REVELACIONES DEL SAGRADO CORAZÓN
A lo largo de la historia
de la Iglesia, Nuestro Señor ha revelado a los hombres de formas diversas
los tesoros de su Sagrado Corazón. La devoción a Él
se transformó en una luz de misericordia y de esperanza continuamente
derramada sobre la faz de la tierra.
Una de esas manifestaciones divinas, no obstante, sobresale
por el extraordinario contenido de su mensaje. Ella se dio en el bendecido
retiro de un convento de Visitandinas, erguido en el centro de Francia, en
las márgenes de un río de límpidas y tranquilas aguas.
Fiel reproducción arquitectónica de la célebre
abadía de Cluny, el monasterio de Paray-le-Monial fue construido en
el siglo XII, y hasta el día de hoy causa admiración por la
grandiosa armonía de sus proporciones, la sobriedad y el equilibrio
de sus torres, la fuerza y altanería de su campanario octogonal. En
el interior, la policromada maravilla de los vitrales que tocados por el
sol, difunden entre paredes de piedra y elegantes columnas romanas, una claridad
propia a la oración y a la meditación.
En el siglo XVII, este ambiente de fe y austeridad era habitado
por las religiosas de la Orden de la Visitación, fundada por San Francisco
de Sales y Santa Juana de Chantal. Ahora bien, según deseo expreso
de su Padre y Fundador, esas monjas eran muy devotas del Sagrado Corazón
de Jesús, y de modo particular la Hermana Margarita María Alacoque.
Hacia ello la movían la riqueza de sus virtudes, el entrañable
fervor de una vida de oración que la unían cada vez más
al Divino Maestro, así como también el hecho de ser favorecida
por diversas visiones en las cuales Nuestro Señor le iba revelando
poco a poco, los infinitos tesoros de su amor para con los hombres.
Entre esas apariciones se destacan cuatro por la importancia
de las palabras y promesas que encierran. La primera de ellas sucedió
el día 27 de Diciembre de 1673, fiesta de San Juan Evangelista. La
fiesta parece haber sido escogida con cuidado por la Providencia, a fin de
conferir a esa visión un significado especial.
Se encontraba la Hermana Margarita María en la capilla
del convento, arrodillada junto a la reja del coro, y en profunda adoración
al Santísimo Sacramento expuesto sobre el altar mayor. Súbitamente,
se sintió asumida por esa divina presencia, de manera tan fuerte que
se olvidó de todo el resto, del tiempo y del lugar donde estaba, no
viendo sino al Espíritu que había envuelto y cautivado su alma.
Arrebatada así en éxtasis, oyó a Nuestro Señor
que la convidaba para tomar a su lado el lugar que San Juan había
ocupado en la Última Cena.
En su autobiografía, hecha por obediencia a sus superiores,
la Hermana Margarita María describe el desarrollo de esa extraordinaria
aparición:
Jesús me hizo reposar largamente sobre su pecho, desvendándome
las maravillas de su amor y los insondables secretos de su Sagrado Corazón.
Lo hizo de manera tan efectiva y sensible, que no me dejó posibilidad
alguna de duda. Me dijo: “Mi divino Corazón se encuentra tan repleto
de amor por los hombres, y por tí en particular, que no pudiendo contener
más las llamaradas de su ardiente caridad, se siente forzado a difundirlas
por tu intermedio. Es menester que se manifieste a los hombres, para enriquecerlos
con esos preciosos tesoros que te revelo, portadores de gracias santificantes
y salvadoras, necesarias para rescatarlos de las vías de la perdición.
Y Yo te escogí a ti, abismo de indignidad y de ignorancia, para la
realización de ese gran designio, a fin de que todos vean de modo
claro que todo esto es hecho por Mí”.
Bajo el influjo de esta visión, la Hermana Margarita
María penetró más a fondo que nunca en los misterios
del Sagrado Corazón de Jesús, manifestados a ella en anteriores
apariciones, por así decir preparatorias de las grandes revelaciones
que ahora comenzaban. Sobrepasando a las otras en importancia, la del día
27 de Diciembre de 1673 se daba en provecho de la Iglesia y de la humanidad
entera. En este día Nuestro Señor apareció a la santa
vidente, menos para consolarla e instruirla, que para encargarla de presentar
al mundo los tesoros de misericordia y de gracias acumulados en su Sagrado
Corazón.
