las obras buenas que haga en
este Novenario. De ningún valor son, es verdad; pero yo las uno con
los méritos infinitos de tu Hijo divino, con los dolores de su Ma¬dre
santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido
en la tierra. Míranos, vi¬vos y difuntos, con com¬pasión,
y haz que celebremos un día tus miseri-cordias en el eterno descanso
de la gloria. Amén.
MEDITACIÓN DEL DÍA
ORACIÓN FINAL
Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que
tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos
a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas
tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima
y de la de tu Hijo bendito.
Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa
ante tu Hijo por las almas del pur-gatorio. Amén.
Dales, Señor el descanso eterno
y brille para ellas la Luz que no tiene fin.
Que descansen en paz.
Amén.
Que las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
San José, ruega por nosotros.
MEDITACIÓN DÍA PRIMERO
Existencia del Purgatorio
Punto Primero.-Es un artícu¬lo de fe que las almas de los que
mueren con alguna culpa venial, o sin haber satisfecho plenamente a la Justicia
divina por los pecados ya perdonados, están detenidas en un lugar de
expiación que llama¬mos Purgatorio. Así lo enseña
la santa Madre Iglesia, columna infa¬lible de la verdad: así lo
confirma la más antigua y constante tradi¬ción de todos
los siglos; así lo ase¬guran unánimemente los santos Padres
griegos y latinos, Tertulia¬no, San Cirilo, San Cipriano, San Juan Cri-sóstomo,
San Ambrosio, San Agustín, y tantos otros; así lo han definido
los sagrados Conci¬lios de Roma, de Cartago, de Flo¬rencia, de Letrán
y de Trento, diri¬gidos por el Espíritu Santo. Y aun¬que la
Iglesia no lo enseñase así ¿no lo dice bastante la razón
na¬tural?
Supongamos que sale de este mundo un alma con algún pecado venial;
¿qué hará Dios de ella? ¿La arrojará al
infierno, y siendo su hija y esposa amadísima la confundirá
con los réprobos y espíritus in-fernales? Eso repugna a la Justicia
y Bondad divinas. ¿La introducirá en el cielo? Eso se opone
igual-mente a la santidad y pureza infinita del Creador; pues sólo
aquel cuyas manos son inocentes, y cuyo corazón está limpio,
subirá al monte del Señor. Nada manchado puede entrar en aquel
reino purí-simo. ¿Qué hará, pues, Dios de aquella
alma? Ya nos lo dice por Malaquías: La pondré como en un crisol,
esto es, en un lugar de penas y tormentos, de donde no saldrá hasta
que haya plenamente sa-tisfecho a la Justicia divina.
¿Crees tú esto, cristiano? Creas o no creas, te burles o no
te burles de ello, la cosa es, y será así. Negar el Purgatorio,
sólo poner en duda deliberadamente su existencia, es ya pecado grave.
¿Crees tú esta verdad, y con esa indiferencia mi¬ras tan
horribles penas? ¿Crees en el Purgatorio, y con tus culpas si-gues
amontonando leña para arder en el más terrible fuego?
Medita un poco sobre lo dicho.
Punto Segundo.-Es también un artículo de fe que nosotros podemos
aliviar a aquellas almas afli-gidísimas. Sí; en virtud de la
Co¬munión de los Santos, hay plena comunicación de bienes
espiritua¬les entre los Bienaventurados que triunfan en el cielo, los
cristianos que militamos en la tierra, y las al¬mas que sufren en el Purgatorio.
En virtud de esta comunicación de bienes, podemos con mucha facili¬dad,
y mérito nuestro, bajar al Purgatorio con nuestros sufragios, y a
imitación de Jesucristo, des¬pués de su muerte, librar
a aque¬llas almas, y alegrar al cielo con un nuevo grado de gloria acciden¬tal,
procurando nuevos príncipes y moradores a aquella patria felicí¬sima.
!Oh admirable disposición de la Sabiduría divina! ¡Oh,
que dicha y felicidad la nuestra! Viéndose Dios obligado a castigar
a aquellas sus hijas muy amadas, busca media¬neros que intercedan por
ellas, a fin de conciliar así el rigor de la Jus¬ticia con la ternura
de Misericor¬dia infinita. Y nosotros somos es¬tos dichosos medianeros
y corre¬dentores; de nosotros depende la suerte de aquellas pobres almas.
