BEATO PABLO VI
6 de agosto
1963-1978 d.C.




 Juan Bautsita Montini, Cardenal de Milán, fue elegido Papa el 21 de junio de 1963, en medio de una verdadera expectación universal, que ponía de relieve una vez más el papel del Papa en el mundo de hoy y la esperanza a la que su misión está ligada, no sólo para los católicos. Nació el 26 de agosto de 1897, en Concesio, cerca de Brescia, y fue bautizado el 30 de agosto, día de la muerte de Santa Teresa del Niño Jesús. Su padre, Giorgio Montini, fallecido en 1943, fue uno de los promotores del movimiento social, político y cultural italiano, y dirigió durante mucho tiempo el diario católico "Il cittadino di Brescia". Fue también uno de los colaboradores de Luigi Sturzo, fundador del partido popular italiano, que renacería después de la segunda guerra mundial con el nombre de democracia popular.

   El nuevo Papa realizó sus estudios en el colegio de los padres jesuitas de Brescia, y fue ordenado sacerdote en 1920, cuando abandonó esta ciudad por Roma, donde continuó sus estudios en la Universidad del Estado y en la Gregoriana, así como también en la Academia de los Nobles Eclesiásticos.

   Después de una temporada en la Nunciatura Apostólica de Varsovia, Montini entró como minutante en la Secretaría de Estado, convirtiéndose muy pronto en capellán de la sección romana de la F.U.C.I. (Federación Universitaria Católica Italiana), donde tuvo ocasión de manifestar sus dotes de orador y organizador. Es aquí, en efecto, donde el sacerdote Montini tomó contacto con el pueblo y con sus miserias, y donde las innumerables obras de caridad, ligadas a su recuerdo, le acercaron hacia aquellos que necesitaban palabras reconfortantes y buen ejemplo.

   Antes de ser nombrado sustituto de la Secretaría de Estado (1937), Montini tuvo ocasión de publicar una traducción de "La religion personnelle", del padre Leonce de Grandmaison, con un notable prefacio, así como también una penetrante Introducción al estudio de Cristo, síntesis de los cursos que había dado a los estudiantes romanos durante los años de su presencia entre ellos.

   Su nuevo trabajo no le impidió continuar su actividad preferida: las obras de caridad y dar a los pobres todo lo que poseía. Intimo colaborador del gran Papa Pío XII, Monseñor Montini tomó parte en todos los actos ligados a aquél. Su actividad durante la guerra le señalaba como acreedor a la púrpura, pero en 1953, soprendiendo a todos, el Papa anunció al mundo que nuestras señorías Montini y Tardini habían renunciado a este honor. En agosto de 1954 moría el Cardenal Schuster, de Milán, y Pío XII nombraba a Monseñor Montini (consagrado en San Pedro el 12 de diciembre de 1954) Cardenal de Milán. Al franquear la divisoria de su nueva diócesis hizo detener el coche, descendió, a pesar, de la lluvia, y besó la tierra que Dios y el Papa le habían confiado. Era el 4 de enero del año 1955.

   Sus actividades en Milán son demasiado conocidas para insistir en ellas. Siempre atendiendo a los desventurados, el futuro Papa Pablo VI hizo de Milán un centro educativo y de proselitismo religioso.

   Entusiasta de la idea del Concilio por todos los impulsos íntimos de su alma, el Cardenal Montini escribía estas líneas luminosas el 28 de enero de 1959, día siguiente al anuncio del nuevo Concilio: "La historia se descubre ante nuestras miradas con perspectivas inmensas y para siglos. La ciudad sobre la montaña, la Iglesia, será el punto de mira de los pensamientos y de las preocupaciones de los hombres. Una vez más, con luz espléndida y misteriosa, aparecerá como la guardiana de las palabras divinas y de los destinos humanos".

   Habiendo tomado parte activa en el Vaticano II, el nuevo Papa debía desde el comienzo de su pontificado precisar su importancia, y pronunció estas significativas palabras en su primer mensaje, del 22 de junio: "La parte más importante de nuestro pontificado estará ocupada en la continuación del II Concilio Ecuménico Vaticano, hacia el cual convergen los ojos de todos los hombres de buena voluntad. Será la tarea principal, hacia la que nosotros queremos consagrar todas las energía que el Señor nos ha dado para que la Iglesia Católica, que brilla en el mundo como estandarte alzado sobre todas las naciones lejanas (Is 5,26), pueda atraer hacia ella a todos los hombres por la grandeza de su organismo, por la renovación de sus estructuras y por la multiplicidad de sus fuerzas procedentes de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Apoc 5,9).

   La unidad de todos los cristianos y la paz del mundo, preocupación de Juan XXIII, caracterizan esta primera alocución de Pablo VI: "Nuestro servicio pontificio querrá al fin proseguir con la mayor solicitud la gran obra emprendida con tanta esperanza y bajo felices auspicios por Nuestro Predecesor Juan XXIII: la realización del unum sint, tan esperada por todos y por la cual ha ofrecido su vida".

   Aquellos que sufren en nombre de Cristo no han sido olvidados en este mensaje, que constituye todo un programa. "En particular, nosotros queremos que los hermanos e hijos de las regiones donde a la Iglesia no le ha sido permitido usar sus derechos nos sientan cerca de ellos. Ellos han sido llamados a participar con mayor proximidad en la Cruz de Cristo, a la que seguirá, estamos seguros, el amanecer radiante de la Resurrección. Ellos podrán finalmente volver a encontrar el pleno ejercicio de su ministerio pastoral, que por su institución, se ejerce en beneficio no solamente de las almas, sino también de las naciones donde viven".

   Y dirigiéndose al cuerpo diplomático de Roma, el 24 de junio, Pablo VI no dejó de poner de relieve la misión internacional de la Iglesia, aquella que hace que la Santa Sede sea árbitro espiritual de las naciones: "La Santa Sede no se propone (vosotros lo sabeis mejor que nadie) intervenir en los asuntos o intereses que conciernen a los poderes temporales. Lo que pretende es favorecer por doquier la profesión de ciertos principios fundamentales de civilización y humanidad de los que la religión católica es guardiana atenta, y que se esfuerza en hacer penetrar en almas e instituciones".

   Así, este pontificado se anunciaba lleno de esperanza y aun de certezas, en un momento en que la necesidad de unidad, paz, libertad y justicia han penetrado hasta el fondo de los abismos, allí donde el miedo parece haber sido reemplazado por la esperanza. El mundo moderno, enemigo de Cristo, abre nuevamente los ojos sobre las verdades eternas, y la presencia del Papa entre los hombres, como en las épocas de gloria del pontificado romano, se convierte en una necesidad universal.

 Tres días antes de su coronación, realizada el 30 de junio, el  Papa daba a conocer a todos el programa de su pontificado: su primer y principal esfuerzo se orientaba a la culminación y puesta en marcha del gran Concilio, convocado e inaugurado por su predecesor. Además de esto, el anuncio universal del Evangelio, el trabajo en favor de la unidad de los cristianos y del diálogo con los no creyentes, la paz y solidaridad en el orden social. En enero de 1964 realiza un viaje a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro con Atenágoras I, Patriarca de Jerusalén. Falleció el 6 de agosto de 1978.

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(Samuel Miranda)