BEATO RAFAEL RODRIGUEZ MESA
1936 d.C.
24 de septiembre



   El Beato Rafael Rodríguez Mesa  podía haber escapado cuando asaltaron el colegio, pues tenía en Málaga a su hermana Dolores, en cuya casa tenía hospedaje. Pero también prefirió compartir la suerte de su Comunidad y ni siquiera intentó salir del colegio.

   Apenas estalló la guerra civil, 18 de julio de 1936, don Manuel procuró que los padres de los alumnos internos retirasen a sus hijos y ante los tristes acontecimientos que se perfilaban en el horizonte, dispuso, como medida de prudencia, que los salesianos sacerdotes vistieran de paisano.

   El 20 de julio, a las 11 de la mañana, llega una pobre mujer con un pequeño moribundo para bautizarlo. El señor director le administra el sacramento. Crece la intranquilidad temiendo un registro, que llegará en la madrugada del día siguiente.

   Quedaban en el colegio sólo unas decenas de alumnos. La turba se arremolinó amenazadora ante el edificio entre un insistente tiroteo. Buscaban armas imaginarias. El Padre Director hizo abrir las puertas y los milicianos invadieron la casa... La escena es dantesca: los miembros de la comunidad son colocados en fila ante el muro del patio, mientras los alumnos se ponen a llorar. Tras la parodia tétrica los salesianos son conducidos a la improvisada cárcel del cercano cuartel de Capuchinos, mientras el colegio permane a merced del vandalismo de los invasores. La venerada imagen de María Auxiliadora fue profanada y después quemada con las demás.

   Por tanto, el 21 de julio en el asalto al colegio y el traslado de la Comunidad a la improvisada cárcel del cuartel de Capuchinos, comenzó en cierta manera el martirio de los salesianos. Del Beato Rafael Rodríguez sabemos que “lo traían entre dos como muerto, rostro y pecho bañados en sangre; pues le habían dado un golpe de fusil partiéndole la nariz y el labio superior, por lo que había caído al suelo desvanecido”.
El Gobernador de Málaga reconoce su inocencia, pero para preservarlos de la chusma, manda conducirlos a la Prisión Provincial y recluirlos en la “Brigada nº 5”, conocida como “Brigada de los curas”, por el creciente número de sacerdotes y religiosos que acogió.

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(Samuel Miranda)