Haz, pues, cristiano, con fervor este santo novenario. No faltes a él
ningún día; ¿quién sabe si abrirás el cielo
a alguno de tus parientes y amigos ya difuntos? ¿Y serás tan
duro e insensible que le niegues este pequeño sacrificio, pudiéndoles
hacer ese gran favor a tan poca costa?
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA SEGUNDO
Sobre la pena de sentido en general
Punto Primero.-Ven, mortal; tú, que vives como si después
de esta vida no te quedase nada que te-mer, ni que esperar: ven; pene¬tra
con el espíritu en aquellos ho¬rrendos calabozos donde la Justi¬cia
di-vina acrisola las almas de los que mueren con algún pecado ve¬nial;
mira si, fuera del infierno, pueden darse penas mayores, ni aun semejantes
a las que allí se padecen.
Considera todos los dolo¬res que han sufrido los enfermos en todos los
hospitales y lugares del mundo; ¿igualarían todos ellos a los
dolores que padece un alma en el Purgatorio? No, dice San Agustín;
pues éstos exceden a todo cuanto se puede sentir, ver o imaginar en
este mundo.
Añadamos a todos estos males los suplicios y tormentos que la crueldad
de los Nerones, Dioclecianos, Decios y demás perseguidores de la Iglesia
inventó contra los cristianos, ¿igualarían al Purgatorio?
Tampoco, dice San Anselmo, pues la menor pena de aquel lugar de expiación
es más terrible que el mayor tormento que se pueda imaginar en este
mundo.
Entonces, ¿qué penas serán aquéllas? Son tales,
dice San Cirilo de Jerusalén, que cualquiera de aque-llas almas querría
más ser atormen¬tada hasta el día del juicio con cuantos
dolores y penas han pade¬cido los hombres desde Adán hasta la hora
presente, que no estar un solo día en el Purgato-rio sufriendo lo
que allí se padece. Pues todos los tormentos y penas que se han sufrido
en este mundo, compara¬dos con los que sufre un alma en el Purgatorio,
pueden tenerse por consuelo y alivio.
Punto Segundo - ¿Y quiénes son esas Almas tan horriblemen¬te
atormentadas en el Purgatorio? Este es un tema profundo para hacernos reflexionar.
Son obra maestra de la mano del Omnipo¬tente, y vivas imágenes
de su divi¬nidad; son amigas, hijas y esposas del Señor; ¡y
no obs¬tante, son severamente puri-ficadas! Dios las amó desde
toda la eternidad, las redimió con la sangre de sus venas, ahora las
ama con un amor infinito, como que están en su gra¬cia y amistad
divina: ¡y no obstan¬te sufren penas im-ponderables!
El Purgatorio. ¡Qué claramente nos manifiesta la justicia y
santidad de Dios! ¡Cuánto horror debe ins-pirarnos al pecado!
Porque si con tanto rigor trata Dios a sus almas amadas por faltas ligeras,
¿cómo seremos tratados nosotros, pecadores; nosotros, que vivimos
tantas veces abando¬nados al arbitrio de las pasiones?
Si con el árbol verde hacen esto, con el seco ¿qué
harán? Si el hijo y heredero del cielo es castigado por faltas que
a muchos parecen virtu¬des, ¿cómo seremos castigado nosotros,
pe¬cadores y enemigos de Dios, por nuestros vicios y pecados tan horrendos
y abomi¬nables? Pensémoslo bien, y enmendemos nuestras vidas.
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA TERCERO
Sobre el fuego del Purgatorio
Punto Primero. - Considera, amado cristiano, el tormento que causa a las
almas el fuego abrasa¬dor del Purgatorio. Si el fuego de este mundo, creado
para servicio del hombre, y efecto de la bondad divina, es ya el más
terrible de to¬dos los elementos; si es ya tal su virtud, que consume
bosques, abrasa edificios, calcina mármoles durísimos, hace
saltar piedras y murallas, derrite metales y ocasiona terribles estragos,
¿qué será el fuego del Purga¬torio, encendido por
un Dios san¬tísimo y justísimo, para con él de¬mostrar
el odio infinito que tiene al pecado?
