SAN JOSÉ PROTECTOR DE LA BUENA
MUERTE
La vida santa de San José, la asistencia
de Jesús y de María, todo contribuyó a que su muerte
fuese preciosa y ante los ojos del Señor.
La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño
pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno
de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que
arde y que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de
los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor,
pero ese beso no es más que un dulce y precioso sentimiento de amor.
José murió verdaderamente en el beso del Señor,
ya que exhaló su último suspiro en los brazos de Jesús.
Y si, como creemos, él tuvo el uso de los sentidos y de la palabra
hasta ese último suspiro, que no podía ser otro que un suspiro
o un impulso de amor, ¿como no habrá él coronado una
vida tan santa sino pronunciando los nombres sagrados de Jesús y de
María?
¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar
mi último suspiro entre Jesús y María, visibles a mi
mirada, pueda yo, al menos, sobre mi labios moribundos, unir vuestro nombre,
¡oh José! a los nombres de Jesús y de María.
La santa muerte de José ha producido preciosos frutos
sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de
sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente
protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.
Cualquiera que invoque a San José en la última
batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito,
por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une al exhalar
su último suspiro el santo nombre de José a los dulces nombres
de Jesús y María.
Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes
y, por tanto, de la buena muerte. José hijo de Jacob, socorría
en el tiempo de la carestía a los Egipcios distribuyendo entre ellos
el trigo que había recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos,
hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió
el precio del mismo. Así hará ciertamente nuestro glorioso
Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus
devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de
la muerte, él sabrá rendir a los devotos homenajes con que
habría sido honrado.
La muerte de los sirvientes de San José es sumamente
tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban
los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José.
«He observado - dice ella -, que al momento de exhalar el último
suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante
al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su interior fuese
agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón
del temor de la muerte. Morir me parece ahora la cosa más fácil
para una fiel devota de San José».