PABLO IV
1555-1559 d.C.
Juan Pedro Carafa, napolitano,
había sido nuncio ante la corte de Fernando el Católico, en
Madrid, en el año 1515. Había asistido, en 1527, al sacco di
Roma, y odiaba a los españoles. Su política, desgraciadamente
se inspiró en este odio. Fue un Papa duro, ascético, conducido
por el deseo de reformar las costumbres de la Iglesia después del
desastroso período inaugurado por Alejandro Borgia, Papa del mismo
tiempo, cultivó el nepotismo, elevando a las mayores dignidades a
sus parientes.
Carlo Carafa, militar sanguinario e inmoral, fue hecho cardenal
y enviado a la corte de Enrique II, donde ganó para la causa papal
a Catalina de Médicis y a las familias de Montmorency y de Guisa.
Para reforzar su ejército, Paulo IV enroló a tres mil suizos,
a los que el Papa llamó "legiones de ángeles enviadas por el
cielo". A pesar de esto, las tropas pontificias fueron derrotadas por las
del duque de Alba en Paliano, en 1557. Semanas después, los españoles
conseguían en Flandes la victoria de San Quintín, contra los
franceses. Los proyectos antiespañoles del Papa se derrumbaban en
poco tiempo.
Un tratado de paz fue firmado, en Palestrina, entre los enviados
de Felipe II y los de Paulo IV, evitándose así un nuevo saqueo
de la Ciudad Eterna. Con el tratado de Cateau-Cambrésis, firmado en
1559, fue finalmente establecida la paz entre España y Francia, después
de cuarenta años de guerra. España afianzaba su dominio sobre
Milán y el sur de Italia, mientras el rey de Francia abandonaba Saboya,
restituyéndola a Manuel Filiberto, pero conservaba la Lorena y Calais.
También en Alemania las luchas religiosas habían terminado
con la paz de Augsburgo, de 1555, paz que no fue definitiva.
La cláusula llamada del "reservado eclesiástico",
despojaba de sus bienes a cualquier príncipe eclesiástico que
pasaba al protestantismo. La paz no podía ser durarera porque otorgaba
la libertad de culto sólo a los príncipes. El pueblo estaba
obligado a tener la confesión de su soberano y de este modo las poblaciones
del Palatinado cambiaron cuatro veces de religión en cuarenta años.
La miseria aumentó después de la paz de Augsburgo, que creaba
nuevas divisiones en Alemania: una entre el pueblo y los príncipes;
huella fatal de la política de Lutero; otra entre católicos
y protestantes, que habrá de durar siglos.
Todas estas derrotas en los frentes de batalla y en los de la
religión, amargaron a Paulo IV, que se dedicó con pasión
a los asuntos internos de la Iglesia. Apoyó a sus sobrinos, que lo
traicionaron y que fueron echados de Roma por el Papa mismo. Dedicó
su atención a la Inquisición, a la que transformó en
un verdadero tribunal del terror. Sus mismos cardenales criticaron la pasión
subjetiva con que el Papa intervino en la causas de la Inquisición.
Creó el Index, que prohibía la lectura de muchos libros innocuos,
de manera que la lista prohibida tuvo que ser revisada más tarde.
Los judíos, que habían gozado de la protección
de los Papas anteriores, fueron obligados a llevar sombreros amarillos. Cansado
y desengañado, supo antes de morir que Isabel, hija de Enrique VIII
y de Ana Bolena, había empezado a perseguir a los católicos.
Una de sus víctimas fue Shakespeare, perseguido por la policía
de la reina protestante. A pesar de sus errores, Paulo IV fue un buen Papa
y su severidad fue acaso necesaria, después de los años en
que los Pontífices se habían olvidado de su misión y,
como León X, habían pensado más en las artes que en
la religión.
El pueblo, incitado por los enemigos de Paulo, se levantó
el mismo día de su muerte, incendió el Palacio de la Inquisición
y destruyó una estatua del Pontífice, tirando al Tíber
su cabeza. Fue enterrado en San Pedro, pero San Pío V trasladó
sus restos mortales a Santa María sopra Minerva. Luis Pastor, en su
historia de la Iglesia, justifica la actitud represiva e intolerante de Paulo
IV, afirmando que nadie mejor que un Papa de este temple hubiera podido acabar
con los abusos en los que la Iglesia había incurrido en la época
del Renacimiento.
Sobre la base creada por el Papa Carafa pudo ser levantado el
edificio restaurado de la Iglesia. El error más dramático del
Papa fue su actitud contra España, en un momento en que la catolicidad
se apoyaba en Felipe II y en que Europa vivía bajo una especie de
soberanía política y espiritual española. Al final de
su vida, Paulo IV se dio cuenta de su error y alabó a Felipe II por
la energía con que combatió a los herejes. San Ignacio de Loyola
falleció en 1556.