Es tal, dice San Agustín, que el fuego de este mundo, comparado con
él, no es más que pintado.
Ahora bien; si tener el dedo en la llama de una vela sería para nos¬otros
insoportable dolor, ¿qué tor-mento será para aquellas
almas sepultadas en un fuego que es, di¬cen Santo Tomás y San Gregorio,
igual en todo, menos en la dura¬ción, al del infierno?
Sí; escuchémoslo bien, almas tibias, y estremezcámonos:
Con el mismo fuego se purifica el elegido y arde el con¬denado; con la
única diferencia, que aquél saldrá cuando haya satisfecho
por sus culpas, y éste ar¬derá allí eternamente.
¿Y continuamos nosotros en nuestra tibieza?
Punto Segundo. - Consideremos cuáles son las faltas por las que Dios,
infinitamente bueno y mise-ricordioso, castiga a sus amadísi¬mas
Esposas con tanto rigor, y veremos que son faltas leves, y a ve¬ces un
solo pecado venial. Qué mal tan grave debe ser éste de¬lante
de Dios, cuando es tan seve¬ramente castigado en el Purga¬torio!
En efecto; el pecado venial es leve, si se lo compara con el mor¬tal,
pero en sí es un mal mayor que la ruina de todos los imperios y que
la destrucción del universo: es un mal tan espantoso, que excede en
malicia a todas las desgracias y ca¬lamidades del mundo: es un mal tan
grande, que si cometiéndolo pudiésemos convertir a todos los
pe¬cadores, sacar a todos los conde¬nados del infierno, librar a todas
las almas del Purgatorio, aun en¬tonces no deberíamos cometerlo,
pues todos estos bienes no igualarían la malicia del pecado más
leve: por¬que aquellos son males de la cria¬tura, y éste es
un mal y una ofensa hecha al mismo Creador. ¿Podemos oír esto
sin horrorizarnos y sin cambiar de conducta?
Pero ¿qué es nuestra vida, sino una serie in-interrumpida
de peca¬dos? ¡Pecados cometidos con los ojos, con los oídos,
con la lengua, con las manos, con todos los sen¬tidos! !Cuántas
culpas por la igno¬rancia crasa y olvido voluntario de nuestras obligaciones!
¡Cuántas indiscreciones por la distracción de nues-tro
espíritu; por la violencia de nuestro ge¬nio; por la temeridad
de nuestros juicios; por la malicia de nuestras sospechas! ¡Cuántas
faltas por no querer mortificarnos, ni sujetarnos a otro, por nuestra lige-reza
en el hablar!
Lloremos, nuestra ceguera; y a la claridad del fuego es¬pantoso del
Purgatorio, comprendamos por úl-timo qué gran mal es co¬meter
un pecado venial.
Si, es un mal tan grande; ¡y nosotros, lejos de llorarlo, lo cometemos
sin escrúpulo a manera de juego, pasatiempo y diversión!
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA CUARTO
Sobre la pena de daño
Punto Primero. - Por horroro¬sos que sean los tormentos que pa¬decen
las Animas en el Purgatorio, por espantosas que sean las llamas en que se
abrasan, no igualarán ja¬más la pena vivísima que
sienten al verse privadas de la vista clara de Dios.
En efecto; aquéllas constituyen la pena de sentido; ésta,
la de da¬ño; aquéllas son limitadas; ésta, infini-ta;
aquéllas privan a las Al¬mas de un bien accidental, cual es el
deleite; por ésta, carecen de un bien esencial a la bienaventuranza,
en el cual consiste la felicidad del hombre, y es la posesión beatífica
de Dios.
Ahora no comprenderemos esta pena; pero ella es atroz, incom¬prensible,
infinita.
¡Pobres Animas! Ustedes conocen a Dios, no con un conocimiento oscuro,
co¬mo nosotros, sino con una luz clara y perfectísima; ven que
es el cen¬tro de vuestra felicidad, que con¬tiene todas las perfecciones
posi¬bles, y en grado infinito; saben que si cayera en el infierno una
sola gota de aquel océano infinito de delicias que en sí encierra,
bas¬taría para extinguir aquellas llamas y hacer del infierno el
paraíso más delicioso.