El Maestro habló, y tan claramente, que la discípula
no pudo dudar de la autenticidad de la orden que le era dada. Y santa Margarita
María no retrocedería delante de ningún obstáculo
y sacrificio para obedecer la divina intimación.
A pesar de ello, en ese contacto tan luminoso y capital Nuestro
Señor no le dijo todo aún a su amada sierva. “La gran dádiva
que entonces me concedió —observa ella— no fue sino el fundamento
de todas las que aún habría de otorgarme.”
Varias semanas pasaron desde la primera gran revelación
hasta que se diese la segunda, cuya fecha no se puede determinar con exactitud.
Hay motivos para suponer que aconteció un día viernes, en el
inicio de 1674. En carta dirigida a uno de sus confesores y biógrafos
-el Padre Croiset- Sor Margarita María le habla en los siguientes
términos de esa nueva aparición:
“Ese divino Corazón me fue presentado como sobre un trono
de llamas, más resplandeciente que un sol y transparente como un cristal,
con la llaga adorable bien visible, y todo él circundado por una corona
de espinas, significando las heridas que nuestros pecados le infligían.
En la parte de arriba estaba una cruz, dando a entender que ella había
sido plantada en él desde el primer instante en que fue formado (en
las entrañas inmaculadas de María), y que a partir de entonces,
estuvo lleno de todas las amarguras que le causarían, las humillaciones,
dolores y desprecios sufridos por su humanidad santísima a lo largo
de su vida y de su pasión.
Él me hizo ver que su ardiente deseo de ser amado por
los hombres, y de sacarlos de la vía de la perdición en la
cual Satanás los precipitó, lo llevó a formar ese designio
de manifestar al mundo su Corazón, con todos los tesoros de amor,
de misericordias, de gracias, de salvación y santificación
en Él contenidos. Y a aquellos que procurasen amarlo, honrarlo y glorificarlo
plenamente, Él los enriquecería con la profusión y abundancia
de esos divinos tesoros de su Corazón.
Enseguida, la santa vidente señala la necesidad de venerarse al sagrado
Corazón bajo la forma de una imagen que reprodujese la figura presentada
a ella en esta aparición. Y concluyó:
“En todos los lugares donde esa imagen fuere expuesta y venerada,
Nuestro Señor difundirá sus gracias y bendiciones, como un
último esfuerzo de su amor en beneficio de los hombres... rescatándolos
de la tiranía de Satanás y colocándolos bajo la dulce
libertad del imperio de su amor, que Él quiere establecer en el alma
de todos aquellos que procuren abrazar la devoción a su Sagrado Corazón."
En esta segunda aparición, reiterando los llamamientos
que ya hiciera en la primera, Nuestro Señor muestra la grandeza de
su amor por nosotros, reflejada en las gracias que Él tanto desea
concedernos, así como en la magnitud de los sufrimientos que se dispuso
padecer por los hombres desde el primer instante de su Encarnación.
De nuestra parte, Él espera que nosotros le retribuyamos este amor,
y promete sus bendiciones a quienes lo honraren y veneraren su imagen.
Esa ardiente caridad de un Dios con relación a sus débiles
criaturas habría de manifestarse más intensa y conmovedoramente
en la siguiente aparición.
La fecha de la tercera visión, es como la de la segunda, también
incierta. En sus escritos, Sor Margarita María dice solamente que
en ese día “el Santísimo Sacramento estaba expuesto”, y parece
insinuar que se trata de un viernes. De ahí la conjetura de que el
hecho se dio a comienzos de junio de 1674, en la octava de Corpus Christi.
Sea como fuere, he ahí el relato de la santa vidente:
“Una vez delante del Santísimo expuesto, y después
de sentirme inmersa en un profundo recogimiento, mi dulce Maestro Jesucristo
se aproximó de mí, reluciente de gloria, con sus cinco llagas
brillantes como otros tantos soles. De todas partes de esa humanidad sagrada
brotaban llamas, sobretodo de su admirable pecho, que parecía un horno.
Abriéndose, me descubrió su amantísimo Corazón,
fuente viva de esas llamaradas. Entonces me fueron reveladas las maravillas
inexplicables de su amor purísimo, y los excesos a que éste
llegó en provecho de los hombres, recibiendo a cambio sólo
ingratitudes y menosprecios. Jesús me dijo: ‘Esa ingratitud me es
más penosa que todos los sufrimientos que padecí en mi Pasión.
