SAN PEDRO DE NARBONA
1936 d.C.
14 de noviembre
Pedro de Narbona era de la
provincia de los Hermanos Menores de Provenza, durante varios años
se adhirió a la reforma surgida para una mejor observancia de la regla
de san Francisco, reforma iniciada en 1368 en Umbría por el beato
fray Paoluccio Trinci. En poco tiempo se difundió en la Umbría,
las Marcas, tanto que en 1373 contaba con una decena de eremitorios. Era
un movimiento de fervor que tendía a renovar la forma primitiva de
la vida franciscana, especialmente en el ideal de la pobreza y en el ejercicio
de la piedad. Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia meridional a los
eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso de su espíritu
y esto proyecta una luz singular sobre toda su vida precedente a su permanencia
en Jerusalén.
En 1384, Nicolás, junto con Deodato y otros dos franciscanos,
Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, marcharon a predicar a los musulmanes
en Palestina. Allí vivieron en el convento del Monte Sión,
“insignes por su vida, ejemplares para el pueblo y avezados en toda perfección”.
Aconsejándose por dos Maestros en Teología de su convento,
creyeron, basándose en su regla franciscna y siguiendo el ejemplo
de los primeros mártires franciscanos del Norte de Africa (san Berardo
de Corbio y compañeros), poder seguir la inspiración divina
predicando abiertamente el evangelio a la población islámica.
En 1391 presente el cadí de Jerusalén (Inad Eddin Abu Elfida
Ismail), predicaron sobre la ley maometana y sobre la inmoralidad de las
costumbres del mismo Mahoma. Repetidas las mismas cosas en presencia del
padre guardián y del limosnero de Tierra Santa, convocados por el
cadí e invitados a retractarse, bajo amenaza de muerte, se negaron
a hacerlo. Maltratados y encarcelados, después de tres días
de sevicias, en presencia del cadí y de otros jefes islámicos,
tras rechazar de nuevo retractarse, fueron ajusticiados, descuartizados y
arrojados a la hoguera. Sus restos fueron escondidos para que no pudieran
ser recuperados por los cristianos. Fueron canonizados por el beato Pablo
VI.