Comprenden todo esto perfectí¬simamente, y así se lanzan
ustedes hacia aquel Bien infinito con más fuer¬za que una enorme
piedra separada de la montaña se precipita a lo profundo del valle;
¡y no obstan-te, no lo pueden abrazar ni poseer? ¡Qué pena!
¡Qué gran tormento!
Punto Segundo. - Si tan horri¬ble pena sienten las Animas, vién¬dose
privadas del hermosísimo ros¬tro de Dios, ¿cuál debería
ser nuestro desconsuelo como pecadores, si vivimos privados de su gracia
y amis-tad?
Las almas benditas del Purgato¬rio no poseen aún a Dios, es ver¬dad;
pero están seguras de poseer¬lo un día, porque son amigas,
hijas y esposas suyas muy queridas. Pe¬ro hay mucho que saben que viviendo
como viven, no poseerán jamás a Dios. Saben que, desde el momento
que se rebelaron contra El per-dieron su gracia, y con ella la rica heren¬cia
de la gloria. ¿Cómo dicen: Padre nuestro, que estás en
los cielos?
¡Cuántos se engañan! Dios ya no es su padre, ni su señor
ni su rey. Ojalá no nos encontremos nosotros en tal situación.
Y si así fuera, deberíamos hacer una buena confesión
para recuperar la amistad divina, y poder estar en paz, sabiendo que el Señor
será nuestro deleite para siempre.
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA QUINTO
Remordimiento de un Anima en el Purgatorio
Imaginemos hoy una persona que haya llevado en este mundo una vida semejante
a la nuestra: que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los
ejer¬cicios de piedad como nosotros, sin tener horror más que al
pecado mortal y al infierno, en el mejor de los casos. Supongamos, no obs¬tante,
que haya tenido la dicha de hacer una buena confesión, morir en gracia
e ir al Purgatorio. ¿Qué pensará en medio de aquellas
penas y tormentos? Seguramente dos pensamientos la afligirán enormemente.
Primer Pensamiento. - Pude li¬brarme de estas penas, y no quise. ¡Yo
mismo he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de estas penas! Dios
no hace más que ejecutar la sentencia que yo en el mundo pronuncié
contra mí mismo.
¡Cuántos medios me proporcionó Dios para evitarme esto!
Caricias, amenazas, be¬neficios, todo lo había agotado; gracias
singularísimas de inspira¬ciones, buenos ejemplos, libros pia¬dosos,
padres vigilantes, confesores celosos, maestros y predicadores fervorosos,
remordimientos continuos, todo lo había em-pleado.
Pero, ¡qué locura tan grande la mía! ¡Por no privarme
de un frí¬volo pasatiempo, por ir a bailes, por di-vertirme o jugar
con tal com¬pañía, por no abstenerme de una mirada, de
un vil gusto, de una va¬na complacencia, por hablar de los defectos del
prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y tor-mentos!
Me lo decían todos los años, me lo predicaban y repetían:
¡pero yo no hacía caso!...
¡Dichoso San Pablo, primer er¬mitaño; dichosas Gertrudis,
Esco¬lástica, y tantos otros Santos que, ha-biendo satisfecho a
la Justicia di¬vina en el mundo, subieron al cielo sin pasar por el Purgatorio!
¡Yo podía hacer lo que ellos hicieron, pero no quise! ¡Locuras
mundanas, conversaciones frívolas, pa-satiempos, vanidad, qué
caro me cuestan ahora! Podría fácilmente haber evitado todo
eso y no lo hice. Y sólo porque no quise.
El Segundo Pensamiento que afli¬ge al alma tibia que vivió como
nosotros vivimos, es este: Yo que-rría librarme ahora del Pur¬gatorio,
y no puedo. ¡Si pudie¬ra yo ahora volver al mundo!, di¬rá
cada una de aquellas Almas, ¡con qué gusto me sepultaría
en los desiertos con los Hilariones y Arsenios! Haría penitencias más
espantosas que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón
Estilita y de un San Pedro de Alcántara; pasaría no¬ches
enteras en oración, como los Antonios, Basilios y Jerónimos;
me arrojaría en estanques helados y me revolcaría entre espinas,
co¬mo los Benitos y los Franciscos; etc.
