PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE
JESÚS
Completado el mensaje del
Sagrado Corazón de Jesús –por lo que se encuentra en las cartas
y otros escritos de la vidente de Paray-le-Monial-, éste encierra
importantes solicitaciones del Divino Maestro y las más consoladoras
promesas de su infinita misericordia, además de la impresionante revelación
de su inextinguible caridad para con nosotros.
Lo que Él nos pide es la consecuencia lógica de
aquello que se dignó revelarnos. O sea, su amoroso Corazón
herido por nuestras infidelidades hiere a su vez los nuestros. De éstos
tan duros y fríos espera contrición, arrepentimiento y firmes
propósitos de honrarlo en toda la medida que nos sea posible.
Él desea por lo tanto:
* Una solemne retractación de nuestra parte, pidiéndole perdón
por cada uno de nosotros y por todo el mundo;
* La Comunión reparadora, en la cual nos esforzamos por confortar
al Corazón del Maestro, tan despreciado;
* La Comunión especialmente reparadora de los primeros viernes de
cada mes;
* La institución de una fiesta especial en honra de su Corazón,
para agradecerle por su amor y pedirle perdón por nuestras ingratitudes
y tibiezas;
* La práctica de la Hora Santa, cuando nos unimos a los dolores de
su agonía en el Huerto de los Olivos;
* La veneración a la imagen de su Sagrado Corazón;
* La consagración personal a Él, maduramente reflexionada y
de plena voluntad, como señal de alianza definitiva;
* Y, finalmente, la propagación del culto al Sagrado Corazón
y de su Reino.
Es muy necesario resaltar el espíritu de desagravio inherente
a los pedidos del Divino Salvador. La llaga abierta en su Corazón
adorable no cesa de sangrar, siempre renovada por la maldad humana; y sólo
podremos corresponder a su infinito amor por nosotros si procuramos estancar
esa Sangre, si nos esforzamos por aliviar sus dolores tributándole
amor, respeto, y sobre todo reparación. A través de ésta
última es como la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
adquiere todo su sentido, y alcanza su pleno florecimiento.
Si Nuestro Señor ansía de un lado la correspondencia
de los hombres a los llamamientos de su amor, de otro, tiene para ellos reservadas
las más preciosas dádivas de su inagotable misericordia. En
el mensaje de Paray-le-Monial, las promesas divinas brillan como joyas celestiales,
hechas de consolación y esperanza. Jesús asegura:
* Que todos sus devotos y a Él consagrados no se condenarán;
* Que sus apóstoles poseerán el don de tocar los corazones
más empedernidos;
* Que las almas tibias se harán fervorosas, y las fervorosas, perfectas;
* Que Él esparcirá abundantemente sus bendiciones en todos
los lugares donde sea expuesta y venerada la imagen de su divino Corazón;
* Que Él reunirá las familias divididas, protegerá y
socorrerá a aquellas que se encuentren en dificultades y hacia Él
se vuelvan confiantes;
* Que difundirá la suave unción de su ardiente caridad sobre
todas las Comunidades que lo honren y se coloquen bajo su especial protección.
* Y, finalmente, el don en que más reluce la generosidad divina: “Te
prometo –afirma Jesús a Santa Margarita María– en la excesiva
misericordia de mi Corazón, que mi amor omnipotente concederá
a todos los que comulguen el primer viernes de nueve meses seguidos, la gracia
de la penitencia final; no morirán de forma ninguna en mi desgracia
y sin recibir los Sacramentos, volviéndose mi divino Corazón
su asilo seguro en ese último momento.”
Así tenemos una idea del mensaje en su conjunto, con
la enternecedora revelación del insondable amor del Corazón
de Jesús y de su herida íntima, sus paternales pedidos y consoladoras
promesas para aquellos que, humilde y fervorosamente, correspondieren a sus
divinos llamados.
Es al corazón de cada uno de nosotros que Nuestro Señor
habla desde el fondo de su propio Sagrado Corazón. Por consiguiente,
no es sólo de nuestros labios o de nuestras actitudes exteriores que
Él desea una respuesta, y sí de lo más recóndito
de nuestras almas. Esforcémonos por atenderlo, por desagraviarlo de
tantas llagas que le causan los pecados del mundo, para que seamos dignos
de sus celestiales misericordias, y del inconmensurable amor que “reposa
perdonando”.