Si en algo me retribuyesen ese amor, Yo tomaría como poco todo lo
que hice por los hombres, y estaría dispuesto a hacer más aún,
si fuese posible. En ellos, entre tanto, sólo encuentro frialdades
y rechazos delante de mis desvelos y bondades. Tú, al menos, alíviame
supliendo la ingratitud de ellos en toda la medida que fueres capaz.'”
Confesando entonces su indignidad y flaqueza, sor Margarita
María suplica al Divino Redentor que tenga compasión de su
miseria, y oyó de Él como respuesta:
“Yo seré tu fuerza, ¡no temas! Queda sin embargo
atenta a mi voz y a lo que te pido para cumplir mis designios. En primer
lugar, me recibirás en el Santísimo Sacramento siempre que
lo permitiere la obediencia, y deberás aceptar algunas mortificaciones
y humillaciones como pruebas de mi amor. Además, comulgarás
en los primeros viernes de cada mes; y en todas las noches de jueves para
viernes te haré participar de la tristeza mortal que se abatió
sobre Mí en el Huerto de los Olivos. Para acompañarme en esa
humilde oración que entonces presenté a mi Padre, te levantarás
entre las once y la media noche, postrándote durante una hora conmigo,
tanto para aplacar la cólera divina –pidiendo misericordia para los
pecadores-, como para suavizar en algo la amargura que sentí cuando
me ví abandonado por mis apóstoles. Durante esta hora harás
lo que Yo te indicare.”
En ese conmovedor y grave coloquio que mantuvo con su confidente,
Nuestro Señor hace oír la queja secreta de su Corazón:
¡Él ama tanto a los hombres, y por éstos es tan poco
amado! Y pide una reparación de amor que se traduzca en actos externos
y fervorosos, como la comunión frecuente, la recepción de la
Eucaristía en los primeros viernes de cada mes, y la Hora Santa.
Sin embargo, el ciclo de las grandes revelaciones aún
no estaba completo. Faltaba algo por ser dicho, para que el culto al Sagrado
Corazón de Jesús tuviese su pleno florecimiento en la piedad
cristiana.
La fecha de la cuarta aparición es más conocida
que la de las dos precedentes, aunque no pueda ser fijada con toda seguridad.
La santa religiosa se limita a decirnos que fue en un día de la octava
de Corpus Christi de 1675. Ahora bien, se sabe que en aquel año tal
fiesta cayó el 13 de junio, lo que sitúa la visión entre
los días 13 y 20 del referido mes.
De ésta que puede ser considerada la más importante
de todas las revelaciones, nos dejó la elegida del Señor el
siguiente relato:
Estando cierta vez delante del Santísimo Sacramento,
en un día de su octava, recibí de Dios gracias excesivas de
su amor, y me sentí estimulada por el deseo de retribución,
de pagarle amor por amor. Él me dijo: ‘Tú me darás la
mayor prueba de tu amor, haciendo lo que ya te pedí innumerables veces'.
Entonces, descubriéndome su divino Corazón, agregó:
He aquí el corazón que tanto amó a los hombres y nada
ahorró hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. En
reconocimiento, sólo recibo ingratitudes de la mayor parte: por sus
irreverencias y sacrilegios, por las frialdades y desprecios que ellos tienen
por Mí en ese Sacramento de amor. Sin embargo, lo que más me
hiere es el hecho de que así proceden corazones que me son consagrados.
‘Por esto, te pido que el primer viernes después de la octava del
Santísimo Sacramento sea dedicada a una fiesta especial para honrar
mi Corazón: comulgando en ese día, y prestando a Él
una solemne reparación, a fin de desagraviarlo por las indignidades
que recibe cuando está expuesto sobre los altares. Yo te prometo también
que mi Corazón se dilatará para difundir con abundancia los
influjos de su divino amor sobre aquellos que le prestaren esta honra, y
se empeñen en que le sea tributada.'”
Insistiendo en la necesidad de ser retribuido en su infinito
amor hacia los hombres, y de ser desagraviado por las incesantes ingratitudes
que de ellos recibe, Nuestro Señor entregaba así a Santa Margarita
María los secretos y anhelos más recónditos.