Pero, en realidad no era necesario nada de esto; con mucho menos podrían
haber evitado esas llamas. Sin hacer más que lo que debían hacer
cada día, pero haciéndolo con perfección, evita¬ban
todo esto. Sí; los mis¬mos Sacramentos, pero recibidos con mejores
disposiciones; las mis¬mas misas, pero oídas con más re¬cogimiento
y atención; las mismas devociones, pero practicadas con más
fervor; las mismas mortifica¬ciones, ayunos y obras de miseri¬cordia,
pero hechas con menos os¬tentación, únicamente por agradar
á Dios, no sólo les hubieran librado de todas esas penas, sino
también asegurado a ellas y a mu-chas otras almas la posesión
del reino de los cielos.
Pero ahora sus deseos son inútiles: ya no es tiempo de merecer: ha
llegado para ellas aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede
hacer obra alguna meritoria: ahora es necesario padecer, y sufrir penas inexplicables,
y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo lo he querido! ¡Pude
fácilmente evitar estos tor¬mentos, y no quise! ¡Quisiera
poder evitarlos ahora, y no puedo!
¡Dichosos nosotros que oímos es¬to! Tenemos tiempo todavía:
aún no llegó para nosotros aquella noche tenebrosa. ¿Y
seguiremos perdiendo el tiempo, y los días tan preciosos? ¿No
tomaremos la seria re-solución de confesarnos bien y de en¬mendar
nuestra vida?
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA SEXTO
Paciencia y resignación de las benditas Almas del purgatorio
Punto Primero. -Es Verdad que las almas del Purgatorio padecen imponderables
penas, y sin mérito: pero las padecen con una pacien¬cia y resignación
admirables. Co¬nocen a Dios con luz perfectísima, lo aman con amor
purísimo, y de¬sean ardentísimamente poseerlo: pero al
ver sus faltas, bendicen y adoran la mano justa y amorosa que las castiga.
¡Y con cuánta más resigna¬ción que los hermanos
de José, ex¬claman: Merito haec patimur! Con mucha razón
padecemos, Señor; pues cuando pecamos no temimos tu poder y tu justicia,
frustra¬mos los designios de tu amor y de tu sabiduría, despreciamos
tu majestad y tu grandeza, y ofendimos tus per-fecciones infinitas. Justo
es que padezcamos.
Hombres sin conocimiento de la verdadera religión fueron agrade¬cidos
a sus bienhechores; Faraón hizo a José virrey de Egipto por¬que
le interpretó un sueño miste¬rioso. Asuero elevó
a Mardoqueo a los primeros empleos de Per¬sia porque le descubrió
una cons¬piración; hasta los osos y los leo¬nes y otras fieras
salvajes agra¬decidas defendieron a sus bienhechores; y nosotros, creados
a tu imagen, redimidas con tu Sangre, honradas y exaltadas con tantos dones
de la gracia, ingratos te aban¬donamos en vida. Sí; purifícanos
en este fuego; ¡por ásperas que sean nuestras penas, bendeciremos
y ensalzaremos tu justicia y misericordia infinitas. “Justo eres, Señor,
y son rectos todos tus juicios”.
Todavía más: es tanta la feal¬dad del pecado, por leve
que sea, que si Dios abriera a esas almas las puer-tas del cielo, no se atreve¬rían
a entrar en él, manchadas co¬mo están; sino que suplicarían
al Señor las dejara purificarse prime¬ro en aquellas llamas. Igual
que una juven escogida por esposa de un gran mo-narca si el día de
las bodas apareciese una llaga horrible en su rostro, no se atrevería
a presentarse en la Corte, y suplicaría al Rey que di¬firiese las
bodas hasta que estu¬viera perfectamente curada.
¿Oh pecado, por leve que parez¬cas, qué tan grave mal
eres que las mismas almas preferirían los horrores del Purgatorio
antes que en¬trar en el cielo con la menor som¬bra de tu mancha!
Punto Segundo. – Miremos ahora en nosotros si puede darse incoherencia mayor
que la nuestra ... Nos reconocemos merecedores de horri¬bles penas por
parte de la Justicia divina, debido a los enor¬mes pecados que cometimos
en la vida pa¬sada, y debido a las innumerables fal¬tas en que al
presente caemos todos los días; reconocemos, además, que no
basta confesarse, ya que la absolución borra sí la cul¬pa,
pero no quita toda la pena, y por esto sabemos que es preciso satisfacer a
la Jus¬ticia divina o en éste, o en el otro mundo; y sin embargo,
jamás nos preocupamos por hacer penitencia.
Ahora podríamos expiar nuestras culpas fácilmente, y con gran
mérito nuestro: una confesión bien hecha, una misa bien oída,
un trabajo sufrido con paciencia, una ligera mortifica¬ción, una
limosna, una indulgencia, un Vía Crucis hecho con devoción,
podría evitarnos espantosos supli¬cios: y nosotros todo lo descuidamos,
todo lo dejamos para la otra vida.
¿Acaso Hemos olvidado lo horribles que son y cuánto tiempo
duran aquellos tormentos? ¿No sabemos que, según afirman cier¬tos
autores, fundados en revelacio¬nes muy respetables, varias de aque¬llas
almas han estado siglos enteros en el Purgatorio, y otras estarán allí
hasta el día del juicio final?
¡Qué gran insensatez la nuestra! Las Almas, dice San Cirilo
de Jerusalén, querrían mejor sufrir hasta el fin del mundo todos
los tormentos de esta vida, que pa¬sar una sola hora en el Purgato¬rio;
y nosotros queremos más arder siglos enteros en el Purgatorio, que
mor¬tificarnos en esta vida un solo mo¬mento. ¡Qué gran
absurdo!
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA SÉPTIMO
Descuido de los mortales en aliviar a las Almas del Purgatorio
Punto Primero. - ¡Pobres al¬mas! ¡Están padeciendo
tormentos y penas inexplicables: no pueden me-recer, ni esperar alivio sino
de los vivos; y éstos, nosotros, ingratos, no cuidamos de ellas! Tienen
ellas en el mun¬do tantos hermanos, parientes y amigos, y no hallan, como
José, un Rubén piadoso que las saque de aquella profunda cisterna.
Sus ti¬nieblas son más dolorosas que la ce¬guedad de Tobías,
y no encuentran un Rafael que les dé la vista desea¬da, para contemplar
el rostro her¬mosísimo de Dios. Se abrasan en más ardiente
sed que el criado de Abraham, y no hallan una solícita Rebeca que
se la alivie. Son infi¬nitamente más desgraciadas que el caminante
de Jericó y el paralítico del Evangelio. Pero no encuentran
un samaritano u otra persona com¬pasiva que las consuele.
¡Pobres almas! ¡Qué gran tormento es para ustedes este
olvido de los mortales! ¡Podrían tan ¬fácilmente aliviarlas
y libertarlas del Purgatorio; bastaría una misa, una Comunión
y un Vía Crucis, una in-dulgencia que aplicasen; y nadie se preocupa
de ofrecerlas por ustedes!
¿Y quiénes son esos ingratos? ¡Son sus mismos parientes
y amigos, sus mismos hijos!. Ellos se ali-mentan y recrean con los bienes
o posibilidades que ustedes les dejaron, y ahora, como desconocidos, no se
acuerdan ya de ustedes.
¡Pobres almas! Con mucha más razón que David pueden
ustedes decir: si alguien que no hubiese nunca recibido ningún favor
de mi parte, si un enemigo me tratara así por doloroso que me fuera,
podría sopor¬tarlo con paciencia: ¡pero tú, hijo
mío, hermano, pariente, amigo, que me debes tantos benefi¬cios;
tú, hijo mío, por quien pasé tantos dolores y no¬ches
tan malas; tú, esposo; tú, es¬posa mía, que tantas
pruebas reci¬biste de mi amor, siendo objeto de mis desvelos y blanco
de mis ince¬santes favores: que tú me trates así; que,
descuidando los sufragios que tanto te encargué me dejes en este fuego,
sin querer socorrerme! ¡Ésta sí que es una ingratitud
y crueldad superior a todo lo que podemos pensar!
Punto Segundo.- ¡Pobres al¬mas! Pero más pobres e infelices
seremos nosotros, si no las socorre¬mos. Acuérdate, nos gritan
los difun¬tos a nosotros, de cómo he sido yo juzgado: porque así
mismo lo serás tú: A mí ayer; a ti hoy. Tú también
serás del número de los difuntos, y tal vez muy pronto. Y por
rico y po¬deroso que seas, ¿qué sacarás de este mundo?
Lo que nosotros sacamos, y nada más: las obras. Si son buenas, ¡qué
consuelo! Si ma¬las, ¡qué desesperación! Como tú
hayas hecho con nosotros, harán contigo.
¿Lo oyes? Si ahora eres duro e insensible con las benditas Almas
del Purgatorio, duros e insensibles serán contigo los mortales, cuando
tú hayas de¬jado de existir. Y no es éste el pa¬recer
de un sabio; es el oráculo de la Sabiduría infinita, que nos
dice en San Mateo: Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos.
Sí; del mismo modo que nos hu¬biésemos portado con las almas
de nuestros prójimos, se portarán los mortales también
con nosotros. ¡Ay de aquel que no hubiese practicado misericordia, porque
le espera, di¬ce el apóstol Santiago, un juicio sin misericordia.
¿Y no tiemblas tú, insensible para con los difuntos? Si lleno
de indignación, el Juez supremo arro¬ja al infierno al que niega
la limos¬na a un pobre, que tal vez era ene¬migo de Dios por el pecado,
¿con cuánta justicia y rigor condenará al que niegue
a sus amadísimas esposas los sufragios de los bienes que les pertenecían?
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA OCTAVO
Cómo recompensará el Señor a los devotos de las benditas
Ánimas
Punto Primero.-Supongamos que, movidos por estas meditaciones, hacemos una
sincera y completa confesión, y ganan¬do la indulgencia plenaria
de este santo novenario, sacamos un alma del Purgatorio.
¡Qué grande será nuestra dicha! Si perseveramos, ¡qué
gran retribución recibiremos en el cielo! Si los reyes de la tierra,
siendo miserables mor¬tales, recompensan con tanta generosidad al que
libra a uno de sus súbditos de un gran peligro, o expone su vida sirviendo
genero¬samente a los apestados, ¿cómo será el premio
que dará el Señor al que libre a una o más al¬mas
de las llamas del Purgatorio?
Hagamos esta comparación: Padres y madres, si un hijo de ustedes
cayese en un río o en un fuego, y alguien lo rescatara y se los devolviese
vivo, ¿cómo lo agradecerían? Si ustedes fueran ricos
y potenta-dos, y esa persona fuera po¬bre, ¿cómo lo premiarían?
Ahora bien: ¿qué comparación puede haber entre el cariño
del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas almas,
que son sus hijas amadas? ¿Qué son to¬dos los peligros y
males de este mundo, comparados con las penas del Purgatorio? ¿Y qué
comparación puede haber entre el po¬der y la generosidad de un
misera¬ble mortal y el poder y la generosidad infinitos de Dios, que
promete un in-menso premio de gloria por la visita hecha a un preso, a un
en¬fermo, o por un vaso de agua dado a un pobre por su amor?
¡Cristianos! No dudemos decir que se ve como asegurada nuestra salva¬ción,
si logramos sacar una sola alma del Purgatorio. Sabiendo esto, ¿no
haremos lo po¬sible para lograrlo?
Punto Segundo. - No pensemos que estas sean sólo unas refle¬xiones
piadosas; es una promesa for¬mal de Jesucristo, Verdad Eterna, que no
puede faltar a su palabra. ¿No nos dice en el sagrado Evangelio: Bienaventurados
los miseri¬cordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia? Fundado
en estas pa-labras infalibles, dice San Gregorio: "Yo no sé que se
haya condenado ninguno que haya usado de mi-sericordia con el prójimo".
Dios quiere mucho a las almas; todo cuanto se hace por ellas, lo mira, agradece
y premia como si a El mismo se le hiciera; En verdad os digo que todo cuanto
habéis hecho con uno de esos pe¬queños hermanos míos,
lo habéis hecho conmigo. Qué dichosos somos los cristianos;
si socorremos a las pobres Ánimas del Purgatorio, un día nos
dirá nuestro generosísimo Juez: “venid, benditos de mi Pa-dre.
Aquellas pobres almas tenían hambre, y vosotros comul¬gando las
habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuer¬po;
morían de sed, y asistiendo o ha¬ciendo celebrar misas, les habéis
dado a beber mi Sangre preciosísi¬ma; estaban desnudas, y con vues¬tras
oraciones y sufragios las ha¬béis vestido con una estola de in¬mortalidad;
gemían en la más tris¬te prisión, y con vuestros
méritos e indulgencias las habéis sacado de ella”.
"Y no es precisamente a las Áni¬mas a quienes habéis hecho
estos favores; a Mí me los habéis hecho: Conmigo lo hicisteis:
pues todo cuanto hi¬cisteis por ellas, Yo lo miro por tan propio como
si lo hubie-seis hecho por Mí mismo. Por tanto, ve¬nid, benditos
de mi Padre, a recibir la corona de gloria que os está preparada en
el cielo".
¿No quisiéramos, cristianos, lo¬grar semejante dicha?
Está en nuestras manos.
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
MEDITACIÓN DIA NOVENO
Agradecimiento de las benditas Ánimas para con sus devotos
Punto Primero. – Llegamos hoy al día feliz; hoy, con las Comuniones
y sufragios que los fieles han ofrecido al Señor, no sólo en
ésta, sino en tantas otras igle¬sias, muchas de aquellas almas,
ayer tan afli-gidas y desgraciadas, han pasado a ser dichosos habi¬tantes
y príncipes felices de la Corte celestial. Ya ven cara a cara la Hermosura
y Majestad infinita; ya poseen a Dios, que contiene en sí cuanto hay
de amable, de grande, delicioso y perfecto. Su entendi¬miento ya no puede
experimentar ni más alegría, ni más suavidad, ni más
dicha.
Si pudiésemos entrar hoy en aquella dichosa pa¬tria y contemplar
el paso de aquellos Bienaventurados! ¡Qué alegría, qué
abrazos se dan tan afectuosos! ¡Qué cánticos ento¬nan
en acción de gracias al Dios de las misericordias y a los generosos
cristianos que las han sacado del Purgatorio! ¡Cómo dan por bien
empleadas las penas que en este mundo padecieron!
¡Con qué alegría está di¬ciendo cada una
de ellas: Dichosas confesiones y comuniones; dichosas las misas que oía,
las limosnas, oraciones, penitencias y obras buenas que yo practicaba; dichosas
las burlas y escarnios que yo sufría por ser practicante! !Y con qué
generosidad pagas, Señor, hasta los sa¬crificios más pequeños
e insignificantes que hice por tu amor!
¿No quisiéramos nosotros tener nosotros la misma suerte?
Entonces luchemos con¬tra las pasiones; que sin luchar no se alcanza
la victoria; sin pena, no hay feli-cidad.
Punto Segundo.- !Y qué dicha, cristiano, la tuya, si has logrado
librar del Purgatorio a alguna de aque-llas almas! El cielo debe a tus sufragios
el nuevo regocijo y la nueva gloria accidental que ahora expe-rimenta. Y aquellas
almas di¬chosas te deben la libertad, y con ella la posesión de
una felicidad infinita. ¿Cómo no suplicarán fervorosamente
a Dios por ti? ¿Cómo no van a socorrerte en cualquier necesidad
que te encuentres? ¿Qué empeño pondrán en conse¬guirte
las gracias necesarias para vencer las tenta-ciones, adquirir las virtudes
y triunfar de los vicios?
Y si alguna vez te vieres en pe¬ligro de pecar y de caer en el in¬fierno,
¡con cuánto celo esas almas dirán al Señor: ¿Vas
a permitir, oh Dios, que se pierda eternamente un cristiano que me ha librado
a mí de tan horribles penas? ¿No prometiste que alcan¬zarían
misericordia los que la tu¬vieran con el prójimo? ¿Consentirías
ahora que cayese en el in¬fierno aquel que con sufragios me abrió
las puertas del cielo?
¡Dichoso cristiano, cuántos envidian tu dicha! Persevera, y
tie¬nes segura la palma de la gloria.
Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación,
y pide, por la inter-cesión de María Santísima, la gracia
que deseas conse¬guir en esta novena.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria